Pues bien, contra quienes despachan el asunto con un simple: como la Iglesia no admite el matrimonio civil, el matrimonio civil no existe, se alza la voz del sentido común. Acudamos, como siempre, a Chesterton.

En su obra La Superstición del Divorcio, aquel inglés vividor, fumador, bebedor, tragón, poeta gordazo y risueño, periodista de taberna y carcajada, vuelve a dar en el clavo: ¿Qué es el matrimonio? Según Chesterton, el matrimonio (sea cual se la forma utilizada para realizarlo) es un voto, una promesa, un compromiso. El hombre y la mujer se donan a sí mismos. Chesterton advierte que el problema del divorcio consiste en que el hombre moderno ha perdido justamente eso, el sentido del voto. Siempre ha habido votos: militares, caballerescos, religiosos y románticos. El matrimonio no es más que un voto, un compromiso de donación, enraizado en dos principios. El primero es tan sencillo como éste: ser libre incluye la libertad de encadenarse a sí mismo. La libertad no es un joya para mantenerla, sino dinero líquido para gastarlo o para invertirlo. La libertad no ejercida es una libertad muerte. El voto es el ejercicio de la libertad. Buena prueba de ello es que los animales no hacen votos.

¿Quien contrae matrimonio, civil o canónico, realiza un voto, una promesa de entrega al contrayente? ¿Admitiría un amante que su amor se le prometiera por tiempo determinado, como un contrato de compra-venta? Pues eso.

El segundo principio es aún más simple y aún más inadvertido, y asimismo consecuencia de la libertad humana. Podíamos enunciarlo así: lo que hace hombre al hombre es su capacidad para realizar promesas, es decir, para imponerse límites. ¿Qué es lo que distingue una sábana de un pañuelo? Los límites. Si yo no me limito, puedo ser todas las cosas, pero no soy nada. El que se casa se limita a una mujer y se limita para siempre... en uso de su libertad. El que contrae matrimonio no tiene nada que ver con la vieja tonada: "Soy capitán de un barco inglés y en cada puerto tengo una mujer". A lo mejor tenía una mujer en cada puerto, pero lo que no tenía era un hogar, porque un hogar se funda sobre un voto, y el voto es exclusivo. Y, por el contrario, si no tienes límites, tampoco tienes nada. Es más, no sabes dónde estás.

Eulogio López
Hsipanidad.com