Lo que une y separa a las iglesias católica y
anglicana
Escrito por José Barros Guede
El presente estudio tiene por
objeto completar mi anterior trabajo sobre “el origen de
Históricamente,
El rey Enrique VIII, aunque
moralmente era un apasionado, sexual, machista, avaro y nacionalista, sin
embargo se mantuvo firme en las creencias cristianas de la Iglesia católica, de
tal forma que se opuso terminantemente a la doctrina protestante de Lutero y de
Calvino, que el protestante calvinista arzobispo Thomas Crammer de Canterbury
pretendió introducir en la Iglesia anglicana en 1536.
En 1539, contra el intento de
este arzobispo, el rey Enrique VIII ordena mantener las siguientes creencias
tradicionales a sus súbditos bajo la pena de muerte: 1º- la transubstanciación o
transformación del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo en el
momentote la consagración de la misa. 2º- La comunión bajo un sola especie. 3º-
El celibato eclesiástico. 4º- La obligatoriedad de los votos de castidad. 4º-
Las misas por los difuntos. 6º- La confesión auricular.
De tal forma, exige su adhesión
y cumplimiento a estas creencias que el arzobispo Thomas Crammer que se había
casado con una mujer alemana protestante tuvo que enviar a ella y a sus hijos a
Alemania. El rey Enrique VIII muere el 28 de enero de 1547, a la edad de 57 años
y 38 de gobierno, dejando separa la Iglesia anglicana de la Iglesia católica,
pero su fe y culto eran totalmente católicos y tradicionales.
A su muerte, por testamento
suyo, le sucede su hijo Eduardo VI tenido de Ana Bolena como rey del Reino Unido
contando 9 de años de edad y padeciendo una grave enfermedad pulmonar. En su
reinado los protestantes calvinistas se hacen con el poder. Se decreta la
Comunión eucarística bajo las dos especies, se buscan teólogos calvinistas para
la universidad de Cambridg y se desencadena una furia iconoclasta contra
imágenes, cuadros y ornamentos de templos cristianos.
En 1549, por influencia de
arzobispo Thomas Crammer de Canterbury, apoyado por el duque Eduardo Seymour
regente del Reino Unido por la minoría de edad del rey Eduardo VI, es abolido el
celibato eclesiástico y es prescrito el Book Common Prayer (Libro de
oración común) compuesto por dicho arzobispo, como libro litúrgico oficial y
único de oraciones para todo el Reino Unido.
En 1552, el arzobispo Thomas
Crammer de Canterbury que había sido profesor de teología compone el cuerpo
doctrinal de la Iglesia anglicana en Cuarenta y dos artículos, en los que
establece: la Biblia como única norma de fe cristiana, la sola fe
cristiana como justificación de la persona ante Dios, reconoce los sacramentos
del Bautismo y la Eucaristía como Cena del Señor sin el carácter sacrificial,
conserva la estructura episcopal tradicional de la Iglesia católica, su culto y
liturgia y mantiene al rey como cabeza suprema de la Iglesia anglicana.
Fallecido el rey Eduardo VI el
6 de julio de 1553, María, hija del rey Enrique VIII y de su esposa Catalina de
Aragón, es nombrada reina del Reino Unido por derecho de sucesión testamentaria.
En 1554, la reina María, recia y firme católica como su madre Catalina y su
abuela la reina Isabel de Castilla, reconoce al Papa como única cabeza de la
Iglesia universal, anula la doctrina protestante calvinista establecida en
reinado de su medio hermano el rey Eduardo VI, restituye los bienes expoliados
por su padre a los monasterios y cabildos, reprime a los protestantes
calvinistas y encarcela al arzobispo Thomas Crammer, quien, en 1556, es
condenado a morir en la hoguera junto con otros más protestantes calvinistas
destacados, tales como, Latimer y Didley.
Fallecida la reina María el 17
de noviembre de 1558, le sucede por derecho sucesorio testamentario como reina
del Reino Unido su media hermana Isabel I, hija del rey Enrique VIII y de Ana
Bolena, quien restablece la Iglesia anglicana separada de la Iglesia católica.
Reconoce la doctrina calvinista introducida por el arzobispo Thomas Crammer.
Revisa los Cuarenta y dos artículos del arzobispo Thomas Crammer
promulgados bajo el reinado de Eduardo VI, los reduce a Treinta y nueva y
le añade el Common Prever Book como apéndice.
El
Parlamento británico restablece la supremacía de la reina como director supremo
de la Iglesia anglicana en los asuntos eclesiásticos y políticos, reservando el
culto y la liturgia al poder episcopal del arzobispo de Canterbury. En virtud de
dicha ley parlamentaria, la corona real británica promulga las leyes
eclesiásticas, tiene el derecho de visitar y exigir cuentas a la Iglesia
anglicana, recibir el homenaje de los obispos, coronar al arzobispo de
Canterbury, hacer los nombramientos de obispos y considerar a los tribunales
eclesiásticos como una sección de la administración de Justicia del Reino Unido.
A partir de 1570, la reina
Isabel I adopta severas medidas contra la Iglesia católica. Centenares de
católicos son condenados a muerte y el ejercicio de la religión católica es
castigado con severas penas. El 25 de febrero de 1570, el papa Pio V la
excomulga y la depone por la bula Regnans in Ecclesia. En 1589, el
papa Gregorio XIII crea en Roma un seminario para formar sacerdotes
católicos, que servirá para restablecer la Iglesia católica en el Reino Unido.
Desde el reinado de Isabel I, la
Iglesia anglicana queda establecida de forma definitiva como nacional y separada
de la Iglesia católica, siendo teológicamente intermedia entre la Iglesia
católica y la Iglesia protestante reformada o calvinista. Está unida a la
Iglesia católica por el sacramento del Bautismo, por la estructura episcopal y
apostólica, por las formas externas de liturgia y culto y por el sistema abacial
monástico de san Benito. Está separada de la Iglesia católica por considerar a
la corona real como cabeza o directora suprema de la Iglesia anglicana junto
con el primado y arzobispo de Canterbury y aceptar moderadamente la doctrina de
la Iglesia protestante calvinista o reformada.
Dicha doctrina moderada
calvinista de la Iglesia anglicana consiste en considerar a la Biblia
como única fuente de fe cristiana, aunque respeta a la Tradición siempre
que no contradiga la Biblia, enseñar la justificación de la persona ante
Dios por la sola fe cristiana, negar el primado del obispo de Roma o Papa y
rechazar el carácter de sacrificio de la Eucaristía, la transustanciación del
pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo, las indulgencias, el purgatorio,
las imágenes y el culto a los santos.
El 13 de septiembre de 1896,
el papa León XIII declarará validas las ordenaciones episcopales anglicanas en
su escrito Apostolicae Curae, previo informe de una comisión
investigadora sobre el caso. Estas ordenaciones anglicanas se remontan a Mattew
Parker, arzobispo de Canterbury, nombrado por la reina Isabel I en 1559 y
consagrado por el religioso agustino William Barlow, a quien el rey Enrique VIII
habia nombrado obispo de S. Asph y de S. Davids y el rey Eduardo VI le había
trasladado al obispado de Bath y Bedfort, usando el ritual anglicano y citando
la epístola a Timoteo (1, 6).
Antiguamente, los cargos y
empleos del Estado y del Parlamento del Reino Unido sólo podían ser desempeñados
por miembros de la Iglesia anglicana. Actualmente, éstos están abiertos a los
miembros de cualquiera confesión religiosa o simplemente laicos. En 1992, la
Iglesia anglicana aprueba el acceso de las mujeres al sacerdocio. En USA, la
Iglesia anglicana recibe el nombre de Iglesia episcopal.
El teólogo Sanders de Cambridge
escribe: “la reforma inglesa fue más política que teológica”. El innato
optimismo y realismo propio de los ingleses y su aversión a las especulaciones
dogmáticas y metafísicas y principalmente su resistencia a todo extremismo hizo
que la Iglesia anglicana fue intermedia entre la católica y la calvinista, y se
centrase no tanto en las cuestiones teológico dogmáticas, como en cuestiones
ético morales, hasta tal punto que el socialismo o laborismo del Reino Unido no
tiene caracteres antieclesiásticos y menos anticristianos.
Ahora bien, las citadas
diferencias que separan a la Iglesia anglicana de la Iglesia católica es
necesario resolverlas a la luz de la fe cristiana apostólica en orden a la
unidad de una sola Iglesia, la cual se halla expresada en los textos escritos de
los apóstoles y de los padres apostólicos. Entre ellas, la más fundamental es,
sin duda, la que versa sobre el primado del Papa u obispo de Roma, como cabeza
suprema de la Iglesia universal con poder jurisdiccional sobre ella, por ser
sucesor del apóstol san Pedro en la sede romana, que la Iglesia anglicana niega.
A este respeto, el evangelista
san Mateo enseña que Jesús de Nazaret dijo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo
te daré las llaves del Reino de los Cielos, y todo lo que ates o desates en la
tierra será atado y desatado en el cielos” (Mt. 16, 18-20). San Pablo define la
Iglesia diciendo: “Cristo es la cabeza del cuerpo de la Iglesia” (Col.
1,18), “la Iglesia es el cuerpo de Cristo” (Efe. 4.) y “nosotros siendo muchos
somos un solo cuerpo en Cristo” (Rom. 12. 5).
Ante este texto evangélico, la
Iglesia anglicana, influenciada por la Iglesia protestante calvinista, sostiene
que Jesús de Nazaret dio el poder de primado de jurisdicción sobre la Iglesia
universal exclusivamente y personalmente al apóstol Pedro por su fe, sin pasar
dicho poder a los obispos de Roma. Sin embargo, los padres apostólicos, la
tradición patrística y escolástica afirman y confirman que con dichas palabras
bíblicas Jesús de Nazaret da el primado de jurisdicción a Pedro y a sus
sucesores los obispos de Roma sobre la Iglesia universal.
Concretamente, san Ireneo de
Lyon (140-202), apoyándose en Papías de Hieriapolis y en Policarpo de Esmirna a
quien ha conocido y oído siendo joven, escribe: “dado el rango que la Iglesia
romana tiene, fundada y edificada por los apóstoles Pedro y Pablo, todas las
iglesias, o sea todos los fieles de cualquier parte, deben estar de acuerdo con
ella, porque siempre se ha conservado en ella la tradición apostólica” (Adv.
Haer. III, 3, 2).
Desde sus inicios, el obispo de
Roma, como sucesor del apóstol san Pedro, ha ejercido siempre una autoridad
suprema sobre la Iglesia universal, obsediéndole miles de millones de cristianos
a través de la historia de la humanidad, y aunque ha sido contestada por
millones de cristianos ortodoxos orientales, protestantes, calvinistas,
anglicanos…, sin embargo, miles de teólogos, reyes, príncipes, emperadores,
presidentes, sabios y científicos la ha reconocido y respetado.
Por otra parte, en la Iglesia,
cuerpo de Cristo, no caben las divisiones, escisiones y cimas dentro de ella,
dado que existe una unión y unidad mística o misteriosa, más fuerte que la unión
y unidad moral, realizada por el Espíritu Santo, Amor de Dios, como alma de la
Iglesia, conforme a lo dicho por Jesús en su última Cena (Jn. 16, 7), en la
santa María, madre de Cristo, es prototipo y corazón de sus miembros.
De ahí, que el papa Pio XII
escriba en la encíclica Mistici Corporis diciendo: “para un definición de la
esencia de la verdadera Iglesia de Cristo, nada más divino y excelente que la
designada por el cuerpo místico de Cristo”. En las cartas del apóstol Pablo no
se encuentra la palabra “místico”, que el papa Bonifacio añadió en la bula Unam
Santam, en el año 1302, para distinguir el cuerpo místico de Cristo de su cuerpo
histórico, celestial y eucarístico.
El concilio Vaticano II define
la Iglesia como “el pueblo de Dios”, pero dicha expresión es propia del pueblo
de Israel. Por otra parte, el pueblo de Dios es toda la humanidad, pues todos
los seres humanos procedemos y pertenecemos a Dios. En mi humilde opinión la
definición de Iglesia como “cuerpo místico de Cristo” es más teológica,
apostólica y más propia que la de “pueblo de Dios”.
Ahora bien, la Iglesia, como
enseña el papa Benedicto XVI, necesita “una apertura creativa a los desarrollos
y exigencias del lenguaje y cultura contemporánea de conformidad con el
Evangelio”. Ese lenguaje y cultura que inspira y mueve a la unión y a la unidad
de la Iglesia es el amor fraterno compartiendo personas y bienes, conocimientos
y sentimientos, alegrías y penas, éxitos y fracasos, ley fundamental cristiana,
porque como dice san Juan en su primera epístola: “si no amas a tu hermano a
quien ves, cómo vas amar a Dios, a quien no ves”.
José Barros Guede - A
Coruña, octubre del 2010