Los diez
mandamientos
Autor: P.
Antonio
Rivero LC
Capítulo 2:
Características,
dificultades
y frutos
Resuena en
nuestros
oídos la
pregunta del
joven rico:
“Maestro,
¿qué he de
hacer para
conseguir la
vida
eterna?”
(Marcos 10,
17).
Le contestó
Cristo: “–
Cumple los
mandamientos:
“No matarás,
no cometerás
adulterio,
no robarás,
no
levantarás
testimonio
falso, honra
a tu padre y
a tu madre”.
Te dije que
el Decálogo,
es decir,
los diez
mandamientos,
es un camino
de vida,
felicidad,
realización
personal:
“Si amas a
tu Dios, si
sigues sus
caminos y
guardas sus
mandamientos,
sus
preceptos y
sus normas,
vivirás y te
multiplicarás”
(Deuteronomio
30,16).
Los diez
mandamientos
son resumen
y proclaman
la ley de
Dios. Son un
don de Dios
a la
humanidad,
para que
conozcas su
Santa
Voluntad.
Por tanto,
no son una
carga; son
un don. Y un
don se
recibe con
las manos
abiertas, se
agradece, se
disfruta y
se comparte,
¿no crees?
No se puede
despreciar
un regalo.
Sería una
ingratitud
imperdonable
y un descaro
sin nombre.
Los diez
mandamientos
enuncian las
exigencias
del amor de
Dios y del
prójimo. Los
tres
primeros se
refieren más
al amor de
Dios, y los
otros siete
más al amor
del prójimo.
¿No te dijo
Cristo que
toda la ley
se resumía
en el amor a
Dios y en el
amor al
prójimo?
¡Qué hermoso
mensaje el
de Cristo:
amar!
Los
mandamientos
de la ley de
Dios no son
cadenas ni
barreras:
son, más
bien,
caminos para
disfrutar de
la verdadera
libertad,
sin las más
duras
esclavitudes
de tus
pasiones
desordenadas
que te
conducen al
pecado.
No puedes
reducir los
mandamientos
a una serie
de fronteras
infranqueables,
a unas
defensas a
las que no
puedes tocar
para no
electrocutarte,
como sucede
con la
corriente
eléctrica.
No. Son
mucho más:
son caminos
para
realizarte
como hombre,
primero; y
son mojones
que evitan
que te
salgas de la
carretera
que te
conduce a la
felicidad y
al cielo.
¿Te parece
poco?
Los
mandamientos
resumen la
“ley” de
Dios, y
todos
tenemos un
poco de
miedo a la
ley, como si
con ella se
restringiera
algo que
amamos mucho
los hombres:
nuestra
libertad.
Nadie quiere
que se le
pise o se le
ponga trabas
y límites a
la libertad.
Pero no
debes
olvidar que
tu libertad
no es
absoluta,
sino
limitada. La
libertad
absoluta
sólo la
tiene Dios.
Sólo Dios es
la verdadera
Libertad,
como también
es la Verdad
absoluta, la
Unidad
perfecta, la
Belleza
incomparable.
Tú y yo,
tenemos algo
de esto,
pero
participado
por Dios, al
darnos la
existencia.
Por eso,
todo en
nosotros es
limitado, no
absoluto. No
pretendas
endiosarte.
Sé humilde.
No temas a
la ley. Una
ley bien
hecha no es
la que
restringe
tus
derechos,
sino la que
te da la
garantía de
poder usar
en pleno tus
derechos y
tu libertad.
Las leyes
ponen, sí,
limitaciones
a tus
caprichos,
pero no a tu
libertad,
que la
encauza y la
cuida.
Los diez
mandamientos
no son diez
caprichos
que Dios te
ha impuesto
para
salvarte.
Son, por el
contrario,
el resumen
de las diez
grandes
aspiraciones
de la
naturaleza
humana, las
diez
condiciones
que son
necesarias
para la
plena
realización
de tu
naturaleza y
para el
logro de tu
felicidad.
La ley del
Señor es
suave para
los humildes
y los que
aman con
corazón
abierto y
sencillo.
El Decálogo
contiene una
expresión
privilegiada
de la ley
natural, esa
ley que ha
puesto Dios
en el
corazón de
cada hombre,
de todo
hombre; y,
por lo
mismo, en tu
corazón. El
corazón
humano ha
sido esa
piedra donde
Dios quiso
grabar los
diez
mandamientos.
Por tanto,
aunque han
sido
revelados
por Dios a
Moisés, sin
embargo, son
accesibles a
la sola
razón. Todos
podemos
conocerlos,
pues nacemos
con ellos
grabados en
el corazón.
Basta que
tengas
inteligencia
y los
captarás
perfectamente.
Ahora
daremos un
paso más y
contestamos
a estas
preguntas:
1° ¿Qué
características
tienen los
diez
mandamientos?
2° ¿Por qué
te cuestan
tanto los
diez
mandamientos?
3° ¿Qué
frutos
experimentarás,
si cumples
los diez
mandamientos?
I.
CARACTERÍSTICAS
DE LOS DIEZ
MANDAMIENTOS
Los diez
mandamientos
tienen estas
características:
1° Son
inmutables:
no
pueden
cambiarse.
Nadie puede
cambiarlos,
pues los ha
establecido
Dios. Y
cuando Dios
dice una
cosa, no la
cambia por
nada, pues
es
infinitamente
sabio y
perfecto.
Son
inmutables;
perdurarán
en el siglo
XXI, XXX, LX,
etc. Dios no
cambia de
opinión
fácilmente;
cuando da
una norma,
es tan
perfecta que
no puede
cambiarla.
Sería una
contradicción
en Dios. ¿Te
puedes
imaginar a
un Dios
arbitrario
que juega
con
nosotros, a
costa de sus
caprichos y
conveniencias?
2° Son
absolutos:
tienen
carácter
absoluto, no
dan pie a
ningún
relativismo,
ni a ningún
tipo de
ética de la
situación.
¿Sabes qué
es el
relativismo,
o como dijo
el Papa
Benedicto
XVI al
iniciar su
Pontificado,
“la
dictadura
del
relativismo”?
Es la
doctrina que
dice que
todo es
relativo y
depende del
punto de
vista de
cada uno. No
se puede
aceptar esta
doctrina,
pues hay
cosas y
valores
fundamentales,
innegables y
absolutos.
Los
mandamientos
no se pueden
recortar,
aminorar,
rebajar.
Otra cosa es
ver si es
materia
grave o
materia
leve. Lo que
fue pecado y
estuvo mal
ayer, será
pecado hoy y
mañana y
siempre.
3° Son
universales:
es decir,
valen para
todos los
hombres.
Ningún
hombre está
exento de
cumplirlos.
Valen para
el hombre de
campo y de
la ciudad,
para el
hombre
instruido o
menos
instruido;
para el
niño, el
joven y el
adulto; para
el europeo,
africano,
asiático,
americano y
para el
hombre de
Oceanía;
para el que
se encuentra
en una isla
perdida del
Pacífico,
como para
quien vive
en una gran
metrópoli.
4° Son
actuales:
son para
ayer, para
hoy, para
mañana. Son
de ayer, de
hoy y de
siempre.
Aunque los
reveló Dios
hace más de
tres mil
quinientos
años, sin
embargo
siguen
vigentes,
actuales.
Son para ti
y para mí.
No han
pasado de
moda. Nunca
pasan de
moda.
II. ¿POR
QUÉ TE
CUESTAN?
Te cuestan
por una
sencilla
razón:
porque por
culpa del
pecado
original
estás
inclinado al
mal, a lo
más fácil,
placentero,
cómodo. Y
los
mandamientos
ciertamente
no estimulan
a nada de
esto. Los
mandamientos
apuntan a lo
más noble
que hay en
ti: el
superarte,
el subir la
montaña de
la
perfección y
felicidad.
Los diez
mandamientos
nos marcan
una vereda
por la que
debemos
caminar para
llegar a la
felicidad
verdadera, a
la
realización
personal, y
esta vereda
es estrecha,
por momentos
fatigosa, y
siempre
cuesta
arriba. ¿Te
atreverás a
subir por
ella? Sólo
los que aman
y tienen
voluntad se
deciden a
subir esta
cuesta.
Además, cada
mandamiento
contrarresta
tendencias
desordenadas
que todos
llevamos
dentro del
corazón.
Contrarresta
y encauza
dichas
tendencias.
Me explico.
Por ejemplo:
Primer
Mandamiento:
contrarresta
ese deseo de
curiosidad
ante el
futuro, de
poseer las
cosas
materiales,
nuestro
descanso,
nuestro
gozo,
nuestros
dioses.
Encauza
nuestro
deseo
religioso
para que no
caigamos en
supersticiones,
magias,
adivinaciones...
y tengamos a
Dios como
Único Señor
y Dios, en
quien creer,
en quien
confiar y a
quien amar.
Segundo
Mandamiento:
contrarresta
esa
tendencia
que el
hombre tiene
a jurar sin
necesidad,
sin
reflexionar,
a tomarse a
la ligera
sus
compromisos
y promesas
que
libremente
hizo al
Señor, a
pronunciar
el nombre de
Dios sin
conciencia y
respeto, a
blasfemar y
protestar
contra Dios,
cuando le
salen mal
las cosas o
Dios le
prueba.
Tercer
Mandamiento:
contrarresta
la tendencia
a la pereza,
a la
desidia, a
la
ingratitud
con Dios, a
olvidarnos
de Dios... a
ese querer
dar culto a
Dios a tu
manera, sin
necesidad de
venir a
misa, por no
saber qué
celebras en
cada misa.
Cuarto
Mandamiento:
contrarresta
la tendencia
a la
ingratitud
con quienes
nos han dado
la vida o
nos han
formado, la
tendencia a
la soberbia
para con la
autoridad,
la
insumisión y
falta de
humildad.
Esto, para
los hijos. Y
para los
papás, esa
tendencia o
a dejar
hacer todo a
sus hijos, o
por el
contrario, a
estar encima
todo el
tiempo, sin
educarle a
la verdadera
libertad y
elección.
Quinto
Mandamiento:
contrarresta
la tendencia
al odio, a
la
malquerencia,
a la
envidia, a
la crítica,
egoísmo, a
la revancha
y venganza,
a la
violencia.
Sexto
Mandamiento:
contrarresta
la tendencia
a disfrutar
de la
sexualidad
sin norma,
sin medida,
sin la
finalidad
para la que
Dios destinó
el sexo.
¿Para qué
nos dio Dios
el sexo? Es
un don de
Dios para
que los
esposos,
dentro de un
matrimonio
maduro, fiel
y estable,
crezcan en
el amor y
traigan
hijos a este
mundo.
Séptimo
Mandamiento:
contrarresta
la tendencia
a quedarnos
con lo que
no es
nuestro, y a
tomar la
justicia por
nuestra
propia mano.
Y al mismo
tiempo nos
ayuda a
regular el
derecho a la
propiedad
privada.
Octavo
Mandamiento:
contrarresta
la tendencia
a mentir,
consciente o
inconscientemente,
para salir
al paso,
llamar la
atención,
para evitar
males
mayores, por
respeto
humano; esa
tendencia a
curiosear
secretos, a
meterse en
la vida de
otros, a
hacer
juicios
precipitados
de los
demás.
Noveno
Mandamiento:
contrarresta
la tendencia
a pensar
cosas
impuras,
hacer
castillos en
el aire con
estas cosas,
a mirar y
desear a la
mujer o al
varón que no
te
pertenece.
Décimo
Mandamiento:
contrarresta
la tendencia
a la
avaricia, a
los apegos a
las cosas
terrenas, a
la envidia
por las
cosas de los
demás.
III. ¿QUÉ
FRUTOS
EXPERIMENTARÁS
AL
CUMPLIRLOS?
¡Benditos
mandamientos!
Quienes los
viven,
experimentan
estos frutos
suculentos:
Te hacen
libre y te
liberan de
tantas
ataduras y
esclavitudes.
Limpian tu
corazón de
deseos
innobles.
Te permiten
dar a Dios
lo que es de
Dios, y a
los demás lo
que es de
ellos.
Quita fardo
innecesario
de tu
mochila para
caminar ágil
hacia Dios.
Gracias a
los
mandamientos
puedes crear
la
civilización
del amor, de
la
fidelidad,
del respeto,
de la
justicia.
Te llevan a
la
realización
humana y
cristiana.
Tanta paz
proporcionan
al alma.
Y te hacen
vivir la
fraternidad
entre todos.
Pero sobre
todo, pones
contento a
Dios tu
Padre, tu
Señor, tu
Amigo.
Quiero
dejarte en
claro una
cosa, amigo:
el pecado no
es, en
absoluto, el
centro de la
religión
cristiana.
Es, para los
creyentes,
lo que las
vallas para
el corredor
de
obstáculos,
lo que el
trampolín
para el
saltador en
piscina,
algo que hay
que conocer
y superar.
Nosotros no
somos sólo
gente que
huye del mal
y del
infierno.
Somos gente
que sube y
camina hacia
Cristo. Es
Él quien nos
interesa. Es
Él nuestro
centro.
Por eso, al
irte
explicando
los diez
mandamientos
me interesa,
no tanto que
no peques,
sino que
llegues a
Cristo y que
lo imites,
que te
realices
como hombre
y como
cristiano,
que llegues
a la
plenitud en
tu vida, y
que seas
feliz.
Cumpliendo
los diez
mandamientos,
lograrás
esto. Y
además,
vencerás el
mal con el
bien. Y los
diez
mandamientos
son el bien
que debes
hacer en tu
vida para
vencer el
mal que te
invade, te
acosa y te
tienta.
¡Benditos
mandamientos!
Agradece a
Dios el
regalo de
los diez
mandamientos.
Defiéndelos
siempre en
tu medio
ambiente,
entre tus
amigos, en
tu vida.
Vive estos
mandamientos
con amor y
cariño. Es
la mejor
manera de
demostrar a
Dios que lo
amas.
Cúmplelos y
llegarás a
la vida
eterna,
donde Dios,
tu Padre te
espera con
los brazos
abiertos
para darte
el premio de
su
presencia,
por haber
cumplido su
voluntad,
manifestada
en estos
diez
mandamientos.
Resumen
del
Catecismo de
la Iglesia
católica
1975 Según
la Sagrada
Escritura,
la ley es
una
instrucción
paternal de
Dios que
prescribe al
hombre los
caminos que
llevan a la
bienaventuranza
prometida y
proscribe
los caminos
del mal.
1976 "La ley
es una
ordenación
de la razón
para el bien
común,
promulgada
por el que
está a cargo
de la
comunidad"
[Santo Tomás
de Aquino].
1977 Cristo
es el fin de
la ley; sólo
Él enseña y
otorga la
justicia de
Dios.
1978 La ley
natural es
una
participación
en la
sabiduría y
la bondad de
Dios por
parte del
hombre,
formado a
imagen de su
Creador.
Expresa la
dignidad de
la persona
humana y
constituye
la base de
sus derechos
y sus
deberes
fundamentales.
1979 La ley
natural es
inmutable,
permanente a
través de la
historia.
Las normas
que la
expresan son
siempre
substancialmente
válidas. Es
la base
necesaria
para la
edificación
de las
normas
morales y la
ley civil.
1980 La Ley
antigua es
la primera
etapa de la
Ley
revelada.
Sus
prescripciones
morales se
resumen en
los diez
mandamientos.
1981 La Ley
de Moisés
contiene
muchas
verdades
naturalmente
accesibles a
la razón.
Dios las ha
revelado
porque los
hombres no
las leían en
su corazón.
1982 La Ley
antigua es
una
preparación
al
Evangelio.
1983 La Ley
nueva es la
gracia del
Espíritu
Santo
recibida
mediante la
fe en
Cristo, que
opera por la
caridad. Se
expresa
especialmente
en el Sermón
del Señor en
la montaña y
se sirve de
los
sacramentos
para
comunicarnos
la gracia.
1984 La Ley
evangélica
cumple,
supera y
lleva a su
perfección
la Ley
antigua: sus
promesas
mediante las
bienaventuranzas
del Reino de
los cielos,
sus
mandamientos,
reformando
el corazón
que es la
raíz de los
actos.
1985 La Ley
nueva es ley
de amor, ley
de gracia,
ley de
libertad
1986 Más
allá de sus
preceptos,
la Ley nueva
contiene los
consejos
evangélicos.
"La santidad
de la
Iglesia
también se
fomenta de
manera
especial con
los
múltiples
consejos que
el Señor
propone en
el Evangelio
a sus
discípulos
para que los
practiquen
".
LECTURA:
De la
encíclica
del Papa
Juan Pablo
II, “El
esplendor de
la verdad”
Las normas
morales
universales
e inmutables
al servicio
de la
persona y de
la sociedad
95. La
doctrina de
la Iglesia,
y en
particular
su firmeza
en defender
la validez
universal y
permanente
de los
preceptos
que prohíben
los actos
intrínsecamente
malos, es
juzgada no
pocas veces
como signo
de una
intransigencia
intolerable,
sobre todo
en las
situaciones
enormemente
complejas y
conflictivas
de la vida
moral del
hombre y de
la sociedad
actual.
Dicha
intransigencia
estaría en
contraste
con la
condición
maternal de
la Iglesia.
Ésta -se
dice- no
muestra
comprensión
y compasión.
Pero, en
realidad, la
maternidad
de la
Iglesia no
puede
separarse
jamás de su
misión
docente, que
ella debe
realizar
siempre como
esposa fiel
de Cristo,
que es la
verdad en
persona:
«Como
Maestra, no
se cansa de
proclamar la
norma
moral... De
tal norma la
Iglesia no
es
ciertamente
ni la autora
ni el
árbitro. En
obediencia a
la verdad
que es
Cristo, cuya
imagen se
refleja en
la
naturaleza y
en la
dignidad de
la persona
humana, la
Iglesia
interpreta
la norma
moral y la
propone a
todos los
hombres de
buena
voluntad,
sin esconder
las
exigencias
de
radicalidad
y de
perfección»
.
En realidad,
la verdadera
comprensión
y la genuina
compasión
deben
significar
amor a la
persona, a
su verdadero
bien, a su
libertad
auténtica. Y
esto no se
da,
ciertamente,
escondiendo
o
debilitando
la verdad
moral, sino
proponiéndola
con su
profundo
significado
de
irradiación
de la
sabiduría
eterna de
Dios,
recibida por
medio de
Cristo, y de
servicio al
hombre, al
crecimiento
de su
libertad y a
la búsqueda
de su
felicidad .
Al mismo
tiempo, la
presentación
límpida y
vigorosa de
la verdad
moral no
puede
prescindir
nunca de un
respeto
profundo y
sincero
-animado por
el amor
paciente y
confiado-,
del que el
hombre
necesita
siempre en
su camino
moral,
frecuentemente
trabajoso
debido a
dificultades,
debilidades
y
situaciones
dolorosas.
La Iglesia,
que jamás
podrá
renunciar al
«principio
de la verdad
y de la
coherencia,
según el
cual no
acepta
llamar bien
al mal y mal
al bien» ,
ha de estar
siempre
atenta a no
quebrar la
caña cascada
ni apagar el
pabilo
vacilante (cf.
Is 42, 3).
El Papa
Pablo VI ha
escrito: «No
disminuir en
nada la
doctrina
salvadora de
Cristo es
una forma
eminente de
caridad
hacia las
almas. Pero
ello ha de
ir
acompañado
siempre con
la paciencia
y la bondad
de la que el
Señor mismo
ha dado
ejemplo en
su trato con
los hombres.
Al venir no
para juzgar
sino para
salvar (cf.
Jn 3, 17),
Él fue
ciertamente
intransigente
con el mal,
pero
misericordioso
hacia las
personas» .
96. La
firmeza de
la Iglesia
en defender
las normas
morales
universales
e inmutables
no tiene
nada de
humillante.
Está sólo al
servicio de
la verdadera
libertad del
hombre. Dado
que no hay
libertad
fuera o
contra la
verdad, la
defensa
categórica
-esto es,
sin
concesiones
o
compromisos-,
de las
exigencias
absolutamente
irrenunciables
de la
dignidad
personal del
hombre, debe
considerarse
camino y
condición
para la
existencia
misma de la
libertad.
Este
servicio
está
dirigido a
cada hombre,
considerado
en la
unicidad e
irrepetibilidad
de su ser y
de su
existir.
Sólo en la
obediencia a
las normas
morales
universales
el hombre
halla plena
confirmación
de su
unicidad
como persona
y la
posibilidad
de un
verdadero
crecimiento
moral.
Precisamente
por esto,
dicho
servicio
está
dirigido a
todos los
hombres; no
sólo a los
individuos,
sino también
a la
comunidad, a
la sociedad
como tal. En
efecto,
estas normas
constituyen
el
fundamento
inquebrantable
y la sólida
garantía de
una justa y
pacífica
convivencia
humana, y
por tanto de
una
verdadera
democracia,
que puede
nacer y
crecer
solamente si
se basa en
la igualdad
de todos sus
miembros,
unidos en
sus derechos
y deberes.
Ante las
normas
morales que
prohíben el
mal
intrínseco
no hay
privilegios
ni
excepciones
para nadie.
No hay
ninguna
diferencia
entre ser el
dueño del
mundo o el
último de
los
miserables
de la
tierra: ante
las
exigencias
morales
somos todos
absolutamente
iguales.
97. De este
modo, las
normas
morales, y
en primer
lugar las
negativas,
que prohíben
el mal,
manifiestan
su
significado
y su fuerza
personal y
social.
Protegiendo
la
inviolable
dignidad
personal de
cada hombre,
ayudan a la
conservación
misma del
tejido
social
humano y a
su
desarrollo
recto y
fecundo. En
particular,
los
mandamientos
de la
segunda
tabla del
Decálogo,
recordados
también por
Jesús al
joven del
evangelio (cf.
Mt 19, 18),
constituyen
las reglas
primordiales
de toda vida
social.
Estos
mandamientos
están
formulados
en términos
generales.
Pero el
hecho de que
«el
principio,
el sujeto y
el fin de
todas las
instituciones
sociales es
y debe ser
la persona
humana» ,
permite
precisarlos
y
explicitarlos
en un código
de
comportamiento
más
detallado.
En ese
sentido, las
reglas
morales
fundamentales
de la vida
social
comportan
unas
exigencias
determinadas
a las que
deben
atenerse
tanto los
poderes
públicos
como los
ciudadanos.
Más allá de
las
intenciones,
a veces
buenas, y de
las
circunstancias,
a menudo
difíciles,
las
autoridades
civiles y
los
individuos
jamás están
autorizados
a
transgredir
los derechos
fundamentales
e
inalienables
de la
persona
humana. Por
lo cual,
sólo una
moral que
reconozca
normas
válidas
siempre y
para todos,
sin ninguna
excepción,
puede
garantizar
el
fundamento
ético de la
convivencia
social,
tanto
nacional
como
internacional.
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