AMOR A LA IGLESIA

 

Así pues, la Iglesia se funda en la misericordia de Dios, no en la fuerza de los hombres.

La Iglesia es la comunidad de los pecadores perdonados, "indultados", no de los perfectos.

Nota justamente un estudioso: "El jefe de los apóstoles ha vivido esa hora oscura, ¡el hombre de piedra ha sido tan débil y flojo! Pero en aquellos tiempos se sabía que los apóstoles no eran ni santos, ni héroes, sino sólo servidores, mandados, solamente pecadores justificados, semejantes a todos los demás hombres. Se sabía que la Iglesia no se funda sobre hombres de piedra o sobre héroes, sino solamente en Cristo, y que la caída y el pecado de los hombres de Dios no hacen sino poner en más evidencia el poder de la gracia" (G. Dehn).

Permítanme ahora una confesión personal. Hubo un tiempo en mi vida en que no lograba aceptar sino a la Iglesia de los perfectos.

Cada pequeño desgarrón en sus vestidos me escandalizaba, cada mancha me indignaba. Cada arruga en su rostro me fastidiaba. Cualquier debilidad provocaba condenas implacables por parte del pequeño juez agazapado dentro de mí.

Hoy, por suerte, estoy curado de estas pretensiones idealistas. He entendido que aquella era la Iglesia de mis sueños, no la Iglesia fundada por Cristo y sobre Cristo. He caído en la cuenta, sin hacer de ello un drama, que la Iglesia revela, pero también esconde a Dios. Lo manifiesta, pero -en ciertos momentos- lo oscurece. Lo hace presente, pero a veces nos lo aleja. Sí. La Iglesia es santa, pero hecha por pecadores.

La Iglesia nos entrega a Dios, ciertamente. Pero nos lo ofrece como envuelto en la corteza de la propia miseria, en la maraña de las propias contradicciones. En Dios no hay ni sombra, ni arruga ni mancha. La Iglesia, por el contrario, está hecha de hombres, y consiguientemente hecha de miserias, debilidades, culpas, desórdenes varios. Tiene razón A. Maillot cuando observa que los delirantes de una pureza idealista de la Iglesia son "enemigos del Reino".

He aprendido a amar y a aceptar con alegría la Iglesia tal como es. Porque yo también soy Iglesia. Y también yo tengo necesidad de ser aceptado por la Iglesia con mi peso de miserias y mis sombras. Estoy seguro de que nunca me avergonzaré de la Iglesia. Es más, le estaré siempre agradecido. Incluso por sus sombras. Porque hace resaltar la luz que viene de Otro.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 211