Autor: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net
Segundo: “No tomarás el Nombre de Dios en vano”
Se respeta la santidad del Nombre de Dios invocándolo, bendiciéndole, alabándole y glorificándole.
¿Quién de nosotros, oyendo hablar mal del nombre de su madre o de su padre, no
sentiría indignación y enfado?
¿Te has fijado en la alegría que sienten los padres de un niño la primera vez
que el pequeño dice “papá” y “mamá”, la primera vez que pronuncia sus nombres?
Parece que el niño naciera verdaderamente cuando empieza a hablar y que tomara
posesión del mundo cuando empieza a llamar por su nombre a las cosas, aunque
lo haga tartamudeando.
¿No es verdad que, ya de grandes, cuando saludamos a alguien y le decimos
nuestro nombre, es como si al decir nuestro nombre, le entregamos nuestra
amistad y nuestra persona? Detrás del nombre está la persona, está tu persona.
Pues así en el mundo de lo religioso, Dios ha querido que hables con Él de tú
a tú; ha querido que puedas conocerle y llamarle por su nombre: Dios. Dios
Padre, Dios Hijo en Jesucristo, Dios Espíritu Santo.
Al decir ciertos n ombres, ¿no es verdad que sentimos una oleada de ternura en
el corazón? Al decir “Dios” deberíamos sentir un profundo sentimiento de
cariño en lo más profundo de nuestro ser. Sólo el escuchar este dulce nombre
deberías sentir una gran paz, alegría, gozo y fuerza.
En el Padrenuestro, ¿cuál es la primera petición que hacemos a Dios?
“Santificado sea tu nombre”.
El nombre de Dios es tan “Santo” que los israelitas no se atrevían ni siquiera
a pronunciarlo y usaban todo tipo de circunloquios o rodeos: Dios era “el
Señor”, o “el todopoderoso” o “Aquel que nadie ha visto” o “El que está en los
cielos” o “Aquel cuyo nombre es santo”, “El que es”. Y todo, por el respeto
que sentían por Dios.
A su vez los musulmanes dicen que Dios tiene cien nombres y nosotros conocemos
noventa y nueve. Pero los noventa y nueve son aproximaciones y su nombre
verdadero es ese centésimo que nadie conoce.
Veremos estos puntos durante mi exposición:
I. ¿Cómo es el nombre de Dios?
II. ¿Por qué nos regaló Dios este mandamiento?
III. ¿Cómo hemos de honrar el nombre de Dios?
I. ¿CÓMO ES EL NOMBRE DE DIOS, TU PADRE?
Estuve releyendo un pequeño librito del gran maestro filósofo y teólogo, santo
Tomás de Aquino, nacido en el siglo XIII, titulado “El Padrenuestro
comentado”. Cuando explica la primera petición del Padrenuestro
“Santificado sea tu Nombre”, dice las siguientes cualidades del nombre de
Dios.
¿Me dejas escribirte una cita un poco larga de santo Tomás sobre este tema del
nombre de Dios?
“El nombre de Dios es, en primer lugar, admirable porque obra
maravillas en todas las criaturas. Por eso el Señor dice en el Evangelio: “En
mi Nombre arrojarán los demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán serpientes
en sus manos, y si bebieren un veneno no les hará daño” (Marcos 16, 17).
En segundo lugar, el nombre de Dios es amable< /b>. “Bajo el cielo, dice
san Pedro, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”
(Hechos 4, 12). Ahora bien, la salvación debe ser amada por todos. San
Ignacio de Antioquia, que amó tanto el nombre de Cristo, nos ofrece un ejemplo
de este amor. Cuando el emperador Trajano lo conminó a que negara el nombre de
Cristo, respondió que le era imposible separarlo de sus labios. Y como el
emperador lo amenazara con degollarlo, para arrancar así a Cristo de sus
labios, Ignacio respondió: “Aunque me lo quitaras de mis labios, nunca podrás
arrancarlo de mi corazón; pues llevo este nombre grabado en mi corazón, y es
por eso que no puedo dejar de invocarlo”. Oyendo esto Trajano, y queriendo ver
si era cierto, luego de haberle hecho cortar la cabeza, mandó que le
arrancaran el corazón. Y se halló que en él estaba grabado con letras de oro,
el nombre de Cristo. Porque había puesto ese nombre en su corazón, como un
sello.
En tercer lugar, el nombre de Dios es vene rable. Afirma el apóstol que “al
nombre de Jesús se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el
infierno” (Filipenses 2, 10). En el cielo, por parte de los ángeles y los
santos. En la tierra, por parte de los hombres que viven en el mundo; éstos lo
hacen, o bien por amor a la gloria que desean alcanzar, o bien por temor a las
penas del castigo. En el infierno, por parte de los condenados, que lo hacen
por temor.
En cuarto lugar, el nombre de Dios es inefable, porque ninguna lengua es
capaz de expresar toda su riqueza. Por esta razón a veces se intenta una
aproximación por medio de las creaturas. Y así se le da a Dios el nombre de
fuego, en razón de su poder purificador. Porque así como el fuego purifica los
metales, Dios purifica el corazón de los pecadores. Por esto se dice en la
Escritura: “Vuestro Dios es un fuego que consume” (Deuteronomio 4, 24)”.
Hasta aquí la cita de santo Tomás. ¿Qué te ha parecido?
Por todo esto, debes respetar el nombre de Dios. Pero sobre todo, debes
respetarlo porque es tu Padre inmensamente bueno y cariñoso que ha buscado,
busca y buscará siempre tu bien y tu felicidad. ¿Cómo le vas a ofender?
II. ¿POR QUÉ NOS REGALÓ DIOS ESTE MANDAMIENTO?
Un hombre incrédulo quiso hacer un chiste, y dijo: “Si hay Dios, ¿por qué
no escribió su nombre en el firmamento con letras gruesas, para que lo viera
todo el mundo? Así no habría incrédulos”.
Este era el chiste. Bien malo, por cierto. Pero le faltó decir en qué lengua
Dios debió haber escrito su nombre en ese cielo que tachonan millares de
estrellas. ¿En español? Entonces sólo lo entenderían los de habla hispana. ¿Y
el resto?
“Pues, ¡que lo escriba en una lengua que todos entiendan!” –podría
replicar alguno. Justo. Sí, hay una lengua que comprenden todos: la armonía
maravillosa del cosmos. Los cielos pregonan el nombre de Dios.
¿Cómo es posi ble que los cuerpos siderales proclamen el nombre de Dios, y
haya hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, que lo toman en vano, lo
ensucian, lo desprecian, lo pisotean?
Entre los cristianos el nombre de Dios es moneda corriente. Hablan de Él
incluso quienes en Él no creen. Se ha vuelto en muchas cosas una muletilla,
una exclamación, un chascarrillo, una blasfemia a veces.
“¡Dios!” - se escucha con frecuencia y de manera superficial. Y se
escucha en los partidos de fútbol, entre amigos, cuando uno se golpea un dedo,
en medio de un asado entre risotadas. ¡Qué poca seriedad!
Y esa es la razón por la que este segundo mandamiento se vuelve más importante
para ti.
“Dios es celoso de su nombre”, y demasiadas veces ese nombre es usado vana y
torpemente. ¿Te gustaría a ti, que usaran tu nombre o el de tu madre, en plan
de chiste, de broma pesada e incluso sin respeto? Pues si a ti no te gusta,
dime qué pensará Dios al r especto.
Muchas veces lo usamos sin caer siquiera en la cuenta de que le estamos
poniendo por testigo. Por superficialidad a veces dices: “Si Dios quiere,
Dios mediante, válgame Dios, Dios te ampare, a la buena de Dios”. Y ni
siquiera te das cuenta de que le estás citando y poniendo por testigo. Si lo
dices con respeto y con cariño, no hay problema. Es más, demostrarías que Dios
es para ti alguien siempre presente en tu vida, en tu pensar y hablar. Pero
cuídate de nombrar el nombre de Dios de manera superficial y distraída.
¡El nombre de Dios es santo, y hay que utilizarlo santamente y en momentos
santos!
Otras veces usamos el nombre de Dios frívolamente: en los titulares de cientos
de películas, en los anuncios comerciales, o en barcos; ¿te acuerdas del buque
Titanic: “A éste ni Dios le hunde”? ¿Qué necesidad tenían de haber puesto el
nombre de Dios en el barco? Y, ¿qué les pasó? Conoces la historia y la
película.
No se debe usar el nombre de Dios en vano y frívolamente.
Con frecuencia es usado para proteger nuestras mentiras en falsos juramentos:
“Que baje Dios y lo vea, te lo juro por Dios; que Dios me castigue, si
miento”.
O para satisfacer o apoyar nuestras venganzas: “En nombre de Dios haremos esta
guerra”; o cuando, tras una desgracia, nos lanzamos a decir “castigo de Dios”.
¿Te acuerdas de lo que pasó con las torres gemelas en Estados Unidos? En
“nombre de Dios” se provocaron esos actos terroristas.
Hay quienes usan el nombre de Dios para blasfemar (la blasfemia es como una
chispa de aquel fuego del infierno), para reírse de los valores sagrados, para
retar o escupir al cielo, como se dice que hizo el emperador Juliano, el
apóstata, al querer acabar con todos los cristianos y un buen día que iba en
su caballo, dispuesto a matarlos a todos, le cayó un rayo y su caballo se
desbocó, muriendo él desnucado. Antes de morir, cuentan, gritó al cielo
diciendo con fu ria: “Venciste, Galileo”. Se refería, lógicamente a Cristo, el
Galileo.
A todos estos sucios y frívolos modos de usar el nombre de Dios se refiere
este mandamiento. No debes usar el nombre de Dios para estos casos.
Bastaría acercarte a la vida diaria para comprobar con cuánta facilidad se usa
el nombre de Dios en vano.
Repasa, por ejemplo, las páginas de la publicidad en los periódicos. Allí
encontrarás con qué frivolidad se usa el nombre de Dios y de los santos para
dar nombres a vinos, a chocolates, a dulces, a tortas, etc...¡Qué falta de
reverencia! Con las cosas de Dios no se debe jugar y menos comercializar. ¡Por
favor, un poco de respeto!
Habrás visto algunos anuncios en la televisión: “Vive la Semana Santa en
turismo de primera clase”... ángeles que conducen autobuses... santos
haciendo trampas en la lotería para que a uno le toque... monjas publicitando
un coche último modelo. ¡No puede ser! ¡Más respeto, por favor!
Todo esto es tomar el nombre de Dios y de las cosas sagradas en vano y
frívolamente.
Burlarse de Dios, de la Virgen, de los santos, de los sacerdotes, de los
religiosos, monjas…es gravísimo, si se hace consciente, deliberadamente. En el
Antiguo Testamento se castigaba la blasfemia, con el apedreamiento; eran
apedreados los que blasfemaban.
No sé si bastarían las piedras del camino hoy para poder apedrear a los
blasfemos: blasfeman y maldicen todo, el sol, la lluvia, el frío, el día,
Dios... Los que blasfeman, ¿qué tienen en su interior? Si es verdad lo que
dice Jesús en el Evangelio que “de la abundancia del corazón, habla la
boca”, entonces saca tú la conclusión.
¡Cuida de nunca blasfemar en tu vida!
Se cuenta que antes de ir a acostarse, el papá le dice a su hija:
- ¿Me quieres?
- Mucho, papá.
- Pues ahora, si me quieres, dame un beso.
- Papá - respondió la niña- esta noche no.
- ¡Oh! ¿Ah, s í? Y esta noche, ¿por qué no? ¿No soy siempre tu padre?
- Sí -respondió la hija- Tú eres siempre mi papá, pero esta noche el beso no
te lo puedo dar: hoy has tenido siempre la boca llena de blasfemias y de
palabras feas.
El padre abrazó con singular cariño a su hija y no respondió más.
Aprende la lección de esta niña.
Además de respetar el nombre de Dios, tienes que respetar también las cosas
sagradas, por ejemplo, el altar, los cálices, las patenas, los copones y
otros objetos utilizados en la iglesia y en las misas.
Tienes que respetar las personas y ministros consagrados a Dios, por
ejemplo, al Papa, a los obispos, a los sacerdotes, a los diáconos y a los
religiosos y consagrados al Señor. Se han consagrado a Dios; por tanto, son
pertenencia de Dios y están para llevarte el mensaje del amor de Dios.
Finalmente, hay que respetar los lugares que han sido dedicados a Él,
por ej emplo, catedrales, iglesias, cementerios.
Dentro de este segundo mandamiento no puedo omitir hablarte del juramento.
¿Sabes qué es el juramento?
El juramento es otra manera de honrar el nombre de Dios, ya que es poner a
Dios como testigo de la verdad de lo que se dice o de la sinceridad de lo que
se promete.
A veces es necesario que quien hace una declaración sobre lo que ha hecho,
visto u oído, haya de reforzarla con un testimonio especial. En ocasiones muy
importantes, sobre todo ante un tribunal, se puede invocar a Dios como testigo
de la verdad de lo que se dice o promete: eso es hacer un juramento.
Fuera de estos casos no se debe jurar nunca, y hay que procurar que la
convivencia humana se establezca con base en la veracidad y honradez. Cristo
dijo: “Sea, pues, vuestro modo de hablar sí, sí, o no, no. Lo que exceda de
esto, viene del Maligno” (Mateo 5, 37).
Hay diversos modos de jurar:
invocando a Dios expresamente, por ejemplo, “juro por Dios, por la Sangre de
Cristo”, etc.;
invocando el nombre de la Virgen o de algún santo;
nombrando alguna criatura en la que resplandezcan diversas perfecciones: por
ejemplo, jurar por el Cielo, por la Iglesia, por la Cruz, etc.;
jurando sin hablar, poniendo la mano sobre los Evangelios, el Crucifijo, el
altar, etc.
El juramento bien hecho es no sólo lícito, sino honroso a Dios, porque al
hacerlo declaramos implícitamente que es infinitamente sabio, todopoderoso y
justo. Para que esté bien hecho se requiere:
Jurar con verdad: afirmar sólo lo que es verdad y prometer sólo lo que
se tiene intención de cumplir. Siempre hay grave irreverencia en poner a Dios
como testigo de una mentira. En esto precisamente consiste el perjurio, que es
pecado gravísimo que acarrea el castigo de Dios11
.
Jurar con justicia: afirmar o prometer sólo lo que está permitido y no
es pecaminoso; es grave ofensa utilizar el nombre de Dios al jurar algo que no
es lícito, por ejemplo, la venganza o el robo. Si el juramento tiene por
objeto algo gravemente malo, el pecado es mortal.
Jurar con necesidad: sólo cuando es realmente importante que se nos
crea, o cuando lo exige la autoridad eclesiástica o civil. No se puede jurar
sin prudencia, sin moderación, o por cosas de poca importancia sin cometer un
pecado venial que podría ser mortal, si hubiera escándalo o peligro de
perjurio.
El juramento que hizo, por ejemplo, Herodes a Salomé fue vano o innecesario12
. Jurar por hábito ante cualquier tontería es un vicio que se ha de procurar
desterrar, aunque de ordinario no pase de pecado venial.
Así te quedó más claro también este aspecto del segundo mandamiento.
Si te tengo que resumir cómo faltarías a este segundo mandamiento, te diría lo
siguiente:
1. Usando el nombre de Dios sin el debido respeto o con fines malos, como es
el caso de la maldición.
2. Cualquier expresión de o dio, de reproche, de desafío, dirigida a Dios, a
la Virgen o a los santos. Este pecado se llama blasfemia.
3. Perjurio, es decir, cuando haces una promesa que no tienes intención de
cumplir o juras sobre una mentira, apelando a Dios para avalarla.
4. Jurar innecesariamente sobre cosas que no valen la pena: “te lo juro”.
5. Incumplimiento de promesas o votos hechos a Dios.
III. ¿CÓMO HAS DE HONRAR EL NOMBRE DE DIOS, TU PADRE?
Pero este mandamiento tiene su parte positiva. Se nos pide que santifiquemos
su nombre, que le demos el honor y la gloria que merece, que lo respetemos.
Honramos el nombre de Dios con la oración, con la palabra y con la vida.
1. Con la oración
Santificas el nombre de Dios en la oración.
Volvemos de nuevo al tema hermoso de la oración en este segundo mandamiento.
La oración es la vida habitual del alma, es la respiración del alma. P or
tanto, el cristiano que no reza también está faltando al segundo mandamiento.
¡Qué hermoso cuando rezas! Ahí le llamas “Dios mío, Padre mío, Señor mío”.
Y Dios te escucha y se estremece de gozo. Tú eres su hijo, y Él nunca desoye a
su hijo. En la oración Él te abraza y mantiene contigo una relación de amistad
y de amor.
Este segundo mandamiento implica, pues, la oración. Es un deber para todo
hombre. Reza el musulmán a la caída de la tarde. Reza el beduino en medio del
desierto. Rezan los hindúes, al bañarse en el río Ganges. Rezan los bonzos
sintoístas en el Japón. Reza el campesino al postrarse en Ceilán. Reza el
rabino, cuando le llega la hora.
¿Cómo no va a rezar el cristiano? ¿Cómo no vas a rezar tú?
Y a la oración vas para adorar y a alabar a Dios, para agradecer y bendecir a
Dios, para pedirle perdón por tus infidelidades, para implorarle por tus
necesidades.
Y en la oración recibirás luz para tu camino, aliento en tus momentos duros,
consejo y fuerza para cumplir la voluntad de Dios en tu vida.
Y oras, cuando meditas el evangelio, vienes a misa, visitas a Cristo
Eucaristía, o rezas lentamente el Padrenuestro o el Avemaría.
¡Orar! Orar siempre, orar en todas partes. Allí, en la oración, el nombre de
Dios es santificado y pronunciado con respeto y veneración.
¿Me dejas contarte una anécdota?
Un sacerdote que visitaba una familia negligente en religión se encontró en la
casa con un niño que daba de comer a un conejillo de Indias.
- ¿Cuántas veces lo alimentas? - preguntó el sacerdote.
- Le doy una buena comida al día. Le gusta que se la dé yo mismo.
Y el muchacho siguió explicando que recogía mondaduras de patatas para su
animalito y que le limpiaba la casita cada dos días.
- Es la tarea más pesada, y empleo en ella casi media hora -continuó.
- Así, debes de emplear como unas tres horas por semana con tu co nejillo,
¿no?
- Eso debe ser, padre.
- Dime, ¿oíste misa el domingo pasado? –preguntó el sacerdote.
- No, pero voy a misa con bastante frecuencia y, además, casi cada noche rezo
las oraciones.
- ¿En cuánto tiempo?
- Unos dos minutos, poco más o menos.
- Así pues, como término medio, empleas media hora a la semana para cumplir
con tus deberes de cristiano. Se ve que la suerte de tu conejillo de Indias es
mejor que la de tu alma. A él le tratas mejor.
- Tiene usted razón, padre. El sábado iré a confesarme.
¿Te pasa a ti algo por el estilo? ¿Dedicas más tiempo a tus diversiones que a
la oración? ¿Más a tu novia o a tu novio que a Dios? ¡Piénsalo bien!
2. Debes honrar el nombre de Dios con tu palabra
En la historia de nuestra santa Madre Iglesia suena sin cesar, como una
melodía bendita, el santo nombre de Dios y de Jesús. Lo pronunciaron los
Apóstoles, los primeros cristianos, la multitud de mártire s…San Francisco de
Asís, siempre que lo oía pronunciar, lo escuchaba como si oyera los acordes de
un arpa. Con este nombre en los labios murieron los mártires del cristianismo
de ayer y de hoy. Los católicos mexicanos durante la guerra cristera de 1926 a
1929 morían gritando “¡Viva Cristo Rey!”. Otro tanto sucedió en la guerra
civil española, de 1936 a 1939.
San Pablo escribe a los cristianos de Colosas: “Todo cuanto hacéis, sea de
palabra o de obra, hacedlo todo en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (3,
17).
3. Debes honrar el nombre de Dios y de Jesucristo con tu vida digna
Tu vida debería exhalar el buen perfume de Cristo. Tu vida honrada, sincera,
pura, humilde es una auténtica predicación del nombre de Cristo. Convencerás
más con tu vida que con tu palabra. Acuérdate que las palabras vuelan, pero
los ejemplos arrastran. Se te tiene que notar que por tu vida ha pasado la
sangre de Cristo y te ha purificado y santifica do. Un mal ejemplo tuyo
desdice las mil palabras que hayas dicho de Cristo.
También honrar a Dios con tu vida implica el cumplimiento fiel de las
promesas, juramentos y votos que has hecho a Dios, pues esas promesas
comprometen el honor, la fidelidad, la veracidad y la autoridad del mismo
Dios.
No hagas, pues, una promesa, si no tienes la intención de cumplirla. Un voto o
promesa es un acto de la virtud de religión por el cual el cristiano se
consagra a Dios o le promete una obra buena. Por tanto, mediante el
cumplimiento de sus votos entrega a Dios lo que le ha prometido y consagrado.
Este tema de las promesas o votos que haces a Dios es parte, no sólo de este
segundo mandamiento, sino también del primero. La fidelidad a las promesas
hechas a Dios es una manifestación de respeto al nombre de Dios y de amor
hacia Él, que siempre ha sido fiel.
No porque blasfemes, Dios va a ser menos, o más pequeño... ni tampoco porque
le reces y le bend igas Él va a ser más. Pero tú, sí. Tú serás más pequeño o
más grande, si blasfemas o si rezas. Dios no deja de ser Dios, si un hombre
insensato blasfema contra Él. Como el sol no deja de alumbrar si tú echas
fango contra él. El sol sigue brillando y cae sobre ti el fango y suciedad que
contra él arrojaste.
El nombre de Dios es santo. Y cuando oigas que alguien ha blasfemado del
nombre de Dios o de Jesucristo, tú di por dentro: ¡Alabado sea Jesucristo!
¡Alabado sea el nombre de Dios! El cristiano que defiende el nombre de Dios
delante de los demás, cuando algunos están hablando vulgaridades sobre Dios,
está cumpliendo el segundo mandamiento.
Y no olvides algo: cuando tengas algún hijo o hija, y pidas a la Iglesia el
don del bautismo, por favor, que sean nombres de santos los que tú elijas para
tu hijo o hija. No escojas nombres raros, o peor, malsonantes y profanos. Así
tu hijo tendrá ya en el cielo un intercesor ante Dios y en vida podrás
hablarle y contarle a tu hijo todo lo que hizo ese santo, cuyo nombre él
tiene. Que lo lleve con respeto y veneración.
Bueno, ya es el momento de dejarte. Dile a Jesús desde lo más hondo de tu
corazón: “Señor, bendigo tu nombre. Señor, te alabo y glorifico tu nombre”.
Resumen del Catecismo de la Iglesia católica
2160 ‘Señor, Dios Nuestro, ¡qué admirable es tu nombre por toda la tierra!’
(Salmo 8, 2).
2161 El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. El nombre
del Señor es santo.
2162 El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de Dios.
La blasfemia consiste en usar de una manera injuriosa el nombre de Dios, de
Jesucristo, de la Virgen María y de los santos.
2163 El juramento en falso invoca a Dios como testigo de una mentira. El
perjurio es una falta grave contra el Señor, que es siempre fiel a sus
promesas.
2164 ‘No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad,
necesidad y reverencia’ (S. Ignacio de Loyola, ex. spir. 38).
2165 En el Bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano. Los padres, los
padrinos y el párroco deben procurar que se dé un nombre cristiano al que es
bautizado. El patrocinio de un santo ofrece un modelo de caridad y asegura su
intercesión.
2166 El cristiano comienza sus oraciones y sus acciones haciendo la señal de
la cruz ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén’.
2167 Dios llama a cada uno por su nombre (consulta Isaías 43, 1).
Del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica
447. ¿Cómo se respeta la santidad del nombre de Dios?
Se respeta la santidad del Nombre de Dios invocándolo, bendiciéndole,
alabándole y glorificándole. Ha de evitarse, por tanto, el abuso de apelar al
Nombre de Dios para justificar un c rimen, y todo uso inconveniente de su
Nombre, como la blasfemia, que por su misma naturaleza es un pecado grave; la
imprecación y la infidelidad a las promesas hechas en nombre de Dios.
448. ¿Por qué está prohibido jurar en falso?
Está prohibido jurar en falso, porque ello supone invocar en una causa a Dios,
que es la verdad misma, como testigo de una mentira.
449. ¿Qué es el perjurio?
El perjurio es hacer, bajo juramento, una promesa con intención de no
cumplirla, o bien violar la promesa hecha bajo juramento. Es un pecado grave
contra Dios, que siempre es fiel a sus promesas.
LECTURA: Texto extraído del Catecismo de la Iglesia católica, del segundo
mandamiento de la Ley de Dios: “No tomarás el nombre de Dios en vano”
EL NOMBRE CRISTIANO
2156 El sacramento del Bautismo es conferido "en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo" ( Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor
santifica al hombre, y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia. Puede ser
el nombre de un santo, es decir, de un discípulo que vivió una vida de
fidelidad ejemplar a su Señor. Al ser puesto bajo el patrocinio de un santo,
se ofrece al cristiano un modelo de caridad y se le asegura su intercesión. El
"nombre de bautismo" puede expresar también un misterio cristiano o una virtud
cristiana. "Procuren los padres, los padrinos y el párroco que no se imponga
un nombre ajeno al sentir cristiano".
2157 El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la
señal de la cruz, "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén". El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia
del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal
de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.
2158 Dios llama a cada uno por su nombre. E l nombre de todo hombre es
sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige respeto en señal de la
dignidad del que lo lleva.
2159 El nombre recibido es un nombre de eternidad. En el reino de Dios, el
carácter misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios
brillará a plena luz. "Al vencedor... le daré una piedrecita blanca, y grabado
en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe" (Ap
2,17). "Miré entonces y había un Cordero, que estaba en pie sobre el monte
Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente
el nombre del Cordero y el nombre de su Padre" (Ap 14,1).
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