“De modo que ya no son dos, sino un solo ser”

Mc. 10, 6-9

 

Por Joaquín Gutiérrez,

Sacerdote de San Pedro de Daimiel

 

Ante situaciones “donde te la juegas”; es decir, en aquellas pocas decisiones de la que depende tu vida, como es el caso de vuestro matrimonio, porque te entregas a otra persona y aceptas el reto de hacerla feliz en cualquier circunstancia de la vida; no valen “medias tintas”, ni caben frivolidades. La respuesta ha de ser contundente, en la claridad de planteamientos y en la radicalidad del compromiso.

           

No os “andéis por las ramas”. El amor es más serio que el mero sentimiento afectivo o el simple gozo de compartir proyectos; es un compromiso libre y compartido de entrega y servicio fiel, en la creación de una comunidad de vida y amor, en el fundar una familia, sacramento del amor de Dios.

 

Ante la bondad del matrimonio, Jesús apela a la originalidad de la relación interpersonal, más allá de modas pasajeras o modos superficiales, y lejos de conveniencias individuales o inconvenientes sociales.

 

Vuestro compromiso matrimonial no es un contrato legal que podéis romper cuando os plazca. Vuestra relación personal no es un sueño idílico que fue bonito mientras duró. Vuestro amor no se reduce al placer de estar a gusto en tiempos de bonanza, pero que se torna intolerable ante las dificultades de la vida. Vuestra entrega matrimonial no puede estar condicionada por aquella sutil trampa del que evade su responsabilidad, y se justifica con aquello de “y si se pierde el amor, y si nos dejamos de querer”, porque , en el fondo, le aterran los compromisos definitivos, y piensa mantener una posible escapatoria.

 

Que no sea así entre vosotros. Porque el amor depende de vuestra disposición y de los cuidados que le atorguéis; porque la relación se fortalece en el compromiso definitivo de vuestra libertad, que ahora proclamaréis con decisión y entusiasmo: “si, te quiero, y me entrego a ti, y prometo serte fiel todos los días de mi vida”. Porque la indisolubilidad es prueba de la permanencia del amor, y la fidelidad es camino para vivir éste y conquistar aquella.

 

Vuestro compromiso matrimonial os convierte en “esposados”: en esclavos por amor el uno del otro, y ambos de vuestro hogar familiar. Esta entrega mutua se verifica en el compartir la vida y el amor, todo lo que sois y tenéis. Comunidad de vida y amor que se expande y se recrea en la paternidad y maternidad responsable.

 

Vida compartida y amor entregado que se hacen signo del amor servicial y crucificado de Cristo por su Iglesia, convirtiendo vuestra relación matrimonial en testimonio del amor de Dios. Si, amigos, “sois Iglesia doméstica y sacramento del amor de Dios”.