Autor: Inés María Somolinos
Fuente: http://www.ideasclaras.org
Los buenos modales con Dios
En la religión también hay unos modos de
relacionarnos con Dios, mostrarle nuestra fe, nuestra reverencia y nuestro amor.
Se la podría llamar la “urbanidad de la piedad”.
Los buenos modales con Dios
Los buenos modales con Dios
En la vida social hay unas formas, unas “reglas” de buena educación, unas
maneras de tratarse, y hasta un protocolo. Una persona se muestra a sí misma,
también a través de ellas. En la religión también hay unos modos de
relacionarnos con Dios, mostrarle nuestra fe, nuestra reverencia y nuestro amor.
Se la podría llamar la “urbanidad de la piedad”.
Cuando Dios se aparece a Moisés en la zarza ardiente, lo primero que le dice es
“sácate las sandalias... el lugar que pisas es santo”. Nos habla del necesario
respeto de lo divino, del sentido de lo sagrado. Jesús se vio obligado a poner
orden en el Templo de Jerusalén, echando a los mercaderes y cambistas que
deshonraban la casa de Dios. Hay una distancia infinita entre Dios y el hombre:
el amor y la confianza que proceden de la filiación divina no conllevan -sería
un contrasentido- una falta de respeto o igualdad de situación delante de
nuestro Creador.
En el colegio estamos formando a nuestros alumnos. Parte de esa formación
consiste en enseñarles a comportarse delante de Dios y a tratar las cosas
santas. Es por esto que debemos cuidar las posturas, gestos, etc. de manera
especial. Además, por la edad de aprendizaje en la que están y porque son muchos
alumnos, conviene insistir en unas normas fijas, sobre todo para que se les
quede grabado un estilo.
“Las formas forman” si se les pone contenido -es amor, no será formalidad- y si
se entiende la razón de ser de cada una. Por eso no es exagerado. Las normas de
comportamiento en el oratorio tienen una finalidad pedagógica. Todo pretende ser
expresión de respeto y amor a Dios.
En la Iglesia hay unas normas litúrgicas que garantizan el cuidado del culto a
Dios. Una especie de “protocolo” para lo sagrado: modos sobre cómo debemos
tratar a Dios y las cosas de Dios.
También hay una serie de cuidados que no están preceptuados como leyes
litúrgicas, pero que siempre han vivido los cristianos piadosos como expresión
de reverencia y amor. Es parte del tesoro del patrimonio espiritual de la
Iglesia.
Jesús resume toda la ley de Dios en un solo mandamiento: “Amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, y con toda tu mente, con todas tus fuerzas, con toda
tu alma”. Amar a Dios con todo nuestro ser y nuestra vida. Obviamente incluye
nuestros gestos. El amor se nota. Y si no se nota... es que es demasiado débil.
Hemos de estar atentos para que la confianza no degenere en falta de respeto:
sería ofensivo para con Dios. Nadie en sus cabales podría decir “porque te
quiero tanto, no te respeto, te trato mal y te ofendo”. No puedo amar lo que no
respeto. Tampoco lo que no venero.
La dignidad, la delicadeza son necesarias, ya que como seres compuestos de alma
y cuerpo, expresamos nuestros afectos, nuestra fe y todo lo espiritual a través
del cuerpo.
Con nuestras maneras, nos mostramos a nosotros mismos. Con el cumplimiento de
los modales y normas de buena educación se muestra la “calidad humana” de una
persona. Así también, con la urbanidad de la piedad muestra nuestra fe,
esperanza y amor. Es respeto y elegancia, aplicado a las cosas de Dios.
Buena educación en el oratorio
El buen comportamiento en el oratorio no se limita a las celebraciones
litúrgicas. Una vez que se ha entrado en el oratorio, se está en un lugar
sagrado. Es para rezar. Hay que estar en silencio. Por eso preferimos llamarlo
“oratorio”: hay que respetar con el silencio también a los que rezan. Incluso
cuando no está reservado el Santísimo Sacramento en el sagrario.
Desgraciadamente, en general, se descuida bastante el silencio y se charla con
cierta soltura, dentro de la iglesia. Esto hace que por más que insistamos nunca
insistiremos demasiado... Silencio no es un mero no hablar. Expresa respeto,
veneración. Es ya una forma de culto, ante Jesús presente en la Eucaristía. Es
necesario para descubrir a Dios y poder escucharlo. Tiempo de recogimiento y
meditación. Tenemos que ser capaces de silencio.
También es conveniente evitar distracciones. Curiosidad de mirar quién entra o
sale. Quién estornudó... Peinarse en el oratorio… (hacerse la coleta en la mesa
es de mala educación, tanto más en el oratorio)
Elegancia en el vestir: cuanto más elegantes, mostramos más respeto y amor. Es
por eso que, además de ir decentes (faldas de largura adecuada y no ir
transparentes ni escotadas) conviene ir bien arreglados (en concreto: llevar el
pelo recogido de modo adecuado, por ejemplo no llevar moñitos sujetos con un
bolígrafo o un lápiz…)
Las posturas en el oratorio
Al entrar en el oratorio; lo primero, buscar el sagrario, para saludar el Señor
con una genuflexión.
La genuflexión es un acto de adoración, por lo que sólo se hace delante de Dios.
La rodilla derecha toca el suelo, con el cuerpo erguido, mirando hacia el
sagrario.
En general, en las posturas no hace falta estar firmes... pero tampoco apoyados
en la pared, ni recostados en el banco.
Cuando estemos sentados, es más adecuado no estar pegados unas a otras, y es
importante no abrir mucho las piernas. Tampoco se cruzan las piernas en el
oratorio, ya que es un signo de distensión y no es elegante hacerlo. No apoyar
los pies en los reclinatorios (se estropean los reclinatorios y se mancha de
polvo quien después se arrodille).
En la fila para comulgar, vamos preparándonos a recibir al Señor. Supone
recogimiento interior (concentrados, sin la curiosidad de mirar para todos
lados, darse vuelta, etc.). Al devolver la bandeja de la comunión, no darle la
espalda al sacerdote y al Santísimo.
Luego de la Comunión, viene la Acción de gracias. Se calcula que las especies
sacramentales tardan 10’ en deshacerse dentro del cuerpo, por respeto y devoción
existe la costumbre de quedarse dando gracias desde nuestro interior durante ese
tiempo.
*Inés María Somolinos es Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad
Complutense de Madrid. Profesora del Colegio Ayalde – España.