EL MÉRITO SOBRENATURAL

1.       Existencia y condiciones del mérito

Mérito es el derecho a la recompensa por la obra hecha en favor de otro.

El mérito puede deberse por Justicia, es decir por estricta igualdad entre el que hace la obra y el que la recibe, y puede ser por promesa, es decir por amistad, por afecto, etc., y no hay entonces, como es lógico, deber de Justicia en otorgar el favor, sino sólo el deber que se deriva de la promesa hecha.

El mérito es natural si se debe a obras naturales.  Es sobrenatural, si la acción meritoria se ha hecho con la ayuda de la gracia.

Cuando el mérito se debe por Justicia, se llama, en latín, de condigno.  Si es por amor es de congreso.

1.1.      Condiciones del mérito por parte de Dios que recompensa

1.º          El mérito sobrenatural depende de la promesa de Dios (de fe)

El Concilio de Trento enseña esta condición para los que están en gracia de Dios: «La vida eterna... por la promesa de Dios ha de darse fielmente a sus buenas obras y méritos» (DS 1545).

            La Sagrada Escritura manifiesta, por un lado, la incapacidad del hombre para merecer algo de Dios: «Cuando hicierais estas cosas que os están mandadas,

decid:      Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos» (Lc 17,10).

«¿Quién dio primero para tener derecho a retribución?» (Rom 11, 35) y, al mismo tiempo, enseña la necesidad de la promesa de Dios para premiar las buenas obras: «Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que aman» (Sant 1, 12).

San Agustín enseña: «El Señor se hizo a sí mismo deudor no recibiendo, sino prometiendo.  A El no se le puede decir: Devuelve lo que recibiste, sino únicamente: Concede lo que prometiste» (Homilías sobre los Salmos).

Es evidente que por la infinita desigualdad entre Dios y el hombre nunca nuestras acciones merecen por parte de Dios ser premiadas por Justicia, pues todo lo que hacemos por El se lo debemos como criaturas suyas.  Entre Dios y el hombre sólo se da el mérito por promesa, porque El libremente nos ha prometido que si hacemos obras buenas sobrenaturales nos las premiará.  Por tanto, cuando el hombre hace estas obras, puede merecer un premio según las promesas de Dios.

2.º                 El Insto después del pecado de Adán, por sus buenas obras, merece una       verdadera recompensa sobrenatural por parte de Dios (de fe).

Los protestantes niegan que pueda existir ningún tipo de mérito, pues, según Lutero «el Insto peca en toda obra buena», y es imposible que pueda merecer, si siempre es pecador.  León X (1), año 1520, condenó y excomulgó a Lutero.  Pero ya mucho antes, la Iglesia definió en el Concilio de Orange H, año 529, que «se debe recompensar a las buenas obras, si se hacen» (DS 388).  El Concilio de Trento enseña: «si alguien dijere que los Justos no deben aguardar y esperar la eterna retribución... como recompensa a las buenas obras que fueron hechas en Dios, sea anatema» (DS 1576).

En la Sagrada Escritura basta recordar las palabras del Señor «y todo el que dejare hermanos o hermanas o padre o madre, o hijos o campos, por amor de mi nombre, recibirá el céntuplo y heredará la vida eterna» (Mt 19, 29), entre otros textos, para conocer que en la Revelación se nos promete premiarnos.

En la Tradición, San Ignacio de Antioquía, con una bella imagen enseña que los fieles «dan frutos incorruptibles» (Carta a los Tralianos) y «cuando más trabajas, mayor es el beneficio» (Carta a Policarpo).  En la Didaché (2) se dice que Dios es «retribuidor de las buenas obras».

                      La razón humana ve como absolutamente conveniente esta ordenación de Dios.  La conciencia de todos los hombres juzga que el bien libremente hecho merece recompensa.  Esta experiencia universal es extremadamente útil para educar a los hombres y animarlos a hacer el bien.  Y, como el orden sobrenatural perfecciona al orden natural sin destruirlo, es realmente conveniente que Dios prometa y conceda la recompensa para las obras buenas sobrenaturales, incomparablemente más perfectas que las naturales.

1.2.      Condiciones del mérito por parte de las personas merecedoras

1.º  Para que la persona pueda merecer sobrenaturalmente deber ser viador (de fe católica en cuanto al objetivo del mérito; y sentencia común en cuanto al modo accidental de adquirir).

            El hombre viador es el que aún vive en esta tierra.  Se le llama viador porque está en camino o vía hacia la vida eterna.

Esta doctrina está expresamente revelada: «venida la noche, ya nadie puede trabajar» (Jn 9, 4); «mientras hay tiempo hagamos el bien» (Gal 6, 10); «a los hombres les está establecido morir una vez y después de esto el Inicio» (Hebr 9, 27).

La razón enseña que en el estado de felicidad futura el hombre se convierte en perfecto y ya no es posible perfeccionarse más. Por lo contrario, en esta vida puede hacer actos libres y meritorios.

1.3.      Condiciones del merito por parte de la obra meritoria

1.º     Para que una obra sea meritoria es necesario que sea verdaderamente libre; esto es, que no esté hecha ni por coacción externa ni por necesidad interna (de fe).

La Sagrada Escritura exige que las obras meritorias sean libres: «Si de mi voluntad lo hiciera, tendría recompensa; pero si lo hago por la fuerza, es como si ejerciera una administración que me ha sido confiada» (1 Cor 9, 17); «y quien quiera que compite en el estadio no es coronado si no compite legítimamente» (2 Tim 2, 5) El «legítimamente» indica observar libremente las reglas del juego.

          Los Santos Padres enseñan que donde hay necesidad no hay recompensa.

La misma naturaleza del mérito exige que la persona merecedora goce del favor de otro pues es imposible que alguien esté agradecido por una obra que se ha realizado forzadamente.

2.º     La obra meritoria debe ser moralmente buena; es decir, según su objeto y circunstancias conforme a la ley moral (sentencia común).

          Las razones son muy evidentes:

          Repugna el premio dado a una mala obra.

Para que una acción sea un acto del hombre (3) se requiere una deliberación previa, por ello sólo puede ser premiada la obra buena, pues haber deliberado el mal no agrada a Dios.

3.º     La obra meritoria debe ser sobrenatural: esto es, causada por la gracia actual y dirigida al fin último sobrenatural (de fe).

Es dogma que no puede realizarse ninguna obra saludable sin la gracia sobrenatural, luego la gracia será el principio de toda obra meritoria.

La Sagrada Escritura testifica que todas las obras meritorias deben referirse a Dios: «Ya comáis, ya bebáis o hagáis alguna cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Cor 10, 31) «y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesús» (Cor 3, 17).

La razón de ello se encuentra en que la caridad es el principio próximo del mérito, así como la gracia es el principio remoto.  Por tanto, el motivo del mérito se encuentra en la caridad, en el amor de Dios, que nos hace sus amigos.  Por ello el grado de caridad de las obras influye en la medida del mérito.  No se trata de hacer cosas cada vez más difíciles, sino hacerlas con mayor amor.  Cuánto más se ama a Dios, más mérito tienen las buenas obras.

La idea que se tiene generalmente de que hacer obras buenas costosas y difíciles es más meritorio que hacer cosas más sencillas y simples, es sólo verdad si se entiende correctamente.  Sólo es cierto cuando se considera que para vivir esas exigencias más arduas se deben hacer, eso es evidente, con más amor de Dios porque cuestan más.  Ahora bien, si no se hacen con mayor amor de Dios, no sirven para nada.  Es más meritorio el trabajo profesional y el cumplimiento de los deberes ordinarios en todos los momentos y circunstancias de la vida, hecho con mucho amor de Dios, sirviendo con sencillez y alegría a todos los hombres, que algo muy difícil sin amor de Dios.

2.       Objeto del mérito

El Concilio de Trento ha definido: «Que las buenas obras del hombre justificado... merecen verdaderamente el aumento de la gracia, la vida eterna y la consecución de la misma vida eterna (a condición sin embargo, que muera en gracia), y también el aumento de la gloria» (DS 1582).

            La Iglesia enseña como dogma de fe que el hombre puede merecer de Dios:

1.º   La vida eterna y su consecución, siempre que muera en gracia (de fe).

La vida eterna y su consecución se distinguen, puesto que una cosa es el derecho a la vida eterna adquirido por el mérito de las buenas obras y otra es alcanzarlo, por la muerte en estado de gracia.

2.º   El aumento de la gloria (de fe).

El aumento de la gloria es los diferentes grados de gloria que tendrán los Justos en el Cielo según el grado de santidad que hayan alcanzado en la tierra.  Todos los santos en el Cielo ven claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es, unos sin embargo lo conocen con más perfección que otros, conforme a la diversidad de los merecimientos que adquirieron mientras vivían en la tierra.

En la Sagrada Escritura hay textos que manifiestan la verdad de los diferentes grados de gloria. «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme» (Mt 19, 2 l).  Y «el que escaso siembra, escaso cosecha, el que siembra con largueza con largueza cosechará» (2 Cor 9, 6), expresiones que indican que algunos recibirán más por haber dado más.

3.º   El aumento de la gracia santificante (de fe).

El Concilio de Trento entre los objetos de mérito definió que la gracia puede aumentar «por las buenas obras» (DS 1574).

La Sagrada Escritura testifica que: «abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo» (Ef 4, 15); «todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto».(Jn 15, 2).

San Agustín afirma que: «la gracia merece aumentarse y perfeccionarse por las obras meritorias» (Carta, 186).

La razón de este diferente grado de gloria de los santos en el cielo está en que la gloria depende de la gracia que se haya conseguido en esta vida.

Ahora bien, la gracia aumenta, como hemos dicho, por las buenas obras hechas con mayor amor de Dios.  Por tanto, si durante esta vida se ha alcanzado mayor gracia de Dios es lógico que, en consecuencia, estas personas tengan más gloria, un más perfecto conocimiento de Dios en el cielo.

4.º     El hombre en gracia puede conseguir la conversión para otros. (sentencia cierta)

La Sagrada Escritura habla de la oración de impetración o petición, como por ejemplo: «Orad unos por otros para que seáis curados» (Sant 5, 16); «ante todo te ruego que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias para todos los hombres... a fin de que gocemos de vida tranquila y quieta con toda piedad y dignidad.  Esto es bueno y grato ante Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 1, 3); «y si sabemos que nos oye en cuanto le pedimos, sabemos que obtendremos las peticiones que le hemos hecho» (1 Jn 5, 15).

El culto a la Santísima Virgen María y a los santos a los que ponemos como intercesores ante Dios, confirma esta doctrina.

Aunque sólo Jesucristo mereció la gracia para otros, por la amistad que reina entre Dios y el hombre Insto, es lógico deducir que el Señor no niega un favor a un amigo que se lo pide.

5.º        La perseverancia final, al morir, no es objeto del mérito, es una gracia especial que Dios concede al hombre (de fe).

Lo lógico es pensar que si las personas se portan bien durante la vida, Dios les dará esta gracia final: «se muere como se vive».

6.º        Los bienes temporales no son objeto de mérito en sí mismos considerados, pero lo pueden ser en cuanto útiles a la salvación (conclusión teológico).

Por ejemplo, un cierto bienestar material permite dedicarse mejor a Dios y a los demás porque cuando se está agobiado sólo se piensa en si mismo.

3. Pérdida y reviviscencia del mérito

1.º        Por el pecado mortal se pierden todos los méritos (conclusión teológica).

El dogma católico enseña que por los pecados mortales se merece la condenación eterna, porque se destruye todo el derecho a la vida eterna y las gracias que conducen a ella.  La razón de ello es que, con la pérdida de la gracia santificante, se pierden los méritos obtenidos.

2.º        Los méritos perdidos por el pecado mortal reviven después con la Justificación (conclusión teológica).

El Concilio de Trento indirectamente enseña esta verdad al afirmar que el pecador, al recuperar la gracia que perdió, no le falta «nada que tengan los mismos Justificados» (DS 1545).

También en la Sagrada Escritura se manifiesta que «ni la maldad del malvado le hará sucumbir el día que se aparte de su maldad» (Ezeq 33, 12).

San Juan Crisóstomo (4) habla de la indulgencia de Dios que nos conduce al «primitivo estado de abundancia» (Homilías sobre el Génesis, 6,2).

Podemos entender que los méritos deben revivir una vez que por la penitencia se ha borrado el pecado, puesto que los méritos proceden de la gracia, es lógico que habiéndole alcanzado de nuevo, revivan los méritos que la acompañan.  Además, por estar Dios más inclinado a perdonar que a castigar, por ello revivirán los méritos como un regalo suyo.

En qué medida los méritos reviven es difícil precisarlo.  La opinión más común es que revivirán en un grado equivalente al acto de caridad o amor a Dios que se haga, y esta explicación parece la más lógica, pues a más caridad más mérito.

4.       La Bienaventuranza, en el Cielo como fin y consumación de la Justificación

Conocer, amar y gozar de Dios en el Cielo es el premio o fin de la Justificación.

De estos temas se trata más ampliamente en las Postrimerías o Novísimos del hombre.

Notas

(1)     León X (1513-1521)

Era hijo de Lorenzo de Médicis el Magnífico, «dux» de Florencia.  La maravillosa Florencia es obra de su padre y hermano; así, como la espléndida Roma es hija de León X y sus sucesores.  Es uno de los grandes Papas del Renacimiento.  Fue León X, quien encargó a Miguel Ángel la construcción de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.  Su pontificado estuvo pletórico de grandes acontecimientos, por ejemplo; Primera vuelta al Mundo de Magallanes concluida por Elcano.

En 1520 por su Bula «Exurge Domine» (Sal Señor), condenó las doctrinas y excomulgó a Lutero, si en el plazo de sesenta días no se retractaba de sus errores.  Lutero el 10 de diciembre de 1520 la quemó en público, delante de los estudiantes de la Universidad de Wittenherg.  El protestantismo había comenzado.

(2)        Didaché (Enseiíanza de los Apóstoles) es uno de los primeros libros no canónicos cristianos.  Es de alrededor de finales del S. I. Narra la vida, costumbres, liturgia, etc. de los primeros cristianos.

(3)        Para que una obra sea buena ha de ser libre.  Es decir, no debe realizarse con coacción externa, que es obligar por la fuerza a alguien a hacer algo.  Pero continúa siendo libre si hay necesidad interna, que es el deseo de hacer algo.  Por ejemplo, se tiene necesidad interna de conseguir un trabajo, estar con los hijos, etc.

El acto libre del hombre se llama acto del hombre y es el que se realiza con plena advertencia y consentimiento.  Por lo contrario, los llamados actos humanos son propios de los seres humanos pero inconscientes: respirar, parpadear, etc. y no son libres ni meritorios.

(4)     San Juan Crisóstomo: 13 de septiembre.

Nació en Antioquia hacia el año 349.  Después de recibir brillantes estudios y una excelente formación, ejerció la carrera de abogado, después se retiró a la soledad del desierto.  Más tarde fue ordenado sacerdote.  El año 397 fue consagrado obispo de Constantinopla y, en consecuencia, Patriarca de toda la Iglesia Católica de Rito oriental u ortodoxo.  Fue un Obispo ejemplar.  Se esforzó en la reforma de las costumbres del clero y de los laicos.  Por la fuerte oposición de la Corte Imperial de Bizancio, sobre todo de la Emperatriz Eudoxia que influyó en su marido Arcadio, fue desterrado dos veces.  Mientras iba camino del segundo desierto murió en Comana, en el Ponto, el día 14 de septiembre del año 407.

San Juan Crisóstomo nos legó innumerables obras, entre las que cabe destacar su «Tratado sobre la Virginidad», «Tratado sobre el Sacerdocio», Comentarios a los profetas y al Nuevo Testamento.  Sus celebérrimas Homilías, sobre el Evangelio de San Mateo, se editan desde entonces.  Es uno de los libros más bellos y más leídos de toda la Literatura Universal.

Su griego hablado y escrito alcanza tal perfección que, por eso, se le llama Crisóstomo o «boca de oro» ó «pico de oro»; como aún hoy día, se dice de los grandes oradores: es el homenaje bimilenario de la Humanidad a este gran griego, uno de los que mejor lo ha escrito y hablado.