El
privilegio de ser madre
Autor: Bosco Aguirre
Fuente: Mujer Nueva
Fecha: 2004-04-30
Las mujeres nos ganan a los hombres en muchas cosas. Pero en lo que son
insuperables es en su relación con cada hijo.
Las primeras en enterarse de que hay alguien que viene en camino son ellas. Cada
vida inicia cerca del corazón de una mujer, y allí seguirá adelante, si no
ocurre nada malo, durante nueve meses. El diálogo que se establece entre madre e
hijo es íntimo, profundo, misterioso. El embrión no se dedica sólo a “parasitar”
y tomar alimentos del útero que acoge la nueva vida. Algunas células del hijo
circulan en el cuerpo de la madre, y algunas células de la madre pasan al hijo.
Entre los dos se combinan ciertas hormonas que ayudan a que todo siga el camino
ordinario que llevará, al final, a ese momento misterioso, dramático y, casi
siempre, gozoso, del parto.
Durante el embarazo el esposo no es un satélite ajeno ni un estorbo incómodo. Su
cercanía y su cariño hacen más fáciles los cansancios y las reacciones que sufre
la esposa que empieza a ser madre. Además, cuando el feto empieza a oír en el
mundo del líquido amniótico, llega a identificar los ruidos del exterior,
también la voz de su padre. El hecho de que los papás hablen largos ratos con
afecto y con esperanza deja una huella, todavía por estudiar en su misterio, en
la psicología de ese feto que sigue su crecimiento día a día. El cariño de la
esposa, por su parte, permite al esposo sintonizar con el misterio de ese hijo
que está ahí, muy escondido al inicio, después cada vez más visible a través del
crecimiento de la panza...
Cuando el niño nace, también la mujer es la única que puede ofrecer el mejor
alimento: la leche materna. Desde el punto de vista médico y dietético, el dar
de pecho conlleva muchos beneficios para el niño y para la madre. Desde el punto
de vista psicológico, el niño aprende, antes, durante o después de succionar del
pecho de su madre, a mirar a la cara, a descubrir unos ojos que penetran llenos
de cariño, quizá a veces un poco cansados, pero siempre (o casi siempre)
disponibles.
Las que mejor saben tratarlo cuando llora, cuando pide algo que no acaba de ser
claro, cuando muestra indiferencia o sueño, o cuando dibuja una sonrisa
contagiosa y fresca son las mujeres. Las madres, se dice, tienen un “sexto
sentido” con el que perciben mucho de lo que escapa con frecuencia a los ojos
del nuevo papá.
Ser madre no termina con las primeras semanas ni los primeros meses. El hijo ha
quedado marcado de un modo muy profundo por esos primeros contactos que se
establecen con la mujer, con la madre. A la vez, el papel del padre en la tarea
educativa va aumentando con el pasar de los meses. En algunas situaciones llega
a dedicar al hijo igual o mayor tiempo que el que dedica la madre (sobre todo si
ella trabaja fuera del hogar). El niño, entonces, aprende a amar con el mismo
cariño a los dos. Pero llegará el día en el que tome conciencia de lo que
significó, en el camino de su vida, esa etapa inicial antes del nacimiento y
esos primeros meses en los que todo es mucha esperanza y no pocos momentos de
temor o de angustia.
Hablar de la maternidad es hablar de un privilegio de la mujer. La paternidad,
ciertamente, resulta fundamental para que se inicie una vida humana. Pero un
padre no podrá sentir en profundidad lo que significa tener al hijo allí,
“dentro”. Ese hijo que inició tan débil y tan dependiente que sólo el amor pudo
sostenerlo durante el tiempo de embarazo.
Así hemos nacido, hasta ahora, los más de 6 mil millones de habitantes de la
tierra. Quizá algún día se inventen úteros artificiales o incubadoras de
embriones. Tal vez, incluso, lleguen a ser tan perfectos como el sistema
biológico que sólo la mujer posee para abrirse a cada vida humana que empieza su
aventura. Pero incluso así nadie podrá quitar la importancia y la belleza de ese
diálogo inicial entre la madre y el hijo que tanto nos ha ayudado a todos a
decir, ya desde los primeros momentos: vale la pena vivir porque hay alguien
que me conoce y me ama así, como soy, sin condiciones...