Los diez
mandamientos
Autor: P.
Antonio
Rivero LC
Capítulo 10:
Octavo:
No dirás
falso
testimonio
ni mentirás
“No
mentirás, ni
levantarás
falsos
testimonios”
Dice la
Biblia en el
libro del
Eclesiástico
20,26: “La
mentira es
una tacha
infame en el
hombre”.
Este
mandamiento
sigue
vigente,
aunque hoy
se diga:
“Hoy día ya
no es
posible
vivir sin
mentira, ya
no es
posible
hacer
política y
llevar
negocios sin
mentir”
Si tomáramos
en serio el
octavo
mandamiento,
casi no
habría
manera de
charlar en
los cafés,
en reuniones
de amigos;
los diarios
saldrían con
las páginas
en blanco,
¿no crees?
Este
mandamiento
salvaguarda
nuestro
honor y
nuestra
fama.
La Sagrada
Escritura
está llena
de
advertencias
sobre este
mandamiento.
Se llega
incluso a
identificar
a Dios con
la verdad y
al demonio
con la
mentira.
Cristo vino
a dar
testimonio
de la
verdad. Es
más, Él se
autodefinió
como el
Camino, la
Verdad y la
Vida. Lo
puedes
consultar en
el evangelio
de san Juan,
capítulo 14,
versículo 6.
Suele
decirse que
el pecado es
como un
puñal que
puede tener
muy
distintos
tipos de
hoja, pero
en el que el
mango casi
siempre es
el mismo: la
mentira. Y
es cierto:
mentimos
cuando
decimos que
amamos a
Dios y sólo
nos amamos a
nosotros
mismos.
Mentimos
cuando nos
engañamos a
nosotros
para
encontrar
razones para
olvidarnos
de la misa
dominical.
Mentimos
cuando
justificamos
nuestros
pequeños o
grandes
robos.
Sabemos que
la palabra
es la
expresión
oral de la
idea. De ahí
que, por ley
natural,
aquello que
yo expreso
es algo que
debe
coincidir
con lo que
pienso. Si
mi palabra
no refleja
la idea,
estoy
violentando
el orden
natural de
las cosas,
voy contra
la ley de
Dios. Por
eso se dice
que la
mentira es
intrínsecamente
mala, es
decir, no es
mala porque
alguien la
prohíba,
sino que es
mala en sí
misma. Y
algo de suyo
malo no
puede
producir
nada bueno,
aunque sean
muy buenas
las
intenciones
de quien
actúa.
Al mentiroso
hoy se le
quiere
llamar como
aquel que
“tiene
chispa”,
tiene
“aptitud
para la
vida” o
tiene
“sentido
comercial” o
“viveza”.
Pero en
realidad eso
no cambia la
realidad: el
mentiroso se
daña a sí
mismo, daña
a los demás,
daña a la
sociedad y,
sobre todo,
desfigura la
imagen de
Dios en su
alma.
Cuida tu
lengua,
amigo. Es la
parte más
valiosa que
tienes, pero
también la
más
peligrosa.
Con ella
puedes
alabar a
Dios,
consolar al
triste,
aconsejar a
un
amigo…pero
también
puedes
herirte,
herir el
honor y la
fama del
prójimo.
Decía san
Bernardo que
la lengua es
una lanza,
la más
aguda; con
un solo
golpe
atraviesa a
tres
personas: a
la que
habla, a la
que escucha
y a la
tercera de
quien se
habla.
¡Cuánto
destrozo
puedes
causar con
tu lengua,
si la usas
para el mal!
Te dice
Dios, a
través del
libro del
Eclesiástico:
“Muchos han
perecido al
filo de la
espada; pero
no tantos
como por
culpa de la
lengua” (28,
22). Esto
significa,
creo, que
será mayor
el número de
los que se
condenen por
causa de la
lengua que
el de
aquellos que
mueran en la
guerra.
¿Por qué es
tan grave
esto? Porque
se está
pisoteando
también la
caridad.
Un proverbio
alemán dice:
“El burro se
delata por
sus orejas;
el tonto,
por sus
palabras”.
El corazón
humano es
una cámara
de tesoros,
que tiene
por puerta
el habla;
hay quien
saca bondad,
amor,
verdad,
sabiduría;
el otro saca
insensatez,
maldad,
veneno,
mentira.
Tienes que
agradecer a
Dios que te
haya dado
este octavo
mandamiento.
Vale para
todos este
mandamiento,
pero están
especialmente
obligados a
vivirlo a
fondo
quienes
están al
servicio de
los medios
de
comunicación
social, o
trabajan en
el campo
político, o
son oradores
o
gobernantes
o candidatos
que se
postulan
para ser
presidentes
de una
nación. ¡No
hay que
mentir!
¡Cuántas
veces
escuchamos
discursos de
presidentes
que después
han sido
puras
mentiras, o
verdades a
medias!
¡Cuántos nos
manipulean
desde la
radio y la
televisión!
“¡No
mentirás!”
–nos dice
Dios.
Si somos de
Cristo, y
Cristo es la
Verdad…
andemos en
la verdad.
Te propongo
los
siguientes
puntos:
I. La
veracidad y
verdad.
Diversas
clases de
verdad.
II.
Exigencias y
obstáculos
para la
verdad.
III. La
malicia de
la mentira y
los
atropellos
contra este
mandamiento.
IV. ¿Se
puede
ocultar la
verdad?
Secretos,
restricción
mental y
mentirillas.
I. HABLEMOS
DE LA
VERACIDAD Y
DE LA VERDAD
Para cumplir
este
mandamiento
de Dios es
necesario
desarrollar
en nosotros
la virtud de
la
veracidad,
la cual nos
inclina a
hablar bien
siempre con
la verdad y
a
comportarnos
de acuerdo
con lo que
pensamos.
La veracidad
es una forma
de justicia,
pues los
demás se
merecen la
verdad y no
el engaño.
Hablar de la
verdad hoy,
resulta no
sé si
difícil,
pero al
menos
atrevido y,
en cierto
sentido,
sarcástico.
Vivimos en
un mundo
donde nos
venden la
mentira en
platillos de
oro;
asistimos a
pactos
incumplidos
entre las
naciones,
donde sólo
pusieron su
firma, pero
después se
hizo lo
contrario.
Hay
manipulación
en las
noticias en
algunos
medios de
comunicación;
desde las
pantallas de
televisión
no siempre
nos
presentan la
verdad del
amor, de la
familia, de
la
sexualidad;
desde
algunas
cátedras
universitarias
se cercena
la verdad
del mundo,
de las
cosas, de la
existencia;
se niega a
veces la
existencia
de un
Principio y
una Causa
Primera que
dé razón
última a las
cosas. Yo he
conocido a
jóvenes que
entraron
creyentes a
la
universidad
y salieron
agnósticos y
resentidos
contra la
religión,
por causa de
algunos
profesores
que
sembraron en
sus mentes
la duda y el
rechazo de
Dios.
En fin, que
la verdad no
tiene hoy
carta de
ciudadanía
en todas
partes del
planeta, no
la han
dejado
entrar y
salir
libremente,
la tienen
maniatada,
vendada,
amordazada.
¿Por qué? No
se quiere
encontrar
hoy con la
verdad, pues
“la verdad,
aunque no
peca,
incomoda”.
Parece que
hoy algunos
no
consideran
la verdad
como un
valor. Por
lo menos en
la práctica.
Te doy estos
ejemplos.
Se prefiere
tener éxito
en los
negocios,
aunque sea a
costa de la
verdad. No
creo que sea
tu caso.
Se tiende
fácilmente a
dar
opiniones
distorsionadas
o a
manipular
los datos
según
distintos
intereses.
¿No te has
tentado
alguna vez
con esto?
Algunos
partidos
políticos
anuncian a
veces
programas
electorales
que después
no se
cumplen y ni
siquiera se
quieren
cumplir. Pon
atención
cuando
alguien se
postula para
presidente
de una
nación: ¿Qué
dice? ¿Cómo
lo dice?
¿Cumple lo
que
prometió?
¿Cómo ha
sido su
trayectoria
política,
moral y
familiar?
Se venden
productos
anunciándolos
como lo
mejor,
presentándolos
como
panaceas
capaces de
conseguir
por sí solos
la felicidad
de su
comprador.
¡Cuidado!
La
deformación
de la
realidad o
la verdad a
medias
tienen carta
de
ciudadanía
en nuestra
sociedad.
Por otro
lado, el
hombre, hoy
más que
nunca, busca
la verdad;
busca el
consuelo,
sus leyes, y
aplicarlas;
busca
conocer al
hombre en
profundidad,
su
psicología,
su
funcionamiento
biológico.
Parece como
si un fuerte
instinto le
moviera a
buscar la
verdad en
todo.
El hombre
vive inmerso
en un mundo
donde
importa más
tener o
aparentar
que ser,
donde cuenta
más la
imagen que
el fondo y
donde no es
difícil
encontrar
gente que
renuncia a
sus
convicciones
por quedar
bien o por
conseguir un
buen puesto.
Por todo
esto vivimos
en un clima
de
desconfianza
general,
pues se hace
bastante
difícil
distinguir
entre quién
te engaña y
quién no.
De este
clima de
desconfianza
nace el
deseo
sincero de
encontrar a
alguien que
haga de su
vida, de sus
pensamientos
y de sus
obras una
auténtica
unidad donde
no haya
“poses” ni
apariencias
ni cuidado
excesivo de
su imagen.
En este
sentido se
puede decir
que el gran
éxito del
Papa Juan
Pablo II
ante la
opinión
pública
mundial se
debió a esta
autenticidad
de vida, que
se reflejó
en la
absoluta
coherencia
que existía
entre sus
discursos,
su palabra,
su obra y su
vida.
La veracidad
es una
virtud muy
necesaria
para el
mundo de
hoy, pero
además es la
virtud de la
estabilidad
psicológica.
El hombre es
el único ser
en la tierra
capaz de
conocer la
verdad y de
transmitirla
y, al mismo
tiempo, es
el único
capaz de
mentir. Esto
se debe a su
inteligencia
y a su
capacidad
para
comunicar
pensamientos
y afectos.
Tú, si
quieres,
puedes
aparentar,
vivir de
forma
diversa a lo
que profesas
externamente;
puedes
engañar,
puedes
llegar
incluso a la
esquizofrenia,
que consiste
en tener dos
personalidades
en el mismo
sujeto, y ya
no
distingues
lo que es
real y lo
que es
apariencia.
El hombre es
una unidad
perfecta.
Todo lo que
es mentira,
falsedad,
fingimiento,
inautenticidad,
rompe esta
unidad. La
ruptura se
da entre el
ser y el
actuar,
entre el
pensar y el
decir, entre
el decidir y
el cumplir.
Y las
consecuencias
son:
infelicidad,
insatisfacción,
ruptura de
la armonía
de la
personalidad.
Jesucristo
se denomina
a sí mismo
“La Verdad”
(Juan
14,16). No
dice que es
la pureza o
la bondad,
ni la fe, ni
la
esperanza. Y
su misión se
resume en
dar
testimonio
de la verdad
(Juan 17,
37). Su vida
es
idénticamente
igual a su
mensaje. Por
eso, podemos
decir, ser
fiel a
Cristo es
ser fiel a
la verdad,
respetarla,
propagarla,
defenderla,
asimilarla.
Y el
Espíritu
Santo es el
Espíritu de
la verdad, y
el que nos
descubre la
verdad del
hombre y de
Dios, la
verdad de ti
mismo. Es el
que te
enseña a
apreciar en
su justo
valor las
realidades
de este
mundo, su
fugacidad,
el valor de
la vida ante
la
eternidad.
El Espíritu
Santo guía
hacia la
verdad, a
quien lo
escucha y
pone en
práctica sus
inspiraciones.
En medio de
las mayores
dificultades,
el Espíritu
Santo da
fuerza para
profesar y
testimoniar
la verdad,
como lo
hicieron los
mártires de
la fe. Te
invito a
repasar las
actas de los
mártires de
los primeros
siglos, para
que te des
cuente de lo
que te he
dicho.
Te cuento un
poco el
martirio de
Perpetua y
Felicidad,
el 7 de
marzo del
año 203. Es
uno de los
relatos más
estremecedores
de la
historia y
uno de los
testimonios
más
admirables y
más puros
que nos haya
legado la
antigüedad
cristiana.
La joven
Perpetua
sobresale
por sus
altas
prendas, por
su patética
actuación
frente a su
padre
pagano, por
su empuje y
por su
grandeza
moral. Hoy
lo
llamaríamos:
coherencia
de vida.
Fue
arrestada
cuando aún
era
catecúmena,
es decir, se
estaba
preparando
para ser
cristiana
bautizada.
Estaba
casada y
tenía un
hijo de
pocos meses
de vida.
Cuenta ella
misma, pues
lo dejó
escrito de
su mano y
según sus
impresiones:
“Cuando nos
hallábamos
todavía con
los
guardias, mi
padre,
impulsado
por su
cariño,
deseaba
ardientemente
alejarme de
la fe con
sus
discursos y
persistía en
su empeño de
conmoverme.
Yo le dije:
- Padre,
¿ves, por
ejemplo, ese
cántaro que
está en el
suelo, esa
taza u otra
cosa?
- Lo veo –me
respondió.
- ¿Acaso se
les puede
dar un
nombre
diverso del
que tienen?
- ¡No! –me
respondió.
- Yo tampoco
puedo
llamarme con
nombre
distinto de
lo que soy:
¡CRISTIANA!
Entonces mi
padre,
exasperado,
se arrojó
sobre mí
para sacarme
los ojos,
pero sólo me
maltrató.
Después,
vencido, se
retiró con
sus
argumentos
diabólicos.
Durante unos
pocos días
no vi más a
mi
padre…Precisamente
en el
intervalo de
esos días
fuimos
bautizados y
el Espíritu
me inspiró,
estando
dentro del
agua, que no
pidiera otra
cosa que el
poder
resistir el
amor
paternal.
A los pocos
días fuimos
encarcelados.
Yo
experimenté
pavor,
porque jamás
me había
hallado en
tinieblas
tan
horrorosas.
¡Qué día
terrible! El
calor era
insoportable
por el
amontonamiento
de tanta
gente; los
soldados nos
trataban
brutalmente;
y, sobre
todo, yo
estaba
agobiada por
la
preocupación
por mi hijo…
Tercio y
Pomponio,
benditos
diáconos que
nos
asistían,
consiguieron
con dinero
que se nos
permitiera
recrearnos
por unas
horas en un
lugar más
confortable
de la
cárcel.
Saliendo
entonces del
calabozo,
cada uno
podía hacer
lo que
quería. Yo
amamantaba a
mi hijo,
casi muerto
de hambre.
Preocupada
por su
suerte,
hablaba a mi
madre,
confortaba a
mi hermano y
les
recomendaba
a mi
hijo…Finalmente
logré que el
niño se
quedara
conmigo en
la cárcel.
Al punto me
sentí con
nuevas
fuerzas y
aliviada de
la pena y
preocupación
por el niño.
Desde aquel
momento, la
cárcel me
pareció un
palacio y
prefería
estar en
ella a
cualquier
otro lugar.
Vayamos al
momento del
martirio.
Finalmente
brilló el
día de su
victoria.
Caminaron de
la cárcel al
anfiteatro,
como si
fueran al
cielo,
radiantes de
alegría y
hermosos de
rostro;
emocionados,
sí, pero no
de miedo,
sino de
gozo.
Perpetua
marchaba
última con
rostro
iluminado y
paso
tranquilo,
como una
gran dama de
Cristo y una
preferida de
Dios. El
esplendor de
su mirada
obligaba a
todos a
bajar los
ojos.
También iba
Felicidad,
gozosa de
que su
afortunado
parto le
permitiera
luchar con
las fieras,
pasando de
la sangre a
la sangre,
de la
partera al
gladiador,
para
purificarse
después del
parto con el
segundo
bautismo.
Cuando
llegaron a
la puerta
del
anfiteatro,
quisieron
obligarles a
disfrazarse:
los hombres,
de
sacerdotes
de Saturno;
las mujeres,
de
sacerdotisas
de Ceres.
Pero la
generosa
Perpetua
resistió con
invencible
tenacidad. Y
alegaba esta
razón:
“Hemos
venido hasta
aquí
voluntariamente,
para
defender
nuestra
libertad.
Sacrificamos
nuestra
vida, para
no tener que
hacer cosa
semejante.
Tal era
nuestro
pacto con
ustedes”. La
injusticia
debió ceder
ante la
justicia. El
tribuno
autorizó que
entraran tal
como venían…
Para las
jóvenes
mujeres el
diablo había
reservado
una vaca
bravísima.
La elección
era
insólita,
como para
hacer, con
la bestia,
mayor
injuria a su
sexo
femenino.
Fueron
presentadas
en el
anfiteatro,
desnudas y
envueltas en
redes. El
pueblo
sintió
horror al
contemplar a
una, tan
joven y
delicada, y
a la otra,
madre
primeriza
con los
pechos
destilando
leche.
Fueron,
pues,
retiradas y
revestidas
con túnicas
sin
cinturón.
La primera
en ser
lanzada al
aire fue
Perpetua y
cayó de
espaldas.
Apenas se
incorporó,
recogió la
túnica
desgarrada y
se cubrió el
muslo, más
preocupada
del pudor
que del
dolor. Una
vez
compuesta,
se levantó
y, al ver a
Felicidad
golpeada y
tendida en
el suelo, se
le acercó,
le dio la
mano y la
levantó…”.
Y así, hasta
que
murieron.
¡Esto es
coherencia
de vida,
entre lo que
se es y lo
que se
profesa! Así
eran tus
hermanos
cristianos
de los
primeros
siglos:
vivían la
verdad de su
fe, hasta
derramar su
sangre.
Visto todo
esto, te
hago un
breve
resumen de
lo que es la
verdad y los
tipos de
verdad.
Hace veinte
siglos un
procurador
romano,
llamado
Poncio
Pilatos,
hizo esta
pregunta a
un judío
llamado
Jesús de
Nazaret:
“Y...¿qué es
la verdad?”.
Y esa
pregunta
quedó sin
ser
respondida.
¿Por qué?
Jesús no
quiso
contestarla.
¿Por qué?
El término
verdad se le
suele
colocar al
lado de
otros
términos
sinónimos:
autenticidad,
coherencia,
honestidad,
sinceridad,
integridad,
transparencia,
hombre o
mujer de una
sola pieza.
Y
contrapuesto
a verdad,
tenemos:
mentira,
hipocresía,
fariseísmo,
doblez,
engaño,
duplicidad
de vida,
fachada,
ocultamiento,
ambivalencia,
inescrupulosidad,
incoherencia.
Te defino la
verdad en
sus tipos;
me
perdonarás
que emplee
un poco de
filosofía,
que hace
tiempo
estudié.
1. Verdad
del ser: ser
aquello que
uno es, que
uno debe
ser. Hay
verdad del
ser cuando
tú te
comportas
como persona
inteligente,
libre y
responsable.
Vives en la
verdad de tu
ser cuando
sabes y te
comportas
con lo que
te exige tu
origen, tu
fin como
persona
humana,
cuando
tienes
trascendencia
y sentido.
Cuando vives
la verdad de
tu ser,
vives
realizado,
feliz, digno
y te elevas
sobre todo
el universo
material y
animal. Lo
contrario a
la verdad
del ser es
la
inautenticidad.
2. Verdad
del pensar:
tu mente
está hecha
para
percibir el
ser de las
cosas.
Cuando tu
mente
coincide que
la verdad de
las cosas,
vives en la
verdad del
pensar. Tu
mente tiene
que respetar
la verdad de
las cosas:
la verdad
del trabajo,
del dinero,
de la
sexualidad,
del
matrimonio,
del estudio,
de la
carrera...
¡Cuánta
formación
necesitas
para
descubrir la
verdad de
las cosas, y
pensar así
con
veracidad de
ellas! Lo
contrario a
la verdad
del pensar
es el error,
que puede
ser
consciente o
inconsciente,
voluntario o
involuntario.
3. Verdad
del hablar:
decir lo que
tu mente
sabe que es
verdad, y
que lo ha
descubierto
así, después
del estudio
y la
formación.
Tus palabras
deben ser
vehículo
leal de lo
que piensas.
Por medio de
tu palabra,
haces
partícipe a
los demás de
lo que
llevas
dentro. La
palabra es
puente que
hace
transparente
a los demás
el corazón y
la intimidad
de la
persona. Lo
contrario a
la verdad
del hablar
es la
mentira.
4. Verdad
del obrar:
es la verdad
del
comportamiento
y de la
vida. Vivir
como se
cree,
coherencia
de vida
entre lo que
se cree, lo
que se
predica y lo
que se vive.
Si vives
esta verdad,
serás
sincero y
cumplidor a
tu palabra
dada, serás
leal y fiel
a tus
compromisos
asumidos,
serás
equitativo y
justo con
los demás.
Lo contrario
a la verdad
del obrar es
la
incoherencia,
el
fariseísmo,
la
hipocresía.
¿Te quedó
más claro?
II.
EXIGENCIAS Y
OBSTÁCULOS
DE LA VERDAD
1. Primero,
las
exigencias.
Tener una
conciencia
recta y bien
formada es
la exigencia
para vivir
en la
verdad,
decir la
verdad,
hacer la
verdad en la
vida.
La
conciencia
moral es
aquella
capacidad
que todo ser
humano tiene
de percibir
el bien y el
mal, y de
inclinar la
propia
voluntad a
hacer el
bien y a
evitar el
mal.
La
conciencia
es esa voz
interior que
te dice (o
te debería
decir, si es
recta): “Haz
el bien,
evita el
mal”. Ahí
está la
conciencia.
Si tú no
cumples con
tus deberes
de estado y
profesionales,
si descuidas
las tareas
encomendadas,
si pierdes
el tiempo en
tu trabajo o
te robas
algo...la
conciencia
te debería
decir: “Oye,
eso no es
tuyo...estás
perdiendo
tiempo...llegaste
tarde...no
dijiste toda
la verdad”.
Si eres una
persona
honesta y
sincera...podrás
leer en tu
corazón
estas normas
de ley
natural, con
las que
todos
nacemos:
- Di siempre
la verdad.
- No hagas a
los demás lo
que no
quieres que
a ti te
hagan.
- No mates.
- Respeta a
tus padres.
- Respeta
las cosas
ajenas, etc.
No necesitas
ser
cristiano o
católico
para
escuchar
esto en tu
conciencia.
Simplemente
si hay
hombre
honesto,
sincero,
leal...
escucharás,
nítida, la
voz de tu
conciencia.
Pero hay
peligros de
deformar la
conciencia.
Y cuando
esto pasa,
es muy
difícil
escuchar
esos
imperativos
de ley
natural, y
es muy
difícil
vivir en la
verdad y
decir la
verdad.
Puedes
ponerte
máscaras en
la
conciencia,
caretas:
eres una
cosa y
aparentas
otra; en la
vida social
eres así, y
en la vida
personal
eres de otra
manera, y
con tu
familia de
otra,
Y aquí
comienzan
los
resquebrajamientos
y las
grietas de
tu
personalidad.
No eres
sincero, no
eres leal,
no vives en
la verdad.
Te sientes
mal. Incluso
psicológicamente
quedas
afectado.
Tienes que
saber
quitarte las
caretas,
tener la
valentía de
arrancarte
las
máscaras,
para que
seas lo que
eres y debes
ser.
Hay diversas
máscaras o
caretas:
a) La
conciencia
indelicada:
cuando
admites a
sabiendas
pequeñas
transgresiones
a tus
deberes
profesionales,
familiares y
personales.
“Total, no
es nada.
Total, a
nadie hago
el mal.
Total, es
poca cosa”.
b) La
conciencia
adormecida:
bajo la
anestesia de
la juerga,
la
francachela,
la
superficialidad,
el alcohol,
el vicio,
las
mujeres...tu
conciencia
no
reacciona,
no escuchas
su voz. Esta
dormida,
narcotizada,
anestesiada.
c) La
conciencia
domesticada.
Una
conciencia
para andar
por casa. Es
conciencia
mansa, que
ya no
produce
remordimientos,
angustias,
desazones
interiores
ante el mal
hecho. La
has
domesticado:
ya no salta,
ya no ruge,
ya no se
lanza...la
tienes bien
tranquila,
con el
látigo de la
excusa y de
las
justificaciones.
d) La
conciencia
deformada:
juzga bueno
lo que es
malo y
viceversa.
e) La
conciencia
farisaica:
afán de
aparentar
exteriormente
rectitud
moral,
estando
lleno por
dentro de
mentiras e
hipocresía.
Urge, pues,
formar la
conciencia,
para poder
discernir
entre lo
bueno y lo
malo, la
verdad de la
mentira,
pues sólo la
conciencia
debe ser el
faro único
que guíe tus
pasos en la
oscuridad.
Formar la
conciencia.
¿Cómo, con
qué medios?
· Hacer
balance de
tus
acciones,
para ver si
concuerdan a
tus
principios
rectos y
sanos.
· El consejo
de un amigo
formado.
· Tener un
guía
espiritual.
· Si eres
cristiano,
tienes el
gran medio
de la
confesión
sacramental.
2. Segundo,
los
obstáculos
en la
búsqueda de
la verdad.
· El
escepticismo
radical
moderno :
afirma que
la verdad no
existe, o
que, si
existe, el
hombre es
incapaz de
conocerla.
Si el
escepticismo
fuese
verdadero,
se negaría a
sí mismo. En
el campo
moral, no
sólo no se
está de
acuerdo
sobre lo
bueno y lo
malo, sino
incluso se
pone en duda
sobre la
validez de
esa
distinción.
En otros
tiempos se
veía la
necesidad de
defender
algunas
verdades (la
verdad de
los bienes
materiales,
de la
propiedad
privada, la
verdad sobre
los fines y
propiedades
del
matrimonio,
la verdad
sobre las
drogas...);
hoy es
necesario
defender la
misma
verdad.
·
Relativismo:
se refiere
tanto al
conocimiento
como a la
moral. Es la
tesis que
niega la
existencia
de verdades
absolutas,
universales
y
necesarias:
todas las
verdades
dependen de
diversas
condiciones
y
circunstancias
que las
hacen
particulares
y
cambiantes.
El
relativismo
niega la
posibilidad
de
establecer
verdades
objetivas.
Ya en el
campo moral,
el
relativismo
afirma que
no hay nada
de lo que
podamos
decir que
sea bueno o
malo
absolutamente.
Hoy cunde la
dictadura
del
relativismo,
nos dijo el
Papa
Benedicto
XVI, al
inicio de su
pontificado.
· El
utilitarismo
o
pragmatismo:
dice que es
verdad “sólo
lo que te
sirva y te
es
práctico”.
Hace de la
utilidad el
valor
principal.
Esta
doctrina la
promovieron
J. Bentham y
Stuart Mill
en la
Inglaterra
de finales
del siglo
XVIII. Para
Bentham,
utilidad
significa
placer,
bien,
felicidad.
Mill destacó
el carácter
cualitativo
del placer y
proclamó la
superioridad
de los
placeres
intelectuales
y de los
sentimientos
morales.
·
Permisivismo:
con su
filosofía de
“todo está
permitido”,
al final es
una bomba a
la verdad de
las cosas, a
la verdad de
la
naturaleza.
¿El aborto,
la unión de
homosexuales
es una
verdad,
porque está
permitido
por la ley
civil?
·
Manipulación
social: en
parlamentos,
gobiernos y
organismos
internacionales
o
nacionales.
Por ejemplo,
en el
tratado de
Maastricht
de la Unión
Europea se
esconde el
peligro de
manipular la
sociedad de
acuerdo con
la ideología
socialista.
Aquí se
trata de ver
todo en
clave
económica y
financiera,
dejando o
soslayando
el campo
educacional
y el campo
de valores
éticos y
religiosos.
· La falta
de formación
humanística
y
filosófica:
también es
un obstáculo
para
encontrar la
verdad. La
formación
humanística
busca el
equilibrio
de tus
facultades
humanas, la
recta
apreciación
de las
cosas, la
capacidad de
juicio, la
madurez
humana, la
apertura a
los valores
estéticos,
la formación
de la
inteligencia,
etc. Y la
filosofía te
lleva a
conocer las
causas
últimas de
las cosas;
te lleva a
descubrir la
verdad total
de las
cosas.
· El
subjetivismo:
Dice que la
verdad no es
objetiva,
sino
subjetiva, y
que cada
persona
puede
determinar
por sí misma
lo que es
verdadero o
no. Suele
ser el
defecto de
los hombres
prácticos,
como
Pilatos, que
consideran
como una
especulación
inútil la
búsqueda de
la verdad
objetiva. El
subjetivismo
viene a ser
una forma de
escepticismo
y de
relativismo.
Afecta a los
juicios de
valor y a
los
criterios
que guían la
conducta
personal.
· El
encerramiento:
hay personas
que se
encierran en
sus ideas,
en sus
posiciones y
creen que
sólo ellos
tienen toda
la razón y
toda la
verdad. Pero
es una
postura
errada,
porque nunca
están
dispuestos a
abrirse a la
verdad
completa y
objetiva.
· El hábito
de la
mentira: es
el mayor
obstáculo en
la búsqueda
de la
verdad. Ese
decir lo
contrario de
lo que se
piensa con
intención de
engañar. La
mentira hace
mal sobre
todo a quien
la dice. Con
la mentira
se bloquea
el
desarrollo
de la
personalidad.
· La
vanidad:
pone en
jaque la
verdad de ti
mismo,
porque te
hace
mostrarte
como en
realidad no
eres. Te
lleva a ser
exaltado por
encima de tu
estatura
humana y
moral.
¿Sabes la
fábula de
Esopo del
cuervo y la
zorra? Un
cuervo había
robado un
trozo de
carne; se
posó en un
árbol. Una
zorra, que
lo vio,
quiso
adueñarse de
la carne, se
detuvo y
empezó a
exaltar las
proporciones
y belleza
del cuervo;
le dijo
además que
le sobraban
méritos para
ser el rey
de las aves
y, sin duda,
podría serlo
si tuviera
voz. El
cuervo se
sintió
halagado y
quiso
demostrar a
la zorra que
tenía voz;
abrió el
pico y dejó
caer la
carne y se
puso a dar
grandes
graznidos.
La zorra se
lanzó ávida
sobre la
carne y la
agarró,
diciendo:
“Cuervo, si
también
tuvieras
juicio, nada
te faltaría
para ser el
rey de las
aves”. La
fábula vale
para el
insensato y
vanidoso.
¿Qué te
pareció?
Termino este
apartado con
unos
párrafos
sobre la
verdad,
dichos por
el entonces
cardenal
Joseph
Ratzinger,
hoy Papa
Benedicto
XVI, que
hizo de la
verdad su
lema
episcopal,
“Cooperador
de la
verdad” que
resumen
todas las
exigencias y
obligaciones
de la
verdad:
“Llegué a
comprender y
a percibir
con claridad
que
renunciar a
la verdad no
sólo no
solucionaba
nada, sino
que además
se corría el
peligro de
acabar en
una
dictadura de
la voluntad.
Porque lo
que queda
después de
suprimir la
verdad sólo
es simple
decisión
nuestra y,
por tanto,
arbitrario.
Si el hombre
no reconoce
la verdad,
se degrada;
si las cosas
sólo son
resultado de
una
decisión,
particular o
colectiva,
el hombre se
envilece. De
este modo
comprendí la
importancia
que tenía
que el
concepto de
verdad –con
las
obligaciones
y exigencias
que,
indudablemente,
conlleva- no
desapareciera
y fuera para
nosotros una
de las
categorías
más
importantes.
La verdad
tiene que
ser como un
requisito
que no nos
otorga
derechos,
sino que
–por el
contrario-
requiere
humildad y
obediencia,
y, además,
nos conduce
a un camino
colectivo…”
.
III. LA
MENTIRA Y
LOS
ATROPELLOS
CONTRA ESTE
MANDAMIENTO
La mentira
no es
rentable.
¿Te acuerdas
del pastor
bromista,
una fábula
contada de
nuevo por
Esopo,
fabulista
griego de
mediados del
siglo VI,
por supuesto
antes de
Cristo?
Un pastor,
que llevaba
su rebaño
bastante
lejos de la
aldea, se
dedicaba a
hacer la
siguiente
broma
mentirosa:
se ponía a
gritar
pidiendo
auxilio a
los aldeanos
y decía que
unos lobos
atacaban sus
ovejas. Dos
o tres veces
los de la
aldea se
asustaron y
acudieron
corriendo,
volviéndose
después
burlados;
pero al
final
ocurrió que
los lobos se
presentaron
de verdad. Y
mientras su
rebaño era
saqueado,
gritaba
pidiendo
auxilio,
pero los de
la aldea,
sospechando
que bromeaba
una vez más,
según tenía
por
costumbre,
no se
preocuparon.
Y así,
ocurrió que
se quedó sin
ovejas. La
fábula
muestra que
los
mentirosos
sólo ganan
una cosa: no
tener
crédito aun
cuando digan
la verdad.
Ya sabes: la
mentira
tiene patas
cortas. O si
no, pregunta
a Pinocho,
esa
narración
para chicos
y grandes de
Carlo
Collodi. Por
no hacer la
verdad de su
vida -su
deber era ir
al colegio-,
por no decir
la verdad en
su vida...le
fue como le
fue con su
padre Gepeto.
“¡Pinocho,
hay que
decir
siempre la
verdad,
aunque no
nos guste!
Acuérdate de
las
consecuencias
desastrosas
de tus
mentiras: tu
papá
ofendido te
castigó;
Pepe Grillo
te torturaba
la
conciencia
para decirte
que hiciste
mal con tu
mentira; era
la voz de tu
conciencia y
lo mataste,
estampándole
contra la
pared en ese
cuarto donde
te recluyó
tu papá...se
te quemaron
los pies,
por
dormirte...y
mil y mil
adversidades
que te
acontecieron
por ser
mentiroso.
¿No crees,
Pinocho, que
es bueno
hablar de la
verdad, para
que no nos
pase lo que
te pasó a
ti, y no nos
crezca la
nariz...pues
sería
difícil
habitar en
un planeta
de
narizones?”.
Tu vida, es
un hecho,
está rodeada
de mentiras.
Les decimos
a los
pequeños:
“Niño, no se
dicen
mentiras”. Y
los mayores
las dicen
con las
falsas
sonrisas,
con los
dobles
juegos, con
las medias
verdades.
Será bueno,
por ello,
que nos
miremos
siempre en
este espejo
de la verdad
que pone
delante de
nuestros
ojos este
octavo
mandamiento.
¿Qué es la
mentira? La
mentira es
decir o
hacer lo
contrario de
lo que se
piensa, con
intención de
engañar.
Sólo se
miente
cuando hay
intención
real de
engañar. Por
tanto, va
contra la
caridad,
pues busca
confundir y
engañar al
otro.
Caretas de
la mentira
La mentira
puede
presentar
varias
caretas:
· La
hipocresía:
mentir con
la vida. Lee
el evangelio
de San Mateo
capítulo 23.
· La
calumnia:
echar al
prójimo una
falta que
sabes que no
ha cometido.
· La
simulación:
mentir con
hechos. Por
ejemplo,
delante de
tus papás,
del maestro,
de tu jefe,
del
sacerdote...
eres
correcto,
pero se van
y comienzas
a portarte
mal. ¿Qué
pasó, pues?
· Adulación:
adular, para
conseguir
algo.
Atropellos
contra este
octavo
mandamiento
Hay también
pecados
contra la
fama o el
honor del
prójimo,
unos son de
pensamiento,
otros de
palabra.
Todos
atropellan
la virtud
más
importante
que tenemos
los
cristianos:
la caridad.
· Sospecha
temeraria:
es dudar
voluntaria e
internamente
de las
buenas
intenciones
de los demás
sin tener
fundamento
sólido para
ello. Se da
por
prejuicios,
envidias y
por un
espíritu
mezquino que
considera a
los demás
incapaces de
hacer el
bien. Debes
siempre
pensar bien
del prójimo.
· Juicio
temerario de
la conducta
del otro: Es
pensar mal
del otro,
sin tener
fundamentos.
Se da dentro
del
pensamiento
de uno, pero
ya llevado a
juicio
interno: “Lo
hizo por
maldad…o
para ser
visto”.
¿Quién eres
tú para
juzgar el
interior del
otro? Te
dice Cristo:
“No juzguéis
y no seréis
juzgados…con
la misma
medida con
que
midiereis
seréis
medidos
vosotros”
(Mateo 7,
1-2). Tan
sólo el Dios
que todo lo
sabe puede
dar un
juicio justo
sobre los
actos del
hombre;
Dios, que
los aprecia
en su
conjunto y
así puede
tener en
cuenta la
medida justa
de nuestra
responsabilidad,
las
circunstancias
de nuestra
educación,
las malas
inclinaciones
heredadas.
El mismo
Cristo, en
la cruz, nos
perdonó y no
excusó, y
tú, ¿te
atreves a
constituirte
en juez de
todos los
demás?
¿Quién te
has creído?
Dice un
refrán
popular:
“Piensa el
ladrón que
todos son de
su
condición”.
Yo te
aconsejo que
creas todo
lo bueno que
oigas y sólo
lo malo que
veas, y aun
viéndolo,
busca una
razón para
justificarlo.
· La
murmuración
o
difamación:
es cuando tú
comentas en
público sin
necesidad,
defectos o
pecados de
los demás,
que son
ciertos,
pero no es
de tu
competencia
hacer esto.
¡Es falta de
caridad ! Y
ya sabes que
la caridad
es la virtud
principal
del
cristiano.
Por mucho
que reces y
hagas
novenas y
lleves
medallas
colgadas
sobre el
cuello, si
no tienes
caridad, de
nada sirve
esa
religiosidad.
De nuevo es
Dios quien
te advierte,
a través del
apóstol
Santiago:
“Si alguno
se precia de
ser
religioso,
sin refrenar
su lengua,
antes bien,
engañando o
seduciendo
con ella su
corazón, la
religión
suya vana
es” (1, 26).
Es
contagioso
el cólera,
la gripe;
pero ninguna
enfermedad
lo es tanto
como la
murmuración.
Basta que
una apacible
noche de
verano se
eche a
cantar un
solo
grillo…y al
momento
siguiente
corea ya el
canto toda
una legión
de ellos. No
olvides lo
que te dice
Dios en el
libro del
Eclesiástico:
“El golpe
del azote
deja
moretones;
pero el
golpe de la
lengua
desmenuza
los huesos”
(28, 21).
· Falso
testimonio:
consiste en
afirmar o
negar como
testigo
algún hecho
con la
intención de
distorsionar
la verdad
para
perjudicar o
defender
injustamente
a alguien.
El fondo de
este pecado
es la
mentira,
pero incluye
además el
perjurio
contra la
fama del
prójimo pues
se comete la
tremenda
injusticia
de declarar
oficialmente
con mentira
contra él.
· Injuria:
tú atacas al
otro en su
presencia.
· Burla: por
algún
defecto que
tenga la
otra
persona. Son
esas bromas
de mal
gusto, esas
risotadas
por
deficiencias
del prójimo:
por sus
pecas, por
sus orejas,
por su nariz
aguileña,
por sus
labios
grandotes,
por sus ojos
saltones,
etc.
· Maldición:
pedir un mal
contra el
prójimo.
·
Locuacidad:
es el hablar
sin pensar.
Cuando
alguien
habla mucho,
es fácil que
caiga en
mentiras,
exageraciones,
o
simplemente
palabras
ociosas que
no
aprovechan a
nadie.
· La
susurración:
es el
sembrar
cizaña entre
los demás.
El típico
“¿Sabes lo
que fulanito
dijo de ti?
El
susurrador
suscita el
odio y la
venganza.
Causa graves
daños en las
relaciones
personales y
familiares y
puede llegar
a ocasionar
guerras,
divorcios o
peleas.
Déjame
hablarte un
poco sobre
algunos de
estos
pecados.
La calumnia
El pecado de
calumnia es
de mucha
gravedad, ya
que combina
tres
pecados: uno
contra la
veracidad
(mentir),
otro contra
la justicia
(herir el
buen nombre
ajeno), y el
tercero
contra la
caridad
(fallar en
el amor
debido al
prójimo).
La calumnia
hiere al
prójimo en
lo más
delicado: su
reputación.
Si a un
hombre le
robamos su
reloj, puede
enojarse o
entristecerse,
pero
normalmente
al cabo del
tiempo quizá
compre otro.
Pero si lo
perdido es
su buen
nombre, lo
privamos de
algo que no
podrá
comprar con
dinero. ¿Qué
hay en la
tierra,
entre los
bienes
humanos, más
grande, más
valioso, que
el honor,
que el buen
nombre?
Vale más que
el oro, que
la plata,
que todos
los tesoros.
Así lo
declara Dios
en el libro
de los
Proverbios
22, 1. Si
hubieras
perdido
dinero,
empleo,
salud,
todo…pero te
ha quedado
el honor, no
eres todavía
hombre
perdido.
Pero, ¡ay de
ti si
pierdes tu
honor! Y la
lengua
venenosa va
justamente
contra el
honor. No
mata tan
sólo el
puñal del
asesino. La
lengua
afilada
también
asesina. La
lengua
viperina es
el único
instrumento
de cortar
que por el
uso se afila
aún más.
Es fácil
entender,
pues, que el
pecado de
calumnia es
mortal, si
con él
dañamos
gravemente
el honor del
prójimo,
aunque sea
en la
estimación
de unas
pocas
gentes. Y
esto es así
incluso
aunque ese
mismo
prójimo no
se entere
del daño que
le hemos
causado.
Difamación
Contra este
mandamiento
se peca
también a
través de la
difamación.
Consiste en
dañar la
fama ajena
manifestando
sin causa
justa
pecados y
defectos que
son verdad.
Por ejemplo,
cuando
comunico a
los amigos
los pleitos
que tiene el
matrimonio
vecino al
llegar
borracho el
marido a
casa. Puede
que haya
ocasiones en
que, con el
fin de
prevenir
males
mayores,
deba revelar
los pecados
ajenos. Pero
no a
cualquiera,
sino a quien
puede
solucionar
esos males.
Por ejemplo,
será una
obligación
hacer ver a
tu hijo que
su nuevo
amigo es
drogadicto,
o que
convenga
informar a
la autoridad
pública las
actividades
sospechosas
en la
oficina
contigua.
Puede ser
necesario
advertir a
los
profesores
del colegio
la
deshonesta
actitud
mostrada por
un compañero
de tu hijo.
Pero lo más
usual es que
cuando
hablamos mal
de alguien
lo hagamos
llevados por
una
intención
poco recta.
Por eso, si
no tenemos
una causa
justa,
aunque lo
que digamos
sea verdad,
es ilícito
difundir sin
necesidad
los defectos
ajenos.
Ahora bien,
si el hecho
peyorativo
que
mencionas es
algo
público,
algo que
resulta del
conocimiento
de todos, no
es pecado,
como el caso
de crímenes
pasionales
que publican
todos los
periódicos.
Pero, aun en
estos casos,
la caridad
nos llevará
a
condolernos
y a rezar
por el
pecador, más
que a
cebarnos en
su
desgracia.
¡La lengua!
El que no
peca con la
lengua es
varón
perfecto,
nos dice
Dios, a
través del
apóstol
Santiago en
su carta
(capítulo 3,
2).
Dice san
Bernardo:
“Dios dejó
en libertad
nuestros
órganos,
pero levantó
un doble
muro delante
de la
lengua: los
dientes y
los labios;
como para
amonestarnos
que no nos
pongamos a
hablar
precipitadamente”.
Y el autor
del
Eclesiástico:
“Las
palabras de
los sabios
serán
pesadas en
una balanza”
(21, 28).
Alguien dijo
que callar
es la madre
de los
pensamientos
sabios. De
aquí podemos
deducir que
la
charlatanería
es la madre
de las cosas
malas.
¡Domina tu
lengua,
amigo!
Te dice
Jesucristo
en el
evangelio:
“Yo os digo
que hasta de
cualquier
palabra
ociosa que
hablaren los
hombres han
de dar
cuenta en el
día del
juicio.
Porque por
tus palabras
habrás de
ser
justificado,
y por tus
palabras,
condenado”
(Mateo 12,
36-37). Si
Cristo
reprueba
hasta la
palabra
ociosa,
¡cómo ha de
juzgar
entonces la
palabra
chismosa,
infamadora,
calumniadora!
No sólo se
falta al
octavo
mandamiento
con la
palabra y la
mente, sino
que también
hay pecados
de oído.
Escuchar con
gusto la
calumnia y
difamación,
aunque no
digamos una
palabra,
fomenta la
difusión de
murmuraciones
maliciosas.
Nuestro
deber cuando
se ataque la
fama de
alguien en
nuestra
presencia,
es cambiar
la
conversación,
e incluso
intentar
sacar a
relucir las
virtudes del
difamado.
Afrentar la
dignidad de
una persona,
es decir,
lesionar su
honor, es el
pecado de
contumelia.
Contumelia
¿Qué debes
hacer cuando
alguien
critica de
otro en tu
presencia?
Basta un
poco de
habilidad,
presencia de
ánimo, para
llevar a
otros cauces
la corriente
de las
palabras
chismosas.
Así como lo
hizo, por
ejemplo, el
canciller
mártir de
Inglaterra,
Tomás Moro.
Si en su
presencia se
empezaba a
hablar de
las faltas
de una
persona,
inmediatamente
interrumpía
en tono
festivo:
“Pues que
digan lo que
quieran; yo
sostengo que
esta casa
está bien
construida y
que su
arquitecto
fue un
hombre
eximio”. Los
chismosos
caían
inmediatamente
en la
cuenta,
comprendían
el delicado
aviso.
En los
pecados
anteriores,
el prójimo
está
ausente, en
éste el
prójimo está
presente.
Este pecado
de
contumelia
adopta
distintas
modalidades.
Una de ellas
sería, por
ejemplo,
negarnos a
dar al
prójimo las
muestras de
respeto y
amistad que
le son
debidas,
como no
contestar su
saludo o
ignorar su
presencia,
como
hablarle de
modo
altanero o
ponerle
apodos
humillantes.
Un pecado
parecido de
grado menor
es esa
crítica
despreciativa,
ese
encontrar
faltas en
todo, que
para algunas
personas
-por
ejemplo,
para la
esposa con
su marido;
para el
marido con
su suegra-
parece
constituir
una
arraigada
costumbre.
Revelar
secretos
Otro posible
modo de ir
contra el
octavo
mandamiento
es revelar
secretos que
nos han sido
confiados.
La
obligación
de guardar
un secreto
puede surgir
de una
promesa
hecha, de la
misma
profesión
(políticos,
médicos,
investigadores,
etcétera),
o,
simplemente,
porque la
caridad me
lleva a no
divulgar lo
que pueda
dañar o
herir al
prójimo. Se
incluyen en
este tipo de
pecados leer
la
correspondencia
ajena sin
permiso, o
escuchar
conversaciones
privadas
atrás de la
puerta o por
la extensión
telefónica,
o meterse en
la casilla
de correo
electrónico
del otro
para leer
los mails
que le
mandan.
¿Cuál es la
gravedad de
estos
pecados?
La gravedad
del pecado
dependerá en
estos casos
del daño o
perjuicios
ocasionados
por nuestra
actitud.
Conviene
recordar por
último que
este
mandamiento,
igual que el
séptimo, nos
obliga a
reparar los
males
causados.
Si
perjudicamos
a un tercero
con alguna
mentira, lo
difamamos,
lo
humillamos o
revelamos
sus
secretos,
nuestra
falta no
estará
saldada
hasta que
compensemos
los
perjuicios
lo mejor
posible. Y
debemos
hacerlo,
aunque hacer
esa
reparación
nos exija
humillarnos
o sufrir un
perjuicio
nosotros
mismos.
Si has
calumniado,
debes decir
que te
habías
equivocado
radicalmente;
si has
murmurado,
tienes que
compensar tu
difamación
hablando
cosas buenas
del
afectado; si
has
insultado,
debes pedir
disculpas,
públicamente,
si el
insulto fue
público; si
has revelado
un secreto,
debes
reparar lo
mejor que
puedas las
consecuencias
que se sigan
de tu
imprudencia.
Si has
tocado el
honor del
prójimo,
debes
reparar y
rectificar.
Rectificar,
así como
rectificó el
rector de la
Universidad
de París las
sospechas
que concibió
contra
Ignacio de
Loyola, el
fundador de
la Compañía
de Jesús.
¿Sabes cómo
fue el
hecho?
Uno de los
profesores
de la
Universidad
se quejó de
Ignacio
porque éste
y sus
jóvenes
amigos
hacían
tantos
rezos, que
por ello
descuidaban
el estudio.
El hecho no
era cierto.
Pero el
rector dio
crédito a la
denuncia, y
ordenó que
se
procediese
al castigo
de Ignacio;
había que
convocar a
son de
campana a
todo el
colegio para
que, a vista
de todos,
cada
profesor
diera un
golpe con
una vara en
la espalda
del
culpable.
¡Terribles
tiempos
aquellos del
siglo XVI!
Ignacio
sabía que
era
completamente
inocente, y,
sin embargo,
estaba
dispuesto a
sufrir el
castigo; lo
único que
pidió al
rector fue
que no se le
humillase
tanto
delante de
sus
compañeros
para que no
perdieran
éstos su
ánimo de
llevar una
vida
piadosa.
Pero el
rector, que
conoció
entretanto
la inocencia
completa de
Ignacio, no
le contestó,
sino que le
hizo entrar
en el aula,
donde ya se
había
congregado
para el acto
del castigo
todo el
claustro de
profesores y
la
muchedumbre
de
estudiantes.
Y allí, a la
vista de
toda la
Universidad,
el rector se
arrodilló
delante de
Ignacio y le
pidió perdón
por haber
dado crédito
con tanta
ligereza a
la acusación
lanzada
contra él…
No sabemos a
quién
admirar más:
si a
Ignacio, que
estaba
dispuesto a
sufrir el
castigo,
aunque
inocente, o
al rector,
que supo
rectificar
con tanta
hombría su
sospecha
precipitada.
“Quien
guarda su
boca, guarda
su alma;
pero el
inconsiderado
en hablar
sentirá los
perjuicios”
(Proverbios
13, 3).
¿Podemos
tomar
medidas
radicales,
firmes,
profundas,
contra la
mentira, el
chismecillo,
la calumnia
espontánea o
promovida de
modo
organizado y
sistemático?
La primera
cosa que
podríamos
hacer es
mirar
nuestros
corazones.
Si guardamos
rencores, si
la envidia
asoma de vez
en cuando su
cabeza
repugnante,
hemos de
pedir a Dios
un corazón
bueno, que
sepa
perdonar,
que sepa
amar. Quien
no ama a su
hermano no
puede amar a
Dios (1 Jn
4,20). Del
corazón malo
sólo salen
malas cosas.
El virus de
la calumnia
se origina
en mentes
que viven
fuera del
Evangelio,
en fuentes
incapaces de
ofrecer el
agua del
amor (St
3,10-18).
Por lo
mismo, hemos
de
decidirnos a
no ser nunca
los primeros
en lanzar
una crítica
contra
nadie. ¿Para
qué voy a
decir esto?
¿Es sólo una
imaginación
mía? ¿Me
gustaría que
alguien
dijese algo
parecido de
mí? Al
contrario,
necesitamos
aprender a
ser
ingeniosos
para alabar
y defender a
los demás.
Esto es
posible si
tenemos un
corazón
realmente
cristiano,
bueno,
comprensivo,
misericordioso.
En ocasiones
veremos
fallos, pero
el amor es
capaz de
cubrir la
muchedumbre
de los
pecados (1Pe
4,8).
Cuando sea
posible,
podremos
corregir al
pecador,
pero siempre
con
mansedumbre,
como nos
enseña san
Pablo:
"Hermanos,
aun cuando
alguno
incurra en
alguna
falta,
vosotros,
los
espirituales,
corregidle
con espíritu
de
mansedumbre,
y cuídate de
ti mismo,
pues también
tú puedes
ser tentado.
Ayudaos
mutuamente a
llevar
vuestras
cargas y
cumplid así
la ley de
Cristo" (Ga
6,1-2).
Después,
como ante
una epidemia
grave, hemos
de levantar
una barrera
firme,
decidida,
contra
cualquier
calumnia.
Nunca
divulgar
nada contra
nadie, mucho
menos una
suposición,
una mentira
como tantas
otras
lanzadas por
ahí (a
través de la
prensa, de
internet, a
viva voz).
Incluso
cuando
sepamos que
alguien ha
sido
realmente
injusto,
porque lo
hemos visto,
¿para qué
divulgarlo?
¿Es esto
cristiano?
¿No es mejor
amonestar a
solas al
hermano para
ver si puede
convertirse,
si puede
cambiar de
vida?
Tendríamos
que ser
firmes como
muros:
delante de
nosotros
nadie
debería
poder hablar
mal de otras
personas. De
un modo
especial
deberíamos
defender el
buen nombre
del Papa, de
los obispos,
de los
sacerdotes,
de todos los
demás
bautizados y
de todo
hombre.
Todos somos
Iglesia. El
amor debe
ser el
distintivo
de los
cristianos.
Andar
continuamente
con quejas y
lamentaciones,
con rencores
y espíritu
de lucha
mundana, no
soluciona
nada y
fomenta ese
veneno que
originará
nuevos
rencores,
chismes y,
en
ocasiones,
calumnias.
¡Qué triste
imagen la de
una
comunidad
"cristiana"
en la cual
unos acusan
a los otros,
los
denigran,
les ponen la
zancadilla a
sus
espaldas!
El ejemplo
de Jesús al
respecto es
elocuente:
“Nadie habló
como Él”
–decían. No
sólo porque
hablaba con
elocuencia,
sino también
porque
hablaba con
dulzura, con
bondad, con
respecto.
Jesús sabía
lo malo que
había en
cada uno de
los
corazones, y
sin embargo,
nunca
criticó a
nadie, ni
pensó mal de
nadie. Y
cuando tenía
que corregir
a sus
apóstoles,
lo hacía en
privado, con
respeto y
dándoles
lecciones de
vida.
Sí, tuvo
palabras
duras y
fuertes
contra
algunos
fariseos que
no querían
abrirse a su
mensaje, o
manipulaban
a los demás,
o incluso
querían
manipular al
mismo Dios.
Lo hizo
siempre
comedido,
con gran
respeto y
siempre para
el bien de
ellos. Él sí
podía
decírselo,
pues era el
Señor. Pero
con los
demás
pecadores,
incluso
públicos, ni
una palabra
crítica,
sino
compasión y
misericordia.
La
distinción
de los
discípulos
de Jesús
será siempre
la misma: el
amor (Jn
13,35).
Desde el
amor y con
amor
podremos
(¡sí se
puede!)
eliminar
cualquier
nuevo brote
de calumnia
entre
cristianos.
Podemos...
si oramos
humildemente,
si se lo
pedimos a
Cristo con
todo el
corazón.
Entonces sí
podremos
vivir, de
verdad, como
cristianos,
porque
estaremos
dentro del
amor. "Toda
acritud,
ira, cólera,
gritos,
maledicencia
y cualquier
clase de
maldad,
desaparezca
de entre
vosotros.
Sed más bien
buenos entre
vosotros,
entrañables,
perdonándoos
mutuamente
como os
perdonó Dios
en Cristo" (Ef
4,31-32).
Perdonarnos
y amarnos:
ese será el
mejor
remedio para
erradicar,
dentro de
nuestro
mundo, el
síndrome de
la calumnia,
para vivir
con salud,
en
autenticidad,
nuestra fe
en el Señor
Jesús.
Ojalá que la
comprensión
de la Verdad
como
atributo
divino nos
ayude a
aborrecer
todo lo que
sepa a
doblez,
simulación,
charlatanería
y
murmuración.
“Que sea tu
sí, sí; y tu
no, no” (Mt
5, 37);
abrir la
boca sólo
para decir
lo que
estamos
seguros de
que es
cierto y que
es oportuno
para el bien
de nuestro
interlocutor.
Que nunca
hablemos del
prójimo si
no es para
alabarlo, y,
si tenemos
que decir de
él algo
negativo, lo
hagamos
obligados
por una
razón grave
y suavizando
nuestras
palabras con
el aceite de
la caridad.
Tal vez no
exista en el
mundo nada
más
peligroso
que esa
especie de
devaluación
de la
mentira que
hoy circula
entre los
creyentes.
Nadie sabe
muy bien por
qué, pero lo
cierto es
que parece
que entre
los
cristianos
hubiésemos
decidido que
la mentira
bajase a
segunda
división. Es
una especie
de pecado
“menor” que
consideramos
inevitable
para poder
vivir. ¿No
te ha pasado
alguna vez
esto?
A veces
escucharás:
“Todos
mienten”…
“En la vida,
ya se sabe,
hay que
mentir,
sería
insoportable
el mundo si
no
pusiéramos
todos en
nuestra boca
la vaselina
de la
mentira”. Y
empezamos a
mentir en lo
que llamamos
“cumplidos
sociales”.
Luego
empezamos a
hablar de
las
“mentiras
piadosas” o
de las
“mentiras
sin
importancia”.
Después nos
inundamos de
falsas
sonrisas. Y
al final ya
nadie cree
en nadie
porque todos
estamos
seguros de
que lo que
fulano nos
está
diciendo es
lo contrario
de lo que
dirá cuando
esté a
nuestras
espaldas. Y
es así como,
al final,
nadie se fía
de nadie, y
creamos esta
especie de
lago de
mentiras en
el que
chapoteamos.
¡Qué feo!
Y no
hablemos de
algunos
medios de
comunicación
social y de
algunos
periodistas.
Son el
cuarto
poder,
después del
legislativo,
ejecutivo y
judicial. Si
tú decides
ser
periodista,
lo primero
que se te
pide es que
digas
siempre la
verdad
objetiva de
los hechos,
y con
respeto, sin
meterte en
la vida
privada de
las
personas.
Estás
llamado a
observar la
verdad, que
es el
fundamento
de toda
ética. En
los medios
de
comunicación
social se
juega algo
fundamental:
la relación
de la
comunicación
de la
palabra y la
imagen con
la verdad.
Ojalá que la
pasión,
fuerza y
capacidades
comunicativas
de todos los
periodistas
estén
siempre
puestas al
servicio de
la verdad y
el bien
común para
construir
una sociedad
más justa y
fraterna.
Los medios
de
comunicación
social son
algo bueno.
El problema
está no en
lo que son,
sino en la
forma en que
se usan. Los
medios de
comunicación
son una
respuesta
maravillosa
a las
necesidades
del hombre
de
comunicarse
y ser
informado y
han ido
adquiriendo
cada vez más
importancia
en todas las
sociedades,
gracias a la
influencia
que ejercen
sobre la
opinión
pública.
Esta
influencia
tan grande,
debería de
concienciar
a los
encargados
de los
medios de la
grave
responsabilidad
que tienen
de hablar
con la
verdad, de
dar unas
información
verdadera e
íntegra que
respete la
justicia y
la caridad y
que sea dada
de una
manera
honesta y
conveniente,
respetando
los derechos
legítimos y
la dignidad
del hombre.
Sin embargo,
vemos que la
realidad es
distinta y
algunos
medios nos
presentan, a
veces, una
verdad
deformada
por los
prejuicios,
simpatías o
antipatías
de los
informantes,
quienes en
vez de ser
objetivos en
la
información,
expresan sus
opiniones y
sus
ideologías
propias,
influyendo
de una
manera
nociva a
toda la
comunidad.
Otras veces,
la
información
que
recibimos de
los medios
es utilizada
para
engañarnos y
manipularnos
hacia
determinada
acción, como
la compra de
un producto,
que te
promete que
si lo
compras
serán tan
guapa como
la modelo
que sale en
el anuncio o
que podrás
salir con
chicas tan
guapas como
ella.
Los
programas de
televisión,
las
canciones en
la radio,
las
telenovelas,
muchas veces
desvirtúan
también la
verdad y nos
presentan
modelos
ficticios de
vida,
presentándonoslos
como los
ideales a
los que
debemos
tender.
Estos
programas,
generalmente
nos ofrecen
una imagen
desvirtuada
del
matrimonio y
de la
familia.
También
encontramos
que los
medios
muchas veces
no respetan
la dignidad
del ser
humano y
violan los
derechos más
esenciales,
como el de
la vida
privada.
Existen
miles de
revistas y
periódicos
cuyo éxito
consiste en
divulgar los
secretos más
íntimos de
las personas
famosas.
Este uso de
los medios
atenta
directamente
contra la
justicia y
la caridad
que se
merece todo
ser humano,
por ser
imagen de
Dios.
Es de todos
conocido
también el
mal uso y el
abuso que
han sufrido
las redes de
información,
en las
cuales hay
miles de
gentes
interesadas
única y
exclusivamente
en engañar y
manipular a
los jóvenes
hacia vicios
como la
pornografía,
la
drogadicción
o la
prostitución.
Por eso,
cuida mucho
lo que ves y
oyes en los
medios de
comunicación.
Selecciona
aquello que
te
dignifica.
¡Cuántas
veces te
manipulan
desde tantas
partes!
Manipulan la
verdad en el
lenguaje
televisivo,
político y
social. Lo
único que
pretenden
quienes
manipulan la
verdad es
llevarte a
lo que ellos
quieren.
Cuando leí
la novela de
George
Orwell,
Rebelión en
la granja ,
me indignó
la postura
de los
cerdos que
se hicieron
los amos de
esa granja.
En un
principio
habían dicho
que todos
los animales
son iguales
en sus
deberes y
derechos. Y
resulta que
estos cerdos
se hicieron
los tiranos
de la
granja. Te
transcribo
un párrafo,
donde se ve
a dónde
conduce la
manipulación
de la verdad
para sus
propios
fines:
“Algunos
animales se
molestaron
al saber que
los cerdos,
no solamente
comían en la
cocina y
usaban la
sala como
lugar de
recreo, sino
que también
dormían en
las camas.
Boxer lo
pasó por
alto, como
de
costumbre,
repitiendo:
´¡Napoleón
siempre
tiene
razón!´,
pero Clover,
que creyó
recordar una
disposición
concreta
contra las
camas, fue
hasta el
extremo del
granero e
intentó
descifrar
los siete
mandamientos,
que estaban
allí
escritos. Al
ver que sólo
podía leer
las letras
una por una,
trajo a
Muriel.
- Muriel –le
dijo-, léeme
el cuarto
mandamiento.
¿no dice
algo
respecto a
no dormir
nunca en una
cama?
Con un poco
de
dificultad,
Muriel lo
deletreó:
- Dice:
“Ningún
animal
dormirá en
una cama con
sábanas”.
Lo curioso
era que
Clover no
recordaba
que el
cuarto
mandamiento
mencionara
las sábanas;
pero como
figuraba en
la pared,
debía de
hacer sido
así…
El misterio
del destino
de la leche
se aclaró
pronto: se
mezclaba
todos los
días en la
comida de
los cerdos.
Las primeras
manzanas ya
estaban
madurando, y
el césped de
la huerta
estaba
cubierto de
fruta caída
de los
árboles. Los
animales
creyeron,
como cosa
natural, que
aquella
fruta sería
repartida
equitativamente.
Un día, sin
embargo, se
dio la orden
de que todas
las manzanas
caídas de
los árboles
debían ser
recolectadas
y llevadas
al guadarnés
para consumo
de los
cerdos. A
poco de
ocurrir
esto,
algunos
animales
comenzaron a
murmurar,
pero en
vano. Todos
los cerdos
estaban de
acuerdo en
este punto,
hasta
Snowball y
Napoleón.
Squealer fue
enviado para
dar las
explicaciones
necesarias.
- Camaradas
–gritó-,
imagino que
no
supondréis
que nosotros
los cerdos
estamos
haciendo
esto con un
espíritu de
egoísmo y de
privilegio.
Muchos de
nosotros, en
realidad,
tenemos
aversión a
la leche y a
las
manzanas. A
mí
personalmente
no me
agradan.
Nuestro
único objeto
al comer
estos
alimentos es
preservar
nuestra
salud. La
leche y las
manzanas
(esto ha
sido
demostrado
por la
ciencia,
camaradas)
contienen
sustancias
absolutamente
necesarias
para la
salud del
cerdo.
Nosotros,
los cerdos,
trabajamos
con el
cerebro.
Toda la
administración
y
organización
de esta
granja
dependen de
nosotros.
Día y noche
estamos
velando por
vuestra
felicidad.
Por vuestro
bien tomamos
esa leche y
comemos esas
manzanas”.
No te cuento
cómo termina
el libro;
así lo lees
por tu
cuenta.
Cristo nada
odió tanto
como la
mentira.
Para Jesús
el diablo
era
literalmente
el padre de
la mentira y
Él veía en
la falta a
la verdad el
signo de lo
diabólico.
De ahí su
rechazo
visceral a
las posturas
mentirosas
de algunos
fariseos.
Jesús, que
era
comprensivo
con los
pecadores,
que no tenía
inconveniente
en comer con
los ladrones
y los
abusivos, no
soportaba
algunas
posturas de
los fariseos
y hasta
parece que
le dolió más
el hecho de
que Judas le
traicionase
con un beso
que la misma
traición de
su
discípulo.
Judas jugó
con la
mentira.
Unamuno,
escritor
español del
siglo XX,
decía que no
es el error,
sino la
mentira, lo
que mata el
alma. Porque
el que yerra
puede
equivocarse
con buena
voluntad y
será juzgado
según esa
buena
voluntad.
Pero, ¿qué
buena
voluntad hay
en el que
miente?
La malicia
de la verdad
He querido
reservar
hasta el
final de
este
apartado la
pregunta más
importante:
¿Por qué la
mentira es
mala?
No puedes
responder
así: “No
vale la pena
mentir,
porque de
todos modos
viene a
saberse la
verdad”. De
hecho, hay
mentiras que
nunca llegan
a
descubrirse
en esta
vida.
¿Dónde está
el mal de la
mentira?
Tú eres
imagen y
semejanza de
Dios, ¿no es
cierto? Pues
Dios es la
Verdad
eterna. Por
tanto, más
te
asemejarás a
Dios en la
medida en
que seas
veraz y
digas
siempre la
verdad. En
cambio, el
que miente
se hace
semejante al
diablo. El
Señor echa
en cara de
los fariseos
mentirosos:
“Vosotros
sois hijos
del diablo,
y así
queréis
satisfacer
los deseos
de vuestro
padre…; es
de suyo
mentiroso y
padre de la
mentira”
(Juan 8,
44). Por
tanto, toda
mentira es
mala porque
borra del
alma esta
semejanza
con Dios. Y
aunque no
dañáramos a
alguien, nos
estamos
dañando a
nosotros
mismos.
Hay otra
razón fuerte
de por qué
la mentira
es mala. La
mentira es
un abuso del
orden
natural,
pues Dios
nos ha dado
el lenguaje
para
expresar
nuestros
pensamientos.
Te dañas a
ti mismo con
la mentira,
a tu misma
naturaleza,
a tu
pensamiento,
a tu
psicología.
La mentira
se parece al
arma del
indígena de
Australia,
el bumerán,
que, una vez
lanzada, o
bien da en
el blanco y
lo destroza
y le causa
perjuicio
(es la
mentira
maliciosa),
o falla, y
entonces
vuelve al
que la ha
lanzado y le
hiere a él
(es la
mentira
inofensiva
que daña al
mismo
individuo).
Un tercer
motivo de
por qué la
mentira es
mala: porque
haría
imposible
una vida
digna del
hombre. ¿Qué
pasaría si
la mentira
fuera la
moneda
corriente de
nuestra
sociedad?
¿Qué enfermo
creería al
médico? ¿Qué
alumno
creería al
maestro?
¿Qué hijo
creería a su
padre? ¿Qué
padre
creería a su
hijo? ¿Qué
obrero
creería en
su jefe?
¿Qué jefe
creería a su
obrero? ¿Qué
esposo
creería a su
esposa y
viceversa?
Todo sería
un caos, ¿no
crees?
Con estos
motivos,
podrás
comprender
la malicia
de la
mentira.
IV. ¿PUEDES
OCULTAR LA
VERDAD?
La
obligación
del octavo
mandamiento
de decir
siempre la
verdad no te
obliga a
decir todas
las verdades
que conoces.
Hay muchas
cosas que
tal vez
sabes y que
la
prudencia,
la
discreción o
la caridad
te dictan no
decirlas a
menos que
sea
indispensable.
Tu seguridad
y la de los
demás, el
respeto a la
vida privada
y el bien
común, son
causas
suficientes
para no
sentirte
obligado a
decir las
verdades que
conoces.
Nadie está
obligado a
revelar una
verdad a
quien no
tiene
derecho a
conocerla,
nos dice el
Catecismo de
la Iglesia
católica,
2489.
Hay cosas
que puedes
callar si
quieres y
otras que no
debes decir
de ninguna
manera. Tus
pecados no
tiene por
qué
conocerlos
nadie sino
tu confesor.
¿Qué sabes
del secreto?
Si alguien
te cuenta un
secreto,
aunque es
una verdad
que conoces,
debes
callarlo y
guardarlo
por lealtad
a quien te
lo contó, a
menos que el
no decirlo,
pusiera en
peligro la
vida de
alguien o el
bien común,
pues el
callar, te
convertirías
en cómplice
del daño.
Cristo, en
su pasión,
ante las
preguntas
del
Sanedrín...
ocultaba su
verdadera
identidad,
negándose a
contestar.
También en
su vida
pública
trataba de
guardar el
secreto de
su identidad
y misión
divina, pues
serían mal
interpretadas.
Estas son
características
de la virtud
de la
discreción
que consiste
en no
revelar lo
que no es
necesario o
lo que puede
ser mal
entendido.
Por tanto,
aunque la
mentira es
un pecado,
sin embargo,
no lo es el
ocultar la
verdad .
Muchas veces
se dan
situaciones
en las que
no conviene
decir la
verdad. Así,
por ejemplo,
la prudencia
puede
aconsejar no
revelar a un
paciente la
gravedad de
su
enfermedad o
no hacer
públicos los
problemas
por los que
atraviesa
una familia.
Esta
reserva,
siempre que
no sea
mentira, se
puede y a
veces se
debe hacer.
Todo hombre
tiene
derecho a
mantener
reservados
todos
aquellos
aspectos de
su vida que
no servirían
al bien
común, y si
los dijera,
le vendrían
graves
consecuencias
o dañarían
intereses
personales,
familiares o
de otra
persona.
Por tanto,
hay que
guardar el
secreto, ya
sea el
secreto
natural, el
secreto
prometido,
el secreto
confiado y
el secreto
profesional.
Y sobre todo
el secreto
sacramental
de la
confesión.
Este último
nunca se
debe
revelar. El
sacerdote
jamás podrá
revelar lo
que le hayan
dicho en la
confesión,
aunque tenga
que ofrecer
su propia
vida, como
le sucedió
al
sacerdote,
hoy san Juan
Nepomuceno
en el siglo
XIV, que
ante las
presiones
del rey
Wenceslao,
rey de
Bohemia,
para que le
dijera los
pecados de
la reina,
recibió del
confesor una
radical
negativa.
- “No
–repuso Juan
Nepomuceno-
no puedo
revelarlos,
majestad. Es
un pedido
sacrílego.
Mi religión
me lo
prohíbe.
Prefiero
morir a ser
un mal
sacerdote,
quebrantando
el secreto
de la
confesión”.
Wenceslao
dio unos
pasos. De
pronto, la
ira se
apoderó de
él.
- ¡Soldados!
–vociferó-.
¡Castigad a
este hombre!
Lo apalearon
con bárbaro
rigor. El
propio rey
aplicó una
tea
encendida al
cuerpo del
mártir,
quien se
retorcía de
dolor sin
pronunciar
una sola
palabra.
Juan
Nepomuceno
fue atado de
pies y
manos. Desde
un puente
que
atraviesa el
río Moldava,
en el
corazón de
Praga, este
sacerdote,
fiel a su
secreto de
confesión,
encontró la
muerte en el
río. Era el
año 1393.
¿Qué te
pareció?
Otra cosa
distinta es
la
restricción
mental y las
mentiras
piadosas.
La
restricción
mental
consiste en
decir una
frase o dar
una
explicación
con un
significado
oculto para
el que la
escucha.
Es en sí una
mentira, y
no se debe
usar. Pero
se hace
lícita
usarla como
algo
aceptado
universalmente,
porque todo
el mundo
puede
comprender
el auténtico
significado.
Por ejemplo:
“No está en
casa”.
Prácticamente
todos
entienden
que “no está
en casa”
(para
usted). O,
“lo haré
pasado
mañana”, es
decir, nunca
o sabe Dios
cuándo.
También se
puede
utilizar
cuando están
en juego
valores
mayores como
salvar la
vida, pero
nunca cuando
con ella se
esté negando
prácticamente
la fe.
Podríamos
decir que la
restricción
mental es un
medio lícito
de
autodefensa
cuando no
queda otra
salida. El
político que
sabe cómo
esquivar a
los
periodistas
que buscan
acorralarlo
es prototipo
de quienes
practican
este difícil
arte. Pero
siempre será
una
imperfección
o falta a la
verdad.
Lector, no
te he
olvidado al
estar
escribiendo
todo esto
relacionado
con la
verdad. Al
contrario,
he estado
pensando
continuamente
en ti, pues
te deseo que
seas una
persona
veraz, que
no pactes
con la
mentira, ni
con las
mentirillas.
Sé hombre
cabal, de
una sola
pieza.
El día del
juicio, ¿qué
sentirás
cuando todas
tus mentiras
se
encuentren
con la gran
Verdad, que
es Dios? Ese
día se
vendrán
abajo las
bambalinas
de todo este
gran teatro
del mundo. Y
te
encontrarás
ante Él,
desnudo, sin
todas estas
caretas con
las que en
la tierra
hoy a veces
te
disfrazas.
¿No sería
bueno
empezar a
quitártelas
ya ahora?
Antes de
terminar, te
pregunto:
¿Qué te
ofrece la
verdad? ¿Qué
frutos
cosechas de
la verdad?
Yo apuntaría
éstos.
· Libertad:
La verdad te
hará libre.
Así lo dijo
Jesús. Con
la verdad te
despojas de
prejuicios,
liberas tu
mente de
estereotipos
y así te
posesionarás
de la
realidad tal
como es, no
como te la
quieren
presentar.
· Apertura
hacia la
realidad y
así ganas en
perspectiva
y claridad y
verás esa
realidad en
toda su
dimensión, y
podrás
emitir
juicios
valorativos
pertinentes.
·
Receptividad
para acoger
aquellos
valores que
juzgas los
mejores para
construir
ese modelo
que te has
marcado en
tu mente y
que quieres
ver
realizado a
lo largo del
tiempo.
· La verdad
es dulce y
amarga. Al
ser dulce
perdona, al
ser amarga
cura, dice
san Agustín.
Nada hay más
dulce que la
luz de la
verdad, dirá
Cicerón.
· La verdad
y coherencia
te aleja de
toda
falsedad,
incoherencia
y doblez, y
te confiere
una sólida
identidad
personal.
Esta
identidad no
significa
rigidez o
cerrazón,
sino
apertura
sencilla y
colaboradora.
“Es todo un
hombre”, se
dice de
alguien que
se
manifiesta
como un ser
humano
cabal, pleno
e íntegro.
· La verdad
misma y la
honradez se
defenderá
por sí misma
y habla por
sí misma.
Hombre veraz
y auténtico
es el que
tiene las
riendas de
su ser,
posee
iniciativa y
no falla. Es
coherente y
nos
enriquece
con su modo
de ser
estable y
sincero.
Hombre veraz
y auténtico
es aquel que
armoniza las
palabras con
los hechos,
es como debe
ser, actúa
como debe
actuar,
elige en
virtud del
ideal que
orienta su
vida y no a
impulsos de
sus
intereses
particulares;
es fiable y
creíble,
tiene
palabra de
honor y
consiguientemente
inspira
confianza.
Te deseo
todo eso a
ti, que me
lees. Pide a
Cristo
Verdad, el
vivir
siempre en
la verdad.
¡Qué paz y
tranquilidad
da! Y en
esta vida sé
comprensivo
para con las
debilidades
de tu
prójimo. Ten
espíritu de
suavidad y
perdón para
que el día
del juicio,
Dios Nuestro
Señor
también use
de piedad
contigo al
juzgar tus
muchas
faltas y tus
grandes
pecados.
Resumen del
Catecismo de
la Iglesia
católica
2504 ‘No
darás falso
testimonio
contra tu
prójimo’
(Éxodo 20,
16). Los
discípulos
de Cristo se
han
‘revestido
del Hombre
Nuevo,
creado según
Dios, en la
justicia y
santidad de
la verdad’
(Efesios 4,
24).
2505 La
verdad o
veracidad es
la virtud
que consiste
en mostrarse
verdadero en
sus actos y
en sus
palabras,
evitando la
duplicidad,
la
simulación y
la
hipocresía.
2506 El
cristiano no
debe
‘avergonzarse
de dar
testimonio
del Señor’
(2 Timoteo
1, 8) en
obras y
palabras. El
martirio es
el supremo
testimonio
de la verdad
de la fe.
2507 El
respeto de
la
reputación y
del honor de
las personas
prohíbe toda
actitud y
toda palabra
de
maledicencia
o de
calumnia.
2508 La
mentira
consiste en
decir algo
falso con
intención de
engañar al
prójimo que
tiene
derecho a la
verdad.
2509 Una
falta
cometida
contra la
verdad exige
reparación.
2510 La
regla de oro
ayuda a
discernir en
las
situaciones
concretas si
conviene o
no revelar
la verdad a
quien la
pide.
2511 ‘El
sigilo
sacramental
es
inviolable’
(Código de
Derecho
canónico,
canon 983,
1), Los
secretos
profesionales
deben ser
guardados.
Las
confidencias
perjudiciales
a otros no
deben ser
divulgadas.
2512 La
sociedad
tiene
derecho a
una
información
fundada en
la verdad,
la libertad,
la justicia.
Es preciso
imponerse
moderación y
disciplina
en el uso de
los medios
de
comunicación
social.
2513 Las
bellas
artes, sobre
todo el arte
sacro,
‘están
relacionadas,
por su
naturaleza,
con la
infinita
belleza
divina, que
se intenta
expresar, de
algún modo,
en las obras
humanas. Y
tanto más se
consagran a
Dios y
contribuyen
a su
alabanza y a
su gloria,
cuanto más
lejos están
de todo
propósito
que no sea
colaborar lo
más posible
con sus
obras a
dirigir las
almas de los
hombres
piadosamente
hacia Dios’
(Concilio
Vaticano II,
constitución
Sacrosanctum
Concilium
122).
Para la
reflexión
personal y
en grupo
1. Si Cristo
dijo que Él
es la
Verdad,
quienes le
siguen,
¿cómo deben
vivir?
2. ¿A quién
daña la
mentira: a
quien la
dice o a
quien se
dice?
3. ¿En qué
sentido la
mentira
afecta a la
caridad con
el prójimo?
4. ¿Qué
diferencia
hay entre
calumnia y
difamación?
5. ¿Cómo
influye la
sinceridad
en la
formación de
tu
personalidad?
6. ¿Por qué
a veces
algunos
medios de
comunicación
usan la
mentira
disfrazada
de supuesta
verdad? ¿Qué
recomendarías
a todos los
periodistas?
7. Explica
la frase
evangélica:
“La verdad
os hará
libres”.
8. Explica
la frase de
san Pablo:
“Hacer la
verdad en la
caridad”.
9. ¿Qué
piensas de
las
“mentiras
piadosas”?
¿Debes
guardar los
secretos?
10. Lee el
capítulo 3
de la carta
del apóstol
Santiago y
saca tus
conclusiones
sobre el uso
de la
lengua.
LECTURA:
Extraída del
libro “Dios
y el mundo”.
Una
conversación
de Peter
Seewald con
el cardenal
Joseph
Ratzinger,
hoy Papa
Benedicto
XVI, Primera
parte
Pregunta de
Peter
Seewald: El
octavo
mandamiento
“No
mentirás” o
“No
levantarás
falso
testimonio”.
Las mentiras
escriben las
mejores
historias,
pero a veces
incluso
mentiras
pequeñas se
vuelven tan
grandes que
casi son
capaces de
derribar al
presidente
de una
superpotencia
o a partidos
fundamentales
para el
Estado y a
reyes
mediáticos.
Y es
curioso:
nada
permanece
oculto.
Respuesta
del cardenal
Ratzinger:
Pienso que
la
importancia
de la verdad
en cuanto
bien
fundamental
de la
persona
hunde sus
raíces aquí.
Todos los
mandamientos
son
mandamientos
del amor o
despliegues
del
mandamiento
del amor. En
este
sentido,
todos
mantienen
una
vinculación
muy
explícita
con el bien
de la
verdad.
Cuando me
aparto de la
verdad o la
falseo,
incurro en
la mentira,
perjudico
con
frecuencia
al otro,
pero también
me perjudico
a mí mismo.
Como es
sabido, la
pequeña
mentira se
convierte
fácilmente
en un
hábito, en
una forma de
ir
trampeando
por la vida,
de recurrir
siempre a la
mentira y
luego
enredarse
personalmente
en ella,
viviendo de
espaldas a
la realidad.
Además, cada
vulneración
de esa
dignidad de
la verdad no
sólo rebaja
a la
persona,
sino que
constituye
una grave
infracción
contra el
amor. Porque
escatimar al
otro la
verdad
implica
hurtarle un
bien
esencial y
llevarle por
el mal
camino. La
verdad es
amor, y el
amor que se
oponga a la
verdad se
tergiversa a
sí mismo.