La Confesión como
terapia
Fuente:
www.arbil.org
Autor: Alejo Fernández Pérez
Conocí a un personaje con un cargo importante. Un poco cegato de ojos y de
mente. Se levantaba por las mañanas, entraba en la empresa y empezaba a dar
cornadas – disposiciones y ordenes- a diestro y siniestro. De pronto veía a uno
con las tripas fuera: ¿Juan, que te pasa?. ¿Que qué me pasa? Responde Juan, que
me acabas de dar una "corná". ¿Quéee, cómooo, yooo? El tal personaje no sabía lo
que hacía, pero tenía una rara virtud: Ante Dios y ante los hombres sabía pedir
perdón y reparar los deperfectos.
Igualmente, los cristianos, el pueblo de Dios hace tiempo que tienen ojos y no
ven, oidos y no oyen; y les cuesta mucho, muchísimo pedir perdón y reparar.
Jesús sabía de que barro estamos hechos cuando suplicó: "Padre perdónalos porque
no saben lo que hacen".
Una de las funciones esenciales del sacerdote es perdonar ¡siempre! los pecados,
y perdonarlos a través de la confesión. En el Catecismo de la Iglesia Católica
se sigue recomendando vivamente el sacramento de la penitencia. Un verdader
milagro de amor. ¿Por qué nos confesamos tan poco hoy? Sin embargo, no oímos a
ningún sacerdote advertir a las muchedumbres que se acercan a comulgar sobre el
grave pecado de hacerlo en pecado mortal. Unos por otros y la casa sin barrer.
¿Hasta cuándo?
Hace poco, tras una reunión de niños con el Papa Juan Pablo II, una niña le
pregunta: ¿Por qué hay que confesar frecuentemente? El Papa respondió: Y ¿Por
qué barre y limpia la casa tu mamá todos los días? Aunque tenga poco polvo y
suciedad la limpia sin esperar a que la casa huela mal y se convierta en una
pocilga. Como el polvo, las pequeñas ofensas ensucian el alma y las amistades, y
poco a poco esta suciedad, si no la eliminamos, nos acarreará serios disgustos.
Muchos religiosos y laicos tienen la norma de confesarse todas las semanas, pero
¿de que pecados? De los que nunca nos confesamos, del primero y principal de
todos los mandamientos: De amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
ti mismo.
Así: El buen hijo nunca miente, roba, maltrata u ofende de cualquier otra forma
a su Padre, pero el Padre no se conforma con eso, quiere ser amado, que se le
trate con cariño, que le obedezcamos, que nos acordemos de su cumpleaños, le
quitemos trabajo, le hagamos un regalito de vez en cuando, mantengamos
conversaciones con él... Además, Cristo dijo: “El que me ama es el que cumple
mis mandamientos”
Hay otras muchas cosas de las que tampoco se nos ocurre confesarnos ni pedir
perdón:
a) De no hacer nuestros trabajos con la mayor perfección posible, de las
chapuzas.
b) De conducir peligrosamente o con dos copas de más
c) De perder nuestro tiempo y hacérselo perder a los demás, una forma de robo
como otra cualquiera.
d) De no hacer la vida amable a los que nos rodean gruñendo, criticando,
murmurando siempre, sin decir una palabra de estímulo o amable a nadie; cosas
que no matan pero hacen la vida triste.
e) De no agradecer nunca la comida con una palabra cariñosa a nuestra madre o
esposa.
f) De no ayudar en las tareas de la casa, de maltratar a los inferiores, de no
apagar la TV ante un programa peligroso, de no ayudar a los inmigrantes ni dar
un euro para los afectados por terremotos, incendios, inundaciones...
Además, pedir perdón en cuanto "metemos la patita" es una forma inteligente de
terminar rápidamente con discusiones y malentendidos.
Muy duro es pedir perdón a los hombres y muy grave para los cristianos no
hacerlo ante Dios. Y sin pedir perdón y perdonar, no hay ni habrá nunca paz.
Especialmente, hemos olvidado los pecados de omisión: "Todo lo bueno que pudimos
hacer y no hicimos". Los gobernantes, no solo los políticos, nos dicen siempre
lo que han hecho bien, los gobernados o la oposición lo que hicieron mal; pero
ninguno nos dice nunca lo que tenían que haber hecho y no hicieron. A menudo lo
más importante.
Por otra parte, en estos días en que tantas personas andan agobiada por
depresiones, y ansiosas de paz y equilibrio espiritual, pocas terapias
encontrarán tan gratificantes como una confesión bien hecha. Solo tiene un
defecto: ¡ES GRATIS!