La fuerza del testimonio cristiano


Fuente: almudi.org

Ramiro Pellitero
 



 

 

 

Publicado en "Scripta Theologica" 38 (2007/2) 367-402

 

Sumario

1. EL TESTIMONIO EN LA ESCRITURA Y EN LA VIDA DE LA IGLESIA. 1.1. El testimonio y los testigos según la Escritura y los Padres. A. La Sagrada Escritura. B. El testimonio en los Padres. 1.2. El testimonio según los documentos eclesiales a partir del Vaticano II. A. El Concilio Vaticano II y los documentos postconciliares. B. El Catecismo de la Iglesia Católica. C. La Carta apostólica "Novo millennio ineunte" y la Encíclica "Deus caritas est". 2. LA REFLEXIÓN CONTEMPORÁNEA SOBRE EL TESTIMONIO. 2.1. El puesto del testimonio en la teología. 2.2. Fe, testimonio, experiencia. 2.3. Testimonio "de Cristo" y existencia cristiana. 2.4. El testimonio en la Eclesiología y en la Teología pastoral. A. Iglesia y testimonio. B. Testimonio y transmisión de la fe. C. Testimonio, culto, caridad. CONSIDERACIONES CONCLUSIVAS.

* * *

Para el cristianismo el testigo por excelencia es Cristo, que sigue dando testimonio del Padre, ante todo en el corazón del creyente. La existencia cristiana vivida tanto en las circunstancias más comunes como en momentos extraordinarios, incluso heroicos, lleva a testimoniar el Misterio de Cristo bajo la acción del Espíritu Santo. El testimonio[1] no es una tarea más para el cristiano, sino una dimensión fundamental de su vida, que resume en cierto sentido toda su misión. El testimonio es, en cada cristiano y también en la Iglesia como tal, obra de Cristo y del Espíritu y al mismo tiempo de la persona creyente. Hunde su raíz en el conocimiento y la vivencia de Cristo. Por eso el testimonio cristiano implica la manifestación de la fe y la vida en Cristo, es un testimonio de su amor y es inseparable de la participación en su suerte, en su Cruz y su Resurrección.

Este trabajo consta de dos partes. La primera se propone estudiar ante todo el testimonio cristiano en la Escritura y en la vida de la Iglesia; el segundo apartado explora los principales documentos eclesiales desde el Concilio Vaticano II, incluyendo el Catecismo de la Iglesia Católica. La segunda parte muestra algunas de las cuestiones a debate sobre el testimonio en el contexto teológico-pastoral contemporáneo.

1. El testimonio en la Escritura y en la vida de la Iglesia

Como en todos los temas cristianos la Escritura y la vida de la Iglesia se iluminan mutuamente. Testimonio son los mismos textos sagrados como lo es la vida de la comunidad creyente en la que los textos han sido escritos. Testimonio sigue siendo la vida de la Iglesia, hasta el punto de que esa vida consiste básicamente en testificar la misma realidad salvífica que la hace posible y eficaz.

1.1. El testimonio y los testigos según la Escritura y los Padres

El Concilio Vaticano II supuso un "volver a las fuentes", sobre todo, la doble fuente constituida por la Escritura y la Tradición, de la que los Santos Padres son, ellos mismos, testigos privilegiados.

A. La Sagrada Escritura

La Escritura informa sobre quién o quiénes son los sujetos del testimonio (martyria), de qué se da testimonio y cuáles son sus formas y su finalidad[2].

1. Para el Antiguo Testamento[3], es testigo quien da fe de lo que ha visto u oído. El término se aplica a Dios mismo[4] , a David, a los profetas e Israel como tal. El Pueblo elegido vive en la memoria y en la narracción de su propia historia, de generación en generación: su vocación a la fidelidad de la Alianza y de sus leyes se justifica en lo que Dios ha obrado[5].

Además de este aspecto histórico del testimonio y en relación con él, destaca el aspecto jurídico: el que testimonia en un tribunal la verdad acontecida, compromete su propia libertad y responsabilidad ante Dios y ante el Pueblo[6].

Por último, cabe destacar un tercer aspecto más existencial, que tiene que ver no ya con el testimonio acerca de un acontecimiento, sino más bien acerca de su sentido[7]. (Por ejemplo, el que perdona al que ha intentado asesinarle, testimonia la acción de Dios). Los profetas del Antiguo Testamento se sabían elegidos para comunicar la Palabra de Dios, de tal modo que su destino quedaba radicalmente ligado a esa misión[8]. Una misión que se inscribía en la llamada al testimonio de todo el Pueblo elegido. Baste un texto:

"Vosotros sois mis testigos –oráculo del Señor–; y mi siervo, a quien he elegido, para que me reconozcáis y creáis en mí, y entendáis que Yo soy. Antes de mí ningún dios fue formado, ni existirá después de mí. Yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay Salvador. Yo mismo lo anuncié, yo salvé, y lo hice oír, y no había entre vosotros ningún otro Vosotros sois mis testigos –oráculo del Señor–: Yo soy Dios" (Is 43, 10-12).

2. Según el Nuevo Testamento[9], las Escrituras dan testimonio de Cristo (cfr. Jn 5, 39). Jesús es –sobre todo para Lucas y Juan– el testigo de Dios por excelencia (Jn 3, 32; 5, 31y 36, etc.; 18, 37; Ap 1, 5; 3, 14), y tras Él los Apóstoles (cfr. Hch 1, 8; Jn 21, 24; 1 Co 15, 4-8, etc.) y todos los cristianos (cfr. Mt 5, 16; Hch 2, 17 s; 1 Jn 2, 20-27; Ap. 19, 10)[10].

En Jesús de Nazareth se ofrece a los hombres el testimonio insuperable de la verdad que les hace libres[11], es decir, la verdad del amor de Dios. El acontecimiento de Cristo debe ser considerado como el "testimonio originario"[12], en cuanto que en Él se realiza la autorrevelación y comunicación de la Trinidad, que da testimonio de sí misma. De hecho, el testimonio de Cristo tiene una estructura trinitaria.

En primer lugar, su autotestimonio es signo e instrumento del testimonio del Padre (cfr. Jn 8, 17s), es la clave del testimonio de las Escrituras (cfr. Jn 5, 39-47; 7, 46; Lc 24, 27) y de su propio obrar (cfr. Jn 5, 36s; 10, 25). Cristo se identifica con su misión de testimonio[13] (cfr. Jn 5, 36-38; 5, 43; 6, 38-40; 7, 16s; 16, 28)

Como todos los aspectos del Misterio de Cristo, su testimonio es revelación (para Juan testimoniar es lo mismo que revelar), redención y recapitulación de la salvación que en el Antiguo Testamento estaba siendo preparada[14] . Él supera a todos los profetas, porque en su persona, Hijo de Dios y Palabra del Padre, se identifican el mensaje y el mediador[15].

El es la profecía definitiva de Dios, su Palabra audible y visible, y, por eso, el "Testigo fiel" (Ap 1, 5). Su testimonio justifica, ilumina y rectifica todo otro testimonio; no se limita a ciertos actos, sino que coincide con toda su vida. Su testimonio es su misión, y su misión es su vida. Es tanto el contenido de su autoconciencia como de su acción.

Al mismo tiempo, en el testimonio de Cristo interviene continuamente el Espíritu Santo, porque es el amor con el que Cristo se adhiere libremente a la voluntad del Padre, el "Espíritu de la verdad" (Jn 14, 17;15, 26; 16, 13) y también puede ser considerado como el Espíritu del testimonio, en cuanto que no habla por sí mismo, sino de lo que ha oído (cfr. Jn 16, 13s). Y esa mediación decisiva, en el testimonio que Jesús da del Padre, se continuará en los discípulos: les capacitará, a partir de Pentecostés, para dar testimonio, haciéndoles participar del testimonio mismo de Cristo, en lo que consiste la misión apostólica y cristiana.

El testimonio definitivo de Jesús es el de su pasión, muerte y resurrección. La estructura y dinámica trinitaria de su testimonio se despliega en el misterio pascual con toda su fuerza y eficacia. Ante la pasión y en la Cruz se hace pleno su sí al Padre, y, en esa perspectiva, el pecado aparece como el antitestimonio del que Cristo libera al hombre. Pero su testimonio sólo se completa con la resurrección[16], la ascensión y el don del Espíritu Santo. Con toda la misión de la Iglesia, Cristo entrega a los cristianos su Espíritu, que es también del Padre, como testigo eterno del amor entre el Padre y el Hijo. Si no ponen obstáculos por el pecado, el Espíritu Santo testimonia la Verdad de Dios (el amor trinitario que ha querido comunicar a los hombres) también en los corazones de los cristianos y los transforma en testigos del Amor en el mundo, partícipes del mismo testimonio que Cristo da del Padre en el Espíritu (cfr. Jn 13, 1; 1 Jn 1, 1-4; 1 Jn 5, 7-10).

En síntesis, el testimonio de Cristo pone en marcha el de la Iglesia y los cristianos en el mundo; más aún, pervive en ellos. De este modo el testimonio apostólico forma parte de la misión esencial de la Iglesia, para la que recibe la sabiduría y la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Jn 15, 26; Ga 4, 6; Rm 8, 16).

Por tanto, ante la pregunta ¿de qué da testimonio el cristiano?, el Nuevo Testamento responde: los Apóstoles dan testimonio de la persona y de la vida de Jesús: de su muerte y resurrección (núcleo del kerygma: ver, por ejemplo, 1 Cor 15, 3), también de su vida terrena (especialmente de su vida pública; Hch 1, 22) y de la verdad de la salvación, que viene de la Trinidad y ha sido obrada por Cristo (ver el colofón del evangelio de Juan, 21, 24). Más ampliamente, los cristianos, a su vez, reciben y transmiten el testimonio apostólico.

En cuanto a las formas que reviste el testimonio, además del anuncio kerigmático de los Apóstoles, tal como aparece en San Lucas, hay que subrayar el testimonio constituido por la vida cristiana como tal, en los escritos joánicos (cfr. 1 Jn 3, 18; 4, 3; 5, 2, etc; 3 Jn 3 y 6), en la carta a los Hebreos (pone como ejemplo a los justos del Antiguo Testamento: cap. 11), en las de San Pedro (ver especialmente 1 Pe, 2, 11 hasta 3, 17) y las pastorales (cfr. 1 Tm 4, 15 s; 5, 25; 2 Tm 1, 8; Tt 3, 14).

Para terminar, el sentido último del testimonio está expresado admirablemente por San Juan, si bien se aplica estrictamente solo al testimonio apostólico: "–...la vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y que se nos ha manifestado–, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1, 2-3). En un sentido más amplio, todo cristiano podría hacer suyas estas palabras ante el mundo, teniendo en cuenta que, tras la época apostólica, "lo visto y oído" es el Misterio de Cristo in forma ecclesiae. En todo caso el Evangelio pide extender la comunión con la Trinidad por medio de una cadena de "testigos" que son los cristianos: no sólo los Pastores cuya tarea sucede la de los apóstoles, sino también las familias, los amigos, los compañeros de trabajo.

San Juan presenta al Bautista como modelo del testimonio que han de dar los cristianos[17]. En Jn 1, 19-34, alude al sacrificio redentor de Cristo y le llama Cordero de Dios (cfr. Is 53, 7; Ex 12, 6s; Ap 19, 9), indica su divinidad y revela el misterio de la Trinidad. Más adelante (Jn 3, 25-36) manifiesta su alegría por el comienzo de la actuación del Mesías con el recurso al simbolismo de los esponsales, evocando la unión por la que Cristo incorpora a sí a la Iglesia y la alegría de la Iglesia por la incorporación de nuevos miembros al Cuerpo de Cristo.

B. El testimonio en los Padres

A lo largo de las diversas épocas de la Iglesia se advierte la incidencia del testimonio cristiano –junto con el anuncio y la predicación apostólica– en la transmisión del Evangelio. La Iglesia ha ido tomando conciencia de esta forma prioritaria de evangelización, que incluye "dar razón de la propia esperanza" (cfr I Pe 3, 15).

Inicialmente, junto con la predicación entre "judíos y griegos", el testimonio se apoyaba en la vida de los primeros cristianos, el alto valor de su experiencia religiosa y la fuerza de atracción del mensaje del Evangelio. Ese testimonio se abrió paso, en palabras de Plinio, por "contagio", por la presencia de los cristianos y los contactos que se les ofrecían a través de los encuentros y viajes[18].

En la literatura patrística el testimonio de la fe es acción de gracias a Dios, hecha por la fuerza del amor[19]. Ante todo, es la vida cristiana en su conjunto la que da testimonio, como aparece en el conocido texto de San Agustín sobre el "hombre nuevo" –en Cristo– que conoce y canta el "cántico nuevo". El testimonio está aquí visto en la perspectiva del culto espiritual[20] que el cristiano da a Dios con toda su vida, en cuanto que por sacerdocio bautismal participa del sacerdocio de Cristo:

"Procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta. Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo. (…) Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza si vivís santamente"[21].

Otros Padres ponderan directamente la eficacia de la transmisión de la fe mediante la palabra avalorada por el ejemplo de vida[22], teniendo en cuenta que sólo de aquel que obra conforme a la fe, puede decirse que cree verdaderamente[23]. Según San Gregorio de Nisa, el testimonio pertenece a la perfección de la vida cristiana: "En esto consiste (a mi parecer) la perfección de la vida cristiana: en que, hechos partícipes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género de vida, la virtualidad de este nombre"[24].

Cuando se comporta como tal, la conducta del cristiano es necesariamente luz: "Es más fácil –observa San Juan Crisóstomo– que el sol no caliente y no alumbre, que no que deje de dar luz un cristiano; más fácil que esto sería que la luz fuese tinieblas. No digas que es cosa imposible: lo contrario es imposible. No hagas injuria a Dios. Si ponemos en orden nuestra propia conducta, todo lo demás que hemos dicho se seguirá por consecuencia natural. La luz del cristiano no puede quedar escondida; una lámpara tan resplandeciente no puede ocultarse"[25]. Y en otro texto: "Insiste el Señor en la perfección de vida que han de llevar sus discípulos y en la vigilancia que han de tener sobre su propia conducta, ya que ella está a la vista de todos, y es el palenque en que se desarrolla su combate es el mundo entero"[26].

Asimismo la eficacia de la santificación está sobre todo en el obrar cristiano, como apunta San Gregorio de Nisa: "Si tenemos en cuenta que Cristo es nuestra santificación, nos abstendremos de toda obra y pensamiento malo e impuro, con lo cual demostraremos que llevamos con sinceridad su mismo nombre, mostrando la eficacia de esta santificación no con palabras, sino con los actos de nuestra vida"[27]. Lo mismo subraya San Clemente Romano: "Revistámonos de concordia, manteniéndonos en la humildad y en la continencia, apartándonos de toda murmuración y de toda crítica y manifestando nuestra justicia más por medio de nuestras obras que con nuestra palabras"[28]. Este testimonio de la ejemplaridad es un deber especial de los Pastores de la Iglesia[29].

Por el contrario –como señala un autor anónimo del s. II– el escándalo es un antitestimonio que induce a la increencia y a la impiedad: "¿Por qué razón ultrajan el nombre de Dios? Porque nuestra conducta no concuerda con lo que nuestros labios proclaman. Los paganos, en efecto, cuando escuchan de nuestros labios la palabra de Dios, quedan admirados de su belleza y sublimidad; pero luego, al contemplar nuestras obras y ver que no concuerdan con nuestras palabras, empiezan a blasfemar, diciendo que todo es fábula y mentira. (…) Al contemplar cómo no amamos a los que nos odian y que ni siquiera sabemos amar a los que nos aman, se ríen de nosotros y con ello el nombre de Dios es blasfemado"[30]. Es particularmente necesario el testimonio de la unidad y particularmente dañina, la desunión[31].

El martirio –la entrega de la vida por la fe– es una forma extraordinaria y especialmente valorada de testimonio de la Trinidad, que proclama la superioridad de la religión cristiana sobre las demás[32], hasta convertir al mártir en paradigma de perfección[33]. Para distinguir a los que han dado testimonio de su fe sin derramamiento de sangre, nace el título de confesor en la segunda mitad del s. II[34]. Algunos Padres reservan el título de mártir para quienes, además de dar la vida por la fe, han sufrido tormentos por ella[35].

Orígenes amplía la noción de martirio, con lo que contribuye a dotar de sustancialidad definitivamente la idea del testimonio cristiano: "Todo el que da testimonio de la verdad, ya sea de palabra, ya de obra, ya de cualquier otra manera se ponga de parte de ella, puede con razón ser llamado mártir"[36]. En la misma línea, afirma S. Ambrosio. "El verdadero testigo es el que con sus obras sale fiador de los preceptos del Señor Jesús[37]. ¡Cuántos son los que practican cada día este martirio oculto y confiesan al Señor Jesús!". En la obra de San Agustín se invita al cristiano a imitar a los mártires en el sentido de la paciencia y el sacrificio de sí mismo[38].

En la vida posterior de la Iglesia, el testimonio se vincula esencialmente con la tradición viva de en la Iglesia, hasta el punto de que la tradición puede definirse como la continuidad del testimonio cristiano a través del tiempo y del espacio.

La sucesiva organización misionera de la Iglesia a lo largo de su historia, obedece al mandato de predicar el Evangelio ad gentes, que Cristo dio a los Apóstoles (cfr. Mt 28, 18-20; Hch 1, 8). Tal forma de testimonio "misionero" encontró un gran desarrollo en los siglos XIX y XX.

1.2. El testimonio en los documentos eclesiales a partir del Vaticano II

Estudiamos en primer lugar las enseñanzas principales del Concilio Vaticano II y otros documentos postconciliares. Se dedica un apartado específico al Catecismo de la Iglesia Católica. Como particularmente representativos se contemplan, por último, dos textos: la carta apostólica Novo millennio ineunte y la encíclica Deus caritas est.

A. El testimonio según el Vaticano II y los documentos postconciliares

El Vaticano II redescubrió el enorme valor evangelizador del testimonio cristiano, aun el más sencillo y cotidiano. Sus grandes afirmaciones están en la Constitución Lumen gentium y el Decreto Ad gentes. Entre los documentos postconciliares que se ocupan del tema destaca la Exhortación Evangelii nuntiandi.

1. La constitución dogmática Lumen gentium afirma que por el sacerdocio común todos los bautizados están llamados y capacitados para dar testimonio de Cristo en todo lugar, dando razón de su esperanza por medio de su vida santa (cfr. n. 10). Por el sacramento de la confirmación "se obligan con mayor compromiso a difundir y defender la fe, con su palabra y sus obras, como verdaderos testigos de Cristo" (n. 11), cada uno según su condición (ministros sagrados, religiosos, laicos).

Los laicos (he aquí una novedad teológica del Concilio en cuanto al testimonio), son testigos de Cristo a través de su vida corriente, "desde dentro" de las actividades temporales (cfr. nn. 31, 33). Cristo les constituye en testigos "y les ilumina con el sentido de la fe y la gracia de la palabra, para que la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana familiar y social" (n. 35). La credibilidad de todo testimonio adquiere en los laicos una fuerza especial "por el hecho de que se realiza dentro de las comunes condiciones de la vida en el mundo" (n. 36)[39].

2. El Decreto Ad gentes dedica un apartado específico al testimonio cristiano (cfr. n. 11 en relación con el diálogo misionero, y n. 12, desde el punto de vista de la caridad). Aunque no contiene novedades respecto a lo que se dice en la Constitución sobre la Iglesia, se encuentran ahí algunos de los textos más bellos dedicados al testimonio cristiano. Vale la pena reproducir aquí este párrafo:

"Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, deben manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos en la confirmación, de forma que todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre (cfr. Mt 5, 16) y perciban el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la comunión entre los hombres" (n. 11).

3. La Exhortación postsinodal Evangelii nuntiandi (1975) es el documento eclesial más importante sobre el testimonio cristiano. Es conocida su afirmación: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio" (n. 41). Hay dos cuestiones que merecen ser destacadas:

a) El testimonio personal del cristiano que es, en último término, testimonio del amor de Dios Padre en Cristo por el Espíritu Santo (cfr. nn. 21 y 26), es el primer elemento de la evangelización. Su dinámica consta de los pasos siguientes[40]: 1) el ejemplo de la propia vida (aunque no vaya acompañado de la palabra); 2) el anuncio claro de Jesucristo (o proclamación explícita de la palabra); 3) la adhesión del corazón; 4) la vida en la comunidad cristiana (como signo del cambio real de vida en Cristo); 5) la celebración de los sacramentos; 6) el impulso al apostolado.

b) El testimonio tiene un aspecto eclesial. Una vida auténticamente cristiana se inserta en la comunión eclesial. Y la Iglesia como tal –no sólo los cristianos singulares– está llamada también a dar testimonio de santidad:

"Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra, de santidad"[41].

4. Los sínodos continentales y los sínodos sobre las vocaciones eclesiales han recogido también la rica reflexión postconciliar sobre el testimonio.

Se ha insistido en que es necesario no sólo el testimonio personal de los cristianos, sino también el testimonio eclesial como tal, con obras y palabras, a favor de la justicia y la paz, procurando superar las divisiones entre los cristianos y respetando los valores positivos que existan en otras religiones[42].

El testimonio adquiere una cualificación propia en cada uno de los modos de ser cristiano: fiel laico, ministro sagrado, miembro de la vida consagrada. Cada una de esas tres "vocaciones paradigmáticas"[43] necesita también del testimonio de las otras dos. En su conjunto expresan la función profética de la Iglesia. A los fieles laicos corresponde testificar cómo la fe cristiana constituye la respuesta plena a los problemas del hombre y de la sociedad, el factor más determinante para lograr una vida conforme a la dignidad humana[44]. Por su vocación y configuración con Cristo, el presbítero está llamado a ser testigo del amor, como Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia, lo cual se manifiesta sobre todo en la Eucaristía, en el sacramento de la Penitencia, en su celibato y en todos los campos de la vida y actividad sacerdotal[45]. La vida consagrada es un testimonio privilegiado del Evangelio de las bienaventuranzas, fuertemente marcado por el signo escatológico[46].

B. El testimonio en el Catecismo de la Iglesia Católica

El Catecismo de la Iglesia Católica (CCE) confirma el lugar del testimonio en relación con la catequesis, a la vez que subraya la centralidad del testimonio en la transmisión de la fe.

Ya la Catechesi Tradendae (1979) había mostrado la relevancia y el lugar del testimonio cristiano en la catequesis, señalando que el testimonio apostólico y misionero es uno de los elementos de la misión pastoral de la Iglesia que tienen un aspecto catequético, en el sentido de que o bien preparan a la catequesis, o bien emanan de ella[47]. El testimonio prepara para la catequesis es una de las adquisiciones más valiosas del moderno movimiento catequético[48], surgido en el seno de la responsabilidad que la Iglesia siente por la educación de la fe. El testimonio emana de la catequesis, deriva de la misma naturaleza de la catequesis, "abierta al dinamismo misionero"[49].

En efecto, "la catequesis es tan necesaria para la madurez de la fe de los cristianos como para su testimonio en el mundo"[50]. Para lograr de hecho esa finalidad se requiere una catequesis cualificada, "que enseñe a los jóvenes y a los adultos de nuestras comunidades a permanecer lúcidos y coherentes en su fe, a afirmar serenamente su identidad cristiana y católica, a ‘ver lo invisible’ y a adherirse de tal manera al absoluto de Dios que puedan dar testimonio de El en una civilización materialista que lo niega"[51].

Además de reafirmar este lugar del testimonio en relación con la catequesis, una lectura del Catecismo bajo la perspectiva del testimonio (las citas son innumerables) conduce a dos adquisiciones fundamentales, ambas en relación con la transmisión de la fe:

a) En primer lugar, que la fe es un don que se concede con la colaboración de una "cadena" sucesiva de testigos. Ya Guardini había afirmado que la fe se propaga con la fe, como un cirio se enciende con otro cirio.

Recogiendo los datos escrituríasticos se recuerda que la Trinidad misma se constituye, según la pedagogía de la salvación, en testigo de su verdad más profunda (su comunión eterna de vida y amor). Cristo confía a sus apóstoles y los primeros discípulos la misión de dar testimonio. El testimonio de la Escritura, de la Iglesia y de cada uno de los cristianos es un medio esencial para la misión y motivo de credibilidad. La Iglesia valora en este sentido la vida de los santos –especialmente de los mártires–, es decir, de todos aquellos que, desde Abraham, han sido fieles a su vocación y misión. La vocación cristiana es una vocación a dar testimonio de Cristo y de su resurrección desde el bautismo y más aún desde la confirmación.

b) En segundo lugar, que el testimonio cristiano es un testimonio de la fe, que se da con el ejemplo de la propia vida y con la palabra (nótese aquí una diferencia con algunos textos del Concilio que hablaban del testimonio de la vida y la palabra como dos cosas diversas). En este contexto del anuncio y de la transmisión de la fe, el testimonio se ofrece en la libertad, es para todos los cristianos un deber moral, y en algunas ocasiones se exige particularmente. Incluye, por lo demás, tanto el apostolado como la dirección espiritual.

Una palabra sobre el testimonio en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. El "testimonio de la vida y la palabra" se cita como una de las formas de la participación de los fieles laicos en la misión profética de Cristo (apostolado de los laicos)[52]. Como efecto de la Confirmación, el Espíritu Santo concede "una fuerza especial para dar testimonio de la fe cristiana"[53]. El cristiano debe dar testimonio de la verdad en todos los campos de su actividad pública y privada, hasta el sacrificio de la propia vida (martirio), si fuera necesario[54].

C. La Carta apostólica "Novo millennio ineunte" y la Encíclica "Deus caritas est"

Por último cabe detenerse en dos textos que esclarecen el contenido y la fuerza del testimonio cristiano en las circunstancias actuales. En su Carta apostólica Novo millennio ineunte se proponía Juan Pablo II apuntar las líneas de fuerza para una pastoral renovada al romper el siglo XXI. Por su parte, Benedicto XVI adelantaba los propósitos de su pontificado en la encíclica Deus caritas est.

1. En la Carta apostólica de Juan Pablo II para el comienzo del nuevo milenio, el testimonio cristiano se mantiene como uno de los principales temas de fondo, que aflora explícitamente en la última parte.

El contexto del testimonio, su fuente y raíz, se sitúan en el conocimiento y el amor de Cristo como luz e impulso para la transformación de la historia. El testimonio se apoya en el encuentro renovado con Cristo y expresa tanto el "rostro de Cristo" en cada cristiano personalmente como la realidad de su Cuerpo místico que es la Iglesia, sobre todo por medio de la santidad[55] (cfr. n. 7) que aparece como tema pastoral prioritario.

Cristo debe ser "contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino" (n. 15).

A partir del encuentro con Cristo y de la contemplación de su rostro se puede transformar la historia[56], porque en ese encuentro y en esa contemplación se vive realmente su vida, y por tanto el testimonio salvífico de Cristo –que es la luz y la fuerza definitivamente transformante del hombre y del mundo, en cuanto que tiene la capacidad de enriquecerlo con la luz y la vida divina– sigue actuándose por medio del testimonio de los cristianos, de cada uno personalmente y de la Iglesia en su conjunto[57].

Se insiste, para ello, en la pedagogía de la santidad personal, propuesta con la convicción del "’alto grado’ de la vida cristiana ordinaria" (n. 31). Ese alto grado es alcanzable por medio de la oración y los sacramentos, la escucha de la Palabra de Dios y el afán misionero.

En resumen, el testimonio que todo cristiano está llamado a dar, con su conducta y sus palabras, es reflejo de la luz de Cristo y actuación de su vida[58].

En su última parte, la carta señala algunos campos de particular actualidad, como siete rostros concretos del testimonio cristiano: en primer lugar y en la base de todo, las actitudes de apertura y mejora de la comunión eclesial; el respeto y promoción de la pluralidad de tareas y vocaciones; la tarea ecuménica como una forma privilegiada de "sentir con la Iglesia" en la que todos pueden participar; la mirada al rostro de Cristo especialmente en los pobres y necesitados; la superación de toda tentación de espiritualismo e individualismo en la oración; el testimonio ante las religiones, por medio del anuncio, el diálogo y la escucha; finalmente, el testimonio del Concilio Vaticano II y desde el Concilio, como marco y meta permanente de la pastoral y el apostolado de los cristianos en estos tiempos[59].

2. La encíclica Deus caritas est, de Benedicto XVI, declara que el amor es el contenido principal del testimonio cristiano y señala algunas condiciones para su autenticidad.

El protagonista inmediato del testimonio es el Espíritu Santo, que armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo transpasado en la Cruz[60], para que den ese testimonio del amor de Dios, que quiere hacer de la humanidad una sola familia. En eso consiste toda la actividad de la Iglesia[61].

En la medida de su fidelidad a este deber de testimoniar el amor y de la transparencia de su gestión, y a condición que no se diluyan sus características propias (competencia, "corazón", servicio efectivo, independencia de ideologías, partidos y estrategias mundanas, no dejar de lado a Dios ni a Cristo), la actividad caritativa de la Iglesia puede animar también las instituciones civiles que atienden a los necesitados, más allá de las fronteras de la fe cristiana[62].

El testimonio cristiano debe caracterizarse por la pureza de intención y la gratuidad: "El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos" (n. 31).

Los cristianos dan testimonio con su actuación: con la palabra y el ejemplo, e incluso con su oportuno silencio en algunas ocasiones, pues "Dios se hace presente justo en los momentos en que no se hace más que amar"[63]. La Iglesia, familia de Dios, debe dar testimonio de la caridad (cfr. Hch 2, 42-44). A la vez, el testimonio individual es insustituible, como lo demuestran tantos santos a lo largo de la historia[64].

2. LA REFLEXIÓN CONTEMPORÁNEA SOBRE EL TESTIMONIO

Sobre todo desde el Concilio Vaticano II, el pensamiento actual ha planteado algunas cuestiones acerca del testimonio, como son: la significación del testimonio cristiano en nuestro mundo cambiante, el lugar de una reflexión sobre el testimonio en la teología, el puesto que ocupa el testimonio en la existencia del cristiano y de la Iglesia en su conjunto, el modo en que todo ello puede configurar la tarea pastoral o apostólica, etc. Desplegaremos aquí únicamente líneas fundamentales sobre esas cuestiones o grupos de cuestiones.

2.1. El puesto del testimonio en la teología

Comencemos por la segunda de las cuestiones apuntadas en el párrafo anterior: el puesto del testimonio en la teología. Esto puede afrontarse de varias formas: el testimonio como una de las dimensiones y finalidades esenciales de la teología (el testimonio de la teología), el lugar del testimonio en el método teológico[65] y el testimonio como tema teológico (el testimonio en la teología).

Ante todo, la teología misma tiene una esencial forma profética y testimonial. Para ejercerla necesita, hoy como ayer, la contemplación y el asombro ante la constante novedad de lo cristiano. El "sistema" teológico, que en versiones de los siglos pasados buscaba inconscientemente cerrarse sobre sí mismo, está hoy redescubriendo algunos de sus pilares siempre válidos, por la humildad y fortaleza que adquieren en su complementariedad: la analogía, forma clásica del teologizar, que respeta la transcendencia y la prioridad de Dios, a la vez que abre un sentido para el existir humano; la narrativa, porque el cristianismo se funda en hechos históricos; y el lenguaje simbólico, que plantea una significación mayor que lo que se comprende y articula, suscita nuevos impulsos de vida, e interpela desde lo alto, abriendo a la inteligencia y el corazón a una síntesis nunca agotada por el análisis[66].

Los Padres de la Iglesia manifestaron conocer estas tres formas o dimensiones de la teología, aunque no llegaron a organizar sus relaciones. Hoy la teología se ve ante la necesidad de volver a abrir, con más experiencia de las dimensiones sociales, eclesiales e históricas del mensaje cristiano[67], las compuertas de la reflexión y la espiritualidad, de la experiencia y los afectos, de la convivencia y del diálogo, como servicio a la vocación de los cristianos y la misión de la Iglesia. La teología misma tiene una dimensión testimonial y renace continuamente de los mártires: "Si la teología nace del testimonio y ante todo de aquel testimonio que proviene del Hijo, de Cristo", entonces "el martirologio permite descubrir las raíces mismas de toda teología"[68]. Pese a toda la obra "deconstructiva" del testimonio, operada por el iluminismo, en los mártires se descubre la evidencia de un amor que no necesita largos argumentos para ser coherente"[69].

Por todo ello es también lógico que la teología, en todas sus ramas, se haya ocupado del tema del testimonio. Veamos a continuación algunas muestras de ello.

2.2. Fe, testimonio, experiencia

En la teología fundamental el testimonio suscita cada vez más interés, pues constituye una estructura fundamental de la revelación cristiana[70]; ésta es la revelación del testimonio, porque es manifestación del misterio de las personas divinas[71] . Algunas de las preguntas que se plantean puede ser formuladas así: ¿Qué relación hay entre el la fe y el testimonio, entre testimonio y las "verdades" de la fe?[72]. Entre fe y testimonio hay una circularidad: quien no testimonia la verdad es porque no cree o porque su fe no está viva del todo. En realidad no cabe distinguir "adecuadamente" entre fe y testimonio: el testimonio es la vida de la fe como también la fe es la vida del testimonio. Por otra parte, se oye hablar con cierta frecuencia de que la fe "no necesita" de unos términos que, formulados hace siglos (naturaleza, encarnación, salvación, etc.), ya la gente "no entiende"; sin embargo, ¿quiere esto decir que el testimonio de la experiencia cristiana no necesita de la profundización sobre la fe y su lenguaje?[73].

Pero "la realidad de Dios es siempre mayor que nuestras experiencias, incluidas las que tenemos sobre la divinidad"[74].

En la antropología cristiana y teológica, el testimonio se vincula también a la experiencia y a la vida eclesial. Por todo ello el testimonio personal ("subjetivo") como el de la Iglesia en cuanto institución ("objetivo") es una clave a la hora de comprender y aplicar el Concilio Vaticano II[75].

En el ámbito del binomio testimonio-experiencia caben algunas preguntas: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a reconocer y apreciar con alegría el bien que se encuentra en el otro, admirar a Dios en sus obras, sentirnos edificados por algunos aspectos del misterio cristiano que otras personas pueden vivir mejor que nosotros mismos?[76] ¿Tenemos en cuenta la naturaleza histórica y experiencial de nuestro conocimiento? ¿Recordamos que la caridad está, como solía decir Josemaría Escrivá, sobre todo en comprender, en "hacerse cargo" de las circunstancias y de la situación del otro?

2.3. Testimonio "de Cristo" y existencia cristiana

En relación con la cristología, ámbito fundante –como hemos visto– para nuestro tema, cabe recordar que Cristo se llamó a sí mismo "luz del mundo" y también dijo eso de sus discípulos. Habría que preguntarse si el testimonio de los cristianos da de hecho esa luz sobre el sentido de la vida, que llena la inteligencia y desde ahí impregna la dignidad, la vocación[77], la conciencia y la realidad del destino de los hombres. Si esa luz, como hizo Cristo, ejerce una función crítica en el más noble sentido de la palabra, tanto en el tú a tú como en la "arena pública", y, si no lo hace suficientemente, cómo puede mejorarse esa situación. En este sentido la reflexión sobre el testimonio se abre a la naturaleza de la fe, a las "consecuencias" de la oración y del culto cristiano en una existencia concebida como ofrenda y servicio, compromiso y testimonio hasta el martirio si fuera necesario; de alguna manera, antes o después en toda vida cristiana, como ejercicio heroico de las virtudes[78].

Las cuestiones más clásicas de la teología espiritual adquieren desde ahí un relieve nuevo[79]: ¿cómo hay que comprender hoy el seguimiento de Cristo?[80] ¿Qué significa que el cristiano, para ser testigo de Cristo, haya de aspirar a tener los planteamientos y sentimientos de su Maestro? ¿Puede considerarse recibida la proclamación de la llamada universal a la santidad y al apostolado?[81] ¿Cómo se traduce esa llamada en la vida de las instituciones cristianas: en las familias y las parroquias, las escuelas y los seminarios? ¿se explica, en la predicación y en la catequesis, el valor de la virginidad y del celibato apostólico? ¿Cómo se puede, en esos ámbitos, ayudar a comprender la relación entre oración y acción?[82]

Teniendo en cuenta que una fuente importante para la teología espiritual es la vida y los escritos de los santos, no estará de más recordar algunos de entre los muchos "testigos" de Dios en nuestra época, para captar en ellos la sensibilidad que lleva a comunicar el Evangelio vivido antes que meramente enseñado, y la conciencia refleja sobre el valor del testimonio[83].

Uno de estos testigos fue François-Xavier van Thuan, arzobispo vietnamita que pasó trece años en la cárcel, gran parte de ellos en régimen de aislamiento. En el volumen en que se recogen los ejercicios espirituales predicados por él en el Vaticano (2000), puede leerse la dedicatoria a su madre, que sin duda le había pasado el "testigo" de la fe: "Me enseñaba todas las noches las historias de la Biblia, me contaba las memorias de nuestros mártires, especialmente de nuestros antepasados; me enseñaba el amor a la patria, me presentaba a santa Teresa del Niño Jesús como modelo de virtudes cristianas. Es la mulier fortis que sepultó a sus hermanos masacrados por los traidores, a los que luego perdonó sinceramente (…). Cuando estaba en la prisión, era mi gran consuelo. Decía a todos: ‘Reza para que mi hijo sea fiel a la Iglesia y permanezca donde Dios quiera que esté’"[84].

Teresa de Calcuta, que testimonió como nadie el amor por los más pobres, ponderaba la necesidad de un testimonio cristiano auténtico, que implica la coherencia entre la fe y la vida: "A menudo los cristianos nos convertimos en el mayor obstáculo para cuantos desean acercarse a Cristo. A menudo predicamos un Evangelio que no cumplimos. Ésta es la principal razón por la cual la gente no cree"[85].

El testimonio de los cristianos laicos en medio de las realidades terrenas es un instrumento de Cristo y de su Reino. Así lo enseñaba Josemaría Escrivá: "Cristo, Señor Nuestro, fue crucificado y, desde la altura de la Cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32), si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!"[86].

Testimonio supremo de coherencia intelectual y cristiana es el de Edith Stein. Mientras se urdía la trama que la llevaría al martirio por su condición de hebrea católica, escribía: "Nuestro actuar entre los demás resultará eficaz y estará bendecido por Dios sólo si no cedemos ni siquiera un centímetro del terreno seguro de la fe, y seguimos nuestra conciencia sin dejarnos influenciar por el respeto humano"[87]. Meses antes de su muerte en las cámaras de gas de Auschwitz, afirmaba: "Estoy contenta con todo. Una scientia crucis sólo se puede adquirir si se llega a experimentar a fondo la cruz. De esto estuve convencida desde el primer momento, y de corazón he dicho: Ave Crux, spes unica"[88].

Considerada como uno de las figuras más relevantes del catolicismo estadounidense contemporáneo, Dorothy Day supo reconocer y mostrar el rostro de Cristo y de su Cuerpo místico en los pobres y abandonados. Se entregó a ellos de por vida, uniendo el talento periodístico con el compromiso por la paz y los derechos humanos. Se le reprochaba que acogiera a todos los mendigos y mal pagados, incluso los borrachos y haraganes, y que les cuidara indefinidamente: "Viven con nosotros –respondía Dorothy– mueren con nosotros, y nosotros les enterramos como cristianos. Rezamos por ellos después de su muerte. En cuanto llegan se convierten en miembros de la familia. O mejor, han sido siempre miembros de la familia. Son nuestros hermanos y hermanas en Cristo"[89].

Finalmente, en el ámbito ecuménico y también en el diálogo interreligioso destaca el testimonio del Hermano Roger Schutz de Taizé, movido en su oración y en su actividad tanto por la escisión entre los cristianos como por la división entre los pueblos del mundo, entre ricos y pobres. Creía sobre todo en el "ecumenismo de la santidad", y proclamaba la esperanza que suponen los jóvenes para la Iglesia. Escribía en una de sus cartas: "Cuando la Iglesia escucha, cura, reconcilia, ella llega a ser lo que es en lo más luminoso de sí misma: diáfano reflejo de un amor"[90].

2.4. El testimonio en la Eclesiología y en la Teología pastoral

Desde la espiritualidad –la espiritualidad cristiana siempre se configura en relación con la Iglesia– venimos a la eclesiología, y con ella, a esa "eclesiología práctica" que es la teología pastoral. En ese marco cabe plantear muchas preguntas sobre el testimonio, pues en realidad todo lo que hace la Iglesia, de una u otra forma, es dar testimonio de Cristo[91]. Veamos algunas de esas cuestiones.

A. Iglesia y testimonio

Sin entrar ahora en la cuestión de la credibilidad de la Iglesia –común a la teología fundamental y a la eclesiología[92]–, cabe preguntarse cómo hacer para fomentar la dimensión eclesial de la vida cristiana, sin descuidar el testimonio personal del creyente. Téngase en cuenta que "sólo en el testimonio de la Iglesia, y por medio de él, poseemos el evangelio de la acción salvífica y liberadora de Dios en Jesucristo como noticia original de éste en la Sagrada Escritura[93].

Otra cuestión de gran calado testimonial es la comprensión, tanto a nivel personal como de las instituciones eclesiales, de la purificación de la memoria histórica que Juan Pablo II realizó con un gesto profético[94]. ¿Se percibe que esa purificación es necesaria para hablar de un "realismo cristiano"?[95].

En otro orden de cosas, cabe preguntarse si se ha comprendido bien que el testimonio de los fieles laicos en el seno de las realidades temporales (familia, trabajo, cultura, política, etc.)[96] forma parte esencial de su propia vocación y misión.

En fin, hay que recordar que un contenido primario del testimonio cristiano es el testimonio de la unidad (cfr. Jn 17, 23): la tarea ecuménica apunta a manifestar en la historia la unidad que Cristo ha dado a la Iglesia con el Misterio Pascual; por eso todos los bautizados están llamados a buscar la unidad (al menos con su oración) para dar testimonio de Cristo ante las gentes[97]. El reconocimiento de los mártires de otras confesiones cristianas es un signo de esta llamada.

La donación del Espíritu Santo a la Iglesia, sea en su dimensión sacramental, sea en su aspecto carismático, se da precisamente en orden al testimonio de la verdad y del amor. Todos los sacramentos implican un aspecto testimonial –una confessio fidei– y los carismas se conceden a los fieles para el testimonio según su condición, a los ministros sagrados según su función, a los fieles laicos y los miembros de la vida consagrada, cada uno según su vocación propia[98]. No es posible, tampoco desde el punto de vista del testimonio, contraponer carisma e institución.

Permítasenos extendernos algo más al enunciar –no cabe aquí otra cosa– algunas cuestiones que se plantean en la Teología pastoral acerca del testimonio[99].

B. Testimonio y transmisión de la fe

El testimonio (martyria) encuentra su lugar en el ámbito de la "transmisión" de la fe o de la educación en la fe, y a veces expresa la totalidad de ese ámbito, como elemento sustancial en la acción de la Iglesia, junto con la leiturgia y la koinonia, el culto de los sacramentos y la edificación de la comunión por la caridad.

En consecuencia, es fundamental el estudio de las relaciones del testimonio con el primer anuncio y el diálogo apostólico, la predicación, la catequesis y la enseñanza de la Religión, etc, todo ello dentro de lo que suele llamarse transmisión de la fe.

Testimonio y primer anuncio de la fe (dirigido a la conversión) se entrelazan íntimamente no sólo por motivo de la credibilidad del mensaje salvador, sino también en el ámbito de la misionología[100], y, hoy, en la nueva evangelización[101]. La primacía de la gracia divina no exime del esfuerzo por estudiar los contextos y las condiciones, personales y sociales, para un testimonio más eficaz. En este punto no debe caerse en una mentalidad pragmatista o utilitarista. La naturaleza de la misión hace que el testimonio sea eficaz cuando se respeta también la naturaleza de todos los demás elementos de la evangelización[102].

En cuanto a la relación entre testimonio, existencia cristiana y diálogo apostólico (lo que se puede llamar sencillamente el apostolado del ejemplo y de la palabra), todo cristiano debe examinarse continuamente para ajustar, en lo concreto, su conducta a la fe, a la esperanza y al amor[103]. En analogía con la vida de Cristo, el testimonio de la coherencia personal es la primera "palabra" de apostolado, sin prejuicio de explicar las razones de su esperanza.

En todo caso, la verdad cristiana no se testifica a sí misma por su capacidad para vencer a un adversario, sino por su potencia para configurar y ofrecer el don de sí mismo, sin dejar "vencidos". Cristo venció en la Cruz y ningún testimonio cristiano merece ese nombre sin esa propiedad fundamental. Por lo demás, el cristiano debe estar atento a llenar el vacío de sentido que hay con frecuencia a su alrededor. También para responder a las objeciones que quizá puedan dirigirle, sobre todo acerca de algún aspecto que quizá él mismo no vive en plenitud. De esta manera profundizará o verificará su fe, al menos en la práctica de la caridad[104]. El cristiano siempre aparece ante el otro –incluso si esa persona se considera a sí misma como un "enemigo"– como alguien por el que Cristo ha dado la vida[105].

Conviene recordar que todos somos muy sensibles a nuestras propias experiencias pero poco sensibles a las experiencias de los demás. Y cada hombre lleva su misterio y su dolor[106]. Es en la vida espiritual donde se aprenden los "valores" del testimonio; la coherencia, la sencillez y la alegría; también la valentía de oponerse a la mentira y a la injusticia (todos los evangelistas recogen el episodio de los mercaderes en el templo).

También la predicación –que no debe considerarse como una vulgarización de la teología– incluye esencialmente el testimonio. Y ello, tanto en razón del objeto (el testimonio de la fe transmitido por la Tradición) como del sujeto (el predicador como creyente). Objetivamente porque "la predicación cristiana no es en el fondo sino la prolongación del testimonio de que el amor ha posibilitado la ruptura mediante la muerte [de Cristo] y de que nuestra situación ha cambiado radicalmente"[107]. Subjetivamente, porque sólo en la medida que el predicador escucha y encarna coherentemente en su existencia la Palabra, se capacita para transmitirla con eficacia de fruto, al menos por su parte. Y hoy se requiere una predicación experiencial, interpelante y a la vez alentadora.

De otro lado, el movimiento catequético moderno ha puesto de relieve la importancia del testimonio también para configurar el mensaje mismo de la "transmisión" de la fe[108]. Cabe preguntarse si los Pastores y educadores estamos siendo capaces, a través de la predicación, de la catequesis, de la dirección espiritual, de llenar el vacío que muchas personas sienten, porque no tienen quienes les introduzcan en la experiencia cristiana. Si "hacemos" de ellos testigos de Cristo, aunque en ocasiones su vida tenga que "chocar" en el ambiente. Respecto a la enseñanza de la Religión, bastará con recordar que no cabe una educación propiamente cristiana sin el testimonio de vida.

Otras relaciones igualmente esenciales, aludidas más arriba, se dan entre testimonio y culto, entre testimonio y servicio de caridad.

C. Testimonio, culto, caridad

Los sacramentos hacen más que anunciar y testimoniar, en el sentido meramente sociológico de los términos: realizan in mysterio, incoativa y dinámicamente, la incorporación de todas las cosas a Cristo; no sólo manifiestan la salvación sino que la realizan (opus nostrae redemptionis exercetur, dice la liturgia) y recapitulan el plan de Dios. Al mismo tiempo el testimonio cristiano incluye, al menos implícitamente, la Eucaristía. El culto tiene, desde luego, una dimensión testimonial y de compromiso (en la caridad y en la justicia)[109].

Por otra parte, sólo el testimonio del amor es lo definitivamente creíble. Esto es así porque "el obrar cristiano es esencialmente un obrar segundo, una respuesta a la acción primera de Dios hacia el hombre (...). Obrar cristianamente es por tanto ser introducido por la gracia en el obrar de Dios, es amar con Dios, y sólo ahí se realiza un conocimiento (cristiano) de Dios, pues ‘quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor’ (1 Jn 4, 8)[110]

El testimonio de la caridad debería impregnar las relaciones interpersonales y las instituciones primero ad intra de la Iglesia, en cuanto "sustancia" de la comunión eclesial[111]. Este enfoque permite superar falsas alternativas en la misión evangelizadora, como las que se plantean a veces entre testimonio y anuncio, identidad y diálogo. Así puede entenderse que "la opción preferencial por los pobres realiza la forma caritatis del testimonio y del anuncio de la Iglesia, al igual que constituyó el eje principal y característico del testimonio y anuncio de Jesús"[112].

En varias ocasiones nos hemos referido en estas líneas al testimonio en relación con el ecumenismo. También para el diálogo interreligioso es relevante el testimonio, que, como un encuentro de libertades, abre las puertas al diálogo sin dejar de ser anuncio y sin dejar al margen la fe.

En definitiva, el testimonio afecta a todas las edades y ámbitos de los cristianos y de la vida eclesial: a los niños y a los jóvenes[113], los adultos y los ancianos; las familias[114], las parroquias, los grupos y los movimientos eclesiales; a los fieles laicos, en sus relaciones de trabajo, culturales y políticas (lo que hoy se necesita particularmente[115]) y siempre a través de las obras de misericordia y caridad; a los Pastores y a los miembros de la vida consagrada; a la tarea pastoral ordinaria y al ecumenismo, las misiones y la nueva evangelización (dirigida hacia los muchos bautizados que no viven plenamente su fe). El testimonio está involucrado en el servicio que los cristianos y la Iglesia como tal presta al mundo, en la evangelización de las culturas y en el diálogo con las religiones, al servicio de la solidaridad humana, de la paz y de la apertura a la trascendencia.

Lo que se requiere, en todo caso, son cristianos que sigan siendo testigos de Cristo en el mundo:

"Cristo resucitado tiene necesidad de testigos que se hayan encontrado con él, que le hayan conocido íntimamente a través de la fuerza del Espíritu Santo. Hombres que, habiéndole tocado con la mano, por así decir, puedan testimoniarle. Fue así como la Iglesia, familia de Cristo, creció desde ‘Jerusalén… hasta los confines de la tierra’ (…). A través de testigos se construyó la Iglesia, comenzando por Pedro y Pablo, por los Doce, hasta todos los hombres y mujeres que, llenos de Cristo, en el transcurso de los siglos, han vuelto a encender y encenderán de nuevo de manera siempre nueva la llama de la fe. Todo cristiano, a su manera, puede y debe ser testigo del Señor resucitado. Cuando leemos los nombres de los santos, podemos ver cuántas veces ante todo han sido –y siguen siendo– hombres sencillos, hombres de los que surgía –y surge– una luz resplandeciente capaz de llevar a Cristo"[116].

* * *

CONSIDERACIONES CONCLUSIVAS

Ofrecemos tres proposiciones que pueden servir a modo de conclusión del estudio realizado.

1. El testimonio cristiano es la primera forma de la evangelización y una de las claves de la nueva evangelización.

El testimonio de los fieles laicos en su vida familiar, profesional, cultural y política, etc., adquiere una importancia decisiva.

Posee el testimonio en nuestro tiempo una fuerza especial, no sólo porque la ha tenido siempre durante la historia, sino, entre otras razones, porque hay una mayor sensibilidad por lo vivido.

2. Cuando el testimonio es auténticamente cristiano, es siempre eficaz.

El motivo es que la santidad emite un mensaje inequívoco, al mostrar el rostro concreto del amor en una persona o en una actuación determinada.

La eficacia del testimonio cristiano es una eficacia a la vez humana y cristiana, temporal y escatológica. Se traduce en colaborar en la transformación de la sociedad a través del servicio al bien común; al mismo tiempo, es manifestación y comunicación de una salvación que no procede del hombre, sino que viene sólo de Dios.

3. En último término, la fuerza del testimonio cristiano es la fuerza del amor.

Esto se explica porque es una participación del testimonio que Cristo da del Padre en el Espíritu Santo. Una forma particularmente eficaz del testimonio cristiano es el amor por los pobres y los necesitados.

Como esa participación se da de un modo pleno en la Iglesia, familia de Dios, el testimonio cristiano posee simultáneamente dos dimensiones: personal y eclesial. El testimonio cristiano es un testimonio de que es posible el amor y la paz en el mundo.

Los cristianos deben ser testigos de Cristo en todas las circunstancias de su vida, pública o privada, si es necesario hasta el martirio, expresión privilegiada del testimonio.

Notas

[1] Bibliografía general: J.Mª Abrego de Lacy, "Testimonio", en Nuevo Diccionario de Catequética, V.Mª Pedrosa y otros (dirs.), San Pablo, Madrid 1999, II, 2201-2210; J. Beutler, M. Scheuer, P. Fonk, A. Biesinger, R. Zerfass, "Zeuge, Zeugnis, Zeugenschaft", en Lexikon für Theologie und Kirche 10 (2001) 1440-1445; N. Brox, Zeuge und Märtyrer, Kösel, München 1961; N. Brox, "Testimonio", en H. Fries (ed.), Conceptos fundamentales de Teología, IV, Cristiandad, Madrid 1967, 332-343; E. Castelli (ed.), Le témoignage, Aubier-Montaigne, Paris 1972 (con colaboraciones de G. Geffré, J.L Leuba, P. Rossano, I De la Potterie, etc.); J. Comblin, Le témoignage de l’Esprit, ed. Universitaires, Paris 1964; N. Cotugno, El testimonio en el Vaticano II, ed. Instituto teológico del Uruguay, Montevideo 1974; W.F. Dewan, "Witness (christian)", en B. Marthaler y otros (eds), New Catholic Encyclopedia 14 (2003) 802s; J. Esquerda Biffet, "Testimonio", en Idem, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid 1998, 727-729; C. Floristán, "Testimonio", en C. Floristán–J.J. Tamayo (eds.), Conceptos fundamentales de pastoral, Cristiandad, Madrid 1983, 989-1000; C. Geffré, "Les conditions actuelles du témoignage chrétien", La foi et le temps 12 (1982) 237-260; C. Gil Atrio, Testimonio, exigencia fundamental, Sígueme, Salamanca 1968; M. Gronchi, "Testimonianza", en J-Y. Lacoste-P. Coda (eds), Dizionario Critico di Teologia, Borla-Città Nuova, Roma 2005, 1349-1357; M. Grossi, "Testimonio", en L. Rossi–A. Valsecchi (dirs), Diccionario enciclopédico de Teología moral, Paulinas, Madrid 1986, 1062-1067; J. Jacquemontant–P. Jossua–B. Quequejeu, Le temps de la patience. Étude sur le témoignage, Cerf, Paris 1976; J.A. Jáuregui, Testimonio-Apostolado-Misión, ed. Universidad de Deusto, Bilbao 1973; J.-P. Jossua, La condición del testigo, Narcea, Madrid 1987; A. Manaranche, Rue de l’Évangile, Le Sarment-Fayard, Paris 1987, pp. 260-292; G. Marafini, La testimonianza cristiana nella società seccolarizzata, Città Nuova, Roma 1972; F. Pajer, "Testimonio", en J. Gevaers (dir.), Diccionario de Catequética, CCS, Madrid 1987, 786 s.; D. Ramos, Testimonio II, en Gran Enciclopedia Rialp, 22 (1975) 384-386; J. Sudbrack (dir.), Zeugen christlicher Gotteserfahrung, Grünewald, Maguncia 1981; P. Viotto, Testimonianza, en M. Laeng (a cura di), Enciclopedia Pedagogica, La Scuola, Brescia 1994, 1854-1858.

[2] Vid. Ch. Augrain, "Martir", en Vocabulario de Teología Bíblica, X. Léon-Dufour (dir), Herder, Barcelona 2002, 513s; D. Barrios-Delgado, "Testigo", en Diccionario Enciclopédico de la Biblia, J.B. Bauer (dir.), Herder, Barcelona 1993, pp. 1504 s; J. Beutler, Martyria: traditionsgeschichtl. Untersuchungen z. Zeugnisthema bei Johannes, Knecht, Frankfurt (Main) 1972; R. Koch, "Testimonianza", en J. Bauer–L. Ballarini (a cura di), Dizionario di Teologia Biblica, Paoline, Brescia 1965, pp. 1434-1451; M. Prat–P. Grelot, "Testimonio", en Vocabulario de Teología Bíblica, ya citado, 886-889; J.D. Taborvol, "Martyr, Martyrdom", en The Anchor Bible Dictionary, 4 (1993) 574-579.

[3] Cfr. J. Van Leeuwen, "Testigo", en E. Jenni–C. Westermann, Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento, Cristiandad, Madrid 1985, 273-287.

[4] Entre muchos textos, ver, por ejemplo, Gn 31, 50, Jc 11, 10; I S 12, 5 y 6, Sb 1, 6; Jr 42, 5. Más adelante, en el Nuevo Testamento, Dios Padre aparecerá frecuentemente como testigo: cfr. Mt 3, 17; 17, 5; Jn 5, 31-40; 8, 18; 12, 28; 1 Jn 5, 6-12.

[5] Un lugar clásico donde se puede ver que la fuerza de Israel se apoya en el testimonio de su tradición histórica es Dt 6, 20-24.

[6] Cfr. Ex 20, 16; Dt 5, 20; Pr 6, 19; Sal 27, 12; 35, 11. En ese contexto aparece la invocación al cielo y la tierra como testigos (cfr. Dt 4, 26; 30, 19) e incluso el mismo Dios (cfr. Gn 31, 50).

[7] Es lo que en el análisis de Paul Ricoeur, después de tratar de los aspectos histórico y jurídico del testimonio, se denomina aspecto existencial o filosófico, y que se sitúa en relación con el Absoluto; supone el acceso a los signos de Dios en la historia y plantea, por tanto, el valor definitivamente teológico del testimonio (cfr. P. Ricoeur, "L’herméneutique du témoignage", en E. Castelli, Le témoignage, citado en nota 1, pp. 35-61). Vid. P.P. Martinelli, La testimonianza: Verità di Dio e libertà dell’uomo, Paoline, Milano 2002, 79 ss.

[8] La historia de los profetas viene a ser una representación o una imagen, aunque fragmentaria (porque eran hombres) de Dios: su vida es el lugar donde ser realiza la revelación, se participa del pathos de Dios y de sus relaciones con Israel; todo lo humano es asumido en el ministerio profético. Ellos reciben la Palabra, mientras que Cristo es la Palabra (cfr. Ch. Schönborn, Dio inviò suo figlio: Cristología, Jaca Book, Milano 2002, pp. 98-10). Vid. también P. Paolini, "Il profeta come testimone nell’Antico Testamento", en P. Ciardella–M. Gronchi (a cura di), Testimonianza e verità. Un approcio interdisciplinare, Città Nuova, Roma 2000, 83-99.

[9] Cfr. L. Coenen, "Testimonianza", en L. Coenen–El Beyreuther–H. Bietenhard ( a cura di), Dizionario dei concetti biblici del Nuovo Testamento, EDB, Bologna 1980 (2 ed), 1857-1866; Ph.-H. Menoud, "Jésus et ses témoins", Église et théologie 23 (1960) 7-20; A.A. Trites, The New Testament concept of witness, Cambridge University Press, Cambridge 1973; M. Strathmann, "Martys, martyréo, martyría, martýrion" en Grande Lessico del Nuovo Testamento, 6 (1970) 1313-1372 (ampliamente, 1269-1392).

[10] Cfr. J.N. Aletti, "Testimoni del Risorto. Spirito Santo e testimonianza negli Atti degli Apostoli", Rivista dell’Evangelizzazione 2 (1998) 287-298; J. Beutler, Das Zeugnisthema in Johannesevangelium unter Brücksichtigung der Johannesbriefe, ed. Un. Gregoriana, Roma 1972; Bianchi, M., "La testimonianza della Tradizione giovannea. Vangelo e Lettere", en Testimonianza e verità, volumen ya citado supra nota 8, pp. 110-137; E. Cothenet, La chaîne des témoins dans l’Évangile de Jean. De Jean-Baptiste au diciple bien aimé, Cerf, Paris 2005; I. De la Potterie, "La notion johannique de témoignage", en Sacra Pagina 2 (1959), 193-208; C. Dillenschneider, L’apôtre témoin du Christ, le ‘témoin fidèle’ du Père, ed. Alsatia, Paris 1966; I. Donegani, À cause de la parole de Dieu et du témoignage de Jésus… Le témoignage selon l’Apocalipse de Jean, Gabalda, Paris 1997; A. Gangemi, "La testimonianza nell’Apocalisse di Giovanni", en G. Ruggieri et al. (a cura di), Ministeri e ruoli sociali, Marietti, Torino 1978, 83-107; J.C. Hindley, "Witness in the Fourth Gospel", Scottish Journal of Theology 18 (1965) 319-337; S. Kalevi, Zeuge und Zeugnis in den lukanischen Shriften, ed. Suomen Eksegeettinen Seura, Helsinki 1978; W.T. Kessler, Peter as the first witness of the risen Lord, Un. Gregoriana, Roma 1998; R. Filippini, R., "Per una teologia lucana della testimonianza. Un’indagine nel libro degli Atti degli Apostoli", en Testimonianza e verità, ya citado, pp. 101-118; Idem, "La forza della verità. Sul concetto di testimonianza nell’Apocalisse", Rivista Biblica 4 (1990) 401-499; G. Schneider, "Die zwölf Apostel als ‘Zeugen’/Die Apostelgeschichte, I", en A. Wilkenhauser–A. Vögtle (eds.), Herders Theologischer Kommentar zum Neuen Testament, Herder, Freiburg i. Br 1980, 221-232; J.O. Tuñi Vancells, El testimonio en el evangelio de Juan, Sígueme, Salamanca 1983; A. Vanhoye, "Témoignage et vie en Dieu selon le quatrième évangile", Christus 6 (1955) 150-171.

[11] Cfr. La noción de verdad tiene en el evangelio de San Juan un lugar central. Cfr. I. De La Potterie, La verdad de Jesús, Editorial Católica, Madrid 1979; P. Gire, "La question de la vérité dans l’Évangile, de saint Jean: de la Révélation au témoignage", Recherches de Science Religieuse 88 (2000) 5-113.

[12] Cfr. P. Martinelli, obra citada (supra, nota 7), pp. 111 ss.

[13] En la perspectiva de Tomás de Aquino, Jesús se identifica con su misión en cuanto ésta es expresión de su eterno proceder del Padre (cfr. S. Th. I, q43 a1). Esta identificación se observa también en su autoconciencia: su misión no se "añade" a su vida, sino que se identifica con ella, la agota.

[14] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 515-518, y su Compendio, n. 101. El trinomio revelación-redención-recapitulación para expresar dimensiones fundamentales de los "misterios de la vida de Cristo" se remonta a S. Agustín, cfr. De vera religione, 16, 20 y 16, 32: CCSL 32, 205-207 (vid. Ch. Schönborn, Dio inviò suo figlio. Cristologia, Jaca Book, Milano 2002, p. 174).

[15] "Se puede por tanto afirmar que la misión del Hijo es el testimonio incomparable de ese misterio del amor infinito que es la paternidad misma de Dios" (J. Daniélou, La Trinidad y el misterio de la existencia, Paulinas, Madrid 1969, p. 82). El ministerio profético de Cristo se fundamenta en ese profundo misterio de su ser, en su filiación divina: Él es la Palabra eterna y a la vez, también como hombre, la revelación del misterio del Padre y su comunicación a los hombres (cfr. F. Ocariz–L.F. Mateo-Seco–J.A. Riestra, El misterio de Jesucristo, 3ª ed., Eunsa, Pamplona 2004, 383). El testimonio de la fe en Cristo como "hijo de Dios" (título que en la teología política de Roma le correspondía sólo al emperador), les costó a muchos cristianos, víctimas de las persecuciones romanas, el martirio: de la martyria nació el martyrium, insulto a la civilización del poder político (cfr. J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca 2002 [1ª ed, 1968], p. 188; remite a A.A.T. Ehrhardt, Politische Metaphysik von Solon bis Augustin I-II, Mohr, Tübingen 1959; E. Peterson, Testigos de la verdad: Tratados teológicos, Cristiandad, Madrid 1966, 71-101; N. Brox, Zeuge und Märtyrer, citado supra, nota 1).

[16] Cfr. C. Geffré, "Le témoignage comme expérience e comme langage (à propos de la la résurrection du Christ)", en E. Castelli, La testimonianza, ya citado, pp. 291-307. La tradición y la piedad cristiana habla de las llagas de Cristo, que permanecen en su humanidad después de la resurrección, como testimonio del don irrevocable de su amor (cfr. Lc 24, 40; Jn 20, 27).

[17] Vid. I. de la Potterie, Jean Baptiste et Jésus, témoins de la vérité d’après le IVe Évangile, en E. Castelli, La testimonianza, ya citado, pp. 317-329.

[18] Sobre el testimonio de los primeros cristianos, vid. I. de Antioquía, A los efesios, 10; S. Justino, I Apología, 16, 3-4; Atenágoras, Legatio, 11-12; Discurso a Diogneto 5, 1-17 y 6. Para una síntesis de los contenidos de ese testimonio, cfr. D. Ramos Lissón, El testimonio de los primeros cristianos, Rialp, Madrid 1969.

[19] Cfr. S. Clem. De Alejandría, Stromata IV, 4, 7

[20] El culto espiritual, expuesto ya en el s. II por San Justino (Diálogo con Trifón, c. 117, y Primera Apología, c. 13: PG 6, 746-750 y 346-347), fue desarrollado ampliamente por San Agustín, especialmente en La Ciudad de Dios, libro X. Los Padres de la Iglesia hablan en este sentido del "altar del corazón". Para algunos textos particularmente significativos, vid. S. Pedro Crisólogo, Sermón 108: PL 52, 500; San León Magno, Sermón 4, 1: PL 54, 149; Clemente de Alejandría, Stromata VII, 7: PG 9, 451; San Gregorio de Nacianzo, Disertación 45, 23-24: PG 36, 654-655). Una visión de conjunto del tema, puede verse en S. Lyonnet, "La naturaleza del culto en el Nuevo Testamento", en J.P Jossua-Y.Congar (eds.), La Liturgia después del Vaticano II, Taurus, Madrid 1969, 439-477. En el contexto actual, se nos permita remitir a lo escrito en "Eucaristía y nueva evangelización", Scripta Theologica 37 (2005) 544ss.

[21] S. Agustín, Sermón 34, 5-6: CCL 41, 426.

[22] S. Gregorio Magno, Regula Pastoralis, 2, 4: PL 77, 30-31.

[23] Idem, Homilia in Evangelia 26, 9: PL 76, 1202.

[24]S. Gregorio de Nisa, Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano, PG 46, 286.

[25] Cfr. S. Juan Crisóstomo, Homilia 20, 4: PG 60, 164.

[26] Idem, Sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 15, 7: PG 57, 232

[27] S. Gregorio de Nisa, Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano, PG 46, 262.

[28] S. Clemente I, Carta a los Corintios, 30, 3: Funk 1, 99.

[29] Cfr. S. Agustín, Sermón 46, 9: CCL 41, 535-536; Idem, Sermón 47, 12-14: CCL 41, 582-584.

[30] Homilía de un autor del siglo II, 13, 2-14: Funk 1, 159-161.

[31] Cfr. S. Clemente I, Carta los Corintios, 46, 2-47. 4; 48, 1-6: Funk 1, 119-123.

[32] Cfr. Ibid., 5; S. Ireneo, Adv. Haer., V, 9, 2. Santo Tomás argumenta que el martirio es el mejor testimonio a favor de Cristo por la mayor perfección que contiene (cfr. S. Th, II-II, q124 ad3). Vid. P. Rossano, "La testimonianza del nome cristiano negli Atti dei martiri del secolo II", en E. Castelli, La testimonianza, ya citado, pp 331-340.

[33] Cfr. Clemente de Alejandría, Stromata, IV, 4 y 6). Vid. C. Noce, Il martirio. Testimonianze e spiritualità nei primi secoli, Studium Roma 1987.

[34] Cfr. Eusebio, Hist. Eccl, 5, 2, 1-4.

[35] Cfr. S. Cipriano, Epist, 2.

[36] Orígenes, Comm. In Ioann, 2: PG 14, 175).

[37] S. Ambrosio, Comentario al Salmo 1189, Cap. 20, 47-50: CSEL 62, 467-469.

[38] Cfr. A.D. Fitzgerald, "Martirio", en Diccionario de San Agustín, Monte Carmelo, Burgos 2001, 858-864.

[39] En nuestros días, esta doctrina del Concilio Vaticano II ha sido recordada en diversas ocasiones por Benedicto XVI. En una de ellas afirmaba: "En esta misión evangelizadora y humanizadora de la Iglesia participan los fieles laicos de un modo peculiar y acorde con su índole secular, pues viven y actúan allí donde se organiza la vida social, donde se toman las decisiones o se transforman las estructuras que condicionan la vida civil. Ellos han de seguir su vocación específica de ‘buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales’ (Lumen gentium, 31) y, por tanto, poniendo sus capacidades profesionales y el testimonio de una vida ejemplar al servicio de la evangelización de la vida social, haciéndola al mismo tiempo más justa y adecuada a la persona humana. Para ello necesitan una sólida formación que les permita discernir en cada situación concreta, por encima de intereses particulares o propuestas oportunistas, lo que realmente mejora al ser humano en su integridad y las características que han de tener los diversos organismos sociales para promover el verdadero bien común" (A los participantes del Seminario Continental para América, 21.XI.2005). En otra ocasión, señalaba: "La Iglesia no se identifica con ningún partido, con ninguna comunidad política ni con ningún sistema político; en cambio, recuerda siempre que los laicos comprometidos en la vida política deben dar un testimonio valiente y visible de los valores cristianos, que hay que reafirmar y defender en el caso de que sean amenazados. Lo harán públicamente, tanto en los debates de carácter político como en los medios de comunicación social" (A un grupo de obispos de Polonia, 3. XII. 2005).

[40] Cfr. Evangelii nuntiandi, nn. 21-24.

[41] Ibid., n. 41. Vid. también el n. 76 de la misma exhortación y Redemptoris missio, 42 y 43.

[42] Cfr. Ecclesia in Africa, n. 56; Ecclesia in Asia, n. 20; Ecclesia in America, n. 32; Mensaje final del Sínodo de los Obispos Europeos, 21.X.1999, n. 5. En esta perspectiva un acontecimiento de singular transcendencia fue la "Jornada del Perdón" (dedicada a la purificación de la memoria de la Iglesia), celebrada por Juan Pablo II durante el Jubileo del año 2000 (12. III). Vid. Juan Pablo II–Comisión Teológica Internacional, Jornada del Perdón. Memoria y reconciliación: La Iglesia y las culpas del pasado, Palabra, Madrid 2000. Vid. la presentación del entonces Cardenal J. Ratzinger, Convocados en el camino de la fe, Cristiandad, Madrid 2004, pp. 283-291.

[43] Exhort. Vita consecrata (25.III.1996), nn. 31 y 33.

[44] Cfr. Exhort. Christifideles laici (30.XII.1988), nn. 14s. y 34. De modo especial "los fieles laicos han de testificar aquellos valores humanos y evangélicos, que están íntimamente relacionados con la misma actividad política; como son la libertad y la justicia, la solidaridad, la dedicación leal y desinteresada al bien de todos, el sencillo estilo de vida, el amor preferencial por los pobres y los últimos" (n. 42).

[45] Cfr. Exhort. Ap. Pastores dabo vobis (25.III.1992), en numerosos lugares.

[46] Vid. Exhort. Ap. Vita consecrata, esp. nn. 25, 33 y 84-95.

[47] Cfr. Exhort. Ap. Catechesi tradendae (16.X.1979), n. 15.

[48] Cfr. M. Warren, Sourcebook for Modern Catechetics, I, Saint Mary’s Press, Winona (Minn) 1983, especialmente los textos de A. Nebreda (pp. 40 ss), y del editor, M. Warren, pp. 329 ss).

[49] Cfr. Catechesi tradendae, n. 24.

[50] Cfr. Ibid. n. 25.

[51] Cfr. Ibid., n. 47.

[52] Cfr. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 2005, n. 190. Poco después se alude al "testimonio de la esperanza del Reino de los cielos" para explicar la aportación de la vida consagrada a la misión de la Iglesia (cfr. n. 192).

[53] Ibid., n. 268.

[54] Cfr. Ibid., n. 522. Además de estos puntos (que son los seleccionados en el índice del Compendio), el texto recoge unas treinta veces los términos testimonio, testigos, atestiguar, etc.

[55] Cfr. Carta Ap. Novo millennio ineunte (6.I.2001), n. 7.

[56] Cabe evocar aquí de nuevo unas palabras de J. Daniélou, en la obra ya citada La Trinidad y el misterio de la existencia, precisamente las palabras de comienzo: "A medida que el compromiso temporal adquiere más cabida en la vida de los cristianos, es preciso que el testimonio de la contemplación le presente su contrapeso. (…) En última instancia se trata de una búsqueda de Dios, cual se da en el corazón de la crisis actual del mundo. Se trata pues de hacer presente en medio de la civilización técnica la dimensión de la transcendencia, fuera de la cual no hay humanismo posible" (p. 7).

[57] Cfr. Novo millennio ineunte, n. 20.

[58] Sobre el testimonio de vida en la evangelización actual de Europa, cfr. Ecclesia in Europa, 49 y 67.

[59] Cfr. Carta Ap. Novo millennio ineunte, nn. 42 ss.

[60] Meses después explicaba Benedicto XVI: "Todo cristiano está llamado a comprender, vivir y testimoniar con su existencia la gloria del Crucificado. La cruz –la entrega de sí mismo del Hijo de Dios– es, en definitiva, el "signo" por excelencia que se nos ha dado para comprender la verdad del hombre y la verdad de Dios: todos hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único. Por eso, como escribí en la encíclica Deus caritas est, en la cruz ‘se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical’ (n. 12)" (Visita pastoral a la parroquia de Dios, Padre misericordioso, 26.III.2006).

[61] Cfr. Enc. Deus caritas est, n. 19.

[62] Cfr. Ibid., nn. 30s.

[63] Cfr. Ibid., n. 31, 33. En efecto, el silencio puede ser también un lenguaje de la fe (cfr. J. Morales, Introducción a la teología, Eunsa, Pamplona 1998, p. 101).

[64]Cfr. Ibid. n. 40.

[65] Cfr. P. O’Callaghan, "El testimonio de Cristo y de los cristianos. Una reflexión sobre el método teológico", Scripta Theologica 38 (2006) 501-568

[66] Cfr. B. Forte, La teología como compañía, memoria y profecía, Sígueme, Salamanca 1990, pp. 185-201. Desde la filosofía, vid. P. Ricoeur, "La hermenéutica del testimonio", en Idem, Fe y filosofía: problemas del lenguaje religioso, cap. IV, pp. 125 ss., Almagesto, Buenos Aires 1990.

[67] Cfr. R. Pellitero, "La eficacia temporal del mensaje evangélico según Yves Congar", Scripta Theologica 24 (1992) 1031-1047; Vid. D. Ramos Lissón, El testimonio de los primeros cristianos, citado supra nota 18.

[68] Juan Pablo II, en L’Osservatore Romano, 16-17.VIII, 1991, p. 9.

[69] Cfr P. Martinelli, texto citado, p. 203. Después de la debilidad que produjo la escisión entre teología especulativa y espiritualidad –en el s. XIII–, dogmática y mística, y el peso negativo del proceso de la secularización, en el s. XVIII el iluminismo criticó el concepto de revelación, lo que conllevó la pulverización del valor veritativo del testimonio: el testimonio manifestaría, no una verdad, sino simplemente una convicción. A pesar de la deriva irracional del postmodernismo, en la época del Concilio Vaticano II tuvo lugar un redescubrimiento del testimonio (cfr. ibid., pp. 26 ss). Véase el "decantamiento" magisterial de esa reflexión en el apartado I,2 de este trabajo.

[70] Cfr. K. Hemmerle, "Verità e testimonianza", en Testimonianza e verità, cit., 307-323; R. Latourelle, Le témoignage chrétien, Desclée-Bellarmin, Tournai-Montréal 1971; Idem, Teología de la Revelación, Sígueme, Salamanca 1989, 53-62; Idem., "Testimonio", en Diccionario de Teologia fundamental, R. Latourelle–R. Fisichella (dirs.), Paulinas, Madrid 1992, 1523-1531; J.L. Leuba, "La notion chrétienne du témoignage", en E. Castelli, La testimonianza, ya citado pp. 310s; P. Martinelli, La testimonianza: Verità di Dio e libertà dell’uomo, texto que venimos citando; M. Neri, La testimonianza en H.U. von Balthasar, EDB, Bologna 2001; K. Rahner, "Osservazioni teologiche sul concetto di ‘testimonianza’", en Nuovi Saggi, vol. 3, San Paolo, Roma 1975, 217-239; P.A. Sequeri, "Esperienza della fede e testimonianza della rivelazione", Teologia 6 (1981) 117-121; H. Verweyen, "Sulla credibilità del cristianesimo", Scuola Cattolica 125 (1997) 517-538.

[71] C. Izquierdo, Teología Fundamental, Eunsa, Pamplona 2002, p. 157.

[72] Conviene insistir en que no hay revelación del misterio de Dios y de Cristo sino en el testimonio transmitido sobre lo que ellos han hecho y hacen por nosotros, es decir, en relación con nuestra salvación (cfr. Y. Congar, Situations et tâches présentes de la theologie, Cerf, Paris 1967, p. 87). La fe cristiana implica el testimonio, ante todo de Cristo (cfr. J. Ratzinger, Introducción al cristianismo citado supra nota 15, p. 71). Vid. también E. Arens, Bezeugen und Bekennen, Patmos, Düsseldorf 1989; K. Hemmerle, K. Hemmerle, Verità e testimonianza, ya citado; J. Schmitz, "Das Vernehmen und Bezugen des ‘Wortes Gottes’", Trierer Theologische Zeitschrift 100 (1991) 205-211.

[73] Cfr. H. De Lubac, Fe y profesión de fe, en Idem., La fe cristiana, Fax, Madrid 1970, 329 ss. Sobre las relaciones entre fe, testimonio y experiencia, vid. J. Mouroux, Creo en ti, Flors, Barcelona 1964. En relación con el Catecismo de la Iglesia Católica, vid. J. Ratzinger, "El Catecismo, instrumento de unidad en la verdad", Ecclesia, 22. Nov. 1997, n. 2868, 32 ss. El Cardenal se refería al Catecismo en el horizonte de un "lenguaje fundamental de la fe" (p. 34).

[74] Ratzinger, Teoría de los principios teológicos, Herder, Barcelona 1985, p. 416. En conexión con la experiencia espiritual, vid. M.J. Le Guillou, Les témoins sont parmi nous, Fayard, Paris 1973.

[75] Vid. al respecto K. Wojtyla, "Misión y testimonio como fundamento del enriquecimiento de la fe", en Idem, La renovación en sus fuentes, BAC, Madrid 1982, pp. 163-175.

[76] En el terreno ecuménico a esto se le ha llamado "principio de admiración y edificación". Cfr. P. Rodríguez, Iglesia y ecumenismo, Rialp, Madrid 1979, pp. 89 s. Vid. al respecto la encíclica Ut unum sint, nn. 14 y 38. Sobre el testimonio como acceso al misterio de las personas, vid. R. Latourelle, "Testimonio", texot citado, pp. 1524 ss.

[77] Cfr. P. Gianola, Testimonio, en Diccionario de Pastoral Vocacional, E. Borile–L. Cabbia–V. Magno (eds), Sígueme, Salamanca 2005, 1200-1211. Característica del auténtico testigo es que "no se contenta con presentar el anuncio como una teoría, sino que interpela directamente al interlocutor, sugiriéndole que él mismo haga la experiencia personal de lo anunciado" (Benedicto XVI, Audiencia general, 6. IX. 2006).

[78]A propósito de los mártires ha escrito J. Pieper: "(Es) el mártir un verdadero ́heroe’, como también lo es cualquier insignificante y desconocido que empeña su vida en la verdad y el bien, suceda esto en el acontecimiento dramático de la muerte testimonial o en la entrega de toda una vida, que prefiere desprenderse de sí misma y de su propia seguridad y ponerse a la absoluta disposición de Dios. La gran Teresa de Ávila dice en su autobiografía que se necesita más fortaleza para tomar el camino de perfección que para ser de presto mártires. Quizá esta frase, pronunciada desde la experiencia de la propia vida, haga un poco más plausible el término virtud ‘heroica’, que, conforme a la tradición cristiana, es la señal de una vida santa" (J. Pieper, La fe ante el reto de la cultura actual, Rialp, Madrid 1980, p. 187).

[79] Vid. E. Barbotin, "Témoignage", en Dictionnaire de Spiritualité, XV, Beauchesne, Paris 1991, cols 134-141; P. Sequeri, Testimoni del mistero. L’origine, il fine e i modi della testimonianza cristiana, CEAM, Milano 1997.

[80] Vid. P. Rodríguez, "Sobre la condición de discípulo y su significado para la cristología", Scripta Theologica 1 (1969) 165- 173.

[81] Cfr. Ch. Bernard, Teología espiritual, Atenas, Madrid 1994, 136s.; R. Frattallone, "La vita cristiana come testimonianza redentiva", Rivista di Teologia morale 3 (1971) 9, 81-101; M. Grossi, La vita come testimonianza nelle prospettive del Vaticano II, Anicia, Modena 1970; J.L. Illanes, "Llamada a la santidad y radicalismo cristiano", en A. Sarmiento y otros (eds.), La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, eds. Un. de Navarra, Pamplona 1987, 803-824; R. Latourelle, "La sainteté, signe de la révélation", Gregorianum 46 (1965) 36-65; J. Weismayer, Vida cristiana en plenitud, PPC, Madrid 1990, 145 ss, 163 ss.

[82] Vid. lo que hemos escrito en "Oración y acción eclesial", Revista Española de Teología 65 (2004) 243-271.

[83] Hay una diferencia formal entre la perspectiva del místico y la del teólogo espiritual. Para el primero, su mensaje es ante todo un testimonio: lo que Dios ha hecho en él constituye su fuente y su meta. En cambio para el que estudia teológicamente la vida espiritual, las experiencias místicas, propias o recibidas, constituyen la materia de su reflexión, pero su lenguaje no es el de un testigo sino el de un científico (cfr. J.L. Illanes, Mundo y santidad, Rialp, Madrid 1984, prólogo, p. 12).

[84] F. X. Nguyen van Thuan, Testigos de esperanza, Ciudad Nueva, Buenos Aires–Madrid 2000, p. 7.

[85] Madre Teresa de Calcuta, Orar. Su pensamiento espiritual (ed. de J.L. González Balado), Planeta, Barcelona 1997, p. 180. El texto de la conferencia impartida por el cardenal Joseph Ratzinger en el monasterio de Santa Escolástica (Subiaco, 1.IV.2005), al recibir el premio ‘San Benito por la promoción de la vida y de la familia en Europa’, se mueve en esa misma línea, que evoca las exhortaciones de los Padres en los primeros siglos: "Lo que más necesitamos en este momento de la historia son hombres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan que Dios sea creíble en este mundo. El testimonio negativo de cristianos que hablaban de Dios y vivían contra Él, ha obscurecido la imagen de Dios y ha abierto la puerta a la incredulidad. Necesitamos hombres que tengan la mirada fija en Dios, aprendiendo ahí la verdadera humanidad". Ya el Conc. Vaticano II citó el contratestimonio como causa de ateísmo: "En esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión" (Gaudium et spes, 19).

[86] Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 1ª ed, Rialp, Madrid 1973, n. 183. Desde los años treinta del siglo XX, San Josemaría promovió el testimonio de los fieles laicos, con la palabra y sobre todo con las obras, a través de su trabajo cotidiano (cfr. Camino, n. 342 y 842), también en el terreno intelectual (sin "miedo a la verdad", cfr. Ibid. n. 34). En aquellos años algunos católicos renunciaban ya a dar testimonio de Cristo en medio del pluralismo académico, profesional o político, con pretexto de ese mismo pluralismo (cfr. nn. 370-372, 394). El cristiano corriente (no clérigo ni religioso) debe dar testimonio de Cristo con naturalidad y discreción, sin "publicidad", sin ruido ni activismo; lo cual no significa misterio o secreteo (cfr. n. 641), ni tampoco frivolidad ni comodidad. Significa llevar los demás a Dios con el estilo de los primeros cristianos, es decir: sabiendo hacer amable la virtud (cfr. nn. 376 y 943), con respeto a la libertad de los otros y, a la vez, proponiendo la fe como única perspectiva donde plenamente se enfocan los grandes interrogantes de todos los tiempos (vid. "Camino". Edición histórico-crítica preparada por P. Rodríguez, Rialp, Madrid 2002, pp. correspondientes a los puntos citados).

[87] E. Stein, citado por E. Ghini, en l’Osservatore Romano, 13.IX.1998.

[88] Autorretrato espiritual (1916-1942), Editorial de Espiritualidad, Madrid 1996, carta n. 320, diciembre de 1941, a la Madre Ambrosia Atonia Engelmann.

[89] Citado en "Dorothy Day: Comment inventer l’un des plus grands journaux catholiques des États-Unis sur la table de sa cuisine", en J. Doré (dir.), Le livre des merveilles, Conseil de Présidence du Grand Jubilé de l’An 2000-ed. Omnibus, Paris 1999, pp. 1112-1116, cita en p. 1114.

[90] Hermano Roger, Carta "Alegría inesperada", Carta de Taizé, n. especial 1998, p. 3, nota 15.

[91] Vid. Conf. Episcopal Española, Testigos del Dios vivo: Reflexión sobre la misión e identidad de la Iglesia en nuestra sociedad, Madrid 1985. Vid. S. Pié-Ninot, Testimonio, en C. O’Donnell–S. Pié-Ninot, Diccionario de eclesiología, San Pablo, Madrid 2001, pp. 1049-1051.

[92] Según Fisichella, en el Vaticano II el testimonio se convierte en la via de acceso a la credibilidad de la Iglesia (cfr. R. Fisichella, La revelación: evento y credibilidad, Sígueme, Salamanca 1989, p. 186). Cfr. S. Pié i Ninot, "Hacia una eclesiología fundamental basada en el testimonio", Revista Catalana de Teología 9 (1984) 401-461; F. Parra, "Desafíos a la credibilidad de la Iglesia en América Latina", Teología y vida 45 (2004) 273-317, donde se plantean algunas cuestiones que afectan al método teológico-pastoral, en diálogo con la Doctrina social de la Iglesia.

[93] W. Kasper, "Situación y tareas actuales de la teología sistemática" (Prólogo), en Idem, Teología e Iglesia, Herder, Barcelona 1989, 7-27 (cita en p. 13).

[94] Vid. Juan Pablo II–Comisión Teológica Internacional, Jornada del Perdón, Memoria y reconciliación: La Iglesia y las culpas del pasado, Palabra, Madrid 2000. En relación con el testimonio, vid. la Carta ap. Tertio millennio adveniente (10.XI.1994), nn. 33 y 36.

[95] Siguen teniendo actualidad, a este respecto, las sugerencias de R. Guardini, "Realismo cristiano" (1935), en Idem., Fede-religione-esperienza: saggi teologici, Morcelliana, Brescia 1984, p. 152.

[96]Es ahí, según Congar, donde los laicos tienen un papel de primer orden, en cuanto "testigos del Evangelio, pero de un Evangelio que desarrolla sus exigencias ad extra, en la vida temporal de los hombres" ("Vaticano II, un concilio vivente", La Rivista del Clero Italiano 65 [1984] 407. Recordemos antes del Concilio el libro de Congar, Si vous êtes mes témoins… Trois conférences sur Laïcat, Église et Monde, Cerf, Paris 1959; vid. R. Pellitero, La teología del laicado en la obra de Yves Congar, ed. Un. de Navarra, Pamplona 1996. Acerca del testimonio de los fieles laicos en contexto eclesiológico, cfr. R. Pellitero (dir), Los laicos en la eclesiología del Concilio Vaticano II, Rialp, Madrid 2006, con particular atención a la experiencia y mensaje de san Josemaría Escrivá. Vid. también J.M. Odero, "El testimonio de los laicos y la credibilidad de la Revelación en el Concilio Vaticano II", en A. Sarmiento y otros (eds), La misión del laico en la Iglesia y en el mundo, obra ya citada, pp. 537-544.

[97] "Ser testigo de Jesucristo significa por encima de todo dar testimonio de un determinado modo de vida. En un mundo lleno de confusión debemos nuevamente dar testimonio de los criterios que tornan la vida verdaderamente vida. Esta importante tarea, común a todos los cristianos, debe ser encarada con determinación. Es responsabilidad de los cristianos, hoy, hacer visibles los criterios que indican una vida justa, iluminadas para nosotros en Jesucristo" (Benedicto XVI, Encuentro ecuménico en la catedral de Ratisbona, 12.IX.2006).

[98] Cfr. J.O. Tuñi, "Testimonio", en Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, A. Aparicio Rodríguez–J.M. Canals Casas (dirs.), Publicaciones claretianas, Madrid 1989, 1722-1737.

[99] Como introducción, vid. A. Biesinger–R. Zerfass, "Zeuge, Zeugnis" en Lexikon der Pastoral, Freiburg (Br.) 2002, Herder, 1867-1870.

[100] Cfr. R. Calvo Pérez, "Testimonio", en Diccionario de misionología y animación misionera, E. Bueno–R.Calvo (dirs.), Monte Carmelo, Burgos 2003, pp. 865-870; D. Grasso, "Testimonianza ed evangelizzazione", en AA. VV, Le missioni nel Decreto ‘Ad Gentes’ del Concilio Vaticano II, ed. Urbaniane, Roma 1966, 175-185; L. Legrand, Good news and witness: The New Testament understanding of Evangelization, ed. Theological Publications in India, Bangalore 1973; P.A. Liégé, "Le témoignage de la vie, source d’efficacité missionnaire", en AA.VV, La formazione del missionario oggi, Paideia, Brescia 1978, 91-100; J. López Gay, "El testimonio", Omnis terra 95 (1982) 182-192.

[101] Vid. una síntesis en V.Mª Pedrosa, "Testimonio", en V.Mª Pedrosa–J. Sastre–R.Berzosa, Diccionario de pastoral y evangelización, Monte Carmelo, Burgos 2001, pp. 1023-1029.

[102] Cfr. Conferencia episcopal francesa, Proposer la foi dans la société actuelle. Lettre aus catholiques de France, Cerf, Paris 1996.

[103] Cfr. A. Steinke, Christliches Zeugnis als Integration von Erfahrung und Weitergabe des Glaubens, Echter, Würtzburg 1998.

[104] Cfr. P. Martinelli, texto citado, p. 182s.

[105] "Señor: que nunca me quede indiferente ante las almas"; "No pases indiferente ante el dolor ajeno" (San Josemaría Escriva, Surco, Rialp, Madrid 1986, nn. 213 y 251; entre muchos textos, vid. también Forja, Rialp, Madrid 1987, nn. 25, 717, 951).

[106] "Sin duda, el mal debe ser condenado y combatido, y el error debe ser descubierto y corregido; pero el modo de hacerlo debe ser siempre delicado y respetuoso, con la convicción de que cada uno lleva su dolor, su misterio y su angustia frente a la muerte y el más allá" (Juan Pablo II, Orar: su pensamiento espiritual, Planeta, Barcelona 1997, pp. 157s (el subrayado es nuestro).

[107] J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, obra citada, p. 255.

[108] Vid. F. Pajer, Testimonio (citado en nota 1), pp. 786 s.; Idem, La catechesi come testimonianza, Leumann, Torino 1969. Vid. también D. Grasso, "The catechist as witness", Worship 38 (1964) 157-164 y W. Yeoman, "You shall be my witnesses", Way 4 (1964) 24-32; E. Alberich, "Testimonianza e catechesi", Studia Missionalia 53 (2004) 275-293. En cuanto a los catecismos, ellos mismos pueden considerarse como testimonios de la fe, que la Iglesia presenta en cada época como ayuda para los cristianos (cfr. J. Ratzinger, "Actualidad doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica", Humanitas 38 [2005] 238). En nuestro tiempo destacan el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, como puntos de referencia de la fe cristiana, que requieren las oportunas mediaciones para contribuir a la inculturación de la fe. Vid. nuestro trabajo, "El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica y las cuestiones planteadas desde el debate ‘De Parvo Catechismo’", Anuario de Historia de la Iglesia 15 (2006) 89-110.

[109] Vid. Y. Congar, "Celebración litúrgica y testimonio", en Idem, Llamados a la vida, Herder, Barcelona 1988, pp. 167-177; R. Pellitero, "Liturgia y compromiso", en J.L Gutiérrez y otros (dirs.), La liturgia en la vida de la Iglesia (XXVII Simposio Internacional Universidad de Navarra, 2006), Eunsa, Pamplona 2007 (actas en prensa).

[110] Cfr. H.U. Von Balthasar, L’amour seul est digne de foi, Aubier-Montaigne, Paris 1966, pp. 142 y 149 (Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 1995). Vid. sobre el tema F. Chica Arellano, "La caridad, signo de credibilidad en la vida de la Iglesia", Religión y cultura 45 (1999) 811-849.

[111] Cfr. nuestro trabajo "Espiritualidad de Comunión, oración y testimonio", en C. Izquierdo y otros (dirs.), Escatología y vida cristiana (XXII Simposio Internacional de teología, Universidad de Navarra 2001) ed. Un. de Navarra, Pamplona 2002, 115-136.

[112] P. Coda, El ‘agape’ como gracia y libertad: en la raíz de la teología y de la praxis de los cristianos, Ciudad Nueva, Madrid 1996, 154 ss.

[113] La Jornada Mundial de la Juventud, convocada para el 15 al 20 de julio de 2008 en Sydney (Australia), se centrará precisamente en este tema extraído de los Hechos de los Apóstoles: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch. 1,8).

[114] Pertenece a la vocación de los padres cristianos dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. No se trata sólo del buen ejemplo, sino que también han de procurar que la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad posible, cuando son pequeños y cuando van pasando los años (cfr. Benedicto XVI, Homilía en la clausura del V Encuentro mundial de las familias, Valencia, 9.VII.2006).

[115] "La fe no puede reducirse a un sentimiento privado, que se esconde quizá cuando se convierte en algo incómodo, sino que implica la coherencia y el testimonio en el ámbito público a favor del hombre, de la justicia, de la verdad" (Benedicto XVI, Audiencia, 9.X.2005).

[116] Benedicto XVI, Homilía en la toma de posesión de la cátedra de San Pedro, en la Basílica de San Juan de Letrán, 7.V.2005. Con motivo de su visita a España en julio de 2006, exhortaba a nuestros obispos: "Dirigir la mirada al Dios vivo, garante de nuestra libertad y de la verdad, es una premisa para llegar a una humanidad nueva. El mundo necesita hoy de modo particular que se anuncie y se dé testimonio de Dios que es amor y, por tanto, la única luz que, en el fondo, ilumina la oscuridad del mundo y nos da la fuerza para vivir y actuar" (Carta a los obispos españoles, 8.VII.2006).