LA MISIÓN DE CAPERUCITA (o EL
SENTIDO DE LA VIDA)
Carlos Mayora Re*
El Diario de Hoy
La libertad nos ha sido dada en
bruto. Cada uno debe esforzarse para hacer lo que debe con ella. De hecho, el
sentido de la vida de cada quien sólo aparece claro cuando se asume la misión y
se proyecta en toda la vida
En cierto modo, la vida es como el cuento de Caperucita Roja. Igual que la
simpática niña del cuento, todos tenemos una misión que llevar a cabo a lo largo
de la vida. De hecho, para una vida lograda, al final no importa tanto como
acabe el "cuento", lo importante es haber hecho propia la misión y dar sentido
por ella a nuestra existencia.
Todos tenemos un mandado que hacer, una abuelita a quien llevar la cesta, un
bosque que atravesar y uno o varios lobos o lobas que nos acechan. Contamos con
la misión, pues, y con nosotros mismos para llevarla a cabo, y poco más.
Como a Caperucita, nos encanta corretear por el bosque, investigar sus secretos
y pasarla bien (nadie va por la vida en línea recta y a toda prisa). Como
Caperucita, hasta que no aparece el lobo, hasta que no nos enfrentamos con las
dificultades, no conocemos el temple de nosotros mismos. Antes de toparse con el
lobo, Caperucita era una niña ingenua y confiada, inconsciente, pues todavía no
había tomado conciencia de su camino. Cuando aparece el lobo recuerda que tiene
que llevar la merienda a su abuelita, y así, cuando se enfrenta a dificultades
reales, es cuando descubre su libertad.
De alguna manera, entonces, la historia de Caperucita es la historia de todos:
caminar por el bosque simboliza el ejercicio de la libertad, el encargo de su
mamá es la misión que todos tenemos en la vida y la abuelita son los demás, que
como destinatarios de nuestro obrar, dan sentido a lo que hacemos. Y el lobo son
las dificultades, el egoísmo, la pereza y todo lo que se opone a que cumplamos
con responsabilidad nuestra misión.
La libertad nos ha sido dada en bruto. Cada uno debe esforzarse para hacer lo
que debe con ella. De hecho, el sentido de la vida de cada quien sólo aparece
claro cuando se asume la misión y se proyecta en toda la vida. Por eso, la
auténtica libertad no es la llamada libertad-de, o ausencia de compromisos, sino
libertad-para, es decir, capacidad para usar el libre albedrío para alcanzar lo
que tenemos encomendado.
Hay personas que entienden el cuento de otro modo, porque entienden otra cosa
como libertad. Si rechazan la misión, si rechazan el destinatario, la libertad
se convierte en hacer lo que nos apetece, siguiendo los dictados del propio
egoísmo, como si Caperucita se comiera la merienda de la abuelita y se dedicara
a vagar por el bosque sin rumbo fijo, haciendo lo que le da la gana.
Si negamos el encargo, si rechazamos la misión, la libertad se queda hueca, y
tal como escribe Carlos Goñi —de quien he tomado las reflexiones expuestas hasta
aquí—, la libertad empieza a ser el “poder ir a cualquier parte porque no se
tiene dónde ir”. Carecer de trabas, de ataduras o de condicionamientos en
realidad no sirve de nada si no se tiene un motivo para caminar.
La verdad es que no es tan difícil encontrar “abuelitas y meriendas que llevar”.
Para todos, un primer destinatario es la familia: la esposa, el esposo y los
hijos. El ejemplo de tantas personas enseña, que la mejor manera de alcanzar una
vida lograda es vivir en función de los demás. Sólo por la familia encuentra
sentido el trabajo, el esfuerzo; por ella merece la pena negarse a cosas que a
primera vista podrían parecer placenteras, pero que luego se vuelven dañinas
contra uno mismo y contra los demás. Por ella, por la familia, se renuncia a la
libertad-de y se entra a la esfera de la libertad-para, se da forma a esa
libertad en bruto con que todos nacemos.
Luego, después de la familia, están los amigos, los colegas, los vecinos, los
demás. Todos dan sentido a la libertad, todos hacen que vivir sea valioso, y son
ellos quienes hacen que, en el cumplimiento de los vínculos y limitaciones que
voluntariamente nos ponemos, encontremos la felicidad propia y ajena
Una vida egoísta, una vida con mentalidad de ir por el “bosque” sin rumbo fijo,
aceptando todas las proposiciones de los “lobos y lobas” que se nos atraviesen
en el camino; una vida sin una “merienda” que llevar a nadie... Puede, a primera
vista, parecer atractiva. Pero en poco tiempo se vuelve un sin sentido. Y obliga
a las personas a ir saltando de emoción en emoción, de placer fugaz en placer
fugaz, de irresponsabilidad en irresponsabilidad. Para como esclavos que piensan
que son libres.
* Ing. Industrial, Dr. en Filosofía
y columnista de El Diario de Hoy.