LOS TRES ALIMENTOS DEL ALMA

LA IGLESIA, LUGAR DE <<PASTOS ABUNDANTES>>

(Tomado de: Seguir al Cordero, retiro sobre el evangelio de San Juan

Marie-Dominique Philippe)

 

En primer Lugar recordemos que hay que tratar de guardar silencio. Es un acto de voluntad que debe prolongar nuestro acto de adoración de la mañana. Este, en efecto, debe poner en nosotros el deseo de silencio, debe abrir en nosotros ese desierto interior que es como un grito hacia Dios. Y después, es necesario mantener lo más posible ese silencio a fin de estar más atentos a Dios.

Antes de entrar en el Evangelio de San Juan, hablaremos de algo queme parece muy importante para comprender mejor lo que representa el misterio de la Iglesia. En efecto, a menudo es difícil para nosotros aceptar el misterio de La Iglesia. Podríamos decir: <<¿Para que la iglesia?>> Basta con adorar, con descubrir a Cristo bajo la moción de Espíritu Santo.

A este respecto, es necesario recodar la parábola del Buen Pastor, en San Juan, donde se nos muestra que el Buen Pastor conduce a sus ovejas a los pastos abundantes (Jn 10, 9). ¿Cuáles son pues, estos pastos abundantes?

No siempre es fácil encontrarlos porque también hay pastos engañosos que pueden seducirnos y hacernos perder mucho tiempo. La táctica del demonio, bien lo sabemos, es hacernos perder tiempo. Cuando se trata de buena voluntad –y todos lo somos-, el demonio intenta hacernos perder el tiempo y, para ello, trata de llevarnos a los pastos engañosos. Así pues, debemos discernir, comprender lo que la escritura nos dice. Se trata en efecto de algo importante que debemos recordar constantemente en nuestra vida –sobre todo, al comienzo de un retiro-, porque el equilibrio fundamental de nuestra vida cristiana depende de ello. Por eso, es importante captar los elementos esenciales de nuestra vida cristiana que nos permitan guardar cierto <<equilibrio>> cristiano.

Si vemos los Evangelios de Lucas y Juan, notamos que estos afirman, en tres ocaciones, que Dios nos da un alimento, y es importante ver la manera diferente en que esas tres afirmaciones nos son dadas.

La primera nos es dada cuando Jesús, en el desierto, tiene hambre y es tentado por el demonio (Lc 4, 1-3). Nuestro Señor experimento el hambre, aun siendo Dios, y muy bien habría podido no conocerla. Pero quiso experimentarla para vivir nuestra condición de hombre en todo menos en el pecado, y para enseñarnos lo que hay que hacer cuando nosotros mismos tenemos hambre.

Jesús está, pues, en el desierto y el demonio se le acerca. Jesús, en efecto, también aceptó ser tentado para conocer perfectamente la condición de la criatura, de la criatura marcada por el pecado. En efecto, es un gran misterio: ¿Por qué la tentación? Dios hubiera podido suprimirla. Él hubiera podido muy bien devolvernos al Paraíso terrenal y decirle al demonio: "Te prohibo que te acerques a mis pequeñas ovejas. No te acerques a estos mis benjamines (pues somos los benjamines en la familia de Dios), a quienes amo mucho", y Dios hubiera podido poner una clausura absoluta...,pero no hizo eso. Él mismo permitió que seamos tentados y Él mismo ha querido aceptar la tentación. Hay que releer con frecuencia, en el Evangelio de San Lucas, las tres tentaciones de Jesús en el desierto. Los padres de la iglesia dicen que esas tres tentaciones de Jesús en el desierto representan las tentaciones en su máxima expresión, ¡Todas las tentaciones! Tomo solamente: <<¿Tienes hambre? Si eres el hijo de Dios, tienes poder absoluto sobre todas las cosas. Manda, pues, que esas piedras se conviertan en pan...>>. El demonio no es tonto; desde el punto de vista de la inteligencia, no vale la pena intentar luchar contra él; nos vence a todos. Sabe bien que Jesús, si es el hijo de Dios, tiene poder absoluto. De hecho, sabemos que un día Jesús multiplicará el pan para la multitud que lo sigue, pero no lo multiplicara para sí mismo.

Jesús habría podido muy bien decirle a las piedras que se transformaran en pan y hubiera podido darles ese poder a todos los apóstoles. Si la iglesia tuviera ese poder extraordinario de cambiar las piedras en pan, ¡Sería magnifico! Las multitudes acudirían atraídas por ese prodigios. Sabemos hasta que punto, actualmente, la gente está fascinada por los prodigios, por todas las cosas parapsicológicas. Está, a la vez, inquieta y maravillada, atraída.

Jesús hubiera podido muy bien hacer eso, pero no, no quiso comunicar ese poder y no quiso tampoco que el demonio fuera espectador de dicho poder, de tal prodigio extraordinario. El demonio, inteligente como es, hubiera querido presenciar aquello; habría sido todo un espectáculo. El demonio propone eso a Jesús por curiosidad, porque en el fondo está ávido de ver dicho milagro, pero Jesús responde de forma muy categórica: <<No solo de pan vive el hombre, (Lc 4,4) sino de todo lo que sale de la boca de Dios>>, como dice el libro del Deuteronomio.(Dt 8,3)

La palabra de Dios es, pues, un alimento y el buen pastor nos da la palabra de Dios, es el primer alimento. Veremos sucesivamente los tres alimentos porque es muy importante recordarlos, y después haremos nuestro examen de conciencia para saber si nosotros, que comemos el pan todos los días para mantener nuestra vida, tenemos el mismo cuidado de mantener nuestra vida cristiana. ¿Proporcionamos a nuestra vida cristiana si alimento?

Si no se lo proporcionamos, entonces no es extraño que desfallezcamos un tanto cuando se trata de hacer un esfuerzo, porque no tenemos suficiente fuerza. Para fortalecerse, para poder combatir mejor, hay que alimentarse. Jesús afirma, así pues, que la palabra de Dios es un alimento.

La segunda afirmación nos es dada en San Juan 6,35 ss; cuando Jesús se presenta como el Pan de Vida dado por el Padre los hombres. Él es, pues, el pan del Padre. Lo mismo que el padre nos da a su hijo, Jesús, quien hace todo lo que hace el Padre (Jn 5, 19-20), nos da la Eucaristía, su propia carne, como alimento:

En verdad, en verdad os digo:

No fue Moisés quien os dio el pan del cielo;

Es mi padre el que os da el verdadero pan del cielo;

Porque el pan de Dios

Es el que baja del cielo

Y da la vida al mundo (Jn 6, 32-33)

Yo soy el pan de vida

Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron;

Este es el pan que baja del cielo,

Para que quien lo coma no muera.

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.

Si uno como de este pan, vivirá para siempre;

Y el pan que yo les voy a dar,

es mi carne por la vida del mundo (Jn 6,48-51)

En el misterio de la Eucaristía, Jesús nos da, en efecto, su carne como comida y su sangre como bebida. Este es el segundo alimento la Eucaristía.

Ella nos es dada en un contexto completamente diferente al anterior; por lo demás, es interesante comparar los dos. Que la palabra de Dios sea un alimento, Jesús lo dice frente al demonio. Cuando revela que su carne es comida y su sangre bebida, lo hace frente a su pueblo que lo ha seguido durante todo un día, que se alimento la víspera del pan milagroso y que se alimentó en abundancia.

<<Habéis comido de los panes y os habéis saciado>> (Jn 6,26) porque era gratis. Cuando podemos comer tanto como queramos, sin pagar, la pasamos en grande porque no sabemos lo que sucederá al día siguiente. Pensemos cómo aquella muchedumbre se arrojó sobre el pan, el pescado y tomó cuanto pudo.

Jesús hace la revelación del tercer alimento frente a los Apóstoles, después de haberse encontrado con la samaritana. (Jn 4, 5-42). Jesús encontró a esta pobre mujer, la purificó de todos sus pecados. Mientras tanto los apóstoles habían ido a buscar pan; estaban ocupados en la organización de la comida. Era normal, Jesús los había enviado y Él se quedó solo para encontrar a la Samaritana, esa pobre mujer lastimada, cinco veces defraudada en su corazón, que había dejado de amar y que ya no era amada. ¿No es esa la situación límite, el desamparo más grande de la mujer reducida en lo sucesivo a la faena del agua en pleno mediodía? ¿Esta mujer no es acaso la figura conmovedora de una humanidad que ya no sabe amar y a la que Jesús quiere entregarle la dote real de su amor divino?

Cuando los Apóstoles regresan con sus provisiones, tienen la impresión de que Jesús ya no tiene hambre. Cuando se fueron, Jesús estaba cansado, y a su regreso, lo encuentran completamente repuesto. Jesús parece diferente, totalmente diferente. Está alegre, con gozo pleno. Los Apóstoles, que no han visto nada de lo que pasó, no comprenden en absoluto. Simplemente vieron que una mujer estaba ahí y que Jesús hablaba con ella; eso les pareció extraño pero no se atrevieron a interrogar, no preguntaron lo que había sucedido. Ellos vieron que la mujer se iba cuando ellos llegaban, lo cual era normal. Y cuando le ofrecen a Jesús comida que habían ido a buscar, Jesús les responde: <<Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis. [...] Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra>>. (Jn 4, 32-34)

Tenemos, pues, estas tres afirmaciones en los Evangelios de San Lucas y de San Juan. Sería interesante señalar todos los pasajes de la escritura donde un alimento nos es señalado. Pueden existir otros, menores, pero hay tres alimentos capitales: la palabra de Dios, la Eucaristía, la voluntad del Padre. Estos son los tres alimentos que da el buen pastor al conducirnos a pastos abundantes.

Todos somos las ovejitas de Cristo, sea cual fuere nuestra edad. Para Cristo no hay edades, es lo maravilloso. Quizá el mayor entre nosotros sea el más pequeño, y quizá el menor sea el menos pequeño a los ojos de Dios. Nuestra pequeñez evangélica depende de nuestra avidez: somos hijos de Dios cuando tenemos hambre y sed, cuando estamos ávidos de entrar plenamente en la voluntad de Dios, cuando nos sabemos pobres y dependientes de Dios. Esa es la pequeñez evangélica, es comprender nuestra dependencia con respecto a Cristo: <<Separados de Mí no podéis hacer nada>> (Jn 15,5)

El que está satisfecho de sí mismo y cree que, después de todo, no está tan mal, que sabe arreglárselas muy bien ese es un <<Grande>> y Cristo ya no puede considerarlo como su oveja, porque ya no obedece ni acepta alimentarse del pan que Jesús nos da; Jesús ya no puede conducirlo a los pastos abundantes.

Ese es el fariseo: el que está satisfecho de sí mismo, y, durante un retiro, debemos dar caza al fariseo que vive en nosotros, porque hay uno en cada uno de nosotros.

Está bien escondido, de eso no cabe la menor duda. Nadie diría: <<Yo soy un fariseo y estoy muy contento de mí mismo; soy inteligente, de buen atavismo, de buena raza, "bien nacido" (como decían los griegos), tengo bastante voluntad, soy capaz de amar, puedo hacer esfuerzos, ¡no está nada mal!>> No lo decimos; el fariseo que vive en nosotros está muy bien escondido, pero hay que rastrearlo y descubrir de nuevo en nosotros la ovejita de Cristo, la que se alimenta de la palabra de Dios, de la Eucaristía y de la Voluntad de Padre. Así pues, sería conveniente orientar nuestro examen de conciencia en este sentido para saber si la palabra de Dios, la Eucaristía, la Voluntad del Padre tienen para nosotros, en nuestra vida cristiana, su verdadero significado.

Los grandes ataques del demonio contra nosotros, en efecto, tienen como objetivo los tres alimentos. El demonio quiere hacer de nosotros unos seres debilitados, asmáticos que ya no respiran, que no están completamente desarrollados, quiere convertirnos en unos enanitos. Eso es lo que el demonio quiere hacer a nivel espiritual; quiere que nosotros mismos nos impidamos vivir al no alimentarnos suficientemente de los tres alimentos que Jesús quiere darnos.