Cómo ubicar los objetivos específicos de la Catequesis Escolar Marista.
Raúl Herrera Meza f.m.s.
Ponencia presentada en el I Congreso Marista de Catequesis,
Guadalajara, Jal. México, 1996
La catequesis es entendida como un proceso de maduración en la fe. Esto es expresado con plena claridad en los distintos documentos eclesiales sobre la catequesis, especialmente Catechesi Tradendae de Juan Pablo II cuando dice:
La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo. (C.T. 20)
En esta misma expresión se puede ver con bastante claridad que dicho crecimiento o desarrollo en la fe tiene dos facetas: el conocimiento y la vivencia.
La adecuada integración de estos dos elementos es algo que permanentemente nos provoca dificultades a los catequistas. Como una reacción en contra del memorismo que ha prevalecido en la práctica catequística, sostenemos que nuestra catequesis debe ser un espacio donde se pueda vivir la experiencia de la fe y no tanto un momento que se limita a lograr que nuestros catequizandos aprendan algunos puntos de la doctrina, la vida de Jesús o los pasajes de la Historia Sagrada.
Sin embargo nuestra condición de maestros, la formación que tenemos y nuestra experiencia docente no nos permite tan fácilmente imprimir una dinámica que responda de verdad a dicha inquietud. ¿Qué es lo que hacemos en realidad? Preparamos nuestro tema para dar la explicación adecuada a los alumnos y darles apuntes claros. Si acaso propiciamos una cierta participación activa de los alumnos a través de las actividades que propone el texto: el canto, el dibujo, el cartel, la investigación, la celebración, etc. En casos mejores traemos a colación al salón de clase alguna experiencia o acontecimiento a manera de motivación o introducción del tema o alguna dinámica con la misma intención. Pero a fin de cuentas nos quedamos una vez más a nivel de conocimientos transmitidos de manera unidireccional y, posiblemente logrando una muy pobre incidencia en la formación de actitudes y criterios.
Parece ser que en el fondo de este problema está precisamente la dicotomía que hacemos entre una catequesis basada en contenidos y una catequesis basada en experiencias y que tiene su origen seguramente en la poca claridad que tenemos de la finalidad de la catequesis que es la maduración de la fe que supone conocimientos y actitudes.
La búsqueda de soluciones a esta dicotomía me ha llevado a concluir que ésta se debe buscar no tanto en el momento de preparar una clase concreta de catequesis, sino desde la concepción misma del proceso o el diseño del itinerario catequístico que se pretende emprender con el grupo.
Con esta participación pretendo compartir con ustedes algunas reflexiones que puedan ayudar realizar esa planificación del itinerario catequístico de los alumnos a nuestro cargo. Se basada en una propuesta de clarificación y organización de algunos de los rasgos específicos de la fe cristiana que pretendemos hacer madurar.
Dicho de otra manera, propondré, en términos muy generales, algunos objetivos específicos de la catequesis escolar marista tratando de integrar los dos niveles de la fe: el intelectual y el vital o experiencial.
Si la catequesis es, como lo hemos dicho antes, un proceso de maduración en la fe, es necesario identificar con la mayor claridad posible algunas cualidades fundamentales que pueden ser observables en quien ha alcanzado un cierto grado de madurez en la fe.
El Directorio Catequístico General de 1971 da luces muy claras a este respecto. En sus números 24 a 29 se pueden encontrar las siguientes ideas que el documento presenta como características de la persona y la comunidad madura en la fe.
Ø Conoce el Misterio de la Salvación revelado en Cristo así como los hechos que prueban que este misterio se realiza en la historia humana. Para ello posee tanto la experiencia religiosa como el conocimiento del Plan Divino plasmado en la Sagrada Escritura y en la Tradición (24).
Ø Vive comunitariamente el culto en espíritu y en verdad, especialmente en las celebraciones litúrgicas eucarísticas (25).
Ø Es capaz de reconocer en las distintas circunstancias y encuentros con los demás la invitación de Dios a acogerse a su plan de Salvación, es decir, es capaz de interpretar cristianamente los signos de los tiempos. (26)
Ø Tiene la capacidad de contribuir a la construcción de la unidad de la humanidad entera. (28)
Ø Vive la esperanza en la plena realización del Reino en la vida eterna y se compromete con los demás en la tarea de la construcción de una sociedad mejor. (29)
En estos enunciados resaltan cuatro dimensiones de la fe que recientemente han sido consideradas por los catequetas como los elementos constituyentes de la acción pastoral de la Iglesia. Ellos son:
a) El anuncio de la Buena Nueva (kerigma).
b) La vida comunitaria, semilla y fermento de la nueva Humanidad Resucitada en Cristo (koininía).
c) El compromiso de servicio en favor de la humanidad a la que Cristo ha venido a salvar (diakonía).
d) La celebración de la fe a través del culto (liturgia).
El paralelismo que existe entre los rasgos de la fe madura y las cuatro áreas de la acción pastoral de la Iglesia me lleva a encontrar que esos cuatro aspectos son como cuatro dimensiones en las que se concretiza la fe de todo cristiano. Se trata de facetas de la vida de todas las personas y las comunidades que pueden traducirse en actitudes de vida muy concretas y por tanto pueden ser considerados como cuatro aspectos específicos de la vida de fe de los alumnos hacia cuyo desarrollo se deben orientar nuestra acción catequística.
Dicho de otra manera. Estas cuatro dimensiones pueden ser consideradas como los ámbitos en los que se pueden ubicar los objetivos específicos del itinerario catequístico por el que vamos a acompañar a nuestros alumnos en su proceso de crecimiento en la fe. Si tenemos en cuenta estas cuatro dimensiones estaremos en posibilidad de adquirir mayor claridad sobre las metas a las que queremos llegar al cabo de un proceso catequístico, sea de un curso escolar o un período más amplio como la primaria, la secundaria o prepa. Por tanto nos facilitará la tarea de planificar nuestra catequesis escolar logrando una adecuada integración entre el conocimiento de la Revelación (fides quae) y la adhesión vital al Dios que se revela (fides qua).
Generalmente, al principio del curso escolar nos dedicamos a distribuir las lecciones de catequesis a lo largo de los semanas de actividad escolar. Nos preocupamos por alcanzar a Aterminar el libro@. Es un buen principio de planificación pero a todas luces insuficiente. Más importante que el panorama cuantitativo y cronológico que nos permite tener ese tipo de planificación (cuánto voy a alcanzar a enseñar y cuándo), es tener plena claridad sobre lo que pretendo que mis alumnos avancen en términos de conocimiento y vivencia de la fe, es decir las intenciones que dan sentido a mi acción catequística (para qué, qué y cómo).
Cuando se habla de diseño curricular se sostiene que existen tres caminos posibles para definir las intenciones educativas de un currículum.
· el de los resultados esperados
· el de los contenidos
· el de las actividades de enseñanza y de aprendizaje.
Por el primer camino, la adquisición de conocimientos, y el desarrollo de algunas actitudes, habilidades prácticas y habilidades cognitivas o de pensamiento que se espera que logren los alumnos, constituye el elemento rector del diseño del currículum, de tal manera que se seleccionan los contenidos, la metodología, las actividades de aprendizaje y los recursos que ayudarán eficazmente a adquirir esos conocimientos y a desarrollar esas habilidades y actitudes.
En cambio, si se opta por diseñar un currículum con base en los contenidos, lo que importa es el conocimiento que se pretende transmitir para que los alumnos sean capaces de reproducirlo con la mayor exactitud o aplicarlo correctamente en la resolución de problemas. La metodología y los recursos a emplear están determinados por esos contenidos. Este camino se adopta cuando algún contenido es importante , ya sea porque es muy cercano a los intereses y a la problemática de los alumnos o bien cuando la estructura y organización de determinada ciencia tiene en sí misma un valor formativo.
Finalmente, el camino a partir de actividades de aprendizaje se basa en el valor que de por sí tienen algunas actividades y las situaciones en que se realizan, (como la visita a un museo, la lectura de una novela, etc.), dejando abierta la posibilidad de que dicha actividad produzca frutos distintos en cada sujeto.
Si hemos considerado que la catequesis, como proceso educativo, persigue el crecimiento integral de esa dimensión de la persona que es la fe, podemos elegir el primero de los tres caminos enunciados como el más adecuado para diseñar o planificar un proceso catequístico, ya que finca sus intencionalidades en una concepción más integral del desarrollo de las personas.
Mi propuesta es que, en el momento de planificar nuestro itinerario catequístico al principio del año escolar, no nos limitemos a distribuir a lo largo de los meses las lecciones, sino que tomemos conciencia clara de los objetivos específicos que, en términos de maduración de la fe como actitud de vida, queremos que nuestros alumnos alcancen y que a partir de ellos determinemos tanto los contenidos de nuestra catequesis como las actividades a realizar.
Las cuatro dimensiones de la fe madura a que nos referimos anteriormente nos ofrecen un marco pedagógico de referencia muy adecuado para ubicar los objetivos específicos de nuestra catequesis. Podemos, pues, considerar que hay cuatro tipos de objetivos catequísticos:
a) Los que se refieren al acceso intelectual a la Vida de Jesús, al dogma y a la doctrina de la Iglesia (dimensión intelectual).
b) Los que apuntan hacia la dimensión comunitaria de la vida cristiana: integración del grupo, conciencia de pertenecer a la Iglesia (dimensión comunitaria).
c) Los que se refieren a la actitud cristiana de servicio: la caridad, la participación de los cristianos en la construcción de la sociedad y en la transformación de la realidad, etc. (dimensión del compromiso en el servicio)
d) Los que se refieren a la dimensión celebrativa de la fe: la liturgia, la eucaristía, los sacramentos, la oración, etc. (dimensión celebrativa)
Me detendré en cada una de estas cuatro dimensiones para explicar en qué consisten. En cada una de ellas señalaré, sin pretender ser exhaustivo, los contenidos a (nivel de conocimiento), que pueden iluminar esa dimensión (a nivel de vivencia) y algunos recursos metodológicos muy generales que pueden ser empleados para propiciar el desarrollo de esa dimensión de la fe.
a) Dimensión intelectual.
Esta dimensión se refiere al conocimiento que se puede tener a nivel intelectual del Misterio de Dios, revelado en Jesucristo, plasmado en las Sagradas Escrituras y sistematizado y conservado por la Tradición y por la Iglesia a lo largo de los siglos. Aún cuando la vía de acceso a la verdad revelada, como se expresa aquí, es la razón, el factor afectivo no está ausente. En un proceso de fe, no basta saber y comprender que Dios es Padre amoroso a través de los relatos de la Escritura que nos muestran a Yahvé conduciendo a su pueblo, como a un niño pequeño, sobrellevando una y otra vez sus infidelidades, o a través de los relatos evangélicos en los que encontramos a Jesús hablando de Dios como un Padre bondadoso que sale al encuentro de sus hijos cuando se apartan de El; o cuando lo encontramos atendiendo con amor y compasión a los marginados por la enfermedad o por las normas y costumbres de la socied ad judía. La dimensión intelectual de la fe supone también la experiencia de sentirse amado por Dios en los dones recibidos de El, como la vida, la salud, el gozo interior o en el amor que recibimos a través de cuantos nos rodean.
Lo que aquí estamos diciendo es que el conocimiento de la Revelación supone la experiencia de Dios y que la vivencia de la fe necesita la iluminación del intelecto. La fe que es adhesión al Proyecto de Dios no puede prescindir del conocimiento preciso y profundo de ese Proyecto, la manera como se ha venido realizando a lo largo de la historia y las formas como se va realizando hoy.
Contenidos:
Los pasajes de la Historia Sagrada en los que Yahvé lleva de la mano a su pueblo escogido.
La vida de Jesús, sus discursos, sus milagros, las parábolas, Pasión y Muerte.
Toda la primera parte del CATIC ofrece los elementos esenciales de la Revelación sintetizados en el Símbolo de los Apóstoles
Actividades de aprendizaje:
Para el desarrollo de esta dimensión intelectual es necesario el contacto directo con las fuentes de la Revelación, especialmente la Sagrada Escritura, al nivel y al alcance de los catequizandos junto con las explicaciones claras y adecuadas del catequista. Pueden ser empleados algunos recursos como el teatro bíblico y la lectura participada de la Biblia. Se pueden realizar trabajos de reflexión individual o grupal por medio de cuestionarios a partir de un texto de la Escritura, la narración de algún hecho bíblico o la proyección de un video con tema bíblico. No puede quedar fuera el recurso a la experiencia de vida de los catequizandos para que se vaya desarrollando en ellos la sensibildad para descubrir la presencia del Amor de Dios en los diversos acontecimientos de su propia historia.
b) Dimensión comunitaria de la vivencia de la fe.
Esta dimensión se refiere a la manera peculiar como las primeras comunidades cristianas vivieron la fe en Jesucristo y que nosotros hemos heredado como elemento esencial de nuestra vida cristiana. Aquí entran en juego las actitudes de vida que se derivan de la virtud de la caridad pero que no son ajenas a la natural aspiración de todo ser humano y de todo grupo humano: vivir en comunión, armonía, paz, justicia e igualdad.
El desarrollo de la dimensión comunitaria de la fe pasa por la adquisición de algunas actitudes básicas como la capacidad de interactuar con los demás y de establecer relaciones de amistad; la capacidad de autocrítica; las capacidades de escuchar a los demás y de aportar los propios puntos de vista, condiciones indispensables para el diálogo, el manejo de conflictos y la misma reconciliación; la capacidad de valorarse a sí mismo y a los demás que hace a un grupo capaz de irse construyendo con las aportaciones de cada uno de sus miembros. Llega hasta el desarrollo del sentido de pertenencia al grupo y al compromiso con este, que puede ser su grupo de clase, su grupo juvenil u otro grupo de referencia. Ese sentido de pertenencia debe irse proyectando hacia el sentido de pertenencia a la Iglesia.
Contenidos:
A iluminar esta dimensión y a consolidar la adquisición de estas actitudes es de capital importancia la doctrina sobre la Vocación del Hombre; los elementos del Antiguo Testamento en que se resalta el hecho de que Dios realiza su proyecto salvador con un pueblo que es Su Pueblo; los testimonios del Nuevo Testamento sobre las primeras comunidades cristianas contenidas en los Hechos de los apóstoles y en las cartas de San Pablo, principalmente; y, por supuesto, la Doctrina sobre la Iglesia y la Doctrina Social de la Iglesia. Aquí cabe también la doctrina sobre el matrimonio como Iglesia doméstica y la visión cristiana de la sexualidad. Toda la tercera parte del CATIC, ALa Vida en Cristo@ nos ofrece elementos valiosos.
Actividades de aprendizaje:
Nunca será pérdida de tiempo cuanto se realice en un grupo para lograr su integración al inicio del itinerario catequístico y para alcanzar un nivel cada vez más profundo de interacción y comunicación a lo largo del proceso: convivencias, dinámicas de conocimiento, de integración, análisis de las relaciones al interior del grupo, etc.
Esta dimensión difícilmente podrá desarrollarse si prescinde de una metodología participativa con la consiguiente exigencia de que el catequista sea acompañante, facilitador, animador. Se pueden emplear dinámicas de grupos, organización de equipos para realizar algún trabajo, resolver algún problema, llevar a cabo alguna actividad del grupo o del colegio.
Es importante también el recurso al análisis crítico de la realidad a la luz del Plan de Dios, especialmente las situaciones de desigualdad económica, política y social, el ejercicio de la autoridad y del poder, las organizaciones políticas y civiles; en una palabra todo aquello que favorece o destruye la comunión en una sociedad. A este propósito son de gran utilidad los documentales, el análisis de notas periodísticas los sociodramas, etc. Sobraría decir que es fundamental también la reflexión crítica y creativa sobre la vivencia real de la dimensión comunitaria en nuestra Iglesia nacional, diocesana y local, así como en nuestra misma comunidad educativa.
c) Dimensión del compromiso en el servicio a la humanidad en la vivencia de la fe.
Lo que esta dimensión abarca es la actitud de servicio tan claramente señalada por Jesús como característica esencial de sus seguidores. Ella supone la adquisición y desarrollo de algunas disposiciones fundamentales como son: la sensibilidad para percibir las necesidades de los demás, el sentirse corresponsable del bien de los demás, tanto los cercanos como los lejanos, pero especialmente de los más necesitados y el sentido crítico ante las injusticias y toda situación que atenta contra la dignidad de las personas. Abarca también el desarrollo de la capacidad de proyectar y planificar acciones en beneficio de la propia comunidad o de otras personas o grupos necesitados así como la formación al liderazgo con criterios evangélicos. Es aquí donde entra el caracter vocacional del proceso catequístico (que, dicho sea de paso, sería conveniente que fuera un enfoque prioritario en la catequesis de todos los colegios maristas de México) en cuanto llamado e invitación de Dios a contribuir en la construcción del Reino desde el carisma que cada uno ha recibido para ponerlo al servicio de las demás.
Contenidos:
Las vidas de los santos especialmente aquellos que se distinguieron por su caridad y su audacia al emprender alguna obra en respuesta a las necesidades de los hombres y mujeres de su tiempo. Elementos de mariología. La tercera parte del CATIC sobre la vocación del hombre ilumina también esta dimensión de la fe. Es muy importante incluir algunas ideas en la línea de la filosofía del servicio. No puede faltar la teología de la vocación a partir de la vocación de los hombres bíblicos, especialmente los profetas. También son necesarios algunos elementos para el análisis de la realidad así como para el diseño de proyectos y la planificación de acciones.
Actividades de aprendizaje:
Contacto adecuado y gradual con personas o grupos en situaciones de necesidad: inicialmente con intención de sensibilizar a los alumnos pero llegando a acciones de servicio que implican compromisos por tiempos determinados; el análisis de las situaciones problemáticas padecidas en la propia comunidad o en otros grupos humanos y de sus causas mediante investigaciones, foros o discusiones; la planificación de acciones para dar solución a las problemáticas detectadas; la organización de campañas de apoyo a alguna comunidad o barrio de manera eventual o periódica; sesiones de estudio, análisis y reflexión a partir de vidas de santos o testimonios de personajes contemporáneos que entregan o han entregado su vida al servicio de los pobres con el apoyo de biografías, documentales o películas; encuentros y retiros vocacionales; acompañamiento personal en óptica vocacional; misiones, talleres de capacitación para algún apostolado en especial, etc.
d) Dimensión celebrativa de la vivencia de la fe.
Esta dimensión comprende toda la vida litúrgica y de oración: El conocimiento, comprensión y vivencia de los sacramentos; el desarrollo de las actitudes y disposiciones adecuadas para participar en el culto, especialmente en la Celebración Eucarística; la comprensión y asimilación del carácter sacramental del acceso a la Gracia de Dios así como del carácter simbólico de las expresiones de la fe; la comprensión de los signos litúrgicos; la valoración del sentido personal y comunitario de la oración y la práctica de algunas formas de oración personal y comunitaria.
Contenidos:
Toda la doctrina sobre los sacramentos (CATIC segunda parte) y sobre la oración (CATIC cuarta parte); aspectos relacionados la dimensión celebrativa de las personas, los grupos y las sociedades, las formas como diversas culturas antiguas y contemporáneas celebran los acontecimientos de la vida ordinaria y las festividades religiosas (religiosidad popular); lenguaje corporal; el valor de los signos como expresión de experiencias profundas o proyectos.
Actividades de aprendizaje:
Contacto con expresiones de religiosidad popular y participación en ellas; investigación y análisis del aspecto ritual de distintas religiones; celebraciones de la palabra con periodicidad; celebraciones eucarísticas bien preparadas; empleo de signos y símbolos como representación de experiencias, actitudes, propósitos personales y grupales, proyectos, etc.
Estos son algunos de los elementos que componen las dimensiones de la fe sobre las cuales recomiendo orientar nuestras intenciones catequísticas.
¿Qué utilidad puede tener esta manera de entender y organizar los objetivos de la catequesis escolar marista?
Al realizar nuestra planificación anual o semestral en el inicio del curso escolar conviene revisar los objetivos de cada una de las unidades y lecciones de nuestros textos de catequesis y ver qué tanto apuntan hacia cada una de estas cuatro dimensiones del crecimiento en la fe. )Están considerados de manera más o menos equilibrada elementos que lleven hacia la profundización en el conocimiento del plan de Dios y la experiencia de su Amor, las actitudes comunitarias, las actitudes de servicio, la comprensión y participación en la liturgia y la vida de oración? Como resultado de este análisis podríamos reestructurar nuestro programa si es necesario. Sin embargo, creo que lo que puede ser de gran ayuda es considerar las cuatro dimensiones que hemos explicado como intencionalidades que conviene tener siempre en cuenta al momento de preparar y realizar cada sesión de catequesis. Esto es, cuestionarnos consta ntemente: )para qué voy a exponer tal tema, o a proponer determinada dinámica o a reflexionar sobre este texto o aquel canto? )Va a incidir al menos mínimamente en una mayor toma de conciencia de que ser cristiano es construir comunidad, compartir la fe y capacitarse para servir? En síntesis. Estas consideraciones pueden contribuir a aumentar la calidad de nuestra catequesis y por consiguiente a lograr que el crecimiento en la fe de nuestros catequizandos pueda ser real y efectivo.
El evidente predominio que he dado a los aspectos que se refieren a la fe como vivencia, y el carácter funcional que he dado a los contenidos doctrinales no pretende ser una nueva fase de la polarización catequística entre experiencia y vida ni mucho menos. Considero que hoy, como siempre la Iglesia está llamada a llevar a cabo su misión de anunciar la Buena Nueva a partir de la vivencia radical de los valores del Reino. Hoy más que nunca, los cristianos convenceremos más por lo que somos y vivimos que por lo que sabemos y hablamos; y el Reino de Dios se construye con actitudes y acciones más que con especulaciones y discursos. Sin embargo esas actitudes y capacidades, esos criterios para actuar en determinadas situaciones, han de estar fundamentadas sólidamente en el marco conceptual que nos ofrece el Mensaje Revelado y la doctrina. El conocimiento intelectual del Mensaje Revelado y de la doctrina está, en esta manera de entender las cosas, lejos de perder su importancia en el campo de la práctica catequística ya que, si bien no es considerado globalmente como un fin en sí mismo, es condición imprescindible para el desarrollo armónico y consistente de las actitudes de fe.
En casi todos los documentos la Iglesia sobre catequesis se insiste en la exigencia de presentar el Mensaje Revelado de manera íntegra y respetando su organicidad interna. Creo que al considerar de manera predominante las actitudes de apertura a la experiencia de Dios, de comunión fraterna, de servicio a los demás y de celebración de la fe como objetivos de la catequesis, no se pone en riesgo la fidelidad a esta exigencia. La vida misma se convierte en factor de integración. El Mensaje Revelado se irá integrando gradualmente no sólo en las neuronas de los catequizandos sino también en su corazón, y en sus manos.
La descripción de cada una de las dimensiones de la fe que han de desarrollarse a través de la catequesis, a pesar de que el propósito no fue en ningún momento presentarlas de manera exhaustiva, no deja de producir en nosotros la impresión de que se trata de una tarea titánica que sobrepasa los alcances de la catequesis escolar, la cual ocupa, con no pocas dificultades, tan solo dos, tres o cuatro horas del horario semanal en la mayoría de los colegios. Efectivamente, gran parte de la tarea que aquí le ha sido encomendada a la catequesis escapa incluso de los programas de otras materias académicas. En realidad involucra a toda la escuela y a su proyecto educativo.
Cuando los documentos maristas hablan de que la catequesis es nuestra prioridad no quieren decir nada más que se deben colocar en el horario más clases de catequesis o que se van a invertir más recursos en libros mejor elaborados o materiales más modernos y adecuados, sino que la finalidad de la catequesis, la maduración en la fe de nuestros alumnos, debe permear todas las áreas de la vida de la escuela marista: que las actitudes de maestros, directivos y trabajadores, las estructuras organizativas, y el ambiente todo, sea propicio para la vivencia de relaciones fraternas y constructivas, para el cultivo de las actitudes de la solidaridad y del servicio a los demás, y para el desarrollo del sentido festivo y del espíritu orante.
Quiero terminar señalando que estas reflexiones, aún cuando llegaran a ser de enorme utilidad para un mejor desarrollo de nuestra misión como catequistas serían absolutamente inútiles si no contribuyen a nuestro propio crecimiento en la fe. Esto lo digo en primer lugar por mi mismo. Nuestra responsabilidad como acompañantes del proceso de maduración en la fe de nuestros catequizandos empieza por nuestra decisión clara e inequívoca de tratar de crecer cada día en el seguimiento de Jesús, aceptando su Palabra para que con la fuerza de su Espíritu nos transforme.
Que María, nuestra Buena Madre, que camina con nosotros el camino de la fe, siga acompañándonos y protegiéndonos. Y que Marcelino, quien no podría ver a un niño sin hablarle del amor de Dios interceda por nosotros para que nuestros alumnos reciban de Dios y de María de Guadalupe sus bendiciones y su protección.