Listos para el plan de Dios
Por
Salvador Gómez
Cuesta mucho aceptar que las cosas no sucedan como quisiéramos o lo planeamos.
Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Definitivamente, Dios no piensa
como nosotros. Pero se necesita conocer a Dios, manifestado en su Hijo, quien
siempre actuaba en la forma menos esperada y rompía todo parámetro de
conducta.
Lo más importante no es el buen resultado de lo que estamos haciendo, sino obedecer lo que se nos mandó, porque de otra manera el día que fallaran los resultados, dejaríamos de evangelizar.
El Evangelio cuenta un hecho muy significativo: Habiendo resucitado Jesús, Pedro y Juan se encaminaron a toda prisa al sepulcro. Juan, más joven, llegó antes, pero no entró. Esperó a Simón. Unos días después, Jesús resucitado caminaba junto al mar de Tiberíades con Simón Pedro. Este, volteando hacia atrás, vio a Juan que venía siguiéndolos. Se acordó de que el discípulo amado lo había esperado, y entonces él quiso esperarse preguntando por él.
En la Iglesia necesitamos a laicos como Juan, que esperen a Simón Pedro y
necesitamos también que la jerarquía no camine sola, sino que se preocupe por
los que vienen atrás. Ni Juan le debe ganar la carrera a Pedro, ni Pedro puede
ir solo con Jesús.
Como Pablo, debemos siempre preguntar: "Señor, ¿qué quieres que haga?". Si
alguien podía vanagloriarse de conocer las Escrituras era Saulo de Tarso. Si
alguien estaba seguro de caminar por la senda de ortodoxia y la pureza de la
fe, era el discípulo de Gamaliel: el fariseo Saúl, de la tribu de Benjamín. Y,
sin embargo, muere a sus seguridades humanas y se abre a lo inesperado. Firma
el cheque en blanco y pregunta: "Señor, ¿qué quieres que haga?" (Hechos 22,
11).
El plan de Dios
Nuestra respuesta se manifiesta en colaboración dentro del plan de Dios. El
hombre es un colaborador necesario en el plan de salvación. Dios escogió a un
arameo como padre de su pueblo; hizo una alianza a través de Moisés; salvó a
su pueblo de los opresores, mediante los jueces; habló a través de los
profetas, y el Salvador del mundo fue un Dios que se hizo hombre uniendo en sí
mismo la naturaleza divina con la humana.
Desde entonces y para siempre, Dios y el hombre están indisolublemente unidos en el plan salvífico. Dios quiere salvar a la humanidad mediante la evangelización, realizada por hombres concretos. Hemos sido, pues, asociados al plan salvífico.
El mandato de evangelizar es una obligación y un derecho de todo bautizado. No es un optativo, sino imperativo. La evangelización es una tarea de todos los miembros de la Iglesia.