Gonzalo
Beneytez
TEMA I. EL HOMBRE: CUERPO Y ESPÍRITU
A) La unidad psicosomática humana
2. El psiquismo humano: la afectividad
B) La dimensión espiritual de la persona
1. La persona humana y la verdad: la inteligencia humana
2. La búsqueda del sentido de la vida
1. La libertad es una característica de la voluntad
4. La libertad entendida como autodeterminación
TEMA III. LA PERSONALIDAD Y EL EQUILIBRIO AFECTIVO
1. Los tres ámbitos de la personalidad
2. El desequilibrio de la personalidad
3. La educación de los sentimientos
TEMA IV. PERSONA Y SOCIABILIDAD
5. El problema de conciliar individuo y sociedad
TEMA V. LA DETERMINACIÓN DE UN PROYECTO DE VIDA
1. La necesidad de definir un proyecto de vida
2. El problema del sentido de la vida
3. Factores fundamentales del proyecto de vida
6. La elaboración del proyecto de la vida
7. La gestión de la crisis del proyecto
2. La formación de la conciencia moral
4. Perspectiva histórica de la Ética
2. La riqueza interior de la persona
3. El orden interno de la persona
5. La vida matrimonial y familiar
TEMA VIII. ENAMORAMIENTO Y MATRIMONIO
1. La vocación esponsal de la persona humana
3. Del enamoramiento al amor esponsal
TEMA IX. PROCREACIÓN Y EDUCACIÓN
1. La vocación a la fecundidad
2. La experiencia del embarazo
3. Matrimonio: escuela de amor y fecundidad
4. El matrimonio en el proyecto creador
1. La sexualidad y la vocación esponsal de la persona
2. La sexualidad integrada en la donación de la persona
3. La sexualidad desintegradora de la persona
TEMA XI. LA VOCACIÓN DEL HOMBRE AL TRABAJO
1. El valor humanizador del trabajo
2. Trabajo, familia y sociedad
3. Dimensión religiosa del trabajo
4. Trabajo y desarrollo personal
PRESENTACIÓN
El tema central
del presente estudio es la persona humana
La persona humana: esa realidad tan cercana,
tan íntima, tan propia... y a la vez tan difícil de comprender, tan inabarcable,
tan misteriosa.
Nada parece tan interesante de estudio como
el ser del hombre. Nada tan extensamente estudiado por la filosofía de todos los
tiempos... y sin embargo, nada tan enigmático y difícil de explicar como esa
realidad que se condensa en el concepto de persona humana.
Por otra parte es tarea irrenunciable de todo
hombre afrontar el problema de la comprensión de la propia existencia. No se
puede vivir sin sentido, sin buscar el sentido de la existencia, sin dar un
determinado sentido a la existencia. Pero... ¿tiene sentido la existencia
humana?
Necesitamos dar respuesta al enigma del
sentido de la vida. Cada mañana necesito encontrar un motivo para levantarme,
para ir al trabajo, para luchar por sobrevivir en un mundo antagónico, para
soportar injusticias, agresiones, dificultades, sufrimientos, injusticias...
¿vale la pena vivir? ¿vale la pena luchar por ser cívico, honrado, solidario?
¿vale la pena sacrificarse por los demás, fundar una familia, traer hijos al
mundo...? Si al final nos vamos a morir, ¿qué sentido tiene luchar y sufrir
tanto en esta vida?
Hay un conjunto de problemas ineludibles que
toca a todo hombre afrontar: el problema del dolor, del mal, el sentido del
esfuerzo, el sentido de la convivencia con los demás humanos, el sentido de la
vida familiar, profesional, social, el sentido moral de la existencia, el más
acá u origen de la vida humana, el más allá de la existencia terrena o valor
trascendente de la vida...
Por eso necesitamos saber qué es el hombre:
porque solo desde una comprensión de lo que soy puedo encontrar el sentido de mi
existencia. Sólo si soy capaz de dar un sentido a las diversas dimensiones de la
vida, y a la vida en su totalidad, mi existencia será verdaderamente humana.
Sólo si acierto a entenderme como lo que realmente soy podré alcanzar una vida
acorde a mi ser y a mi dignidad. Sólo la verdad del hombre permite al hombre
vivir en coherencia con su dignidad. Quien desconoce su dignidad acaba negándola
con su conducta.
Hay por tanto mucho en juego: lo que nos
jugamos
No pretendo en estas líneas resolver este
gran enigma, tan solo animar, sugerir, facilitar algunos puntos de reflexión
para ayudar al lector a que afronte por sí mismo esta tarea que nadie puede ni
debería osar eludir.
Tema I. El hombre,
cuerpo y espíritu
A) La unidad
psicosomática humana
1. El cuerpo humano
El hombre se compone de cuerpo, psique y
espíritu. El hombre es un ser corporal y espiritual. La corporalidad y la
espiritualidad del hombre son distintas, no se confunden, pero al mismo tiempo
se integran y se complementan en la unidad del ser humano.
El cuerpo humano es un compuesto de elementos
materiales comunes al resto de las sustancias del universo. El cuerpo humano
realiza las actividades específicas corpóreas comunes a los demás seres animales
del universo: nutrición, crecimiento, respiración, digestión, moción, relación y
reproducción. El cuerpo realiza esta actividad de manera autónoma.
El cuerpo humano está dotado de la capacidad
de reaccionar ante los estímulos y cuerpos externos con el fin de aprovechar
para su propio beneficio las sustancias que vienen de fuera y repeler lo que
puede dañarle. Esta cualidad, denominada reactividad, está regida por el
principio de conservación de la vida. La vida es un valor automáticamente
salvaguardado por la naturaleza humana.
El cuerpo humano se encuentra integrado en
una realidad superior que podemos llamar unidad psicosomática. Se trata de un
cuerpo unido a una estructura psíquica por la que el sujeto siente el cuerpo y
vive insertado en el mundo material a través del cuerpo. Por el cuerpo la unidad
psicosomática humana se relaciona con el mundo: lo ve, lo huele, lo oye, lo
siente, lo experimenta, lo vivencia de manera humana.
2. El psiquismo humano: la afectividad
La dimensión psicológica de la persona humana
(psique, en griego) constituye una unidad con el cuerpo. El hombre posee una
constitución psicosomática: una unidad dinámica corpórea y al mismo tiempo
psíquica por la que puede realizar actividades diversas:
—específicamente corpóreas: la digestión de
alimentos, la respiración, el movimiento local: andar, correr...
—específicamente psíquicas: los actos de los
sentidos externos e internos: ver, oler, sentir alegría, sufrir pasiones como la
ira, etc.
El psiquismo humano está constituido por un
entramado muy rico de afecciones denominadas sentidos, sentimientos, emociones,
pasiones, deseos… Algún autor ha dicho que el hombre se haya sumergido en un
cierto "laberinto sentimental" [1]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
La psicología humana es en cierto modo
semejante a la psicología de los animales más desarrollados. Desde el punto de
vista psicológico el hombre parece ser más inepto que algunos animales que
poseen sentidos más desarrollados y aprenden a ser autosuficientes con más
facilidad y rapidez. La psicología humana posee una mayor plasticidad o
capacidad de desarrollo aunque sea más lento. Ahora nos interesa destacar que la
psicología humana tiene la capacidad de integrarse con las facultades
espirituales. Más adelante estudiaremos que su actividad está a caballo entre la
materialidad del cuerpo y la espiritualidad de lo propiamente personal del
hombre.
Algunos animales poseen un psiquismo
semejante al humano; e incluso –en cierto modo– más desarrollado: las águilas
tienen una vista superior a la humana. La diferencia estriba en que el psiquismo
animal representa la cúspide de su naturaleza. La conducta animal corre
enteramente por cuenta de este psiquismo. La psicología animal sigue pautas más
o menos predeterminadas: el animal actúa según el dinamismo que se deriva de su
psicología: una psicología limitada, cerrada a un mundo limitado, que algunos
llaman "perimundo" [2]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
El psiquismo establece las pautas más
elementales de la conducta. Gracias al psiquismo cada hombre conoce en primer
lugar el estado del propio cuerpo. Cada hombre "siente" su cuerpo. Puede
sentirse bien: con energía, con fuerza..., o puede sentirse mal: cansado,
nervioso, con malestar físico. Gracias a este sentido corporal puede percibir un
mal corpóreo (por ej.: una herida, una mala digestión, un dolor de cabeza, una
corriente eléctrica, o la presencia de un mosquito sobre la piel...), elaborar
un diagnóstico (tengo la gripe, tengo cansancio, ) y así poner el remedio
oportuno (tomar la medicación oportuna, reposar unos días en cama...).
El psiquismo permite al hombre, en segundo
lugar, adquirir un conocimiento sensible de los objetos externos y entablar una
relación básica con ellos beneficiosa para el hombre. Por medio del psiquismo el
hombre percibe la bondad o malicia de un objeto externo y reacciona ante él; ya
sea para apropiárselo o para rechazarlo.
No obstante el conocimiento que el psiquismo
humano tiene de los objetos externos es parcial; se limita a los aspectos
fenoménicos del objeto; a su apariencia. Un niño pequeño —precisamente porque
vive todavía muy condicionado por el psiquismo— tiende a llevarse a la boca lo
que tiene un color llamativo y lo chupa o lo come, sin plantearse la posibilidad
de que pueda sentarle mal.
Las instancias afectivas humanas actúan por
sí mismas de manera autónoma. Cabe decir que son ciegas si se analizan desde el
punto de vista del conocimiento de la verdad. Necesitan la luz de la
inteligencia. Los afectos y sentimientos son educables: hay que reconducir la
vida afectiva y pasional hacia los verdaderos valores de la persona humana.
El psiquismo humano nos conduce a la realidad
de la conciencia. La diferencia esencial entre la actividad estrictamente
corporal y las activaciones psíquicas estriba en que las segundas son afecciones
que se manifiestan en la conciencia.
3. La conciencia
Cada hombre vive sumergido en un flujo de
experiencias causadas por la percepción del propio cuerpo y el mundo externo en
el que vive el hombre. El hombre experimenta todo eso en su interioridad, en su
intimidad subjetiva. Estas experiencias son vividas por la subjetividad
consciente del sujeto personal de una manera íntima, como vivencias personales.
Estas vivencias constituyen ese flujo interior que denominamos conciencia. La
conciencia es el ámbito en el que el hombre experimenta interiormente todo el
conjunto de vivencias subjetivas referentes a sí mismo y al mundo circundante.
En la conciencia confluyen las experiencias
de la realidad objetiva y el sujeto que las experimenta. Por ejemplo, cuando
siento sed, percibo la necesidad de beber junto con la experiencia del «yo». El
que tiene sed soy yo. Experimento a la vez «sed» y «yo». El yo subjetivo
acompaña todas mis experiencias. Dicho de otra manera, todas las experiencias se
viven de manera subjetiva, se viven por el sujeto como propias. La conciencia
humana siempre es autoconciencia: incluye la conciencia de sí mismo.
4. La autoconciencia
La conciencia de uno mismo o conciencia del
yo viene a ser el común denominador de todas las experiencias psíquicas. Desde
que me despierto hasta que me duermo soy consciente de mí mismo como el sujeto
de todas las afecciones psíquicas. De esta manera va desarrollándose la imagen
del «yo», aparece el conocimiento de mí mismo, el conocimiento de mi propia
identidad o autoconocimiento.
¿Quién soy yo? Yo me percibo como el sujeto
de mis afecciones psíquicas: yo soy un sujeto que ve, huele, sueña, imagina,
recuerda, siente hambre, y frío... Yo soy quien siente la mano, el brazo, la
pierna... todo mi cuerpo. Este cuerpo que siento, lo siento como mío. Por tanto
yo soy mis afecciones psíquicas y el cuerpo por el que siento esas afecciones.
Ese cuerpo es sentido como mío: es mi cuerpo.
El proceso de la autoconciencia se lleva a
cabo por la relación con el resto de los seres que rodean al «yo»: las personas
y cosas que rodean al «yo» humano desde la infancia. Poco a poco cada hombre
adquiere noción de su identidad por relación al mundo en que vive. Mi «yo»
aparece configurado dentro de un conjunto de seres, de manera especial por
relación a un «tu» personificado casi siempre en la figura de la madre, del
padre, los hermanos y los demás: vecinos, amigos... La autoconciencia se
desarrolla en el encuentro y la comunicación con otros hombres.
En resumen: «yo» soy algo: un cuerpo; soy un
sujeto consciente: un psiquismo; soy un alguien que convive y se comunica con
otros... ¿qué más? El «yo» descubre que además de paciente soy un agente de sus
actos: soy capaz de inventar mis propios actos; soy capaz de realizar elecciones
propias: soy autor de mi propia existencia: soy libre.
Van apareciendo poco a poco otras realidades
«psíquicas» como son las voliciones, los pensamientos, las dudas, la
reflexión... y con ello el desarrollo del lenguaje humano. El yo debe
enfrentarse ahora al problema de la libertad y al problema de la búsqueda del
sentido de la vida y del propio ser. El yo se torna problema de sí mismo. Vemos
que el yo nace como «yo psicológico»: como sujeto de vivencias psíquicas. Luego
se conforma como «yo espiritual»: como ser que toma conciencia plena de sí como
autor libre y configurador de su propia vida. Es así como el yo alcanza una
conciencia más completa de sí, conoce su ser en sí: el «yo ontológico».
B) La dimensión
espiritual de la persona
La cúspide de la naturaleza humana no es el
psiquismo sino el espíritu. El principio dinámico superior es la voluntad. La
voluntad representa lo más humano. Cada hombre es capaz de determinar de algún
modo su conducta por medio de las elecciones que realiza constantemente. El
ejercicio de la voluntad precisa de la inteligencia.
1. La persona humana y la verdad: la
inteligencia humana
El hombre posee la capacidad grandiosa de
conocer —por medio de los sentidos, la imaginación, la inteligencia…— y de
estimar, valorar y amar todo lo bueno que encuentra a su alrededor. Un primer
acercamiento a la verdad nos los proporcionan los sentidos, los sentimientos...
Pero el conocimiento cabal de la realidad nos lo aporta la inteligencia. La
verdad propiamente dicha sólo se alcanza en el conocimiento intelectual. Las
verdades más profundas acerca del hombre son difícilmente alcanzables.
El hombre es un ser abierto a la realidad. El
hombre ha sido creado para vivir en la verdad: de la verdad y para la verdad. He
aquí la nobleza del hombre: ser capaz de mantener una relación objetiva
respetuosa con la realidad; una relación que no pretende someter la realidad
para su uso y disfrute sino vivir de acuerdo a la realidad.
La verdad es patrimonio del hombre, pero un
patrimonio que debe conquistar a lo largo de su vida. La búsqueda de la verdad
exige actuar libres de prejuicios. Hemos de evitar etiquetar con precipitación a
las personas y los acontecimientos; hemos de evitar juzgar de manera trivial la
realidad. La realidad posee siempre en sí misma una mayor riqueza de como la
conocemos. Hay que evitar el juicio definitivo: dejar abierta la puerta para
aceptar ulteriores aspectos que todavía no conocemos y estar dispuestos a
matizar y corregir los juicios que hemos hecho sobre la realidad.
Cada hombre debe desarrollar su capacidad
intelectual y procurar progresar paulatinamente en la conquista de una verdad
que nunca se alcanza de manera absoluta. Hay que desear profundizar en la
realidad; no quedarnos en la superficie, en la apariencia que nos ofrecen los
sentidos y sentimientos. Hemos de perder el miedo a pensar.
De lo que se acaba de exponer se pueden
proponer algunas sugerencias prácticas:
—Hay que atreverse a pensar por cuenta
propia: plantearse sin miedo las grandes cuestiones de la vida. Una actividad
provechosa consiste en escribir lo que uno piensa. Escribir lo que se piensa
ayuda a pensar.
—Es provechoso comunicar lo que pensamos
sobre los temas profundos de la vida humana y contrastarlo con otras personas
venciendo el pudor que ha veces nos detiene para hablar de estos temas. Es
necesario aprender a dialogar, aprender a escuchar y razonar nuestros puntos de
vista de manera desapasionada: aceptar lo que aportan los demás y ofrecer
nuestra aportación a los demás.
—Conviene elaborar un plan de lecturas, y
disponer a la semana de un tiempo para leer o estudiar. Antes de iniciar una
lectura conviene asesorarse bien sobre la bibliografía más adecuada a nuestros
intereses de tipo literario, histórico, filosófico, teológico...
—Es provechoso transcribir en fichas los
textos de las ideas y sugerencias más interesantes de los textos leídos. Poco a
poco podremos disponer de un fichero ordenado por temas que resultará
enriquecedor repasarlo de vez en cuando.
2. La búsqueda del sentido de la vida
En todo hombre hay un anhelo irresistible de
verdad, de deseo de saber, de comprender más profundamente el sentido de la
vida, del más allá… Necesitamos dar respuestas a los grandes interrogantes de la
vida: ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿quién soy?, ¿qué debo hacer en la vida?
Los grandes interrogantes del hombre nos
llevan a la búsqueda del sentido de la vida, a la razón de ser del mundo y del
hombre. El hombre se termina preguntando tarde o temprano sobre la causa última
del mundo, sobre su Creador, sobre el Ser absoluto que sostiene el mundo y da
razón de su origen y finalidad última. En definitiva el hombre termina
preguntándose sobre Dios.
3. El conocimiento de Dios
La filosofía clásica afirma que el hombre
puede conocer a Dios de diversas maneras. En este texto no pretendo ocuparme de
este tema, tan solo manifestar que el hombre de hoy necesita aprovechar este
legado filosófico para reemprender el acceso filosófico a la existencia y el ser
de Dios y así redescubrir el fundamento divino de su existencia, la dimensión
trascendente de su ser y el sentido religioso de su vida.
Aquí deseo tan solo destacar que la
contemplación del mundo permite descubrir a Dios como Causa de todos los seres
contingentes del universo y Causa del orden y perfecciones del mundo. El
pensamiento humano alcanza a comprender que el mundo reclama la existencia de un
Ser no sometido a la contingencia, esto es, un ser que sea en sí mismo
subsistente.
La filosofía clásica entiende que las
perfecciones que encontramos en el universo deben existir de manera plena y
perfecta en la Causa absoluta del universo. Dios es el Ser absoluto: subsiste
por Sí mismo, no necesita ni depende de nada ni de nadie, carece de origen: es
eterno. De esta manera conocemos a Dios como creador: como ser inteligente,
bueno, providente…
El conocimiento de Dios a partir de los seres
contingentes —la así llamada vía cosmológica— se complementa con el conocimiento
de la esencia divina a partir de las cualidades más perfectas que encontramos en
el hombre. La llamada vía antropológica permite profundizar en el conocimiento
de Dios como suma Verdad y Amor: como Ser Personal, y constituye un campo de
gran interés para la Teología Natural.
Tema II: La libertad
1. La libertad es una característica de la
voluntad
En el tema anterior hemos considerado la
existencia de los apetitos, pasiones o impulsos de la afectividad hacia bienes
de tipo sensible. Percibimos que determinados objetos nos atraen sensiblemente;
nos apetecen. El psiquismo humano está predispuesto para sentir agrado hacia
todo aquello que le conviene al cuerpo o a la mente; por ejemplo: descansar tras
un esfuerzo físico o psíquico, beber cuando se produce una cierta
deshidratación, comer cuando se está en ayunas, u otras actividades como dormir,
pasear, o hacer deporte...
Nos apetecen muchas cosas pero no siempre las
hacemos. ¿Por qué? La respuesta es que si no actuamos siempre por lo que más nos
apetece hacer es porque existe en nosotros una capacidad superior al apetecer.
Esa capacidad es el querer. Querer es una capacidad humana que ordinariamente
está vinculada a la capacidad de apreciar algo que se capta como valioso. El
querer remite a una decisión, es consecuencia por tanto de haber realizado una
elección tras sopesar los pros y contras mediante la inteligencia.
La voluntad es la capacidad por la que el
hombre quiere y decide. Los hombres sentimos apetencias pero podemos decidir
seguir un curso distinto de lo que más nos apetece. Aquí podemos apreciar que la
voluntad goza de una cierta superioridad respecto a la afectividad. La voluntad
es la capacidad suprema del hombre en el orden de la decisión. El hombre se
caracteriza por actuar según lo que decide por la voluntad. La capacidad de
decidir se denomina «libertad».
Todo el día estamos decidiendo. Decido
levantarme, salir, hacer esto o lo otro, hacerlo de esta manera o de la otra.
Hablo con esta persona porque lo decido, y le digo lo que voy decidiendo
decirle... y así actúo habitualmente a lo largo de toda la vida. Vivir es en
cierto modo decidir.
Muchas veces tomamos decisiones poco
importantes; como el menú que elijo cuando voy a comer a un restaurante. Otras
decisiones son más importantes: iniciar un noviazgo. Hay decisiones por las que
comprometo mi futuro: firmar unas letras de crédito en un banco, elegir una
carrera o casarme con una determinada persona.
Vivir bien supone aprender a decidir bien. La
vida requiere aprender a tomar decisiones: pensar bien las decisiones sobre los
asuntos más comprometedores de la vida. La vida requiere tomar decisiones sobre
el uso de ciertos recursos disponibles, el modo de resolver determinados
problemas y retos coyunturales, y —en general— la manera de sacar el mayor
partido posible a la vida.
La libertad es una capacidad y a la vez una
responsabilidad. Hay que aprender a ser libres, hay que aprender a usar bien la
libertad. En algunas ocasiones elegir es difícil, pues a veces no sabemos bien
qué queremos, o tenemos la impresión de que queremos cosas contradictorias. La
madurez humana consiste en definir el tipo de persona que deseo realmente ser y
obrar de manera coherente.
2. La libertad y la verdad
Decidir con libertad significa sopesar las
diversas posibilidades. La libertad requiere pensar bien las elecciones
posibles. Quien actúa por apetencias, por inercia, por lo que hacen los demás,
por la moda... tiene bastante menguada su libertad. Hay que esforzarse por tener
en cuenta las diversas circunstancias, los riesgos, las consecuencias... de las
propias decisiones.
La libertad reclama conocimiento de la
verdad. Actuar bien produce satisfacción. Actuar de manera precipitada, con
atolondramiento, sin prever las consecuencias nos suele provoca un sentimientos
de desazón. Además nos sentimos obligados a reparar las consecuencias de una
mala decisión. Nos pasamos la vida lamentando malas decisiones, reparando lo que
hemos hecho regular o mal y sacando experiencias para decidir mejor en el
futuro.
A veces pensamos que ser libre es elegir sin
condicionantes, con total independencia del mundo que nos rodea: hacer lo que me
viene en gana con pura espontaneidad. Esta concepción de la libertad es en el
fondo una ilusión. La elección requiere tomar conciencia de lo que es
verdaderamente bueno para mí. La elección requiere conocimiento de la verdad
sobre lo que soy, puedo y debo hacer en medio de las circunstancias en las que
se desarrolla mi vida. Las circunstancias condicionan mi elección, pero no
necesariamente la determinan. Aunque las circunstancias nos influyen, nos
condicionan, no nos determinan: existe espacio para la libertad. La libertad es
la capacidad de encaminar la propia vida según el bien conocido, según el
verdadero bien. La persona es el ser capaz de hacerse cargo de la realidad
circundante y tomar una postura personal.
Cada persona se forja un ideal de vida; y
actúa y decide según ese ideal. En este sentido se dice que la persona posee una
cierta autonomía o capacidad de obrar libremente. No debemos confundir autonomía
con libertad de conciencia: no nos corresponde decidir lo que es bueno o malo,
sino que hemos de buscarlo, y actuar conforme a la verdad. Sin verdad no hay
verdadera libertad. La libertad consiste en la capacidad de elegir lo bueno, no
de decidir que algo sea bueno. La grandeza del hombre estriba en que no solo es
capaz de conocer la verdad sino también de obrar según la verdad, de vivir en la
verdad.
3. Libertad y autodominio
Si un hombre decide adelgazar, no le basta
con tomar la decisión seguir un régimen de comidas de adelgazamiento. Es preciso
llevarla a cabo y para eso debe vencer las tendencias psíquicas que le llevarían
a desobedecer esa decisión. Ese hombre debe vencer la tentación de abandonar el
régimen de comidas cuando le apetezca y debe esforzarse en cumplirlo. La
libertad incluye autodominio. La libertad exige el autodominio de los dinamismos
psicosomáticos, esto es, la autonomía o dominio de la persona por medio de su
voluntad sobre sus sentimientos y pasiones.
La grandeza humana estriba en la capacidad de
conducir mediante la voluntad los apetitos del psiquismo y actuar en último
término no según el dictado de las pasiones sino según la verdad del objeto que
se tiene delante. El hombre puede vencer el desengaño de la apariencia (de lo
que aparece apetecible o desagradable) e instalarse en el mundo de la verdad —en
el mundo real— (de lo realmente conveniente o nocivo).
Por esto la libertad se vive en ocasiones
como un drama, como un esfuerzo costoso por llevar a cabo las propias decisiones
en medio de una tormenta de dudas, incertidumbres, desganas, inapetencias y
pasiones que oscurecen y dificultan seguir la dirección elegida. La madurez es
la capacidad de caminar seguro y estable hacia la consecución del objetivo
elegido, sin claudicar ante las dificultades y contratiempos. La libertad
reclama fortaleza para vencer las tendencias anímicas contrarias. Para ser
verdaderamente libres se requiere fuerza de voluntad. La voluntad se fortalece
con esfuerzo.
4. La libertad entendida como
autodeterminación
Cuando actúo soy autor, creador libre y
responsable, de mis actos. La responsabilidad es una propiedad de la persona por
la que es capaz de asumir la autoría de los propios actos con todas sus
consecuencias. Cuando la persona es consciente de haber actuado mal siente la
necesidad de rectificar y reparar el mal hecho.
Cuando actúo soy autor de mi acción. Pero hay
algo más: mi acción revierte en mí mismo. Las decisiones que tomo me involucran
a mí mismo. Cuando decido perdonar a un agresor me hago misericordioso. Cuando
ayudo desinteresadamente a alguien me hago servicial. Cuando doy con abundancia
a quien me pide me hago generoso. Y si digo una mentira me hago mentiroso. La
conducta permanece en el sujeto agente. Configuro mi ser según mis obras.
Cada día, la persona humana configura su ser,
se hace a sí mismo: cada hombre es "escultor" de sí mismo. En esto consiste ser
persona humana, en esto consiste la libertad en la vida terrena. Cada uno es en
cierto modo "padre" e "hijo" de sí mismo. Somos fruto y resultado de nuestras
decisiones. «Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la
buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos
a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz» [3]<!--[if
!supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
El ejercicio de la libertad tiene una gran
trascendencia en la persona. Las acciones humanas no quedan perdidas en la
temporalidad, en el pasado. El modo de actuar queda grabado en la persona pues
las acciones configuran nuestra personalidad. Con el tiempo cada persona va
adquiriendo unos hábitos, un temperamento, un modo de ser, un estilo personal de
vida humana que es resultado de las decisiones que cada uno toma, del tipo de
conducta que cada uno determina libremente.
Tal vez el lector puede haber tenido la
experiencia de haberse encontrado en alguna ocasión con un viejo conocido, al
que nota muy cambiado. Antes era amable, cordial, simpático... Al cabo de los
años se ha vuelto huraño, desconfiado, taciturno, grosero... Se le ha agriado el
carácter. Y no es culpa del clima, o de una enfermedad, o de las compañías. Es
culpa de la actitud que ha adoptado. Tal vez ese hombre ha adoptado esa actitud
de una manera un tanto inconsciente, pero al fin y al cabo la ha adoptado él y
él es el responsable último de su conducta y de su modo de ser. La libertad nos
configura de una determinada manera humana y moral. La libertad introduce al
hombre en la dimensión moral de la persona.
Tema III: La
personalidad y el equilibrio afectivo
1. Los tres ámbitos de la personalidad
La subjetividad personal es el ámbito
interior de la persona. Está constituido por el conjunto de las vivencias del
sujeto personal. Estas vivencias se componen de una gran riqueza de contenidos
psíquicos de diversa naturaleza: representaciones sensibles, emociones,
sentimientos, afectos, pasiones... Además la mente humana concibe ideas e
intuiciones sobre la realidad, elabora juicios, toma decisiones, realiza actos
de voluntad como querer, amar, y muchas otras actividades. Todo eso forma parte
de la subjetividad de cada individuo personal. Cada persona vive de alguna
manera inmersa en su propia subjetividad.
De manera simplificada se puede decir que la
intimidad se compone de afectos, ideas y voliciones. Afectividad, inteligencia y
voluntad son las fuentes principales que nutren la intimidad humana. Cada hombre
debe desarrollar estas capacidades fundamentales y debe establecer una correcta
armonía entre las tres.
2. El desequilibrio de la personalidad
La madurez es fruto del equilibrio de las
tres facultades señaladas. Cuando alguna de las tres se desintegra de las demás
se cae en ciertas deformaciones del carácter como las siguientes:
Sentimentalismo: configura un carácter en el
que la conducta humana depende primordialmente de la afectividad. Todo se valora
y mide por el modo en que se siente y percibe la realidad según la afectividad.
La persona subyugada primordialmente por la dinámica afectiva tiende a ser
irascible, apasionada, voluble... Los estados de ánimo y las apreciaciones
superficiales de la realidad dominan la conducta. Tiende a ser superficial,
cambiante, impredecible; incapaz de compromisos estables y convicciones firmes y
duraderas.
Intelectualismo:
es el modo de ser de la persona cultivada primordialmente en el mundo
intelectual, dedicada excesivamente al estudio, la lectura... Se encuentra muy
polarizada hacia las ideas, las teorías, el pensamiento y a consideraciones
abstractas de la realidad. Por contrapartida desarrolla poco la dimensión
afectiva en las relaciones con los demás y suele ser un tanto fría, distante,
poco comunicativa, poco práctica en la resolución de los problemas cotidianos de
la vida.
Voluntarismo:
es la hipertrofia de la voluntad. El hombre voluntarista actúa movido sobre todo
por un afán de libertad. Tiende a tomar decisiones propias y llevarlas a cabo
sin atender apenas a los motivos, razones y sentido de la actuación. El
voluntarismo mueve a decidir sin motivación objetiva, sin considerar
suficientemente los condicionantes, y de una manera un tanto arbitraria: por una
afirmación de pura libertad entendida como un valor absoluto.
El voluntarismo
tiende al activismo: actuar, hacer, moverse... sin rumbo y sin sentido. El
voluntarista es rígido, inflexible, poco razonable, dominante, impositivo...
Carece de capacidad para hacerse cargo del modo en que influye y afecta su
conducta a los demás. Desestima los sentimientos, las formas, la elegancia, la
amabilidad... Busca ante todo la eficacia, los resultados, los efectos
cuantitativos y pragmáticos. Suele adolecer de falta de visión estética de la
vida.
3. La educación de los sentimientos
El hombre debe aprender a sentir la realidad,
apreciar y gustar el mundo. No basta con ver. Hay que aprender a mirar, apreciar
la realidad, discernir la belleza. Hay que discernir las cualidades de los
hombres con los que convivimos, intuir su mundo interior: sus alegrías y penas,
los motivos de sus sufrimientos, sus expectativas e ilusiones... La empatía es
la capacidad de experimentar unas vivencias afectivas semejantes a las que
padece otra persona. Es muy conveniente saber "empatizar" con quienes
convivimos.
Los sentimientos humanos constituyen un
dinamismo humano autónomo: el hombre los experimenta en la conciencia de manera
pasiva. Los sentimientos surgen como una reacción natural de la sensibilidad
humana ante los sucesos de la vida y el comportamiento de las demás personas.
Solemos pensar que ante los sentimientos no cabe más salida que padecerlos
pasivamente. Si son agradables, disfrutarlos, y, si son desagradables, sufrirlos
con resignación.
¿Podemos influir de manera voluntaria en
nuestro mundo afectivo y sentimental? Cabe responder que en cierta manera sí es
posible. Tenemos experiencia de que podemos adoptar actitudes distintas ante los
sentimientos. El tipo de actitud que tomemos depende en buena manera de cada
uno. Cada hombre debe aprender a adoptar una actitud inteligente ante las
situaciones que vive y los sentimientos que suscitan estas situaciones. De
manera que la respuesta no sea meramente espontánea sino fruto de una elección
consciente.
En el mundo de la empresa se dice que el buen
directivo debe aprender a actuar ante las personas y situaciones de una manera
no reactiva (espontánea) sino proactiva [4]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
La madurez humana requiere aprender a «sentir
de manera cabal» la realidad. La madurez humana requiere una adecuada educación
de los sentimientos. Educar los sentimientos significa comprender de alguna
manera por qué se siente la realidad como se siente, conocer los estados
anímicos personales, ser capaz de dar una cierta interpretación de los estados
anímicos que sufrimos, saber relativizar la excesiva carga sentimental que a
veces sufrimos, fomentar sentimientos adecuados ante la realidad que percibimos.
El hombre actúa habitualmente según lo que
decide hacer. La voluntad es la capacidad de decidir. La voluntad es la
capacidad de imperar la orientación de nuestros actos. Es la facultad que
reclama fuerza: la fuerza de la voluntad es un valor humano porque significa
actuar según las propias decisiones. Pero la voluntad reclama la luz de la razón
porque no es razonable actuar por el simple motivo de que me he decidido a
hacerlo así: porque sí. La voluntad reclama actuar por motivos verdaderos, por
lo que verdaderamente entiendo que es bueno para mí.
En no pocas ocasiones la persona debe actuar
al margen o contra los impulsos afectivos y sentimentales. Lo logra gracias al
imperio de la voluntad orientada por la verdad conocida intelectualmente. Sin
embargo el equilibrio de la personalidad alude a la conveniencia de que los
sentimientos se armonicen en lo posible con la voluntad. Es difícil actuar
habitualmente al margen o contra los sentimientos. Querer a los demás requiere
involucrar las capacidades afectivas y educar la afectividad para que se integre
con los valores conocidos por la inteligencia y queridos por la voluntad. La
madurez humana requiere la adecuada integración de la afectividad con la
voluntad y la inteligencia. La voluntad —capacidad de decidir y querer— debe
mover a la inteligencia a iluminar los valores humanos que deben regir la vida e
inducir a los afectos a apreciar afectivamente esos bienes humanos. Hay que
impulsar y potenciar la afectividad en el gusto por lo bueno.
La persona debe detenerse a considerar los
aspectos valiosos de los demás y dejar que los afectos se nutran, se desarrollen
hacia esos bienes. Así se puede aprender a querer más a una persona, con mayor
afectividad. De igual manera se pueden corregir los sentimientos de ira o
cólera, de odio o rencor. No debemos dejar que nos dominen. Podemos examinar
cuál es la causa objetiva que provoca esos sentimientos, desenmascarar así la
incongruencia objetiva de la carga emotiva que experimentamos y controlar de
manera oportuna su influencia en nosotros.
A veces nos sentimos molestos por el
comportamiento de una persona; nos resulta antipática, pero desconocemos el
motivo o razón objetiva de esa molestia: ¿por qué me cae tan mal este individuo?
Si uno analiza lo que le pasa puede llegar a conclusiones muy diversas.
Puede suceder, por ejemplo, que la molestia
sea un sentimiento de antipatía infundado, ocasionado por un particularidad
física de esa persona: me desagrada su porte descuidado, o su timbre de voz.
Puede ser que la antipatía venga provocada por su carácter, sus gustos, los
temas insulsos sobre los que suele conversar...
Tras ese análisis la conclusión más razonable
consiste en aprender a tolerar ese modo de ser, quitar importancia a esas
desavenencias, y no dejarse arrastrar por la antipatía. Además conviene fomentar
sentimientos de aprecio hacia esa persona reconsiderando y remarcando sus buenas
cualidades.
Si observo que una persona me cae mal porque
su conducta es inmoral puedo intentar ayudarla a rectificar y reparar su mala
conducta. De este modo lograré mitigar los sentimientos adversos y emprender una
actitud razonada y positiva ante los escollos de la convivencia con esta
persona.
Tema IV: Persona y
sociabilidad
En los tres primeros temas nos hemos centrado
en algunos aspectos concernientes a la dimensión más bien interna de la persona:
la dimensión psico-somática y la vida espiritual, el equilibrio interno de la
persona, la capacidad de actuar con autonomía: la libertad interior.
Ahora vamos a fijarnos en la dimensión más
bien externa de la persona: la capacidad de relacionarse con otras personas.
Entendemos que ambas dimensiones son fundamentales para comprender adecuadamente
a la persona.
1. La intimidad personal
Cada persona vive habitualmente pendiente y
ocupada con el mundo exterior: interesada por conocer las noticias del mundo en
el que vive, estar al tanto de los familiares, amigos, vecinos, llevar a cabo
las tareas previstas... Vivimos ordinariamente volcados hacia lo de fuera, hacia
la vida social.
En otros momentos preferimos quedarnos solos.
La soledad es necesaria para considerar los acontecimientos externos y la
actitud personal que tomamos ante esas situaciones. Nos conviene alternar
momentos de compañía con momentos de soledad.
Imagina que asistes invitado a una fiesta de
amigos. Te dedicas a alternar con unos y otros; escuchas, hablas, disfrutas de
la conversación, te ríes, bailas, paseas... Al día siguiente te detienes a
recordar lo que pasó en aquella fiesta. Deseas repasar los sucesos que te
llamaron la atención, las personas que conociste, los comentarios que oíste, el
efecto que causaste en alguna persona que te cayó bien y te gustó... Te preocupa
el efecto negativo que provocó algún comentario poco oportuno que hiciste y
sacas el propósito de no caer en una vulgaridad semejante en la próxima ocasión.
Repasas tus intervenciones, analizas los aciertos y errores, sacas conclusiones,
juzgas el comportamiento de las demás personas, haces planes futuros, decides
nuevas estrategias... Todo eso lo haces pensando, reflexionando, recordando,
juzgando... La asistencia a la fiesta fue una actividad marcadamente exterior.
Te volcaste hacia lo de fuera, te diste a la vida social. Esta segunda actividad
reflexiva es de carácter interior, íntimo, interno.
Necesitamos combinar la convivencia con los
demás —la vida exterior— con la reflexión, la vida interior. Las dos formas de
vida forman parte del ser de la persona.
En la intimidad se fraguan las convicciones,
los gustos, el aprecio por las personas, el interés por determinados proyectos.
En la intimidad se forjan las actitudes fundamentales de la vida, los planes,
las elecciones cotidianas. En la intimidad defino mi propia personalidad. Sin
intimidad la vida personal discurriría como el agua que se pierde por una
acequia. Es preciso desarrollar la interioridad personal. La existencia personal
es tanto más plena en cuanto que la vida interior es más profunda.
Al mismo tiempo hemos de reconocer que la
vida no se reduce a interioridad. La vida humana se desarrolla precisamente en
el entramado de las relaciones personales y en la confrontación con los
acontecimientos externos. Esas situaciones establecen las condiciones en las que
el sujeto debe crecer, aprender y madurar. Ese es el campo en el que la persona
puede y debe realizarse. Hay que saber encontrar el justo equilibrio entre vida
exterior y vida interior. La vida interior precisa apertura hacia fuera, abrirse
al mundo exterior. Esta apertura es precisamente la comunicación.
2. La comunicación humana
La comunicación es una capacidad esencial de
la existencia humana. La persona dispone de muchos medios de comunicarnos con
los demás.
El cuerpo es tal vez el medio más básico de
comunicación con los demás. Se ha dicho que el rostro es el reflejo del alma.
Podríamos añadir que no sólo el rostro; todo el cuerpo es el medio por el que
una persona refleja el estado anímico interior. Las posturas, los gestos, el
modo de mirar, la posición de las manos, la cercanía física... son el lenguaje
primordial con el que comunicamos a los demás nuestra postura personal ante los
asuntos y las circunstancias que vivimos.
La comunicación corporal se prolonga por
medio del lenguaje oral, el diálogo, la conversación. Por la conversación
salimos de la soledad propia de la intimidad y compartimos la riqueza de la
intimidad con los demás. Por la escucha permitimos que el prójimo nos revele su
intimidad. Surge así el diálogo, la comunicación, el encuentro personal entre
los hombres: la comunión entre las personas. Todos necesitamos abrir el corazón:
manifestar las alegrías, penas, proyectos, dificultades... para desahogarnos,
para encontrar consuelo, recibir ayuda, superar la ignorancia y ganar seguridad.
La comunicación es una capacidad específica
de relación entre las personas. La comunicación es la puerta del hombre a la
cultura y hacia su propia humanización. Por la comunicación aprendemos desde lo
más básico hasta lo más trascendente de la vida. Los hombres poseemos la
capacidad de comunicar lo que conocemos, lo que sentimos, queremos y amamos.
Podemos así ayudarnos a conocer la verdad y vivir en la verdad. Gracias a la
comunicación cada persona percibe en el fondo lo que más necesita: saberse
comprendido, valorado y amado como persona.
3. Ámbitos de convivencia
De manera natural cabría decir que las
primeras experiencias que acompañan a una criatura humana desde que nace son de
amor: el amor de los padres, el amor paterno-filial. El niño reclama sentirse
querido desde el nacimiento. El hijo va discerniendo poco a poco que su vida se
origina y desarrolla en íntima conexión con el amor mutuo de sus padres. Esta
atmósfera de amor es de vital importancia para su equilibrio y estabilidad
psíquica.
La convivencia que normalmente se da entre
hermanos abre un horizonte nuevo al niño: la relación de fraternidad. La
convivencia familiar, el diálogo, el intercambio y disfrute de bienes, la
compartición de cosas, de tareas domésticas, de proyectos familiares, de
ideas... todo eso contribuye poderosamente al desarrollo humano del niño y a la
toma de conciencia de su condición personal.
La convivencia con otros niños: en el
colegio, en el tiempo libre, por la participación en juegos, aficiones,
deportes... fomenta el desarrollo de las cualidades básicas de la persona. Se
descubre la amistad. Se comprende que ser persona es vivir en convivencia. Y si
la convivencia es de confianza y amistad el niño se desarrolla mejor. La
educación debe ayudar a cada hombre a desarrollar su personalidad, su carácter,
la capacidad de convivir pacífica y armónicamente con los demás.
Desde la pubertad se despierta la inclinación
sexual hacia la convivencia con personas del otro sexo. Se experimenta el
enamoramiento cargado de fuerza emocional y pasional. El amor juvenil otorga una
nueva profundidad a la relación personal: se entiende que la persona es digna de
ser amada de una manera superior a cualquier otra realidad del mundo.
El amor emocional pierde poco a poco su
fuerte carga afectiva y puede adquirir una forma más objetiva y voluntaria. Se
profundiza en el conocimiento mutuo y se empieza a amar al otro de una manera
más inteligente, más humana, más madura. El enamoramiento madura hacia formas de
amistad con una compenetración humana más o menos profunda.
El enamoramiento puede insinuar la
posibilidad de consolidar esa relación hasta el punto de hacerse perdurable y
definitiva mediante un compromiso mutuo de entrega absoluta. Se alcanza así la
forma más alta de amor: el amor esponsal, amor absoluto entre un hombre y una
mujer: amor incondicionado, único, exclusivo, estable y fecundo. Sobre el amor
esponsal nos ocupamos más detenidamente en el tema VIII.
La vida humana es convivencia, relación,
familia, amistad, sociedad… El hombre se siente llamado a la concordia, la
solidaridad, la ayuda, comunicación y promoción mutua, el afecto y amor. Todos
somos distintos, pero podemos establecer unas pautas de convivencia que respeten
las legítimas diferencias y permitan establecer cauces de entendimiento y
colaboración en los que cada uno ponga los talentos propios al servicio de los
demás y todos pueden obtener beneficios mutuos.
En la sociedad occidental se extiende por
desgracia el fenómeno de la soledad. La soledad tiene una etiología muy
compleja; pero cabe discernir que la raíz de este problema se debe a todo un
conjunto de deficiencias sociales de tipo cultural: el afán de autosuficiencia,
la superficialidad de las relaciones interpersonales basadas primordialmente en
la utilidad o el interés pragmático... y en definitiva el individualismo de raíz
liberal. La sociedad moderna tiene ante sí el reto de fomentar la conciencia
social de la persona: la convicción de que el desarrollo del bien común
constituye el mejor modo de asegurar la consecución del mayor bien personal.
4. La comunión personal
Llamamos comunión personal a la específica
relación humana que se establece entre un grupo de personas que se encuentran
aunadas por una forma de convivencia, un conjunto de actividades y bienes que
les permiten alcanzar una cierta realización personal. El objeto constitutivo de
la comunión puede ser de muy diverso tipo: proyectos de vida, aficiones,
creencias, ideales, valores, intereses prácticos... La comunión personal
establece lazos estables de convivencia, colaboración y ayuda mutua que permiten
realizar modos de existencia y alcanzar bienes humanos que serían inasequibles
individualmente.
La comunión personal perfecciona a las
personas en alguna faceta humana según la naturaleza del bien común compartido.
Las principales formas de convivencia destinadas a propiciar la comunión
personal deberían ser sin duda el matrimonio y la familia. En segundo lugar —y
sirviendo de complemento a éstas— deberían darse manifestaciones de verdadera
comunión personal en las diversísimas formas de convivencia que constituye el
tejido social: cualquier ámbito de trabajo, las empresas de producción y
servicios, los centros comerciales, los centros de enseñanza y formación
profesional, los lugares de recreo y diversión, las asociaciones de tipo lúdico,
los centros de vida religiosa… Todo el entramado social debería ser lugar de
promoción y desarrollo moral de las personas que allí conviven.
5. El problema de conciliar individuo y
sociedad
El problema de la relación del individuo con
la sociedad se ha planteado a nivel teórico por la filosofía política y la
sociología. Se han ofrecido multitud de teorías y soluciones prácticas, entre
las que podemos mencionar algunas:
—Hobbes entiende
que el hombre es naturalmente insolidario y egoísta y busca ante todo satisfacer
sus propias pasiones. La sociedad está permanentemente amenazada por la guerra
de unos contra otros. La solución que plantea Hobbes es que todos los individuos
se pongan de acuerdo en establecer una autoridad revestida de gran poder —el
Estado Leviatán— que garantice la paz social.
—el estructuralismo de Durheim
establece la disolución del individuo en la sociedad. El individuo es una
abstracción; lo único real es la sociedad en su conjunto.
—el liberalismo
pretende recuperar al individuo y defender su libertad; postula la limitación
del poder del Estado al espacio mínimo imprescindible a fin de preservar la
autonomía del individuo.
—el Personalismo contemporáneo
ve la sociedad como el ámbito de realización de la persona. La persona se
realiza gracias a la comunión de bienes que se puede establecer en el tejido
social, en la relación con los demás.
Las posturas radicales que postulan una pugna
irreconciliable entre el individuo y la sociedad y que abocan por un
totalitarismo socializante (el nacionalsocialismo de Hitler, la revolución
stalinista o maoista) o por un liberalismo a ultranza han ido moderándose a lo
largo del siglo XX y actualmente se proponen –de manera menos violenta– modelos
de armonizar el bien del individuo y de la sociedad.
A este respecto la doctrina social de la
Iglesia, desarrollada por Juan Pablo II en los documentos Laborem exercens,
Centesimun annum, y Solicitudo rei socialis, ofrece una visión constructiva del
problema social que apela al individuo a comprometerse con responsabilidad en el
desarrollo del progreso social.
La tesis principal de la Iglesia queda
recogida en la magistral sentencia del Concilio Vaticano II: «el hombre, única
criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su
propia plenitud si no
El individuo se realiza como persona en la
medida en que propicia el bien social. A su vez la política solo se justifica en
la medida que defiende y propicia la dignidad absoluta del ser humano y su
libertad.
El respeto y promoción de la dignidad humana
es para la Iglesia un principio fundamental de su doctrina social en cuanto que
ha recibido de su fundador, Jesucristo, la revelación del hombre como imagen del
Creador, y el mandato de organizar la vida social como familia. En este sentido
Juan Pablo II ha señalado que la solidaridad es un concepto que tiene una
profunda raigambre en la cultura cristiana.
6. Noción de persona humana
Llegados a este punto de nuestro estudio
sobre la persona parece que estamos en condiciones de enunciar una definición de
la persona basada en la enumeración los rasgos principales que hemos estudiado.
Cabe definir la persona humana como un ser
consciente, inteligente, libre, autónomo, con capacidad de autodeterminación, y
llamado a comunicarse y vivir en comunión con las demás personas.
La persona es el ser que posee al menos de
manera originaria y potencial un ámbito de intimidad o interioridad tal que le
capacita para:
—conocer la verdad, apreciar la belleza y
aspirar a la bondad.
—actuar con libertad, ser autónomo, dueño de
sí, forjarse el propio destino en la vida, determinarse a sí mismo.
—relacionarse con otros seres personales
mediante múltiples formas de comunicación: dialogar, intercambiar conocimientos
y valores y emprender proyectos de vida conjuntos.
—el amor recíproco, incondicionado y
absoluto: establecer una relación de comunión con otras personas, y constituir
familia, amistad, sociedad.
—la religiosidad; entendida como una cierta
relación personal con Dios basada en la conciencia de la absoluta dependencia en
el ser respecto de Dios, que conduce al consiguiente deber moral de agradecer el
ser recibido y corresponder según la propia vocación al proyecto creador, en una
actitud de escucha, adoración y sumisión al Creador.
Tema V: La
determinación de un proyecto de vida
1. La necesidad de definir un proyecto de
vida
La libertad es una experiencia de poder. El
joven ve la vida por delante llena de posibilidades. Con el tiempo se cierran
algunas puertas pero al mismo tiempo la experiencia del pasado abre otras
posibilidades nuevas.
El gran reto consiste en saber invertir bien
el tiempo, las energías, las capacidades personales que uno dispone. El problema
consiste en elegir bien los objetivos que deseamos alcanzar y definir
correctamente el estilo de vida que nos gustaría cultivar.
¿Qué hago con mi libertad? ¿A dónde voy?
Todo hombre se pregunta en un determinado
momento de la vida: ¿qué quiero hacer con mi vida?, ¿qué espero recibir y qué
pretendo aportar al mundo, a la sociedad, a los demás?, ¿qué rastro quiero dejar
con mi existencia?, ¿qué clase de persona quiero ser?
En la película "La fortuna de vivir" aparece
una escena en la que una madre de familia cuida a su hija enferma. Esta mujer no
cesa de quejarse y protestar, está siempre malhumorada y maltratando a los
demás. En una ocasión una hija de seis años le pregunta:
—"mamá: ¿por qué te empeñas en ser mala?
La madre se queda pensativa y le responde:
—"no lo sé, hija mía".
A veces nos sucede que no sabemos por qué nos
comportamos de una determinada manera. No hemos acabado de plantearnos
seriamente qué tipo de persona deseamos ser. Nos falta determinar mejor el
propio proyecto de vida.
¿Qué quieres ser de mayor?
Este es el gran interrogante que todos nos
hemos hecho desde pequeños. Es la pregunta por el contenido fundamental de
nuestro proyecto de vida.
Un ejemplo simplificado de proyecto de vida
podría enunciarse de la siguiente manera: «Seré arquitecto, me casaré con una
chica muy guapa, viviremos en una casa con jardín a las afueras de la ciudad.
Tendremos un coche todoterreno para ir toda la familia de pesca los fines de
semana. Viajaremos con frecuencia, procuraremos estar muy unidos, tendré muchos
amigos y haré mucha vida social. No me perderé ningún partido de liga de mi
equipo preferido y además...».
Todos soñamos con un determinado estilo de
vida, y procuramos poco a poco definirlo y realizarlo en la medida de nuestras
posibilidades.
2. El problema del sentido de la vida
El proyecto de vida está relacionado con el
problema del sentido de la vida. El proyecto de vida debe dar una respuesta
satisfactoria al problema del sentido de la vida.
Tarde o temprano todos hemos de enfrentarnos
con el problema más importante y profundo de la vida: la búsqueda del sentido de
la existencia. Necesitamos dilucidar las razones últimas, los motivos
determinantes por los que trabajar, luchar y sufrir.
Me decía un amigo: «yo necesito saber por qué
me levanto cada mañana». Es verdad, necesitamos saber a dónde vamos y en
definitiva el tipo de persona que queremos ser. Y es que en esta vida uno
persevera en la lucha por conseguir objetivos ambiciosos sólo cuanto tenemos
unas convicciones fuertes por lograr aquello que nos hemos planteado.
El proyecto de vida no se limita a la
determinación de un conjunto de actividades que me auto-impongo realizar: ser
médico, casarme, formar una familia, viajar, divertirme con amigos... Es eso;
pero es mucho más. Es además el modo de vivir, el modo de relacionarme con los
demás, es la ética que deseo inspire mi conducta, es el estilo de vida, la clase
de persona que deseo llegar a ser.
El problema del sentido de la vida remite al
problema de la verdad. La grandeza de la existencia humana estriba en la
capacidad de conocer la verdad y de obrar y vivir según la verdad conocida.
El estilo de vida refleja de alguna manera
las convicciones personales de cada hombre. Quien tiene una idea pobre de sí
mismo en cuanto persona, llevará a cabo un proyecto humano pobre. Una concepción
acertada sobre el hombre conduce a un estilo de vida capaz de alcanzar una
verdadera realización humana. Cada biografía pone de manifiesto las convicciones
de fondo de una determinada persona. La vida es al fin y al cabo el "campo de
prueba" de las ideas de cada persona.
3. Factores fundamentales del proyecto de
vida
a) Los gustos y aficiones
personales.-
A la hora de atisbar el proyecto de vida se han de valorar, como es natural, las
propias capacidades, gustos o aficiones personales hacia los que uno se siente
más inclinado: el arte, la producción industrial, el comercio, la gestión
empresarial, las relaciones sociales... Todo eso va definiendo un tipo de
actividad, una profesión, un estilo de vida.
La orientación profesional de los padres, la
influencia de los profesores, las experiencias de amigos... va alumbrando un
conjunto de posibilidades más o menos atractivas e interesantes. Algunas se ven
lejanas o demasiado ambiciosas. Poco a poco las nieblas del futuro se van
disipando y aparecen proyectos cada vez más asequibles, atinados, adecuados a
las propias capacidades.
b) La coyuntura social.-
Junto a los gustos personales juega un papel importante la coyuntura social.
Determinadas circunstancias familiares
—invalidez de algún familiar, una crisis económica, por citar unos ejemplos—
pueden obligar a iniciar una determinada actividad profesional antes de lo
deseado para mantener económicamente a la familia, dejando de lado la formación
profesional.
La coyuntura social puede condicionar mucho
el tipo de vida de las personas. Piénsese por ejemplo en aquellos que viven en
países en guerra, con recursos económicos escasísimos, en penuria, con hambre,
sin libertad, en una dictadura, con un gobierno corrupto, con un sistema
educativo, académico o universitario muy deficiente.
Otras veces la coyuntura socio-económica
propicia la dedicación profesional a una determinada área: pensemos en quienes
viven en zonas donde prima una actividad industrial determinada: fábricas de
textiles por ejemplo. No hay duda que la demanda social propicia que muchos
trabajadores se dediquen a aquello que les ofrece con más facilidad medios de
subsistencia independientemente de sus preferencias.
Las circunstancias sociales pueden repercutir
decisivamente en el tipo de actividad profesional que tomemos. El ambiente
cultural donde vivimos suele influir notablemente en nuestro estilo de vida —en
las aficiones, modos de divertirse, en la vida familiar—, y en nuestras ideas:
principios cívicos, valores morales, creencias religiosas...
En la actualidad la vida social se ha
diversificado notablemente: la sociedad se ha hecho pluricultural. En un mismo
hábitat social conviven personas de credos, culturas, lenguas, razas y estilos
de vida diversísimos.
Con todo se tiende a imponer modas o estilos
de vida predominantes. Tenemos el peligro de que el individuo quede sumergido en
un tipo de vida estandarizado y la existencia se diluya en una corriente
dominante en la que todo parece estar pensado y organizado desde instancias
superiores.
Ante la globalización hemos de salvaguardar
la libertad del individuo, de la persona humana entendida como sujeto autónomo
de decisiones, capaz de protagonizar su propia vida con una actitud crítica ante
la coyuntura social presente y el patrimonio cultural heredado, capaz de
discernir los valores y advertir las deficiencias morales.
Es preciso que cada hombre adopte una postura
personal ante la coyuntura social y cultural en la que vive. Esto es
precisamente el proyecto de vida personal. Es la determinación de los
principales objetivos que se desean alcanzar en la vida, del estilo de vida y el
modo de conseguir la propia realización personal.
4. El concepto de vocación
A la hora de definir el proyecto de vida
tiene mucha influencia en la conciencia de cualquier hombre los modelos de vida
que cabe percibir en la cultura en la que nos encontramos. La imagen del héroe
que aparece en la literatura o en el cine, la imagen del hombre triunfador que
difunden los mass media, constituye una fuente de modelos o proyectos de
existencia que ejercer una influencia no pequeña en los individuos. En este
sentido los líderes ejercen una gran influencia en cada ámbito social.
Los medios de comunicación presentan
constantemente propuestas que pretender convertirse en modelos de existencia
imitables: en proyectos de vida para todos.
En la actualidad se requieren modelos de
conducta atractivos que despierte en muchos hombres los altos ideales hacia los
que orientar la vida: prototipos humanos cuya fuerza persuasiva estribe sobre
todo en una fuerte carga estética capaz de entusiasmar a las jóvenes
generaciones humanas.
En la cultura actual se entiende por
«vocación personal» aquel conjunto de aspiraciones que el sujeto descubre en su
interior que le llevan a desarrollar sus más nobles energías en la promoción
propia y del bien común.
No es utópico pensar que el gobierno en una
empresa deba velar al mismo tiempo por el bien propio de la empresa como tal, el
de empresario, el de los empleados y el de los clientes. El gobierno de la
empresa consiste en el arte de distribuir con equilibrio y justicia las cargas
que cada cual debe sostener así como los beneficios que merece percibir. La
empresa bien llevada logra que al final todos salgan ganando.
Plantear el proyecto personal como «vocación»
significa discernir en las motivaciones que pueden inspirar el proyecto de vida
una cierta voz que nos llama y alienta desde lo más profundo de nuestro ser
hacia el bien común. El concepto de «vocación» reclama incluir el sentido de la
solidaridad como un deber fundamental de la vida personal, a la vez que permite
superar una visión egoísta e insolidaria del «proyecto personal».
Para la antropología cristiana el concepto de
vocación es clave para entender la persona humana. El hombre es ante todo un ser
llamado por Dios para realizar una misión en el mundo. Cada hombre viene al
mundo con una vocación divina. Se trata de una misión que consiste en colaborar
de alguna manera en la construcción del Reino de Dios en el mundo. La vocación
cristiana exige integrar el propio proyecto de vida en el gran proyecto divino
de la Creación según el modelo de Jesucristo.
El concepto cristiano de vocación sitúa el
proyecto de vida en el contexto trascendente de la existencia humana. La
existencia humana alcanza su fundamento más sólido y su sentido más alto gracias
al concepto de vocación divina. El proyecto de vida puede alcanzar su sentido
trascendente más amplio cuando atiende a la vocación divina.
5. Sentido de los compromisos
El proyecto de vida comprende un conjunto de
aspectos: gustos personales, libertad, sentido de responsabilidad y solidaridad,
sentido religioso de la existencia, realización personal... Poco a poco vamos
percibiendo con más claridad la importancia del valor del «compromiso» que
subyace en un verdadero proyecto personal.
Un verdadero proyecto humano incluye el
sentido moral profundo de la existencia humana. Hasta tal punto es así que cabe
decir que un verdadero proyecto humano reclama un auténtico compromiso personal
en relación a uno mismo, a Dios y a los demás hombres.
La consecución de cualquier proyecto requiere
establecer ciertos compromisos con uno mismo y con otras personas. Si me
propongo llevar a cabo un determinado proyecto profesional debo comprometerme a
realizar un conjunto de tareas y someterme a un determinado plan de trabajo. Si
mi proyecto profesional se integra en un programa en equipo con otras personas
debo comprometerme con esas personas para cumplir lo pactado y confiar que los
demás también lo cumplan. Si las partes integrantes son fieles se lograrán
alcanzar los objetivos previamente marcados.
La estabilidad es un factor de calidad.
Gracias a la estabilidad se logra la promoción del trabajador, la calidad de
trabajo, el bien de la empresa. Por esto es muy importante la constancia, la
estabilidad, la perseverancia para culminar los proyectos, llevarlos a término y
adquirir madurez y consolidar la calidad de la actividad y del trabajador.
Hay proyectos humanos que sólo se pueden
alcanzar por la colaboración estable de un grupo más o menos numeroso de
personas que desempeñen con fidelidad los compromisos adquiridos. Un hospital
—por poner un ejemplo— crea la expectativa de ofrecer medios sanitarios a un
conjunto de enfermos. Esa entidad logrará sus objetivos sólo si las personas
contratadas cumplen los compromisos adquiridos con esa entidad. La eficacia
depende de esto.
Un compromiso es la promesa de colaboración
estable con otras personas en la consecución de un conjunto de beneficios
personales y sociales. Podemos definir el concepto «empresa» —en sentido
genérico— como aquella institución resultante de la asociación de un conjunto de
personas aunadas en el desempeño de una serie de actividades dirigidas a la
consecución del objetivo buscado.
Toda empresa consta de personas, fines y
actividades. Pero lo más importante de una empresa es el espíritu que aúna a las
personas integrantes: el espíritu de compromiso con los ideales y objetivos de
la empresa. Se dice que una empresa está sana o verdaderamente viva cuando las
personas integrantes se encuentran vinculadas establemente entre sí por un
verdadero espíritu de compromiso con la empresa.
La realización social de la persona se
verifica en el cumplimiento de compromisos en proyectos valiosos y estables. La
libertad humana es la facultad personal que posibilita la determinación y
consecución de compromisos. La libertad está destinada a la constitución de
compromisos. La libertad alcanza su pleno sentido cuando sirve a la consecución
de proyectos humanos que contribuyen a la realización de la persona.
No hay que tener miedo a comprometerse. Sin
compromisos la persona no puede realizarse como tal ni puede concebirse sociedad
alguna.
En la película "La vida es bella" un padre de
familia asume el papel de hacer feliz a los miembros de su familia en unas
circunstancias muy difíciles. De esta manera lleva a cabo la vocación personal a
la que se siente llamado.
En la película "La habitación de Marwin" se
escucha a la protagonista decir "he sido muy feliz porque he amado mucho". Con
ese comentario esta mujer manifiesta haber encontrado el sentido de su vida en
la atención a su padre enfermo.
Las relaciones humanas se basan en
compromisos estables, en la confianza mutua en el empeño por cumplir los
compromisos adquiridos.
Ante el peligro de caer en una existencia
individualista atomizada espacio-temporalmente, los compromisos ligan a los
hombres entre sí y pueden otorgar un sentido global a la existencia y su más
noble valor y trascendencia. Las relaciones humanas más importantes y necesarias
se basan y verifican por la asunción y cumplimiento de compromisos de futuro
estables.
La sociedad se edifica sobre la base de un
conjunto de compromisos asumidos libremente destinados a la construcción de una
hábitat social que permita el crecimiento y desarrollo de cada ser humano y de
la familia humana en su conjunto. La sociedad se basa en la confianza mutua; en
el acuerdo mutuo de atender y no traicionar las expectativas de los demás.
La hora de embarcarse en un
gran proyecto.-
A lo largo de la vida aparecen momentos especiales en los que surge la
posibilidad de embarcarse en un nuevo proyecto. Nos encontramos como el viajero
que se halla en el puerto y se plantea la duda de si tomar un determinado barco
que le conducirá hacia un puerto atractivo pero al mismo tiempo un tanto
incierto y arriesgado.
En la vida surgen ocasiones en las que
podemos disponer del presente y del futuro como un todo e invertir ese todo en
la realización de un proyecto que nos parece tan atractivo e interesante que
merece la pena afrontar los riesgos y sacrificios que conlleva.
La aparición de un compromiso en un gran
proyecto pone de manifiesto de una manera muy significativa el poder y la
grandeza de la libertad humana. Situaciones de este tipo permiten descubrir un
sentido profundo de la existencia humana. Se experimenta que la vida es
libertad, y la libertad proporciona la posibilidad de llenar la vida de sentido.
La vida adquiere de esta manera una dimensión y unos horizontes antes
insospechados.
El ser de una persona se conmensura con los
propios ideales morales: aquello por lo que vive, lucha, trabaja, se esfuerza...
aquello que alegra el corazón, aquello por lo que un hombre sueña, por lo que se
levanta por la mañana, por lo que está dispuesto al sacrificio, por lo que está
dispuesto a dar la propia vida. Los ideales marcan la dimensión de la existencia
humana.
6. La elaboración del proyecto de la vida
Señalamos algunas sugerencias para la
elaboración del proyecto de vida:
A) Magnanimidad.-
Es propio de un espíritu joven y magnánimo soñar con ideales grandes, ver la
vida llena de posibilidades y desear trabajar con ilusión en proyectos
ambiciosos. Conviene alentar esos proyectos, alimentar iniciativas, encender la
ilusión de emprender grandes proyectos en la vida.
En un segundo momento habrá que estudiar la
viabilidad, la posibilidad de llevarlos a cabo, los medios que habrá que
arbitrar, las energías que habrá que invertir, el tiempo de ejecución... Ya
habrá tiempo de ejercitarse en la constancia y en la superación de dificultades.
Lo que ahora interesa es saber soñar. Quien no sueña con metas altas pierde algo
fundamental de la vida. Quienes se afanan por apagar iniciativas, los agoreros
de malos presagios, deberían aprender a callar y no anestesiar la vitalidad del
espíritu humano.
B) Proyectos compartidos y
solidarios.-
El proyecto de vida debe ser un proyecto compartido con otros. Dice un proverbio
africano: «para llegar rápido ve tu solo, para llegar lejos vamos todos juntos».
La persona sola no puede llegar lejos. La colaboración es la clave para el
progreso y perfeccionamiento humano. Un verdadero proyecto humano debe ser
solidario. Debe ofrecer una contribución al bien común.
En este sentido la constitución de un
matrimonio y de una familia significa ordinariamente el mejor modo de contribuir
al bien social; pues nada hay más social que contribuir al nacimiento y
desarrollo de una vida humana. La familia representa ordinariamente el contenido
principal de un proyecto de vida.
C) La concreción del proyecto.-
La concreción del proyecto es una tarea difícil pero tan necesaria como lo es
para un Estado moderno contar con una Constitución o Carta Magna. Cada persona
necesita definir de la manera más clara posible el marco en el que desea
encuadrar la existencia. Solo así la vida logra afianzarse sobre unos cimientos
firmes y deja de vagar por derroteros inciertos, sin rumbo propio, a merced de
los vientos predominantes, al dictado de hombres que tratan de manipular e
imponer su dominio sobre los demás.
El proyecto ha de determinar los principales
valores humanos que se desean encarnar. Consciente de los rasgos del propio
carácter, la persona debe perfilar las cualidades humanas que desea incorporar a
su modo de ser. El proyecto marcará un tono de vida abierto a los demás,
comunicativo, acogedor, amable, sereno, sencillo, sincero, fuerte, exigente,
justo... Ha de ser cada uno quien determine la personalidad que desea adquirir
con el paso de los años y decidir libremente quien desea ser.
D) La revisión del rumbo.-
La vida exige —como cualquier navegación— una permanente revisión de la
localización y rumbo de la propia nave. Cada hombre debe recordar con frecuencia
sus ideales, profundizar en ellos, consolidarlos, renovarlos y ratificar el
empeño por alcanzarlos.
E) La perseverancia ante las
dificultades.-
Nos acecha siempre el peligro de la dejadez, la rutina, la inercia. Es preciso
mantener joven el espíritu renovando la firmeza de los propios ideales y la
ilusión por crecer y desarrollar las propias capacidades. La persona debe luchar
por su realización hasta el final de su existencia. El proyecto personal nunca
está realizado del todo.
7. La gestión de la crisis del proyecto
Con el paso del tiempo pueden aparecer
momentos en que nos sintamos insatisfechos con el tipo de vida que llevamos.
Ciertos ideales parecen dejar de motivarnos, perdemos la ilusión por
determinados proyectos que parecen pertenecer a un pasado obsoleto. Tal vez nos
sentimos defraudados por las personas con las que convivimos, con quienes
esperábamos disfrutar una vida atractiva e interesante. La convivencia puede
entrar en crisis y con ello también todo el proyecto de vida y los compromisos
adquiridos.
Hemos de indagar qué es realmente lo que está
fallando en el propio planteamiento de la vida. ¿Será que me he equivocado a la
hora de elegir el norte de mi vida?, ¿habré puesto mi corazón en unos objetivos
incapaces de llenarme de verdad?, ¿dónde falla el planteamiento de mi vida?,
¿por qué no soy feliz?
A veces esta situación reclama una revisión
drástica del planteamiento global de la existencia. En otras ocasiones la crisis
se puede resolver como un paso adelante en el proceso de maduración en el
proyecto.
Los pequeños conflictos de convivencia —en el
matrimonio, con los amigos o colegas de profesión, etc.— pueden acabar en una
ruptura dramática cuando no se acierta a aceptar una humillación, un defecto
personal o un modo distinto de valorar un aspecto determinado de la vida... Si
se aprende a perdonar, a pasar por alto un descuido, y a aceptar un modo
distinto de ver las cosas, esas dificultades se convierten en un modo de madurar
y afianzar la propia capacidad de convivir con los demás.
De igual modo cualquier dificultad de la vida
que pone en crisis de alguna manera el proyecto de vida puede servir para
madurar ese proyecto y los compromisos inherentes: para perfilarlo mejor,
renovarlo, mejorarlo, impulsarlo, consolidarlo... La vida ofrece constantemente
la puesta a prueba de la solidez del propio proyecto de vida y la posibilidad de
madurar los compromisos adquiridos.
Tema VI: La conciencia
moral
1. La conciencia moral
La conciencia moral
La verdad sobre los valores morales permite
establecer la normatividad moral: el conjunto de principios que orientan a la
persona para realizar el bien. La verdad posee, dentro de la estructura de la
persona, un poder normativo: una capacidad de dictar normas que determinan el
verdadero bien de la persona en el obrar. La normatividad es fruto y
consecuencia de la existencia de los valores, que se conocen de modo objetivo, y
por ello se pueden dar normas objetivas referentes a ellos.
La noción de deber se halla íntimamente
conectada con la de normatividad y con la participación de la acción en la
verdad. La verdad acerca de los valores establece una normatividad que tiene
carácter de deber, que se impone al hombre como una algo que se debe realizar.
La experiencia del deber manifiesta la
dependencia de la acción humana respecto de la verdad. Al experimentar el deber
de realizar una determinada acción constatamos la existencia de un determinado
valor que reclama de nosotros una determinada conducta. La verdad del valor
constituye la base de la formación del deber: "el poder normativo de la verdad
(...) explica los deberes en cuanto referidos a los valores" [8]<!--[if
!supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->. Dicho de otro modo: la verdad sobre el
bien establece el fundamento de la normatividad moral [9]<!--[if
!supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->. A su vez, la normatividad expresa y
encierra un determinado deber: "cuanto más profundo es el convencimiento de que
una norma indica un bien verdadero, tanto más fuerte es la obligación o deber
que genera" [10]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
La experiencia del deber pone de manifiesto
la vinculación de la libertad con la verdad. La normatividad moral, en cuanto
que significa la dependencia de la verdad en el obrar, no anula o coarta la
libertad, sino que es su expresión más clara.
2. La formación de la conciencia moral
La formación de la conciencia moral es la
tarea autoeducadora que realiza el sujeto humano a fin de alcanzar un buen
discernimiento de la verdad sobre los valores morales. La formación moral se
nutre del ejemplo aportado por modelos humanos valiosos y atractivos. La vida
ejemplar de algunas personas puede constituir el mejor patrón de conducta de
ciertas actitudes morales fundamentales para la formación moral: respeto,
honradez, solidaridad, lealtad, servicio, generosidad... Las biografías de
ciertos personajes de la historia suele constituir un buen marco de referencia
para la educación de la conciencia moral. La buena Literatura puede también
jugar un papel importante en la educación moral, en cuanto que ofrece una
galería de modos de comportamiento paradigmáticos ejemplares o execrables.
El conocimiento de los valores morales
ejemplificados en determinadas personas permite asimismo determinar el proyecto
de vida: el conjunto de objetivos que un hombre se propone conseguir a lo largo
de su vida así como los valores o estilo moral con que desea configurarse a sí
mismo. El proyecto de vida obedece a una voz interior que la persona escucha en
su interior y es a la vez la respuesta moral a esa vocación.
3. El juicio de la conciencia
Ante las posibles opciones que presenta la
vida en cada momento la conciencia debe iluminar la mente para elegir bien. La
conciencia puede adoptar diversas posturas ante una coyuntura concreta de la
vida:
En unos casos la conciencia propone, sugiere,
invita, impulsa al sujeto a tomar una determinada opción.
Otras veces desecha, desestima, rechaza una
posible actuación.
En ocasiones duda o queda perpleja sobre la
conveniencia o no de actuar de una determinada manera.
Otras veces el sujeto siente temor o
incertidumbre ante una situación presente o futura que no sabe resolver
adecuadamente.
También la conciencia puede enjuiciar las
acciones pasadas: detestarlas (experimentando remordimiento, arrepentimiento) o
encomiarlas (sintiendo satisfacción interior por la obra realizada).
La autoconciencia moral se halla lejos de
realizar una mera función teórica: la definición del bien y el mal. El carácter
marcadamente práctico de la autoconciencia moral viene dado por desempeñar una
cierta función de puente entre el conocimiento objetivo de los valores morales y
las circunstancias individuales en las que se ejerce la acción. Su misión propia
"no es meramente cognoscitiva (...) sino que consiste también en hacer depender
el acto de la verdad conocida" [11]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
Para obrar bien no basta con conocer lo bueno, se precisa también el querer
obrar bien, y además superar con fortaleza las dificultades que se presentan. La
autoconciencia moral interviene integrada en la dinámica de la voluntad, que
asume los dictados de la conciencia moral y encauza la acción de acuerdo a
ellos.
4. Perspectiva histórica de la Ética
Se denomina Ética aquella parte de la
filosofía centrada en el estudio y análisis de la conducta humana con el objeto
de discernir las normas morales que permiten orientar la conducta humana —los
actos libres de la persona— hacia la realización de la vocación personal de cada
hombre. La Ética establece indicadores hacia la consecución de una vida lograda,
una vida humana plena, y en definitiva la felicidad.
La Ética debe discernir en las biografías de
hombres y mujeres que han destacado por sus cualidades humanas y su ejemplaridad
las pautas para ofrecer modelos de existencia imitables, una fuente de
inspiración para orientar la existencia humana. De esa fuente puede la Ética
extraer principios y valores humanos que están implícitos en esos modelos de
vida.
A lo largo del tiempo se han ido elaborando
un conjunto de teorías sobre el ideal de vida humana. Esas teorías, que
constituyen el cuerpo de la Ética, pretenden proporcionar un conjunto de
principios capaces de orientar la conducta de los hombres hacia la plena
realización moral.
Aristóteles
elabora uno de los primeros tratados de Ética. En su Ética a Nicómaco lleva a
cabo un estudio profundo de la acción humana. Nos dice que la acción es buena
desde el punto de vista moral cuando el sujeto realiza una elección correcta
basada en la verdad sobre el bien del hombre de acuerdo con su naturaleza
[12]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
El concepto de naturaleza humana, extraído en
definitiva de la metafísica, significa el concepto clave de la Ética clásica. La
naturaleza humana contiene la verdad sobre el hombre; y es por tanto la clave
para dilucidar el bien del hombre. La bondad o maldad de cualquier acción humana
se definía a partir del concepto de naturaleza humana: es moralmente plausible
toda acción acorde a la naturaleza racional y social del hombre. Es reprobable
toda conducta que repugna lo humano así entendido. La naturaleza humana
significa para la Ética el marco normativo que permite determinar qué acciones
son afines a la noción de hombre y cuales denigran al hombre, son reprobables y
deben condenarse por la Ética.
La Ética posee por tanto un ideal de la vida
lograda, de la vida auténticamente humana. Este ideal establece aquel conjunto
de principios que expresan la vida humana íntegra, plena, beata y satisfactoria;
esto es una vida en la que el sujeto alcanza la realización humana integral y
plena según sus posibilidades. Estos principios de la ética deben ser rectores
de la conducta de todo hombre que quiera alcanzar su plenitud humana, su
plenitud moral, su felicidad.
De esta manera la Ética enseña que todo
hombre que desee alcanzar su realización humana debe:
—ordenar los afectos y pasiones según la
razón (templanza),
—atender a las exigencias de los derechos y
deberes en la convivencia con los demás hombres (justicia),
—discernir atinadamente la conducta más
acorde según las circunstancias (prudencia).
—superar las dificultades que se presenten
(fortaleza).
Las cuatro virtudes capitales expresan el
núcleo de la integridad moral de cualquier hombre según la Ética clásica.
El Cristianismo recibió con buenos ojos
muchas aportaciones de la moral natural de la cultura grecorromana. Basta
considerar la recepción que tuvieron autores como Aristóteles, Cicerón, Séneca,
etc., en numerosos Padres de la Iglesia y teólogos medievales.
Durante siglos la Moral heredera de la
tradición aristotélica centró sus esfuerzos en el análisis moral de la acción
humana, distinguiendo tres aspectos fundamentales: objeto moral, intención y
circunstancias. Se ocupó de definir el objeto moral de las acciones y llevó a
cabo estudios minuciosos sobre la especie moral de las acciones, tanto virtuosas
como pecaminosas.
Con el tiempo este planteamiento de la moral
se transmitió a la conciencia de muchos hombres de una manera notoriamente
empobrecida. Es verdad que tal vez la enseñanza de la moral se polarizara
excesivamente en una complejidad de análisis de la conducta, en una agotadora
casuística, que pudo dificultar a la mayoría de los hombres el discernimiento
cabal del punto central y fundamental: aquello que es verdaderamente humano y
acorde con la naturaleza humana.
La ética parecía perder su capacidad de
orientar la conducta y la vida de los hombres tal vez por ceñirse demasiado a la
analítica de las acciones humana. La moral se presentaba a los ojos de muchos
como un normativismo: un conjunto de normas señalizadoras de los límites del
bien y del mal moral: "cumple estas obligaciones porque son el deber", "evita
estas acciones porque son pecaminosas".
Con el tiempo, para muchas personas, la moral
se redujo a un código de preceptos que limitaban el ejercicio de la libertad. Se
pensaba que la moral así concebida no hacía sino cortar las alas del espíritu
humano, dificultar su desenvolvimiento espontáneo, encorsetar la vida según unas
normas limitadoras y, en definitiva, alienar el espíritu humano. Era necesario
renovar la ética para que recuperara su misión de orientar al hombre a discernir
el sentido de los valores morales y motivar su desarrollo según su vocación
personal individual.
La crisis de la metafísica que aconteció en
la edad moderna terminó privando a la Ética de la noción de naturaleza humana.
Este concepto se tornó una noción vacía y sin sentido. Desde entonces la Ética
se dedicó a buscar otras nociones en las que fundarse: el puro deber moral (Kant),
los valores (Scheler), la utilidad (Bentham)...
El liberalismo planteó una renovación de la
Ética dirigida una destruir todo canon moralizante y liberar el espíritu humano
de toda traba de la conciencia. Se invitaba así al individuo a actuar con
espontaneidad y en definitiva sin más ética que la del respeto de la libertad
ajena.
Tras el subjetivismo relativista en el que
había caído la Ética, a lo largo del siglo XX el Personalismo trata de recuperar
la objetividad de la Ética a partir del concepto de persona entendido como un
valor moral absoluto. Sin renegar del legado de la metafísica –más bien
asumiéndolo– era preciso redescubrir el ser del hombre atendiendo a ciertos
aspectos fundamentales como la subjetividad, la libertad, la conciencia y el
orden social.
En este contexto se postuló que la Ética
debía recuperar la misión de estimular hacia el logro de la excelencia humana
planteando grandes horizontes de vida, sobre todo en la etapa juvenil de la
existencia. La Ética debía fomentar en cada hombre la ilusión de alcanzar la
plenitud personal de manera íntegra y magnánima.
El Personalismo pretende superar el conflicto
de normativismo y libertad recuperando la verdad objetiva como la gran promotora
y salvaguarda de la libertad. El cometido de la Ética Personalista consiste en
promocionar y conducir a plenitud el ser de la persona. Su lema fundamental
tiene por enunciado: "sé el que eres"; "sé en plenitud quien ahora eres en
germen".
Según este planteamiento, la Ética centra su
tarea en despertar la vocación de la persona y promover actitudes de fondo
verdaderamente humanas. La formación ética se dirige a renovar el corazón del
hombre, su grandeza de espíritu: fomentar una actitud ante los demás llena de
respeto e interés por propiciar el mayor bien de cada hombre. Y el mayor bien
del hombre significa el encuentro de su puesto en la sociedad, el desarrollo de
lo mejor de sí y su ofrecimiento a la sociedad. Según esta orientación, la Ética
puede asimismo orientar la acción concreta y facilitar la elección más correcta
en cada momento.
Tema VII: Virtudes
humanas
1. Noción de virtud moral
Hemos considerado que la persona humana tiene
la capacidad de determinar por medio de la libertad su propia conducta. La
acción libre, fruto de una decisión voluntaria, tiene una propiedad denominada
«moralidad»; esto es, una cualidad que consiste en la contribución positiva o
negativa a la perfección o realización de la persona en cuanto tal. La acción
moralmente buena es aquella que obedece al bien de la persona, al desarrollo
positivo de su ser personal considerado en sí mismo y en el contexto social y
religioso de la persona.
La filosofía griega puso de manifiesto que
mediante la acción libre la persona adquiere un desarrollo ontológico. El ser de
la persona se engrandece o se degrada, progresa o degenera, mejora o empeora
sustancialmente. Este engrandecimiento o empobrecimiento moral se expresa a
nivel ontológico mediante el concepto de hábito.
Los hábitos derivados de las acciones
moralmente buenas se denominan virtudes. Los que proceden de acciones
defectuosas o perniciosas desde el punto de vista moral se denominan vicios. En
el contexto personalista en el que se escriben estas páginas, las virtudes
manifiestan la orientación de la conducta que contribuye a la realización de la
persona en cuanto tal. El estudio de las virtudes nos permite explicar en qué
consiste «ser una buena persona». Nos permite explorar las principales pautas
que permiten alcanzar una mejor realización personal.
En este tema tan solo se pretende enumerar y
explicar muy brevemente algunas virtudes agrupadas en diversas familias.
2. La riqueza interior de la persona
El espíritu humano requiere motivaciones
fuertes para adquirir compromisos de entidad que llenen la vida de contenido y
sentido. Esas motivaciones son fruto de convicciones firmes, ideales y valores
profundos por los que vale la pena luchar. Es preciso propiciar desde la
infancia el descubrimiento de ideales capaces de entusiasmar en la construcción
de un mundo más humano. Es preciso despertar el afán de liderazgo; la hora
actual reclama nuevos líderes que sean artífices de una sociedad capaz de
renovarse a sí misma.
El bien de la persona requiere el cultivo de
las capacidades intelectuales: la cultura, el saber intelectual, el desarrollo
de la capacidades de pensar, reflexionar, indagar sobre las grandes cuestiones
humanas, el amor a la sabiduría...
Entre los hábitos que forman parte de este
campo cabría destacar los siguientes:
El interés por la cultura:
el deseo de conocer los fenómenos más destacados del patrimonio cultural, social
e histórico en el que se vive. La persona necesita profundizar en las raíces de
la propia nación o pueblo y de los avatares históricos que dar razón de la
configuración social y cultural actuales. Sólo así se puede encontrar el sentido
de las principales instituciones y principios que configuran la vida social y
política en la que nos encontramos.
El autoconocimiento de las
propias capacidades y limitaciones,
de las posibilidades de hacer el bien y del deber de reparar los posibles daños
cometidos hacia terceros.
El interés por conocer el
propio entorno:
las personas y los acontecimientos sociales más relevantes de nuestro medio más
cercano.
La sinceridad:
capacidad de comunicar a los demás la información sobre los sucesos que tienen
derecho a saber sobre uno mismo y los demás.
La humildad intelectual,
que consiste en la aceptación de la propia ignorancia y los errores que
cometemos en el discurso comunicativo con los demás. Todos tenemos experiencia
de lo fácil que resulta —en esas conversaciones que muchas veces surgen
espontáneamente— caer en una dinámica de crítica, difamación o calumnia —de
personas y actuaciones— sin disponer de información o elementos de juicio y
motivos para llevarla a cabo. Esta virtud fomenta la cautela y prudencia a la
hora de establecer juicios de valor sobre personas y sucesos.
3. El orden interno de la persona
La condición corporal, sensible y afectiva
del hombre condiciona de alguna manera toda su existencia. Hemos de cuidar bien
el cuerpo, alimentarlo, vestirlo, ejercitar sus capacidades físicas para que se
desarrolle sanamente: hacer deporte, evitar riesgos excesivos de perjudicar la
salud, curar convenientemente las enfermedades.
Además se requiere educar convenientemente la
percepción, los sentidos, los sentimientos, los afectos, las pasiones, el
gusto... La psicología humana requiere aprendizaje, desarrollo, cultivo de
capacidades. Es preciso aprender a ver, a fijarse, sentir la realidad, los
valores, la belleza, la estética.
El buen gusto o educación en el vestir, en el
comer, en el hablar; la elegancia y corrección en el trato con los demás, el
cultivo del gusto por la belleza, por el arte en sus más variadas
manifestaciones: la literatura, la música, la pintura... constituye un verdadero
tesoro humano, que a todos nos compete cultivar y enriquecer progresivamente.
Es preciso cultivar el conocimiento de sí
mismo: los estados anímicos que atravesamos con objeto de no darles más
importancia de la que tienen y superar estados de decaimiento o euforia evitando
actuaciones imprudentes. Además se deben cultivar sentimientos positivos que nos
permitan captar mejor las situaciones dolorosas y gratificantes en la
convivencia con los demás: aprender a simpatizar con los demás; esto es,
participar de alguna manera en los sentimientos ajenos.
Para saber estar, para amar, para darse a los
demás es preciso poseerse correctamente: es preciso aprender el autodominio.
Este dominio respectos a los propios sentimientos, afectos, pasiones permite
desarrollar un conjunto de virtudes, entre las que cabe destacar:
La templanza.
Es el orden adecuado que establece el espíritu sobre las instancias anímicas
afectivas, sentimentales y emotivas de la persona.
La sociedad occidental ha caído en una
espiral de consumismo exagerado, en un vivir para producir y gastar motivados
por un descontrolado afán de disponer, usar, tener... que con frecuencia lleva
al hastío, a la supervaloración de los medios materiales convertidos en fines,
al deterioro de la ecología... Es preciso reeducar el uso y compartición de los
bienes a fin de no hacernos esclavos del disfrute de las cosas sino que éstas
sirvan al verdadero bien de las personas, la convivencia y la solidaridad
humana.
La economía entendida como la virtud
reguladora de la dimensión económica de la persona: el uso y disfrute de los
recursos humanos con sentido de solidaridad, la consecución y uso del dinero, la
moderación del gasto, al arte de comprar lo que conviene, cuando conviene y
donde conviene.
La castidad.
Es la educación de las facultades sexuales de la persona. La castidad permite
mitigar, desarrollar y encauzar la emotividad, la afectividad y las pasiones
venéreas hacia la entrega amorosa requerida para la realización de la vocación
esponsal de cada persona. Sobre esta virtud nos ocuparemos más detenidamente en
el tema X dedicado a la sexualidad.
4. La convivencia
Cabe señalar un conjunto de virtudes que
contribuyen a una armónica convivencia con los demás:
La humildad:
virtud que capacita para valorar debidamente los asuntos y cualidades personales
y apreciar las cualidades y necesidades de los demás. Esta virtud permite al
sujeto integrarse correctamente en la convivencia con los demás, evitando una
desmedida dependencia de los demás o una excesiva autosuficiencia.
—El interés por conocer y atender a cada
persona,
—El respeto hacia cada persona, a la libertad
y demás bienes personales,
—La tolerancia y comprensión hacia otras
maneras legítimas de pensar, decidir y comportarse,
—La adaptabilidad: capacidad de amoldarse al
modo de ser de los demás en la convivencia social y de manera especial en el
ámbito familiar.
—La solidaridad: disponibilidad para el
servicio hacia los demás. En primer lugar se debe una atención especial hacia
los más cercanos: los familiares, colegas de trabajo, vecinos... pero luego se
extiende también —en la medida que resulta posible— hacia personas indigentes;
limitadas por la edad, la enfermedad, la pobreza, etc.
—la paciencia ante las dificultades y
deficiencias propias y ajenas.
—la disposición de ayudar a mejorar a los
demás.
—la amabilidad: capacidad de ser cordial y
agradable con los demás.
—la capacidad de hacer amistad con el mayor
número de personas. La amistad es fruto y raíz de muchas virtudes humanas.
5. La vida matrimonial y familiar
La convivencia propia de la vida matrimonial
exige el cultivo de unas virtudes específicas que contribuyen a la maduración y
fidelización del compromiso de amor matrimonial.
La convivencia matrimonial requiere un
conjunto de virtudes que fomentan un clima íntimo y profundo de comunicación con
el cónyuge, de interés por las menudencias de cada jornada, de respeto y
consenso a la hora de tomar decisiones, las muestras de afecto, ternura y
disponibilidad en las relaciones conyugales.
El afecto marital debe estar animado por una
actitud abierta y generosa hacia la fecundidad. El cultivo de la maternidad o
paternidad incluye muchas virtudes que contribuyen poderosamente a la
realización humana y a su religiosidad pues conforma al hombre de una manera
singular con el Creador. No hay mayor bien social que la contribución de
recursos humanos al tejido social, sobre todo si se trata de personas bien
educadas, responsables, respetuosas y solidarias.
La educación de los hijos fomenta el
desarrollo humano de los padres: el sentido de la solidaridad, el civismo, la
generosidad, la paciencia, la fortaleza, la capacidad de amar de manera gratuita
y desinteresada propia de la paternidad. La ejemplaridad requerida en la
educación de los hijos fomenta la mejora de los padres en el plano moral. La
necesidad de inculcar buenos hábitos en los hijos suele contribuir a la madurez
moral de los padres.
6. El trabajo
En el ámbito de la actividad laboral se
pueden desarrollar un conjunto de virtudes específicas:
—El orden: capacidad de jerarquizar
convenientemente las tareas según su importancia objetiva, y la precedencia que
cada una merece, sin dejarse llevar por la mera urgencia o por apetencias
subjetivas,
—La constancia y fortaleza para llevar a cabo
las tareas dificultosas sin claudicar o dejarlas antes de llegar a término,
—El afán de promocionarse y perfeccionar la
calidad del trabajo.
—El espíritu de colaboración en el trabajo en
equipo para atender de la mejor manera al conjunto de la empresa, sacrificando
en ocasiones particularismos o apetencias personales.
7. Afán de aprender
La madurez humana requiere cultivar una
cierta deportividad en la vida moral. Esta deportividad moral consiste
básicamente en saber aceptar los errores sin darles excesiva importancia, sacar
experiencia positiva y re-emprender la lucha sin dejarse dominar por el
pesimismo ocasionado por los fracasos del pasado. La madurez moral tiene mucho
que ver con el espíritu joven que induce a saber levantarse ante los fracasos.
Atendiendo a la capacidad humana de
rectificar los desaciertos cometidos cabe mencionar una familia de virtudes
orientadas a facilitar el aprendizaje y mejora de la conducta:
—la capacidad de examinar la conducta propia
con objetividad,
—el deseo de aprender y recibir correcciones
y consejos,
—la flexibilidad para adoptar otros modos de
conducta mejores,
—el reconocimiento de los propios errores, la
petición de perdón, y la reparación de los perjuicios provocados a terceros.
Tema VIII:
Enamoramiento y matrimonio
1. La vocación esponsal de la persona humana
La persona humana alcanza su realización
personal por medio de la comunicación de amor. El ejercicio del amor
interpersonal es la actividad que mejor posibilita y más contribuye a la
realización de la persona en cuanto tal. Esta concepción de la persona nos
ofrece una clave fundamental para entender el ser del hombre, el sentido de la
libertad y la orientación fundamental de la ética.
En el tema IV, 3 hemos estudiado diversas
formas en que puede realizarse la persona en la relación, comunicación y amor
con las demás personas. Tras repasar algunas de las manifestaciones del amor
humano, vimos que el amor esponsal es la forma suprema de amor. El amor esponsal
es el ámbito de maduración en el amor humano. Por el amor esponsal la persona
debe alcanzar la realización de una faceta fundamental del su ser: la dimensión
esponsal.
La persona humana posee una doble modalidad:
hombre y mujer, con una específica complementariedad sexual, que la capacita
para realizarse en el amor esponsal. El amor esponsal tiene su origen remoto en
el enamoramiento.
2. Enamoramiento
El enamoramiento es un estado emocional
marcado por un fuerte sentimiento de atracción hacia otra persona. Se descubre
en la otra persona algo especial, atractivo: belleza física, talento,
expresividad, alegría, estilo de vida, modo de pensar, ocurrencias, gracia
humana… Se descubre algo único e irrepetible que llama la atención, y resulta
muy atractivo; se desea la compañía de esa persona, su cercanía física. La
estima, cariño, fortaleza, seguridad, orientación, estabilidad y equilibrio
humano que se recibe del otro provoca un gran deseo de poseer a esa persona: la
propia existencia se siente notablemente reforzada gracias a la convivencia con
esa persona. El enamorado entiende que «la persona amada significa un gran valor
para sí mismo».
Quien se enamora procura fomentar en la
persona amada un vínculo afectivo semejante. Desea que el amor sea recíproco: un
verdadero diálogo amoroso, una comunicación amorosa. Cuando la atracción es
mutua aquella relación se vuelve «un valor para nosotros». Nos sabemos
mutuamente necesitados y llamados a ayudarnos. Se procura a toda costa dar
estabilidad a esa relación.
3. Del enamoramiento al amor
esponsal
En un segundo momento del proceso de
maduración en el amor, se advierte con nueva profundidad que el «amado es
persona»: un sujeto libre y autónomo, un valor en sí único e irrepetible,
merecedor de todo el respeto. Ahora cada uno se sabe en cierta manera destinado
a «vivir para el otro». Ahora no importan tanto los sentimientos cuanto el
proyecto de construir un consorcio de vida en el que cada uno sea valorado y
querido con amor esponsal.
El amor esponsal es un amor pleno,
definitivo, total, ilimitado, incondicional y absoluto: es el amor que nos
merecemos como personas, y al que estamos llamados en cuanto esposos. La madurez
en el amor consiste en querer al otro buscando su bien personal, su plenitud
humana: su realización humana en la dimensión esponsal de la persona.
4. El compromiso matrimonial
La unión matrimonial consiste en el
compromiso de empeñarse en llevar a cabo la mutua realización esponsal de la
persona. El matrimonio nace del compromiso mutuo de construir cada día esa forma
de convivencia amorosa, armónica, de afirmación y enriquecimiento humano que
permite alcanzar este fin. El matrimonio es un gozoso ámbito estable de
humanización para los cónyuges en el que cada uno aprende a dar y sacar lo mejor
de sí y del cónyuge en aras de la realización de la vocación al amor esponsal.
La mayoría de los hombres y mujeres descubren
en el matrimonio el cauce adecuado para dar y recibir el amor que precisan para
alcanzar la realización personal en la plena y fecunda entrega y recepción de sí
mismos; para darse y ser recibido esponsalmente y constituir ese ámbito de
entrega y amor recíprocos y de donación de vida que denominamos matrimonio.
Ser esposos reclama una incesante llamada a
consolidar el amor mutuo, a la obediencia al proyecto matrimonial. Los cónyuges
deben ejercitarse continuamente en el deseo de valorar cada día más al otro
cónyuge, servirle, enriquecerlo, educarle, ayudarle para que sea dada día más
inteligente, más amable... mejor ciudadano, mejor trabajador, mejor esposo,
mejor padre, mejor persona.
Por ser núcleo de humanización de los
cónyuges, el matrimonio deviene asimismo cuna de fecundidad. Los cónyuges se
realizan plenamente como personas ejercitando la capacidad grandiosa de hacer
conjuntamente una donación gratuita de vida personal. Se trata de la posibilidad
de colaborar con Dios en la creación de criaturas humanas. Dios ha querido que
cada ser humano venga al mundo en un ámbito cálido de amor constituido por la
colaboración libre de un hombre y una mujer. Ser esposos es disponerse a ser
padres.
La concepción cristiana del matrimonio señala
una serie de puntualizaciones. En primer lugar que la persona de la que alguien
se enamora es un hijo de Dios, un ser sagrado que propiamente no se pertenece ni
nos pertenece; porque propiamente pertenece a su Creador. Ahora bien, Dios ha
creado cada persona para realizarse según una determinada vocación esponsal.
Aquella pareja se sabe de esta manera
destinada a contribuir de una determinada manera a la realización del proyecto
divino condensado en la expresión: «hagamos al hombre». Descubren que esa
relación humana que desean consolidar tiene una índole religiosa, en cierto modo
sagrada: es un proyecto inspirado por Dios, es una vocación divina.
Dios quiere involucrar a los hombres en el
proyecto humano, de modo que los hombres no seamos sujetos pasivos sino activos
en el proyecto creador y santificador de la familia humana. El amor humano que
se constituye de manera estable y fecunda en la familia es la forma básica por
la que el hombre vive su vocación divina, religiosa y humana a la vez.
5. El noviazgo
El enamoramiento da paso a un gran dilema que
se podría enunciar con el siguiente interrogante: «me he enamorado de esta
persona; pero... ¿soy realmente capaz y estoy dispuesto a amar a esa persona
para facilitarla en todo lo posible su realización humana integral? Y esta
persona... ¿está dispuesta a hacer lo mismo conmigo? ¿estamos capacitados y
tenemos voluntad de llevar a cabo este proyecto humano?»
El proyecto matrimonial reclama discernir si
este hombre y esta mujer concretos están capacitados y dispuestos a contribuir
al mutuo desarrollo y maduración de sí mismos y del cónyuge como esposos. La
misión del noviazgo consiste en discernir y resolver este dilema.
Es un error difundido en nuestro tiempo
considerar el noviazgo como una especie de «matrimonio a prueba»: vivir como si
se estuviera casado, probar qué tal se vive así y decidir casarse para darle
carácter estable, oficial y público a este estado. Esta concepción del noviazgo
adolece de un planteamiento empobrecedor: no se vive para entregarse, para hacer
feliz al otro, para perfeccionarle, para ayudarle a realizarse en un proyecto
familiar magnánimo. Todo parece reducirse a gustarse, encontrar un compañero
agradable de convivencia, un compañero sentimental con el que resulta fácil y
grata la convivencia. Esta mentalidad lleva a probar al otro, como se prueba qué
tal se siente uno con unos zapatos o un coche nuevo. Detrás de este
planteamiento se descubre una antropología utilitarista, una concepción pobre de
la persona que no alcanza a discernir su valor absoluto y trascendente.
Tema IX: Procreación y
educación
1. La vocación a la fecundidad
El matrimonio es un ámbito en el que marido y
la mujer están llamados a amarse de manera plena: haciendo una donación absoluta
de sí mismo al cónyuge en cuanto a la realización de la dimensión esponsal de la
persona. Por ser absoluto debe ser único, estable, incondicionado y fecundo. En
el tema anterior nos hemos referido a las primeras características. Ahora nos
centramos en el aspecto de la fecundidad.
Ser fecundo no se reduce a intervenir
directamente en la procreación de seres humanos. Un hombre se hace fecundo — en
el sentido amplio del término, en la dimensión espiritual de la persona— por su
contribución a desarrollar la humanidad de los demás, en cuanto que fomenta en
los demás su realización personal. El amor consiste en hacer bien a una persona:
facilitarle algo de lo que carece en cualquiera de sus dimensiones personales:
corporal, psíquica, afectiva o espiritual. Amar a una persona es hacer
desinteresadamente un don de sí a esa persona buscando su bien personal. Amar es
donarse, dar vida a otro: es ciertamente hacerse fecundo.
Hay muchas maneras de ser humanamente
fecundo: la ayuda a los demás, el trabajo realizado como servicio, el ejemplo de
vida, la transmisión de valores, el desarrollo del bien común de la sociedad…
Darse a los demás por amor es el modo de realizarse uno mismo haciéndose
fecundo. El «yo» se desarrolla y alcanza su realización integrándose y
contribuyendo al bien del "nosotros". Donde el "yo" se siente satisfecho es en
la felicidad del "nosotros".
La forma más profunda, íntima y capaz de
contribuir a la realización de la persona es el «nosotros» de la familia. Hombre
y mujer se sienten llamados desde lo más profundo de su ser a ser «esposo y
esposa»: ser matrimonio, y a desplegar su ser personal en la constitución de una
familia. El pleno desarrollo humano personal y del cónyuge exige la realización
humana como padres que se verifica ordinariamente en la procreación y educación
de los hijos.
2. La experiencia del embarazo
Durante el embarazo la madre vive una
experiencia única: ella constituye el "hogar" de una criatura personal que vive
en total dependencia de su madre. De la madre depende la vida y el desarrollo
normal de esa criatura en un periodo decisivo de la vida. La madre es el "nido"
del hijo y el esposo viene a ser el "vigía", que extrema sus cuidados para
proteger y ayudar a la esposa en esta misión. Los padres están invitados a
ofrecen al hijo una donación gratuita y desinteresada de amor. El hijo percibe
de esta manera que el amor es el factor constituyente de su ser.
Los padres significan la ley de la gratuidad
de la existencia humana para el hijo. Desde su concepción el hijo reclama los
cuidados de la madre: depende totalmente de ella. A su vez la madre reclama una
mayor atención por parte del esposo, que debe suplir a la madre en otras tareas.
La disponibilidad de los dos está al servicio del hijo.
3. Matrimonio: escuela de amor y fecundidad
El hijo se desarrolla como persona en cuanto
es tratado como tal, en cuanto se fomenta que él ingrese y protagonice ese
ámbito de afecto, confianza, veracidad, respeto e intimidad que es la comunión
familiar. La educación requiere un clima de confianza, exigencia y unidad por
parte de los padres. Si los padres están unidos, la familia funciona bien. La
unidad de los padres llena de seguridad a los hijos y fomenta el abandono en los
cuidados paternos.
La familia reclama comunicación, intimidad.
La intimidad es el alma de la familia y se forja en las reuniones de familia, en
la apertura de la intimidad de cada uno de los miembros hacia los demás, en la
confianza mutua. En ese ámbito de intimidad se puede desarrollar la educación de
padres e hijos. En la familia se aprende a valorar a cada persona, se aprende a
querer incondicionalmente a los demás, se aprende a ser libre y a cultivar
cuanto precisa el ejercicio de la libertad: el autodominio, la responsabilidad,
la exigencia y la fortaleza.
La familia tiene la misión social de
constituir una escuela de virtudes. Todos deben contribuir al más perfecto
desarrollo y formación humana de los demás. Todos deben contribuir a que cada
uno cultive y saque de sí lo mejor para sí mismo y para hacer partícipes a los
demás. Si hay confianza, si el hijo se sabe comprendido y perdonado, si se sabe
incondicionalmente querido, buscará en la familia la ayuda que necesita. Buscará
la orientación adecuada en los momentos de incertidumbre, se sentirá confirmado
en sus convicciones personales y animado a promover los valores humanos
aprendidos.
En el ámbito familiar se aprende a convivir y
a respetar a los demás; se descubre y se desarrolla la capacidad de amistad, de
solidaridad, de trabajo y servicio hacia los demás. De esta manera los padres
preparan al hijo para asumir los retos de la vida humana: prolongar la familia y
contribuir al desarrollo sano de la sociedad. Los hijos extienden hacia los
demás y proyectan hacia el futuro los valores humanos heredados de los padres.
Los hombres logran de esta manera trascender el ámbito espacio-temporal en el
que viven y se hacen de alguna manera «supra-temporales» por los valores eternos
donados a los demás hombres.
El ejercicio de la paternidad no se reduce a
procrear y educar a los hijos. Por la paternidad la persona puede cultivar y
desarrollar un aspecto fundamental de su ser: hacerse humano dando humanidad,
cultivar los valores humanos transmitiéndolos a los hijos, hacerse persona
formando personas. La experiencia de la paternidad pone de manifiesto los
primeros beneficiados de ser padres son los mismos padres. Gracias a los hijos
los padres pueden ejercitar esa dimensión fundamental de la persona que es la
«paternidad» y alcanzar de esta manera la realización humana.
4. El matrimonio en el proyecto creador
El matrimonio está llamado a hacerse fecundo
en el orden de la procreación: traer hijos al mundo consiste en la colaboración
con Dios en el acto de originar personas humanas. La fecundación y gestación de
una criatura humana en el seno materno es un fenómeno antropológico de una
especial hermosura por el que los hombres somos co-actores con Dios en el
maravilloso proceso del origen y desarrollo de una vida humana. Se trata de una
singular participación en el acto de la creación del hombre.
Dios ha querido que cada hombre nazca y se
desarrolle en esa cuna de humanidad y fecundidad que es el matrimonio. Sólo en
el matrimonio se dan las condiciones adecuadas para el nacimiento y desarrollo
de la persona humana. En el matrimonio se unen las voluntades de los esposos con
la de Dios para traer al mundo a un ser que reclama ser querido
incondicionalmente.
Los padres deben ser conscientes de que el
hijo es persona: un bien en sí, un bien religioso, sagrado. El embarazo es una
experiencia religiosa singular. La madre ha sido constituida en un santuario
destinado al nacimiento y desarrollo de una criatura amada por Dios por sí
misma. Marido y mujer se hacen conscientes de encontrarse involucrados en una
gozosa acción sagrada.
La vocación a la fecundidad se prolonga en la
educación de cada hijo. El hijo ha sido engendrado por los padres gracias a un
don que ha sido otorgado por Dios. Los padres son administradores de ese don.
Cada criatura humana es hijo de Dios. Cada hombre es amado por Dios desde toda
la eternidad. Dios ha querido a cada hombre con un proyecto vocacional
específico, personal. Sólo Dios puede determinar el sentido vocacional del hijo.
Los padres deben amar incondicionalmente ese bien absoluto que es el hijo; no
pueden instrumentalizarlo: deben respetar a cada hijo. Deben atender sus
necesidades: ayudarle a descubrir el sentido de su vida, su vocación divina.
Deben educarle para afrontar como persona los grandes retos de la vida.
Tema X: La sexualidad
humana
1. La sexualidad y la vocación esponsal de la
persona
La sexualidad es una cualidad esencial de la
persona humana. La sexualidad modula el ser de la persona humana en sus tres
constitutivos principales: corpóreo, psíquico y espiritual, según la dualidad
varón-mujer. Esta modalidad capacita a la persona humana para realizar la
vocación personal de una manera específica.
La sexualidad es ante todo una dotación
humana que posee cada persona y la cualifica para ser amada y amar a los demás.
La sexualidad es una riqueza humana que posee para ser ofrecida, entregada y al
mismo tiempo para ser recibida por el otro como un valor personal. La sexualidad
engloba un conjunto de valores humanos destinados a la comunicación y a la
entrega mutua que se hace fecunda en ese ámbito de comunión profunda propio del
matrimonio.
Las cualidades humanas propias de la
masculinidad y la feminidad constituyen además una capacitación específica para
el desempeño de determinadas tareas en los diversos ámbitos del tejido social:
profesional, cultural, etc. La mujer posee ordinariamente, en virtud de su
feminidad, un conjunto de cualidades –elegancia, tacto humano, delicadeza,
sensibilidad estética, etc.– que la capacitan de manera superior al varón en el
desempeño de determinadas tareas en el ámbito de las relaciones sociales; por
poner un ejemplo, en la atención de enfermos, clientes, pasajeros...
Vamos a ceñirnos en los aspectos más básicos
de la sexualidad, en referencia a las relaciones de amistad, matrimonio y
familia.
Desde la pubertad se despierta en las
personas el impulso sexual hacia las personas del otro sexo. Se despierta la
atracción emocional y pasional; se descubre en las personas del otro sexo
virtualidades atrayentes, complementarias. El hombre admira a la mujer y
viceversa. Se desea la compañía del otro, la comunicación, el afecto, la
ternura... Poco a poco nace el enamoramiento. El enamoramiento significa el
descubrimiento de una dimensión fundamental de la vida. La compañía del otro
otorga a la vida un valor y significado preponderante.
Al estudiar la naturaleza del matrimonio
hemos considerado las bases conceptuales precisas para afrontar ahora el estudio
del sentido moral de la sexualidad. El matrimonio y la familia constituyen el
ámbito propio para que las capacidades sexuales se desarrollen en orden a la
realización integral, armónica y moral de la persona.
La sexualidad, como hemos visto, incluye
fenómenos somáticos y psíquicos que no son voluntarios sino autónomos,
automáticos. Por lo general, cada persona aprende a percibir cada vez mejor la
naturaleza de los sentimientos, emociones, pasiones y deseos de tipo sexual que
se despiertan en determinadas circunstancias y el tipo de conducta que le
impulsan a realizar. Cada persona puede aprender asimismo a ejercer un cierto
dominio sobre esos impulsos: incitarlos, fomentarlos, mitigarlos, evadirlos,
etc., a fin de comportarse de la manera que le parece más apropiada. Cada
persona sabe que debe educar su comportamiento sexual y configurar su conducta
de manera autónoma, según un criterio personal, voluntariamente elegido.
La sexualidad constituye un patrimonio humano
destinado al amor. El modo de orientar esa dotación en la vida práctica puede
contribuir a su desarrollo o a su degradación. La sexualidad se desarrolla
correctamente cuando la persona orienta esas capacidades hacia el verdadero
amor. Se degrada cuando la capacidad de amar se pervierte por el egoísmo del
sujeto que busca solo una satisfacción sensible. Toda acción humana que afecta
de alguna manera a la dimensión sexual de la persona es laudable desde el punto
de vista ético si contribuye a la realización personal de cada hombre y es
detestable si la dificulta o impide.
El juicio ético sobre un acto de tipo sexual
ha de tener en cuenta la vocación personal del sujeto agente. La Antropología
personalista pone de manifiesto que la persona se realiza en el ejercicio de su
vocación al amor esponsal, ordinariamente en el matrimonio. Orientar toda la
capacidad personal de amar hacia la realización del cónyuge como persona, como
esposo, requiere una esmerada educación de las pasiones, sentimientos, afectos,
sentidos, imaginación, mente, inteligencia y voluntad... a fin de dirigir estas
capacidades –todo el ser de la persona– día tras día, hacia el fortalecimiento y
consistencia de la vida matrimonial; de una vida matrimonial que mira a la
plenitud humana del cónyuge y les capacita al mismo tiempo para ser
engendradores y educadores de nuevas criaturas: para ser buenos padres de
familia si los condicionamientos físicos lo permiten.
La Antropología de raigambre judeo-cristiana
corrobora esta tesis al afirmar que el hombre está llamado a la fecundidad; a
colaborar en el proyecto creador de Dios por medio de la capacidad procreadora,
e intervenir en el desarrollo de la familia humana de acuerdo al mandato:
"creced y multiplicaos". La dualidad sexual de la persona humana está orientada
a este fin. El matrimonio y la familia constituye el baluarte fundamental para
llevar a cabo el proyecto divino de la creación humana.
La sexualidad humana juega un papel muy
relevante en las relaciones humanas más íntimas y profundas requeridas para
verificar la donación y fecundidad inherentes a la realización de la vocación
esponsal de la persona. El modo de orientar la sexualidad tiene una repercusión
considerable en la configuración ética de una persona. El juicio ético sobre la
sexualidad debe atender al modo en que ésta se orienta hacia el matrimonio y la
familia.
La persona que orienta la sexualidad con una
tendencia prioritaria hacia búsqueda de experiencias placenteras contradice el
verdadero sentido antropológico de la sexualidad: tiende a degradar la
consideración del otro según la capacidad que tiene de proporcionar sentimientos
de placer, se instrumentaliza la relación personal; se tiende a rebajar al otro
a objeto de placer, se empobrece progresivamente la relación humana, se
deteriora la capacidad de entrega y sacrificio por el verdadero bien del otro.
Si no se modera y se somete la tendencia al
placer hacia el bien integral de la persona se deteriora la capacidad de
adquirir compromisos estables de amor incondicionado y fecundo, se incapacita
para amar a la persona como valor absoluto, para la constitución de una
verdadera familia, de un verdadero matrimonio; se pierde por ello la capacidad
de vivir una existencia verdaderamente personal y realizar la propia vocación
personal.
La sexualidad tiene una implicación
importante en la realización personal de cada hombre. La sexualidad humana no
puede cabalgar por unos derroteros diferentes al de la vocación y realización de
la persona en el amor-donación salvaguardado en el matrimonio, en el compromiso
estable, indisoluble e incondicionado y fecundo del matrimonio. El motivo es que
la sexualidad humana constituye un todo único con la persona, y está destinada
desde sus aspectos somáticos, psíquicos y espirituales a la constitución de ese
proyecto de comunión de vida y amor que denominamos matrimonio y familia.
Cabe distinguir una doble actitud moral ante
los impulsos de la sexualidad:
—Someter el ejercicio de las capacidades
sexuales hacia los requerimientos de la vocación esponsal de la persona.
—Destinar la capacidad y ejercicio de la
sexualidad hacia la búsqueda de placer sexual al margen de los requerimientos de
la vocación esponsal.
2. La sexualidad integrada en la donación de
la persona
La primera actitud pone de manifiesto la
intrínseca implicación de la sexualidad con el amor esponsal, indisoluble y
fecundo. Los actos que se derivan de esta actitud son moralmente plausibles. La
persona humana consciente del gran valor de su vida y de la sexualidad procura
fomentar en su vida una auténtica donación de sí en el respeto y promoción del
valor de la persona.
a) Desde la adolescencia:
Procura orientar la afectividad, la emotividad y los sentimientos hacia la
apertura y entrega hacia los demás. Procura fomentar la amistad profunda y
generosa con los demás, desea querer a toda persona con la estima y aprecio que
merece, fomenta el espíritu de servicio, el trabajo ordenado y exigente. La
llamada al respeto hacia el otro exigen una esmerada educación de los modos de
vivir las relaciones humanas: el modo de comportarse ante los demás en multitud
de manifestaciones: en las conversaciones, en el vestido, las posturas, el modo
de mirar, etc.
Procura que el trato y la amistad con
personas hacia las que se siente una especial atracción sea respetuosa y
delicada. Se descubre un modo elegante de mantener la compostura en el trato con
esas personas evitando situaciones embarazosas, tentaciones fuertes difíciles de
dominar.
Evita ambientes y espectáculos donde se
difunde una actitud sexual desordenada.
b) Durante el noviazgo:
Procura
que madure progresivamente la capacidad de entrega al otro: el aprecio, el
interés por el otro, la armonía en la convivencia, el ejercicio de la
comunicación, la preparación hacia la futura vida matrimonial.
Procuran que el verdadero amor –no solo la
pasión– protagonice manifestaciones de afecto delicadas y respetuosas.
c) En el matrimonio:
Se ha de fomentar cada día un mayor amor hacia el cónyuge manifestado en las
muestras de comprensión y afecto, la comunicación, el servicio y el deseo de
satisfacerle debidamente en las relaciones conyugales. El afán de donarse en un
clima de confianza serán la mejor defensa hacia los agentes nocivos:
enamoramientos hacia terceros, temores y celos.
Se procura mantener una actitud abierta a la
vida: desear los hijos, en los que se ve la encarnación del amor matrimonial,
aceptando con gusto los sacrificios que supone la crianza y educación de la
prole.
3. La sexualidad desintegradora de la persona
En la segunda actitud que examinamos, la
sexualidad actúa al margen del amor de donación esponsal y fecundo. La persona
se vuelca voluntariamente de modo primordial hacia los aspectos emocionales,
sensibles y pasionales de la actividad sexual. El resultado de esta actitud es
una cierta desintegración interna de la persona. La sexualidad emplea un
lenguaje egoísta, la persona se encierra en sí misma. Cuando el hombre pone su
ideal al servicio del disfrute pasional se envilece su capacidad espiritual, se
contradice su vocación al amor desinteresado, se deteriora la capacidad de
solidaridad. Ese uso pervertido de la sexualidad provoca un replegamiento sobre
sí mismo que fomenta una actitud de dominio perjudicial para la verdadera
comunicación y la comunión con los demás.
Esta actitud da lugar a actos que son
moralmente reprobables porque desligan la sexualidad de la vocación al don de sí
en el vínculo matrimonial o la desligan de su orientación hacia la fecundidad:
a) El ejercicio de la
sexualidad al margen de la entrega dentro del matrimonio adopta varias
modalidades:
—masturbación, cuando se actúa de manera
individual.
—fornicación, cuando se efectúa entre
personas no casadas.
—adulterio, cuando se realiza por una persona
casada y por tanto se daña el compromiso conyugal.
b) La mentalidad antinatalista
en el ejercicio de la sexualidad conduce a desgajar la sexualidad de su
intrínseca dimensión procreadora.
La sexualidad es esencialmente capacidad de afirmar la vida humana, de procrear
como cónyuges, de quererse como cónyuges afirmando la paternidad que es
constitutiva de la vocación personal.
Quien elimina del acto sexual la dimensión
procreadora introduce un elemento perturbador que pervierte el acto pues lo
priva de la dimensión de donación gratuita que inspira todo el proyecto
creacional de mundo. La criatura que reduce el acto sexual a su aspecto
placentero, se distancia de la lógica vital de la Creación, desnaturaliza la
actividad sexual eliminando su razón de ser más genuina e introduce un elemento
nocivo en el dinamismo sexual: el hombre se erige en árbitro y juez del orden
moral inherente al proyecto creador y se adjudica la capacidad de manipularlo
reorientándolo hacia sus apetencias placenteras. Lo que es de suyo un acto
fecundo de donación de vida y potencialmente constitutivo de personas humanas se
degradada por el egoísmo individualista de una mentalidad hedonista.
"Cuando los esposos, mediante el recurso a la
contracepción, separan estos dos significados [unitivo y procreativo] que Dios
Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su
comunión sexual, se comportan como ‘árbitros’ del designio divino y ‘manipulan’
y envilecen la sexualidad humana, y, con ella, la propia persona del cónyuge,
alterando su valor de donación ‘total’. Así, al lenguaje natural que expresa la
recíproca donación total de los esposos, la contracepción impone un lenguaje
objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro completamente; se
produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una
falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en
plenitud personal" [13]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
c) La actitud antinatalista
puede llegar al asesinato por parte de los progenitores de la criatura concebida
aún no nacida.
El aborto es gravemente inmoral.
Como conclusión cabe señalar que es preciso
fomentar en todos los miembros de la sociedad la educación de la sexualidad pues
está en juego en ello el verdadero desarrollo de la sociedad y de las personas
que la integran.
Tema XI: La vocación
del hombre al trabajo
1. El valor humanizador del trabajo
El concepto «trabajo» puede definirse como la
actividad humana encaminada a la obtención de los recursos básicos para la
subsistencia propia y de los demás. El trabajo es también un cauce de desarrollo
de las capacidades humanas, un ámbito de realización personal y social; de
comunicación y colaboración con otros hombres en la consecución de proyectos
sociales.
En el trabajo entra en juego todo lo que es
el hombre: la naturaleza física, la psicología, la espiritualidad, su relación
con el mundo físico, vegetal, animal, la comunicabilidad y la comunión con los
demás hombres y con Dios. El trabajo es con frecuencia una actividad costosa y
sacrificada, pero es también para muchos una fuente de satisfacciones humanas y
de progreso material y espiritual.
2. Trabajo, familia y sociedad
En los capítulos anteriores hemos considerado
que el hombre nace en el seno de una familia y se desarrolla armónicamente en el
contexto de una comunión familiar. La vida familiar exige la satisfacción de las
necesidades básicas de las personas que integran la familia (la alimentación, el
cuidado de la casa, la atención a las personas…). La familia constituye
naturalmente la primera fuente de trabajo y debe ser asimismo una escuela de
solidaridad en el trabajo.
La sociedad se constituye por la agrupación
de familias. La vida familiar se debe complementar con todo un conjunto de
actividades en el ámbito social destinadas a la obtención de los medios básicos
para la subsistencia familiar, u otros fines de interés personal o familiar:
bienes de consumo, actividades de formación profesional o cultural, medios de
diversión, amistad... Surgen de esta manera relaciones sociales de contenido muy
diverso: industrial, comercial, académico, científico, cultural, artístico,
lúdico, religioso... que constituyen la diversidad del cuerpo social. El sano
desarrollo de la sociedad requiere un correcto enfoque de las actitudes y
relaciones laborales de los ciudadanos.
La vida social no debe menoscabar la vida
familiar sino protegerla y fomentarla, porque la raíz de la sociedad es la
familia. La familia tiene a su vez la misión de preparar hombres que lleven a
cabo el desarrollo y enriquecimiento de la vida social. Familia y sociedad se
complementan mutuamente. El trabajo establece el puente de unión entre la
familia y la sociedad. La familia es escuela de humanidad, y por tanto de
trabajo. El trabajo debe ser un servicio a la sociedad entera: debe velar por el
bien común de la sociedad. Por esto mismo, todo trabajo debe velar por el bien
de cada familia: debe respetar ante todo los requerimientos de toda familia.
3. Dimensión religiosa del trabajo
Según la tradición judeocristiana el trabajo
guarda relación con la dimensión religiosa del hombre. En el Génesis se
encuentra el primer evangelio del trabajo. Dios creó al hombre en el jardín del
Edén para que lo cultivara. Por medio del trabajo, Adán podría comer sus frutos,
vivir y mejorar sus condiciones de vida. El trabajo no es un castigo de Dios
sino algo connatural al hombre; algo bueno en sí para el hombre: el hombre debe
trabajar no solo por los frutos que obtiene con su trabajo, sino porque el
trabajo hace bueno al hombre. El trabajo tiene una dimensión religiosa
trascendente en cuanto que puede realizarse como colaboración en el proyecto
creador de Dios.
El Génesis señala asimismo que Dios encargó
al género humano una misión fundamental: «Henchid la tierra: sometedla y
dominad» (Gen 1, 28). Se señala de esta manera algo importante: Dios quiere que
el hombre contribuya al desarrollo del plan creador. «En la palabra de la divina
Revelación está inscrita muy profundamente esta verdad fundamental, que el
hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del
Creador, y según la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido,
continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el
descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado»
[14]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->.
El hombre ha sido creado «ut operaretur»,
para trabajar, para llevar a cabo el progreso y desarrollo del hombre y, en
definitiva, para llevar a cabo el plan creador: «hagamos al hombre». El trabajo
hace de alguna manera al hombre porque el trabajo configura la vida humana,
configura las relaciones humanas, la sociedad, la cultura, la nación, la
política, el Estado...
El Génesis señala que nuestros primeros
padres fueron expulsados del Paraíso terrenal como consecuencia del pecado. Un
efecto del pecado es el sufrimiento que va unido al trabajo: «trabajarás la
tierra con el sudor de tu frente y la naturaleza te negará sus frutos» (Gen. 3,
17-19). El trabajo está vinculado al esfuerzo, la fatiga, la dificultad…
También se dice que Caín y Abel ofrecían a
Dios los frutos de su trabajo. De esta manera se significa que, pese al pecado,
el hombre no pierde su relación con Dios: el sentido de total dependencia y
sumisión al Creador. Por el trabajo el hombre muestra la sujeción que debe a su
Creador a la vez que le expresa la honra, agradecimiento y alabanza debidas. El
trabajo posee un profundo sentido religioso: a Dios le agrada el trabajo de
Abel, porque le ofrece sus mejores frutos. Ciertamente Abel trabaja para Dios.
Dios está en el horizonte supremo de su vida y por consiguiente de su trabajo.
La actitud de Caín es netamente diversa. Su
actitud moral se pone de manifiesto cuando mata a su hermano por envidia. El
trabajo y las relaciones humanas de tipo laboral ponen de manifiesto la calidad
moral de las culturas y los hombres. En el mundo laboral hemos asistido en
ocasiones a la explotación del hombre por el hombre. El desorden moral que anida
en el corazón del hombre, la soberbia, el afán de dominio… han dado lugar a un
perversión del valor humano del trabajo.
4. Trabajo y desarrollo personal
En el trabajo cabe distinguir dos dimensiones
fundamentales:
a) transitiva:
el objeto del trabajo; la obra realizada. Por ejemplo: construir una casa.
b) intransitiva:
el desarrollo técnico y moral que adquiere el sujeto agente del trabajo durante
el trabajo; capacitación profesional, desarrollo de virtudes morales: justicia,
solidaridad, laboriosidad...
En la concepción del trabajo y de la empresa
debe darse prioridad al carácter personal del trabajador. El primer valor de la
empresa es el valor de cada trabajador entendido como persona. Cada persona es
un valor en sí mismo: un valor absoluto que reclama respeto y aprecio.
El trabajador debe sentirse protagonista de
la empresa en la que trabaja: debe sentirse valorado, motivado para dar lo mejor
de sí en el trabajo. Hay que destacar la importancia de mejorar paulatinamente
la propia formación profesional, promocionarse, aprender a trabajar cada día
mejor. En nuestros días se subraya con acierto la importancia de promover el
desarrollo del trabajador como persona. Se destaca la necesidad de promocionar
la participación responsable del trabajador en el bien global de la empresa
alentando el espíritu de iniciativa, la creatividad, la integración con los
demás miembros de la empresa y con los clientes, el desarrollo de buenas
relaciones humanas.
A lo largo de la historia se puede observar
que el trabajo y las relaciones laborales han sido en muchas ocasiones una
realidad degradante y deshumanizadora. Se podrían citar algunos procesos
históricos —la Revolución industrial, por ejemplo— que dieron lugar a métodos
perniciosos de organización social de trabajo. Es frecuente advertir la
existencia de empresas en las que su organización interna sigue un esquema
mecanicista que reduce el trabajo a una tarea predominantemente técnica,
compartimentada, artificial, burocrática… y, como consecuencia, estresante y
deshumanizadora para los trabajadores empleados.
En el trabajo el hombre se retrata a sí
mismo: manifiesta su grandeza y su miseria, su capacidad de entrega solidaria y
su egoísmo. En el trabajo se refleja la calidad moral de la vida humana. El
hombre debe aprender a trabajar: debe humanizar el trabajo y debe humanizarse
por medio del trabajo.
5. La moral profesional
Toda actividad profesional influye de alguna
manera en el bien común de la sociedad. El modo de trabajar, el efecto
transitivo del trabajo, repercute para bien o para mal en el desarrollo moral de
los demás. La deontología profesional es la parte de la ética referida a los
aspectos morales del trabajo profesional. El ejercicio de su profesión plantea
en ocasiones situaciones comprometedoras desde el punto de vista moral. El modo
de afrontar esas situaciones tiene gran relevancia moral en la sociedad.
Cabría citar numerosos ejemplos de
situaciones en las que el trabajo profesional posee una gran relevancia moral.
El médico puede verse involucrado en la
atención de pacientes que le piden su colaboración en actividades que
propiamente son ajenas a la Medicina: la mujer que desea abortar, el enfermo
deprimido que desea morir, la mujer que se plantea tener hijos por medio de la
fecundación artificial, la señora que solicita fármacos anticonceptivos, la que
pide ser esterilizada... De una manera u otra el médico refleja una actitud ante
el valor de la vida, la dignidad del embrión en el seno materno, el sentido del
sufrimiento, el modo de afrontar la vejez...
El periodista que recibe un testimonio sobre
una acción escandalosa de un político se encuentra ante el dilema de publicar o
no esa información. Decisión que exige valorar la conveniencia de cerciorarse
sobre la veracidad de esa información, el derecho a publicar esas hechos, los
perjuicios que puede provocar a terceros, el efecto social...
El abogado que trabaja en un despacho y
recibe un cliente que le pide llevar a cabo un trámite de divorcio, el
funcionario que recibe una comisión a cambio de firmar un permiso de obras... De
una manera u otra cada uno trabaja de acuerdo con su propia concepción de la
justicia y según honradez profesional. Su trabajo contribuye a configurar la
sociedad de una manera más o menos justa dependiendo en buena medida de la talla
moral del trabajador.
El político tiene la misión de gestionar el
gobierno de asuntos públicos referentes a la sanidad, la enseñanza, la
legislación sobre la familia, el orden público, las relaciones internacionales,
la ecología, el gasto público, el trato a inmigrantes, la atención de personas
discapacitadas... Con frecuencia se encuentra en la tesitura de afrontar
situaciones de gran trascendencia moral, a veces nada fáciles de gestionar,
tales como la permisión de la práctica del aborto, el modo de tramitación del
divorcio, la educación religiosa en los colegios, la determinación del status
jurídico de las parejas homosexuales, la participación en conflictos
internacionales, asuntos relativos a la moralidad pública como el régimen de la
publicidad, la protección de la ecología, la ordenación urbanística, la
contaminación ambiental y acústica, la telebasura, la conveniencia de otorgar
subvenciones a determinadas ONGs o asociaciones...
Un político determina de una manera u otra el
marco de libertad y de respeto mutuo básicos para el desarrollo social. El
político debe comprometerse ante todo con el verdadero bien social, y éste no
consiste solo en la permisión del mayor grado de libertad posible por parte de
los individuos o en un progreso meramente material. Con su actitud fomenta o
menosprecia los valores humanos referentes al origen y desarrollo de la vida y
la convivencia armónica y justa entre los hombres.
El profesor de enseñanza primaria, secundaria
o universitaria tiene el deber de transmitir unos conocimientos sobre un área
concreta del saber. Al impartir las clases con frecuencia aborda asuntos
colaterales relacionados más o menos directamente con temas de moral. El
profesor de historia que explica temas como la colonización de América, la
Revolución industrial o las guerras mundiales del Siglo XX no podrá quedar al
margen de los atropellos de los derechos humanos que se cometieron entonces.
Cada profesor refleja de manera explícita e
implícita una actitud ante la vida, ante las personas, ante los grandes
problemas de la existencia. Todo profesor influye de una manera u otra en la
visión de la vida de los alumnos: tiene la capacidad de influir positiva o
negativamente en la formación humana, moral y espiritual de los alumnos.
¿Cómo no referirnos a la influencia que puede
ejercer sobre un público más o menos numeroso un productor de películas de cine?
Los realizadores de series televisivas seguidas por miles y a veces millones de
personas deben ser conscientes del modo en que influye en los telespectadores
–en el modo de pensar y de juzgar la realidad– los contenidos morales de esas
series: la trama, los diálogos, los argumentos, las actitudes de los personajes
ante determinadas coyunturas...
El diseñador de ropa de moda influye
notablemente en el modo de vestir de muchas personas, y algo parecido sucede con
el comerciante de tiendas de vestidos. También el escritor de novelas, o el
publicista o el fabricante de juguetes... influyen —cada uno a su manera— en el
modo de pensar y de ser de adultos y niños. Y así concluiríamos que todo
profesional influye de alguna manera en el resto del cuerpo social.
Es preciso por tanto que cualquier
profesional considere en conciencia la influencia moral de su trabajo en el
cuerpo de la sociedad y procure promover mediante el trabajo el bien moral de la
sociedad.
Notas
[1]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Cfr. Marina, J.A., El laberinto sentimental, Anagrama, Barcelona, 2002.
En esta obra ofrece un interesante estudio de los sentimientos.
[2]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Cfr. Llano, A., Interacciones de la biología y la antropología II: El
hombre, en AA.VV. Deontología Biológica, en www.unav.es/cdb/dbindice.html.
Se señala en este artículo que Uexküll es el iniciador de la "Umweltforschung" o
investigación de los ambientes vitales, es decir, de la Ecología. Es él
precisamente quien introduce la noción de Umwelt: ambiente o perimundo. El "Umwelt"
es el todo estructural englobante, en el que vive el ser orgánico.
[3]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
San Gregorio de Nisa, Ex Homilíis in Ecclesiásten [Hom. 6: PG 44,
702-703].
[4]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Covey, Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, Paidós,
Barcelona, 1997.
[]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Gaudium et Spes n.24.
[6]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Wojtyla, K., Persona y acción, BAC, Madrid 1982, p.185.
[7]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Ibidem. p.186.
[8]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Ibidem, p.189.
[9]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Cfr. Ibidem, p.190: "el valor fundamental de las normas reside en la verdad
sobre el bien que se objetiva en ellas (...). La esencia de las proposiciones
normativas de la moral o del derecho se encuentra en la verdad sobre el bien que
se objetiva en ellas".
[10]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Ibidem, p.191.
[11]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Ibidem, p.181.
[12]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Cfr. Libro III, cap 4: "habemos de decir que, en general y en realidad de
verdad, aquello es de amar, que es de su naturaleza bueno, pero que cada uno ama
lo que le parece bien, y que el bueno ama lo que es de veras bueno, y el malo lo
que le da gusto".
[13]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio", n. 32.
[14]<!--[if !supportNestedAnchors]--><!--[endif]-->
Juan Pablo II, Encíclica "Laborem exercens", 25b.