Academia Pontificia Cultorum Martirum. Martirologio.

Monográficos. Paul Allard y el Rvdo. P. José María Iraburu : Diez lecciones sobre el martirio de Cristo y de los cristianos.

A este propósito y con la intención de dar a conocer los contenidos de la Teleconferencia de la Congregación para el Clero de la Santa Sede: "El martirio y los nuevos mártires"; que se celebró en la Ciudad del Vaticano con fecha 28 de mayo de 2004, y que ha sido el principal motivo del estudio, les presentamos a continuación el índice y resumen.

Índice.

Introducción de S.Em. el Cardenal Darío Castrillón Hoyos

Prof. Bruno Forte (Roma): El testimonio por Cristo y su Iglesia hasta la muerte

S.E. Julian Porteous (Sydney): ¿Qué valor tienen los mártires en una sociedad secular?

Prof. Alfonso Carrasco Rouco (Madrid): Los mártires de la guerra civil en España

Prof. Michael Hull (New York): Los frutos del martirio

Prof. Silvio Cajiao (Bogotá): La contribución de los mártires en la evangelización de América Latina

S.E. Gerhard L. Müller (Regensburg): Los mártires y el Nacionalsocialismo

Prof. José Vidamor Yu (Manila): Mártires recientes de la Iglesia en Asia

Prof. Graham Rose (Johannesburg): El Martirio: un testimonio creíble para la Iglesia de África

Prof. Antonio Miralles (Roma): La sangre de los mártires, semilla de cristianos

Prof. Paolo Scarafoni (Roma): El martirio y la formación sacerdotal

Prof. Jean Galot (Roma): María, reina de los mártires

Conclusión: Darío Cardenal Castrillón Hoyos

Introducción.

S. Em. Revma. Cardenal Darío Castrillón Hoyos. Prefecto de la Congregación para el Clero.

El martirio y los nuevos mártires.

"De nada me serviría todo el mundo y todos los reinos de aquí abajo; para mi es mejor morir por Cristo Jesús que ser rey sino en los confines de la tierra. Yo busco a Aquel que murió por nosotros; yo quiero a Aquel que por nosotros resucitó". Las vibrantes afirmaciones de San Ignacio de Antioquía ante su inminente martirio (Epistola ad Romanos, 4,1), nos permiten comprender cómo, en el testimonio supremo dado por la verdad de la fe, están siempre presente de manera contemporánea el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. En el misterio de la salvación, la sangre de los mártires es siempre Vida..

El testimonio de los cristianos se asemeja siempre con el misterio de grano de trigo: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quda él solo; pero si muere da mucho fruto" (Jn 12,24). Cristo, en la víspera de su pasión, anuncia su glorificación a través de la muerte: Él es la semilla que muriendo ha dado frutos de vida inmortal. Y siguiendo los pasos del Rey crucificado, sus discípulos en el transcurso de los siglos del tiempo se han convertido en testigos innumerables "de toda nación, raza, pueblo y lengua": después de los Apóstoles, tantos confesores de la fe, sacerodtes, religiosos, laicos, han sido heraldos valerosos del Evangelio, servidores silenciosos del Reino, "a menudo desconocidos – como escribe el Santo Padre en la Carta apóstolica "Tertio millennio adveniente" - casi militi ignoti de la gran causa de Dios" (número 37).

En todos los períodos de la historia de la Iglesia si ha vuelto a verificar la palabra de Tertuliano: la sangre de los mártires es una semilla (cfr. Apologetico, n. 50). "La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires – afirma el Papa en la Carta antes mencionada -, (…). Al finalizar el segundo milenio, la Iglesia se convirtió nuevamente en la Iglesia de los mártires" (Ibidem.).

De esto trataremos en la vigesimonovena videoconferencia teológica internacional, que tiene por tema: "El martirio y los nuevos mártires".

En las intervenciones de los teólogos se pondrá de manifiesto que la sangre de los mártires ha hecho posible, por la sempiterna voluntad salvífica de Dios Padre, la defensa y la continuidad en el mundo, en nuestro tiempo y nuestra historia, de la Vida de su Hijo Unigénito. La sangre colocada en los dinteles y la jambas de las puertas de los israelitas lo que los protegió aquella horrible noche en Egipto del exterminio del ángel de la muerte (cfr. Es 12,7.12). Nuevamente, la sangre de los santos mártires Inocentes, los recién nacidos, podríamos decir que se trataba de los coetáneos de Jesús, protegió de la muerte al nuevo Pueblo de Dios, la Igleisa naciente, que acogía, sin darse cuenta, la nueva Vida divina a penas esbozada. Pero aquello sólo era un figura y una anticipación de otra sangre, la de Cristo, portadora de la salvación definitiva. En Él, este misterio de la sangre se realiza plenamente.

"No se dará ningún signo que no sea el signo de Jonás" dijo el Señor. E lsigno de Jonás es Cristo crucificado, y lo son también sus testigos que han completado "lo que falta a los padecimientos de Cristo" (Col 1,24). Su sacrificio, asociado al de Cristo, es de tal manera que la historia de nuestra salvación lleve consigo siempre el sello indeleble de la sangre del Redentor, portadora de vida eterna.

De esta manera, los ponentes de esta videoconferencia nos introducirán en el redescubrimiento de la dimensión cristológica y eclesiológica del martirio: el seguimiento de Cristo se convierte en ley de fecundidad espiritual en la Iglesia. Todas las grandes realidades eclesiales nacen de la humilde semilla del martirio. La vida de San Pablo es en este sentido paradigmática. El éxito de su misión no fue fruto de un gran arte para la retórica o de la prudencia pastoral: la fecundidad está en relación con el sufrimiento, con su comunión con la pasión de Cristo (cfr. 1 Cor 2,1 ss.; Gal 4,12-14).

En las ponencias que vienen a continuación, oiremos hablar también de los nuevos mártires del siglo XX, y nos quedará claro que la ley de la fecundidad apostólica del mártir es ley de la expropiación de su yo. EI testigo cristiano no se busca a si mismo, no quiere aumenta su poder de extender su dominio sobre las realidades mundanas, no busca que se le oiga por sí mismo porque no habla en nombre propio, sino que sirve al bien del hombre, dando espacio a Aquel que es la Vida. Esta expropiación del yo personal ofrecido a Cristo para la salvación de los hombres, sigue siendo hoy, en este tercer milenio, el fundamento de la eficacia de la nueva evangelización.

Entenderemos que el martirio es siempre el fruto de una respuesta radical a una gracia especial de Dios. No es el fruto de una improvisación humana, un episodio accidental de una vida replegada sobre sí misma, de una vida vivida en la mediocridad o calculando los beneficios propios, sino que es manifestación extrema de una existencia que ha sabido darse habitualmente. El martirio es epifanía de una existencia libre, en comunión con Dios y con los hombres (cfr. Concilio Vaticano II, Cost. past. Gaudium et spes, n. 24).

Con esta perspectiva en mente, entendemos también las palabras escritas por Dietrich Bonhoeffer, teólogo mártir en los campos de concentración nazis, que en la Navidad de 1943 compuso una plegaria para otros presos, en forma de poesía, conocida con el nombre de "la oración de la mañana". He aquí algunos versos: "Estoy solo, pero tu no me abandonas;/ estoy asustado, pero junto a ti tengo auxilio,/ estoy inquieto pero junto a ti está la paz;/ …no entiendo tus caminos, pero tú conoces mi camino" ("Resistenza e resa" a cura di A. Gallas, Ed. Paoline, Cinisello Balsamo, año 1988, p. 238).

Agradeciendo, como es habitual, a los invitados, recuerdo que sus intervenciones se llevan a cabo en conexión directa, desde dieciséis naciones de los cinco continentes. Las reflexiones se harán desde Roma, desde la Sede de la Congregación para el Clero, por parte del Prof. Jean Galot, del Prof. Bruno Forte, del Prof. Antonio Miralles y del Prof. Paolo Scarafoni.

Intervendrán además, desde Manila el Prof. José Vidamor Yu; desde Taiwán el Prof. Louis Aldrich; desde Johannesburgo rl Prof. Graham Rose; desde Bogotá el Prof. Silvio Cajiao; desde Regensburgo S.E. Gerhard Ludwig Müller; desde Sydney S.E. Julian Porteous; desde Madrid el Prof. Alfonso Carrasco Rouco; desde Moscú el Prof. Ivan Kowalewsky. Os auguro a todos una buena conferencia.

El testimonio por Cristo y su Iglesia hasta la muerte. Bruno Forte, Roma.

La Iglesia, como comunión de los santos, incluye no sólo a quienes, santificados por el bautismo, recurren continuamente a las fuentes de la gracia para volver a ser lo que habían sido en el agua de la salvación, sino también a quienes ya han cumplido su éxodo sin retorno y ahora viven en el gozo de la luz sin ocaso de Dios: entre ellos resplandecen en primer lugar los mártires, es decir, quienes han dado testimonio de su amor a Cristo y su fidelidad a Su Iglesia hasta la ofrenda suprema de su vida. Para quienes peregrinamos en el tiempo, la presencia de los mártires es un modelo y una ayuda, como siempre y renovadamente tenemos necesidad de su ejemplo y ayuda, la Iglesia nos indica incesantemente a los santos mártires como modelos e intercesores necesarios. Los mártires son los compañeros de ruta que embellecen el camino, porque, si al igual que nosotros han sido expertos en humanidad, ahora son también expertos en la paz futura, y saben guiarnos mejor hacia Dios, otorgándole la primacía absoluta en nuestro corazón y nuestra vida.

Varias son las razones por las que la Iglesia venera a los mártires y los indica como ejemplo del Evangelio vivido. La primera es la motivación teológica: si "la gloria de Dios es el hombre vivo" (s. Ireneo: gloria Dei vivens homo), es decir, el hombre plenamente realizado según la voluntad del amor eterno, reconocer entonces el cumplimiento pleno de la vida y el amor en una criatura humana, a pesar de su fragilidad y limitación, significa confesar las maravillas del Señor. Dios es glorificado en sus mártires: en ellos, resplandece la belleza inagotable del Altísimo; en ellos, Dios vuele a hablar de sí como amor preferible a todo otro amor. Y, puesto que la riqueza de la caridad eterna es infinita, tampoco tendrán fin sus reflejos posibles: la fantasía y la creatividad de la santidad que se expresan en el martirio no tienen límites, hasta tal punto que cada mártir es una nota y un acento nuevo en la sinfonía de alabanza de la Iglesia. Por eso, así como la comunidad de los creyentes no puede dejar de cantar las alabanzas del Dios vivo, de la misma manera no deja de confesar la gracia del martirio y de volver la mirada hacia aquellos cuya vida y muerte han sido una alabanza viva de la gloria eterna: hacerlo es una exigencia del amor, una necesidad de agradecimiento y glorificación al Santo en sus santos, en particular en quienes han cantado su gloria con la elocuencia silenciosa de la ofrenda de la vida, prefiriendo a la misma vida la dignidad y la belleza de la vida entregada a Él.

El segundo motivo de la veneración especial de los mártires es de carácter antropológico: el mártir demuestra con la enseñanza irreprochable de su muerte la manera en que la "visión de Dios es la vida del hombre" (s. Ireneo: vita hominis visio Dei), es decir, revela de qué manera la vida alimentada por la gracia abre a la existencia humana potencialidades extraordinarias, permitiéndole a la persona la realización plena del deseo del Dios vivo, impreso en lo profundo de su ser. La santidad del martirio manifiesta las posibilidades infinitas a las que Dios llama al hombre: y si la Iglesia no cesa de celebrar la gloria de los mártires, lo hace también para recordarle al hombre sus potencialidades ocultas e inagotables, los senderos múltiples y distintos que puede seguir para construirse a sí mismo, denunciando así la miopia de todo prejuicio ideológico que pretenda constreñir a los seres humanos a esquemas abstractos fijados por escrito e impuestos eventualmente con la fuerza. El martirio es una protesta contra las masificaciones, los totalitarismos, las seducciones de la fuerza, en nombre de la libertad y la riqueza del corazón del hombre y sus posibilidades. Es el anuncio de la posibilidad imposible del amor brindado a quien cree en Jesús Señor y Cristo y por Él ha querido dar no sólo algo de sí, sino a sí mismo, sin reservas ni condiciones.

El tercer motivo de la atención especial que la fe de la Iglesia dedica a los mártires deriva del hecho que reconoce en ellos a las figuras de nuestra esperanza: en los mártires ya se ha cumplido lo que para nosotros aún no se realizado. Ellos son la demostración de que la promesa de Dios no tiene retorno y se realiza a través de la historia humana: a quien es peregrino en el exilio, el mártir da testimonio de la belleza de la patria, de su ser amable, más allá de todo. Este amor puro a Dios y al horizonte último que Él nos hace vislumbrar y alcanzar, no conduce de ninguna manera a huir del tiempo presente, sino por el contrario, nos ayuda a vivirlo con el espíritu y el corazón de los testigos de la esperanza, que, incluso en el dolor presente, saben obtener la paz y la libertad del mañana prometido. Y, puesto que está siempre viva la tentación de renunciar a la esperanza y perder el sentido que da su valor al camino, la atención constante y siempre nueva hacia los mártires tiene para la Iglesia el sentido de volver perdurablemente a dar razón de nuestra esperanza (cfr. 1 P 3,15). En los mártires resplandece ya la luz de la meta: llega de ellos el estímulo a creer en la posibilidad humanamente imposible, que sólo Dios puede realizar.

Por último, de la historia, de su penoso devenir, de la alternancia de los tiempos y las necesidades, le llega a la Iglesia el estímulo para venerar a los mártires e indicar su valor ejemplar: el mártir es un mensaje escrito en la tabla viva de los corazones, que sabe hablar con especial intensidad a las distintas situaciones históricas. Y, puesto que el redescubrimiento de un mártir del pasado, arroja a menudo una luz nueva sobre los problemas candentes de nuestra época presente, de la misma manera, una atención renovada a los mártires puede ofrecer a una época, a un concreto contexto, una palabra de vida más fuerte que muchos otros mensajes. Los mártires todavía hablan y siguen hablando para nosotros con voces de la única Palabra de Dios, que en ellos se ha hecho acontecimiento, vida, participación compartida. Oír ese mensaje, tan nuevo, y, sin embargo, tan antiguo, exige un corazón acogedor, que sepa tener el sentido de las cosas de Dios y que se abra a Él en la invocación de la oración: el mártir enciende por contagio en los corazones la pasión por la verdad, sin la cual no es posible encontrar el sentido de la vida ni las razones para prodigarla para los demás con generosidad, en las elecciones concretas de cada momento.

Precisamente, por la riqueza de significado que tiene el testimonio dado a Cristo y a su Iglesia hasta la muerte, es hermoso llegar a escuchar la voz de un mártir, que puede decirnos, desde su cátedra sin mancha, mucho más y mejor de lo que otros han logrado decir sobre el valor y la actualidad del martirio. En la noche del 26 de marzo de 1996, siete monjes de la abadía trapense de Tibhirine en Argelia fueron raptados. Durante dos meses nada se supo de ellos. El 21 de mayo, un comunicado sobrecogedor de los fundamentalistas islámicos anunciaba: "Les hemos cortado las gargantas a los monjes". El día 30 del mismo mes, fueron hallados los cadáveres. Se trataba de una muerte anunciada, que estos monjes habían podido prever en la fe. Lo atestigua el testamento espiritual de su prior, el hermano Christian de Chergé, espléndido ejemplo de cómo el martirio es el coronamiento de toda una vida de fe y amor a Cristo y a su Iglesia: "Si un día me aconteciera -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que actualmente parece querer alcanzar a todos los extranjeros que viven en Argelia, quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida ha sido donada a Dios y a este país. Que aceptaran que el único Señor de todas las vidas no podría permanecer ajeno a esta muerte brutal. Que rezaran por mí: ¿cómo ser digno de semejante ofrenda? Que supieran asociar esta muerte a muchas otras, igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato. Mi vida no vale más que otra. Tampoco vale menos. De todos modos, no tengo la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal que, ¡desgraciadamente!, parece prevalecer en el mundo y también del que podría golpearme a ciegas. Al llegar el momento, querría poder tener ese instante de lucidez que me permita pedir perdón a Dios y a mis hermanos en la humanidad, perdonando al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiere golpeado. No podría desear una muerte semejante. Me parece importante declararlo. En efecto, no veo cómo podría alegrarme del hecho de que este pueblo que amo fuera acusado indiscriminadamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto para la que, quizá, sería llamada la gracia del martirio, que se la debiera a un Argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice que actúa por fidelidad a lo que supone que es el Islam. Sé de cuánto desprecio han podido ser tachados los Argelinos, en su conjunto, y conozco también qué caricaturas del Islam promueve cierto islamismo. Es demasiado fácil poner en paz la conciencia identificando esta vía religiosa con los integralismos de sus extremismos. Argelia y el Islam, para mí, son otra cosa, son un cuerpo y un alma. Me parece haberlo proclamado bastante, sobre la base de lo que he visto y aprendido por experiencia, volviendo a encontrar, tan a menudo, ese hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primera Iglesia inicial, justamente en Argelia, y ya entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes. Evidentemente, mi muerte parecerá darles razón a quienes me han tratado sin reflexionar como ingenuo o idealista: ¡Que diga ahora lo que piensa! Pero estas personas deben saber que, por fin, quedará satisfecha la curiosidad que más me atormenta. Si Dios quiere, podré, pues, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto con Él a sus hijos del Islam, así como Él los ve, iluminados todos por la gloria de Cristo, fruto de su Pasión, colmados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias. De esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios porque parece haberla querido por entero para esta alegría, por encima de todo y a pesar de todo. En este "gracias", en el que ya está dicho todo de mi vida, os incluyo a vosotros, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto con mi madre y mi padre, mis hermanas y mis hermanos y a ellos, ¡céntuplo regalado como había sido prometido! Y a ti también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo, sí, porque también por ti quiero decir este "gracias" y este a-Dios en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos. Amén. Inch’Allah" (Padre Christian M. de Chergé, Prior del monasterio de Nôtre-Dame del Atlas en Tibhirine, Argelia: Argel, 1° de diciembre de 1993 - Tibhirine, 1° de enero de 1994).

¿Qué valor tienen los mártires en una sociedad secular?. S.E. Julian Porteous. Sydney.

En toda consideración de los temas cristianos en los tiempos actuales, debemos aceptar el hecho de la secularización del pensamiento y de la visión del mundo que impregna la cultura contemporánea. El Cardenal Walter Kasper ha señalado la contribución de la fe judeocristiana a la hora de "distinguir claramente y sin ambages entre Dios, el Creador, y el mundo en cuanto creación."

La naturaleza secular de la creación es un bien que implica a todas las personas humanas y por tanto a la sociedad humana. Los primeros capítulos del Génesis demuestran la sublime dignidad de las personas humanas a las que "Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por si mismas, de ser causas y principios unas de otras, y de cooperar así en la realización de su designio." El Génesis sigue relatando la acción de gracias que surge espontáneamente en el corazón humano puesto que el hombre participa en la construcción de la sociedad humana. Abel, el hombre justo, recoge el fruto de su afán y lo ofrece como acción de gracias a su Creador. Su trabajo y su vida están cargados de sentido porque está orientado hacia el Creador.

Pese a que es esencial comenzar por reconocer la bondad de la naturaleza secular de la creación, una antropología correcta exige también que atemperemos esta afirmación con el reconocimiento del misterio del pecado. Caín ofrece su sacrificio con un corazón diferente. Ha apartado sus ojos del centro de su vida, su Creador. Perdiendo de vista a su Creador, Caín, humanidad caída, se pierde de vista a si mismo. Surge el drama de la ruptura entre fe y moralidad. Muchas personas viven hoy "como si Dios no existiese."

En 1882 Fredrick Nietzche plantea proféticamente en La Gaya Ciencia las cuestiones de cómo debe vivir la sociedad esta moralidad sin fe en un mundo secular en el que ‘Dios ha muerto’:

Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vació? ¿No hace más frío? ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche?

Al haber matado el misterio de Dios en el hombre, éste descubre sin sospecharlo que al hacerlo ha matado también el misterio de su propia humanidad. Se enfrenta a la falta de sentido, el nihilismo, no solo del mundo sino también de su propio yo. Sin embargo, el hombre ha sido creado con una inmortalidad que está impresa en su propia carne. Es este el tremendo grito de Ireneo en respuesta a los gnósticos: Caro capax dei; ¡carne con capacidad para Dios! El hombre aborrece el vacío. Incluso si la fe y la moral se han quebrado el hombre busca construir una nueva moral para vivir sin sentido en su mundo secular; pero sin un sistema de fe se enfrenta constantemente con los planteamientos de Nietzche que hemos mencionado anteriormente. La moral sin el sustrato de la fe está condenada a terminar en pragmatismo, relativismo y en un inevitable nihilismo.

Este es el problema pastoral que el Papa Juan Pablo considera que es al que se enfrenta la Iglesia de hoy: "Esta separación [de fe y moralidad] constituye una de las preocupaciones pastorales más agudas de la Iglesia en el presente proceso de secularismo, en el cual muchos hombres piensan y viven como si Dios no existiera. Nos encontramos ante una mentalidad que abarca —a menudo de manera profunda, vasta y capilar— las actitudes y los comportamientos de los mismos cristianos, cuya fe se debilita y pierde la propia originalidad de nuevo criterio de interpretación y actuación para la existencia personal, familiar y social."

En Veritatis Splendor el Papa subraya la consecuencia de esta trágica separación de la fe de la moral: la relación entre la libertad y la verdad se convierte en ruptura en el fuero interior de la persona humana. Una vez que "este vínculo esencial entre Verdad, el Bien y la Libertad" queda destruida, el hombre se descubre a sí mismo enfrentado a la dramática posición de Pilatos cuando se pregunta "Qué es la verdad" y actúa como si no existiese esa verdad; se sumerge en una cultura de la muerte, y ya no sabe "quién es, de dónde viene y hacia dónde va." Es precisamente en esta experiencia donde el Papa sitúa a la misión de la Iglesia para nuestros días, y para la salvación del mundo. No hay otra vía que Cristo. La misión de la Iglesia es conducir a la humanidad de vuelta hacia Cristo, y así llevar a la humanidad a redescubrir el esplendor de la humanidad.

Es justamente en esta situación de la sociedad secular actual donde se descubre el valor de los mártires. Los mártires se yerguen como testigos de la belleza de la vida vivida según la fe y el bien moral, y por ello, en libertad y según la verdad.

Han habido algunos signos positivos de la aspiración por una vida de fe, bondad y verdad mostrados por los jóvenes en particular. Un ejemplo claro de ello ha sido el cine. En el mundo de lengua inglesa (y más allá de todas las responsabilidades) estos valores eternos se han visto reanimados en los últimos cuatro años a través de la trilogía de Tolkien El Señor de los Anillos estrenada cada año. J.R.R. Tolkien presenta una antropología y teología católicas muy correctas. El mundo de ficción que crea es una historia de salvación. El supremo sacrificio de Gandalf y el arrepentido Boromir reaviva los sentimientos que el joven ha podido experimentar en el pasado rememorando las vidas de los santos y mártires. Ha sido esperanzador ver a tantos jóvenes, incluso a aquellos que no estaban predispuestos a la lectura en la era de los juegos de ordenador, encarar un libro de más de 1000 páginas con entusiasmo. Esta aspiración de la humanidad, y en particular de los jóvenes, por estos valores espirituales recibió la confirmación de la inesperada respuesta este año con la pelicula La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Parece que este es un tiempo idóneo para la revitalización de la antigua tradición de la Iglesia para presentar y retomar el relato de los Hechos de los Apóstoles.

El tercer domingo de Pascua, 7 de mayo de 2000, el Papa y los líderes cristianos y representantes de otras comunidades cristianas oraron juntos en el sitio donde dieron testimonio los primeros mártires, el Coliseo de Roma para conmemorar el testimonio de fe en el siglo XX. En aquella ocasión el Papa declaró: "En el siglo y el milenio que acaba de comenzar, el recuerdo de estos hermanos y hermanas nuestros sigue estando vivo. De hecho, ¡que siga siendo fuerte! ¡Transmitámoslo de generación en generación, de modo que de él brote una profunda renovación cristiana! ¡Guardémoslo como un tesoro de inconmensurable valor para los cristianos del nuevo milenio, y que se convierta en levadura para traer a todos los discípulos de Cristo a una total comunión!" Los tiempos que corren parecen apropiados para contarle a esta generación el testimonio de Verdad, Bien y Libertad dado por los mártires del siglo XX y ya del siglo XXI.

El valor de los mártires para la sociedad secular se funda en la convicción de la necesidad de salvación de Jesucristo. Gaudium et Spes ha sentado las bases de la única antropología auténtica en Jesucristo: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación." (número 22) Para que el hombre y la mujer seglares no pierdan el camino de fe que los reoriente continuamente hacia la fuente y objetivo final, el Creador, revelado en Jesucristo como su Padre.

Una auténtica fe vivida en la verdad es la base para que la humanidad supere en estos días la dicotomía entre verdad y libertad. La lógica de la fe conduce a una vida vivida en la unidad de la verdad y la libertad porque la fe posee un contenido moral. Es precisamente aquí donde el testimonio de los mártires encuentra su valor sublime, como dice el Papa en Veritatis Splendor: "A través de la vida moral la fe llega a ser confesión, no sólo ante Dios, sino también ante los hombres: se convierte en testimonio" El mayor testimonio que se puede dar es el don total de uno mismo. Este es el regalo que cada mártir hace a la humanidad, como testimonio de la verdad de Cristo.

Sin embargo, la palabra ‘mártir’ ha sufrido un cambio en su significado en las últimas décadas. Muy a menudo en los medios de comunicación se asocia el término con el uso del cuerpo humano como arma como por ejemplo con explosivos pegados al cuerpo o mediante algún vehículo dirigido hacia un punto concreto para que explote. Esto lo lleva a cabo la persona en un acto de libertad y a veces también en el nombre de Dios; pero esta libertad no está en conexión de la Verdad. La verdad fundamental es que Dios es Creador y por ello esencial para la vida. Las diez palabras de Vida, el Decálogo, sigue vigente como ley perenne e inviolable del orden moral. El debilitamiento de la relación entre la fe y la moral conduce a la libertad desarraigada de su relación esencial con la verdad. Pese a que los llamados ‘mártires’ modernos usen sus cuerpos como armas para este sacrificio supremo libremente, no se trata de una libertad auténtica. Es un tipo de libertad que esclaviza a la persona humana en su finalidad y lo envuelve en una actitud fundamental de odio que contribuye solamente con la creación de la cultura de la muerte; mientras que el Papa Juan Pablo indica en Veritatis Splendori que "En virtud de esta adoración llegan a ser libres. Su relación con la verdad y la adoración de Dios se manifiesta en Jesucristo como la raíz más profunda de la libertad" (número 86).

El mártir cristiano hace que la verdad de la persona humana, actuando con libertad auténtica, brille en todo su misterio, dando testimonio del significado nupcial del cuerpo humano. Jesucristo reveló este significado pleno en la Cruz. En vez de usar su cuerpo como arma, lo entregó como un don. Permitió que su cuerpo pusiese fin a la violencia, el odio y el pecado. Permitió que su cuerpo fuese sacramento de reconciliación para toda la humanidad. Ofreció su cuerpo a la humanidad en un impulso de amor y perdón a los enemigos. La resurrección de su cuerpo revela el más elevado llamado de la humanidad. "El testimonio de Cristo es la fuente, modelo y medio para el testimonio de sus discípulos, que están llamados a caminar por el mismo camino: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9, 23)" (Veritatis Splendor número 89).

En el capítulo 92 de Veritatis Splendor se describen los tres servicios fundamentales que los mártires hacen a su tiempo.

Primero, "En el martirio, como confirmación de la inviolabilidad del orden moral, resplandecen la santidad de la ley de Dios y a la vez la intangibilidad de la dignidad personal del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Es una dignidad que nunca se puede envilecer o contrastar, aunque sea con buenas intenciones, cualesquiera que sean las dificultades. Jesús nos exhorta con la máxima severidad: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?" (Mc 8, 36).

Segundo, "El martirio demuestra como ilusorio y falso todo significado humano que se pretendiese atribuir, aunque fuera en condiciones excepcionales, a un acto en sí mismo moralmente malo." Lo desenmascara como a una "violación de la "humanidad" del hombre" tanto el victimario como la víctima. Por ello es que da testimonio de la verdad de que una persona solo consigue la plenitud de la humanidad trascendiéndose a sí misma. Los mártires cargan en sus cuerpos con la muerte de Jesús de modo que los demás, incluidos los perpetradores de un crimen contra ellas puedan tener la posibilidad del encuentro con la gracia de la resurrección que obtiene la vida a partir de situaciones de muerte.

Tercero, "el martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia…Semejante testimonio tiene un valor extraordinario a fin de que no sólo en la sociedad civil sino incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga en la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la confusión del bien y del mal, que hace imposible construir y conservar el orden moral de los individuos y de las comunidades."

Hace casi treinta años el Papa Pablo VI indicó que una de las características de nuestra época era que "el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan —decíamos recientemente a un grupo de seglares—, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio." Hemos ya indicado que los jóvenes se ven atraídos por historias que relatan la belleza del espíritu humano que lucha por la verdad y la libertad, para conquistar el mal con el bien. No necesitamos referirnos a la ficción para alimentar este anhelo del corazón humano. Dios ha dado testimonio de estos valores trascendentes y perennes en nuestros tiempos. Las diversas situaciones, culturas y lugares en las que los mártires de los siglos XX y XXI han dado su testimonio son emocionantes, como es el caso del testimonio ecuménico de aquellos mártires que conforman la herencia común de los católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes.

El reto para la Iglesia es preservar y volver a narrar los acontecimientos de estos mártires modernos con un lenguaje y unos medios que comprometan a la gente de hoy. Todo esto forma parte de la nueva evangelización que "comporta también el anuncio y la propuesta moral."

Los mártires de la guerra civil en España. Alfonso Carrasco Rouco. Facultad de Teología "San Dámaso". Madrid.

La historia precedente a la guerra civil española, particularmente los hechos sucedidos durante la revolución de 1934, junto con el inicio de una destrucción sistemática de la Iglesia, en sus personas y en las formas de su presencia pública –desde el patrimonio artístico hasta sus obras caritativas o sociales–, desde los primeros días de la guerra civil, han permitido llegar a la conclusión de la existencia entonces de programas "políticos" destinados a conseguir la desaparición de la Iglesia de la nueva sociedad española.

El primer año de la guerra, comenzada en julio de 1936, se convirtió así en un periodo de persecución absolutamente extraordinaria, en que se buscó la muerte de aquellas personas que eran el sostén de la Iglesia y, por tanto, en primer lugar, del clero; pero donde murieron también muchos religiosos y fieles laicos, particularmente aquellos que se habían significado en movimientos o actuaciones apostólicas católicas. Ello sucedió en un ambiente cargado de odio y propaganda; pero muchas veces pudo percibirse la frialdad de la decisión de matar a alguien sólo por "ser cura", y más si era apreciado y querido por el pueblo.

Las cifras globales de los muertos por el odium fidei en la guerra civil española no se conocen con exactitud, debido sobre todo a la dificultad del caso de muchos fieles laicos. La existencia de muertos por causas de otro género, políticas o personales, dificulta también llegar a precisión plena. Es posible, en cambio, conocer las cifras referentes al clero y a los religiosos: al menos 4184 asesinados del clero secular, incluidos seminaristas, doce obispos y un administrador apostólico, 2365 religiosos y 283 religiosas. Así, por ejemplo, en la diócesis de Barbastro de 140 sacerdotes quedaron 17; en Madrid murió el 30% del clero, en Toledo el 48%. En Valencia se destruyeron total o parcialmente 2300 templos, en Barcelona quedaron dañados todos menos diez, etc.

Los procesos para el reconocimiento oficial de estos mártires de la Iglesia en España siguen su curso. Su presencia y testimonio, sin embargo, han fundamentado el renacer de la Iglesia tras la guerra y acercado a la sociedad española la gracia de la reconciliación.

Pues su testimonio se inscribe muy nítidamente en el drama entonces vivido en España. Muchos sufrieron y murieron dedicando sus últimas palabras a Cristo Rey, único verdadero Señor, en contraposición con las pretensiones de ideologías y poderes políticos totalitarios, presentes entonces en Europa y que, en España, en formas comunistas o anarquistas, pretendieron someter sus conciencias y hacerles blasfemar de Dios y negar a Jesucristo. Otros dedicaron sus últimas palabras precisamente a la misericordia y al perdón, en imitación del ejemplo dado por Cristo en la cruz y seguido ya por el primer mártir, San Esteban. Muchos testimoniaron hasta el final su amor a la propia vocación y a la Iglesia, no queriendo abandonar su misión, permaneciendo al lado de sus hermanos en el peligro, despidiéndose de ellos con fe y esperanza firmísima de encontrarse de nuevo en la vida verdadera de los cielos.

En todo ello, dieron de muchos modos el testimonio mayor de amor al Señor, poniendo de manifiesto la grandeza de su gracia, que triunfaba en su humana debilidad, así como la hondura de las raíces de su fe, que pudo florecer así en la persecución y cuya fortaleza confortó y sostuvo la fe de muchos otros. Y dieron un testimonio decisivo de amor a los hermanos, a los amigos y a los enemigos. De este modo, su martirio se convirtió en una luz extraordinariamente necesaria para que la Iglesia, y con ella la sociedad española, encontrara en medio de tan gran oscuridad el camino de la reconciliación y de la paz.

Esta multitud de mártires constituyen hasta el día de hoy para la Iglesia en España motivo de grandísima alegría y de agradecimiento al Señor, que salva a los sencillos y a los humildes, enalteciéndolos de modo admirable; que levanta al desvalido, vejado, dolorido y muerto a la gloria más grande, uniéndolo a Él mismo, la piedra que desecharon los constructores y es ahora la piedra angular, en la edificación de la verdadera ciudad de los hombres, la Jerusalén que viene de arriba, lugar de libertad y de vida victoriosa sobre la muerte.

Los frutos del martirio. Michael Hull. New York.

La Iglesia ha mantenido siempre que a aquellos que reciben el martirio a causa de la fe sin haber recibido el sacramento del Bautismo se les conceden los beneficios del Bautismo. El martirio es el testimonio final de Jesucristo y de la verdad de la Fe católica. Es el acto supremo de la virtud cardinal de la fortaleza. Los frutos del martirio son tanto individuales como comunitarios. A nivel individual, el mártir da un testimonio prístino de Jesucristo y por ello se asegura su unión con el Redentor a través de una estrecha identificación con el mismo sufrimiento y muerte del Señor. A nivel comunitario, el acto del martirio es eficaz para todo el mundo puesto que se lo percibe como al acto de una persona que entrega su vida a imitación del Salvador del mundo.

El término "mártir" tiene su raíz en el término griego martus que significa "testigo." Ha entrado en la lengua inglesa a través de las referencias hechas en Hech 1:8 y 22, en los que la identificación con el testimonio del Señor en cuanto a la difusión de la fe está estrechamente relacionada con el sufrimiento y la muerte por la fe. El mártir en cuanto tal, por lo tanto, es aquella persona que sigue siendo leal hasta el final porque sabe cuál es el fin propio del hombre: conocer, amar y servir a Dios en este mundo para alcanzar la felicidad con El en la vida eterna. Por esta razón, la Iglesia ha venerado a sus mártires desde los primeros días hasta la actualidad con gran devoción. A partir de finales del siglo segundo, la fecha de la muerte del mártir se celebraba en su tumba como una natividad en los cielos, lo que llevó a la construcción de iglesias encima de estos lugares. De la misma forma, en la liturgia romana, los mártires están ubicados en las primeras filas, antes de todos los demás santos, vestidos con el color rojo de la liturgia que pone de manifiesto la naturaleza sangrienta de su sacrificio. Así, San Ignacio de Antioquia escribió tan anhelante sobre su inminente martirio en la Epístola a los romanos: "Dejad que me devoren las bestias, que es mi manera de llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y debo ser molido por los dientes de las bestias salvajes, para que pueda llegar a ser el pan puro de Cristo" (4.1).

Desde los primeros tiempos de la Iglesia, se ha reconocido que la sanguis martyrum est semen Christianorum—la sangre de los mártires es la semilla de los cristianos. La sangre de los mártires de la Iglesia primitiva produjo no solamente la conversión de millones de personas, sino también el fortalecimiento de la fe de millones de personas. En su carta apostólica Tertio millennio adveniente, Juan Pablo II nos recuerda que la sangre de los mártires no es un fenómeno exclusivo de la Iglesia primitiva. "Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes —sacerdotes, religiosos y laicos— han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo" (número 37). Los frutos de ese martirio producirá un aumento de las conversiones al catolicismo y una intensificación de la práctica de la fe entre los católicos. Nada mueve más al espíritu que la imitación clara de Cristo que se encuentra siguiéndolo en su sufrimiento hasta la muerte, con la firme convicción de compartir su resurrección. Los frutos del martirio nos rodean por todas partes. Porque en un mundo presa del pecado y la desesperanza, seguimos encontrando católicos que se regocijan ante la posibilidad de sufrir la "humillación por el bien de su nombre" (Hch 5:40).

Para los católicos, como personas y como comunidad, el martirio nos da esperanza en nosotros mismos. En su sacrificio vemos la inspiración del Espíritu Santo que Jesús prometió a los Apóstoles como la facultad mediante la cual serían sus testigos, sus mártires, hasta el fin de los días (Hch 1:8). Es el mismo Espíritu Santo que nos sigue guiando, si tenemos la fortaleza, para ser la semilla de los cristianos.

La contribución de los mártires en la evangelización de América Latina. Silvio Cajiao. Bogotá.

"Entre sus Santos "la historia de la evangelización de América reconoce numerosos mártires, varones y mujeres, tanto Obispos, como presbíteros, religiosos y laicos, que con su sangre regaron [...] [estas] naciones. Ellos, como nube de testigos (cf. Hb 12,1), nos estimulan para que asumamos hoy, sin temor y ardorosamente, la nueva evangelización". Es necesario que sus ejemplos de entrega sin límites a la causa del Evangelio sean no sólo preservados del olvido, sino más conocidos y difundidos entre los fieles del continente." (EA No. 15)

Con estas palabras su Santidad Juan Pablo II en su exhortación apostólica Ecclesia in America nos está haciendo la recomendación de recordar que ante todo el anuncio de Jesucristo es martirial, se deriva de esto el reconocer como don de Dios a su Iglesia esa "nube de Testigos" que como nos dice también el Vaticano II en la Constitución Lumen gentium No. 42 dentro del capítulo quinto correspondiente a la vocación universal a la santidad dentro de la Iglesia tienen como fundamento la caridad del mismo Señor Jesús, el texto afirma: "Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el entrega su vida por El y por sus hermanos (cf. 1 Io 3,16; Io 15,13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores. Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a El en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor. Y, si es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia."

Ha sido claro para la Iglesia que esta efusión de sangre ha de ser ante todo por la confesión de fe en Jesucristo, o el así llamado odio hacia la fe que llega incluso a infligir la persecución, el destierro, la muerte esto es lo que la Iglesia considera martirial. Pero nos recuerda el Vaticano II en su Constitución Gaudium et spes dentro del marco del capítulo primero sobre la dignidad de la persona humana en el No. 21 en que se lee la actitud que ha de tener la Iglesia ante el ateísmo y cómo este se combate mediante una adecuada exposición de la doctrina, un hacer presente la vida trinitaria en una continua purificación y aquí nos dice: "Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe, la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida incluso la profana, de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y el amor, sobre todo respecto al necesitado."

Declaran los padres conciliares que a la base del martirio están el amor extremo y la lucha denodada frente a la injusticia que sin duda en el contexto de nuestros países y en una realidad de globalización y de economía de mercado les coloca en situación de pobreza creciente. Es allí donde en la lucha por defender a los indígenas, a los desplazados, a los hombres y mujeres que se les niega la dignidad de hijos e hijas de Dios donde muchos mártires de América Latina han venido dando su testimonio destacando la prioridad del amor de Dios hacia ellos y por tanto una respuesta correspondiente a ese amor hasta la muerte.

Los mártires y el Nacionalsocialismo. Obispo Gerhard Ludwig Müller. Regensburg.

Las guerras y los regímenes totalitarios han sacudido al siglo XX. Fundamentalmente en Alemania, durante los años del régimen nacionalsocialista, la violencia, la represión y el crimen han costado la vida a millones de personas.

Los religiosos, párrocos y Obispos han sido víctima de una propaganda anticlerical y anticristiana, que se alimentaba del ateísmo y de la hostilidad hacia dios y hacia la salvación revelada en Jesucristo. Finalmente, la Iglesia y la fe se convirtieron en objetivo del terror. El condicionamiento trascendente del hombre debía dar lugar a una nueva fe, que se expresaba en el culto al Estado y al Führer. Junto a los miles de víctimas sin nombre y de los mártires por Cristo y por la Iglesia se yerguen personajes cuyos nombres se han convertido para todos en ejemplo de la violencia y el terror vividos. Alfred Delp, Padre Maximiliano Kolbe, Rupert Mayer, Edith Stein, Hermann Joseph Wehrle y Domprediger Maier. Todos ellos acabaron en la mira de sus verdugos por su propia fe y por su entrega incondicional a Jesucristo.

Fueron valerosos en la fe y en su vocación, en la misión y en sus actividades. En 1980, el Papa Juan Pablo II recordaba en Mónaco de manera muy conmovedora al Padre Ruper Mayer: "Enfermo gravemente a consecuencia de una herida grave recibida en el curso de la Primera Guerra Mundial en el momento en que administraba el viático, se puso abierta y valerosamente a favor de los derechos de la Iglesia y de la libertad y por ello sufrió las atrocidades del campo de concentración y del exilio"

Nunca más se podrán olvidar la vida y la muerte de cuantos se opusieron con su sangre, entre 1933 y 1945, al terror nacionalsocialista.

Mártires recientes de la Iglesia en Asia. Prof. José Vidamor Yu. Manila.

Jesús nació, vivió, murió y creció en Asia. Predicó, enseñó y testimonió la Voluntad del Padre en Asia, convirtiendo ese continente en una tierra de promesas y esperanzas para toda la humanidad. (Cf EA 1) La orden del Señor "vayan y hagan discípulos de todos los pueblos" (Mt 28:19) ha de ser ejecutada de ese continente.

Mártires Asiáticos:

1. Un don para la Iglesia.

El origen de la Iglesia en Asia es tan antiguo como el origen de la Iglesia misma. La religión cristiana se difundió muy rápida desde Jerusalén hasta Antioquia, antes de llegar al Occidente, en Roma. El Cristianismo llegó a las costas de India, donde San Tómas Apóstol predicó y fue martirizado, mientras San Judas Tadeo y San Bartolomeo predicaron el Evangelio en Armenia. Gracias a sus martirios, Armenia se convirtió en el primer país cristiano.

La evangelización apostólica de Siria y de las naciones arabes en el siglo 5; de China en el siglo 13 e del Pacífico desde el siglo 15 produjo testimonios y mártires de la fe cristiana. Esos ejemplos cristianos vivientes otorgan un testimonio extraordinario de vida y trabajo para el desarrollo de la Iglesia en Asia. Los más recientes santos asiáticos permitieron colocar la fe cristiana en la cuna de las más antiguas religiones y tradicciones del mundo. Su sangre fue un don para el desarrollo de la Iglesia; sus martirios fueron una profunda fuente de "enriquecimiento espiritual e medio importante de evangelización". (EA 9).

2. Inspiración para los misioneros.

Los ejemplos de los mártires cristianos; sea los proclamados por la Iglesia sea los quienes sólo son conocidos por Dios, costituyen una fuente de inspiración y ánimo para los misioneros que dedican todos sus esfuerzos a la obra de evangelización de la Iglesia en Asia. Los misioneros deberían hallar su propria inspiración aun del ejemplo de quienes vivieron aplicando los pricipios del mensaje cristiano. Juan Pablo II espera que "una muchedumbre de mártires asiáticos, viejos y nuevos, nunca cese de enseñar a la Iglesia en Asia el sentido de ser testigo del Cordero... (EA 49) El llamamiento para convertirse en "mártir" o "testigo" no es solamente un don de alguien a Dios, sino un don a la Iglesia y a Asia". "La fe en Jesús es un don que tiene que ser compartido; es el don más grande que la Iglesia pueda ofrecer a Asia". (EA10). Este don de fe conlleva dificultades, procesos, retos y toda clase de problemas hallados por lo misioneros al predicar el Evangelio entre las ricas culturas de Asia. El viaje de fe a Asia es un viaje hacia la riqueza de los sacrificios cumplidos por los mártires asiáticos. La sangre que los mártires derramaron en ese continente enseñó a los pueblos de Asia el valor de "la santidad de la vida y la prontitud de ofrecer su propria vida por el Evangelio". (EA9).

3. Nuevos horizontes para misiones hoy en día.

Hoy en día Asia ha sido bendita por mártires que inspiran la renovación de la misión. Los mártires infundieron el sentido de la misión y de la solidariedad en los corazones de los asiáticos. En India, Gonsalo Garcia y John de Birto fueron canonizados respectivamente en 1629 y 1947. Joseph Vaz fue beatificado en 1995. Japón puede contar con Paul Miki y sus compañeros: Gracia Hosakawa, Ludivico Ibaragi, Michael Kozaki y Takayama Ukon. Corea honra la memoria de más de 10.000 martirios, y en 1984 Juan Pablo II canonizó 103 mártires en Seúl. Además, hubieron homenajes a Andrew Kim Taegon, cura coreano, Chung Hasang y Kim Hyoim, líderes laicos. Las Filipinas cuentan con Lorenzo Ruiz y sus compañeros, y también con el catequista Pedro Calungsod, beatificado en el 2000. Hay más de 130.000 mártires en Vietnam; 117 de los cuales fueron canonizados en 1988: Andrew Dung Lac, Phanxico Xavier Can, Vincent Diem, Phaolo Le Bao Tinh, Phero Nguyen Khac Tu y otros. Agnes Le Thi Thanh fue beatificada en el 2000. China consta con los 120 mártires canonizados en el 2000 por Juan Pablo II: 33 de ellos eran misioneros y 87 eran chinos.

El testimonio de los mártires asiáticos impulsó la Iglesia a ser testigo auténtico del Evangelio. Esto conlleva que la Iglesia comparta las oraciones y la obra de los asiáticos, junto con todos sus dolores y alegrias; esperanzas y padecimientos.

La Iglesia en Asia está del lado de los pobres, o sea: emigrantes, pueblos y tribus indigénas, mujeres y niños y todos los quienes están siendo explotados. (EA 34).

El Martirio: un testimonio creíble para la Iglesia de África. Prof. Graham Rose. Johannesburgo.

En la década de los años sesenta, con ocasión de la canonización de los mártires de Uganda, el Papa Pablo VI recordaba las "maravillosas historias de la antigua África" que formaban parte todas ellas de aquella "lista de valerosos hombres y mujeres que dieron sus vidas por la fe." De hecho, estas historias africanas no se deben olvidar. Sin embargo, para tratar el tema del "Martirio: un testimonio creíble para la Iglesia de África", sugiero que pasemos de los antiguo a lo contemporáneo y nos preguntemos, ¿Qué tipo de martirio será creíble hoy?

Dicho de manera sencilla, la credibilidad del mártir, en todo tiempo y lugar, se ha basado en que practica lo que predica – incluso hasta la muerte. Esto se ve de manera muy especial en África – los africanos lo relacionan con un testimonio práctico que vaya más allá de las palabras y las filosofías.

Sugiero que hay tres formas particulares en las que este testimonio vivido será creíble para el pueblo africano.

I En Uganda la cuestión fundamental de los mártires era el de la castidad; en toda África han muerto cristianos porque estaban expuestos a la corrupción y la avaricia en su lucha contra la pobreza; muchos otros han muerto de forma más conocida por su lucha contra las tiranías políticas - ¡obedecían a Dios y no a los hombres! Esta lucha en favor de la Verdad del ser humano ha traído consigo a sus mártires. El testimonio de los mártires será más creíble si se centra en los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.

II Nuestra fe católica es fundamento y plenitud de la unidad fundamental de todos los seres humanos. Conocemos que en África hay muchas historias de cristianos - en Sudáfrica y Rwanda, por ejemplo – que en situación de peligro, ponen a su raza o tribu por delante de su fe cristiana. Y sin embargo, ¿cuántas historias hay en la región – que aún no se conocen – de personas desconocidas que de hecho han permanecido fieles? El martirio en África dará claro testimonio cuando tenga ese valor concreto que le permita superar las divisiones raciales y tribales que aterrorizan al continente.

III Cuando canonizó a los mártires de Uganda, el Papa Pablo VI afirmó "tampoco debemos olvidar a esas otras personas, de comunión anglicana, que murieron por Cristo". Una vez más, el testimonio de los mártires será mucho más creíble cuando dé testimonio también de la unidad de los cristianos. Esto ocurre particularmente en un continente que siempre ha estado un tanto convulsionado por la desunión de los cristianos.

Sólo he nombrado a los mártires ugandeses – pero está claro que hay otros. El Papa Pablo VI recordó las antiguas historias ocurridas en el norte del Mediterráneo. Sabemos que siempre hay más santos y mártires de los canonizados. Esto ocurre especialmente en África donde la "infraestructura" por así decirlo, requerida para el proceso de canonización está muy poco desarrollado. Reconocemos a estos anónimos mártires africanos. ¿Cuántas historias seguirán en el anonimato hasta que – como leemos en el Apocalipsis – el Cordero rompa el quinto sello? (Ap 6:9)

Sus historias surgen de sitios en los que la dignidad humana está amenazada atrozmente, donde la comunidad humana está simplemente ausente o muy frágil. Allí, el testimonio de aquellos que han muerto por proclamar la verdad del Evangelio sobre los seres humanos y su unidad en Cristo han sido, y siguen siendo, muy importantes - y creíbles.

La sangre de los mártires, semilla de cristianos. Prof. Antonio Miralles. Pont. Università della Santa Croce. Roma.

Este título está tomado casi al pie de la letra de Tertuliano, que escribía en el año 197: "La sangre [de los mártires] es semilla de los cristianos". Encontramos la misma idea ya a mitad del siglo II, en el discurso de autor desconocido dirigido al pagano Diogneto: "¿No ves que [los cristianos], arrojados a las fieras con el fin de que renieguen del Señor, no se dejan vencer? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?" (7, 7-8). Un contemporáneo de Tertuliano, Hipólito Romano escribía, durante la persecución de Septimio Severo, que un gran número de hombres, atraídos a la fe por medio de los mártires, se convertían a su vez en mártires (cfr. Comentario sobre Daniel, II, 38).

Esta convicción de fe de los primeros cristianos se basa en un fundamento sólido, porque Jesús, refiriéndose a su muerte redentora, dice: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Los mártires, pues, no han hecho más que recorrer el camino abierto por Jesús al decir de sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6).

Para el mártir, la pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una ganancia, pues gana la vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la Iglesia que recibe así nuevos hijos, impulsados a la conversión por el ejemplo del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya tiene desde hace tiempo. Juan Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año del Gran Jubileo, decía en su discurso en el Coliseo durante la conmemoración de los mártires del siglo XX: "Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de comenzar, la memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se transmita de generación en generación, para que de ella brote una profunda renovación cristiana!" (Insegnamenti, 23/1, 776).

Para comprender mejor que la muerte de los mártires es semilla de cristianos, es bueno recordar que, en la parábola de la semilla, "la semilla es la palabra de Dios", es decir, no sólo sus palabras reveladas, sino sobre todo la Palabra, con mayúscula, el Hijo que el Padre ha enviado y que el Espíritu Santo hace brotar en el corazón del cristiano, identificándolo con Cristo. Por eso, en su muerte testimonial, el mártir se identifica con Cristo. Pero también el Espíritu actúa en los corazones de quienes acogen el testimonio del mártir, que se vuelve así particularmente elocuente. Como dice el prefacio de los santos mártires: "Han atestiguado con su sangre tus prodigios".

El mártir nos ayuda a descubrir el gran valor del testimonio dado a Cristo al donar por entero la vida. Es un don que puede ser pedido a algunos en un instante, pero que se nos pide a todos día tras día, hora tra hora. Como decía s. Ambrosio, refiriéndose a su tiempo, cuando ya las persecuciones exteriores habían acabado: "¡Cuántos hoy son mártires en secreto y dan testimonio al Señor Jesús!" (Comentario al Salmo 118).

El martirio y la formación sacerdotal. Prof. Paolo Scarafoni, L.C. Magnífico Rector del Pont. Ateneo Regina Apostolorum. Roma.

"Servir": ¡Cómo aprecio esta palabra! Sacerdocio "ministerial": un término que me deja estupefacto" (Juan Pablo II, Alzatevi, Andiamo! [¡Levantaos, vamos!], 41). El presbítero tiene prioridad en el sentido de que "debe ser el primero en dar su vida por las ovejas, el primero en el sacrificio y la dedicación" (Ibídem); como hizo Cristo e, imitándolo, los apóstoles.

El Concilio Vaticano II prescribe lo siguiente para la formación del candidato al sacerdocio: "Deben comprender claramente que no están destinados al mando o a los honores, sino a entregarse totalmente al servicio de Dios y al ministerio pastoral (...) y a identificarse con Cristo crucificado" (Optatam totius 9). "Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

El martirio y el sacerdocio están íntimamente vinculados. Debiendo identificarse con Cristo Sacerdote, a través de la ordenación sagrada, los candidatos al sacerdocio deben acostumbrarse a unirse a Él, compartiendo una vida íntima y plena, que consiste, de manera especial, en:

- el ejercicio de la caridad heroica según el ejemplo de Cristo y en respuesta a su mandamiento;

- la aceptación del sacrificio y el sufrimiento como un privilegio;

- la obediencia y la humildad como imitación de Cristo;

- el alejamiento de la pereza y la comodidad de su propia vida sacerdotal.

La formación espiritual de los seminaristas debe centrarse en la identificación plena con Cristo, en especial con su pasión y muerte en la cruz por amor, cumbre de su misión y sacerdocio. El recuerdo vivo, ofrecido a los seminaristas, de los sacerdotes y obispos santos y mártires que han imitado a Cristo hasta dar su vida, contribuye a que comprendan que dicha imitación es posible, a veces hasta el heroísmo. Durante la persecución religiosa en México y luego en España, en las primeras décadas del siglo pasado, muchos sacerdotes fueron asesinados por haber sido sorprendidos en el ejercicio de su ministerio, por no haber querido abandonar al rebaño que se les había confiado.

Otro aspecto central de la formación sacerdotal en relación al martirio es la atención vigilante a las inspiraciones del Espíritu, que son exigentes y fuertemente opuestas a la pereza y la comodidad, y deben ser seguidas con exactitud y esfuerzo. La comodidad es contraria al Espíritu Santo, porque lleva al predominio del espíritu del mundo, y, en cambio, el Espíritu Santo no deja de obrar en la caridad. La disponibilidad al martirio es un don especial del Espíritu Santo, concedido a quien lo acoge con docilidad. Bajo los regímenes totalitarios del marxismo materialista ateo, el Espíritu Santo ha dado signos de su presencia viva en un gran número de obispos y sacerdotes católicos y ortodoxos, y en muchos laicos, que han enfrentado el martirio por amor a Cristo, la Iglesia y sus propios hermanos. También en el mundo materialista de hoy, el Espíritu Santo suscita sacerdotes santos que no se abandonan al espíritu del mundo y saben ofrecer la vida terrenal en la fidelidad y la caridad hasta el heroísmo, en la imitación de Cristo.

La Eucaristía es el sacrificio redentor de Cristo ofrecido por la Iglesia, la presencia real del Señor, la comunión que da frutos de purificación e identificación con Él. "En la Iglesia antigua, el martirio era considerado una verdadera celebración eucarística: realización extrema de la contemporaneidad con Cristo, del ser una cosa sola con Él" (J. Ratzinger, Introduzione allo spirito della liturgia, 55). El contacto asiduo de seminaristas y sacerdotes con la Eucaristía en la celebración y el tabernáculo posibilita cada día la ofrenda auténtica de la propia vida al Padre junto con Cristo, y alimenta el servicio y la caridad pastoral hasta el martirio. Algunos obispos y sacerdotes han sido martirizados precisamente durante la celebración eucarística y otros han unido sus propios sufrimientos al sacrificio eucarístico, celebrado en condiciones peligrosas y en el secreto de las prisiones.

María, reina de los mártires. Prof. Jean Galot, Roma.

Invocando a María como Reina de los mártires, deseamos reconocer su lugar eminente en la obra de la salvación, en cuanto esta obra suscita las ofrendas heroicas del martirio.

El valor del martirio ha sido subrayado en particular por Jesús al dirigirse a Pedro: "En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras". Y el evangelista agrega: "Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios" (Jn 21,18-19).

El anuncio hecho a Pedro nos hace comprender la importancia del martirio como don supremo que asocia al apóstol al destino de su Maestro. Jesús le había dicho a su discípulo: "Apacienta mis ovejas". Para cumplir adecuadamente su misión como pastor, Pedro estaba llamado a compartir el sacrificio de su propia vida: "El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10,11).

La predicción del martirio fue especialmente más dura para Pedro porque, en el primer anuncio de la Pasión, había reaccionado con violencia; se había rebelado y había pedido que el acontecimiento doloroso fuera borrado del programa, pero Jesús le había reprochado: "Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mc 8,32). Luego, entendió que la prueba era necesaria para el cumplimiento de la misión. El anuncio del martirio futuro confirma esta verdad.

Podemos observar que las circunstancias del anuncio suscitaron una reflexión en la mente de Pedro, con la comparación entre su suerte y la del discípulo predilecto: cuando Pedro había preguntado por Juan: "Señor, y éste, ¿qué?" (Jn 21,21), había recibido una respuesta que mostraba un destino muy distinto del martirio: "Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?".

Por voluntad de Cristo, el apóstol Juan no moriría de muerte violenta, sino que esperaría la llegada de aquel que lo había llamado y que, en el momento que él escogiera, pondría fin a su vida en la tierra.

El destino dispuesto para Juan nos demuestra que no todos los apóstoles han acabado sus vidas con el martirio. Nos ayuda a comprender mejor que no era necesario que María diese el testimonio supremo del martirio para estar plenamente unida a su Hijo en el cumplimiento de su misión redentora.

Por cierto, María ha ofrecido a Jesús la participación más elevada en la obra de la salvación y que ha dado mucho fruto para la humanidad. Pero esa participación no implicaba compartir la crucifixión. Era algo adecuado a su papel de madre. El dolor de María fue el de su corazón maternal. En este sentido, vivió el martirio, no en su cuerpo sino en su corazón.

Desde este punto de vista, María es reina de los mártires, porque en ella el martirio ha encontrado una expresión nueva, el compromiso en un dolor que toca el fondo del alma en unión con el dolor de Cristo crucificado. Ese dolor es ofrecido perfectamente, con una generosidad sin reservas.

En María, la participación en el sacrificio redentor está signada por un clima de serenidad y mansedumbre, como conviene a un corazón de madre. A veces, las circunstancias del martirio podrían despertar tentaciones de venganza o de hostilidad. En el sufrimiento de la cruz, el corazón de la madre de Jesús permaneció colmado de compasión y perdón. La participación en la ofrenda del Salvador ha sido para María una participación en la bondad del corazón apacible y humilde de Cristo.

En el Calvario, María ofreció un testimonio superior de caridad, que corresponde al significado fundamental del martirio. Su corazón maternal rebosaba de amor a Cristo y toda la humanidad.

Conclusión.

S. Em. Revma. Cardenal Darío Castrillón Hoyos. Prefecto de la Congregación para el Clero.

"Vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana ... ¡Sois vapor de agua que aparece un momento y después desaparece" (St 4,14). Las palabras del apóstolo Santiago dirigidas a los infieles de la Iglesia naciente nos llevan, por contraposición, a las palagas del Señor citadas en las ponencias de los teólogos: "…quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará" (Mc 8,36). Se trata de una verdad que a menduo es rechazada y despreciada por el mundo contemporáneo, haciendo del amor desordenado el criterio supremo de la eixistencia: la cruz es un escandalo y una locura (cfr. 1 Cor, 22-25). El mártir no busca el sufrimiento por si mismo sino que busca la proclamación de la caridad de Cristo y nos ofrece la herencia peremne de la Cruz vivida a la luz de la Pascua: herencia que no desaparece que enriquece aún en nuestros días a todo cristiano dedicado a la nueva evangelización en los albores de este milenio.

Hemos oído que esta herencia se ha transformado en patrimonio común de los católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes. "Es una herencia que habla con una voz más alta sobre los factores de división – afirmaba el Santo Padre en la Homilía durante la solemne celebración ecuménica de los Testigos de la fe en el siglo XX, llevada a cabo en el Coliseo el día del Gran Jubileo –. El ecumenismo de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente; él nos indica el camino de la unidad de los cristianos del siglo XXI" (Juan Pablo II, Homilía del 7.5.200, número 5).

Siguiendo a los ponentes, hemos podido reflexionar también hasta qué punto es verdadera la expresión de una antiguo proverbio que dice: "Suces no es un nombre de Dios". Los mártires nos enseñana a esperar con esperanza, son los maestros de la paciencia con la certeza de la victoria. La cultura actual, sobre todo la cultura occidental, no sabe esperar porque vive con impaciencia de resultados aparentes, con el desafío que marca el resultado y la meta conquistada. Jesús no redimió la mundo con un gesto o con una expresión fascinante, sino con su muerte y resurreción preparadas durante siglos y en los 33 años de vida terrenal.

De ello son expertos los ministros sagrados de Cristo, los sacerdotes que en la Iglesia y por la Iglesia traducen en testimonio de vida aquella exhortación del Rito de Ordenación sacerdotal: "Da cuenta de lo que harás, imita lo que celebras, confirma con tu vida el misterio de la Cruz de Cristo, el Señor". Ellos saben que en el martirio tomar parte directamente en la obra de Cristo, permaneciendo unidos a El que salva y santifica (cfr. Jn 15,5).

¡Cuántos sacerdotes, de todos los continentes, durante el transcurso de los siglos han pagado su amor a Cristo con su sangre! Ellos, aún hoy, sufren diferentes formas de persecusión, antiguas y nuevas, experimentando el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato. Muchos países de larga tradición cristiana se han convertido en tierras en las la fidelidad al Evangelio cuesta un precio muy alto. Lo recordamos no con amargura o con ánimo de venganza, sino con un espíritu de perdón dirigido a todos los perseguidores para que sea siempre manifiesta la extraordinaria potencia de Dios que continúa actuando en todos los tiempos y bajo cada cielo.

Con esta perspectiva en mente, me es grato introducir la próxima videoconferencia teológica internacional que llevará por tema: "La misionariedad de la Iglesia".

La Iglesia es por naturaleza misionera porque no puede dejar de proclamar el Evangelio hasta en los extremos confines de la tierra, es decir la plenitud de la verdad salvífica que dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo y sobre nosotros. "La espiritualidad misionera de la Igleisa es un camino hacia la santidad" nos recordaba el Santo Padre en su Carta encíclica Redemptoris missio (número 90).

La próxima sesión ha sido fijada para el 4 de octubre a las 12 horas de Roma.

Como ya les he anunciado, aclaro que el próximo mes, con fecha 25 de junio, se desarrollará, sólo para los lugares que se conectan desde Europa, la Conferencia Catequística Europea, con un programa y ponentes específicos ya definidos. Agradezco nuevamente a los eminentes prelados, a los teólogos y a los que profesores que han intervenido hoy.

Vaticano, 28 de mayo de 2004.