Jesús, el comunicólogo por
excelencia.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fintan Kelly
“A Cristo todas las realidades materiales le hablan de Dios, todo es una
oportunidad para anunciar el mensaje de Dios, esa rica realidad, vivida,
contemplada tantas veces en esos largos ratos de meditación y diálogo con el
Padre Celestial: el agua, el vino, una piedra, los campos de labranza, el cielo,
el sol, la vida, la higuera, la semilla, la tempestad.
O las situaciones humanas: una boda, un festín, la pérdida de una moneda, el
oficio de pastor, la situación social de un pobre o de un rico, de un padre o de
un hijo; de una doncella, de una mujer casada, de una mujer que da a luz, de una
mujer sorprendida en adulterio...
Toda realidad material, por más humilde y despreciable que parezca, toda
situación humana, individual o social, es para el Verbo Encarnado ocasión de
anunciar el mensaje del Reino de Dios.”
La capacidad de comunicación consiste básicamente en la habilidad del
comunicólogo de armonizar dos cosas: el contenido (las ideas que quiere
transmitir o los sentimientos y emociones que desea suscitar) y la forma (la
manera de expresar el contenido).
No hay duda que nunca ha existido una persona que ha unido tan perfectamente
estas dos cosas como Cristo. Él vació el contenido más sublime y rico (la
doctrina del Reino) en un molde perfecto (sus parábolas e imágenes).
Una vez G. K. Chesterton preguntó: “¿Qué hay que saber para poder enseñar
matemáticas a Pedrito?” Todos le respondieron que era necesario saber
matemáticas. El contestó: “Hay que conocer a Pedrito.” Un buen
comunicólogo dice todo en función del destinatario. Busca conocer bien a su
destinatario para poder transmitirle el mensaje. Todos hemos tenido la
experiencia de tener que “sufrir”, y no tanto escuchar, el discurso de
alguna persona menos experta en la comunicación.
Vemos que Cristo habló con la gente en su propio lenguaje. Siempre tomó en
cuenta los intereses de los demás. Sus interlocutores en gran parte fueron
agricultores y pastores. Por eso Él usó las imágenes del campo. Sus parábolas
del Reino tienen como marco los campos de labranza y el trabajo pastoril.
Cristo tomó en cuenta las situaciones sociales normales como soporte literario
para su doctrina. Él se dio cuenta que era común para las personas perder
monedas, pues no había bancos en aquellos tiempos.
Este hecho le sirvió para hablar del gran interés que Dios tiene en rescatar al
pecador, pues es como la mujer que pierde una moneda y la busca hasta que la
encuentra (¡Tal vez la misma cosa había pasado alguna vez a su madre, la Virgen
María!).
Como buen observador que era, Jesús sabía que entre el pastor y sus ovejas había
una relación muy íntima; ellas conocían su voz y él se preocupaba de cada una de
ellas. Esta constatación fue una excelente comparación para que Él pudiera
decirnos cuál debe ser la relación de cada uno de sus seguidores con Él: cada
uno debe reconocer la “voz” o doctrina de Cristo y no seguir la de los fariseos.
Para hablar del Juicio Final también se sirvió de una imagen pastoril. Era común
que el pastor separase los cabritos de las ovejas, poniendo unos en un lado y
otras en otro. Jesús dijo que va a hacer lo mismo en el día del Juicio Final: va
a separar a los justos de los impíos.
Los fariseos le acusaban de quebrantar la norma del descanso sabático, haciendo
curaciones. Él les contestó que si uno tiene una oveja que cae en un pozo el día
de sábado, lo saca en seguida. Por eso, si a una oveja se le puede salvar el día
de sábado, con mucho más razón se puede salvar a un ser humano.
Era costumbre que para la fiesta de bodas las doncellas, amigas de la novia,
esperasen en la casa de la novia hasta que llegase el novio para llevarla a su
nueva casa. Al llegar éste iban todas en procesión, con una lámpara de aceite
encendida, hasta la casa del novio. Pero a veces el novio fue muy poco puntual y
el aceite se gastaba.
Al llegar él se había acabado el aceite y las doncellas no podían cumplir con la
tradición establecida: fueron sorprendidas con sus lámparas apagadas. Dice
Cristo que así será para algunos en el fin del mundo. La moraleja es que se debe
vigilar para que Dios no nos encuentre despistados, sin frutos de santidad en el
momento de la muerte.
La gran variedad de imágenes que usó Cristo nos muestra que Él conocía muy bien
las costumbres de su país. A veces pasa que una persona conoce sólo lo que entra
dentro del área limitada de su propia experiencia. Seguramente Cristo amplió sus
conocimientos humanos en el contacto directo con la gente. Él guardaba todas
estos conocimientos en su mente. Además tenía una imaginación rica.
Los escritores muchas veces exageran en uno de dos sentidos: o dan un volumen de
ideas tan pesado como un ladrillo o cargan tanto lo que escriben con recursos
literarios que queda igualmente pesado. Se cumple el dicho: “Mucho ruido,
pocas nueces”. No fue así con Cristo.
Él seleccionó bien sus palabras y nunca habló con más palabras de lo necesario.
Pensemos en la Parábola de Buen Samaritano; la narra como si fuese una película.
Sin embargo, no sobra ni falta una sola palabra. Lo mismo podemos decir de la
Parábola del Rico Epulón y Lázaro; quedan perfectamente retratados los dos
caracteres y su visión de la vida.
Tal vez la prueba más grande de la gran capacidad comunicativa de Cristo es el
hecho de que una persona con un mínimo de cultura puede entender gran parte de
los Santos Evangelios. Muchos podrán decir que no están de acuerdo con Él, pero
no pueden decir que no lo han entendido.