La formación de los jóvenes a la responsabilidad social y política

Jean Ladrière
Traducción: Nazario Vivero

El texto reproduce un Informe de síntesis presentado por el autor, profesor en la Université Catholique de Louvain(Bélgica) durante la Conferencia Internacional de la Federación Mundial de la Juventud Católica, organizada en Bruselas del 4 al 9 de Abril de 1976. El mismo fue publicado originalmente en la revista Humanités chrétiennes (Edith. LICAP, Wesmael-Charlier, Bélgica) año 20 (3), febrero.marzo, 1976-77, pp. 209-222.

INTRODUCCIÓN

Primero es necesario hacer una observación metodológica importante en lo que se refiere al alcance de este Informe.  En modo alguno puede ser considerado como una especie de informe oficial que reflejaría un consenso de los participantes de la Conferencia o que expresaría el punto        de vista de la Federación Mundial de la Juventud Católica. Sólo constituye una parte de la Conferencia y es una especie de artificio técnico para facilitar el trabajo de la Asamblea. Por otra parte, es tan sólo la obra de un auditor externo a la Federación, al cual se le encargó intervenir para resumir los trabajos hasta ese entonces y ayudar a los participantes a centrar su atención sobre los puntos que parecen más destacados y a proseguir entonces su reflexión de una manera más eficaz.

De modo más preciso, el objetivo de este informe es doble. Por un lado, tiene que ser el eco más adecuado posible de lo que se ha dicho hasta este momento, asumiendo las principales ideas surgidas de los informes de los grupos de trabajo. Y por otro lado, tiene también como tarea formular algunas reflexiones, sugeridas por los trabajos de los diferentes grupos, las cuales podrían, tal vez, ser objeto de una ulterior profundización en la línea de los trabajos de la Conferencia.

Las consideraciones que se presentarán aquí, tanto en forma de asunción de las conclusiones de los grupos de trabajo como en la de sugerencias para la continuación de la reflexión, tienen forzosamente un carácter muy parcial y sin duda, por falta de una distancia suficiente, no están bien ponderadas. Deben ser consideradas como puntos de referencia en el marco de un trabajo en curso y que está llamado a continuar incluso más allá de esta Conferencia.

El informe consta de dos partes. Primero se tratará de presentar un sumario de las principales reflexiones y tomas de posición presentadas en los informes de los grupos de trabajo. Después se plantearán algunas cuestiones en función de ciertas investigaciones por realizar.

      PRIMERA PARTE: SUMARIO DE LOS TRABAJOS

Los principales temas tratados en los grupos de trabajo, al menos tal como se reflejan en los informes presentados por esos grupos en asamblea plenaria, parece que podrían agruparse en los rubros siguientes:

1. La diversidad de situaciones y estrategias.

2. La articulación entre fe y política.

3. La especificidad cristiana

4. Tres problemáticas particularmente significativas; el conflicto, la paz, el socialismo.

5. La pedagogía de la acción.

6. El papel de las organizaciones y movimientos.

           

1. La diversidad de situaciones y estrategias.

En general, lo que resalta particularmente en el modo como se han desarrollado espontáneamente los trabajos, es que el estilo del procedimiento siempre ha sido inductivo. No hubo una preocupación por fijar, de entrada, posiciones doctrinales o establecer un catálogo de los valores a promover, o, incluso, fijar estrategias de base, sino que se intentó, ante todo, colocarse ante las situaciones para captar los rasgos esenciales y la significación de las mismas. Hay en esto, sin duda, algo más que un simple procedimiento metodológico: muy probablemente, es necesario ver en este modo de examinar los problemas el reflejo de una manera actual de vivir la fe, que consiste en escuchar al mundo, dejarse “interpelar” por los acontecimientos e intentar discernir los “signos de los tiempos”. Ahora bien, en esta actitud hay toda una teología  implícita –en lo que se refiere a las relaciones entre la fe y el mundo y, en definitiva, a la significación de la encarnación y de la salvación- que ganaría haciéndose más consciente de sí misma y de todas sus implicaciones. En todo caso, subyace allí la idea de que la significación de los acontecimientos que fundamentan la fe se revela para nosotros en el encuentro con los sucesos que tejen nuestra existencia histórica considerada, a la vez, en sus dimensiones individuales y colectivas; más exactamente, que ella se revela a la luz que estos acontecimientos fundadores –la vida, muerte y resurrección de Jesucristo- proyectan sobre las peripecias de nuestro caminar terrestre, al tiempo que es evidente que esta iluminación presupone la oración, la meditación de la Palabra y el compartir los Signos.

Ahora bien, lo que resalta inmediatamente, desde que se intenta captar las situaciones concretas, es su diversidad. Esta se ha manifestado de manera doble: por una parte, en el nivel de las situaciones históricas y, por la otra, en el de las estrategias adoptadas por los movimientos.

En lo que se refiere a la diversidad de las situaciones históricas, el primer informe del Grupo III, ha sido particularmente ilustrativo. Se podrán asumir aquí, con gran utilidad, algunos elementos de los análisis contenidos en ese informe, agrupándolos en torno a algunas palabras-claves. En el Norte de Europa encontramos una situación de crisis debida a una conmoción profunda de las tradiciones, lo cual se traduce en conflictos  internos sobre la manera de concebir la edificación de la sociedad, del Estado, y también la del papel y el modo de acción de la Iglesia. La situación de crisis conduce a actitudes muy contrastadas, cuyas formas más típicas, por su radicalidad, son el compromiso socio-político, en ruptura brutal con los modelos tradicionales, y la invasión carismática. En el Sur de Europa la conmoción parece aún más profunda. Los jóvenes se encuentran a veces desamparados, tanto frente a una Iglesia todavía muy conservadora en su conjunto, pero que busca su camino, como ante adultos enredados en luchas partidistas.  Algunos buscan una solución bajo la forma de un compromiso inmediato en acciones puntuales a favor de los marginados. Se manifiesta, pues, una preocupación muy positiva por la acción concreta y la eficacia. Pero el problema que se les plantea en realidad a todos los jóvenes cristianos consiste en hacer de su fe el motor de una acción a favor de la promoción integral del hombre.

En Africa, el problema fundamental es el de la búsqueda de la identidad africana, tanto a nivel cultural como al de las estructuras políticas y económicas. Es en esta óptica que hay que comprender las formas políticas que se instauran y también los esfuerzos que la Iglesia ha emprendido, y tiene que emprender, para deshacerse definitivamente de los rasgos heredados de las situaciones coloniales y para integrarse en el esfuerzo de reconstrucción en busca de una real autenticidad africana.

En América Latina, nos encontramos una sociedad en estado de impugnación integral. La masa cristiana se enfrenta con una crisis radical. La juventud está confrontada, en todas partes, con situaciones revolucionarias, proyectada hacia un campo de fuerzas donde se enfrentan todas las ideologías. Sin embargo, la experiencia misma de los últimos años ofrece ya algunas lecciones: tanto en el plano de vida de la Iglesia como en el de la acción política, las fórmulas de acción inspiradas, aunque sólo fuese inconscientemente, por el elitismo, han conducido a fracasos y el esfuerzo debe consistir ahora, al parecer, en reencontrar los valores, las formas de inspiración y los modelos asumidos por la masa del pueblo, así como en redescubrir los enraizamientos y las solidaridades  históricos, y en reconstituir un verdadero proyecto histórico en el que la destinación de un pueblo podrá expresarse auténticamente.

En lo que se refiere ahora a la diversidad de las estrategias, se puede decir, esquematizando, que hay dos grandes tipos de grupos. Los que son esencialmente lugares de formación y de sensibilización, y cuya tarea consiste en animar, informar, hacer reflexionar y conducir a sus miembros hasta el umbral del compromiso, pero dejan entonces a cada uno la elección de la forma concreta que tomará su compromiso socio-político. Por otra parte, existen grupos que se comprometen como tales en acciones de alcance socio-político, sea a propósito de ciertos objetivos particulares, o bajo la forma de una toma de posición global con relación a un modelo de sociedad.

Las formas del compromiso, tanto a nivel personal como de las organizaciones, pueden diversificarse según su repercusión más o menos directa en la esfera política propiamente dicha. A este respecto se distinguió, con mucha utilidad, entre la acción política en sentido lato, la cual puede calificarse también de “acción social”, y la acción política en sentido estricto. Es política en este último sentido toda acción que consiste en una participación expresa en la decisión relativa a los asuntos públicos, sea en materia de cuestiones internas, de orden nacional, o en materia de relaciones internacionales. Es política, en sentido lato, toda forma de acción que pertenece a la esfera de la vida social y que tiene consecuencias implícitas o explícitas en el ejercicio del poder político, en las decisiones centrales y, por lo tanto, en las acciones políticas en sentido estricto. Por otra parte, se destacó la conveniencia de distinguir, en el marco de la acción política en sentido lato, entre la acción misma y la conciencia que se puede tener de su influjo sobre la vida política, puesto que, en efecto, esta conciencia no siempre es explícita. Nos vemos impulsados, pues, a distinguir, en definitiva, tres formas de acción en el terreno socio-político: la acción política en sentido estricto; la acción política en sentido lato acompañada de una conciencia explícita de sus implicaciones en la esfera de la decisión política; y la acción política en sentido lato que sólo tiene una conciencia implícita de su repercusión en la decisión política.

2. La articulación entre fe y política.

Con respecto a la articulación entre fe y política se mencionaron dos actitudes extremas que delimitan, en cierto modo, el campo del problema. Por un lado, la de la politización total, que plantea como tesis la autonomía absoluta de lo político y reduce la fe a un simple asunto privado, lo que por supuesto, conlleva un peligro muy serio de relativismo y conduce a la pérdida de la especificidad cristiana; por otro lado, la de lo que se ha llamado el “integrismo”, que preconiza una organización específicamente cristiana de la vida colectiva.

Si bien se criticó estas dos concepciones extremas, se planteó, de manera más positiva, cómo integrar, de modo válido, en la unidad concreta de la existencia, la formación religiosa y la formación socio-política. A este respecto se señaló que hay dos tipos de jóvenes: los que parten de motivaciones cristianas y sustentas en ellas sus acciones sociales y políticas, y los que no tienen, en todo caso al inicio, motivaciones propiamente cristianas, pero se inspiran en la toma de conciencia de las necesidades sentidas en su medio. Se subrayó que, de todos modos, no se pueden disociar el aspecto religioso y el socio-político de la formación. La acción política debe resultar de una actitud global de la persona, informada por la fe religiosa. Y, en sentido inverso, ésta debe inspirar formas concretas de compromiso a nivel político.

Reconocido esto, resulta sin embargo útil distinguir, con respecto a esta articulación entre fe cristiana y compromiso político, tres niveles de problemas: el de la significación de lo político para la fe cristiana, el de las relaciones entre política y moral (el punto de vista moral jugando en cierto modo el papel de momento intermediario entre lo político propiamente dicho  y lo religioso como tal), y el de la significación intrínseca de lo político (es decir, de lo que pertenece a la esfera del poder, considerado como realidad específica, y de las implicaciones, para el ser humano concreto, de todos los fenómenos ligados al poder). Esta cuestión de las relaciones entre fe y política nos conduce directamente al tercero de los grandes temas examinados.

3. La especificidad cristiana.

Cuando se reflexiona sobre la especificidad cristiana, conviene señalar, primero, que si Cristo plantea las cuestiones últimas, no es para eliminar nuestra acción social y política y reemplazarla por una actitud puramente religiosa, sino para darle un fundamento más profundo  y abrirla a las cuestiones verdaderamente radicales. Luego es necesario preguntarse si se puede hablar verdaderamente de valores cristianos. A este respecto se subrayó la necesidad de distinguir bien el plano de la fe propiamente dicha y el de los valores. En efecto, éstos se sitúan en la perspectiva de una moral. Ahora bien, la fe cristiana es esencialmente adhesión a la persona de Jesucristo, no a un sistema moral. Por supuesto, la acción se inspira necesariamente en valores, pero éstos no son específicamente cristianos. Son un producto de la historia, en el sentido de que es en el desarrollo mismo de la acción humana que se les descubre progresivamente y que, además, están en perpetuo surgimiento.

Sin embargo, hay valores a los que los cristianos están particularmente sensibilizados, en virtud de su conexión particularmente íntima con las exigencias éticas que resultan de las perspectivas abiertas, por la fe cristiana, al hombre y a su destinación. En general se podría decir que, en el terreno de las relaciones interhumanas, estos valores pueden agruparse en torno a dos ejes fundamentales, indicados por los términos de “justicia” y de “paz”. Pero hay que ser más específicos e indicar, de manera más detallada, todo lo que está implicado en estas miras esenciales. Se ha mencionado toda una serie de valores que están en estrecha vinculación con el espíritu cristiano: el rechazo de la explotación, la felicidad, la comunidad, la igualdad, el compartir, la participación, la reconciliación, la tolerancia, la solidaridad, la preocupación por los otros y por la colectividad, el sentido de las responsabilidades, el respeto del otro y la cooperación. Se ha dicho que no necesariamente hay que establecer una jerarquía entre esos valores. Se subrayará uno u otro, de manera prioritaria, según las situaciones y las circunstancias. Pero, de todos modos, no se puede considerar a ninguno como excluyente de los otros.

Lo esencial, en todo caso, es recordar que la especificidad cristiana no consiste en la referencia a una “moral”, a un “sistema de valores”, incluso a una “doctrina”, sino a una Persona. Sin embargo, no se puede olvidar que Jesucristo, como persona a la vez divina y humana, está inserto en una historia y que su propia existencia se inscribe en un pueblo, con sus dimensiones socio-políticas. Si Jesucristo plantea al hombre cuestiones radicales, Él se las dirige desde la entraña misma de la historia concreta, que es la suya y también la nuestra. El cristiano está llamado a reconstituir, en su acción y su compromiso, la misión salvífica y reconciliadora de Cristo.

El papel del cristiano consiste en aportar la reconciliación y la paz, incluso si, en ciertas circunstancias, tiene que asumirlo a través del conflicto. Es la referencia a Cristo la que le permite superar las aporías aparentemente insolubles de la acción histórica. Pero eso supone el dejar atrás, el don de sí, la renuncia e incluso el sacrificio. El reconciliador debe estar dispuesto a inmolarse para evitar al otro ser víctima del mal.

4. Problemas específicos.

A partir de estas indicaciones fundamentales, se examinaron algunos problemas más específicos. Tres temas particularmente importantes surgen de los trabajos de los grupos: el modo de gestión de los conflictos; la pedagogía de la paz; la relación con el socialismo.

En lo que se refiere al modo de gestión de los conflictos, se profundizó en tres consideraciones esenciales. Primero se insistió en el papel fundamental del diálogo. A este respecto se habló de lo que podría llamarse “el principio del diálogo”: todo conflicto debe poder ser abordado y resuelto a través del diálogo. En segundo lugar, se subrayó la función que pueden desempeñar, en ciertos momentos en todo caso, las instituciones de coordinación. Y por último, se señaló que hay que reconocer la existencia de situaciones-límite, en las que el diálogo se hace imposible. En tales situaciones sólo hay lugar para acciones de tipo profético. Con todo, hay que recordar que tales acciones sólo pueden acaecer después del diálogo; si acaso, pueden acompañarlo, pero en modo alguno precederlo.

En lo concerniente a la educación para la paz, se puso de relieve las condiciones a cumplir para que se dé efectivamente una formación que pueda servir a la causa de la paz. Una pedagogía de la paz debe incluir, de entrada, tanto los elementos necesarios para una apreciación justa de las situaciones como un sensibilizar al sentido de los valores de la paz. Por otro lado, ella debe incluir una formación al diálogo, lo que implica, en particular, un procedimiento educativo que lleve a cada uno a conocerse mejor a sí mismo y a aceptar sus propios  límites. A este respecto se recordó que una verdadera estrategia de la paz debe plantear, como objetivo, no el suprimir a uno de los antagonistas, sino restituir a cada uno sus derechos. Ahora bien, para que tal estrategia pueda efectivamente ser efectiva, cada uno debe estar dispuesto a reconocer sus límites.

En cuanto a la relación con el socialismo, se señaló que entre la perspectiva cristiana y la socialista, hay, a la vez, puntos de convergencia y diferencias. Hay convergencia en la idea de una economía que debe estar verdaderamente al servicio del hombre, en la idea de un reparto equitativo de los bienes y en el reconocimiento de los valores de justicia y de paz. A su vez, hay diferencias, por un lado, en la manera de concebir el futuro y, por otro, en la de concebir al propio ser humano. En la perspectiva socialista, la relación con el futuro sólo se basa en la acción del hombre; en la perspectiva cristiana, el futuro está abierto a una esperanza que va más allá de la acción propiamente humana y de lo que está en su poder. En lo que se refiere al ser humano, considerado en su individualidad, la perspectiva socialista tiende más bien a concebirlo sólo como una etapa hacia la constitución de una verdadera comunidad; la perspectiva cristiana le confiere una dignidad intrínseca, que ella considera, por otra parte, como complementaria a su aspecto comunitario. En definitiva, se preconizó una actitud de apertura hacia el socialismo. Tal actitud implica, evidentemente, un cambio bastante radical de orientación en relación con ciertas tradiciones arraigadas en los ámbitos cristianos y con respecto a los vínculos que pueden existir entre esos ámbitos y las formas capitalistas de organización económica.

5. La pedagogía de la acción.

En las discusiones relativas a la pedagogía de la acción, se insistió de entrada en dos distinciones previas. La formación con vistas a la acción puede orientarse hacia el individuo o hacia la comunidad; y, por otra parte, puede enfatizar o la doctrina que debe guiar a la acción o la acción misma. Se recomendó más bien esta segunda forma de pedagogía, centrada en la acción; de manera particularmente sugestiva se propuso invertir la célebre fórmula “ver, juzgar, obrar” y reemplazarla por esta otra “obrar, juzgar, ver”. Se trata, se dijo, de un método inductivo, que corresponde bien a la mentalidad científica experimental, la cual impregna fuertemente la cultura contemporánea.

De todos modos, se señaló, que hay que comenzar por los grupos, asumiéndolos a su nivel, en su situación. Es importante apoyarse en los elementos de los cuales los jóvenes ya son conscientes.

A partir de ahí se trata de intentar una evaluación y, después, de traducir en acción todo aquello de lo cual ellos ya han percibido la demanda o incluso la exigencia.

Se señaló también que la acción sola corre el riesgo de ser ciega y, que, por consiguiente, una pedagogía de la acción debe tratar de dar a los jóvenes el medio de iluminar su acción y asumirla de manera plenamente responsable.

6. El papel de las organizaciones y movimientos.

El papel educativo de las organizaciones y movimientos debe considerarse, según se señaló, bajo dos aspectos indisolubles: la evangelización y el compromiso en la vida social. Según ambos puntos de vista, la educación debe incluir, a la vez, la experiencia y la reflexión sobre ésta, no reduciéndose, por lo tanto, a una tarea puramente intelectual.

Al mismo tiempo que tienen que asumir esta tarea educativa, se debe considerar a los movimientos y organizaciones como medios de vida alternativa que abren a sus miembros nuevas posibilidades. A partir de esta experiencia de vida en comunidad, los jóvenes pueden llegar a adoptar una actitud profética con respecto a la Iglesia y la sociedad. En todo caso pueden descubrir nuevos valores, lo que es verdaderamente la vida cristiana y ver concretamente cómo ésta es una vida para los demás, una vida en solidaridad. Al hacer esta experiencia juntos, pueden también darse cuenta que tienen efectivamente la posibilidad de mejorar la vida y de cambiar poco a poco las situaciones.

Podemos unir a estas reflexiones sobre el papel de las organizaciones y de los movimientos la discusión que tuvo lugar en uno de los grupos sobre el papel respectivo de las estructuras y de las personalidades. Se examinó:  ¿es necesario cambiar las estructuras para cambiar a las personas o cambiar los corazones para cambiar las estructuras? Se señaló también que no hay que establecer una prioridad entre estos términos, sino más bien concebirlos en relación dialéctica uno con otro. Sin embargo, esto no excluye que puede haber, en ciertos momentos y circunstancias, una prioridad relativa de uno de los términos sobre el otro. Por consiguiente, puede ocurrir que las estructuras sean tales que impidan pura y simplemente que las personalidades puedan desarrollarse; entonces el problema de aquéllas se convierte en prioritario. De todas maneras, el análisis de la cuestión arroja que estructura y personalidad son realidades inseparables y que hay que trabajar simultáneamente en los diferentes niveles.

SEGUNDA PARTE: SUGERENCIAS PARA ULTERIORES INVESTIGACIONES

En esta segunda parte del informe quisiéramos plantear, aunque fuese muy esquemáticamente, algunas cuestiones sugeridas por los trabajos de grupo y que podrían servir para ulteriores investigaciones.

Estas cuestiones pueden ser clasificadas en los siguientes rubros:

1.        La responsabilidad

2.        La dimensión específica de lo político

3.        La especificidad cristiana

4.        Los desafíos

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1. La responsabilidad

Las situaciones que vivimos nos muestran que está en curso una profunda transformación en los modos de funcionamiento de la Iglesia y de las comunidades cristianas. Durante un período que está tocando a su fin, éstas han vivido apoyándose en un basamento doctrinal de corte bastante deductivo. A partir de la doctrina se proyectaban líneas de conducta relativamente precisas, que se imponían a todos. En algunos países, esta proyección se ha traducido incluso en formas políticas bien determinadas (los partidos cristianos) que agrupaban, de hecho, a la gran masa de los cristianos en el plano político. Hoy día, y desde hace algún tiempo, constatamos una conmoción profunda y definitiva, que conlleva la dislocación de este modo de funcionamiento. Se debe constatar que existe una progresiva desaparición de la unidad política de los cristianos (que, por lo demás, nunca ha existido por completo).

Las divergencias que se consolidan no son sólo cuestiones de matices, sino que pueden adquirir un carácter radical. Ya no existe incluso acuerdo en cuanto a una doctrina común en materia socio-política. Las diferencias no son sólo relativas a las estrategias, sino también en lo que se denomina “proyectos de sociedad”. Claro está que existe acuerdo en cuanto a la inspiración evangélica que brinda las orientaciones de base, pero existen hoy, entre los cristianos, sensibilidades y también formas de analizar la realidad, que han llegado a ser muy diversas. Sin embargo, surge un llamado a ellos: tienen algo que aportar, a partir de la inspiración que extraen de su fe, aunque, sin duda alguna, no en forma de una doctrina totalmente elaborada, de soluciones ya preparadas. Ellos tienen que demostrar imaginación, “creatividad” como se dice,  para que, en las actuales circunstancias, muestren el dinamismo transformador de la fe. Ahora bien, todo parece indicar que este esfuerzo de inventiva y de elaboración de nuevas formas de pensamiento y de acción, se hace cada vez más a nivel de los grupos de cristianos y a través de una gran diversidad de experiencias y situaciones históricas. Es evidente que los jóvenes tienen una gran responsabilidad en este trabajo multiforme y policéntrico por medio del cual se desarrolla el advenimiento de una nueva figura de la Iglesia. (No obstante, no podemos olvidar que el término “joven” es muy relativo, porque “los jóvenes” son individuos siempre diferentes. De hecho, un individuo determinado sólo es joven durante un tiempo muy reducido).

Pero si la elaboración de ideas, estrategias y posiciones políticas está llamada a desarrollarse en lo adelante a nivel de grupos numerosos y diversos, se ve que es necesario prever una confrontación entre todos ellos. A pesar de la diversidad, hace falta que puedan manifestarse ciertas convergencias, que sea factible una evolución global de la manera más armoniosa posible y que las experiencias de unos puedan servir a otros. En otras palabras, hacen falta medios de comunicación, de intercambio, de debate y de promoción recíproca. De ahí la importancia de organizaciones como las agrupadas en la “Federación Mundial de la Juventud Católica” y, también, su enorme responsabilidad.

Tenemos que decir también que los grupos deben tener la posibilidad de apoyarse en “servicios”. A este nivel de los servicios es que se sitúa en particular el papel de las unidades de investigación en el plano científico, así como de las instancias especializadas que pueden ayudar a los grupos en sus reflexiones y su acción. Este apoyo concierne no sólo las técnicas de análisis, indispensables para el estudio y apreciación de las situaciones, sino también la búsqueda de soluciones y el examen crítico de las implicaciones a consecuencia de las soluciones consideradas o de las acciones emprendidas.

2. La dimensión específica de lo político.

En general, los análisis realizados han dado la impresión que la consideración de los problemas socio-políticos por los grupos cristianos, a pesar de cuidarse mucho de ser concreta, de concentrarse directamente en las situaciones reales y de evitar toda forma de “evasión”, aunque fuese de naturaleza doctrinal, quizás presta todavía poca atención a la dimensión específica de lo político. Parece estar centrada de modo preponderante en lo social, lo que se justifica plenamente; pero, por eso mismo, corre el riesgo de no tener suficientemente en cuenta los lastres específicos de lo político.

Una reflexión sobre la especificidad de lo político debería, al parecer, considerar, por lo menos, los tres aspectos siguientes. En primer término, que en el meollo mismo de la dimensión política está todo lo relativo al poder: los mecanismos que permiten conquistarlo, ejercerlo, conservarlo y, llegado el caso, reforzarlo. El poder tiene su propia lógica y exigencias, independientes de los objetivos a cuyo servicio se le quiere poner. Sucede entonces que se convierte a sí mismo en fin, que termina por imponerse a aquellos fines a los cuales, en principio, debe subordinarse. A este respecto hay que subrayar que el fenómeno del poder es muy diverso. Sin duda, se encuentra como concentrado en la figura del Estado, pero en realidad, él ya está en juego desde que alguien puede hablar en nombre de otro y, en cierto sentido, desde el momento mismo en que se emiten opiniones y se intercambian argumentos. En segundo lugar, la acción propiamente política pone en juego instrumentos específicos de análisis y de comprensión, en particular en lo que se refiere a los problemas globales. Estos instrumentos son de una naturaleza completamente distinta a la de los argumentos que pueden intervenir en las tomas de posición evaluativas, de naturaleza ética, o en la formulación de los proyectos de acción. En tercer lugar, la especificidad de lo político se muestra también en el nivel de las estrategias que la acción política pone en marcha, es decir, en el nivel de los diferentes medios que ella utiliza con vistas a maniobrar a los grupos, la opinión pública y a las fuerzas sociales.

3. La especificidad cristiana

En los grupos de trabajo se ha insistido tanto en la distancia a guardar entre la fe y lo que se llaman los “valores” como en el papel esencial de algunos de éstos en tanto inspiradores de la acción. En esta perspectiva se prestó particular atención al poder de la paz. Sin embargo, se insistió más profundamente aún en evidenciar la significación verdadera de la condición de cristiano, basada en su nexo con la persona de Cristo. Esto tiene, por supuesto, consecuencias importantes tanto a nivel de las conductas como de los juicios y de la elección de los objetivos.

Tenemos que subrayar aquí el papel sumamente importante que hay que conceder a la esperanza. Se podría decir que ella es la fuerza que mantiene siempre el movimiento de la historia abierto a nuevos horizontes, que le impide recaer sobre sí mismo y clausurarse en un sistema cerrado,  pretendidamente definitivo. Es cierto que la razón es también un dinamismo que nos lleva más allá de toda figura particular, pero siempre está amenazada de replegarse en su suficiencia, y puesto que ella no es, como la esperanza, expectativa de una realidad totalmente diferente, no tiene cómo proyectar la acción más allá de sí misma.

Por otra parte, habría que recordar también que en la actitud cristiana hay una valoración fundamental de la consistencia propia de la persona humana, considerada como portadora de una destinación propia. Esto conlleva algunas consecuencias precisas: la preocupación por los más pobres, los más desfavorecidos, los “pequeños”, los marginados, pero también la preocupación por imaginar estructuras que sean capaces de asegurar a la libertad su campo de acción más dilatado (libertad considerada, a la vez, como ejercicio de responsabilidad y como instancia crítica).

No se puede negar el papel fundamental de las estructuras como mediaciones necesarias de las relaciones humanas. Lo que nos enseña la experiencia histórica es, precisamente, que esas estructuras pueden ser opresoras e incluso destructoras. Hay una ambigüedad inevitable en toda institución: por un lado son, o, en todo caso están llamadas a ser, en virtud de su finalidad verdadera, una garantía, un apoyo, una seguridad; pero, por otro lado, tienen siempre la tendencia a reemplazar a los individuos, a considerarse a sí mismas como fines, a invocar la “razón de Estado” como principio de conducta; en resumen, a revestirse de un valor absoluto. Habría que mantener viva la tensión entre la iniciativa de las personas y las mediaciones institucionales. Sólo así se podrá mantener abierto un campo para la libertad. Los cristianos tienen quizás tendencia, debido precisamente a la prioridad que dan a las exigencias éticas, a subestimar el papel de las estructuras, consideradas tanto en sus aspectos negativos como positivos. Por otra parte, sin embargo, se sitúa de algún modo en la línea de su vocación propia, estar particularmente atentos a todo lo que concierne al destino de la libertad en el mundo moderno. Esto es muy importante en un momento en el que las profundas transformaciones de estructura que se están realizando en el mundo corren el riesgo de conducir a diversas formas de totalitarismo.

4. Los desafíos

Si el compromiso político nos preocupa, es evidente que hay que tratar de hacerse una idea lo más precisa posible de los desafíos, no sólo en un plano local y parcial, sino también en el nivel del destino global de las sociedades. Ahora bien, esto requiere algo más que un agudo sentido de los valores o una firme convicción o incluso una visión precisa de los grandes objetivos humanos que la acción debe proponerse.

Vivimos en un mundo cuya principal característica es la transición de todo el planeta a lo que se llama la civilización industrial. Pero las sociedades industriales están siempre buscando estructuras económicas y políticas que sean, a la vez, las más eficaces y satisfactorias desde el punto de vista de los valores éticos y el porvenir del hombre. Ahora bien, allí donde el desarrollo industrial comenzó, se apoyó en formas arcaicas de propiedad que, de hecho, él ha consolidado y en base a las cuales ha edificado potencias que, sin duda, han asegurado el desarrollo, pero que también se han revelado opresoras. Sin embargo, se han constituido nuevas formas de organización industrial con una base colectivista. La cuestión es saber si ellas  no tienen sus propios límites y excesos y, en todo caso, si hay ahí modelos universalmente aplicables. Al mismo tiempo, mientras que la civilización industrial provocaba así, en una forma u otra, grandes concentraciones de poder, que tienen algo de inquietante y temible, ella ha generado fuerzas sociales que van en la línea de la desconcentración, dispersión e impugnación, o sea, en sentido exactamente opuesto de lo que parecen exigir la eficacia organizativa y el control real del aparato productivo, pero que, positivamente, abren nuevos campos a la diversidad, a la pluralidad y a la creatividad de los individuos y grupos.

Vemos claramente que la cuestión que se plantea hoy es la de la transición a formas de organización que podrían retomar, a la vez, la inspiración del socialismo y de la democracia. Se trata de saber cómo se hará esta transición, sobre qué bases y a través de qué peripecias y estrategias.  Se trata de saber si y cómo las sociedades modernas lograrán hacer funcionar una economía industrial realmente al servicio de los hombres y que permitirá el desarrollo de la libertad. En otras palabras, se trata de saber si vamos hacia una sociedad totalitaria o hacia una sociedad abierta.

Esta cuestión, que aparentemente depende tan sólo de la lógica de las instituciones y de la estrategia de grupos y partidos, converge profundamente con nuestras preocupaciones.  La sociedad moderna se presenta, a nivel de discursos y prácticas externas, como “laicizada”, a-religiosa, puramente humanista. En realidad, ella está todavía, tal vez, profundamente habitada por una visión sacral del Estado y de la sociedad. El fenómeno totalitario tiene, quizás, raíces inconscientemente religiosas. El papel histórico de los cristianos sería, tal vez, liberar a la humanidad de sus temores arcaicos, de la fascinación de potencias subterráneas, y luchar contra el gran paganismo y sus tentaciones siempre renovadas.

El Dios de Jesucristo no es una especie de patrón de lo sagrado o cualquier “absurdo emperador del mundo”, sino una fuente creadora y una fuerza de amor que dirige a cada uno un llamado singular, que hace existir a cada hombre como libertad, es decir, como creatividad, apertura sin límites, exigencia radical, que ninguna figura histórica, por más grandiosa que sea, podría colmar.