Los padres como primeros educadores
Por Marcela García Frausto
Colaboradora de Mujer Nueva,
I
Mis padres se casaron muy
jóvenes, y sin embargo nos educaron como si fueron todos unos “veteranos”.
Si hay algo que admiro de mis padres es definitivamente, la educación que
han sabido dar a todos sus hijos.
Pero, ¿qué es eso de “educar” a los hijos? A menudo, el concepto
“educación” se confunde con la mera transmisión del saber o de los
conocimientos. La instrucción es necesaria, pero no es educación.
Educar es uno de los caminos para alcanzar el desarrollo pleno de la
persona humana. Es la modelación de la personalidad, la transmisión de un
modo de comprender al mundo, a la vida, a las personas, etc. La educación
debe estar encaminada a formar a la persona humana integralmente, es
decir, lograr el desarrollo armónico y jerarquizado de todos los
componentes de la personalidad, de todas las facultades y capacidades de
la persona.
Los padres y la familia como fuente de educación.
Esta misión de formar personas compete primeramente a los padres de
familia. No es el Estado, la televisión o los otros parientes quienes más
deben influir en los hijos. Podemos decir que la paternidad y la educación
son sinónimos, pues la misión del padre y de la madre es ayudar al hijo a
que se desarrolle hasta la plenitud.
Los padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. Su
tarea empieza en la concepción del hijo y su labor se prolonga durante
toda la vida. Ellos, que han dado la vida a los hijos y establecen con
ellos una relación única de amor, son quienes están en condiciones de
transmitir la educación a los hijos.
Cuando una persona viene a este mundo, entra en él necesitada de todo tipo
de ayuda: material, afectiva, etc. y sólo poco a poco, con el paso del
tiempo, va cobrando autonomía e independencia. En este proceso la persona
necesita de otras personas que le ayuden; en primer lugar, necesita de sus
padres, y en segundo lugar, de su familia.
Con la educación pasa lo mismo que con la vida humana. La persona llega al
seno de la familia con unos dones y talentos, pero al mismo tiempo, la
persona llega como una tablilla en blanco, que sólo a través de la
relación personal con los seres que le rodean y con la ayuda de otros,
podrá ir adquiriendo un contenido. En la familia, se da esa comunicación
directa con la persona, y por medio de esa relación, se van transmitiendo
los valores, la cultura, la educación. Así pues, la educación no puede
entenderse como un mero “aprender”, sino que es un “aprender de otros
seres humanos” en la convivencia diaria.
Elementos necesarios para la educación de los hijos
La educación en la familia no es automática, requiere varios elementos.
Sin tratar de ser exhaustivos podemos decir que algunos de los
ingredientes para crear un ambiente positivo y formativo en la familia
podrían ser: confianza, comunicación, conocimiento mutuo, convivencia,
constancia y el común acuerdo en las metas. Vamos a ver brevemente cada
uno de ellos.
a. Confianza y comunicación.
No existe un entorno mejor ni más natural para el proceso de maduración
personal, que el hogar y la familia. Nada, ni nadie puede sustituir esa
relación personal con los padres.
La escuela es un complemento excelente para el proceso educativo, pero no
deja de ser eso, un complemento. No hay escuela o colegio que pueda
reemplazar a los padres en la transmisión de una educación para sus hijos,
pues en la familia se da el ambiente de confianza y de comunicación
necesarios para educar.
Acrecentar la comunicación y la confianza entre padres e hijos, acrecienta
también las posibilidades de educación en el hogar. Si hay comunicación,
habrá intercambio de ideas, de pensamientos; si hay confianza, habrá mayor
influencia positiva y directa sobre los hijos.
b. Conocimiento de las personas.
A veces se puede pensar que ya se conoce al hijo sólo porque se le ha
visto crecer. Los padres deben conocer a fondo a sus hijos para saber cómo
tratarlos, y saber qué exigir a cada uno, pues cada hijo tiene su
temperamento, sus reacciones, su tipo de inteligencia, etc. En una misma
familia puede ser que una hija sea muy sensible y otra no, que un hijo sea
más activo y el otro más reservado. Así, cada hijo necesitará un trato y
una educación personalizada según sus dones, características y
temperamentos. El conocimiento se hace necesario para ir sacando lo mejor
de cada hijo y limar sus posibles “aristas” o limitaciones.
c. Convivencia.
Además, para educar a alguien es necesario estar con él. No se trata de
determinar un tiempo específico. Un padre puede estar tres horas con su
hijo para resolver problemas de matemáticas, pero no darle el cariño que
le pide. Bastará con tener algún momento al día o varios momentos a la
semana para estar con los hijos, y alguna vez a la semana dedicarle más
tiempo a la familia; lo importante es la calidad en la relación en los
momentos que se tiene. La tarea de los padres no se reduce a dar
contenidos o a establecer normas sino que exige involucrarse y
comprometerse de manera personal en el perfeccionamiento de cada hijo.
d. El común acuerdo entre los padres al educar.
La educación se ha de presentar sin ambigüedad, sin divisiones en las
posturas de los padres. La comunión en los criterios, principios, normas
que se han de aplicar en casa y en los hijos, es indispensable en la
transmisión de la educación. Así si los padres de familia quieren educar,
primero deben de estar de acuerdo en cómo educar.
e. Constancia.
Esta se aplica a las decisiones, permisos, órdenes y prohibiciones que
reciben los hijos de sus padres. Es de vital importancia que los padres
sean firmes, de forma que un no, sea siempre no, (a menos que
circunstancias especiales ameriten un sí) y el sí también se mantenga sin
cambiar por el llanto del pequeño o el capricho del niño. No hay que temer
el negarles algo a los hijos cuando eso les beneficia, pues de otra forma,
en la práctica, se puede dejar que los hijos sean niños caprichosos,
volubles, débiles, al hacer siempre lo que quieren sin nunca
contradecirles.
f. Claridad en las metas.
Igualmente, es necesario saber qué se quiere lograr con los hijos,
refrescarlo todos los días, y tenerlo bien presente y claro en el momento
de actuar.
II
Educar con el
ejemplo
Todos tenemos en nuestra memoria grandes recuerdos sobre las enseñanzas
que nuestros padres nos dieron cuando éramos niños y también cuando ya no
éramos tan niños. Cuando las recordamos nos damos cuenta que muchas de
esas lecciones no se limitaron a “buenas palabras”, sino que sobre todo
fueron lecciones que nos transmitieron por medio del ejemplo.
Un hijo es como una esponja que absorbe todo lo que ve, lo que oye y lo
que intuye de sus padres: la sinceridad, la entrega, el servicio o la
desgana, el desinterés, etc. Por ejemplo, un padre puede enseñarle a su
hijo cómo debe comportarse con la madre en la manera con la que él mismo
se dirige hacia ella. Frases como: "la vecina es insoportable, ¡vaya que
existe gente desagradable!", “si llama por teléfono la señora tal que me
cae tan mal, dile que no estoy en casa…”, etc. pueden influir en los
criterios de los niños tanto o más que una lección de moral. Estos simples
actos son tan efectivos como si los padres se preocuparan intensamente por
enseñar ciertos comportamientos. No hay que olvidar que es “toda la
persona” del papá o de la mamá la que educa a “toda la persona” del hijo:
los modales, la limpieza, la forma de hablar, la conducta, el humor, los
valores, las actitudes, etc.
La forma en que los hijos reaccionan ante las situaciones es, a menudo, un
reflejo de la forma en que han visto actuar a sus padres en circunstancias
parecidas. El comportamiento de los padres es una lección permanente para
los hijos.
Muchas veces la educación no llega a calar más en los hijos porque los
padres son los primeros que no vivimos lo que les estamos diciendo que se
vive.
En definitiva, educar es ser ejemplo permanente de autenticidad, amor,
sencillez y coherencia entre los padres que están de común acuerdo en unas
normas claras y precisas, perfectamente conocidas por los hijos, a las que
todos han atenerse en la familia.
Un texto puede ilustrar lo que se está comentando:
Cuando creías que yo no estaba viendo....
te escuché hacer una oración, y supe que hay un Dios al que siempre
puedo acudir y aprendí a confiar en Él.
Cuando creías que yo no estaba viendo....
te sentí darme el beso de las buenas noches y me sentí amado y
protegido.
Cuando creías que yo no estaba viendo....
te vi hacer mi postre favorito y aprendí que las cosas pequeñas son
las que hacen la vida especial.
Cuando creías que yo no estaba viendo....
vi lágrimas salir de tus ojos y aprendí que algunas veces las cosas
duelen, pero que está bien llorar.
Cuando creías que yo no estaba viendo....
te vi preparar un plato de comida y llevarlo a un amigo enfermo y
aprendí que todos debemos cuidar unos de otros.
Cuando creías que yo no estaba viendo....
te vi colgar mi primer dibujo en la heladera y supe que yo era
importante para ti.
Cuando creías que yo no estaba viendo....
te vi dar de tu tiempo y de tu dinero para ayudar a la gente que no
tenía nada, y aprendí que los que tienen deben de ayudar a los que no
tienen.
Cuando creías que yo no estaba viendo....
te vi cuidar nuestra casa y de nosotros y aprendí que debemos cuidar
lo que Dios nos ha dado.
Cuando creías que yo no estaba viendo....
aprendí de ti las lecciones de la vida que necesitaba: cómo ser una
persona buena.
Te miré y quise decirte:
Gracias por todas las cosas que vi cuando creías que yo no te estaba
viendo.
Porque educar es, fundamentalmente, comunicar a través del ejemplo,
trasmitir actitudes y comportamientos. No olvidemos nunca que ante los
hijos somos sus modelos.
III
Las áreas de
la educación
Generalmente cuando compramos cualquier producto nos encontramos con una
guía de uso, un instructivo que nos sirve de guía para saber qué hacer y
qué no hacer, etc. Cuando unos padres se encuentran con un hijo, alguna
vez se preguntan: “… y ahora… ¿qué hacemos?”. Pareciera como si el niño no
viniera acompañado de una guía. Sin embargo, nuestro ser personas nos da
luz sobre cómo educar.
El ser humano posee unas facultades superiores que son la libertad, la
inteligencia y la voluntad. Esas potencias son la guía más sencilla para
educar a la persona humana. En este escrito veremos cómo educar en la
libertad.
Educar en la libertad
Uno de los grandes objetivos en la educación de nuestros hijos es la
educación en la libertad. Entendida la libertad, como una fuerza de
maduración. Si bien, la educación debe formar a la persona íntegra, en
todos los campos y áreas de la personalidad, el primer paso es guiar el
timón que llevará adelante todas las decisiones de la persona y que en
definitiva marcará el uso que haga de sus talentos: la libertad.
La verdadera libertad debe encauzar a la persona a dirigir todas las
fuerzas sensibles y espirituales hacia el bien y elegirlo siempre a través
de las acciones concretas. La verdadera libertad debe llevar, no sólo a
realizar actos buenos, sino a dar lo mejor de sí mismo.
¿Cuáles son las características de una educación en la verdadera
libertad?
· Enseñar al niño a dirigir su persona bajo el gobierno de la razón y
de la voluntad. Esto requiere que el niño vaya aprendiendo a ser dueño
de sí mismo y no esclavo de sus impulsos, gustos, humor, tendencias, etc.
· Ayudar a los niños a ser responsables. La libertad hace a las
personas responsables de sus actos en la medida en que éstos son
voluntarios. Los padres han de ayudar a que su(s) hijo(s) sea responsable
de sus actos, y tratar de no suplirle en sus responsabilidades. Por
ejemplo, si el niño no hizo la tarea porque se puso a jugar, no habrá por
qué apoyarle en mentir a su maestro o decir que estuvo enfermo; el niño
debe asumir las consecuencias de sus acciones siempre. Otro ejemplo: La
niña que se inscribe a las academias vespertinas y al mes ya está cansada
y con cualquier excusa ya no quiere regresar, habrá que motivarle a
perseverar en su decisión de tomar esa clase.
· Saber discernir. Enseñar a ser libre, va más allá de cumplir sólo
con sus deberes, es enseñarle a saber elegir, por ejemplo, enseñarle a
gastar bien el dinero, enseñarle a aprovechar el tiempo, enseñarle a tomar
decisiones, o que tenga iniciativa en los pequeños trabajos encomendados;
es enseñarle a aceptar los errores, etc. En definitiva, es enseñarles a
elegir, a discernir, a optar y a asumir las consecuencias.
· Pedir a cada uno lo mejor de sí mismo. Educar blandamente sin
nunca exigir, no es educar. Pensar: “no quiero que a mi hijo le falte nada
y que disfrute”, puede ser equivocado si no va acompañado de una sana
exigencia que pide de cada uno sacar lo mejor de sí en todos los campos.
Dar siempre la razón, no corregir en nada, no exigir responsabilidades, es
sólo un camino para fomentar personalidades egoístas, inmaduras, con
muchas necesidades y pocos recursos personales, y en consecuencia,
infelices. Educar, por tanto, significa también exigir lo mejor.
· Enseñarles a valerse por sí mismos. Desde pequeñitos a los niños
les tenemos que formar en la autonomía, que ellos resuelvan sus propios
“problemas”. Valerse por sí mismos quiere decir que ellos manejen sus
cosas: su mochila, sus libros para el colegio, su ropa; que resuelvan los
pequeños conflictos entre hermanos por medio del diálogo, la generosidad,
el perdón, etc.
· Dar a los hijos normas disciplinares claras, explicando la razón de
las mismas. Los padres han de ser coherentes con los permisos,
atreverse a decir “no” cuando sea necesario y decir “sí” en los casos
convenientes. ¡Qué fácil sería si a nuestros hijos siempre les pareciera
agradable lo que tienen que hacer! En muchas ocasiones encontramos que sus
gustos, inclinaciones y sentimientos, no van en la misma dirección que sus
deberes y obligaciones y por este motivo los conflictos se presentan a
cada momento. Por ello, es tan importante la educación de la libertad y de
la voluntad, dar a los niños razones a su inteligencia y motivos a su
voluntad para cumplir con sus deberes y obligaciones. Por ejemplo, es
conveniente explicarles por qué es mejor cumplir con su tarea y motivarles
diciéndoles cuáles son los beneficios que traerá para ellos ser
responsables, etc.
· Ayudar al hijo a poner la libertad al servicio de los demás.
Todos dependemos de otros en un cierto sentido. Por ello, una verdadera
educación en la libertad, enseña a fomentar las virtudes como la
generosidad, la gratitud, la compasión, la ayuda a los demás, el saber
compartir, la alegría, la solidaridad, etc. Y esto se ha de inculcar en la
casa, con los vecinos, con los amigos de la escuela. Una libertad educada
así, llevará al niño a la plena madurez que implica la capacidad de
compromiso con los demás, con la sociedad, etc.
Así pues, educar es mucho más que dar permisos o negarlos; es mucho más
que inscribir a los hijos en un colegio; es mucho más que enseñarles a
pedir las cosas por favor, y dar las gracias. Educar tiene mucho que ver
con enseñar a ejercer la verdadera libertad, con pensar sobre los
motivos por los que se han de comportar de tal o cual forma, con el amor
que se pone en todo lo que se realiza.
IV
La persona
humana tiene dos facultades superiores: la inteligencia y la voluntad. Los
padres de familia tienen la maravillosa misión de formar dichas
capacidades en el ambiente familiar, a través de las actividades
ordinarias de cada día.
Educar en la verdad.
La razón dirige el actuar de la voluntad y de la libertad, es la que
discierne sobre lo que es correcto hacer en este o aquel momento. Para que
la inteligencia sea una guía luminosa del actuar ha de alimentarse con la
verdad.
Algunos medios para formar la inteligencia del niño como guía del actuar
son:
· Disciplinar la mente. La superficialidad es la característica de
la inteligencia del niño y tiene su origen en una especie de pereza
intelectual. Hay que enseñarle al niño a fijar su atención. El niño ha de
saber concentrar su mente en lo que hace, en lo que se le dice, etc. eso
le ayudará a cultivar la profundidad de la inteligencia, que influye a su
vez, en toda su conducta.
·
Acostumbrarlo a la claridad y concisión de las expresiones. Pensar
bien supone la utilización precisa de los conceptos apropiados a la
realidad que se está tratando, de lo contrario, la comunicación se
empobrece.
Hace años conocí el caso de un niño que tenía ciertos problemas de
comunicación, hablé unos momentos con él y me di cuenta que pronunciaba
incorrectamente muchas palabras. Tras la “entrevista” con el pequeñín,
hablé con los padres del niño. Cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de
que a los padres no les causaba ninguna preocupación que su hijo no
supiera comunicarse, al contrario, les era sumamente gracioso, e incluso
habían aprendido en toda la familia un vocabulario “especial” y todos
llamaban a las cosas con el nombre que el niño les daba.
Una forma
correcta de expresarse facilita el pensamiento, mientras que una manera
pobre o inadecuada de utilizar el lenguaje bloquea en el niño las
posibilidades del desarrollo del pensamiento. Enseñar al hijo a expresarse
bien le irá formando un recto modo de pensar. La presencia de la mamá
juega aquí un papel esencial. Cuando el niño pronuncia mal una palabra o
concepto más que corregirlo directamente, los adultos o mayores pueden
repetir la palabra correctamente para que él se dé cuenta de cómo se
pronuncia.
· Inculcarles la exactitud de la verdad. Los padres han de ayudar a
los hijos a conformarse con la realidad, ya sea en las narraciones, en las
descripciones y en la transmisión de informes sobre lo que hicieron en
casa de sus amigos, en la escuela, etc. y no permitirles verdades a
medias.
Hay una edad en la que los niños son más imaginativos, y su intención no
es mentir, pero conforme van madurando, hay que guiarlos siempre por el
camino de la verdad.
· Llevarlos a la sinceridad con ellos mismos. Para formar al niño
en la sinceridad ayuda indagar sobre los motivos del obrar, así como el
llamar a las cosas por su nombre, (enviada, celos, revancha, egoísmo,
perdón, amistad, etc.). Los padres han de aplaudir lo bueno, defender la
verdad y advertirles ante lo malo.
· Formar a los niños en el criterio. Esta formación de un juicio
recto, comienza desde los primeros años de vida. El niño es una persona,
un ser racional que razona; y razona siempre. Hay que irle dando criterios
al niño con los cuales juzgue el mundo, las cosas, las personas. El niño
tiene en sí mismo la capacidad de pensar, y a nosotros nos corresponde
enseñarle a pensar bien. Debemos ejercitar la capacidad de superar las
apariencias, penetrar en cada una de las realidades y captar su sentido
profundo. Por ejemplo, ante una muerte, ante una desgracia, o ante un mal
momento, ante la conducta específica de un amigo o ante una buena noticia,
ante un suceso familiar, ante unas calificaciones del colegio, etc. se
puede aprovechar para hacer una reflexión con el niño e ir formando su
criterio para juzgar.
· Enseñar a reflexionar. Es de enorme importancia enseñar desde muy
temprano a los niños a reflexionar sobre sus experiencias, para no
quedarse en sus impresiones e impulsos inmediatos y dejar, así su vida
vacía de sentido. Los padres han de ir formando la interiorización, la
capacidad de reflexión y profundización en ellos mismos, para hacerlo
también con sus hijos.
Para lograr esto se pueden fomentar las buenas conversaciones en las que
todos los miembros de la familia van participando, o bien que el padre o
la madre conversen con cada hijo, de modo espontáneo y natural.
· Para educar es necesario informar. No se trata de meter a los
hijos en una burbuja, se trata de informarles con prudencia acerca de lo
nocivo que hay en el mundo, a fin de que ellos puedan optar por el mayor
bien (lo que pueden encontrar en Internet, en el ambiente, en la
televisión, etc.)
Educar en el amor.
Lo más importante al educar a un niño es enseñarle a llegar a “ser”. En
este proceso lo que da “peso y altura” a la persona humana es el amor. Una
persona puede ser muy culta, hábil, o millonaria, pero si no tiene amor,
“es” “poco” como persona.
Recordemos que el amor es entrega, es apertura, es donación. Hemos de
educar a los hijos en la capacidad de donación, ya sea en la familia, en
la escuela, etc. Sólo quien aprende a amar, a servir, a abrirse a los
otros, puede ser feliz y encontrar la plenitud humana.
El testimonio de los padres en la vivencia de su matrimonio y de su
entrega en la familia es el mejor medio para enseñar a los hijos lo que es
el amor. El olvido personal, la generosidad, el servicio, la alegría, la
apertura, el perdón, son virtudes que los hijos pueden aprender de los
padres en el trato diario y que motivan a saber amar.
Una persona que es abierta, que es generosa, que sabe perdonar, que sabe
escuchar, que sabe servir, que sabe ayudar, que es paciente, que sabe
negarse a sí misma cuando es necesario, es una persona que sabe amar y en
definitiva, es una persona que es feliz, y esto es lo mejor que podemos
formar en nuestros hijos: personas que son felices, porque saben amar.
El dominio y encauzamiento de los sentimientos, es otro punto muy
importante en esta labor, así como la modelación del temperamento del
niño, debemos enseñar a que el tímido se exprese, el impetuoso se frene,
el eufórico se modere, el frío se sensibilice, que no actúen sólo por lo
que sienten, etc.
Por tanto, todo lo que sea dar oportunidades a los hijos para pensar en
los demás, para no centrarse en las propias necesidades, para compartir lo
que se tiene e ilusionarse por grandes ideales al servicio de las
personas, etc. será educar en el amor.