Carlo Maria Martini
Cardenal Arzobispo de Milán

La radicalidad
de la fe

Los obstáculos que encuentran la fe,
el celibato,
el ministerio


EDITORIAL VERBO DIVINO
Avda. de Pamplona, 41
31200 ESTELLA (Navarra) España
1992

Las citas bíblicas han sido tomadas del texto de La Biblia, La Casa de la Biblia, Editorial Verbo Divino.
Título original: La Radicalita della fede. Traducción:Juan Luis Herrero. Dibujos: Miren Sorne.

 

Indice

PRESENTACIÓN

INTRODUCCIÓN

¿Por qué la Hora décima
Las reglas
El tema
La apropiación
El estilo de la Hora décima
El método 18

  1. LA RADICALIDAD DE LA FE

    Preámbulo
    El contexto de Lucas 9,57-62
    Tres modos impropios de seguimiento
    Pista de meditatio: los símbolos del pasaje evangélico
    Aplicaciones
     

  2. EL ÁMBITO DE LA CORPOREIDAD

    Lectio de Mateo 4,1-4: Jesús es tentado
    La toma de conciencia del dinamismo vertical de la sexualidad
    Obstáculos al asentimiento real
    Introducción a la oración
     

3. "¿ASI QUE DIOS OS HA DICHO QUE NO COMÁIS DE NINGUNO DE LOS ARBOLES DEL HUERTO?"

Proemio
La gran pregunta insidiosa (Gn 3,1)
Primera objeción: el miedo a permanecer en el seno materno
Segunda objeción: el empuje de los lastres ancestrales
Plegaria de conclusión

4. EL MINISTERIO EN PRUEBA

La plegaria pentecostal
Jesús, cansado del ministerio
Lectio: aspectos difíciles del ministerio
Meditatio:
el ministerio amenazado y consolado
Conclusión: ¿cómo situarse frente a las dificultades del ministerio?

 

Presentación

EI librito que tienes en las manos, La radicalidad de la fe, es fruto de cuatro encuentros que el ar-zobispo de Milán ha tenido con los seminaristas de segundo año de teología, es decir, con unos jóvenes que se están preparando para ser ordenados sacerdotes y que ya colaboran con los sacerdotes de algunas parroquias de la diócesis.

Este grupo de seminaristas ha recibido el nombre de Hora décima, para indicar que el estilo de estos encuentros quedaba referido a aquel otro descrito en el evangelio de san Juan, capítulo primero; los primeros discípulos de Jesús, deseosos de conocerlo y seguirlo, se quedaron junto a él. Estilo, pues, de familiaridad, de conversación amistosa, de escucha, de diálogo, de oración.

Estas reflexiones sobre el tema fe-celibato-ministerio tienen como objetivo los diferentes obstáculos que se oponen a la apropiación existencial, cordial, de estos valores. En efecto, son muchos los jóvenes que encuentran dificultad para comprender las verdaderas implicaciones de la fe; para enfocar el celibato como entrega a Dios definitiva, total, del cuerpo y del corazón, para el servicio de los hermanos; para afrontar el presbiterado con confianza y gozo.

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El arzobispo, partiendo siempre de páginas bíblicas, ilustra con sabiduría los aspectos difíciles del camino hacia la fe adulta, y sus palabras manifiestan toda la experiencia del pastor que sabe escuchar y comprender a los sacerdotes y a la gente.

Al leer estas páginas, caemos en la cuenta de que pueden ser útiles no sólo a aquellos que viven o se preparan a vivir el ministerio sacerdotal, sino a todos los cristianos. Porque las condiciones exigidas en el seguimiento de Jesús son el camino hacia aquella plenitud del amor en el que se resume el mensaje del Evangelio. Y es precisamente este amor el que llega al don de la vida y el que puede hacer de los cristianos los testigos auténticos y creíbles de la presencia de Dios en la historia, y de la acción de su Espíritu en nuestro tiempo.

 

Introducción

¿Por qué la Hora décima?

La iniciativa de los presentes encuentros ha surgido del deseo de conocernos recíprocamente y de vivir una experiencia de comunión, de intercambio, de comunicación en la fe.

En cuanto alumnos de segundo año de teología, efectivamente, vosotros encarnáis un momento simbólico de la vida del seminario.

Hemos llamado a este grupo nuestro Hora décima por referencia al capítulo primero del evangelio de san Juan. Juan el Bautista se encontraba con dos de sus discípulos y, al ver pasar a Jesús, dijo: "¡Este es el cordero de Dios!" Y los dos discípulos, al oírle decir esto, siguieron a Jesús. Jesús, entonces, se volvió y, viendo que le seguían, les dijo: "¿Qué buscáis?" Ellos le respondieron: "Maestro, ¿dónde vives?" Les contestó: "Venid y lo veréis". Fueron, pues, y vieron dónde vivía, y aquel día se quedaron con él; eran cerca de las cuatro de la tarde (Jn 1,37-39). La Biblia de Jerusalén advierte: "las cuatro de la tarde: al pie de la letra, la hora décima" .

El espíritu que anima nuestra decisión de reunirnos significa precisamente detenernos, quedarnos con él, junto al Señor y cerca unos de otros.

Las reglas

Para recorrer juntos este camino, conviene respetar ciertas reglas.

  1. Sentirse bajo la mirada de Dios, en su presencia, en compañía de Jesús. No basta, por lo tanto, prestar atención a la oración como esfuerzo personal, sino que hace falta dejarse proteger por el Señor, contemplarlo, escucharlo, buscar su rostro, en la seguridad de ser amados por él.

  2. Alejar de nuestro corazón toda preocupación por sacar algún provecho en la solución de problemas concretos presentes o en la respuesta a problemas futuros. De no ser así, no lograremos fruto alguno. Os invito, pues, a esforzaron seriamente por alcanzar un estado de serenidad y permanecer en la quietud y la paz.

  3. Para no olvidar los objetivos que nos proponemos, debemos orar a la Señora, y os sugiero la recitación diaria de un avemaría para que ella nos obtenga la gracia de interiorizar los dones de Dios, de pasar —según veremos— del asentimiento nocional o conceptual al asentimiento real en los temas que vamos a tratar.

Estas tres reglas son sumamente importantes.

El tema

Después de madura reflexión, me he decidido a tomar como tema de estos encuentros el trinomio fe-celibato-ministerio.

Y me apresuro a subrayar que no pretendo profundizar en los aspectos teóricos, positivos, didácticos del tema, que son objeto de los tratados teológicos y que ya conocéis o estáis estudiando. Consideraré, más bien, los aspectos negativos, es decir, aquellos que oscurecen la correcta visión de estas tres realidades (fe, celibato, ministerio) y sus mutuas relaciones.

En otras palabras, reflexionaremos sobre las dificultades que se oponen a la apropiación de estos valores.

La apropiación

1 Apropiación significa "hacer propio" un objeto. En el sentido moral o espiritual, quiere decir llegar a hacer propia una idea, un ideal, un estilo de vida; partir de una oferta desde fuera y lograr hacerla mía, lograr en cierto sentido que nazca de mi interior.

Conviene notar que el vocablo latino propius, del que se deriva apropiación (término usado en filosofía, pero sobre todo en sicología) no es el comparativo de prope (más cerca de mí). Parece más bien derivarse de la expresión jurídica latina pro privo, es decir, para uso privado, para mi uso particular.

Proprius indica entonces lo que me pertenece, lo que me atañe directa y personalmente; en el lenguaje corriente se dice también: "hacer mía una cosa" o "interiorizarla".

Existen otros sinónimos de "apropiación". John Henry Newman, por ejemplo, habla de "realización", término que usa abundantemente en una obra de su madurez espiritual, filosófica y teológica: La gramática del asentimiento, escrita en 1870, a la edad de 69 años.

En el capítulo IV, titulado "Asentimiento nocional y asentimiento real", Newman intenta definir los dos aspectos del asentimiento para explicar luego cómo la "realización" es justamente el paso de lo nocional o conceptual a lo real.

Al no poder detenerme con más detalle en la teoría de Newman, por otro lado harto conocida, me limitaré a recordar un pasaje muy bello, donde él ejemplifica la "realización" en las dramáticas vicisitudes del patriarca Job, contrastando su actitud hacia Dios antes y después de las durísimas pruebas sufridas.

Desde el comienzo —escribe— Job intuía rectamente los atributos divinos; tenía un asentimiento nocional correcto de la justicia, de la verdad, de la bondad, de la misericordia de Dios. Pero la prueba transformó tal intuición en asentimiento real:

"Te conocía sólo de oídas,
ahora te han visto mis ojos.
Por eso me retracto, y me arrepiento
cubierto de polvo y ceniza" (Job 42,5-6).

El conocimiento "de oídas" es el asentimiento nocional, conceptual, de la mente, muy diferente de ese "te han visto mis ojos", que corresponde al asentimiento real, del corazón.

Busquemos algún sinónimo de "apropiación". Se puede hablar de "percepción existencial o vivencial", para manifestar que cuando he hecho mía una idea, un concepto de Dios, no necesito que me sea impuesto desde fuera, ni preciso ya hacer el esfuerzo de recordarlo a través de la memoria.

También se podría hablar de "conscientización" o igualmente de "integración personal" o de "interiorización".

2. Ahora brota la pregunta crucial: ¿a qué se debe la distancia entre asentimiento nocional o conceptual y asentimiento real?

Ante todo quiero precisar que el asentimiento nocional no es erróneo y, por ejemplo, en la verdad matemática es más que suficiente; comprendo un teorema con asentimiento nocional y esto me basta.

La distancia aparece cuando se trata de una verdad religiosa, moral, espiritual, la verdad que atañe al ámbito de la existencia, del amor, del gozo, de la vida y la muerte.

Descubro dos motivos al menos que explican tal distancia.

— El primero se debe al hecho de que el camino de la apropiación de las verdades profundas es bastante largo.

Mientras un teorema matemático se puede entender en un tiempo breve, incluso instantáneamente, el asentimiento real es fruto de un itinerario de crecimiento que atraviesa (como insiste Newman) por pruebas diversas. Sólo de esa forma la persona crece y madura en profundidad, hacia asentimientos reales profundos.

Según algunos grandes sicólogos de la evolución humana, el hombre alcanza una fe religiosa genuina y hace suya de forma propiamente personal la religión que ha heredado, alrededor de los treinta arios.

A mi parecer, sería más exacto decir que el hombre puede alcanzar e integrar la verdad religiosa cristiana en la plenitud de su personalidad; porque, a decir verdad, muchas personas no interiorizan nunca la fe. El camino de la apropiación no sólo es largo, sino que con frecuencia sobreviene de manera sólo embrionaria, por consiguiente no de forma automática ni siempre. Además, más que "alrededor de los treinta años", yo diría que entre los treinta y los cuarenta años.

Creer que Dios existe, que es bueno y me llama, que la fe es un valor que impregna la vida, que el celibato por el Reino es un valor precioso que Cristo me ofrece, que el ministerio es un servicio importante que configura y determina la existencia entera; todo esto puede ser fruto de un asentimiento nocional. Llega a ser asentimiento real a través de un fatigoso y lento proceso de autotranscendencia personal. )

—El segundo motivo, en conexión con el primero, se debe al hecho de que son numerosos los obstáculos que impiden la "apropiación".

Obstáculos de un ambiente con frecuencia hostil o desfavorable; obstáculos constituidos por hábitos personales malsanos o simplemente por la pereza (falta de voluntad de pensar, de reflexionar sobre sí mismo, falta de voluntad de tomarse la molestia de elaborar conceptos); obstáculos del inconsciente, en el sentido de que alguien sabe hablar estupendamente, es capaz de exponer la verdad con toda claridad, pero de pronto se da cuenta de que está recitando, que repite conceptos aprendidos de memoria pero sin haberlos penetrado ni interiorizado.

Todos estos obstáculos son particularmente insidiosos precisamente en los grandes temas (como la fe, el celibato, el ministerio), que comportan una entrega existencial plena, porque dichos obstáculos ponen incesantemente en cuestión la elección, impidiendo que la conciencia se entregue a fondo.


El
estilo de la Hora décima

Así pues, en nuestros encuentros analizaremos las dificultades de la apropiación reflexionando sobre los bloqueos comunicativos. El proceso de tránsito de lo externo a lo interno, del asentimiento nocional al real es, en efecto, un problema de comunicación y de asimilación.

Hablaremos de los bloqueos comunicativos existentes a propósito del celibato, sea en sí mismo como en sus relaciones con la fe y el ministerio, examinando incluso el contrafenómeno del desbloqueo tumultuoso de los canales comunicativos en ciertos momentos de la vida, con resultados aparentemente incontenibles y salvajes.

Porque cuando estas elecciones a contracorriente —fe cristiana, celibato, ministerio sacerdotal— no han sido asimiladas en profundidad y, más bien, se han tolerado fenómenos inconscientes de rechazo que no han sido analizados o exorcizados, en tal caso llega un punto en que tales fenómenos se adueñan de la situación y dan lugar a manifestaciones imprevisibles.

El estilo de estos encuentros nuestros quisiera ser, por lo tanto, semejante al de la llamada Cátedra de los no creyentes que hemos tenido en nuestra diócesis los años pasados. Tendremos que dar oídos al creyente que hay en nosotros, pero también al no creyente interior que se rebela con frecuencia, se resiste, acumula objeciones a la radicalidad de la fe, al propósito de celibato, a las exigencias de totalidad del ministerio, y ello precisamente en el ámbito del asentimiento real.

Considero de extrema importancia prestar oídos a todo esto y tomar conciencia de ello. Dar oídos, naturalmente, en una atmósfera de recogimiento y oración, a las objeciones y a las resistencias manifiestas o latentes que tenemos dentro, porquomos hombres de este mundo, de este siglo, aunque estemos bautizados y confirmados, y todavía participamos de la condición de hijos de las tinieblas, en cuanto que las tinieblas no han perdido lo más mínimo la esperanza de engullirnos; porque estamos todavía ligados a la terreneidad y a la mundaneidad, y no alcanzaremos la victoria definitiva y la paz más que cuando el Reino se revele, cuando veamos a Dios y lo conozcamos como él mismo se conoce. Hasta ese momento, estaremos siempre en lucha)

Obviamente, no pretendemos adentramos en los meandros del sicoanálisis (que a veces puede incluso ser contraproducente), sino más bien caer en la cuenta de los obstáculos a una asimilación real de los valores religiosos que, en el nivel consciente, reciben nuestro asentimiento.

El método

Son muchos los textos bíblicos que pueden ayudarnos en esta reflexión, y van desde el Antiguo Testamento (Génesis, Cantar de los Cantares) al Nuevo (los cuatro evangelios y las cartas de san Pablo). Según cada tema, seleccionaré algunos entre otros muchos;

en el primer encuentro hablaremos, a partir de una página del evangelio, de la radicalidad de la donación exigida por la fe;

en el segundo , nos detendremos en el tema de la castidad, considerando todo aquello que oscurece su percepción real;

en el tercero, meditaremos más directamente sobre el celibato por el Reino;

por fin, en el cuarto encuentro , veremos las relaciones entre celibato y ministerio.

Habrá cada día tres momentos: en primer lugar, mi exposición del tema; luego, una reflexión personal que podrá desembocar, dado el caso, en adoración; finalmente, una puesta en común, que yo mismo animaré, para conversar y comunicarnos desde y en la fe.

"Te doy gracias, Señor, porque estás presente en medio de nosotros , y te pedimos que abras nuestros ojos y nuestro corazón para reconocer lo que somos y los obstáculos que se interponen en el camino hacia la experiencia profunda de ti y de tu misterio de amor. María, Madre de Jesús y Madre nuestra, ayúdanos a interiorizar los dones de Dios como tú supiste interiorizarlos en la escucha de la Palabra y en la plena docilidad a la acción del Espíritu Santo."

 

1. La radicalidad de la fe

Preámbulo

No es posible una percepción correcta de algunos dones cristianos, y menos aún del don del celibato por el Reino y del ministerio como donación total, si no es en el marco de una percepción correcta de la radicalidad de la fe, del compromiso bautismal de seguir a Jesucristo.

Por consiguiente, el paso de un asentimiento nocional o conceptual a la radicalidad de la fe (que se supone tener cuando se profesa el credo cristiano) a un asentimiento real hacia lo que ella implica, es ciertamente la primera gracia que pedir.

Para reflexionar sobre los obstáculos que encuentra nuestro camino hacia semejante asentimiento real a la radicalidad de la fe, tema específico de esta meditación, releamos un pasaje del evangelio de Lucas, en el capítulo 9, donde encontramos tres ejemplos de un asentimiento fallido.

"Mientras iban de camino, uno le dijo:

—Te seguiré adondequiera que vayas.

Jesús le contestó:

—Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.

A otro le dijo:

Sígueme.

El replicó:

Señor, déjame ir antes a enterrar a mi padre. Jesús le respondió:

Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reino de Dios.

Otro le dijo:

Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia.

Jesús le contestó:

El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios." Lc (9,57-62)

Oremos al Señor diciendo:

"Tú que has pronunciado estas palabras que me parecen duras, exigentes, dame entender el amor con que las has dicho, la poderosa fuerza de caridad que te las ha inspirado para mí, aquí y ahora. Ayúdame a entender tus intenciones, tus deseos sobre mí; haz, Señor, que logre andar un pequeño tramo de ese laborioso camino hacia la apropiación de la radicalidad de la fe que me has propuesto desde el día de mi bautismo".

 

El contexto de Lucas 9,57-62

AI inicio de la lectio de la página de Lucas, evoquemos antes de nada su contexto.

Jesús se pone en camino hacia Jerusalén haciéndose preceder por algunos de sus discípulos y recibe una mala acogida por parte de los samaritanos.

"Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Entonces envió por delante a unos mensajeros" (vers. 51-52).

Detengámonos en el versículo 51 pero considerándolo en la versión griega, que tiene más fuerza: "Al cumplirse los días de su ascensión endureció el semblante" (to prósopon estérisen) . El verbo estérisen (puso firme, estableció irrevocablemente) indica la dirección precisa de su camino y, por lo tanto, el tránsito a una fase más radical de su designio.

Hasta ese momento se había manifestado como un hombre lleno de fascinación, capaz de pronunciar palabras encantadoras de bondad, de misericordia, de humildad, de sanación. Ahora endurece el rostro para explicar a los discípulos que, si se mantienen en la decisión de seguirle, atraídos por su personalidad, deben conocer sus condiciones, la radicalidad de este seguimiento.

La expresión "endureció el rostro" no se encuentra en idénticos términos en ningún otro lugar de la Escritura. No obstante, existen algunos pasajes, en los que probablemente se inspiró Lucas como buen conocedor del Antiguo Testamento, donde se describe el ademán del profeta y del siervo.

— Sobre todo Isaías 50,6-7, en el tercer canto del Servidor de Yahvé:

"Ofrecí la espalda
a los que me golpeaban,
mis mejillas
a los que mesaban mi barba;
no volví la cara
ante los insultos y salivazos.
El Señor me ayuda,
por eso soportaba los ultrajes,
por eso endurecí mi rostro
como el pedernal
sabiendo que no quedaría defraudado".

Rostro insultado, escupido, endurecido como la piedra; el evangelista quiere así aludir a las exigencias de Jesús, a la dureza del camino que forma parte del misterio del Señor.

— Encontramos otro pasaje en Jeremías 1 ,18 que nos presenta la vocación del profeta:

"Yo te constituyo hoy en plaza fuerte,
en columna de hierro
y muralla de bronce
frente a todo el país:
frente a los reyes de Judá y sus príncipes,
frente a los sacerdotes
y los terratenientes".

El profeta, el testigo de Dios, no debe tener miedo a nadie, debe saber caminar contra todo y contra todos por amor a la verdad, debe tener el rostro duro como el bronce.

— Interesante es igualmente la expresión que encontramos en Ezequiel 3 ,8-9, cuando el Señor dice al sacerdote Ezequiel:

"Pero yo te haré tan obstinado como ellos; tu frente será dura como la suya; haré tu frente tan dura como el diamante, más dura que la roca. No les tengas miedo ni te asustes de ellos, aunque sean un pueblo rebelde".

Lucas, pues, en el capítulo 9, muestra a un Jesús que comienza a proclamar más abiertamente las exigencias de su misión, que habrán de ser las mismas de sus discípulos. En los capítulos siguientes encontramos otros pasajes en la misma línea, de esos que no siempre es fácil explicar a la gente.

Leamos los últimos versículos del contexto:

"Entonces envió por delante a unos mensajeros, que fueron a una aldea de Samaría para prepararle alojamiento, pero no quisieron recibirlo, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan dijeron:

—Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?

Pero Jesús, volviéndose hacia ellos, los reprendió severamente. Y se marcharon a otra aldea" (vv. 5256).

Tres modos impropios de seguimiento

Justo después de habernos mostrado a Jesús rechazado por los samaritanos e incomprendido por sus cípulos, el evangelista Lucas nos presenta tres personajes estereotipo "que iban de camino".

1. El primero es simplemente "alguien", no se sabe si joven o viejo, rico o pobre. Este "alguien" representa a cada uno de los que somos llamados al seguimiento.

Y le dice: "Te seguiré adondequiera que vayas"; bellísimas palabras, afirmación acertada, impecable, asentimiento nocional perfecto. Ese "alguien" ha entendido quién es Jesús.

Jesús, sin embargo, manifiesta que este personaje está lejos del asentimiento real: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza". Si se pretende llenar de sentido la decisión de seguir al Señor, es preciso salir de la propia madriguera, saltar fuera del nido, es preciso percibir todas las implicaciones del auténtico seguimiento.
 

2. El segundo estereotipo es "otro", también sin nombre ni edad ni origen, a quien Jesús interpela. Y él responde expresando una petición sensata, legítima, justa. Es importante subrayar que la radicalidad evangélica, en esta página de Lucas, no se halla disminuida o condicionada por algún tipo de pecaminosidad (concupiscencia de la carne o de los ojos, placeres o riquezas).

El primer personaje había hecho sin más un ofrecimiento de sí.

El "otro" solicita simplemente poder ir a enterrar al padre: "Señor, déjame ir antes a enterrar a mi padre".

Sin embargo, las palabras de Jesús nos desconciertan no poco: "Deja que los muertos entierren a sus muertos". El personaje pretende, en el fondo, enmascarar la verdadera raíz de su petición: "crees que quieres seguirme, pero estás todavía atado a las tradiciones ancestrales, aún no has comprendido la primacía del Reino, o tienes tal vez una idea demasiado nocional, no la real; no has entendido que en el Reino uno se mueve en el ámbito de un nuevo nacimiento, que es preciso haber dejado atrás todos los lastres; tú, en cambio, no quieres renunciar a la herencia paterna". Asistir al padre en el momento de la muerte, en realidad, significa apropiarse una herencia y todo lo que ella comporta de ataduras familiares.

3. El tercer personaje es de nuevo "otro" cualquiera, uno cualquiera de nosotros.

De temperamento probablemente impulsivo, se dirige a Jesús con presteza: "Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia".

También esta postura es razonable, y tiene tal vez un precedente profético en el primer Libro de los Reyes, al que parece hacer alusión. Seguramente recordáis que cuando Elías llama a Eliseo, que está arando su campo, al pasar junto a él le echa encima su manto. Eliseo deja entonces los bueyes y corre tras el profeta gritándole: "Deja que me despida de mi padre y de mi madre; luego te seguiré".

Elías se lo permitió: "—Despídete, pero vuelve, porque te he elegido para que me sigas.

Eliseo se apartó de Elías, tomó la yunta de bueyes y la sacrificó. Coció luego la carne, sirviéndose de los aperos de los bueyes, y la distribuyó entre su gente, que comió de ella. Luego se fue tras Elías y se consagró a su servicio". (Cf. 1 Reyes 19,19-21).

Las palabras del tercer personaje parecerían, pues, legítimas.

Sin embargo, Jesús no las acepta y las desenmascara: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios". No te percatas de que eres todavía esclavo de tu pasado, de tu historia, de tus amigos, de tus conocimientos, de todo cuanto constituye tu mundo cultural y afectivo; y menos aún has comprendido la radicalidad del Reino, y serás de esos que van caminando mirando siempre hacia atrás, mirando lo que han dejado, pensando en lo que queda o no queda de su historia.

La mera lectio de este pasaje evangélico pone en evidencia cómo el verdadero seguimiento de Cristo no admite ninguna demora, ningún apego al propio yo, a las personas, a las cosas, porque busca una total obediencia a Dios y a su palabra.

Pistas de meditatio: los símbolos del pasaje evangélico

Ahora quisiera sugeriros algunos apuntes para' vuestra meditatio, intentando profundizar en las palabras de Jesús, actualizando y desentrañando los símbolos utilizados en las tres escenas: la madriguera, el nido, el padre, los parientes, los amigos.

1. La madriguera y el nido son las imágenes del primer cuadro: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza".

—La madriguera es el lugar en el que uno se agazapa y encuentra su seguridad, porque se halla a gusto y se siente protegido.

—El nido es el calor que alienta y protege.

Hoy, el lenguaje sicoanalítico utiliza símbolos diferentes: la madriguera y el nido se convierten en querer permanecer en el seno materno y en todo lo que representa, es decir, el ser mimado, estar al abrigo, en la concha de la propia sensibilidad, al calor del afecto, al amparo de la agresividad.

Al hombre, efectivamente, le cuesta aceptar salir del útero, se traumatiza y, a consecuencia de ello, permanece siempre tentado de fabricarse otro nido, otro ambiente protegido.

Jesús afirma, al contrario, que el Reino es un nacimiento violento, exige salir "y él, como un esposo que sale de su alcoba, se recrea, campeón, recorriendo su carrera" (cf. Salmo 19,6). El que prefiera permanecer bajo la tienda nunca podrá comprender del todo el Reino. Realizará nominalmente los gestos del Reino, pero al estar prisionero de la necesidad de protección síquica, no se enfrentará con el combate de la existencia saliendo a campo abierto.

Esta postura está hoy particularmente difundida: los muchachos, los jóvenes, pese a la crisis de la familia, no se aventuran a despegarse de ella y decidirse a opciones definitivas, ni siquiera con vistas al matrimonio y, después de un primer momento de entusiasmo, prefieren optar por decisiones de tiempo limitado.

— Por lo que se refiere a nuestro tema del celibato por el Reino, la atracción de la madriguera o del nido es exactamente lo contrario de aquella radicalidad del seguimiento que exige ir más allá, poner toda la confianza sólo en Dios, superar la instintiva necesidad de afecto. Es preciso un trabajo largo, perseverante, nunca acabado. Hay personas que, llegadas a los sesenta años, descubren de repente por qué no resisten a la tentación de rehacerse un nido; efectivamente, aunque hayan abrazado la vida religiosa o sacerdotal, nunca habían caído en la cuenta del abismo, del salto cualitativo que exigía el seguimiento de Jesús.

Un abismo que implica un asentimiento real, no sólo nocional, un salto cualitativo que hace sufrir, que incluso puede hacer llorar (el niño, al salir del seno materno, llora y se lamenta), porque exige arriesgarse, lanzarse.

Me parece útil señalar que a veces el seminario asume para algunos el papel de nido, de seno materno, pese a que comporta, por su disciplina y reglamentos, aspectos difíciles de soportar. Y si se convierte en nido, es lógico que nos esperemos un cierto trauma existencial en el momento en que el presbítero recién ordenado tiene que entregarse día y noche al Reino, privado en adelante de toda seguridad; nos tenemos que esperar una crisis de rechazo.

Los modos de tal rechazo son, por lo demás, inconscientes. Se trata de defensas instintivas provocadas por la dureza del impacto de la vida cotidiana del ministerio, defensas que se camuflan bajo diversas actitudes. Uno, por ejemplo, echará la culpa al ambiente externo —parroquia, capilla, párroco, laicos, incluso el alojamiento—. En el fondo, es una manera de expresar la incapacidad de afrontar la agresividad de las situaciones, algo, por otra parte, inevitable cuando se vive la radicalidad del ministerio.

Otros se autoculpabilizan con actitudes masoquistas —no estoy a la altura, soy demasiado tímido, no estoy suficientemente preparado, etc.—; pretextos todos para no dejarse arrancar del nido, porque incluso este tipo de masoquismo es un nido en el que uno se acurruca para no arriesgarse a salir a la intemperie.

Así pues, los símbolos usados por Jesús son muy evocadores y nos ayudan a interpretar tantas situaciones nuestras y de otros en sus exactas dimensiones: como el resultado de un seguimiento al que no hemos dado un asentimiento real; queríamos seguir a Jesús donde quiera que nos condujera, pero de hecho nos habíamos mantenido amarrados a los proyectos ideales que( nosotros mismos nos habíamos fabricado, no habíarrios entendido que "el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza".

2. La metáfora del padre representa no sólo la figura del padre en sentido físico, sino a toda nuestra tradición ancestral: los hábitos familiares, el mos hereditario, las costumbres.

Según los antiguos, son tres las res (realidades) que no pueden ser eliminadas: la mors (muerte), el mas (sexo, sobre lo que volveremos más adelante), el mos (costumbre). El Evangelio invita a superar estos hábitos inveterados, pero siguen ahí. Pensemos en ciertos criterios o comportamientos vitales, inconscientes, por ejemplo el principio del honor según el cual no hay que dar el brazo a torcer, no se puede descender de categoría; dentro de ciertos límites puede ser justo, pero cuando se le da prioridad, bloquea la vida evangélica, aleja del Reino. Para seguir a Jesús debemos estar dispuestos a aceptar de buen grado las humillaciones, las persecuciones, los insultos, los ultrajes, renunciando al pundonor.

Pensemos en aquel otro principio, que proviene de la educación familiar, que enseña a no perder nunca la cara, por ningún motivo. O en aquel otro, tan significativo, de no deber nada a nadie, de no estar en deuda con los demás; es un principio de honestidad y de honorabilidad, pero falla si lo confrontamos con la radicalidad evangélica.

Pertenecen al mos, a las tradiciones recibidas y que constituyen la herencia paterna, todos los absolutos raciales que llevamos dentro y que el Evangelio exige al contrario que superemos. En nuestros tiempos están resurgiendo claramente con toda su virulencia y dramatismo, y es preciso desenmascararlos sin cesar para vencerlos, superando la propensión a no salir del ámbito conocido o que nos resulta familiar, a frecuentar y entenderse sólo con los de la misma raza, a "tomar mujer y bueyes del propio país".

Cuando el mos ancestral, es decir, los idola tribus se convierten en pretextos contra la novedad del Reino, se hacen destructores. El buen sentido común no es suficiente para seguir de veras a Jesús. Y es conveniente saber que los idola los llevamos con nosotros aunque hayamos optado por Cristo; constituyen nuestro bagaje, nuestro patrimonio heredado, se mantienen aferrados pertinazmente a nuestro subconsciente. Por eso debemos aprender a reconocerlos por lo que son y a sacarlos de su madriguera con la gracia potente de Dios, con aquella palabra novedosa que nos llega de lo alto y que se llama Evangelio.

"Deja que los muertos entierren a sus muertos", porque si no dejas a tu padre, no te haces adulto, no llegas a ser hombre libre; si te atas a las tradiciones familiares utilizándolas como escudo frente a la radicalidad de la fe, vas hacia la muerte, permaneces esclavo, dejas secar las raíces de la planta del seguimiento. En el fondo, al pretender ir a dar sepultura al padre, el personaje de la segunda escena del pasaje evangélico manifiesta la intención de seguir el mos heredado, de absolutizar la realidad humana.

3. La tercera imagen está constituida por parientes y amigos.

A diferencia del "padre", que representa las tradiciones de familia, en este símbolo podemos leer el culto al propio entramado histórico personal: amistades, vivencias, acontecimientos.

Es un culto que crece con los años y, por esto, la educación en la fe es más fácil en el niño que en el adulto. El adulto se ha comprometido ya con su propia historia; si es culto, ha hecho ya opciones políticas, ha escrito libros, ha cosechado reconocimiento y le es difícil hacerse como un niño, o sea, dar acogida al Reino.

Por la misma razón, es más fácil el seguimiento radical de joven que en la edad adulta, cuando ya se está atrapado por ciertos hábitos, por un determinado círculo de relaciones y amistades.

El culto a la historia personal se impone inconscientemente, sin que uno se percate, en nombre de la coherencia de vida: "no me siento capaz de renegar de mi propia historia, de mi fe, de mi evangelio; no se me puede pedir que lo haga". Pero el Evangelio, que es resurrección, vida nueva, puede sin embargo dar un revolcón a la historia personal para hacerla saltar en pedazos y lanzarse uno hacia adelante, por más que luego el Señor nos la haga reencontrar en todo lo que tenía de verdadera densidad.

El Antiguo Testamento esperaba un Mesías que instaurase un reino político seguro y glorioso para Israel, un reino poderoso sobre la tierra. Jesús pidió a sus discípulos que renunciasen a ese tipo de esperanza mesiánica que, para el pueblo elegido, tenía una fuerza extraordinaria, y nos consta que los apóstoles renunciaron con la gracia del Espíritu Santo (cf. Hch 1,6-8).

Esto significa que una fe no suficientemente enraizada acoge el Evangelio como una cosa superpuesta, añadida, como una realidad capaz de embellecer y ennoblecer la propia historia personal; no sabe descender hasta el fondo de las aguas bautismales, no quiere darse cuenta de que la historia del hombre está ligada a estructuras de pecado, mientras que Dios intenta realizar cosas nuevas sobre la tierra.

La referencia a la historia, por lo tanto, puede ser justa, conforme al sentido común, pero es destructora si se realiza contra la llamada evangélica.

Si vuelves la mirada hacia atrás después de haber puesto la mano en el arado, si al volante de tu coche te vuelves a mirar la casa que has dejado, quiere decir que tu corazón no ha sido conquistado por el Señor Jesús, no está movido únicamente por el deseo de seguirlo.

Sintetizando, podemos decir: Jesús nos ha presentado tres tentaciones de huida de la radicalidad de la fe. Tres modos que exigen, por contraposición, una triple libertad evangélica: la libertad frente a la madre, al seno materno, la madriguera y el nido; la libertad frente al padre, frente a las tradiciones ancestrales; la libertad frente a uno mismo, es decir, frente a la propia historia y a la necesidad de coherencia humana.

Esta triple libertad que conquistar es la tarea de toda una vida y el compromiso hacia la madurez; toda persona debe vivirlo, y el cristiano ha de vivirlo sobre todo de cara a la radicalidad de la fe.

Según hemos visto, no basta el asentimiento nocional a semejante libertad. Es preciso armarse de paciencia para sacar de su guarida todas las resistencias al asentimiento real, que nunca se acaban y que se dejan sentir sobre todo en los momentos decisivos más importantes (como, por ejemplo, en la elección del celibato por el Reino). Si no las sacamos de su guarida, permaneceremos prisioneros dentro de nosotros mismos.

Intentad descubrir algunos aspectos prácticos relativos a las metáforas del nido, de la guarida, de la herencia paterna, de la propia historia. ¿Dónde emergen en mí estos obstáculos inconscientes? ¿Cómo y cuándo han intervenido e intervienen en mi camino?

"Señor, tú que ves cuánto deseamos seguirte y participar en tu vida de Hijo del Padre, ayúdanos a ver con claridad los temores, los miedos, las tentaciones que anidan en nuestro corazón y que pueden sofocar nuestra aceptación radical de la fe."

Aplicaciones

Os sugiero, para el encuentro comunitario, tres modalidades concretas de reflexión sobre cuanto he intentado explicar.

1. Un intercambio libre sobre los aspectos de la meditación que os han impactado más.

2. Cada cual debería verificar cómo reacciona frente a la tesis de la maduración cristiana progresiva: ¿encuentro aceptable que la integración de la fe en la vida requiere un tiempo tan largo? ¿Que la victoria sobre las resistencias llega en la edad madura? ¿Tengo dudas a este propósito?

Creo que es muy útil un intercambio sobre esta apropiación lenta del tránsito del asentimiento nocional al real.

 

2. El ámbito de la corporeidad

 

El objeto específico de esta reflexión es la castidad en el ámbito del Reino de Dios, entendida la castidad en su sentido más amplio, en tanto que virtud de la templanza.

Este tema ha sido tratado profusa y profundamente por el Santo Padre en sus catequesis sobre el amor humano, desarrolladas desde los comienzos de su pontificado como preparación al Sínodo de 1980 sobre "los deberes de la familia cristiana" y continuadas más tarde en 1981. Han sido recogidas en un volumen con el título de Hombre y mujer lo creó (Cittá Nuova Editrice - L.E.V., Roma, 1985).

Os invito especialmente a releer las catequesis desde el n' 54 al 59: "Santidad y respeto del cuerpo en la doctrina de san Pablo", "Descripción paulina del cuerpo y doctrina sobre la pureza", "La virtud de la pureza actúa la vida según el Espíritu", "Doctrina paulina de la pureza como vida según el Espíritu", "La función positiva de la pureza del corazón", "Pedagogía del cuerpo, orden moral, manifestaciones afectivas".

El icono bíblico que os propongo para meditar sobre la castidad y para comprender lo que nos impide percibir el valor de esta actitud del cristiano, es aquel pasaje de Jesús tentado en el desierto, en particular el icono de la primera tentación tal como nos la presenta el evangelio de san Mateo.

Lectio de Mateo 4,1-4: Jesús es tentado

"Entonces el Espíritu llevó a Jesús al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba. Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre. El tentador se acercó entonces y le dijo:

Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes.

Jesús le respondió:

Está escrito: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." (Mt 4, 1-4)

Releamos, pues, cada una de las palabras del pasaje colocándolas en el contexto de la vida de Jesús y del significado de su misión.

—"Entonces el Espíritu llevó a Jesús al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba". El hecho de ser puesto a prueba, de ser tentado, forma parte de la presentación fundamental de Jesús. El evangelista Mateo nos ofrece un primer bosquejo de Cristo precisamente a través de la humillación del bautismo (cf. 3,13-15), de la exaltación en la teofanía (cf. 3,16-17) y de la tentación. Estas son las primeras características que se expresan y pertenecen, por lo tanto, al misterio de la persona de Jesús, a su singularidad histórica y a su ejemplaridad para nosotros.

No sólo es reconocido como el Hijo del Padre —"Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3,17)—, sino también como el que es tentado por Satanás.

Quiero haceros observar que el sustantivo griego péira, que casi siempre se ha traducido por "tentación", al pie de la letra significa "experimento", "prueba"; palabra que entró, a partir de 1500, en el vocabulario científico y, en el último siglo, ha llegado a ser típica de la conciencia que el hombre tiene de sí mismo: la experiencia.

Jesús en su vida fue puesto a prueba varias veces, experimentado, sopesado, tentado.

* Es tentado por Pedro, a quien replica: "¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como lo de los hombres" (Mt 16,23).

* Es tentado por la muchedumbre, que quiere proclamarlo rey: "Jesús se dio cuenta de que pretendían proclamarlo rey. Entonces se retiró de nuevo al monte, él solo" (Jn 6,15).

* Es tentado por los jefes de los judíos, que le invitan a bajar de la cruz: "Los jefes comentaban con sorna: 'A otros ha salvado, ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el elegido!" (Lc 23,35).

En el desierto queda anticipada y resumida la gran tentación que acompaña a Jesús a lo largo de su vida terrena.

— "En el desierto", porque es el lugar en que fue tentado y vencido el pueblo de Israel, especialmente en Masá y Meribá (cf. Ex 17,1-7). El hombre, todo hombre, en su camino hacia Dios soporta tentaciones y es vencido. Jesús se asocia a la experiencia humana, vive la prueba de la tentación, y la vence por nosotros.

— "Por el Espíritu". No es, por lo tanto, tentado, como nos ocurre a nosotros, por falta de atención, por disipación, ligereza, pereza, sino más bien en un momento de fuerte intensidad espiritual, mientras está orando.

El texto paralelo de Lucas dice: "Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu Santo. El Espíritu lo condujo al desierto, donde el diablo lo puso a prueba durante cuarenta días" (Lc 4,1-2). Lo cual significa que la tentación sorprende al hombre no sólo cuando es negligente o superficial, sino que está inmersa en su propia existencia y puede sobrevenirle en el momento de la oración, de la adoración, del ayuno.

— "En todos esos días no comió nada, y al final sintió hambre."

Es importante observar que es tentado a partir de un hecho biológico fundamental, orientado a la alimentación y conservación del cuerpo, así como la sexualidad es un hecho biológico fundamental, destinado a la conservación de la especie.

— "Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes". La invitación de Satanás tiene como objeto realizar un acto de violencia sobre la naturaleza, hacer servir las piedras no a lo que están destinadas, sino a otra cosa. Jesús es tentado a subvertir el orden natural, olvidando el orden creatural que es la obediencia a Dios.

— Y, efectivamente, en su réplica la reclama inmediatamente: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

Debemos pedir al Señor que nos haga comprender el significado inagotable de esta afirmación que es tomada del Antiguo Testamento, de la página en que se explica el largo camino realizado por el pueblo de Israel en el desierto:

"Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre; te ha alimentado con el maná, un alimento que no conocías, ni habían conocido tus antepasados, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre sino de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8,3).

Pienso que debemos examinar una verdad tan profunda: el hombre no está determinado por ninguna necesidad biológica, porque no es sólo y ante todo un ser que come, bebe, se alimenta, se reproduce. Obviamente no se niega que el hombre deba comer y beber; lo que más bien se niega es la primacía de la esfera biológica para subrayar la de la palabra de Dios.

El hombre vive ante todo de la iniciativa de Dios, de su promesa, del don de su comunicación; a partir de ahí tiene sentido todo el resto. Cualquier otra esfera de la vida está subordinada a la comunión del hombre con Dios, que se expresa en el don que el Señor le hace de la Palabra, de la familiaridad y amistad con él.

Las palabras bíblicas, que cita Jesús, aluden a los diversos niveles de la realidad humana: el nivel biológico, que es el del cuerpo en sus manifestaciones orgánicas primordiales, en lo que respecta al alimento, la sexualidad, la reproducción; el nivel humano, en el cual el alimento se transforma en comida de amistad, comunidad, y la sexualidad se hace amistad entre hombre y mujer, alianza esponsorial, educación de hijos, familia, célula de la sociedad; el nivel de la gracia, del don, que reasume los dos primeros niveles y en el cual el cuerpo aparece no sólo humanizado, sino también guiado, movido por el Espíritu. Aquí el alimento se hace Eucaristía, es decir, banquete sagrado del hombre con Dios y de los hombres entre sí; la sexualidad se hace, por el hecho nupcial, sacramento, comunidad espiritual entre hombre y mujer en el amor y la amistad de Cristo, célula de la Iglesia, comienzo del gran pueblo de los redimidos.

Al decir: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios", Jesús pone en contacto el dinamismo primordial de la vida con el dinamismo último, con el dinamismo del don.

Volveremos a reflexionar sobre este esquema de los dinamismos paralelos y ascendentes de la actividad humana, porque es muy importante para saberse orientar en la compleja materia de la sexualidad y para comprender cómo el dinamismo de la esponsalidad con Cristo, a la que es llamada toda persona humana, puede atravesar tan profundamente el nivel biológico y el humano para configurarse como virginidad, como consagración total del cuerpo y del espíritu al Señor.

Terminado el tiempo de la lectio, deseo recordaros que en los textos del apóstol Pablo encontramos algunas palabras clave sobre el tema de la sexualidad en una visión cristiana: "El cuerpo (es) para el Señor" (1 Cor 6,13); "vuestros cuerpos son miembros de Cristo" (1 Cor 6,15); "vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo" (1 Cor 6,19); "Que cada uno de vosotros viva santa y decorosamente con su mujer. Que no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal. No os sometáis a sus apetitos, ni prestéis vuestros miembros como armas perversas al servicio del pecado. Ofreceos más bien a Dios como lo que sois: muertos que habéis vuelto a la vida, y haced de vuestros miembros instrumentos de salvación al servicio de Dios" (Rom 6,12-13).

La toma de conciencia del dinamismo vertical de la sexualidad

Luego de haber contemplado a Jesús que responde al tentador y haberle rogado que nos ilumine, que nos haga entender la primacía de la palabra que sale de la boca de Dios, de su don, de su amistad, de su capacidad de atraer hacia él y de conferir un dinamismo a los diferentes estratos de la existencia humana, nos preguntamos: ¿cómo lograr percibir de manera real, no sólo conceptual, el dinamismo vertical, es decir, la subordinación de lo humano al Espíritu y al Reino, con lo que todo quedaría asumido en la línea de la gracia, de la gloria, de la vida eterna? (Entendemos por finalidad horizontal, a su vez, por ejemplo, la orientación del alimento a la conservación de la persona, y luego a la amistad y a la sociabilidad).

¿Cómo es acogida la finalidad vertical en las diversas fases evolutivas de la persona ? ¿Cómo logra el muchacho percibir este movimiento de transcendencia de un nivel en otro, conforme al cual lo superior domina lo inferior atrayéndolo y dándole forma, dignidad, nobleza, belleza, capacidad de ser vivido en orden? ¿Cómo tuvo lugar en mí esta toma de conciencia y cómo sigue realizándose?

Hemos dicho en la meditación anterior que un asentimiento real necesita al menos treinta años para producirse y ha de ser cultivado incesantemente por ser siempre algo frágil, algo inestable, porque supone una humanización y una espiritualización de la persona que se sitúa cada día bajo la moción del Espíritu Santo, implica una fuerte vida del espíritu al mismo tiempo que un itinerario de crecimiento humano.

Me parece, por lo tanto, que la toma de conciencia del dinamismo vertical de los diversos aspectos corpóreos de la existencia (al menos de los dos fundamentales, a saber, la conservación y la sexualidad) se presenta gradualmente, y tiene lugar sobre todo en dos momentos contrapuestos y complementarios, o sea, a través de momentos positivos y momentos críticos.

1. Los momentos positivos son aquellos en los que se adquiere conciencia de que existe un dinamismo por el cual las operaciones propias de la esfera biológica quedan asumidas, subordinadas y ordenadas en la esfera de lo humano y en la esfera de la gracia.

— Esto tiene lugar en gran parte en la educación. Los padres enseñan las buenas maneras que ayudan a humanizar el cuerpo: comer de una determinada manera, beber, lavarse, observar ciertas actitudes en el comportamiento, pasar el día de forma ordenada, etc. Se trata de un trabajo laboriosísimo que tiende a domesticar lo salvaje de los instintos para hacer de ellos instrumentos de relaciones humanas armoniosas.

— Otro ámbito o momento positivo es la oración, que se inicia tal vez a la edad de 3-4 años. Mediante la oración el niño, la niña descubren que la corporeidad queda atraída por la esfera del espíritu por medio de las palabras, gestos, ademán, dominio de los sentidos: el cuerpo se dobla, se juntan las manos, no es el momento de juguetear. Muy pronto el que reza entiende que hay un ámbito de la corporeidad que queda finalizado hacia algo más grande, a un misterio que puede intuir con los ojos viendo, por ejemplo, orar a la mamá, al papá, al sacerdote, a la religiosa.

—La Eucaristía es una educación continua y una invitación a considerar el propio cuerpo como templo de Dios, alimentado por él, habitado y transformado por Jesús. Es una preciosa ocasión de descubrir la corporeidad en su dinamismo intrínseco.

—Igualmente, las diversas formas o experiencias de oblatividad. Cada vez que el muchacho o la muchacha aprenden a realizar un pequeño sacrificio, a renunciar a un helado, una bebida, un dulce, para quedarse un poco más en la iglesia o para prestar un servicio a un compañero, tal vez para ayudarle a vencerse en su excesiva vivacidad, aprenden que el cuerpo es para el Señor, que el hombre no vive sólo de pan o de dulces, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

2. Los momentos críticos, esto es, las tentaciones, sobre todo las que atañen al ámbito de la sexualidad, son muy importantes porque en ellas el muchacho o muchacha toman conciencia de la primacía de Cristo y del Reino.

En efecto, frente a estas decisiones morales, con toda la sencillez con que se presentan a ellos, en esta lucha cotidiana —que se inicia en torno a los 10-12 años— de cara a aceptar o rechazar fantasías, pulsiones, lecturas, conversaciones, deseos sexuales, toman conciencia de que el Señor es el dueño del cuerpo, que está en juego la fidelidad a Dios, que el Reino merece incluso el sacrificio de los aspectos sexuales.

Así se adquiere, poco a poco, el sentido de la seriedad del Reino y se cultiva por Cristo. La disciplina de la sexualidad, en el ámbito de la educación de la fe es, por consiguiente, la señal del señorío de Jesús.

Pienso que precisamente en las tentaciones, en los momentos críticos, el adolescente comienza a vislumbrar la posibilidad de un don esponsal de su cuerpo a Cristo.

Salvo casos excepcionales —como el de Luis Gonzaga que, muy joven todavía, entra en la iglesia de la Anunciación, en Florencia, para hacer voto de perpetua virginidad— el adolescente logra descubrir su pertenencia al Señor en las pequeñas o grandes batallas diarias, y puede así formular un proyecto de entrega que se explicitará más claramente o como entrega en celibato o también como elección del matrimonio, en la que el matrimonio es, no obstante, considerado no como disfrute privado, en actitud narcisista, sino más bien como entrega a otro, en la sociedad y en la Iglesia.

Encuentro una confirmación de todo esto en mi propia experiencia y quisiera que cada uno de vosotros interrogase igualmente su historia personal.

El deseo de pertenecer al Señor ayuda a descubrir su designio sobre nosotros, y semejante deseo se encarna, se realiza en los momentos críticos. Porque el deseo se quedaría en algo abstracto y genérico si no fuese continuamente solicitado por la prepotencia del instinto sexual. A través de la integración de los valores del espíritu en el propio cuerpo, es posible alcanzar ese instinto espiritual que es recordado magníficamente por el documento de la C.E.I., en 1975, sobre la sexualidad, bajo el título Persona humana. Leemos en él: "Cuanto más comprendan los fieles (todos los fieles, no sólo los consagrados) la virtud de la castidad y su función necesaria en su vida de hombres y mujeres, tanto más captarán, por una especie de instinto espiritual, lo que esta virtud exige o sugiere, tanto mejor sabrán aceptar y cumplir, dóciles a las enseñanzas de la Iglesia, todo cuanto la recta conciencia les dictará en los casos concretos" (cf. n. 1 1 ).

Estas palabras, muy bellas, permiten comprender que en el campo de la disciplina de la sexualidad no basta poner la confianza en el razonamiento sobre lo lícito y lo ilícito; en ese caso, la razón sería como un dique que se derrumba fácilmente. Sólo mediante la intuición espiritual llegamos a percibir las exigencias que se derivan del hecho de que nuestro cuerpo es del Señor, es su templo.

El ejercicio constante y progresivo, los esfuerzos, la penitencia, el arrepentimiento, la dirección espiritual, serán por supuesto necesarios, pero al mismo tiempo habremos comprendido realmente el significado global de la castidad cristiana, entendida como control de la propia sensualidad y sexualidad, de esa forma experiencia) y existencial.

Con la simple razón y con la reflexión puramente racional, en cambio, no se supera el ámbito de los elementos básicos, ni se penetra en la profundidad de la persona que seguirá viviendo formas de complicidad, de doblez, de compromiso, engañándose a sí misma y no dando importancia a ciertos comportamientos, sin valentía para enfrentarse con las propias pulsiones sexuales, considerándolas ante Dios y teniendo en cuenta el control que el Señor nos da, por su gracia, sobre nuestra corporeidad.

Para concluir: el dominio de los sentidos, especialmente en el ámbito de la sexualidad, es una de las primeras formas en que el preadolescente o el adolescente aprende a conocer la seriedad del Reino. Incluso cuando no descubre todavía una posible llamada al celibato por el Reino, le prepara el camino; mientras que si cede en este frente, las posibles indicaciones hacia el celibato no encontrarán expedito el acceso de la conciencia. Es, por lo tanto, bastante importante esta etapa de la vida, aunque la tensión espiritual de la castidad habrá de prolongarse durante toda la existencia y nunca podrá relajarse.

Obstáculos al asentimiento real

Quisiera señalar algunas dificultades, algunos obstáculos que retrasan, impiden, bloquean o confunden el asentimiento real, la toma de conciencia del dinamismo vertical de la sexualidad.

Mencionaré tres, que pueden subdividirse en otros muchos.

1. Concebir el control de la sexualidad como un no-valor antropológico. Está hoy bastante extendida la duda de que la castidad constituya un valor antropológico; incluso se afirma que no es un bien, porque el hombre debe aceptar sus necesidades sicofísicas y sicosomáticas. Parece incluso que el control de la sexualidad va emparejada con una excesiva tensión que desencadenaría formas de neurosis.

Esta mentalidad tan difundida constituye sin duda una dificultad, un impedimento para caminar sin tropiezo por la vía del dominio de los sentidos y para llegar incluso a entender que el cuerpo es del Señor.

2. Concebir el ámbito de la sexualidad como estrictamente privado. Se dice: el cuerpo es mío y hago de él lo que quiero; de cara a los demás, soy responsable de mis actos externos, del odio, del asesinato, de la violación de la justicia social, pero en cuanto a mi cuerpo dispongo de él como me parece. El Señor, la Iglesia, la sociedad, no tienen derecho a interferir, porque yo sólo debo buscar mi equilibrio y, en el caso de que me enfrentase a una neurosis o estuviera tentado de perversiones sexuales, sería el sicólogo quien podría ayudarme.

3. La tercera dificultad, tal vez la más común, consiste en dejarse arrastrar por el ambiente sensual y hedonista dominante (revistas, televisión, espectáculos). Muchos cristianos aceptan en cuanto a los principios la primacía del Señor sobre el cuerpo, y no obstante miran con ligereza y extremada facilidad, yo diría con una cierta dosis de irresponsabilidad, cualquier clase de imagen o grabado, cualquier espectáculo de televisión o teatro.

Debemos, por lo tanto, estar muy vigilantes porque todos estamos expuestos un poco a encontrarnos inmersos en la mentalidad laicista que privatiza la sexualidad y exalta de modo desenfrenado la libertad de imprenta y de expresión.

Hemos de estar atentos porque, en las dificultades que he mencionado, se juega la seriedad de nuestra fe; en cambio, la disciplina espiritual que somete el cuerpo al Señor, que nos enseña a vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios, es realmente un enfrentamiento con la mentalidad moderna, inmanentista, atea. Y Satanás tienta de buen grado en el campo de la sexualidad porque es en él donde el espíritu laico puede mejor abrir brecha y penetrar insensiblemente en la conciencia, hasta ponernos en situación de no podernos adaptar a la primacía del Espíritu e impulsarnos a rechazar las normas de la Iglesia, la disciplina tradicional, la oración y el Reino de Dios.

El control de la sexualidad es, podríamos decir, una vertiente de la existencia, es un aspecto determinante que, desde la pubertad hasta la madurez humana y durante toda la vida, nos aguijonea y tienta.

 

Introducción a la oración

Hemos contemplado a Jesús que, aunque se encuentra hambriento, postrado de inanición y sed, afirma vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios. Hemos meditado después sobre los caminos humanos hacia el control de la sexualidad, para someter esta esfera de experiencia a la vida de la gracia y del Reino.

— Ahora podremos pedir al Señor en la oración: "Haz, Padre, que me conozca, que conozca lo que me sirve de obstáculo, lo que tiende a retrasar, confundir, impedir mi toma de conciencia del señorío de Cristo sobre mi cuerpo, de la primacía de tu Reino".

Sería útil servirnos, repitiéndolas, de estas invocaciones de los Salmos:

"Da tu apoyo al inocente, tú que examinas el corazón y las entrañas, tú que eres un Dios justo" (Sal 7,10). La expresión "corazón y entrañas" traduce el texto hebreo, que dice al pie de la letra "corazón y riñones", para subrayar mejor la corporeidad, el aspecto físico. "Sondéame, Señor, y ponme a prueba, examina mis entrañas y mi corazón", (Sal 26,2); purifícame, vuelve transparente todo lo que en mí es todavía mero instinto.

Y si sentimos cansancio, dificultad, nerviosismo, abatimiento, vileza interior, podemos repetir el bellísimo versículo del Salmo 139: "Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el vientre de mi madre" (v. 13). Tú me conoces, sabes de lo que me has hecho y, por lo tanto, tú sólo, Dios mío, puedes ayudarme.

— Después de haberos puesto en la debida y justa disposición mediante esta oración, sería útil responder a tres preguntas, una de aclaración y dos de explicitación.

* ¿Cómo percibo el tema de la finalidad horizontal y vertical según el cual un fenómeno biológico es algo más que él mismo en el hombre, y un fenómeno humano es más que él mismo en el cristiano?

He subrayado, en efecto, cuán fundamental es comprender la existencia y el valor de este dinamismo de transcender de un nivel a otro de experiencia, para comprender ya sea la relación entre sexualidad, matrimonio, sacramento, Reino de Dios, sea la verticalización última de la sexualidad que se actúa en la virginidad.

* Una pregunta de explicitación: ¿qué obstáculos se interponen, incluso en nuestros ambientes familiares, amistades, parroquias, en la comprensión del valor de la castidad entendida como guarda de los sentidos o de la esponsalidad del cuerpo?

* Y también: ¿cuáles son las ideas más confusas, a propósito, entre chicos y chicas? Al escribirme de resultas de mi "Carta a los jóvenes que no encuentro". muchos me han hablado del tema de la castidad, y me parece útil que cada uno de vosotros se interrogue para explicitar lo que lleva dentro.

"Danos , Señor, permanecer atentos al Espíritu Santo que trabaja en nosotros y quiere llevarnos a vivir de forma real , no puramente conceptual, las exigencias del Reino, de la Palabra de Dios , la única que puede realizar plenamente nuestra corporeidad y nuestra humanidad."

 

3. "¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de
ninguno de los árboles del huerto?"

 

Proemio

Me agradaría presentar como título de esta propuesta de reflexión las palabras sospechosas con las que el tentador se presenta por vez primera en la historia de la salvación: "¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del huerto?" (Gn 3,1).

En ellas descubrimos la primera tentativa del maligno de confundir, violar, perturbar, destrozar la trama entera de las tres relaciones estructurales del hombre: con Dios, con el otro (hombre o mujer) y con la tierra o el mundo.

Y al querer dedicarnos al tema del celibato por el Reino, surge para nosotros, del versículo del Génesis, una pregunta: ¿cómo incide el tentador en la invitación al celibato por el Reino?

Esta pregunta puede explicitarse en dos sentidos:

—¿Cómo logra diluir la fuerza de la invitación de Jesús al celibato, antes incluso de que sea claramente percibida? Es el caso de muchísimas vocaciones fallidas o abortadas, en niños, adolescentes, jóvenes.

—En lo que respecta al camino de la vida espiritual ya iniciado, ¿cómo el tentador procura y consigue impedir que la aprensión conceptual de la invitación pase a ser percepción real y vital, incluso en la persona que ya la ha percibido incoativamente? ¿Cómo se las arregla el enemigo para obstaculizar una asimilación gozosa e integrada de la Ilamada? Esta llamada es percibida, pero no entra dentro, no se convierte en un bien personal, permanece como impuesta desde fuera y llega un momento en que asalta el deseo de rechazarla.

Conforme a lo dicho anteriormente, omito adrede la consideración de los aspectos positivos del celibato para detenerme en el reverso de la medalla, en los aspectos negativos. Es decir, ¿qué es lo que puede perturbar la realización, en sentido newmaniano, de los aspectos positivos? ¿Qué es lo que obstaculiza el camino hacia su plena realización?

Intentaré concretar los impedimentos, las tentaciones que, como he dicho, no son más que variantes de la gran pregunta insidiosa: ¿por qué os ha dicho Dios que no comáis?

Es, en efecto, importante que el tiempo de meditación constituya un tiempo de valoración de tales tentaciones, para luego reflexionar sobre uno mismo: ¿me atañen? ¿Existen otras que yo haya experimentado y que merezca la pena sacar a la luz?

Y así, pues, vamos a subrayar, según nuestro propósito inicial, las sombras más que las luces del camino, dando la palabra al incrédulo que hay en nuestro interior y se resiste a la radicalidad de la fe y al proyecto de celibato.

Después de una brevísima reflexión sobre las palabras del Génesis, veremos cómo se manifiesta el tentador para confundirnos sobre el celibato, examinando tres formas concretas en las que hoy se expresa la tentación, habida cuenta precisamente del problema de las crisis afrontadas de hecho por los jóvenes sacerdotes.

La gran pregunta insidiosa (Gn 3,1)

"¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del huerto?" (Gn 3,1).

—Nos encontramos ante una obra maestra de retórica, porque se trata de una insinuación maliciosa y paradójica. ¿Cómo puede Dios haber dicho que no se coma de ninguno de los frutos del huerto?

Pero es exactamente la fuerza del impacto propia de una falsa paradoja lo más adecuado para desconcertar al oyente.

No es tanto la falsedad de la afirmación, que es evidente, la que produce efecto, como las alusiones implicadas en ella.

Si se mira de cerca, es una manera óptima de comenzar a engañar a alguien, y es hoy algo muy al uso a veces en la vida política: se abruma al adversario con una paradoja que, por muy inadmisible que sea, resulta de tan grueso calibre que la gente acaba pensando que algo de verdad contendrá. Es típico de las insinuaciones maliciosas y angustiosas envolver al otro en la duda y el miedo, confundir su mente y suscitar la sospecha. Si, encima, la afirmación malévola está formulada por alguien inteligente, aún es más fácil que quien escucha concluya: tal vez hay encerrado algún problema que no percibo, tal vez me estoy engañando o me están engañando.

— Naturalmente, semejante afirmación maliciosa y paradójica tiene una apariencia de verdad. Efectivamente existe la prohibición de comer uno de los frutos del jardín.

La prohibición, por lo tanto, es verdadera; lo que ocurre es que no se menciona la concesión que ha hecho Dios respecto a todo el resto de árboles. Y tal forma falsa de formular la pregunta produce como efecto que la prohibición resulte absurda y arbitraria: ¿por qué motivo habrá prohibido Dios algo? ¿Tal vez tiene segundas intenciones? ¿Y si no busca nuestro bien? ¿No nos estará engañando?

El simple análisis filológico de esta primera tentación nos enseña cómo procede el enemigo para confundir al espíritu humano.

Podemos ahora considerar nuestro tema concreto preguntándonos: ¿cómo se expresa el tentador para confundir al adolescente, al joven que está a punto de prestar oídos a la invitación al celibato, que se pregunta lo que significa ser sacerdote? ¿Cómo insinúa el tentador al sacerdote ya maduro la sospecha de no estar hecho para el celibato que ha—abrazado? ¿Cómo le hace creer que el celibato no fue un don libremente acogido, sino una obligación descabellada, inútil y perjudicial?

Me detendré un poco en esta segunda fase, intentando desentrañar los diversos momentos en que toma forma la tentación de fondo. Me parece que las objeciones más corrientes a la apropiación vital del celibato por el Reino son básicamente dos.

Primera objeción: el miedo a permanecer en el seno materno

La primera objeción consiste en el miedo a que el celibato por el Reino sea una forma más de permanecer en la madriguera, en el seno materno, y por lo tanto que, bajo la apariencia de una buena elección, haga volver a aquella etapa de la que se pensaba haber salido al dejar la familia y dedicarse al Reino.

Esta tentación socava, pues, profundamente la opción por el Señor, presentándola como una forma de retracción vital más que de expresión.

La tentación aprovecha la palabra de Jesús en Lucas 9,58, sobre la que hemos reflexionado en la primera meditación: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza". El celibato, que veo ante mí como hipótesis o que ya estoy viviendo, me impide salir a campo abierto en la vida. La objeción es paradoxal exactamente como la afirmación del tentador en el Génesis: ¿es posible que, después de haber dejado padre y madre para entregarme a una vida completamente distinta, después de haberme arriesgado a abandonar todas las seguridades de la vida, haya llegado esto a ser una opción que resulta ser una vuelta atrás?

Es esta situación paradoxal, como tal, lo que inquieta.

A propósito, he leído un libro muy interesante de un investigador alemán (E. Drewermann, Kleriker, Psychogramm eines Ideals, Wolter-Verlag AG, Olten, 1989), que constituye sin duda la embestida más amplia contra la concepción del sacerdote tal como es vivida en la Iglesia católica: por sacerdote célibe inserto en una institución. El autor, a partir de la sicología freudiana y junghiana, del análisis de la sociedad y de la cultura, intenta describir las coordenadas de un ideal a su entender aparente, que, en realidad, llega a ser después una forma de constricción, una especie de corsé de hierro en el que la personalidad queda aprisionada. Drewerman asegura haber escrito su libro después de haber realizado múltiples sesiones analíticas (es profesor de sicología y sicoanalista) con sacerdotes y con sacerdotes en dificultad. Su tesis es interesante porque constituye, se podría decir, una extensión de la pregunta insidiosa: ¿Así que Dios os ha dicho que no comáis de ninguno de los árboles del huerto? Concretamente, al pediros que no comáis de uno de los frutos, el de la sexualidad, en el fondo os ha pedido que no comáis de ninguno, ha hecho de vosotros personas disminuidas, bloqueadas, personas llenas de angustia, llenas de miedo, siempre bajo presión.

Esto indica que esta objeción es muy actual, y no viene al caso que la obra de Drewermann haya sido ampliamente controvertida en Alemania, sobre todo en los ambientes eclesiásticos, encontrando obviamente muchos adversarios y críticos, porque también ha provocado desorientación y ansiedad. El autor sostiene (por limitarnos a la tesis de naturaleza sicoanalítica) que habitualmente la vocación del clérigo es la sublimación de y la identificación con una actitud materna de sometimiento al padre. Se presupone, por lo tanto, una condición materna de sometimiento al padre que la madre viviría de forma sacrificial, casi victimal, por el bien del hijo. Semejante condición queda asumida por uno de los hijos, que la realiza en la inmolación religiosa a la Iglesia, abdicando —exactamente como la madre— su verdadera personalidad. Con ello permanece inconscientemente ligado a la madre, no llegando a ser ni persona madura ni libre. Para el autor del libro es claro que la mayor parte de los sacerdotes no son ni maduros ni libres, al haberse anquilosado en una actitud sacrificial materna, y el celibato es parte fundamental de la inmolación. La renuncia a una familia propia permite inmolarse completamente al servicio de aquella autoridad ciega y superior, desde luego incapaz de amar, que es la institución. Se pasa revista luego a las condiciones concretas de la vida del sacerdote, del clérigo, del seminarista, mediante las cuales se profundiza, de hecho, este espíritu de sometimiento y de expiación que determina la existencia.

— Veo en esto una forma moderna de expresar la tentación fundamental: el celibato no te libera; si Dios te prohíbe uno de los frutos del jardín, lo hace porque quiere prohibirte todos.

La experiencia demuestra que a veces la objeción se manifiesta exactamente así, aunque bajo preguntas más sencillas: ¿por qué eliges el celibato (sugiere el tentador)? Porque tienes miedo de vivir una aventura matrimonial; te impones una especie de castración sacrificial que, en el fondo, es miedo de afrontar un matrimonio que podría resultar fallido o penoso, como aquel o aquellos de los que tú mismo has sido testigo.

Es claro que una tentación de este tipo permanece frecuentemente en el inconsciente y actúa en niveles inconscientes; es demasiado brutal para ser aplicado sic et simpliciter a un caso individual o a sí mismo. Mas eso no quita que la propia opción por el celibato deba ser purificada de elementos espúreos de ese tipo que, llegado el momento, pueden surgir.

Me he encontrado bastante a menudo con vocaciones de talante expiatorio, con jóvenes y con muchachas que pensaban abrazar la vida sacerdotal o religiosa para que el padre recuperase la fe o para que este o aquel pariente se convirtiese. El motivo en sí no es malo, pero si se hace preponderante, no aguanta, ni justifica la elección vocacional.

Si, por lo tanto, la decisión por el celibato presbiteral ha sido sugerida por alguno de estos impulsos (por otra parte, nunca es algo totalmente puro, totalmente perfecto, sino que siempre entraña algún aspecto de sombra), es posible que la tentación surja y haga pensar que no se ha elegido verdaderamente el celibato, sino que uno ha modelado su vida sobre un proyecto de vida materno, de identificación con la madre o también con el padre, porque a veces los papeles se invierten.

A veces esta identificación puede haberse debido al hecho de que el padre o la madre hayan deseado tan fuertemente tener un hijo sacerdote (hoy es raro, pero en el pasado sucedía) que han forjado un condicionante, el miedo a defraudar, el deseo de sacrificarse para contentar a los padres.

— Todas estas son consideraciones muy útiles para nuestra reflexión y nos enseñan que el deseo del celibato, aun siendo conforme al Reino de Dios, debe ser sometido a discernimiento. Al ser un proyecto del Reino, es ciertamente bueno, pero en una persona concreta puede ser fruto o de la gracia o de frustraciones (y, en este caso, la frustración va contra corriente como la gracia).

Existe, por consiguiente, todo un trabajo de purificación a realizar, y no es por supuesto inútil examinar esta primera objeción de volver a la madriguera. Y los mismos libros polémicos, como el de Drewermann, pueden servir para reflexionar sobre muchos casos difíciles que se presentan.

Segunda objeción: el empuje de los lastres ancestrales

La segunda objeción asume como motivación la fuerza de los idola tribus, de los pesos ancestrales que gravitan sobre nuestra cultura.

Indico al menos tres, que con frecuencia se presentan a la mente como insuperables:

—el prejuicio del machismo,

la necesidad de una compañera para madurar o para ser protegidos,

el miedo a la soledad.

Esta segunda objeción, en sus tres diferentes formas de manifestarse, necesita la misma respuesta que aquel hombre que fue interpelado por Jesús: "Señor, déjame ir antes a enterrar a mi padre" (Lc 9,59); es decir, encarna la dificultad del seguimiento.

1. El prejuicio del machismo. Este prejuicio, grosero, está sin embargo muy difundido; conecta con el dicho antiguo, antes mencionado, según el cual el mas, lo sexual, es una realidad que nunca queda vencida, al igual que el mos y la mors. El mos, como hemos visto, es el hábito, la costumbre; el que intenta salir de ellos, al final sigue encerrado dentro. En cuanto a la muerte, por supuesto que es un acontecimiento invencible.

—En un tiempo, el prejuicio machista, que se manifestaba sobre todo en la obligación de continuar el apellido y la línea del padre, estaba tan arraigado que sin más los papas dispensaron del celibato, al parecer, a algunos clérigos que habían recibido los grados menores del ministerio ordenado para permitir que continuasen la línea masculina de la familia. Por esto precisamente es considerada heróica la decisión de san Carlos Borromeo de no abandonar la vida clerical a la muerte de su hermano. La inclinación, sobre todo en las grandes familias patriarcales, a asegurar la descendencia masculina en línea directa era, así pues, fortísima.

—Este prejuicio reviste hoy otras formas no menos peligrosas. Toda nuestra cultura occidental apoya con vigor el privilegio del varón a expresar la sexualidad a su antojo, y considera por ello, de hecho, que no es plenamente hombre quien no haya vivido o no viva la sexualidad genital. No son pocos los que ridiculizan el celibato de los presbíteros, los que lo consideran puramente ficticio y piensan que es inexistente.

Esta opinión dominante apoya por lo tanto de mil formas la necesidad de expresión genital del varón, le empuja con toda clase de incitaciones a la libertad sexual e, incluso hoy, llega a propiciar la separación entre sexualidad y procreación haciendo que aquélla sea mucho más fácil e induciendo a vivirla como simple experiencia. Y así, lo sabemos de sobra, la edad de las primeras experiencias sexuales, incluso completas, desciende cada vez más, tocando a la adolescencia misma.

En el fondo, la televisión y, en general, todos los "mass media" viven de este prejuicio (que actúa inconscientemente toda vez que apenas nunca es apreciado en clave moral). No son muchas las personas que escapan de estos criterios dominantes y, así, la mayoría está persuadida de que uno llega a ser verdaderamente hombre sólo cuando en alguna medida posee una mujer; es hoy la forma característica en que se manifiesta la tentación, lo que explica por qué son pocas las vocaciones presbiterales. Poca gente se preocupa de superar los prejuicios ambientales, pocos sienten la necesidad de abandonar esta visión ancestral.

Obviamente, casi todo el mundo admite que existen unas coordenadas éticas que es preciso aceptar: no se admiten perversiones sexuales, se subraya la necesidad del matrimonio rigurosamente monogámico y, por consiguiente, de la fidelidad al menos temporal a una sola mujer; todo el mundo ve mal el cambio demasiado fácil de pareja. No obstante, estas coordenadas éticas son vagas, imprecisas y ciertamente no incluyen una apreciación positiva del celibato como valor.

He aquí la forma de prejuicio más crasa contra el celibato, aunque muy extendida en los ambientes alejados de la Iglesia.

2. Existe una forma más sutil, más refinada, más insidiosa que la anterior: es la que se refiere a la necesidad de una compañera para madurar y encontrarse arropado.

—El que en esta convicción haya mucho de verdad se deduce, por ejemplo, del hecho de que si se leen los primeros tres ciclos de la catequesis del papa (cf. Juan Pablo II, Hombre y mujer lo creó, 31-286), todo parece converger en la obligatoriedad del designio divino según el cual el hombre debe vivir la unión con una compañera según el propósito del Creador. El razonamiento del Santo Padre es de carácter tan deductivo a partir del Libro del Génesis, que parecería no quedar lugar para el celibato. Si "no es bueno que el hombre esté solo" (Gn 2,18), si "los dos se hacen uno solo" (Gn 2,24), esto quiere decir que la virginidad no es un valor, que es más bien un no-valor de cara a la realización humana. Dios ha pensado el hombre para la relacionalidad y esa relacionalidad se realiza en la comunión sexual.

Pienso que la fuerza persuasiva de esta palabra de Dios es muy grande. Y si una parte de las posibles vocaciones al presbiterado, al celibato por el Reino, queda abortada en su origen mismo por el prejuicio machista (como la semilla de la palabra evangélica que cae sobre el camino), otra parte de posibles vocaciones cae en lugar pedregoso... germina enseguida, mas luego encuentra una gran dificultad que se expresa en la duda: ¿me salvaré solo? ¿No necesito tal vez a una mujer asignada por el Creador y que no constituya simplemente una amistad platónica? Y, poco a poco, las vocaciones que ya habrían germinado quedan agostadas por esa interrogación, por ese sol que parece tan lógico y contundente.

También durante la vida presbiteral o religiosa profesadas ya desde hace muchos años pueden surgir tales tentaciones, a veces con una fuerza insospechada, que no se consiguen superar porque las objeciones parecen justificarse precisamente porque se enraízan en el designio del "principio" al que se refería el mismo Jesús en Mt 19,3ss ("en el principio" Dios los creó hombre y mujer y ambos se unirán y serán uno solo).

Todo esto pone bien en evidencia cómo el celibato es realmente un don de lo alto, un don que se puede perder porque frente a él está la palabra del Génesis: el hombre está hecho para tener una compañera semejante a él.

— Por eso, es particularmente importante e interesante leer la introducción al cuarto ciclo de las catequesis del papa dedicado a La virginidad cristiana, escrita por el filósofo polaco Stanislaw Grygiel. Dice entre otras cosas: "Juan Pablo II presenta el matrimonio tal como es 'en el principio' y desarrolla la enseñanza de Cristo sobre el Libro del Génesis. Dios ha creado al hombre varón y hembra. Lo ha previsto como una unidad espiritual-corporal constituida por el hecho de que la mujer existe para el hombre como un don.

La verdad de la virginidad, en cambio, la presenta a la luz del 'fin', es decir, a la luz de aquel estado del ser de la persona humana en el que las personas no tomarán ni mujer ni marido, sino que serán como ángeles en el cielo (cf. Mt 22,30). En la situación del tiempo en la que el ser don en el estado matrimonial constituye una vía natural hacia el estado de perfección, esto es, hacia el amor perfecto, la virginidad reviste el carácter de una vía extraordinaria, carismática y no facultativa, que en cierta medida anticipa el estado mismo en que consistirá la perfección del ser de la persona humana. La virginidad, como estado de la perfección en el tiempo, es comprensible sólo en relación con aquella plenitud de entrega del hombre que tendrá lugar en la resurrección" (Juan Pablo II, op. cit., 289).>

No es fácil alcanzar este equilibrio que, teológicamente, está ligado al principio y al fin, a la creación y a la resurrección, previstas desde el comienzo como unidad. Sabemos que muchas personas no lo alcanzan, que los idola tribus no son permeables a semejante visión escatológica de resurrección, porque "animalis homo non percepit ea quae sunt Spiritus Dei" (1 Cor 2,14).

Cada uno de nosotros puede sentir en su interior, al menos a nivel experimental, este choque de sentimientos y emociones. No es casual que la Iglesia, en particular durante los primeros siglos, haya vacilado a la hora de definir correctamente el significado del matrimonio y de la virginidad. Algunos Padres, por exaltar la virginidad, acababan degradando el valor del matrimonio; otros sostenían que en un primer momento Dios había creado el hombre para la virginidad y sólo después, en vistas de la temporalidad y del pecado, había admitido también una reproducción de tipo animal.

Hoy no nos situamos ya en ese orden de exégesis y de pensamiento, pero no obstante el equilibrio sigue siendo difícil en el plano teórico y mucho más en el de la percepción.

La apropiación del valor de la virginidad es, pues, una gracia del Espíritu Santo, un don, una fuerza interior, un gozo interno; no es producto de un razonamiento porque el razonamiento se pierde en los meandros del raciocinio, aunque sea el de un discurso bíblico. Un riguroso análisis de los dos primeros capítulos del Génesis parecería desembocar en la certeza de que existe un único orden, aquel en el que el hombre se salva sólo en la relacionalidad conyugal. Mas luego se constata que no puede ser así, aunque sólo sea por razones prácticas, desde el momento que existen personas que, de hecho, no pueden casarse o no se casan.

— En cualquier caso, si se quiere emprender el camino carismático más perfecto —el de la virginidad y el celibato—, es necesaria la revelación de Jesucristo que nos manifiesta la situación final del creyente, la más semejante a Dios, y a partir de ahí nos hace comprender que en la semejanza divina de Génesis 1,27 ("Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó"), semejanza que es dinámica, no está encerrado sólo el matrimonio sino también la virginidad.

Debemos dar acogida a Jesús y, para acogerlo, es preciso estar enamorados, es decir, entrar en la dinámica esponsal bíblica y neotestamentaria.

3. La tercera forma de confusión en la propuesta del celibato por el Reino se da en el miedo a la soledad. Es una variante de la forma precedente y de carácter más endeble; el problema, en efecto, no nace de la perspectiva de la renuncia a la comunión íntima total con la mujer, sino de la perspectiva de quedarse solo.

— También este miedo a la soledad existencial funciona, no raras veces, como elemento disuasor en los comienzos de un posible camino vocacional de un joven.

Esta actitud considera de hecho el celibato como un enquistamiento, como una torre de marfil, sin verdaderas salidas para la comunicación, sin práctica de proximidad cotidiana, y por ese motivo lo falsea. Pero esta falsa imagen también provoca miedo.

Existe también la posibilidad de un enmascaramiento del problema del miedo a la soledad: se considera el celibato como un elevado ejercicio de proximidad pero demasiado difícil para mí que necesito compañía y afecto, que preciso sentirme gratificado en las pequeñas acciones cotidianas. En este caso se produce una cierta autoilusión, porque se piensa que el tiempo del matrimonio coincide con el tiempo de la amistad adolescente, de la que prolonga los aspectos fáciles, falseando así la verdadera naturaleza del don esponsal, que es don maduro y adulto.

— Hemos de decir que en el miedo a la soledad hay una parte de verdad, en cuanto que la soledad es algo difícil. Pero hay también parte de falsedad porque se confunde la soledad con el aislamiento. El ser sacerdote comporta ciertamente algunos momentos de soledad —saber vivir durante un tiempo importante y prolongado la amistad con sólo Dios—, pero no de aislamiento que, al contrario, encierra a uno en sí mismo. Si uno se aísla es culpa suya; ello quiere decir que no es capaz de comunicarse, de irradiar en torno a sí.

En el miedo a la soledad hay, sobre todo, una ilusión muy difícil de superar: creer que es posible vivir la comunidad (incluso entre dos) sin necesidad de afrontar la soledad. Está comprobado que quien no sabe afrontar la soledad se encontrará mal incluso en compañía de otros, porque no será capaz de resolver sus propios problemas y los repercutirá de forma desestabilizante sobre el otro. Con frecuencia las uniones conyugales son soledades entre dos, y cuando un sacerdote piensa resolver su problema casándose corre el riesgo de caer (si su crisis no ha sido bien enfocada) en otra soledad, porque la culpa de todo es el aislamiento en el que se encierra por incapacidad de comunicación y no otra cosa.)
 

Plegaria de conclusión

Quisiera concluir esta reflexión, que se ha desarrollado como un largo examen de conciencia, como un rastreo de las diversas formas de tentación concernientes al celibato, con una plegaria.

El rito de consagración de las vírgenes encierra un prefacio extremadamente rico que puede ayudarnos mucho a sintetizar cuanto he intentado exponer.

En la primera parte habla de la tentación:

"Seas tú su constante defensa, para que el maligno, astuto perturbador de las mejores intenciones, no empañe en un momento de debilidad la gloria de la castidad perfecta y, distanciándolas del propósito virginal, les arrebate el precio de la fidelidad que da esplendor incluso a la vida conyugal". Se supone, pues, que todas las formas de ataque lógico, teológico, además de afectivo, sensual, emotivo, son llevadas a cabo por el enemigo y que el celibato por el Reino no madura si no es en una lucha diaria.

En la última parte expresa, en cambio, el verdadero secreto, el punto neurálgico del problema, que no consiste tanto en lograr desbaratar, desmontándolos, los argumentos del maligno contra la opción por el celibato, cuanto el descubrimiento del Señor como el Todo.

Y concluye: "Seas tú para ellas la alegría, el honor y el único querer. Seas tú el alivio en la aflicción. Seas tú el consejo en la incertidumbre. Seas tú la defensa en el peligro, la paciencia en la prueba, la abundancia en la pobreza, el alimento en el ayuno, la medicina en la enfermedad. Que en ti, Señor, posean todo porque te han elegido a Ti sólo por encima de todo".

Incluso desde el punto de vista práctico éste es el nudo de la cuestión: la conciencia de haber elegido a Jesús como el todo de la propia vida es la única garantía de perseverancia de una persona que ha aceptado el celibato por el Reino; no existe otra. El ambiente es importante, la dirección espiritual también, pero todo debe estar centrado en torno al presupuesto de que Jesús es nuestro consuelo, nuestro alivio, nuestra amistad; que, por lo tanto, tengamos los tiempos necesarios para conversar con él, que cultivemos esta amistad.)

Es el ofrecimiento a Jesús de nuestra elección el que nos permite poseerlo totalmente desde ahora hasta la plenitud eterna, dedicarnos a él en cuerpo y alma, día y noche, en la vida cotidiana, el que da fundamento y gracia al celibato. Porque esta misma elección es gracia y, como tal, alimento y atmósfera de vida.

Sin él, de nada valen los apoyos de orden disciplinar, las amonestaciones, las meditaciones, las reflexiones, las lecturas. Este es el don que debemos presentar a Dios, en cuanto nos es permitido; que debemos buscar, si lo deseamos; sobre el que pedir luz, si nos parece que no lo poseemos suficientemente y que no lo entendemos. De forma que él nos dé aquella firmeza que nos permite afrontar el difícil camino de la vida ministerial con confianza, tranquilidad, incluso con gozo. Porque Cristo ha prometido el céntuplo al que haya dejado todo por seguirle, pero no al que se haya refugiado de nuevo en la madriguera originaria o se haya desviado por razonamientos capciosos. El céntuplo es dado a quien vive la totalidad.

"Oh Padre, danos con sobreabundancia tu Espíritu, tú que lo diste a los apóstoles en el cenáculo, que lo diste a los discípulos en el momento de la prueba, en las opciones decisivas que tomaron, tú que lo has dado a los santos que te buscaban y sentían la necesidad de ser iluminados por ti. Haz que abramos nuestro corazón para recibirlo . Te lo pedimos por intercesión de María, en nombre de tu Hijo Jesucristo que vive y reina contigo en la unidad de ese mismo Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén."

 

4. El ministerio en prueba


La plegaria pentecostal

Nuestro último encuentro es bajo el signo del Espíritu Santo. Hoy es, en efecto, la víspera de la vigilia de Pentecostés y queremos orar teniendo como tela de fondo la oración incesante de la comunidad primitiva después de la ascensión de Jesús al cielo: "Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de éste" (Hch 1,14). Procuremos vivir este momento de oración incesante al Espíritu.

Nos dejaremos inspirar en la oración pentecostal por otras palabras de Lucas: "El Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan" (Lc 11,13), que constituyen la conclusión de la enseñanza de Jesús sobre la oración. Antes había dicho: "Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán" (v. 9). Retrocediendo en el texto leemos: "Imaginaos que uno de vosotros tiene un amigo y acude a él a medianoche, diciendo: Amigo, préstame tres panes", éste se los dará al menos por su insistencia. Estos panes son el símbolo del Espíritu Santo, son la petición al Padre que está en los cielos: "danos cada día el pan que necesitamos" (Lc 11,3 ). Tenemos, por lo tanto, que suplicar al Padre celeste, con insistencia e inoportunamente, para que nos dé su Santo Espíritu, en la confianza de que siendo padre no nos dará una piedra, sino el pan que le pide un hijo (cf. Lc 11,11).

En esta oración tendremos presentes a todos los jóvenes de nuestra diócesis e incluso a todos los jóvenes del sur de Italia. Ayer estuve en Crotone, en Calabria, para un encuentro con el obispo y la comunidad cristiana que celebraba una fiesta mariana importante, reflexionando sobre el tema de la reconciliación a la luz de los asesinatos y luchas de la mafia que entristecen a aquella tierra. He visto a muchos jóvenes que han orado y cantado con extraordinario entusiasmo; han manifestado juntos su sufrimiento, su sensación de un destino inevitable de desgracia, su incertidumbre por el futuro. Vamos a acordarnos de ellos en la invocación al Espíritu Santo, en la certeza de que precisamente cuando parece que no existen caminos de salida puede crecer en nosotros el Espíritu filial.

Jesús, cansado del ministerio

En este cuadro queremos reflexionar sobre las pruebas, sobre el peso del ministerio.

Como un icono bíblico contemplamos a Jesús, cansado del ministerio. La imagen está en el evangelio de san Juan: "Jesús, fatigado por la caminata, se sentó junto al pozo" (Jn 4,7). El término "fatigado" es, en griego, kekopiakós, participio de perfecto que indica el agotamiento, el inmenso cansancio que se ha apoderado de Jesús ek tes oidoporias, a causa del viaje, es decir, de su ministerio itinerante, de su caminar en medio de nosotros.

Bajo estas palabras descubrimos, por consiguiente, un cansancio que en ciertos momentos lo extenúa, hasta el punto de que aleja un poco a los apóstoles, deseando descansar, tener unos momentos de tregua.

Con Jesús ante los ojos que, extenuado por el ministerio, se sienta junto al pozo, haremos ante todo una lectio de dos pasajes del Nuevo Testamento en los que aparecen las pruebas del ministerio y luego, en la meditatio, nos preguntaremos cómo se deben prevenir y valorar.


Lectio:
aspectos difíciles del ministerio

1 El primer texto es de Pablo y debemos considerarlo como autobiográfico:

"Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. El es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados.

Porque si es cierto que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, no es menos cierto que Cristo nos llena de consuelo. Si tenemos que sufrir es para que vosotros recibáis consuelo y salvación; si somos consolados es para que también vosotros recibáis consuelo y soportéis los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. Y lo que esperamos para vosotros tiene un firme fundamento, pues sabemos que si compartís nuestros sufrimientos, compartiréis también nuestro consuelo.

Pues no queremos que ignoréis, hermanos, las tribulaciones que hemos pasado en la provincia de Asia. Nos vimos abrumados tan por encima de nuestras fuerzas, que hasta perdimos la esperanza de seguir viviendo. Incluso llegamos a sentirnos inevitablemente sentenciados a muerte; pero así aprendimos a no confiar en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. El que nos libró de peligro tan mortal, nos seguirá librando; nos librará realmente aquél en quien hemos puesto la esperanza" (2 Cor 1,3-10).

En cada versículo de este pasaje leemos palabras que indican diversos modos de cansancio en el ministerio.

En el v. 4 "tribulaciones"; en el v. 5, "sufrimientos" que Cristo tuvo que soportar por causa de su misión; en los v. 6 y 7, de nuevo "sufrimientos", que en el v. 8 son descritos como "por encima de nuestras fuerzas, que hasta perdimos la esperanza de seguir viviendo"; en el v. 9 se habla de "sentenciados a muerte", situación por lo tanto de quiebra total, sin camino de salida; en el v. 10, "peligro tan mortal". Es todo un abanico de circunstancias dolorosas, afligentes, agobiantes, perturbadoras, angustiosas, que Pablo denuncia y que no ha vivido una sola vez, como conocemos por otras descripciones (cf. 2 Co 11,23 ss).

2. El vocabulario paulino, al hablar de muerte, enlaza con el de Jesús que, al menos en un momento de su vida, describiendo sus tribulaciones, emplea el término "muerte":

"Entonces fue Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní, y les dijo:

—Sentaos aquí mientras voy a orar un poco más allá.

Llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo; comenzó a sentir tristeza y angustia, y les dijo:

—Siento una tristeza mortal; quedaos aquí y velad conmigo" (Mt 26,36-38).

El pasaje paralelo de Marcos, dice: "Siento una tristeza mortal" (Mc 14,33).

Por lo tanto, si a Jesús y luego a Pablo no les fueron ahorradas pruebas y fatigas, debemos pensar que tampoco a nosotros nos faltarán, porque: "Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo" (Jn 12,26); "¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber?" (Mt 20, 22).

El ministerio, pues, nos es presentado claramente en sus facetas difíciles y duras, no sólo en las positivas y gratificantes.

 

Meditatio: el ministerio amenazado y consolado

Pero ¿qué es lo que hace que algunos momentos del ministerio sean particularmente abrumadores hasta el punto de que corremos el riesgo de sucumbir? ¿Qué es lo que debilita y hace desfallecer nuestra perseverancia?

Intentaré responder por medio de una serie de preguntas ulteriores que sintetizo en cuatro:

— ¿Qué entendemos por "ministerio"?

— ¿Cuáles son las amenazas del ministerio así entendido?

— ¿Qué es lo que permite integrar un ministerio abrumador en un saludable crecimiento personal?

— ¿En qué consiste el consuelo interior como fuerza específica del ministerio?

1. Es preciso, antes de nada, poner en claro que no entendemos aquí por "ministerio" el aspecto objetivo, esto es, la capacidad sobrenatural que nos es dada para desempeñar las acciones ministeriales relativas al Cuerpo eucarístico de Cristo y a la Iglesia, su cuerpo, para conducirla y apacentarla en la fe.

Me refiero más bien al aspecto subjetivo o serie de operaciones subjetivas que cada uno de nosotros realiza en su ministerio. Son una serie de relaciones interpersonales, que nos ponen sea en contacto con Dios (por medio de los actos de culto), sea en contacto con los demás (por medio de la acción pastoral).

Y nos ponen en contacto y relación —quisiera subrayar— en un ámbito y condiciones de responsabilidad oficial.

No hablo, por lo tanto, de la oración personal o de la relación con los demás en el ámbito de la amistad o la familiaridad.

Hablo de los momentos en que el ministro celebra "in persona Christi", o realiza actos de relación interpersonal en nombre de Jesús, como representante suyo, en nombre de la Iglesia, de forma oficial y, por lo tanto, responsable. Por este motivo se trata de actos gravosos, que pesan, como cualquier operación de responsabilidad que ejecuta y desempeña la persona (así son actos que pesan los de un político, un funcionario público, un administrador, un enseñante). Los actos del ministerio tienen, además, un agravante: el pastor que los ejecuta tiene escasas posibilidades de refugio en la privacidad. No es, por ejemplo, como un político que tiene en la familia un gran contrapeso contra el desgaste de la responsabilidad pública; no es como un empresario que se puede refugiar en sus aficiones para contrarrestar las fatigas del trabajo.

2. El ministerio así entendido resulta una verdadera carga en una triple línea:

— en la línea de la rutina, de la repetición de actos formales, que desgastan precisamente porque se realizan por deber del "oficio". Son actos simbólicos y nos arriesgamos a no captar ya su sentido profundo a fuerza de hacerlos por necesidad (la gente los reclama), aunque sea a nuestro pesar. Sin duda, también quien realiza trabajos muy pesados, en una fábrica por ejemplo, se cansa, pero luego al cabo de unas horas "desconecta" y se va a su casa. A nosotros, nos pueden solicitar los actos del ministerio siempre, sin límite prácticamente de horario o de días, de domingo a domingo, toda la semana.

Es cierto que esta obligación ininterrumpida puede constituir una ayuda contra la soledad, pero no por ello deja de ser abrumadora.

— Una segunda línea es la carencia de gratificaciones. Unas veces pueden abundar, superar incluso cualquier expectativa o mérito; pero las más pueden faltar. Hay, además, momentos en que se acumulan las no-gratificaciones por parte de la gente (incomprensiones, malhumores, etc.) al mismo tiempo que dejamos de sentirnos comprendidos por los superiores, que no nos animan ni nos empujan. Entonces el ministerio se hace angustioso, abrumador.

— Finalmente, nos acecha esa realidad tan misteriosa llamada desmotivación. Todo el mundo la padece más o menos: sufren de ella los esposos en el matrimonio, los docentes en la enseñanza, los políticos en su tarea. Cualquiera que tiene una responsabilidad conoce, en alguna medida y llegado el momento, el cansancio físico o síquico, momentos de desmotivación. En estos casos, el ministerio se hace realmente pesado y el mero hecho de pensar en lo que exige provoca un sentimiento de disgusto, de rechazo. Es el estado de ánimo que descubro en Jesús en Getsemaní, o en Pablo cuando no encuentra camino de salida.

Es necesario que caigamos en la cuenta de estas tres líneas que amenazan el desarrollo del ministerio, porque nos afectan o nos pueden afectar. Seguramente hay personas síquicamente muy fuertes que logran mantener siempre un equilibrio de humor, de brío, de ánimo, pero son raras. La mayoría de nosotros padece insidias y pruebas.

3. ¿Qué es lo que permite integrar un ministerio agobiante dentro de un saludable desarrollo de la persona? En este caso, la carga del ministerio puede ser una prueba de maduración, de crecimiento, una prueba que abre las puertas a la gracia del Espíritu Santo; no una prueba insensata o absurda, no unos flecos desmotivados de nuestra existencia, sino un tiempo constructivo, pruebas que tienen un significado precioso y que debemos esperarnos que aparezcan en algún momento con corazón tranquilo porque, mediante ellas, creceremos en la fe, en la esperanza, en el amor.

El tema propuesto por la pregunta es muy importante, interesa a la vida entera, al devenir de toda la existencia. Os ofrezco algunas sugerencias que os recomiendo pongáis en práctica a partir de ahora en vuestra vida diaria.

— El cuidado de la salud física y síquica. No es poco frecuente que nos veamos abocados a situaciones sin salida por haber supravalorado nuestras propias fuerzas. Empujados por la generosidad, no hemos tenido en cuenta nuestros límites y, de esa forma, hemos malgastado las energías. Es necesario, por lo tanto, aprender una disciplina mental y afectiva si queremos conseguir una gestión equilibrada de nuestra vida. La falta de orden en las comidas, por ejemplo, en el dormir, puede obtener el aplauso de la gente, que nos considerará muy entregados a nuestro ministerio, pero a la larga se paga.

Obviamente, hay cansancios a los que no podemos sustraernos, hay determinados momentos que nos requieren al máximo, pero cada uno debe conocer sus propios tiempos y ritmos, y respetarlos. Es un conocimiento que no se adquiere en la mesa de despacho sino a través de la experiencia, y por lo tanto sin que falten errores y equivocaciones. Naturalmente, es mejor equivocarse por exceso, pasarse un poco trabajando para aprender a reconocer, en el examen de conciencia, que se ha exagerado, que es preciso echar marcha atrás; es mejor exagerar trabajando más de lo debido que permanecer a la defensiva por miedo a cansarse. Hay que saber exponerse, pero teniendo la capacidad de moderarse, para poder servir mucho tiempo al Señor y a la Iglesia.

El cuidado de la salud física y síquica comporta que cada cual encuentre sus propios modos de "desconectar": un paseo por el monte, una audición musical, una reunión de amigos. Pequeñas distracciones pero que, tomadas a su debido tiempo, ayudan bastante más que ser devorados por el ministerio pasando por "héroes".

— La segunda sugerencia, todavía de nivel humano, es el buen humor. Es decir, saber equilibrar los sentimientos y las reacciones, sin dejarse llevar a exagerados entusiasmos ni grandes euforias, o al contrario, a exageradas amarguras o pesimismos, que a la larga agotan.

Es importante saber ejercer un humor sano respecto a sí mismo y respecto a los demás, verse a sí mismo y a los demás con cierto desparpajo, no dejarse ganar demasiado fácilmente por situaciones de apariencia trágica pero que sólo lo son relativamente. Por lo demás, frente a las verdaderas tragedias, la reacción justa es la de la oración y la humildad, no la de la angustia.

— Entrando en un campo más espiritual, os recomiendo la vigilancia. Consiste en ese sentido de la perspectiva, del buen humor transferido al ámbito del espíritu, esa capacidad de mantenerse por encima de los juicios y de las emociones interiores, para contemplar al Señor, su misterio, su Reino que viene, y por lo tanto relativizar todo a la vista de la infinidad de Dios. Vigilancia quiere decir contar con las pruebas, considerarlas como parte del plan divino, confiar en que pasarán y que saldremos de ellas como hemos entrado. Podría decir que la vigilancia es una síntesis de consideraciones providenciales de la historia.

4. Todo esto sería poco, no obstante, si no se diese la consolación interior, el único verdadero gran remedio para mantenerse en el ministerio, y su fuerza más específica. Esta es fruto primordial del Espíritu Santo y nos permite mantener el buen humor y la vigilancia incluso en situaciones que superan los límites normales.

— ¿Qué es exactamente la consolación interior? Es ese don, ese pan que los hijos piden al Padre del cielo y del que dice el apóstol que es su sostén en el ministerio: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. El es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones" (2 Cor 1,3-4). Pablo aguanta la tribulación porque experimenta el consuelo del Espíritu, al punto de poder él mismo "alentar a los demás en cualquier dificultad".

Es interesante observar que en el pasaje de la Carta a los Corintios, la palabra paráclesi aparece cuatro veces en dos versículos: "Dios de todo consuelo, es el que nos conforta... para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados".

Se trata de una formidable experiencia del ministerio. Sin ella, es imposible afrontarlo. Es, por así decirlo, el "secreto" de la perseverancia, que permite al ministerio aguantar y resistir, aunque esté aplastado por la dificultad, mortificado por la rutina, tentado de desmotivación. La consolación es el alma sicológica del ministro (en este caso hablo del "ministro", porque en el ministerio el Espíritu actúa objetivamente, prescindiendo de la persona), porque por ella él es él mismo, se autocomprende.

— Para describir esta consolación en sus efectos me remito a san Ignacio de Loyola, que habla de ella en los Ejercicios Espirituales, en el Diario, en sus Cartas, como maestro insuperable. El Espíritu Santo —escribe él— da paz, gozo, claridad; ahuyenta cualquier turbación, impulsa interiormente al amor del Señor, ilumina, descubre múltiples secretos, nos sugiere lo que debemos huir (actúa, pues, como prudencia sobrenatural, empujándonos a elegir lo justo y a evitar el error), nos visita dejándonos con un profundo sentimiento de tranquilidad, de paz. Ignacio ha escrito mucho sobre la experiencia de la consolación, porque la ha vivido abundantemente. Dice también: "Consolémonos, liberémonos de toda oscuridad e inquieta preocupación de nosotros mismos, contentos y enamorados de las cosas de Dios". ¡Qué bello es este "liberémonos de toda inquieta preocupación de nosotros mismos!".

La consolación, manifestada en todo un conjunto de actitudes, es realmente el carburante cotidiano del ministro, que no se deja abrumar por lo oficial de los gestos que repite incesantemente y menos aún por el encuentro con los defectos de la gente. El Espíritu la da para que sea el sostén, el aliento del ministro, al que fortalece, consolida, templa, le abre horizontes que parecían cerrados, le descubre caminos que parecían inexistentes e, incluso, guiándole a través de un laberinto, le hace encontrar la luz, el camino acertado. La consolación permite mantener la calma cuando podría surgir la inquietud o el malhumor. No es, por lo tanto, una simple actitud sicológica, que es bien importante y merece la pena poner las condiciones para que se dé, no es una simple esperanza de gratificaciones, que también son útiles; la consolación interior del Espíritu es la fuerza específica, ordinaria del ministro.

— Pero Jesús nos ha dicho que esta consolación hay que pedirla; es la petición central del "padre nuestro": "Danos cada día el pan que necesitamos" (Lc 11,3). El pan de cada día es aquella fuerza que permite sobrevivir hoy, continuar hoy el ministerio.

No lo pedimos para el futuro. Es el maná de hoy y hemos de vivir en la confianza de que hoy el Padre nos lo da y mañana lo dará para mañana.

Hay que pedir la consolación con la inoportunidad e insistencia de aquél que visita al amigo porque necesita comer (cf. Lc 11,5-13). Porque también nosotros nos encontramos a veces en la situación de ser importunados, de recibir requerimientos que encontramos excesivos para nosotros, sobre todo si nos llegan después de una larga jornada de fatigas; en ese caso tenemos, a su vez, que ir a importunar al Amigo para obtener el pan que nos ha sido pedido, porque no nos sentimos a la altura del ministerio, porque no tenemos respuesta que dar.

Pedir, pues, con inoportunidad, sabiendo que el Señor ama esta insistencia y nos deja a veces desconcertados cuando recurrimos a él: "No molestes; la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos ya acostados; no puedo levantarme a dártelos [los panes]" (Lc 11, 7). El Señor nos deja con el sentimiento de nuestra insuficiencia, como dejó a Pablo, esperando que insistamos. Esta insistencia en solicitar la consolación del Espíritu es, por lo tanto, parte del ministerio, es intercesión del ministerio.

Jesús, después de haber hablado del amigo importunado, que finalmente da los panes, comenta: "Pedid, y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad, y os abrirán" (Lc 11,9). Si Dios se nos antoja a veces alguien que nos da una piedra, y por lo tanto nos quedamos en la aridez sin saber qué hacer por los demás, o tal vez como quien nos da un escorpión, es decir, un problema candente, punzante, o como quien nos da una serpiente, la angustia de una situación que nos enreda, no debemos perder la paz, sino continuar pidiendo sabiendo que, en realidad, él nos dará el pan, el huevo, el pescado, el Espíritu.

La perseverancia en la oración suscita en nosotros ese espíritu filial, de abandono, que es ya el Espíritu Santo. Esto significa que la insistencia en la petición no es previa al ministerio, sino que es ya ministerio vivido, es el ministerio de intercesión; es estar en medio del huracán, sufrir con el que sufre, no tener nada con quien nada tiene, y pedir con espíritu filial.

Por consiguiente, en la oración para obtener la consolación espiritual se encierra un gran misterio; pero no cabe duda que obtendremos la consolación; no en el sentido de percibirla sicológicamente o físicamente, sino más bien en cuanto que el ministro sigue adelante y trabaja en favor de los demás sin pensárselo dos veces, sin cálculos, más allá de toda esperanza. Porque verdaderamente vive en pobreza el espíritu filial y por ello está lleno de la consolación ontológica de Dios, de la gracia ministerial.


Conclusión: ¿cómo situarse frente a las dificultades del ministerio?

Después de cuanto he intentado exponeros, quiero comunicaros tres indicaciones que me parecen útiles para situarse de forma correcta respecto a las dificultades del ministerio.

I. Examinaos sobre vuestra actitud sicológica ahora, porque las dificultades son las mismas que ya vivimos en la rutina cotidiana; hoy mismo ya vivimos deberes, relaciones interpersonales, sin contar con los ensayos de ministerio, en los que estamos siempre amenazados por la torpeza. Es, por lo tanto, importante captar cómo funciona nuestro comportamiento sicológico y cuáles son nuestros puntos débiles.

2. Examinaos sobre cómo ponéis cada uno atención en la salud física y síquica; examinaos sobre el cuidado del buen humor; sobre la vigilancia.

3. Finalmente, examinaos sobre la perseverancia que tenéis en pedir la consolación interior. Intentad examinaros para ver si, cuando os falta esta consolación, os desanimáis, os ponéis a hacer otra cosa, buscando distraeros, no pensar, o bien si insistís en esa oración que nos sitúa realmente en la condición del espíritu filial, en el corazón del Nuevo Testamento, en el centro del "padre nuestro". En esa oración es donde logramos comprender lo que somos, lo que significa ser hijos, depender del Padre, vivir por la santificación de su nombre, por la llegada del Reino en nuestra pobreza, debilidad e inutilidad.

"Concédenos, Señor, el rocío consolador de tu Espíritu, el Espíritu de hijos, el Espíritu de mantenernos en la vocación, de mantenernos en el ministerio. Danos, te pedimos, en este próximo Pentecostés, el fuego de tu amor, todo aquello que continuamente necesitamos para perseverar en el camino del Reino aun cuando, como Jesús, nos sintamos cansados y débiles. María, Madre del gozo interior profundo, consíguenos de tu Hijo y del Padre que está en los cielos ese Espíritu de paz, de consolación, de misión, que descendió sobre ti y sobre los apóstoles."