Academia
Pontificia Cultorum Martirum. Martirologio.
Monográficos.
Paul Allard y el Rvdo. P.
José María Iraburu : Diez lecciones sobre el martirio de Cristo y de
los cristianos.
A este propósito y con la intención de dar a conocer los contenidos de la
Teleconferencia de la Congregación para el Clero de la Santa Sede: "El martirio
y los nuevos mártires"; que se celebró en la Ciudad del Vaticano con fecha 28 de
mayo de 2004, y que ha sido el principal motivo del estudio, les presentamos a
continuación el índice y resumen.
Índice.
Introducción de S.Em. el Cardenal Darío Castrillón Hoyos
Prof. Bruno Forte (Roma): El testimonio por Cristo y su Iglesia hasta la muerte
S.E. Julian Porteous (Sydney): ¿Qué valor tienen los mártires en una sociedad
secular?
Prof. Alfonso Carrasco Rouco (Madrid): Los mártires de la guerra civil en España
Prof. Michael Hull (New York): Los frutos del martirio
Prof. Silvio Cajiao (Bogotá): La contribución de los mártires en la
evangelización de América Latina
S.E. Gerhard L. Müller (Regensburg): Los mártires y el Nacionalsocialismo
Prof. José Vidamor Yu (Manila): Mártires recientes de la Iglesia en Asia
Prof. Graham Rose (Johannesburg): El Martirio: un testimonio creíble para la
Iglesia de África
Prof. Antonio Miralles (Roma): La sangre de los mártires, semilla de cristianos
Prof. Paolo Scarafoni (Roma): El martirio y la formación sacerdotal
Prof. Jean Galot (Roma): María, reina de los mártires
Conclusión: Darío Cardenal Castrillón Hoyos
Introducción.
S. Em. Revma. Cardenal Darío Castrillón Hoyos. Prefecto de la Congregación para
el Clero.
El martirio y los nuevos mártires.
"De nada me serviría todo el mundo y todos los reinos de aquí abajo; para mi es
mejor morir por Cristo Jesús que ser rey sino en los confines de la tierra. Yo
busco a Aquel que murió por nosotros; yo quiero a Aquel que por nosotros
resucitó". Las vibrantes afirmaciones de San Ignacio de Antioquía ante su
inminente martirio (Epistola ad Romanos, 4,1), nos permiten comprender cómo, en
el testimonio supremo dado por la verdad de la fe, están siempre presente de
manera contemporánea el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. En el
misterio de la salvación, la sangre de los mártires es siempre Vida..
El testimonio de los cristianos se asemeja siempre con el misterio de grano de
trigo: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quda él solo; pero si
muere da mucho fruto" (Jn 12,24). Cristo, en la víspera de su pasión, anuncia su
glorificación a través de la muerte: Él es la semilla que muriendo ha dado
frutos de vida inmortal. Y siguiendo los pasos del Rey crucificado, sus
discípulos en el transcurso de los siglos del tiempo se han convertido en
testigos innumerables "de toda nación, raza, pueblo y lengua": después de los
Apóstoles, tantos confesores de la fe, sacerodtes, religiosos, laicos, han sido
heraldos valerosos del Evangelio, servidores silenciosos del Reino, "a menudo
desconocidos – como escribe el Santo Padre en la Carta apóstolica "Tertio
millennio adveniente" - casi militi ignoti de la gran causa de Dios" (número
37).
En todos los períodos de la historia de la Iglesia si ha vuelto a verificar la
palabra de Tertuliano: la sangre de los mártires es una semilla (cfr.
Apologetico, n. 50). "La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los
mártires – afirma el Papa en la Carta antes mencionada -, (…). Al finalizar el
segundo milenio, la Iglesia se convirtió nuevamente en la Iglesia de los
mártires" (Ibidem.).
De esto trataremos en la vigesimonovena videoconferencia teológica
internacional, que tiene por tema: "El martirio y los nuevos mártires".
En las intervenciones de los teólogos se pondrá de manifiesto que la sangre de
los mártires ha hecho posible, por la sempiterna voluntad salvífica de Dios
Padre, la defensa y la continuidad en el mundo, en nuestro tiempo y nuestra
historia, de la Vida de su Hijo Unigénito. La sangre colocada en los dinteles y
la jambas de las puertas de los israelitas lo que los protegió aquella horrible
noche en Egipto del exterminio del ángel de la muerte (cfr. Es 12,7.12).
Nuevamente, la sangre de los santos mártires Inocentes, los recién nacidos,
podríamos decir que se trataba de los coetáneos de Jesús, protegió de la muerte
al nuevo Pueblo de Dios, la Igleisa naciente, que acogía, sin darse cuenta, la
nueva Vida divina a penas esbozada. Pero aquello sólo era un figura y una
anticipación de otra sangre, la de Cristo, portadora de la salvación definitiva.
En Él, este misterio de la sangre se realiza plenamente.
"No se dará ningún signo que no sea el signo de Jonás" dijo el Señor. E lsigno
de Jonás es Cristo crucificado, y lo son también sus testigos que han completado
"lo que falta a los padecimientos de Cristo" (Col 1,24). Su sacrificio, asociado
al de Cristo, es de tal manera que la historia de nuestra salvación lleve
consigo siempre el sello indeleble de la sangre del Redentor, portadora de vida
eterna.
De esta manera, los ponentes de esta videoconferencia nos introducirán en el
redescubrimiento de la dimensión cristológica y eclesiológica del martirio: el
seguimiento de Cristo se convierte en ley de fecundidad espiritual en la
Iglesia. Todas las grandes realidades eclesiales nacen de la humilde semilla del
martirio. La vida de San Pablo es en este sentido paradigmática. El éxito de su
misión no fue fruto de un gran arte para la retórica o de la prudencia pastoral:
la fecundidad está en relación con el sufrimiento, con su comunión con la pasión
de Cristo (cfr. 1 Cor 2,1 ss.; Gal 4,12-14).
En las ponencias que vienen a continuación, oiremos hablar también de los nuevos
mártires del siglo XX, y nos quedará claro que la ley de la fecundidad
apostólica del mártir es ley de la expropiación de su yo. EI testigo cristiano
no se busca a si mismo, no quiere aumenta su poder de extender su dominio sobre
las realidades mundanas, no busca que se le oiga por sí mismo porque no habla en
nombre propio, sino que sirve al bien del hombre, dando espacio a Aquel que es
la Vida. Esta expropiación del yo personal ofrecido a Cristo para la salvación
de los hombres, sigue siendo hoy, en este tercer milenio, el fundamento de la
eficacia de la nueva evangelización.
Entenderemos que el martirio es siempre el fruto de una respuesta radical a una
gracia especial de Dios. No es el fruto de una improvisación humana, un episodio
accidental de una vida replegada sobre sí misma, de una vida vivida en la
mediocridad o calculando los beneficios propios, sino que es manifestación
extrema de una existencia que ha sabido darse habitualmente. El martirio es
epifanía de una existencia libre, en comunión con Dios y con los hombres (cfr.
Concilio Vaticano II, Cost. past. Gaudium et spes, n. 24).
Con esta perspectiva en mente, entendemos también las palabras escritas por
Dietrich Bonhoeffer, teólogo mártir en los campos de concentración nazis, que en
la Navidad de 1943 compuso una plegaria para otros presos, en forma de poesía,
conocida con el nombre de "la oración de la mañana". He aquí algunos versos:
"Estoy solo, pero tu no me abandonas;/ estoy asustado, pero junto a ti tengo
auxilio,/ estoy inquieto pero junto a ti está la paz;/ …no entiendo tus caminos,
pero tú conoces mi camino" ("Resistenza e resa" a cura di A. Gallas, Ed. Paoline,
Cinisello Balsamo, año 1988, p. 238).
Agradeciendo, como es habitual, a los invitados, recuerdo que sus intervenciones
se llevan a cabo en conexión directa, desde dieciséis naciones de los cinco
continentes. Las reflexiones se harán desde Roma, desde la Sede de la
Congregación para el Clero, por parte del Prof. Jean Galot, del Prof. Bruno
Forte, del Prof. Antonio Miralles y del Prof. Paolo Scarafoni.
Intervendrán además, desde Manila el Prof. José Vidamor Yu; desde Taiwán el
Prof. Louis Aldrich; desde Johannesburgo rl Prof. Graham Rose; desde Bogotá el
Prof. Silvio Cajiao; desde Regensburgo S.E. Gerhard Ludwig Müller; desde Sydney
S.E. Julian Porteous; desde Madrid el Prof. Alfonso Carrasco Rouco; desde Moscú
el Prof. Ivan Kowalewsky. Os auguro a todos una buena conferencia.
El testimonio por Cristo y su Iglesia hasta la muerte. Bruno Forte, Roma.
La Iglesia, como comunión de los santos, incluye no sólo a quienes, santificados
por el bautismo, recurren continuamente a las fuentes de la gracia para volver a
ser lo que habían sido en el agua de la salvación, sino también a quienes ya han
cumplido su éxodo sin retorno y ahora viven en el gozo de la luz sin ocaso de
Dios: entre ellos resplandecen en primer lugar los mártires, es decir, quienes
han dado testimonio de su amor a Cristo y su fidelidad a Su Iglesia hasta la
ofrenda suprema de su vida. Para quienes peregrinamos en el tiempo, la presencia
de los mártires es un modelo y una ayuda, como siempre y renovadamente tenemos
necesidad de su ejemplo y ayuda, la Iglesia nos indica incesantemente a los
santos mártires como modelos e intercesores necesarios. Los mártires son los
compañeros de ruta que embellecen el camino, porque, si al igual que nosotros
han sido expertos en humanidad, ahora son también expertos en la paz futura, y
saben guiarnos mejor hacia Dios, otorgándole la primacía absoluta en nuestro
corazón y nuestra vida.
Varias son las razones por las que la Iglesia venera a los mártires y los indica
como ejemplo del Evangelio vivido. La primera es la motivación teológica: si "la
gloria de Dios es el hombre vivo" (s. Ireneo: gloria Dei vivens homo), es decir,
el hombre plenamente realizado según la voluntad del amor eterno, reconocer
entonces el cumplimiento pleno de la vida y el amor en una criatura humana, a
pesar de su fragilidad y limitación, significa confesar las maravillas del
Señor. Dios es glorificado en sus mártires: en ellos, resplandece la belleza
inagotable del Altísimo; en ellos, Dios vuele a hablar de sí como amor
preferible a todo otro amor. Y, puesto que la riqueza de la caridad eterna es
infinita, tampoco tendrán fin sus reflejos posibles: la fantasía y la
creatividad de la santidad que se expresan en el martirio no tienen límites,
hasta tal punto que cada mártir es una nota y un acento nuevo en la sinfonía de
alabanza de la Iglesia. Por eso, así como la comunidad de los creyentes no puede
dejar de cantar las alabanzas del Dios vivo, de la misma manera no deja de
confesar la gracia del martirio y de volver la mirada hacia aquellos cuya vida y
muerte han sido una alabanza viva de la gloria eterna: hacerlo es una exigencia
del amor, una necesidad de agradecimiento y glorificación al Santo en sus
santos, en particular en quienes han cantado su gloria con la elocuencia
silenciosa de la ofrenda de la vida, prefiriendo a la misma vida la dignidad y
la belleza de la vida entregada a Él.
El segundo motivo de la veneración especial de los mártires es de carácter
antropológico: el mártir demuestra con la enseñanza irreprochable de su muerte
la manera en que la "visión de Dios es la vida del hombre" (s. Ireneo: vita
hominis visio Dei), es decir, revela de qué manera la vida alimentada por la
gracia abre a la existencia humana potencialidades extraordinarias,
permitiéndole a la persona la realización plena del deseo del Dios vivo, impreso
en lo profundo de su ser. La santidad del martirio manifiesta las posibilidades
infinitas a las que Dios llama al hombre: y si la Iglesia no cesa de celebrar la
gloria de los mártires, lo hace también para recordarle al hombre sus
potencialidades ocultas e inagotables, los senderos múltiples y distintos que
puede seguir para construirse a sí mismo, denunciando así la miopia de todo
prejuicio ideológico que pretenda constreñir a los seres humanos a esquemas
abstractos fijados por escrito e impuestos eventualmente con la fuerza. El
martirio es una protesta contra las masificaciones, los totalitarismos, las
seducciones de la fuerza, en nombre de la libertad y la riqueza del corazón del
hombre y sus posibilidades. Es el anuncio de la posibilidad imposible del amor
brindado a quien cree en Jesús Señor y Cristo y por Él ha querido dar no sólo
algo de sí, sino a sí mismo, sin reservas ni condiciones.
El tercer motivo de la atención especial que la fe de la Iglesia dedica a los
mártires deriva del hecho que reconoce en ellos a las figuras de nuestra
esperanza: en los mártires ya se ha cumplido lo que para nosotros aún no se
realizado. Ellos son la demostración de que la promesa de Dios no tiene retorno
y se realiza a través de la historia humana: a quien es peregrino en el exilio,
el mártir da testimonio de la belleza de la patria, de su ser amable, más allá
de todo. Este amor puro a Dios y al horizonte último que Él nos hace vislumbrar
y alcanzar, no conduce de ninguna manera a huir del tiempo presente, sino por el
contrario, nos ayuda a vivirlo con el espíritu y el corazón de los testigos de
la esperanza, que, incluso en el dolor presente, saben obtener la paz y la
libertad del mañana prometido. Y, puesto que está siempre viva la tentación de
renunciar a la esperanza y perder el sentido que da su valor al camino, la
atención constante y siempre nueva hacia los mártires tiene para la Iglesia el
sentido de volver perdurablemente a dar razón de nuestra esperanza (cfr. 1 P
3,15). En los mártires resplandece ya la luz de la meta: llega de ellos el
estímulo a creer en la posibilidad humanamente imposible, que sólo Dios puede
realizar.
Por último, de la historia, de su penoso devenir, de la alternancia de los
tiempos y las necesidades, le llega a la Iglesia el estímulo para venerar a los
mártires e indicar su valor ejemplar: el mártir es un mensaje escrito en la
tabla viva de los corazones, que sabe hablar con especial intensidad a las
distintas situaciones históricas. Y, puesto que el redescubrimiento de un mártir
del pasado, arroja a menudo una luz nueva sobre los problemas candentes de
nuestra época presente, de la misma manera, una atención renovada a los mártires
puede ofrecer a una época, a un concreto contexto, una palabra de vida más
fuerte que muchos otros mensajes. Los mártires todavía hablan y siguen hablando
para nosotros con voces de la única Palabra de Dios, que en ellos se ha hecho
acontecimiento, vida, participación compartida. Oír ese mensaje, tan nuevo, y,
sin embargo, tan antiguo, exige un corazón acogedor, que sepa tener el sentido
de las cosas de Dios y que se abra a Él en la invocación de la oración: el
mártir enciende por contagio en los corazones la pasión por la verdad, sin la
cual no es posible encontrar el sentido de la vida ni las razones para
prodigarla para los demás con generosidad, en las elecciones concretas de cada
momento.
Precisamente, por la riqueza de significado que tiene el testimonio dado a
Cristo y a su Iglesia hasta la muerte, es hermoso llegar a escuchar la voz de un
mártir, que puede decirnos, desde su cátedra sin mancha, mucho más y mejor de lo
que otros han logrado decir sobre el valor y la actualidad del martirio. En la
noche del 26 de marzo de 1996, siete monjes de la abadía trapense de Tibhirine
en Argelia fueron raptados. Durante dos meses nada se supo de ellos. El 21 de
mayo, un comunicado sobrecogedor de los fundamentalistas islámicos anunciaba:
"Les hemos cortado las gargantas a los monjes". El día 30 del mismo mes, fueron
hallados los cadáveres. Se trataba de una muerte anunciada, que estos monjes
habían podido prever en la fe. Lo atestigua el testamento espiritual de su
prior, el hermano Christian de Chergé, espléndido ejemplo de cómo el martirio es
el coronamiento de toda una vida de fe y amor a Cristo y a su Iglesia: "Si un
día me aconteciera -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que actualmente
parece querer alcanzar a todos los extranjeros que viven en Argelia, quisiera
que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida ha sido donada
a Dios y a este país. Que aceptaran que el único Señor de todas las vidas no
podría permanecer ajeno a esta muerte brutal. Que rezaran por mí: ¿cómo ser
digno de semejante ofrenda? Que supieran asociar esta muerte a muchas otras,
igualmente violentas, abandonadas a la indiferencia y el anonimato. Mi vida no
vale más que otra. Tampoco vale menos. De todos modos, no tengo la inocencia de
la infancia. He vivido lo suficiente como para saber que soy cómplice del mal
que, ¡desgraciadamente!, parece prevalecer en el mundo y también del que podría
golpearme a ciegas. Al llegar el momento, querría poder tener ese instante de
lucidez que me permita pedir perdón a Dios y a mis hermanos en la humanidad,
perdonando al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiere golpeado. No
podría desear una muerte semejante. Me parece importante declararlo. En efecto,
no veo cómo podría alegrarme del hecho de que este pueblo que amo fuera acusado
indiscriminadamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto para la que,
quizá, sería llamada la gracia del martirio, que se la debiera a un Argelino,
quienquiera que sea, sobre todo si dice que actúa por fidelidad a lo que supone
que es el Islam. Sé de cuánto desprecio han podido ser tachados los Argelinos,
en su conjunto, y conozco también qué caricaturas del Islam promueve cierto
islamismo. Es demasiado fácil poner en paz la conciencia identificando esta vía
religiosa con los integralismos de sus extremismos. Argelia y el Islam, para mí,
son otra cosa, son un cuerpo y un alma. Me parece haberlo proclamado bastante,
sobre la base de lo que he visto y aprendido por experiencia, volviendo a
encontrar, tan a menudo, ese hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las
rodillas de mi madre, mi primera Iglesia inicial, justamente en Argelia, y ya
entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes. Evidentemente, mi muerte
parecerá darles razón a quienes me han tratado sin reflexionar como ingenuo o
idealista: ¡Que diga ahora lo que piensa! Pero estas personas deben saber que,
por fin, quedará satisfecha la curiosidad que más me atormenta. Si Dios quiere,
podré, pues, sumergir mi mirada en la del Padre para contemplar junto con Él a
sus hijos del Islam, así como Él los ve, iluminados todos por la gloria de
Cristo, fruto de su Pasión, colmados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto
será siempre el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando
con las diferencias. De esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos,
doy gracias a Dios porque parece haberla querido por entero para esta alegría,
por encima de todo y a pesar de todo. En este "gracias", en el que ya está dicho
todo de mi vida, os incluyo a vosotros, por supuesto, amigos de ayer y de hoy, y
a vosotros, amigos de aquí, junto con mi madre y mi padre, mis hermanas y mis
hermanos y a ellos, ¡céntuplo regalado como había sido prometido! Y a ti
también, amigo del último instante, que no sabrás lo que estés haciendo, sí,
porque también por ti quiero decir este "gracias" y este a-Dios en cuyo rostro
te contemplo. Y que nos sea dado volvernos a encontrar, ladrones colmados de
gozo, en el paraíso, si así le place a Dios, Padre nuestro, Padre de ambos.
Amén. Inch’Allah" (Padre Christian M. de Chergé, Prior del monasterio de Nôtre-Dame
del Atlas en Tibhirine, Argelia: Argel, 1° de diciembre de 1993 - Tibhirine, 1°
de enero de 1994).
¿Qué valor tienen los mártires en una sociedad secular?. S.E. Julian Porteous.
Sydney.
En toda consideración de los temas cristianos en los tiempos actuales, debemos
aceptar el hecho de la secularización del pensamiento y de la visión del mundo
que impregna la cultura contemporánea. El Cardenal Walter Kasper ha señalado la
contribución de la fe judeocristiana a la hora de "distinguir claramente y sin
ambages entre Dios, el Creador, y el mundo en cuanto creación."
La naturaleza secular de la creación es un bien que implica a todas las personas
humanas y por tanto a la sociedad humana. Los primeros capítulos del Génesis
demuestran la sublime dignidad de las personas humanas a las que "Dios no da
solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar
por si mismas, de ser causas y principios unas de otras, y de cooperar así en la
realización de su designio." El Génesis sigue relatando la acción de gracias que
surge espontáneamente en el corazón humano puesto que el hombre participa en la
construcción de la sociedad humana. Abel, el hombre justo, recoge el fruto de su
afán y lo ofrece como acción de gracias a su Creador. Su trabajo y su vida están
cargados de sentido porque está orientado hacia el Creador.
Pese a que es esencial comenzar por reconocer la bondad de la naturaleza secular
de la creación, una antropología correcta exige también que atemperemos esta
afirmación con el reconocimiento del misterio del pecado. Caín ofrece su
sacrificio con un corazón diferente. Ha apartado sus ojos del centro de su vida,
su Creador. Perdiendo de vista a su Creador, Caín, humanidad caída, se pierde de
vista a si mismo. Surge el drama de la ruptura entre fe y moralidad. Muchas
personas viven hoy "como si Dios no existiese."
En 1882 Fredrick Nietzche plantea proféticamente en La Gaya Ciencia las
cuestiones de cómo debe vivir la sociedad esta moralidad sin fe en un mundo
secular en el que ‘Dios ha muerto’:
Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará
ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos
continuamente? ¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes?
¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada
infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vació? ¿No hace más frío? ¿No viene
de continuo la noche y cada vez más noche?
Al haber matado el misterio de Dios en el hombre, éste descubre sin sospecharlo
que al hacerlo ha matado también el misterio de su propia humanidad. Se enfrenta
a la falta de sentido, el nihilismo, no solo del mundo sino también de su propio
yo. Sin embargo, el hombre ha sido creado con una inmortalidad que está impresa
en su propia carne. Es este el tremendo grito de Ireneo en respuesta a los
gnósticos: Caro capax dei; ¡carne con capacidad para Dios! El hombre aborrece el
vacío. Incluso si la fe y la moral se han quebrado el hombre busca construir una
nueva moral para vivir sin sentido en su mundo secular; pero sin un sistema de
fe se enfrenta constantemente con los planteamientos de Nietzche que hemos
mencionado anteriormente. La moral sin el sustrato de la fe está condenada a
terminar en pragmatismo, relativismo y en un inevitable nihilismo.
Este es el problema pastoral que el Papa Juan Pablo considera que es al que se
enfrenta la Iglesia de hoy: "Esta separación [de fe y moralidad] constituye una
de las preocupaciones pastorales más agudas de la Iglesia en el presente proceso
de secularismo, en el cual muchos hombres piensan y viven como si Dios no
existiera. Nos encontramos ante una mentalidad que abarca —a menudo de manera
profunda, vasta y capilar— las actitudes y los comportamientos de los mismos
cristianos, cuya fe se debilita y pierde la propia originalidad de nuevo
criterio de interpretación y actuación para la existencia personal, familiar y
social."
En Veritatis Splendor el Papa subraya la consecuencia de esta trágica separación
de la fe de la moral: la relación entre la libertad y la verdad se convierte en
ruptura en el fuero interior de la persona humana. Una vez que "este vínculo
esencial entre Verdad, el Bien y la Libertad" queda destruida, el hombre se
descubre a sí mismo enfrentado a la dramática posición de Pilatos cuando se
pregunta "Qué es la verdad" y actúa como si no existiese esa verdad; se sumerge
en una cultura de la muerte, y ya no sabe "quién es, de dónde viene y hacia
dónde va." Es precisamente en esta experiencia donde el Papa sitúa a la misión
de la Iglesia para nuestros días, y para la salvación del mundo. No hay otra vía
que Cristo. La misión de la Iglesia es conducir a la humanidad de vuelta hacia
Cristo, y así llevar a la humanidad a redescubrir el esplendor de la humanidad.
Es justamente en esta situación de la sociedad secular actual donde se descubre
el valor de los mártires. Los mártires se yerguen como testigos de la belleza de
la vida vivida según la fe y el bien moral, y por ello, en libertad y según la
verdad.
Han habido algunos signos positivos de la aspiración por una vida de fe, bondad
y verdad mostrados por los jóvenes en particular. Un ejemplo claro de ello ha
sido el cine. En el mundo de lengua inglesa (y más allá de todas las
responsabilidades) estos valores eternos se han visto reanimados en los últimos
cuatro años a través de la trilogía de Tolkien El Señor de los Anillos estrenada
cada año. J.R.R. Tolkien presenta una antropología y teología católicas muy
correctas. El mundo de ficción que crea es una historia de salvación. El supremo
sacrificio de Gandalf y el arrepentido Boromir reaviva los sentimientos que el
joven ha podido experimentar en el pasado rememorando las vidas de los santos y
mártires. Ha sido esperanzador ver a tantos jóvenes, incluso a aquellos que no
estaban predispuestos a la lectura en la era de los juegos de ordenador, encarar
un libro de más de 1000 páginas con entusiasmo. Esta aspiración de la humanidad,
y en particular de los jóvenes, por estos valores espirituales recibió la
confirmación de la inesperada respuesta este año con la pelicula La Pasión de
Cristo de Mel Gibson. Parece que este es un tiempo idóneo para la revitalización
de la antigua tradición de la Iglesia para presentar y retomar el relato de los
Hechos de los Apóstoles.
El tercer domingo de Pascua, 7 de mayo de 2000, el Papa y los líderes cristianos
y representantes de otras comunidades cristianas oraron juntos en el sitio donde
dieron testimonio los primeros mártires, el Coliseo de Roma para conmemorar el
testimonio de fe en el siglo XX. En aquella ocasión el Papa declaró: "En el
siglo y el milenio que acaba de comenzar, el recuerdo de estos hermanos y
hermanas nuestros sigue estando vivo. De hecho, ¡que siga siendo fuerte!
¡Transmitámoslo de generación en generación, de modo que de él brote una
profunda renovación cristiana! ¡Guardémoslo como un tesoro de inconmensurable
valor para los cristianos del nuevo milenio, y que se convierta en levadura para
traer a todos los discípulos de Cristo a una total comunión!" Los tiempos que
corren parecen apropiados para contarle a esta generación el testimonio de
Verdad, Bien y Libertad dado por los mártires del siglo XX y ya del siglo XXI.
El valor de los mártires para la sociedad secular se funda en la convicción de
la necesidad de salvación de Jesucristo. Gaudium et Spes ha sentado las bases de
la única antropología auténtica en Jesucristo: "En realidad, el misterio del
hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el
primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro
Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de
su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación." (número 22) Para que el hombre y la mujer seglares
no pierdan el camino de fe que los reoriente continuamente hacia la fuente y
objetivo final, el Creador, revelado en Jesucristo como su Padre.
Una auténtica fe vivida en la verdad es la base para que la humanidad supere en
estos días la dicotomía entre verdad y libertad. La lógica de la fe conduce a
una vida vivida en la unidad de la verdad y la libertad porque la fe posee un
contenido moral. Es precisamente aquí donde el testimonio de los mártires
encuentra su valor sublime, como dice el Papa en Veritatis Splendor: "A través
de la vida moral la fe llega a ser confesión, no sólo ante Dios, sino también
ante los hombres: se convierte en testimonio" El mayor testimonio que se puede
dar es el don total de uno mismo. Este es el regalo que cada mártir hace a la
humanidad, como testimonio de la verdad de Cristo.
Sin embargo, la palabra ‘mártir’ ha sufrido un cambio en su significado en las
últimas décadas. Muy a menudo en los medios de comunicación se asocia el término
con el uso del cuerpo humano como arma como por ejemplo con explosivos pegados
al cuerpo o mediante algún vehículo dirigido hacia un punto concreto para que
explote. Esto lo lleva a cabo la persona en un acto de libertad y a veces
también en el nombre de Dios; pero esta libertad no está en conexión de la
Verdad. La verdad fundamental es que Dios es Creador y por ello esencial para la
vida. Las diez palabras de Vida, el Decálogo, sigue vigente como ley perenne e
inviolable del orden moral. El debilitamiento de la relación entre la fe y la
moral conduce a la libertad desarraigada de su relación esencial con la verdad.
Pese a que los llamados ‘mártires’ modernos usen sus cuerpos como armas para
este sacrificio supremo libremente, no se trata de una libertad auténtica. Es un
tipo de libertad que esclaviza a la persona humana en su finalidad y lo envuelve
en una actitud fundamental de odio que contribuye solamente con la creación de
la cultura de la muerte; mientras que el Papa Juan Pablo indica en Veritatis
Splendori que "En virtud de esta adoración llegan a ser libres. Su relación con
la verdad y la adoración de Dios se manifiesta en Jesucristo como la raíz más
profunda de la libertad" (número 86).
El mártir cristiano hace que la verdad de la persona humana, actuando con
libertad auténtica, brille en todo su misterio, dando testimonio del significado
nupcial del cuerpo humano. Jesucristo reveló este significado pleno en la Cruz.
En vez de usar su cuerpo como arma, lo entregó como un don. Permitió que su
cuerpo pusiese fin a la violencia, el odio y el pecado. Permitió que su cuerpo
fuese sacramento de reconciliación para toda la humanidad. Ofreció su cuerpo a
la humanidad en un impulso de amor y perdón a los enemigos. La resurrección de
su cuerpo revela el más elevado llamado de la humanidad. "El testimonio de
Cristo es la fuente, modelo y medio para el testimonio de sus discípulos, que
están llamados a caminar por el mismo camino: "Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9, 23)" (Veritatis
Splendor número 89).
En el capítulo 92 de Veritatis Splendor se describen los tres servicios
fundamentales que los mártires hacen a su tiempo.
Primero, "En el martirio, como confirmación de la inviolabilidad del orden
moral, resplandecen la santidad de la ley de Dios y a la vez la intangibilidad
de la dignidad personal del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Es una
dignidad que nunca se puede envilecer o contrastar, aunque sea con buenas
intenciones, cualesquiera que sean las dificultades. Jesús nos exhorta con la
máxima severidad: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina
su vida?" (Mc 8, 36).
Segundo, "El martirio demuestra como ilusorio y falso todo significado humano
que se pretendiese atribuir, aunque fuera en condiciones excepcionales, a un
acto en sí mismo moralmente malo." Lo desenmascara como a una "violación de la
"humanidad" del hombre" tanto el victimario como la víctima. Por ello es que da
testimonio de la verdad de que una persona solo consigue la plenitud de la
humanidad trascendiéndose a sí misma. Los mártires cargan en sus cuerpos con la
muerte de Jesús de modo que los demás, incluidos los perpetradores de un crimen
contra ellas puedan tener la posibilidad del encuentro con la gracia de la
resurrección que obtiene la vida a partir de situaciones de muerte.
Tercero, "el martirio es un signo preclaro de la santidad de la
Iglesia…Semejante testimonio tiene un valor extraordinario a fin de que no sólo
en la sociedad civil sino incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no
se caiga en la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la confusión
del bien y del mal, que hace imposible construir y conservar el orden moral de
los individuos y de las comunidades."
Hace casi treinta años el Papa Pablo VI indicó que una de las características de
nuestra época era que "el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan
testimonio que a los que enseñan —decíamos recientemente a un grupo de
seglares—, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio." Hemos ya
indicado que los jóvenes se ven atraídos por historias que relatan la belleza
del espíritu humano que lucha por la verdad y la libertad, para conquistar el
mal con el bien. No necesitamos referirnos a la ficción para alimentar este
anhelo del corazón humano. Dios ha dado testimonio de estos valores
trascendentes y perennes en nuestros tiempos. Las diversas situaciones, culturas
y lugares en las que los mártires de los siglos XX y XXI han dado su testimonio
son emocionantes, como es el caso del testimonio ecuménico de aquellos mártires
que conforman la herencia común de los católicos, ortodoxos, anglicanos y
protestantes.
El reto para la Iglesia es preservar y volver a narrar los acontecimientos de
estos mártires modernos con un lenguaje y unos medios que comprometan a la gente
de hoy. Todo esto forma parte de la nueva evangelización que "comporta también
el anuncio y la propuesta moral."
Los mártires de la guerra civil en España. Alfonso Carrasco Rouco. Facultad de
Teología "San Dámaso". Madrid.
La historia precedente a la guerra civil española, particularmente los hechos
sucedidos durante la revolución de 1934, junto con el inicio de una destrucción
sistemática de la Iglesia, en sus personas y en las formas de su presencia
pública –desde el patrimonio artístico hasta sus obras caritativas o sociales–,
desde los primeros días de la guerra civil, han permitido llegar a la conclusión
de la existencia entonces de programas "políticos" destinados a conseguir la
desaparición de la Iglesia de la nueva sociedad española.
El primer año de la guerra, comenzada en julio de 1936, se convirtió así en un
periodo de persecución absolutamente extraordinaria, en que se buscó la muerte
de aquellas personas que eran el sostén de la Iglesia y, por tanto, en primer
lugar, del clero; pero donde murieron también muchos religiosos y fieles laicos,
particularmente aquellos que se habían significado en movimientos o actuaciones
apostólicas católicas. Ello sucedió en un ambiente cargado de odio y propaganda;
pero muchas veces pudo percibirse la frialdad de la decisión de matar a alguien
sólo por "ser cura", y más si era apreciado y querido por el pueblo.
Las cifras globales de los muertos por el odium fidei en la guerra civil
española no se conocen con exactitud, debido sobre todo a la dificultad del caso
de muchos fieles laicos. La existencia de muertos por causas de otro género,
políticas o personales, dificulta también llegar a precisión plena. Es posible,
en cambio, conocer las cifras referentes al clero y a los religiosos: al menos
4184 asesinados del clero secular, incluidos seminaristas, doce obispos y un
administrador apostólico, 2365 religiosos y 283 religiosas. Así, por ejemplo, en
la diócesis de Barbastro de 140 sacerdotes quedaron 17; en Madrid murió el 30%
del clero, en Toledo el 48%. En Valencia se destruyeron total o parcialmente
2300 templos, en Barcelona quedaron dañados todos menos diez, etc.
Los procesos para el reconocimiento oficial de estos mártires de la Iglesia en
España siguen su curso. Su presencia y testimonio, sin embargo, han fundamentado
el renacer de la Iglesia tras la guerra y acercado a la sociedad española la
gracia de la reconciliación.
Pues su testimonio se inscribe muy nítidamente en el drama entonces vivido en
España. Muchos sufrieron y murieron dedicando sus últimas palabras a Cristo Rey,
único verdadero Señor, en contraposición con las pretensiones de ideologías y
poderes políticos totalitarios, presentes entonces en Europa y que, en España,
en formas comunistas o anarquistas, pretendieron someter sus conciencias y
hacerles blasfemar de Dios y negar a Jesucristo. Otros dedicaron sus últimas
palabras precisamente a la misericordia y al perdón, en imitación del ejemplo
dado por Cristo en la cruz y seguido ya por el primer mártir, San Esteban.
Muchos testimoniaron hasta el final su amor a la propia vocación y a la Iglesia,
no queriendo abandonar su misión, permaneciendo al lado de sus hermanos en el
peligro, despidiéndose de ellos con fe y esperanza firmísima de encontrarse de
nuevo en la vida verdadera de los cielos.
En todo ello, dieron de muchos modos el testimonio mayor de amor al Señor,
poniendo de manifiesto la grandeza de su gracia, que triunfaba en su humana
debilidad, así como la hondura de las raíces de su fe, que pudo florecer así en
la persecución y cuya fortaleza confortó y sostuvo la fe de muchos otros. Y
dieron un testimonio decisivo de amor a los hermanos, a los amigos y a los
enemigos. De este modo, su martirio se convirtió en una luz extraordinariamente
necesaria para que la Iglesia, y con ella la sociedad española, encontrara en
medio de tan gran oscuridad el camino de la reconciliación y de la paz.
Esta multitud de mártires constituyen hasta el día de hoy para la Iglesia en
España motivo de grandísima alegría y de agradecimiento al Señor, que salva a
los sencillos y a los humildes, enalteciéndolos de modo admirable; que levanta
al desvalido, vejado, dolorido y muerto a la gloria más grande, uniéndolo a Él
mismo, la piedra que desecharon los constructores y es ahora la piedra angular,
en la edificación de la verdadera ciudad de los hombres, la Jerusalén que viene
de arriba, lugar de libertad y de vida victoriosa sobre la muerte.
Los frutos del martirio. Michael Hull. New York.
La Iglesia ha mantenido siempre que a aquellos que reciben el martirio a causa
de la fe sin haber recibido el sacramento del Bautismo se les conceden los
beneficios del Bautismo. El martirio es el testimonio final de Jesucristo y de
la verdad de la Fe católica. Es el acto supremo de la virtud cardinal de la
fortaleza. Los frutos del martirio son tanto individuales como comunitarios. A
nivel individual, el mártir da un testimonio prístino de Jesucristo y por ello
se asegura su unión con el Redentor a través de una estrecha identificación con
el mismo sufrimiento y muerte del Señor. A nivel comunitario, el acto del
martirio es eficaz para todo el mundo puesto que se lo percibe como al acto de
una persona que entrega su vida a imitación del Salvador del mundo.
El término "mártir" tiene su raíz en el término griego martus que significa
"testigo." Ha entrado en la lengua inglesa a través de las referencias hechas en
Hech 1:8 y 22, en los que la identificación con el testimonio del Señor en
cuanto a la difusión de la fe está estrechamente relacionada con el sufrimiento
y la muerte por la fe. El mártir en cuanto tal, por lo tanto, es aquella persona
que sigue siendo leal hasta el final porque sabe cuál es el fin propio del
hombre: conocer, amar y servir a Dios en este mundo para alcanzar la felicidad
con El en la vida eterna. Por esta razón, la Iglesia ha venerado a sus mártires
desde los primeros días hasta la actualidad con gran devoción. A partir de
finales del siglo segundo, la fecha de la muerte del mártir se celebraba en su
tumba como una natividad en los cielos, lo que llevó a la construcción de
iglesias encima de estos lugares. De la misma forma, en la liturgia romana, los
mártires están ubicados en las primeras filas, antes de todos los demás santos,
vestidos con el color rojo de la liturgia que pone de manifiesto la naturaleza
sangrienta de su sacrificio. Así, San Ignacio de Antioquia escribió tan
anhelante sobre su inminente martirio en la Epístola a los romanos: "Dejad que
me devoren las bestias, que es mi manera de llegar a Dios. Soy el trigo de Dios,
y debo ser molido por los dientes de las bestias salvajes, para que pueda llegar
a ser el pan puro de Cristo" (4.1).
Desde los primeros tiempos de la Iglesia, se ha reconocido que la sanguis
martyrum est semen Christianorum—la sangre de los mártires es la semilla de los
cristianos. La sangre de los mártires de la Iglesia primitiva produjo no
solamente la conversión de millones de personas, sino también el fortalecimiento
de la fe de millones de personas. En su carta apostólica Tertio millennio
adveniente, Juan Pablo II nos recuerda que la sangre de los mártires no es un
fenómeno exclusivo de la Iglesia primitiva. "Al término del segundo milenio, la
Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de
creyentes —sacerdotes, religiosos y laicos— han supuesto una gran siembra de
mártires en varias partes del mundo" (número 37). Los frutos de ese martirio
producirá un aumento de las conversiones al catolicismo y una intensificación de
la práctica de la fe entre los católicos. Nada mueve más al espíritu que la
imitación clara de Cristo que se encuentra siguiéndolo en su sufrimiento hasta
la muerte, con la firme convicción de compartir su resurrección. Los frutos del
martirio nos rodean por todas partes. Porque en un mundo presa del pecado y la
desesperanza, seguimos encontrando católicos que se regocijan ante la
posibilidad de sufrir la "humillación por el bien de su nombre" (Hch 5:40).
Para los católicos, como personas y como comunidad, el martirio nos da esperanza
en nosotros mismos. En su sacrificio vemos la inspiración del Espíritu Santo que
Jesús prometió a los Apóstoles como la facultad mediante la cual serían sus
testigos, sus mártires, hasta el fin de los días (Hch 1:8). Es el mismo Espíritu
Santo que nos sigue guiando, si tenemos la fortaleza, para ser la semilla de los
cristianos.
La contribución de los mártires en la evangelización de América Latina. Silvio
Cajiao. Bogotá.
"Entre sus Santos "la historia de la evangelización de América reconoce
numerosos mártires, varones y mujeres, tanto Obispos, como presbíteros,
religiosos y laicos, que con su sangre regaron [...] [estas] naciones. Ellos,
como nube de testigos (cf. Hb 12,1), nos estimulan para que asumamos hoy, sin
temor y ardorosamente, la nueva evangelización". Es necesario que sus ejemplos
de entrega sin límites a la causa del Evangelio sean no sólo preservados del
olvido, sino más conocidos y difundidos entre los fieles del continente." (EA
No. 15)
Con estas palabras su Santidad Juan Pablo II en su exhortación apostólica
Ecclesia in America nos está haciendo la recomendación de recordar que ante todo
el anuncio de Jesucristo es martirial, se deriva de esto el reconocer como don
de Dios a su Iglesia esa "nube de Testigos" que como nos dice también el
Vaticano II en la Constitución Lumen gentium No. 42 dentro del capítulo quinto
correspondiente a la vocación universal a la santidad dentro de la Iglesia
tienen como fundamento la caridad del mismo Señor Jesús, el texto afirma: "Dado
que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros,
nadie tiene mayor amor que el entrega su vida por El y por sus hermanos (cf. 1
Io 3,16; Io 15,13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros
tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo
testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores. Por tanto,
el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente
la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a El en la efusión de su
sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de
amor. Y, si es don concedido a pocos, sin embargo, todos deben estar prestos a
confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz,
en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia."
Ha sido claro para la Iglesia que esta efusión de sangre ha de ser ante todo por
la confesión de fe en Jesucristo, o el así llamado odio hacia la fe que llega
incluso a infligir la persecución, el destierro, la muerte esto es lo que la
Iglesia considera martirial. Pero nos recuerda el Vaticano II en su Constitución
Gaudium et spes dentro del marco del capítulo primero sobre la dignidad de la
persona humana en el No. 21 en que se lee la actitud que ha de tener la Iglesia
ante el ateísmo y cómo este se combate mediante una adecuada exposición de la
doctrina, un hacer presente la vida trinitaria en una continua purificación y
aquí nos dice: "Numerosos mártires dieron y dan preclaro testimonio de esta fe,
la cual debe manifestar su fecundidad imbuyendo toda la vida incluso la profana,
de los creyentes, e impulsándolos a la justicia y el amor, sobre todo respecto
al necesitado."
Declaran los padres conciliares que a la base del martirio están el amor extremo
y la lucha denodada frente a la injusticia que sin duda en el contexto de
nuestros países y en una realidad de globalización y de economía de mercado les
coloca en situación de pobreza creciente. Es allí donde en la lucha por defender
a los indígenas, a los desplazados, a los hombres y mujeres que se les niega la
dignidad de hijos e hijas de Dios donde muchos mártires de América Latina han
venido dando su testimonio destacando la prioridad del amor de Dios hacia ellos
y por tanto una respuesta correspondiente a ese amor hasta la muerte.
Los mártires y el Nacionalsocialismo. Obispo Gerhard Ludwig Müller. Regensburg.
Las guerras y los regímenes totalitarios han sacudido al siglo XX.
Fundamentalmente en Alemania, durante los años del régimen nacionalsocialista,
la violencia, la represión y el crimen han costado la vida a millones de
personas.
Los religiosos, párrocos y Obispos han sido víctima de una propaganda
anticlerical y anticristiana, que se alimentaba del ateísmo y de la hostilidad
hacia dios y hacia la salvación revelada en Jesucristo. Finalmente, la Iglesia y
la fe se convirtieron en objetivo del terror. El condicionamiento trascendente
del hombre debía dar lugar a una nueva fe, que se expresaba en el culto al
Estado y al Führer. Junto a los miles de víctimas sin nombre y de los mártires
por Cristo y por la Iglesia se yerguen personajes cuyos nombres se han
convertido para todos en ejemplo de la violencia y el terror vividos. Alfred
Delp, Padre Maximiliano Kolbe, Rupert Mayer, Edith Stein, Hermann Joseph Wehrle
y Domprediger Maier. Todos ellos acabaron en la mira de sus verdugos por su
propia fe y por su entrega incondicional a Jesucristo.
Fueron valerosos en la fe y en su vocación, en la misión y en sus actividades.
En 1980, el Papa Juan Pablo II recordaba en Mónaco de manera muy conmovedora al
Padre Ruper Mayer: "Enfermo gravemente a consecuencia de una herida grave
recibida en el curso de la Primera Guerra Mundial en el momento en que
administraba el viático, se puso abierta y valerosamente a favor de los derechos
de la Iglesia y de la libertad y por ello sufrió las atrocidades del campo de
concentración y del exilio"
Nunca más se podrán olvidar la vida y la muerte de cuantos se opusieron con su
sangre, entre 1933 y 1945, al terror nacionalsocialista.
Mártires recientes de la Iglesia en Asia. Prof. José Vidamor Yu. Manila.
Jesús nació, vivió, murió y creció en Asia. Predicó, enseñó y testimonió la
Voluntad del Padre en Asia, convirtiendo ese continente en una tierra de
promesas y esperanzas para toda la humanidad. (Cf EA 1) La orden del Señor
"vayan y hagan discípulos de todos los pueblos" (Mt 28:19) ha de ser ejecutada
de ese continente.
Mártires Asiáticos:
1. Un don para la Iglesia.
El origen de la Iglesia en Asia es tan antiguo como el origen de la Iglesia
misma. La religión cristiana se difundió muy rápida desde Jerusalén hasta
Antioquia, antes de llegar al Occidente, en Roma. El Cristianismo llegó a las
costas de India, donde San Tómas Apóstol predicó y fue martirizado, mientras San
Judas Tadeo y San Bartolomeo predicaron el Evangelio en Armenia. Gracias a sus
martirios, Armenia se convirtió en el primer país cristiano.
La evangelización apostólica de Siria y de las naciones arabes en el siglo 5; de
China en el siglo 13 e del Pacífico desde el siglo 15 produjo testimonios y
mártires de la fe cristiana. Esos ejemplos cristianos vivientes otorgan un
testimonio extraordinario de vida y trabajo para el desarrollo de la Iglesia en
Asia. Los más recientes santos asiáticos permitieron colocar la fe cristiana en
la cuna de las más antiguas religiones y tradicciones del mundo. Su sangre fue
un don para el desarrollo de la Iglesia; sus martirios fueron una profunda
fuente de "enriquecimiento espiritual e medio importante de evangelización". (EA
9).
2. Inspiración para los misioneros.
Los ejemplos de los mártires cristianos; sea los proclamados por la Iglesia sea
los quienes sólo son conocidos por Dios, costituyen una fuente de inspiración y
ánimo para los misioneros que dedican todos sus esfuerzos a la obra de
evangelización de la Iglesia en Asia. Los misioneros deberían hallar su propria
inspiración aun del ejemplo de quienes vivieron aplicando los pricipios del
mensaje cristiano. Juan Pablo II espera que "una muchedumbre de mártires
asiáticos, viejos y nuevos, nunca cese de enseñar a la Iglesia en Asia el
sentido de ser testigo del Cordero... (EA 49) El llamamiento para convertirse en
"mártir" o "testigo" no es solamente un don de alguien a Dios, sino un don a la
Iglesia y a Asia". "La fe en Jesús es un don que tiene que ser compartido; es el
don más grande que la Iglesia pueda ofrecer a Asia". (EA10). Este don de fe
conlleva dificultades, procesos, retos y toda clase de problemas hallados por lo
misioneros al predicar el Evangelio entre las ricas culturas de Asia. El viaje
de fe a Asia es un viaje hacia la riqueza de los sacrificios cumplidos por los
mártires asiáticos. La sangre que los mártires derramaron en ese continente
enseñó a los pueblos de Asia el valor de "la santidad de la vida y la prontitud
de ofrecer su propria vida por el Evangelio". (EA9).
3. Nuevos horizontes para misiones hoy en día.
Hoy en día Asia ha sido bendita por mártires que inspiran la renovación de la
misión. Los mártires infundieron el sentido de la misión y de la solidariedad en
los corazones de los asiáticos. En India, Gonsalo Garcia y John de Birto fueron
canonizados respectivamente en 1629 y 1947. Joseph Vaz fue beatificado en 1995.
Japón puede contar con Paul Miki y sus compañeros: Gracia Hosakawa, Ludivico
Ibaragi, Michael Kozaki y Takayama Ukon. Corea honra la memoria de más de 10.000
martirios, y en 1984 Juan Pablo II canonizó 103 mártires en Seúl. Además,
hubieron homenajes a Andrew Kim Taegon, cura coreano, Chung Hasang y Kim Hyoim,
líderes laicos. Las Filipinas cuentan con Lorenzo Ruiz y sus compañeros, y
también con el catequista Pedro Calungsod, beatificado en el 2000. Hay más de
130.000 mártires en Vietnam; 117 de los cuales fueron canonizados en 1988:
Andrew Dung Lac, Phanxico Xavier Can, Vincent Diem, Phaolo Le Bao Tinh, Phero
Nguyen Khac Tu y otros. Agnes Le Thi Thanh fue beatificada en el 2000. China
consta con los 120 mártires canonizados en el 2000 por Juan Pablo II: 33 de
ellos eran misioneros y 87 eran chinos.
El testimonio de los mártires asiáticos impulsó la Iglesia a ser testigo
auténtico del Evangelio. Esto conlleva que la Iglesia comparta las oraciones y
la obra de los asiáticos, junto con todos sus dolores y alegrias; esperanzas y
padecimientos.
La Iglesia en Asia está del lado de los pobres, o sea: emigrantes, pueblos y
tribus indigénas, mujeres y niños y todos los quienes están siendo explotados.
(EA 34).
El Martirio: un testimonio creíble para la Iglesia de África. Prof. Graham Rose.
Johannesburgo.
En la década de los años sesenta, con ocasión de la canonización de los mártires
de Uganda, el Papa Pablo VI recordaba las "maravillosas historias de la antigua
África" que formaban parte todas ellas de aquella "lista de valerosos hombres y
mujeres que dieron sus vidas por la fe." De hecho, estas historias africanas no
se deben olvidar. Sin embargo, para tratar el tema del "Martirio: un testimonio
creíble para la Iglesia de África", sugiero que pasemos de los antiguo a lo
contemporáneo y nos preguntemos, ¿Qué tipo de martirio será creíble hoy?
Dicho de manera sencilla, la credibilidad del mártir, en todo tiempo y lugar, se
ha basado en que practica lo que predica – incluso hasta la muerte. Esto se ve
de manera muy especial en África – los africanos lo relacionan con un testimonio
práctico que vaya más allá de las palabras y las filosofías.
Sugiero que hay tres formas particulares en las que este testimonio vivido será
creíble para el pueblo africano.
I En Uganda la cuestión fundamental de los mártires era el de la castidad; en
toda África han muerto cristianos porque estaban expuestos a la corrupción y la
avaricia en su lucha contra la pobreza; muchos otros han muerto de forma más
conocida por su lucha contra las tiranías políticas - ¡obedecían a Dios y no a
los hombres! Esta lucha en favor de la Verdad del ser humano ha traído consigo a
sus mártires. El testimonio de los mártires será más creíble si se centra en los
consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
II Nuestra fe católica es fundamento y plenitud de la unidad fundamental de
todos los seres humanos. Conocemos que en África hay muchas historias de
cristianos - en Sudáfrica y Rwanda, por ejemplo – que en situación de peligro,
ponen a su raza o tribu por delante de su fe cristiana. Y sin embargo, ¿cuántas
historias hay en la región – que aún no se conocen – de personas desconocidas
que de hecho han permanecido fieles? El martirio en África dará claro testimonio
cuando tenga ese valor concreto que le permita superar las divisiones raciales y
tribales que aterrorizan al continente.
III Cuando canonizó a los mártires de Uganda, el Papa Pablo VI afirmó "tampoco
debemos olvidar a esas otras personas, de comunión anglicana, que murieron por
Cristo". Una vez más, el testimonio de los mártires será mucho más creíble
cuando dé testimonio también de la unidad de los cristianos. Esto ocurre
particularmente en un continente que siempre ha estado un tanto convulsionado
por la desunión de los cristianos.
Sólo he nombrado a los mártires ugandeses – pero está claro que hay otros. El
Papa Pablo VI recordó las antiguas historias ocurridas en el norte del
Mediterráneo. Sabemos que siempre hay más santos y mártires de los canonizados.
Esto ocurre especialmente en África donde la "infraestructura" por así decirlo,
requerida para el proceso de canonización está muy poco desarrollado.
Reconocemos a estos anónimos mártires africanos. ¿Cuántas historias seguirán en
el anonimato hasta que – como leemos en el Apocalipsis – el Cordero rompa el
quinto sello? (Ap 6:9)
Sus historias surgen de sitios en los que la dignidad humana está amenazada
atrozmente, donde la comunidad humana está simplemente ausente o muy frágil.
Allí, el testimonio de aquellos que han muerto por proclamar la verdad del
Evangelio sobre los seres humanos y su unidad en Cristo han sido, y siguen
siendo, muy importantes - y creíbles.
La sangre de los mártires, semilla de cristianos. Prof. Antonio Miralles. Pont.
Università della Santa Croce. Roma.
Este título está tomado casi al pie de la letra de Tertuliano, que escribía en
el año 197: "La sangre [de los mártires] es semilla de los cristianos".
Encontramos la misma idea ya a mitad del siglo II, en el discurso de autor
desconocido dirigido al pagano Diogneto: "¿No ves que [los cristianos],
arrojados a las fieras con el fin de que renieguen del Señor, no se dejan
vencer? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen
otros?" (7, 7-8). Un contemporáneo de Tertuliano, Hipólito Romano escribía,
durante la persecución de Septimio Severo, que un gran número de hombres,
atraídos a la fe por medio de los mártires, se convertían a su vez en mártires (cfr.
Comentario sobre Daniel, II, 38).
Esta convicción de fe de los primeros cristianos se basa en un fundamento
sólido, porque Jesús, refiriéndose a su muerte redentora, dice: "Si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn
12, 24). Los mártires, pues, no han hecho más que recorrer el camino abierto por
Jesús al decir de sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6).
Para el mártir, la pérdida de la vida por dar testimonio de Jesús es una
ganancia, pues gana la vida eterna. Pero es también una gran ganancia para la
Iglesia que recibe así nuevos hijos, impulsados a la conversión por el ejemplo
del mártir y ve que se renuevan los hijos que ya tiene desde hace tiempo. Juan
Pablo II se muestra convencido de ello cuando, en el año del Gran Jubileo, decía
en su discurso en el Coliseo durante la conmemoración de los mártires del siglo
XX: "Permanezca viva, en el siglo y el milenio que acaban de comenzar, la
memoria de estos nuestros hermanos y hermanas. Es más, ¡que crezca! ¡Que se
transmita de generación en generación, para que de ella brote una profunda
renovación cristiana!" (Insegnamenti, 23/1, 776).
Para comprender mejor que la muerte de los mártires es semilla de cristianos, es
bueno recordar que, en la parábola de la semilla, "la semilla es la palabra de
Dios", es decir, no sólo sus palabras reveladas, sino sobre todo la Palabra, con
mayúscula, el Hijo que el Padre ha enviado y que el Espíritu Santo hace brotar
en el corazón del cristiano, identificándolo con Cristo. Por eso, en su muerte
testimonial, el mártir se identifica con Cristo. Pero también el Espíritu actúa
en los corazones de quienes acogen el testimonio del mártir, que se vuelve así
particularmente elocuente. Como dice el prefacio de los santos mártires: "Han
atestiguado con su sangre tus prodigios".
El mártir nos ayuda a descubrir el gran valor del testimonio dado a Cristo al
donar por entero la vida. Es un don que puede ser pedido a algunos en un
instante, pero que se nos pide a todos día tras día, hora tra hora. Como decía
s. Ambrosio, refiriéndose a su tiempo, cuando ya las persecuciones exteriores
habían acabado: "¡Cuántos hoy son mártires en secreto y dan testimonio al Señor
Jesús!" (Comentario al Salmo 118).
El martirio y la formación sacerdotal. Prof. Paolo Scarafoni, L.C. Magnífico
Rector del Pont. Ateneo Regina Apostolorum. Roma.
"Servir": ¡Cómo aprecio esta palabra! Sacerdocio "ministerial": un término que
me deja estupefacto" (Juan Pablo II, Alzatevi, Andiamo! [¡Levantaos, vamos!],
41). El presbítero tiene prioridad en el sentido de que "debe ser el primero en
dar su vida por las ovejas, el primero en el sacrificio y la dedicación" (Ibídem);
como hizo Cristo e, imitándolo, los apóstoles.
El Concilio Vaticano II prescribe lo siguiente para la formación del candidato
al sacerdocio: "Deben comprender claramente que no están destinados al mando o a
los honores, sino a entregarse totalmente al servicio de Dios y al ministerio
pastoral (...) y a identificarse con Cristo crucificado" (Optatam totius 9). "Me
alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo que falta a
las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la
Iglesia" (Col 1,24).
El martirio y el sacerdocio están íntimamente vinculados. Debiendo identificarse
con Cristo Sacerdote, a través de la ordenación sagrada, los candidatos al
sacerdocio deben acostumbrarse a unirse a Él, compartiendo una vida íntima y
plena, que consiste, de manera especial, en:
- el ejercicio de la caridad heroica según el ejemplo de Cristo y en respuesta a
su mandamiento;
- la aceptación del sacrificio y el sufrimiento como un privilegio;
- la obediencia y la humildad como imitación de Cristo;
- el alejamiento de la pereza y la comodidad de su propia vida sacerdotal.
La formación espiritual de los seminaristas debe centrarse en la identificación
plena con Cristo, en especial con su pasión y muerte en la cruz por amor, cumbre
de su misión y sacerdocio. El recuerdo vivo, ofrecido a los seminaristas, de los
sacerdotes y obispos santos y mártires que han imitado a Cristo hasta dar su
vida, contribuye a que comprendan que dicha imitación es posible, a veces hasta
el heroísmo. Durante la persecución religiosa en México y luego en España, en
las primeras décadas del siglo pasado, muchos sacerdotes fueron asesinados por
haber sido sorprendidos en el ejercicio de su ministerio, por no haber querido
abandonar al rebaño que se les había confiado.
Otro aspecto central de la formación sacerdotal en relación al martirio es la
atención vigilante a las inspiraciones del Espíritu, que son exigentes y
fuertemente opuestas a la pereza y la comodidad, y deben ser seguidas con
exactitud y esfuerzo. La comodidad es contraria al Espíritu Santo, porque lleva
al predominio del espíritu del mundo, y, en cambio, el Espíritu Santo no deja de
obrar en la caridad. La disponibilidad al martirio es un don especial del
Espíritu Santo, concedido a quien lo acoge con docilidad. Bajo los regímenes
totalitarios del marxismo materialista ateo, el Espíritu Santo ha dado signos de
su presencia viva en un gran número de obispos y sacerdotes católicos y
ortodoxos, y en muchos laicos, que han enfrentado el martirio por amor a Cristo,
la Iglesia y sus propios hermanos. También en el mundo materialista de hoy, el
Espíritu Santo suscita sacerdotes santos que no se abandonan al espíritu del
mundo y saben ofrecer la vida terrenal en la fidelidad y la caridad hasta el
heroísmo, en la imitación de Cristo.
La Eucaristía es el sacrificio redentor de Cristo ofrecido por la Iglesia, la
presencia real del Señor, la comunión que da frutos de purificación e
identificación con Él. "En la Iglesia antigua, el martirio era considerado una
verdadera celebración eucarística: realización extrema de la contemporaneidad
con Cristo, del ser una cosa sola con Él" (J. Ratzinger, Introduzione allo
spirito della liturgia, 55). El contacto asiduo de seminaristas y sacerdotes con
la Eucaristía en la celebración y el tabernáculo posibilita cada día la ofrenda
auténtica de la propia vida al Padre junto con Cristo, y alimenta el servicio y
la caridad pastoral hasta el martirio. Algunos obispos y sacerdotes han sido
martirizados precisamente durante la celebración eucarística y otros han unido
sus propios sufrimientos al sacrificio eucarístico, celebrado en condiciones
peligrosas y en el secreto de las prisiones.
María, reina de los mártires. Prof. Jean Galot, Roma.
Invocando a María como Reina de los mártires, deseamos reconocer su lugar
eminente en la obra de la salvación, en cuanto esta obra suscita las ofrendas
heroicas del martirio.
El valor del martirio ha sido subrayado en particular por Jesús al dirigirse a
Pedro: "En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e
ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te
ceñirá y te llevará adonde tú no quieras". Y el evangelista agrega: "Con esto
indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios" (Jn 21,18-19).
El anuncio hecho a Pedro nos hace comprender la importancia del martirio como
don supremo que asocia al apóstol al destino de su Maestro. Jesús le había dicho
a su discípulo: "Apacienta mis ovejas". Para cumplir adecuadamente su misión
como pastor, Pedro estaba llamado a compartir el sacrificio de su propia vida:
"El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10,11).
La predicción del martirio fue especialmente más dura para Pedro porque, en el
primer anuncio de la Pasión, había reaccionado con violencia; se había rebelado
y había pedido que el acontecimiento doloroso fuera borrado del programa, pero
Jesús le había reprochado: "Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los
hombres" (Mc 8,32). Luego, entendió que la prueba era necesaria para el
cumplimiento de la misión. El anuncio del martirio futuro confirma esta verdad.
Podemos observar que las circunstancias del anuncio suscitaron una reflexión en
la mente de Pedro, con la comparación entre su suerte y la del discípulo
predilecto: cuando Pedro había preguntado por Juan: "Señor, y éste, ¿qué?" (Jn
21,21), había recibido una respuesta que mostraba un destino muy distinto del
martirio: "Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?".
Por voluntad de Cristo, el apóstol Juan no moriría de muerte violenta, sino que
esperaría la llegada de aquel que lo había llamado y que, en el momento que él
escogiera, pondría fin a su vida en la tierra.
El destino dispuesto para Juan nos demuestra que no todos los apóstoles han
acabado sus vidas con el martirio. Nos ayuda a comprender mejor que no era
necesario que María diese el testimonio supremo del martirio para estar
plenamente unida a su Hijo en el cumplimiento de su misión redentora.
Por cierto, María ha ofrecido a Jesús la participación más elevada en la obra de
la salvación y que ha dado mucho fruto para la humanidad. Pero esa participación
no implicaba compartir la crucifixión. Era algo adecuado a su papel de madre. El
dolor de María fue el de su corazón maternal. En este sentido, vivió el
martirio, no en su cuerpo sino en su corazón.
Desde este punto de vista, María es reina de los mártires, porque en ella el
martirio ha encontrado una expresión nueva, el compromiso en un dolor que toca
el fondo del alma en unión con el dolor de Cristo crucificado. Ese dolor es
ofrecido perfectamente, con una generosidad sin reservas.
En María, la participación en el sacrificio redentor está signada por un clima
de serenidad y mansedumbre, como conviene a un corazón de madre. A veces, las
circunstancias del martirio podrían despertar tentaciones de venganza o de
hostilidad. En el sufrimiento de la cruz, el corazón de la madre de Jesús
permaneció colmado de compasión y perdón. La participación en la ofrenda del
Salvador ha sido para María una participación en la bondad del corazón apacible
y humilde de Cristo.
En el Calvario, María ofreció un testimonio superior de caridad, que corresponde
al significado fundamental del martirio. Su corazón maternal rebosaba de amor a
Cristo y toda la humanidad.
Conclusión.
S. Em. Revma. Cardenal Darío Castrillón Hoyos. Prefecto de la Congregación para
el Clero.
"Vosotros que no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana ... ¡Sois
vapor de agua que aparece un momento y después desaparece" (St 4,14). Las
palabras del apóstolo Santiago dirigidas a los infieles de la Iglesia naciente
nos llevan, por contraposición, a las palagas del Señor citadas en las ponencias
de los teólogos: "…quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará" (Mc
8,36). Se trata de una verdad que a menduo es rechazada y despreciada por el
mundo contemporáneo, haciendo del amor desordenado el criterio supremo de la
eixistencia: la cruz es un escandalo y una locura (cfr. 1 Cor, 22-25). El mártir
no busca el sufrimiento por si mismo sino que busca la proclamación de la
caridad de Cristo y nos ofrece la herencia peremne de la Cruz vivida a la luz de
la Pascua: herencia que no desaparece que enriquece aún en nuestros días a todo
cristiano dedicado a la nueva evangelización en los albores de este milenio.
Hemos oído que esta herencia se ha transformado en patrimonio común de los
católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes. "Es una herencia que habla con
una voz más alta sobre los factores de división – afirmaba el Santo Padre en la
Homilía durante la solemne celebración ecuménica de los Testigos de la fe en el
siglo XX, llevada a cabo en el Coliseo el día del Gran Jubileo –. El ecumenismo
de los mártires y de los testigos de la fe es el más convincente; él nos indica
el camino de la unidad de los cristianos del siglo XXI" (Juan Pablo II, Homilía
del 7.5.200, número 5).
Siguiendo a los ponentes, hemos podido reflexionar también hasta qué punto es
verdadera la expresión de una antiguo proverbio que dice: "Suces no es un nombre
de Dios". Los mártires nos enseñana a esperar con esperanza, son los maestros de
la paciencia con la certeza de la victoria. La cultura actual, sobre todo la
cultura occidental, no sabe esperar porque vive con impaciencia de resultados
aparentes, con el desafío que marca el resultado y la meta conquistada. Jesús no
redimió la mundo con un gesto o con una expresión fascinante, sino con su muerte
y resurreción preparadas durante siglos y en los 33 años de vida terrenal.
De ello son expertos los ministros sagrados de Cristo, los sacerdotes que en la
Iglesia y por la Iglesia traducen en testimonio de vida aquella exhortación del
Rito de Ordenación sacerdotal: "Da cuenta de lo que harás, imita lo que
celebras, confirma con tu vida el misterio de la Cruz de Cristo, el Señor".
Ellos saben que en el martirio tomar parte directamente en la obra de Cristo,
permaneciendo unidos a El que salva y santifica (cfr. Jn 15,5).
¡Cuántos sacerdotes, de todos los continentes, durante el transcurso de los
siglos han pagado su amor a Cristo con su sangre! Ellos, aún hoy, sufren
diferentes formas de persecusión, antiguas y nuevas, experimentando el odio y la
exclusión, la violencia y el asesinato. Muchos países de larga tradición
cristiana se han convertido en tierras en las la fidelidad al Evangelio cuesta
un precio muy alto. Lo recordamos no con amargura o con ánimo de venganza, sino
con un espíritu de perdón dirigido a todos los perseguidores para que sea
siempre manifiesta la extraordinaria potencia de Dios que continúa actuando en
todos los tiempos y bajo cada cielo.
Con esta perspectiva en mente, me es grato introducir la próxima
videoconferencia teológica internacional que llevará por tema: "La misionariedad
de la Iglesia".
La Iglesia es por naturaleza misionera porque no puede dejar de proclamar el
Evangelio hasta en los extremos confines de la tierra, es decir la plenitud de
la verdad salvífica que dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo y sobre
nosotros. "La espiritualidad misionera de la Igleisa es un camino hacia la
santidad" nos recordaba el Santo Padre en su Carta encíclica Redemptoris missio
(número 90).
La próxima sesión ha sido fijada para el 4 de octubre a las 12 horas de Roma.
Como ya les he anunciado, aclaro que el próximo mes, con fecha 25 de junio, se
desarrollará, sólo para los lugares que se conectan desde Europa, la Conferencia
Catequística Europea, con un programa y ponentes específicos ya definidos.
Agradezco nuevamente a los eminentes prelados, a los teólogos y a los que
profesores que han intervenido hoy.
Vaticano, 28 de mayo de 2004.