Con la Natividad de la Santísima Virgen, podemos decir, da un paso gigantesco
el plan divino de la redención, en el cual cada uno de nosotros tiene su misión.
La Iglesia, al celebrar esta fiesta, nos enseña, de un lado, la elección y
providencia divina sobre cada una de nuestras vidas; y, la seriedad,
responsabilidad y madurez espiritual en responder al plan divino, de otro.
Meditación
Toda vida humana es una llamada no solamente a la existencia, sino que encierra
en sí misma una misión determinada, aunque a veces escondida para nosotros.
María es el ejemplo más noble de una creatura que recibe una misión de Dios y
la lleva a término de modo acabado y perfecto.
1. Al nacer se nos da una misión. Nuestra vida comienza más auténticamente
cuando recibimos la gracia del bautismo. ¿De qué nos hubiera valido nacer
-dice S. Agustín- si no hubiéramos sido redimidos? Con el nacimiento de María
quedó marcado, de modo singular, en la historia el plan de Dios, el misterio
escondido desde todos los siglos. Ella, como todos nosotros, fue elegida antes
de la creación del mundo para ser santa en el amor. Pero María tiene una misión
muy particular y única: La de hacer posible la presencia del Verbo entre
nosotros. Gracias a que María aceptó la misión de ser Madre del Salvador,
pudo realizarse la redención del género humano.
2. Dios elige nuestra misión. No somos nosotros los que hemos decidido vivir,
ni tampoco quienes escogimos las circunstancias de nuestro nacimiento. No nos
define, por tanto, en primer lugar, la libertad, sino la dependencia de Dios.
“El mundo y el hombre -nos dice el Catecismo de la Iglesia católica, n.34-
atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su primer principio ni su fin último,
sino que participan de Aquel que es el Ser en sí, sin origen y sin fin”.
Hemos sido elegios en Cristo y “destinados de antemano según el designio de
quien todo lo hace conforme al deseo de su voluntad” (Ef 1,11). Esta es la
elección general. Dios providente nos presenta a cada cual el modo como tenemos
que llevar adelante esa elección. En María se manifiesta de una forma muy
patente: Dios envió a su ángel, a una ciudad de Nazaret, en el sexto mes, a
una doncella llamada María. Dios sabe el cuando de cada una de nuestras vidas y
de un modo u otro nos descubre la forma de llevar adelante nuestra vocación:
Amarle en esta vida y gozar de El eternamente en el cielo.
3. Responsabilidad en el cumplimiento de la misión. Este plan de salvación de
Dios para cada uno de nosotros exige una respuesta responsable y madura. En ella
nos jugamos el destino de nuestras vidas. No es, por tanto, una cuestión de
poco más o menos. Es la cuestión fundamental de la vida. “El hombre es
invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque,
creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente
según la verdad, si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su
creador” (Gaudium et Spes, n. 19). María escucha con atención el plan que el
Señor le propone en el mensaje del ángel y con plena conciencia, confiando en
la palabra de Dios, responde: “Aquí está la esclava del Señor, que me
suceda según dices”.
4. Fruto: Pedirle a María que nos conceda la fuerza para saber responder
a Dios cada día con mayor autenticidad y responsabilidad.
Lectura
Hoy la siempre Virgen María con su nacimiento, como una estrella luminosa, ha
enviado una luz radiante al mundo y ha infundido en todos los hombres el gozo de
una gran alegría, porque mientras nacía María, Cristo ya estaba a punto de
cancelar la antigua condena que pesaba sobre Eva con el don de su bendición. De
suyo, se ha cumplido la famosa profecía de Isaías: “Saldrá un vástago del
tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará” (Is 11,1).
Este vástago se refiere a la Virgen María, que tiene su origen en la estirpe
de Jesé, padre de David. De ella ha florecido la flor a la que se refiere el
Cantar de los Cantares: “Yo soy el narciso de Sarón, el lirio de los
valles” (Ct 2:1).
Dado que celebramos la fiesta del nacimiento de la Inmaculada Madre de Dios y
siempre Virgen, sería sumamente provechoso que imitáramos su vida de pureza y
todas sus buenas costumbres, en la medida en que nos lo permita nuestra
fragilidad humana y en la medida en que nos lo conceda la gracia divina...
Por eso, con la Madre de Dios como garantía, acudamos a su Hijo “con acciones
de gracias y
aclamémosle con salmos” (Sal 95,2). (Bernón de Reichenau, siglo XI, en la
fiesta de la Natividad de María).