Autor: SS Juan Pablo
II
La Asunción de María, verdad de fe
Durante la audiencia general del miércoles 2 de julio de 1997.
1. En la línea de la bula Munificentissimus Deus, de
mi venerado predecesor Pío XII, el concilio Vaticano II afirma que la Virgen
Inmaculada, «terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo
y alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium, 59).
Los padres conciliares quisieron reafirmar que María,
a diferencia de los demás cristianos que mueren en gracia de Dios, fue elevada
a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una creencia
milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que
representa a María cuando entra con cuerpo en el cielo.
El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María
fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás
hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para
María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio.
2. El 1 de noviembre de 1950, al definir e l dogma de
la Asunción, Pío XII no quiso usar el término «resurrección» y tomar posición
con respecto a la cuestión de la muerte de la Virgen como verdad de fe. La
bula Munificentissimus Deus se limita a afirmar la elevación del cuerpo de
María a la gloria celeste, declarando esa verdad «dogma divinamente revelado».
¿Cómo no notar aquí que la Asunción de la Virgen forma
parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano, el cual, afirmando el
ingreso de María en la gloria celeste, ha querido proclamar la glorificación
de su cuerpo?
El primer testimonio de la fe en la Asunción de la
Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae», cuyo
núcleo originario se remonta a los siglos II-III. Se trata de representaciones
populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de
fe del pueblo de Dios.
A continuación, se fue desarrollando una larga
reflexión con respecto al destino de María en el más allá. Esto, poco a poco,
llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa de la Madre de Jesús,
en alma y cuerpo, y a la institución en Oriente de las fiestas litúrgicas de
la Dormición y de la Asunción de María.
La fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de
la Madre del Señor, después de su muerte, desde Oriente se difundió a
Occidente con gran rapidez y, a partir del siglo XIV, se generalizó. En
nuestro siglo, en vísperas de la definición del dogma, constituía una verdad
casi universalmente aceptada y profesada por la comunidad cristiana en todo el
mundo.
3. Así, en mayo de 1946, con la encíclica Deiparae
Virginis Mariae, Pío XII promovió una amplia consulta, interpelando a los
obispos y, a través de ellos, a los sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre la
posibilidad y la oportunidad de definir la asunción corporal de María como
dogma de fe. El recuento fue ampliamente positivo: sólo seis respuestas, entre
1.181, manifestaban alguna reserva sobre el carácter revelad o de esa verdad.
Citando este dato, la bula Munificentissimus Deus
afirma: «El consentimiento universal del Magisterio ordinario de la Iglesia
proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la asunción corporal
de la santísima Virgen María al cielo (...) es una verdad revelada por Dios y,
por tanto, debe ser creída firme y fielmente por todos los hijos de la
Iglesia» (AAS 42 [1950], 757).
La definición del dogma, de acuerdo con la fe
universal del pueblo de Dios, excluye definitivamente toda duda y exige la
adhesión expresa de todos los cristianos.
Después de haber subrayado la fe actual de la Iglesia
en la Asunción, la bula recuerda la base escriturística de esa verdad.
El Nuevo Testamento, aun sin afirmar explícitamente la
Asunción de María, ofrece su fundamento, porque pone muy bien de relieve la
unión perfecta de la santísima Virgen con el destino de Jesús. Esta unión, que
se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Sa lvador, en la
participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo, en su
asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de exigir una
continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la
obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo.
4. La citada bula Munificentissimus Deus, refiriéndose
a la participación de la mujer del Protoevangelio en la lucha contra la
serpiente y reconociendo en María a la nueva Eva, presenta la Asunción como
consecuencia de la unión de María a la obra redentora de Cristo. Al respecto
afirma: «Por eso, de la misma manera que la gloriosa resurrección de Cristo
fue parte esencial y último trofeo de esta victoria, así la lucha de la
bienaventurada Virgen, común con su Hijo, había de concluir con la
glorificación de su cuerpo virginal» (AAS 42 [1950], 768).
La Asunción es, por consiguiente, el punto de llegada
de la lucha que comprometió el amor generoso de María en la rede nción de la
humanidad y es fruto de su participación única en la victoria de la cruz.