Los personajes del Tiempo de Adviento.
Fuente:aciprensa.com
Isaías: figura de espera por la Salvación
Juan Bautista: figura de preparación
María: Virgen de la esperanza y Madre del Salvador
1.-LA FIGURA
DE LA ESPERA: ISAÍAS
La elección de las lecturas de Adviento nos ha puesto en frecuente contacto
con Isaías.
Conviene reflexionar un poco sobre su personalidad.Los textos evangélicos no dicen nada de la personalidad del profeta Isaías, pero le citan. Incluso podemos decir que, a menudo, se le adivina presente en el pensamiento y hasta en las palabras de Cristo. Es el profeta por excelencia del tiempo de la espera; está asombrosamente cercano, es de los nuestros, de hoy. Lo está por su deseo de liberación, su deseo de lo absoluto de Dios; lo es en la lógica bravura de toda su vida que es lucha y combate; lo es hasta en su arte literario, en el que nuestro siglo vuelve a encontrar su gusto por la imagen desnuda pero fuerte hasta la crudeza. Es uno de esos violentos a los que les es prometido por Cristo el Reino.
Todo debe ceder ante este visionario, emocionado por el esplendor futuro del Reino de Dios que se inaugura con la venida de un Príncipe de paz y justicia. Encontramos en Isaías ese poder tranquilo e inquebrantable del que está poseído por el Espíritu que anuncia, sin otra alternativa y como pesándole lo que le dicta el Señor.
El profeta apenas es conocido por otra cosa que sus obras, pero éstas son tan características que a través de ellas podemos adivinar y amar su persona. Sorprendente proximidad de esta gran figura del siglo VIII antes de Cristo, que sentimos en medio de nosotros, cotidianamente, dominándonos desde su altura espiritual.
Isaías vivió en una época de esplendor y
prosperidad. Rara vez los reinos de Judá y Samaría habían conocido tal
optimismo y su posición política les permite ambiciosos sueños. Su
religiosidad atribuye a Dios su fortuna política y su religión espera de él
nuevos éxitos. En medio de este frágil paraíso, Isaías va a erguirse
valerosamente y a cumplir con su misión: mostrar a su pueblo la ruina que le
espera por su negligencia.Perteneciente sin duda a la aristocracia de
Jerusalén, alimentado por la literatura de sus predecesores, sobre todo Amós
y Oseas, Isaías prevé como ellos, inspirado por su Dios, lo que será la
historia de su país. Superando la situación presente en la que se
entremezclan cobardías y compromisos, ve el castigo futuro que enderezará
los caminos tortuosos.Lodts escribe de los profetas: "Creyendo quizá
reclamar una vuelta atrás, exigían un salto hacia adelante. Estos
reaccionarios eran, al mismo tiempo, revolucionarios". Así las cosas, Isaías
fue arrebatado por el Señor "el año de la muerte del rey Ozías", hacia el
año 740, cuando estaba en el templo, con los labios purificados por una
brasa traída por un serafín (Is 6, 113). A partir de este momento, Isaías ya
no se pertenece. No porque sea un simple instrumento pasivo en las manos de
Yahvé; al contrario, todo su dinamismo va a ponerse al servicio de su Dios,
convirtiéndose en su mensajero. Mensajero terrible que anuncia el despojo de
Israel al que sólo le quedará un pequeño soplo de vida.Los comienzos de la
obra de Isaías, que originarán la leyenda del buey y del asno del pesebre,
marcan su pensamiento y su papel. Yahvé lo es todo para Israel, pero Israel,
más estúpido que el buey que conoce a su dueño, ignora a su Dios (Is 1,
2-3).
La Doncella va a dar a Luz
Pero Isaías no se aislará en el papel de predicador moralizante. Y así se
convierte para siempre en el gran anunciador de la Parusía, de la venida de
Yahvé. Así como Amós se había levantado contra la sed de dominación que
avivaba la brillante situación de Judá y Samaría en el siglo VIII, Isaías
predice los cataclismos que se desencadenarán en el día de Yahvé (Is 2,
1-17). Ese día será para Israel el día del juicio.
Para Isaías, como más tarde para San Pablo y San Juan, la venida del Señor lleva consigo el triunfo de la justicia. Por otra parte, los capítulos 7 al 11 nos van a describir al Príncipe que gobernará en la paz y la justicia (ls 7, 10-17).
Es fundamental familiarizarse con el doble sentido de este texto. A aquel que no entre en la realidad ambivalente que comunica, le será totalmente imposible comprender la Escritura, incluso ciertos pasajes del Evangelio, y vivir plenamente la liturgia.
En efecto, en el evangelio del primer domingo de Adviento sobre el fin del mundo y la Parusía, los dos significados del Adviento dejan constancia de ese fenómeno propiamente bíblico en el que una doble realidad se significa por un mismo y único acontecimiento. El reino de Judá va a pasar por la devastación y la ruina.
El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros", reconfortará a un reino dividido por el cisma de diez tribus. El anuncio de este nacimiento promete, pues, a los contemporáneos de Isaías y a los oyentes de su oráculo, la supervivencia del reino, a pesar del cisma y la devastación. Príncipe y profeta, ese niño salvará por sí mismo a su país.
La Edad de Oro
Pero,
por otra parte, la presentación literaria del oráculo y el modo de insistir
Isaías en el carácter liberador de este niño, cuyo nacimiento y juventud son
dramáticos, hacen presentir que el profeta ve en este niño la salvación del
mundo. Isaías subraya en sus ulteriores profecías los rasgos característicos del
Mesías. Aquí se contenta con apuntarlos y se reserva para más tarde el tratarlos
uno a uno y modelarlos. El profeta describe así a este rey justo: (Is. 11, 1-9).
Ezequías va a subir al trono y este poema se escribe para él. Pero, ¿cómo un
hombre frágil puede reunir en sí tan eminentes cualidades? ¿No vislumbra Isaías
al Mesías a través de Ezequías? La Iglesia lo entiende así y hace leer este
pasaje, sobre la llegada del justo, en los maitines del segundo domingo de
Adviento.En el capítulo segundo de su obra, hemos visto a Isaias anunciando una
Parusía que a la vez será un juicio. En el capitulo 13, describe la caída de
Babilonia tomada por Ciro. Y de nuevo, se nos invita a superar este
acontecimiento histórico para ver la venida de Yahvé en su "día". La descripción
de los cataclismos que se producirán la tomará Joel y la volveremos a encontrar
en el Apocalipsis (Is 13, 9-ll).
Esta
venida de Yahvé aplastará a aquel que haya querido igualarse a Dios. El
Apocalipsis de Juan tomará parecidas imágenes para describir la derrota del
diablo (cap. 14).
En los maitines del 4.° domingo de Adviento, volvemos a encontrarle en el
momento que describe el advenimiento de Yahvé: "La tierra abrasada se trocará en
estanque, y el país árido en manantial de aguas" (35, 7). Se reconoce el tema de
la maldición de la creación en el Génesis.Pero vuelve Yahvé que va a reconstruir
el mundo. Al mismo tiempo, Isaías profetiza la acción curativa de Jesús que
anuncia el Reino: "Los ciegos ven, los cojos andan", signo que Juan Bautista
toma de este poema de Isaías (35, 5-6).
Podríamos sintetizar toda la obra del profeta reduciéndola a dos objetivos:
El primero, llegar a la situación presente, histórica, y remediarla luchando.
El segundo, describir un futuro mesiánico más
lejano, una restauración del mundo.
Así vemos a Isaías como un enviado de su Dios al que ha visto cara a cara. El
profeta no cesa de hablar de él en cada línea de su obra. Y, sin embargo, en
sus descripciones se distingue por mostrar cómo Yahvé es el Santo y, por lo
tanto, el impenetrable, el separado, Aquel que no se deja conocer. O, más
bien, se le conoce por sus obras que, ante todo, es la justicia. Para
restablecerla, Yahvé interviene continuamente en la marcha del mundo.
2.-LA FIGURA DE LA PREPARACIÓN: JUAN
BAUTISTA
Isaías
está presente en Juan Bautista, como Juan Bautista está presente en aquél al que
ha preparado el camino y que dirá de él: "No ha surgido entre los nacidos de
mujer uno mayor que Juan el Bautista".
San Lucas nos cuenta con detalle el anuncio del nacimiento de Juan (Lc 1, 5-25).
Esta extraña entrada en escena de un ser que se convertirá en uno de los más
importantes jalones de la realización de los planes divinos es muy del estilo
del Antiguo Testamento. Todos los seres vivos debían ser destruidos por el
diluvio, pero Noé v los suyos fueron salvados en el arca. Isaac nace de Sara,
demasiado anciana para dar a luz. David, joven y sin técnica de combate, derriba
a Goliat.
Moisés, futuro guía del pueblo de Israel, es encontrado en una cesta (designada
en hebreo con la misma palabra que el arca) y salvado de la muerte. De esta
manera, Dios quiere subrayar que Él mismo toma la iniciativa de la salvación de
su pueblo.
El anuncio del nacimiento de Juan es solemne. Se realiza en el marco litúrgico
del templo.
Desde la designación del nombre del niño, "Juan", que significa "Yahvé
es favorable", todo es concreta preparación divina del instrumento que
el Señor ha elegido.
Su llegada no pasará desapercibida y muchos se gozarán en su nacimiento (Lc 1, 14); se abstendrá de vino y bebidas embriagantes, será un niño consagrado y, como lo prescribe el libro de los Números (6, 1), no beberá vino ni licor fermentado. Juan es ya signo de su vocación de asceta. El Espíritu habita en él desde el seno de su madre. A su vocación de asceta se une la de guía de su pueblo (Lc 1, 17).
Precederá al Mesías, papel que Malaquías (3, 23) atribuía a Elías. Su
circuncisión, hecho característico, muestra también la elección divina: nadie en
su parentela lleva el nombre de Juan (Lc 1, 61), pero el Señor quiere que se le
llame así cambiando las costumbres. El Señor es quien le ha elegido, es él quien
dirige todo y guía a su pueblo.
Benedictus Deus Israelei
El nacimiento de Juan es motivo de un admirable poema que, a la vez, es acción
de gracias y descripción del futuro papel del niño. Este poema lo canta la
Iglesia cada día al final de los Laudes reavivando su acción de gracias por la
salvación que Dios le ha dado y en reconocimiento porque Juan sigue mostrándole
"el camino de la paz".
Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en su pueblo. El Señor le
visita, le libra, realiza la alianza que había prometido.
El papel del precursor es muy preciso: prepara los caminos del Señor (Is 40, 3),
da a su pueblo el "conocimiento de la salvación.Todo el afán especulativo y
contemplativo de Israel es conocer la salvación, las maravillas del designio de
Dios sobre su pueblo. El conocimiento de esa salvación provoca en él la acción
de gracias, la bendición, la proclamación de los beneficios de Dios que se
expresa por el "Bendito sea el Señor, Dios de Israel".
Esta es la forma tradicional de oración de acción de gracias que admira los
designios de Dios. Con estos mismos términos el servidor de Abrahán bendice a
Yahvé (Gn 24, 26). Así también se expresa Jetró, suegro de Moisés, reaccionando
ante el relato admirable de lo que Yahvé había hecho para librar a Israel de los
egipcios (Ex 18, 10). La salvación es la remisión de los pecados, obra de la
misericordiosa ternura de nuestro Dios (Lc 1, 77-78).
Juan
deberá, pues, anunciar un bautismo en el Espíritu para remisión de los pecados.
Pero este bautismo no tendrá sólo este efecto negativo. Será iluminación. La
misericordiosa ternura de Dios enviará al Mesías que, según dos pasajes de
Isaías (9, 1 y 42, 7), recogidos por Cristo (Jn 8, 12), "iluminará a los que se
hallan sentados en tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1, 79).El papel de Juan,
"allanar el camino del Señor". El lo sabe y se designa a sí mismo, refiriéndose
a Isaías (40, 3), como la voz que clama en el desierto: "Allanad el camino del
Señor". Más positivamente todavía, deberá mostrar a aquel que está en medio de
los hombres, pero que éstos no le conocen (Jn 1, 26) y a quien llama, cuando le
ve venir: "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29).Juan
corresponde y quiere corresponder a lo que se ha dicho y previsto sobre él. Debe
dar testimonio de la presencia del Mesías. El modo de llamarle indica ya lo que
el Mesías representa para él: es el "Cordero de Dios".
El Levítico, en el capítulo 14, describe la inmolación del cordero en expiación
por la impureza legal. Al leer este pasaje, Juan el evangelista piensa en el
servidor de Yahvé, descrito por Isaías en el capítulo 53, que lleva sobre sí los
pecados de Israel. Juan Bautista, al mostrar a Cristo a sus discípulos, le ve
como la verdadera Pascua que supera la del Éxodo (12, 1) y de la que el universo
obtendrá la salvación.Toda la grandeza de Juan Bautista le viene de su humildad
y ocultamiento: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30).
Todos verán la salvación de Dios
El sentido exacto de su papel, su voluntad de ocultamiento, han hecho del
Bautista una figura siempre actual a través de los siglos. No se puede hablar de
él sin hablar de Cristo, pero la Iglesia no recuerda nunca la venida de Cristo
sin recordar al Precursor. No sólo el Precursor está unido a la venida de
Cristo, sino también a su obra, que anuncia: la redención del mundo y su
reconstrucción hasta la Parusía. Cada año la Iglesia nos hace actual el
testimonio de Juan y de su actitud frente a su mensaje.De este modo, Juan esta
siempre presente durante la liturgia de Adviento. En realidad, su ejemplo debe
permanecer constantemente ante los ojos de la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de
nosotros en ella, tiene como misión preparar los caminos del Señor, anunciar la
Buena Noticia. Pero recibirla exige la conversión.Entrar en contacto con Cristo
supone el desprendimiento de uno mismo. Sin esta ascesis, Cristo puede estar en
medio de nosotros sin ser reconocido (Jn l, 26).
Como Juan, la Iglesia y sus fieles tienen el deber de no hacer pantalla a la
luz, sino de dar testimonio de ella (Jn 1, 7). La esposa, la Iglesia, debe ceder
el puesto al Esposo. Ella es testimonio y debe ocultarse ante aquel a quien
testimonia. Papel difícil el estar presente ante el mundo, firmemente presente
hasta el martirio. como Juan, sin impulsar una "institución" en vez de impulsar
la persona de Cristo. Papel misionero siempre difícil el de anunciar la Buena
Noticia y no una raza, una civilización, una cultura o un país: "Es preciso que
él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30). Anunciar la Buena Noticia y no una
determinada espiritualidad, una determinada orden religiosa, una determinada
acción católica especializada; como Juan, mostrar a sus propios discípulos donde
está para ellos el "Cordero de Dios" y no acapararlos como si fuéramos nosotros
la luz que les va a iluminar.Esta debe ser una lección siem presente y
necesaria, así como también la de la ascesis del desierto y la del recogimiento
en el amor para dar mejor testimonio.
La elocuencia del silencio en el desierto es fundamental a todo verdadero y
eficaz anuncio de la Buena Noticia. Orígenes escribe en su comentario sobre San
Lucas (Lc 4): En cuanto a mí, pienso que el misterio de Juan, todavía hoy, se
realiza en el mundo". La Iglesia, en realidad, continúa el papel del Precursor;
nos muestra a Cristo, nos encamina hacia la venida del Señor.Durante el
Adviento, la gran figura del Bautista se nos presenta viva para nosotros,
hombres del siglo XX, en camino hacia el día de Cristo. El mismo Cristo, tomando
el texto de Malaquías (3,1), nos habla de Juan como "mensajero" (4); Juan se
designa a sí mismo como tal. San Lucas describe a Juan como un predicador que
llama a la conversión absoluta y exige la renovación: "Que los valles se
levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece, y lo
escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la
verán juntos". Así se expresaba Isaías (40, 5-6) en un poema tomado por Lucas
para mostrar la obra de Juan. Se trata de una renovación, de un cambio, de una
conversión que reside, sobre todo, en un esfuerzo para volver a la caridad, al
amor a los otros (Lc 3, 10-14).
Lucas resume en una frase toda la actividad de Juan:
"Anunciaba al pueblo la Buena Noticia" (Lc 3, 18).
Preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia, es el papel de Juan y
el que nos exhorta a que nosotros desempeñemos.
Hoy, este papel no es más sencillo que en los tiempos de Juan y nos incumbe a
cada uno de nosotros.
El martirio de Juan tuvo su origen en la franca honestidad con que denunció el
pecado.
Juan Bautista anunció al Cordero de Dios. Fue el primero que llamó así a Cristo.
Citemos aquí el bello Prefacio introducido en nuestra liturgia para la fiesta
del martirio de San Juan Bautista, que resume admirablemente su vida y su papel:
"Porque él saltó de alegría en el vientre de su madre, al llegar el Salvador de los hombres, y su nacimiento fue motivo de gozo para muchos. El fue escogido entre todos los profetas para mostrar a las gentes al Cordero que quita el pecado del mundo. El bautizó en el Jordán al autor del bautismo, y el agua viva tiene desde entonces poder de salvación para los hombres. Y él dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo".
3. LA FIGURA DE LA ESPERANZA : VIRGEN
MARÍA
La primera venida del Señor se realizó gracias a ella. Y, por ello, todas las
generaciones le llamamos Bienaventurada. Hoy, que preparamos, cada año, una
nueva venida, los ojos de la Iglesia se vuelven a ella, para aprender, con
estremecimiento y humildad agradecida, cómo se espera y cómo se prepara la
venida del Emmanuel: del Dios con nosotros. Más aún, para aprender también
cómo se da al mundo el Salvador.
Sobre el papel de la Virgen María en la venida del Señor, la liturgia del Adviento ofrece dos síntesis, en los prefacios II y IV de este tiempo:
"...Cristo Señor nuestro, a quien todos los profetas anunciaron, la Virgen esperó con inefable amor de Madre, Juan lo proclamó ya próximo y señaló después entre los hombres. El mismo Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al Misterio de su Nacimiento, para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza".
"Te alabamos, te bendecimos y te glorificamos por el Misterio de la Virgen Madre. Porque, si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno de la Hija de Sión ha germinado aquél que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María. En ella, madre de todos los hombres, la maternidad, redimida del pecado y de la muerte, se abre al don de una vida nueva. Así, donde había crecido el pecado, se ha desbordado tu misericordia en Cristo nuestro Salvador. Por eso nosotros, mientras esperamos la venida de Cristo, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria..."
La Virgen Inmaculada fue y sigue siendo el personaje de los personajes del Adviento: de la venida del Señor. Por eso, cada día, durante el Adviento, se evoca, se agradece, se canta, se glorifica y enaltece a aquella que fue la que accedió libremente a ser la madre de nuestro Salvador "el Mesías, el Señor" (Lc 2,11).
Entresaco tres textos de los tantos que uno se encuentra en honor de la Bienaventurada Madre de Dios, en todo este Misterio preparado y realizado. Son de la solemnidad de santa María Madre de Dios:
"¡Qué admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad" (antífona de las primeras Vísperas).
"La Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno; la que lo ha engendrado tiene al mismo tiempo el gozo de la maternidad y la gloria de la virginidad: un prodigio tal no se ha visto nunca, ni se verá de nuevo. Aleluya" (antífona de Laudes).
"Por el gran amor que Dios nos tiene, nos ha mandado a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado: nacido de una mujer, nacido bajo la ley. Aleluya" (antífona del Magníficat primeras Vísperas).
A partir de la segunda parte del Adviento, la preponderancia de la Madre Inmaculada es tan grande, que ella aparece como el centro del Misterio preparado e iniciado. Así las lecturas evangélicas del IV Domingo, en los tres ciclos, están dedicadas a María. Y en las misas propias de los días 17 al 24, correspondientes a las antífonas de la O, todo gira alrededor de ella. Y con razón.
"Los profetas anunciaron que el Salvador nacería de María Virgen" (Tercia) - "El ángel Gabriel saludó a María, diciendo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres" (Sexta) - "María dijo: ¿Qué significa este saludo? Me quedo perpleja ante estas palabras de que daré a luz un Rey sin perder mi virginidad" (Nona).
En las vísperas del primer domingo de Adviento, la antífona del Magnificat está tomada del evangelio de la anunciación: "No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo".
El lunes de esta primera semana, en las vísperas, la antífona del Magnificat será: "El ángel del Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu Santo".
En las
vísperas del jueves se canta: "Bendita tú entre las mujeres". En las vísperas
del segundo domingo de Adviento: "Dichosa tú, María, que has creído, porque lo
que te ha dicho el Señor se cumplirá". En los laudes del miércoles hay una
lectura tomada del capítulo 7 de Isaías: "Mirad: la Virgen ha concebido y dará a
luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel...". El responsorio del viernes
después de la segunda lectura del oficio, está tomado del evangelio de la
anunciación en Lc 1, 26, etc... Y podríamos continuar con una larga enumeración.
Esta enumeración interesa porque muestra cómo la presencia de la Virgen es
constante en los Oficios de Adviento, así como en el recuerdo de la primera
venida de su Hijo y en la tensión de su vuelta al final de los tiempos.
Aunque Navidad es para María la fiesta más señalada de su maternidad, el Adviento, que prepara esta fiesta, es para ella un tiempo de elección y de particular preparación.