Uno de los rasgos fundamentales del integrista es que no admite matices. O se afirma claramente la doctrina o se pone nervioso, llegando a acusar al otro de decir lo que no ha dicho y, por supuesto, a colocarle el mote usual en cada caso: hereje, infiel, reaccionario. Y el integrismo se da con suma facilidad en ideologías o en morales inventadas deprisa con el fin de tranquilizar conciencias violentadas.