El valor de la Humildad
Autor: Por Pbro. Dr. Francisco Fernández Carvajal |
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Fuente: |
24/05/02 |
La
humildad nos acerca a Dios y nos hace apreciar nuestra realidad frente a la
grandeza Divina. Conoce cómo vivir a fondo esta virtud.
Narra San Mateo en el Evangelio de la Misa (1) que Jesús se retiró con sus
discípulos a tierras de gentiles, en la región de Tiro y de Sidón.
Allí se le acercó una mujer que, a grandes gritos, imploraba: “¡Señor,
Hijo de David, apiádate de mí! Mi hija es cruelmente atormentada por el
demonio.” Jesús la oyó y no contestó nada. Comenta San Agustín que no le
hacía caso precisamente porque sabía lo que le tenía reservado: no callaba
para negarle el beneficio, sino para que lo mereciera ella con su perseverancia
humilde (2).
La mujer debió de insistir largo rato, de tal manera que los discípulos,
cansados de tanto empeño, dijeron al Maestro: Atiéndela y que se vaya, pues
viene gritando detrás de nosotros. El Señor le explicó entonces que Él había
venido a predicar en primer lugar a los judíos. Pero la mujer, a pesar de esta
negativa, se acercó y se postró ante Jesús, diciendo: “¡Señor, ayúdame!”
Ante la perseverante insistencia de la mujer cananea, el Señor le repitió las
mismas razones con una imagen que ella comprendió enseguida: “No está bien
tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos.” Le dice de nuevo que
ha sido enviado primero a los hijos de Israel y que no debe preferir a los
paganos. El gesto amable y acogedor de Jesús, el tono de sus palabras, quitarían
completamente cualquier tono hiriente a la expresión. Las palabras de Jesús
llenaron aún más de confianza a la mujer, quien, con gran humildad, dijo “Es
verdad, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de las
mesas de sus amos.” Reconoció la verdad de su situación, “Confesó que
eran señores suyos aquellos a quienes Él había llamado hijos.”(3) El mismo
San Agustín señala que aquella mujer “fue transformada por la humildad y
mereció sentarse a la mesa con los hijos (4). Conquistó el corazón de Dios,
recibió el don que pretendía y una gran alabanza de del Maestro: “¡Oh
mujer, grande es tu fe! Hágase como tú quieres. Y quedó sanada su hija en
aquel instante.” Seria seguramente más tarde una de las primeras mujeres
gentiles que abrazaron la fe, y siempre conservaría en su corazón el
agradecimiento y el amor al Señor.
Nosotros, que nos encontramos lejos de la fe y de la humildad de esta mujer, le
pedimos con fervor al maestro: ”Buen Jesús: si he de ser apóstol, es preciso
que me hagas muy humilde.
El sol envuelve de luz cuanto toca: Señor, lléname de tu caridad, endiósame:
que yo me identifique con tu Voluntad adorable, para convertirme en el
instrumento que deseas... Dame tu locura de humillación: la que te llevó a
nacer pobre, al trabajo sin brillo, a la infamia de morir cosido con hierros a
un leño, al anonadamiento del Sagrario.
-Que me conozca: que me conozca que te conozca. Así jamás perderé de vista mi
nada”(5). Solo así podré seguirte como Tú quieres y como yo quiero: con una
fe grande, con un amor hondo, sin
condición alguna.
II. Se cuenta en la vida de San Antonio Abad que Dios le hizo ver el mundo
sembrado de los lazos que el demonio tenía preparados para hacer caer a los
hombres. El santo, después de esta visión, quedó lleno de espanto, y preguntó:
“Señor, ¿Quién podrá escapar de tantos lazos?”. Y oyó una voz que le
contestaba: “antonio, el que sea humilde; pues Dios da a los humildes la
gracia necesaria, mientras los soberbios van cayendo en todas las trampas que el
demonio les tiende; mas a las personas humildes el demonio no se atreve a
atacarlas.”
Nosotros, sí queremos servir al Señor, hemos de desear y pedirle con
insistencia la virtud de la humildad. Nos ayudará a desearla de verdad el tener
siempre presente que el pecado capital opuesto, la soberbia, es lo más
contrario a la vocación que hemos recibido del Señor, lo que más daño hace a
la vida familiar, a la amistad, lo que más se opone a la verdadera felicidad...
Es el principal apoyo con que cuenta el demonio en nuestra alma para intentar
destruir la obra que el Espíritu Santo trata incesantemente de edificar.
Con todo, la virtud de la humildad no consiste sólo en rechazar los movimientos
de la soberbia, del egoísmo y del orgullo. De hecho, ni Jesús ni su Santísima
Madre experimentaron movimiento alguno de soberbia y, sin embargo, tuvieron la
virtud de la humildad en grado sumo. La palabra humildad tiene su origen en la
latina humus, tierra; humilde, en su etimología, significa inclinado hacia la
tierra; la virtud de la humildad consiste en inclinarse delante de Dios y de
todo lo que hay de Dios en las criaturas (6).
En la práctica, nos lleva a reconocer nuestra inferioridad, nuestra pequeñez e
indigencia ante Dios. Los santos sienten una alegría muy grande en anonadarse
delante de Dios y en reconocer que sólo Él es grande, y que en comparación
con la suya, todas las grandezas humanas están vacías y no son sino mentira.
La humildad se fundamenta en la verdad (7), sobre todo en esta gran verdad: es
infinita la distancia entre la criatura y el Creador. Por eso, frecuentemente
hemos de detenernos para tratar de persuadirnos de que todo lo bueno que hay en
nosotros es de Dios, todo el bien que hacemos ha sido sugerido e impulsado por
Él, y nos ha dado la gracia para llevarlo a cabo. No decimos ni una sola
jaculatoria si no es por el impulso y la gracia del Espíritu Santo(8); lo
nuestro es la deficiencia, el pecado, los egoísmos. “Estas miserias son
inferiores a la misma nada, porque son un desorden y reducen a nuestra alma a un
estado de abyección verdaderamente deplorable” (9). L gracia, por el
contrario, hace que los mismos ángeles se asombren al contemplar un alma
resplandeciente por este don divino.
La mujer cananea no se sintió humillada ante la comparación de Jesús, señalándole
la diferencia entre los judíos y los paganos; era humilde y sabía su lugar
frene al pueblo elegido; porque fue humilde, no tuvo inconveniente en perseverar
a pesar de haber sido aparentemente rechazada, en postrarse ante Jesús... Por
su humildad, su audacia y su perseverancia tuvo una gracia tan grande. Nada
tiene que ver la humildad con la timidez, la pusilanimidad o con una vida
mediocre y sin aspiraciones. La humildad descubre que todo lo bueno que existe
en nosotros, tanto en el orden de la naturaleza como en el orden de la gracia,
pertenece a dios, porque de su plenitud hemos recibido todos (10); y tanto don
nos mueve al agradecimiento.
III. “A la pregunta ‘¿cómo he de llegar a la humildad?’ corresponde la
contestación inmediata: “Por la gracia de Dios” (...). Solamente la gracia
de dios puede darnos la visión clara de nuestra propia condición y la
conciencia de su grandeza que origina la humildad” (11). Por eso hemos de
desearla y pedirla incesantemente, convencidos de que con esta virtud amaremos a
dios y seremos capaces de grandes empresas a pesar de nuestras flaquezas...
Junto a la petición, hemos de aceptar las humillaciones, normalmente pequeñas,
que surgen cada día por motivos tan diversos: en la realización del propio
trabajo, en la convivencia con los demás, al notar las flaquezas, al ver las
equivocaciones que cometemos, grandes y pequeñas. De Santo Tomás de Aquino se
cuenta que un día fue corregido por una supuesta falta de gramática mientras
leía; la corrigió según lo indicaban.
Luego, sus compañeros le preguntaron por qué la había corregido si él mismo
sabía que era correcto el texto tal como lo había leído. Y el Santo contestó:
“Vale más delante de Dios una falta de gramática, que otra de obediencia y
de humildad”. Andamos el camino de la humildad cuando aceptamos las
humillaciones, pequeñas y grandes, y cuando aceptamos los propios defectos
procurando luchar con ellos.
Quien es humilde no necesita demasiadas alabanzas y elogios en su tarea, porque
su esperanza está puesta en el Señor; y Él es, de modo real y verdadero, la
fuente d e todos sus bienes y su felicidad: es Él quien da sentido a todo lo
que hace. “Una de las razones por las que los hombres son tan propensos a
alabarse, a sobreestimar su propio valor y sus propios poderes, a resentirse de
cualquier cosa que tienda a rebajarlos en su propia estima o en la de otros, es
porque no ven más esperanza para su felicidad que ellos mismo. Por esto son a
menudo tan susceptibles, tan resentidos cuando son criticados, tan molestos para
quien les contradice, tan insistentes en salirse con la suya, tan ávidos de ser
conocidos, tan ansiosos de alabanza, tan determinados a gobernar su medio
ambiente. Se afianzan en sí mismos como el náufrago e sujeta a una paja. Y la
vida prosigue, y cada vez están más lejos de la felicidad...” (12).
Quien lucha por ser humilde no busca ni elogios ni alabanzas; y si llegan
procura enderezarlos a la gloria de Dios, Autor de todo bien. La humildad se
manifiesta no tanto en el desprecio como en el olvido de sí mismo, reconociendo
con alegría que no tenemos nada que no hayamos recibido, y nos lleva a
sentiremos hijos pequeños de Dios que encuentran toda la firmeza en la mano
fuerte de su Padre.
Aprendemos a ser humildes meditando la Pasión de Nuestro Señor, considerando
su grandeza ante tanta humillación, el dejarse hacer “como cordero llevado al
matadero”, según había sido profetizado (13), su humildad en la Sagrada
Eucaristía, donde espera que vayamos a verle y hablarle, dispuesto a ser
recibido por quien se acerque al Banquete que cada día preparar para nosotros,
su paciencia ante tantas ofensas... Aprenderemos a caminar por este sendero si
nos fijamos en María, la Esclava del Señor, la que no tuvo otro deseo que el
de hacer la voluntad de dios. también acudimos a San José, que empleó su vida
en servir a Jesús y a María, llevando a cabo la tarea que Dios le había
encomendado.
1. Mt 15, 21-28
2. Cfr. San Agustín, Sermòn 154 A,4
3. Idem. Sermòn 50 A, 2-4
4 Ibídem
5 J. Escrivá de Balaguer, Surco n. 273
6 Cfr. R Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, vol. II, p. 670
7 Santa Teresa, Las Moradas, VI, 10
8 cfr. I Cor 12,3
9 R. Garrigou Lagrange, o. c., vol. II p. 674
10 Cfr 1 Cor 1,4
11. E. Boylan, El amor supremo, Vol. II p. 81
12. Ibìdem, p. 82
13 Is 53, 7
Esta meditación pertenece a la colección "Hablar con Dios" de
Francisco Fernández-Carvajal, tomo IV, Miércoles de la 18ª Semana del Tiempo
Ordinario, Ediciones Palabra
La colección puede adquirirse en
www.edicionespalabra.es
o en www.beityala.com