LA JUSTIFICACION O SANTIFICACION DEL HOMBRE

 

1.       La Justificación es el paso del hombre, hecho por Dios, del estado de pecado al estado de gracia

Dos elementos concurren a la Justificación:

Negativamente, la Justificación es la remisión de los pecados y positivamente, es la donación permanente del estado de santidad y Justicia sobrenatural.

A la remisión del pecado original por el Bautismo se le llama Justificación primera; al incremento de santidad, por la gracia de Dios y las buenas obras, se le llama Justificación segunda; y, finalmente, la remisión de los pecados cometidos después del bautismo, por medio del Sacramento de la Penitencia, es la Justificación tercera.

1.1.      La Justificación negativa

1.º     La Justificación considerada negativamente es la remisión de los pecados y no sólo una simple no-imputación o encubrimiento de los pecados (de fe).

La fe católica sobre la remisión y perdón de los pecados está firmemente enseñada en la Revelación.

El Concilio de Trento ha definido «que por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo que se confiere en el bautismo, se remite el reato del pecado original; y se destruye todo aquello que tiene verdadera y propia razón de pecado» (DS 1515).  El reato es la obligación moral de cumplir la pena que corresponde a un pecado, falta o delito, aún después de perdonados.

En la Sagrada Escritura, se enseña que existe un verdadero perdón de los pecados.  En el Antiguo Testamento: «lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame» (Sal 50, 4); «He disipado como una nube tus rebeldías, como un nublado tus pecados. ¡Vuélvete hacia mí pues te he rescatado!» (Is 44, 22).

            En el Nuevo Testamento se enseña lo mismo ya desde los inicios de la predicación de San Juan Bautista: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29), o como cuando el Señor dice: «Vosotros estáis limpios» (Jn 13, 10).  Es uno de los temas centrales de la predicación de los Apóstoles «porque en su nombre os han sido perdonados los pecados» (1 Jn 2, 12); la sangre de Jesús, su Hijo, nos purifica de todo pecado... Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos y limpiamos de toda iniquidad» (1 Ju 1, 7 y 9).

   La Tradición es unánime al enseñar el perdón de los pecados.

Si el pecado no se quitara por la Justificación sería porque Dios no quiere o no puede.  Pero Dios puede quitar el pecado y esto no significa que el pecado, que ya se ha realizado, no se haya realizado, sino que Dios quita la culpa habitual o pecado y las penas o castigos que se derivan del pecado.  Y no sólo puede, sino que Dios puede perdonar al pecador que se arrepiente, como revela la Sagrada Escritura.

La enseñanza de Lutero respecto a la simple no-imputación de los pecados no puede mantenerse según la Revelación.

Es evidente que algunos textos de la Sagrada Escritura, utilizados especialmente por los Reformadores, parecen indicar que la remisión de los pecados es encubrimiento o no-imputación.  Por ejemplo: «Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas y cuyos pecados han sido velados.  Venturoso el varón a quien no tomó en cuenta el Señor de sus pecados» (Rom 4, 7); «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos» (Cor 5, 19); «la caridad cubre la muchedumbre de los pecados» (1 Ped 4, 8), pero el sentido de estos textos no puede ser sino éste: los pecados han sido velados, no tomados en cuenta, no imputados y cubiertos porque ya no existen; si no Dios estaría cooperando con el pecado al encubrirlo, sería cómplice del pecador.

1.2.      La Justificación positiva

l.º       La Justificación considerada positivamente no es una simple imputación externa de la Justicia de Cristo, sino una verdadera y real santificación y renovación interior del hombre, que Dios realiza con la infusión de la gracia (de fe).

El Concilio de Trento rechazó la tesis protestante contraria y definió: «la Justificación misma que no es sólo la remisión de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior, por la voluntaria recepción de la gracia y los dones... y no sólo somos reputados, sino que verdaderamente nos llamamos y somos Justos» (DS 1528)

En el Antiguo Testamento la Justicia se presenta como una renovación y nueva creación: «Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva dentro de mí una espíritu recto» (Sal 50, 12), «pondré en ellos una espíritu nuevo: quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ezeq 11, 19).

Esta doctrina ha sido ampliamente enseñada en el Nuevo Testamento.  San Pablo escribe: «el que es de Cristo se ha hecho criatura nueva, y lo viejo pasó, se ha hecho nuevo» (2 Cor 5, 17); «renovaos en el espíritu de vuestra mente y vestios del hombre nuevo, creado según Dios en Justicia y santidad verdadera». (Ef 4, 23-24)

En el Nuevo Testamento a la Justificación se la llama nacimiento: «quien no naciere del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos» (Jn 3, 5); «a aquellos que creen en su nombre... de Dios son nacidos» (Jn 1, 12 y 13).

Por la Justificación Dios se une íntima y permanentemente al hombre: «y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos en El morada» (Jn 14, 23); «el que permanece en mí, y yo en vosotros» (Jn 15, 5); «y nos hizo merced de preciosos y sumos bienes prometidos para que por ellos os hagáis partícipes de la naturaleza divina» (2 Ped 14).

La Justificación es verdadera santificación: «para que ellos sean santificados en la verdad» (Jn 17, 19); «habéis sido lavados: habéis sido santificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Cor 6, 1 l).  En este texto aparece claramente que por un mismo acto de Dios los hombres son lavados y santificados.

Las palabras de San Pablo, que Lutero interpretó como que era la Justicia o santidad de Dios la que nos salvaba externamente y no nuestra Justicia y santidad interior: «así por la Justicia de uno sólo llega a todos la Justificación de la vida... así también reina la gracia por la Justicia para la vida eterna por Jesucristo Nuestro Señor» (Rom 5, 18-21); «por El sólo sois en Cristo Jesús, que ha venido a veros, de parte de Dios sabiduría, Justicia, santificación y redención» (1 Cor 1, 30), etc., hemos de interpretarlas en el sentido de que Cristo es causa meritoria y eficiente de la Justificación; y no simplemente que es su Justicia o santidad la que se imputa exteriormente a los hombres, como pretenden los reformadores.  Es decir, es uno solo, por El sólo, Jesucristo quien por su muerte en la Cruz ha realizado la Redención de los hombres: hay un solo Redentor, Cristo Jesús.

La razón última de la Justificación es el amor de Dios; pero el amor de Dios es siempre eficaz.  Por lo cual, su amor, que quiere el bien de la criatura, siempre produce el bien en las criaturas.

2.       La preparación para la Justificación.

l.º Para la Justificación se requiere también la preparación del hombre adulto (de fe).

Los Reformadores negaban que fuera necesaria alguna preparación o incluso que fuera posible.  El Concilio de Trento condenó esta doctrina: «si alguien dijere que las obras que se hacen antes de la Justificación, por cualquier razón que se hagan, son verdaderos pecados o que merecen el odio de Dios; o que cuando con mayor vehemencia se esfuerza el hombre en prepararse para la gracia, tanto más gravemente peca, sea anatema» (DS 1557).

Ya en el Antiguo Testamento se advierte a los hombres que se conviertan y hagan penitencia para conseguir su Justificación. «Volveos a mí y seréis salvados» (ls 45, 22). «Convertios y apartaos de todos vuestros crímenes, no haya para vosotros más ocasión de mal.  Descargaos de todos los crímenes que habéis cometido contra mí» (Ezeq 18, 30-3 l).

En el Nuevo Testamento Cristo predica la penitencia: «Arrepentios porque se acerca el reino de Dios» (Mt 4, 17); «arrepentíos y creced en el Evangelio» (Mc 1, 15), entre otros muchos textos.

 Lo mismo los Apóstoles: «Partidos, predicaron que se arrepintieran» (Mc 6, 12); «arrepentios y bautizaos» (Hech 2, 38).

En la Tradición, los Santos Padres escribieron abundantemente sobre la necesidad de la penitencia y buenas obras para el perdón de los pecados.

La razón nos enseña que negar la posibilidad de la preparación por las buenas obras es afirmar que la voluntad humana está totalmente corrompida por el pecado original; y no es libre ni para hacer el bien ni el mal.  Por tanto, la preparación para la Justificación no sólo es posible, sino que debe realizarse.  La razón se encuentra en que así como Dios infunde el don de la gracia que Justifica, a la vez mueve a la libertad del hombre para aceptar ese don antes de recibirlo.  Es decir, es el hombre, aún en pecado, el que libremente acepta o rechaza la gracia que Dios le ofrece.

2.º     El primer acto de preparación absolutamente necesario es el acto de fe.  Sin la fe no es posible la Justificación (de fe).

El Concilio de Trento definió: «la fe es el principio de la humana Justificación, el fundamento y raíz de toda Justificación» (DS 1532).

La Sagrada Escritura muestra expresamente esta verdad: «habéis agradado a Dios, cosa que sin fe es imposible» (Heb 11, 6); «porque si no creyereis, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8, 24); «estas cosas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20, 3 l); «pues sostenemos que el hombre es Justificado por la fe sin obras de la ley» (Rom 3, 28); «todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.  Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?, no se Justifica el hombre por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo» (Gal 2, 16).

La Sagrada Escritura expone que Dios, por la fe, se presenta como nuestro fin sobrenatural.  Por tanto, la fe nos propone los motivos sobrenaturales para buscar a Dios.  Luego, la fe es el inicio de la salvación, el fundamento y raíz de la Justificación.

3.º     La fe necesaria para la Justificación no consiste en la llamada fe fiducial; o sea, en la sola confianza en que la divina misericordia remitirá los pecados por los méritos de Jesucristo (de fe).

El Concilio de Trento rechazó las tesis protestantes, con las siguientes palabras: «Si alguien dijera que la fe justuficante no es otra cosa que la confianza y que esa confianza es lo único con que nos justificarnos, sea anatema» (DS 1562).

El mismo Concilio determinó la esencia de la fe necesaria para la Justificación: «creyendo que es verdad lo que ha sido divinamente revelado y prometido en razón de la infalible autoridad de Dios» (DS 1526).  Estas palabras indican que la fe no es un simple conocimiento, sino y al mismo tiempo un acto de obediencia a Dios, que lleva a la sumisión libre del entendimiento y comporta hacer las buenas obras que ha mandado.

En la Sagrada Escritura, las enseñanzas del Señor y de los Apóstoles indican que no es suficiente la fe fiducial, la simple confianza en la misericordia divina, sino que esta debe ir acompañada de otras obras, como el Bautismo, la sana doctrina, etc. «Predicad el Evangelio a toda criatura.  El que creyere y fuese bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenará» (Mc. 16, 16).  En la narración de la conversión del mayordomo de la Reina de Candaces se enseña: «Si crees de todo corazón, bien puedes (bautizarte) y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios... y le bautizó» (Hech 8, 37). (1)

Las obras que en la Iglesia primitiva realizaban los catecúmenos -los adultos que se preparaban para el bautismo- y los penitentes confirman esa doctrina (2).  Tenían que conocer la doctrina de Jesús, hacer limosna, rezar, aprender el Credo y el Padrenuestro, etc.

La Justificación es un paso que da al hombre movido por Dios del estado de pecado al estado de Justicia.  Hay, ciertamente, por parte del hombre, un deseo de Dios, pero también debe haber un rechazo del pecado.  Luego no es suficiente la fe sola, es necesario el ejercicio de las virtudes que nos apartan del pecado.

Notas

(1)        Narración de la conversión del mayordomo de la Reina de Candaces

«El ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, por el camino que por el desierto baja de Jerusalén a Gaza.  Púsose luego en camino y se encontró con un varón etíope, eunuco, ministro de Candaces, reina de los etíopes, intendente de todos sus tesoros.  Habla venido a adorar a Jerusalén, y se volvía sentado en su coche leyendo al profeta Isaías.  Dijo el Espíritu a Felipe: Acércate y llégate a ese coche.  Aceleró el paso Felipe; y oyendo que leía al profeta Isaías, le dijo: ¿Entiendes por ventura lo que lees?  El le contestó: ¿.Cómo voy a entenderlo si alguno no me guía?  Y rogó a Felipe que subiese y se sentase a su lado.

El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: «Como una oveja llevada al matadero y como un cordero ante el que lo trasquila, enmudeció y no abrió su boca.  En su humillación le ha sido sustraída su causa Judicial; su generación, ¿quién la contará?, porque su vida ha sido arrebatada de la tierra».

Preguntó el eunuco a Felipe: Dime, ¿de quién dice eso el profeta? ¿De sí mismo o de otro?  Y abriendo Felipe sus labios y comenzando por esta Escritura, le anunció a Jesús.  Siguiendo su camino, llegaron a donde había agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué que sea bautizado?  Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes.  Y respondiendo, creo que Jesucristo es el Hijo de Dios.  Mandó parar el coche y bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.  En cuanto subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a y ya no le vio más el eunuco, que continuó alegre su camino.  Cuanto a Felipe, se encontró en Azoto, y de paso evangelizaba todas las ciudades hasta llegar a Cesárea.» (Hech 8,26-40)

(2) Catacumenado

Es el proceso y organización de los gentiles adultos que querían bautizarse.

Un cristiano presentaba a su amigo al presbítero.  Se le tomaba el nombre que se apuntaba en un libro.  Luego se le enseñaban las principales verdades de la fe: el Credo. Las sabía y las vivía, se le ungía con el santo óleo para alejar de él al diablo.  Se le permitía asistir a la primera parte de la Santa Misa, hasta el Ofertorio.

El Domingo de Resurrección se le preguntaba ante todos los fieles si quería bautizarse, si renunciaba a Satanás y a todas sus obras, si creía en el Credo.  A sus respuestas afirmativas y acompañado de su amigo -padrino o madrina- se le administraba el Bautismo, se le vestía con un alba blanca indicando la limpieza de su alma y podía ya asistir al Sacrificio del Altar y comulgaba.  Y rezaba por primera vez el Padrenuestro.

Esta ceremonia es prácticamente igual en el Catecumenado actual de adultos y en el Bautizo de ellos y de los niños; sólo que en ese caso, responden a las preguntas los padres y padrinos.

Penitencia es doble: la virtud de la penitencia o hacer actos que nos ayuden a ordenar nuestra persona hacia la verdad y bien y el Sacramento de la Confesión que perdona los pecados cometidos después del Bautismo.  Para confesarse bien son necesarias 5 cosas.  Examen de conciencia, dolor de los pecados, propósitos de enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia.  La confesión ha de ser clara, concreta y concisa.