Cardenal Cottier:
«La Iglesia debe hablar del demonio»
Publicamos la introducción del cardenal Georges Marie Martin Cottier OP
--escrita siendo aún Teólogo de la Casa Pontifica-- al libro «Presidente degli
esorcisti – Esperienze e delucidazioni di Don Grabriele Amorth» («Presidente de
los exorcistas – Experiencias y aclaraciones de Gabriel Amorth»), recién
publicado por «Edizioni Carismatici Francescani» (www.dioesiste.
El padre Gabriel Amorth es exorcista de la diócesis de Roma, fundador y
presidente honorario de la Asociación Internacional de Exorcistas.
La iglesia debe hablar del demonio.
Pecando, el ángel caído no ha perdido todo el poder que tenía, según el plan de
Dios, en el gobierno del mundo.
Ahora utiliza este poder para el mal. El Evangelio de Juan le llama: «el
príncipe de este mundo» (Jn 12,31) y en la primera carta también de Juan se
lee: «El mundo entero yace en poder del Maligno» (1 Jn 5,19). Pablo habla de
nuestra batalla contra las potencias espirituales (Cf. Ef. 6,10-17). Podemos
también remitirnos al Apocalipsis.
Tenemos que combatir contra fuerzas del mal no sólo humanas, sino sobrehumanas
en su origen e inspiración: basta con pensar en Auschwitz, en las masacres de
pueblos enteros, en todos los horrendos crímenes que se cometen, en los
escándalos de los que son víctimas los pequeños y los inocentes, en el éxito de
las ideologías de muerte, etc.
Es oportuno recordar algunos principios. El mal del pecado es realizado por una
voluntad libre. Sólo Dios puede penetrar en el corazón profundo de la persona;
el demonio no tiene el poder de entrar en este sagrario. Actúa sólo en el
exterior, sobre la imaginación y sobre los afectos de raíz sensible.
Además su acción está limitada por el permiso de Dios omnipotente.
El diablo actúa generalmente a través de la tentación y el engaño, es mentiroso
(Cf. Jn 8,44). Puede engañar, inducir al error, ilusionar y, probablemente más
que suscitar, puede secundar los vicios y los gérmenes de vicios que están en
nosotros.
En los Evangelios sinópticos, la primera aparición del demonio es la tentación
en el desierto, cuando somete a varias incursiones a Jesús (Cf. Mt
4,11 y Lc 4,1-13). Este hecho es de gran importancia.
Jesús curaba enfermedades y patologías. Se refieren en conjunto al demonio,
porque todos los desórdenes que afligen a la humanidad son reducibles al pecado,
del que el demonio es instigador. Entre los milagros de Jesús hay liberaciones
de posesiones diabólicas, en el sentido preciso.
Vemos en particular en San Lucas que Jesús manda a los demonios que le reconocen
como el Mesías.
El demonio es mucho más peligroso como tentador que a través de signos
extraordinarios o manifestaciones exteriores asombrosas, porque el mal más grave
es el pecado. No por casualidad en la oración del Señor pedimos: No nos dejes
caer en la tentación. Contra el pecado el cristiano puede luchar victoriosamente
con la oración, la prudencia, en la humildad conociendo la fragilidad de la
libertad humana, con el recurso a los sacramentos, ante todo la Reconciliació
Santo Tomás y San Juan de la Cruz afirman que tenemos tres tentadores: el
demonio, el mundo (lo reconocemos ciertamente en nuestra sociedad) y nosotros
mismos, o sea, el amor propio. San Juan de la Cruz sostiene que el tentador más
peligroso somos nosotros mismos porque nos engañamos solos.
Frente al engaño, es deseable en los fieles católicos un conocimiento cada vez
más profundo de la doctrina cristiana. Se debe promover el apostolado por el
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, de extraordinaria utilidad para
combatir la ignorancia. El demonio tal vez es instigador de esta ignorancia:
distrae al hombre de Dios, y es una gran pérdida que se puede contener
promoviendo un adecuado apostolado en los medios de comunicación social, en
particular televisivos, considerando la cantidad de tiempo que muchas personas
gastan siguiendo los programas de televisión, a menudo de contenidos
culturalmente inconsistentes o inmorales.
También contra los hombres de Iglesia se desencadena la acción del diablo:
en 1972 el Sumo Pontífice Pablo VI habló del «humo de Satanás introducido en el
templo de Dios», aludiendo a los pecados de los cristianos, a la desvalorizació
El exorcista puede ser un Buen Samaritano –pero no es el Buen Samaritano— pues
el pecado es una realidad más grave. Un pecador que permanece asentado en su
pecado es más desdichado que un poseído. La conversión del corazón es la más
bella victoria sobre la influencia de Satanás, contra la cual el Sacramento de
la Reconciliació
Los Sacramentos tienen en verdad una prioridad sobre los sacramentales,
categoría en la que se incluyen los exorcismos, que son pedidos por la Iglesia
pero en orden no prioritario. Si no se considera este planteamiento, subsiste el
riesgo de turbar a los fieles. No se puede considerar el exorcismo como la única
defensa contra la acción del demonio, sino como un medio espiritual necesario
donde se ha constatado la existencia de casos específicos de posesión diabólica.
Parece que los poseídos sean más numerosos en los países paganos, donde el
Evangelio no ha sido difundido y donde están más extendidas las prácticas
mágicas. En otros lugares un elemento cultural perdura allí donde los cristianos
conservan una tendencia indulgente respecto a antiguas formas de superstición.
Además hay que considerar que presuntos casos de posesión pueden ser explicados
por la medicina actual y la psiquiatría, y que la solución a determinados
fenómenos puede consistir en un buen tratamiento psiquiátrico.
Cuando se manifiesta en la práctica un caso difícil es necesario ponerse en
contacto con un psicólogo y un exorcista; es aconsejable valerse de psiquiatras
de formación católica.
En el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum se ha instituido recientemente un
curso sobre estas temáticas. Sobre ellas parece oportuna una formación adecuada
en los seminarios, en una dimensión de equilibrio y sabiduría, evitando excesos
y constricciones.
Cardenal Georges Cottier, O.P. Pro-teólogo de la Casa Pontificia
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]