“Este es mi Cuerpo que se entrega por vosotros” (Lc 22, 19).
Las entregas de Jesús
En este tiempo especial de Cuaresma, podemos meditar sobre las «entregas de Jesús», durante su Pasión. La primera reflexión es la de nuestro texto inicial; estamos en la Cena de despedida del Maestro con sus discípulos; Él mismo, consciente de que su vida, como una llama, está a punto de extinguirse, quiere dejarnos el regalo mas hermoso: Un fragmento de pan y un poco de vino, que contienen todo su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad completa, toda su Persona. Se queda con nosotros, y «nos entrega» este regalo que es eterno.
El texto lucano
El Evangelio de San Lucas en el capitulo 22, 4, nos dice que Judas Iscariote fue con los sumos sacerdotes, «buscando una oportunidad para entregárselo». Así, aunque un apóstol lo «entrega», debemos tener en cuenta que Judas no entregó al Mesías; entregó al hombre, como nos señala el gran teólogo español González Faus. Esto cambia mucho las cosas.
Los soldados lo prendieron, y atado como un vulgar delincuente, lo condujeron a la casa de Anás, que era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año, a quien «entregan» a Cristo. Ahí, Jesús clama por sus derechos humanos en una frase que sigue estremeciendo a los tribunales del mundo: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?», (Cfr. Jn 18, 12-24).
Marcos y Lucas
Según estos evangelistas, los sacerdotes lo «entregan» a Poncio Pilato, Mc 15, 1. Lo llevan atado, como temiendo que se escape. Ahí, el procurador le pregunta: «¿Eres Tú el Rey de los judíos?»... Y Cristo, con la sencillez de un niño, le contesta: «Tú lo has dicho». Aquí tenemos una estampa increíble: El Rey del Universo atado, el Dios que camina con el hombre, impotente ante los hombres. San Lucas, 23, 7, narra la secuencia de los hechos. Pilato lo «entrega» a Herodes Antipas que estaba en Jerusalén por la Pascua, pues él gobernaba Galilea y Jesús era de aquellas tierras. El mismo evangelista cuenta que Herodes lo «entrega» de nuevo a Pilato, cubierto con un vestido de gala mofándose de Él; Pilato deja que el pueblo decida, pues afirma: «No encuentro en Él ningún delito» (v. 25). El pueblo enardecido grita: «Sea crucificado», Mt. 27, 22. Pilato suelta a Barrabás, «y a Jesús se ‘lo entregó’ a su deseo».
La última
entrega
San Juan, el «Apóstol de las Profundidades», en el capítulo 19, 30, tiene como testigos la última «entrega» de Jesús a su Madre Santa y al discípulo amado, antes de exhalar su último suspiro en la hora nona, en el día más negro para toda la Humanidad. Jesucristo pronuncia la séptima palabra en la Cruz: «Todo esta cumplido», e inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Se entrega al Padre, pero el espíritu no muere y ¡seguirá el Cristo vivo hasta la eternidad! Aquí empieza a vencer a la muerte, y poco después, con su Resurrección, vuelve luego a ser glorificado.
Y nosotros ¿qué le hemos entregado al Señor en todos los años de vida? Él nos entregó todo, hasta la última gota de su Sangre y su vida. Es tiempo de entregarnos a Él, a través del cuidado de los pobres, de nuestra oración profunda, de nuestra meditación diaria y amorosa de su Palabra que nos vivifica.