Homilía de bodas.

Mt  5, 13-16.

 

Por Benjamín Rey Soto,

Sacerdote en San Juan Bautista de Alcázar de San Juan.

 

¿En qué sentido puede decirse de vosotros que sois la sal de la tierra y la luz del mundo, tal y como afirma el evangelio que hemos leído?

Es evidente que os queréis y que vuestro amor se ha ido probando a lo largo del tiempo de noviazgo. Hoy estáis aquí porque ese amor se ha concretado en un proyecto de vida en común, se ha ido haciendo sólido y fuerte. Eso es ser sal y luz en medio del mundo.

 

Es preocupante que lo insípido, lo que no es dulce ni salado, se convierta en realidad cotidiana. A su lado está el amor ese que no termina de lucir porque se queda en lo privado y se esconde debajo del celemín: tantas parejas que no se atreven a dar el paso de poner lo suyo en el candelero, de contraer un compromiso público y que lo sepa la gente. Entenebrecidos y sosos es como estamos.

 

Pero lo vuestro hoy aquí es fuego y es luz que los demás pueden ver porque habéis decidido que se enteren y lo compartan con vosotros. Felicidades. Si no hubiera parejas decididas a romper cierta comodidad para tener su propio hogar, la convivencia se iría deshilvanando hasta hacerse sosa e infecunda. Sin parejas estables, sin hogar, sin familias, la sociedad sería una especie de sociedad anónima productiva, algo sin alma. La pareja heterosexual y la familia es el alma y la entraña del mundo. Vosotros, si estáis abiertos a la vida, sois alma y entraña del mundo, sois luz y sal.

 

Tres reflexiones cortas en este día:

 

-No sois luz genuina ni sal genuina; sois luz y sal participadas. ¿Qué quiere decir esto? Que la luz es Jesucristo, es el Cirio Pascual que encendemos la Noche de Pascua. Nosotros nos creemos astros productores de luz, pero somos más bien lunas que si no reciben no reflejan. Aunque experimentéis en vuestro interior mucha vida y mucha fuerza de juventud, recordad que no sois soles, ¡No os lo creáis!

Solo si os reconocéis dependientes, si sois auténticos, buscáis la luz en donde está y os bañáis en luz cada mañana, podréis construir algo que merezca realmente la pena. Si vivís la fe participareis de ese sol permanente de amor y de vida que es Dios, y se notará, lo reflejareis a los demás sin daros cuenta.

 

-Lo segundo es que la luz tiene que iluminar, y eso quiere decir que, aunque seáis el uno para el otro, no podéis olvidaros del resto del mundo. Sois para irradiar luz, y no para guardárosla. Es curioso como muchas parejas con las que podías contar dejan de implicarse en cosas cuando por fin tienen su propio hogar. Es como si el calor los cerrara sobre sí mismos; y el calor del Amor auténtico nunca debe cerrar a la persona sino más bien abrirla como si se tratara de una ostra que a la temperatura adecuada muestra al mundo su perla, su pequeño tesoro.

 

-Y, por último, recomendaros que no hagáis nunca el uno con el otro lo que hacían con la sal en tiempos de Jesús. Por entonces recubrían de sal los hornos, y esta sal ayudaba a guardar la temperatura en la cocción. Cuando la sal que cubría el interior del horno se volvía sosa la tiraban a la calle porque ya no servía para cumplir su función.  Mala cosa sería que, con el paso del tiempo vuestra sal se volviera sosa. Imagínate que alguien te utiliza y luego te tira.

En la vida pueden pasar muchas cosas, pero no somos sal de horno que pueda tirarse; y por eso esto tiene que durar toda la vida. No puede ser de otra forma si nos tomamos en serio.

 

Dios lleva salando al mundo y dándole luz desde la creación; y no se ha cansado a pesar de nuestras infidelidades y de nuestra poca receptividad. Su amor no es sal de horno, ni el vuestro tampoco.

 

Por Benjamín Rey Soto