El Sr. Urdánoz y la prueba de carga de laicismo

Juan Ignacio Ruiz Aldaz

He leído con atención los argumentos que expone el Sr. Urdánoz en su último artículo (DN 4-X-04). Podría estar parcialmente de acuerdo con sus consideraciones teóricas sobre la verdadera laicidad del Estado, aunque con alguna matización. Haría dos comentarios. 1. Cuando habla de estas cuestiones, la Constitución Española no emplea nunca el término «laicidad», ni tampoco «laicismo». En este terreno, la Constitución define al Estado en términos negativos: es no-confesional. Es decir, no tiene ninguna confesión como propia, tampoco aquella confesión irreligiosa, agnóstica o atea de la vida. El hecho de que el Estado sea no-confesional, no da una mayor carta de ciudadanía a una concepción materialista, agnóstica o atea. Por tanto, es más adecuado hablar de no-confesionalidad del Estado que de laicidad. Si la palabra laicidad se emplea como sinónimo de no-confesionalidad está en pleno acuerdo con nuestra Constitución. Si traspasa esa línea y asume como propia del Estado una confesión irreligiosa, traspasa también los límites de nuestra Carta Magna. Justamente este es el sentido que los obispos dan a la palabra «laicismo». El momento en que se da a la palabra laicidad un sentido positivo, haciendo que el Estado se comprometa con una visión laicista, o no-religiosa de la vida ya ha perdido la neutralidad.2. Nuestra Constitución, aprobada democráticamente por todos, establece que el Estado tiene la obligación jurídica de establecer relaciones de cooperación con las confesiones religiosas, entre las que se nombra explícitamente a la Iglesia católica.
 

Sobre el laicismo

 

Diario de Noticias / Óscar Beorlegui

 

Estimado señor Beorlegui: no sabía que existiera una persona con mi mismo nombre y apellido; eso sí, veo que no pensamos de la misma manera sobre el tema que le ha llevado a escribir y a mí a contestarle. Tengo que precisar que ha tocado un tema sobre el que algo he estudiado -soy historiador y de hecho ahora estoy ampliando estudios para hacer la tesis doctoral sobre aspectos relacionados precisamente con el laicismo-.

Si se estudia el laicismo -que usted señala como no confesional- se descubre que en sus más de doscientos años de vida ha pasado a ser un confesionalismo puro y duro, en muchos casos violento y antilibertario -estudie sus obras, sus consecuencias y luego me dice-. No quiere decir esto que el practicado ahora sea exactamente así. Si se estudia la evolución de la Iglesia Católica ante el confesionalismo, hay que decir que con el paso de los años su aprendizaje -sí, la Iglesia también aprende- ha llegado a su madurez tal como se demuestra con la firma de los muchos concordatos que han tenido lugar en el siglo XX. El arzobispo de Pamplona dice que la Constitución es un ejemplo del esfuerzo por dejar la confesionalidad a un lado: el esfuerzo fue de la Iglesia y del Estado. Ahora bien, llega un momento en que los representantes del Estado, los que hacen las leyes, comienzan a legislar en materias que están por encima de sus competencias, que además son producto de su propia ideología y que incluso van contra los intereses de algunos ciudadanos que no piensan como ellos. Dígame si esto no es confesionalismo. Ante esto la Iglesia, que respeta el aconfesionalismo constitucional - por cierto la Constitución dice expresamente que es aconfesional; en ningún momento dice que es laicista, ni siquiera laico- porque no elabora leyes que luego impone al que no piensa como ella -no me diga que sí porque en la Iglesia está el que quiere-; ante esto, decía, la Iglesia lo único que hace es protestar y defender a sus hijos que se sienten atacados por estas leyes generales e injustas.

Pienso que conviene hacer un pequeño balance: la Iglesia representa a un 90% de los ciudadanos -si quiere reste un tanto por cien de los que no quieren saber nada con ella, aunque sean bautizados-; eso sí no nos olvidemos que en España eligió la asignatura de Religión Católica el 70 % de los alumnos. Así vistas las cosas, la Iglesia entiende que debe proteger y dar voz a sus miembros ante este tipo de leyes o actitudes, y protesta.

Vuelvo al confesionalismo: confesionalismo sería que la Iglesia en cuanto tal tuviera la facultad de dictar las leyes e imponerlas a otro. Y creo que esto no lo hace; sólo protesta. Como por cierto lo hacen los que crean opinión en los periódicos y tantos otros.

Acabo esta carta haciendo mención a su triquiñuela: no se olvide que el Estado es el conjunto de todos los ciudadanos -el que no tenía en cuenta a éstos y se convirtió en un todo fue el Estado totalitario, por cierto-.

Por tanto el Estado no puede olvidarse ni ser independiente absolutamente de una realidad que llena la vida de muchos de sus miembros: el hecho religioso que influye en todas las facetas de la vida de una persona. Cuando el Estado se olvida de esta realidad, se convierte en un Estado confesional laicista. Me dejo muchos temas pero no hay más espacio. En fin, señor Beorlegui, reciba un cordial saludo.

 



La Constitución define al Estado en términos negativos: es no-confesional. Es decir, no tiene ninguna confesión como propia, tampoco aquella confesión irreligiosa, agnóstica o atea

El proyecto del partido en el poder no es un proyecto neutral, ni aséptico, ni imparcial. Pretende extender por todos los medios su propia visión del mundo y del hombre

Mi desacuerdo con el Sr. Urdánoz afecta sobre todo a las consecuencias prácticas. A la vista del panorama político, me parece vivir en un país distinto al que él describe. La avalancha de propuestas del actual gobierno no ha dejado de prestar atención a ninguno de los puntos esenciales de las relaciones Iglesia-Estado: política educativa, matrimonio, familia y vida, y aspectos económicos. Algunos de los extremos de esta política minan los fundamentos de los acuerdos internacionales con la Sta. Sede, tan democráticos y vinculantes como nuestros acuerdos con Francia o Alemania, por estar establecidos entre dos estados soberanos.

Desproteger a la familia

El gobierno actual impidió por decreto la entrada en vigor de una ley orgánica que hacía justicia a la asignatura de religión que cada año piden un 80% de padres. Recientemente se ha anunciado que la asignatura de religión va a seguir sin alternativa. Se ha pensado en concederle los mejores horarios, al comienzo o al fin de la jornada. Los profesores de religión podrían dejar de pertenecer al claustro de profesores. Se piensa establecer una asignatura de carácter obligatorio llamada «Educación para la ciudadanía», que con apariencia de neutralidad resulta ser un medio para determinar la nueva visión obligatoria del mundo y de la vida establecida desde el gobierno. Se proyecta desproteger aún más la familia con el divorcio rápido. Se atenta contra ella equiparándola jurídicamente en todo con la unión entre homosexuales, que podrán hasta adoptar hijos. Se planea una ley del aborto que permitirá eliminar vidas humanas en las doce primeras semanas de gestación. Se amenaza a las ONG de ideario católico con negarles subvenciones para sus proyectos de desarrollo y sus actividades humanitarias y sociales. Se amenaza también a la Iglesia con revisar su modelo de financiación, naturalmente a la baja, para ver si así se consigue acallarla (sin conseguirlo). La lista podría continuar. ¿No es esto laicismo militante?

El proyecto del partido en el poder no es un proyecto neutral, ni aséptico, ni imparcial. Pretende extender por todos los medios su propia visión del mundo y del hombre, y apartar y demoler todo aquello que consideran un obstáculo: la familia, la enseñanza y la Iglesia. Es un proyecto laicista en el sentido en que monseñor Sebastián daba a esta palabra. Se trata de construir por todos los medios una nueva moral y una nueva sociedad: la que conviene a una visión no-religiosa, o antirreligiosa, o acaso anticristiana de la vida.

Bien lejos de ello, la verdadera democracia consiste en respetar la libertad de todos, y en garantizar todos los derechos que asisten a todos los ciudadanos, también los católicos, y no en dejar de tener en cuenta, o directamente marginar todo aquello que estorba a los propios planes.

«No me quiera tanto»

Dice el Sr. Urdánoz que la política del gobierno actual no ha llegado al extremo de prohibir toda manifestación religiosa católica con políticas de corte estalinista y que no hay razones para protestar. Espero que nadie nos obligue a agradecer la merced de que se permita a los católicos ejercer las libertades que graciosamente nos concedan. En medio de todo esto, el presidente del gobierno ha manifestado que a pesar de las críticas recibidas desde instancias eclesiales expresa hacia la Iglesia todo su respeto.

Hace mucho tiempo, un antiguo maestro propinaba una buena azotaina a un alumno asegurandole que lo hacía porque le apreciaba, a lo que el buen chaval replicaba con toda razón: «Pues..., no me quiera tanto». Quizá habría que llegar a pedir al señor presidente el favor de que no nos dedique tantas muestras de respeto.