Hacer la verdad en nuestra
vida.
Fuente: Escuela de la fe
Autor: n/a
Podríamos resumir
cuanto hasta aquí hemos dicho sobre la formación de la conciencia con la
consigna de San Pablo: “obrando la verdad en la caridad” (Ef 4, 15),
verdad del ser, verdad del pensar, verdad del hablar, verdad del obrar; verdad
metafísica, verdad lógica y verdad ética, aplicadas al comportamiento de la
persona humana: todo un programa de vida, superior al que pudieron imaginar los
filósofos de todos los tiempos.
a. Verdad del ser:
Es la primera exigencia ética del hombre: ser aquello que ya es y debe llegar a
ser más plenamente: identificarse con su ser de persona inteligente, libre,
responsable, dotada de individualidad, puesta en medio del mundo entre otras
personas como ella, con un origen, un fin, una trascendencia y un sentido. Ya el
mero vivir la verdad del propio ser natural permite al hombre elevarse sobre
todo el universo material y sobre los demás seres visibles de modo incomparable.
b. Verdad del pensar:
Nuestra mente está hecha para percibir la verdad. Inclinación natural que no
ahorra la dura disciplina del juicio y del discernimiento, del análisis y de la
síntesis, para aprender a pensar con verdad, para buscar la verdad allí donde no
se manifieste a primera vista. Cuando hablamos de ascesis de la inteligencia,
nos referimos al respeto de la verdad, al pensar disciplinado y orgánico que
respete la realidad y el ser de las cosas tal y como han salido de las manos de
Dios Creador, y la realidad de los misterios tal como Él nos los ha revelado y
han sido interpretados auténticamente por el Magisterio de la Iglesia. ¡Pobre
servicio prestaríamos a los hombres sin esta seriedad, disciplina y
responsabilidad ante la verdad!
c. Verdad del hablar:
El verbum mentis, reflejo del ser real, ha de ser proferido en la palabra
humana, que a su vez ha de reflejar el juicio de la mente. Se trata de las
afirmaciones de orden ético: la veracidad, la sinceridad, el candor, la lealtad
y la franqueza con nuestros semejantes. Hay que rendir culto a la verdad de
nuestras palabras haciendo de ellas vehículo de lo que pensamos. Por medio de
ellas hacemos partícipes a los demás de lo que llevamos dentro: la palabra surge
como puente que hace transparente a los demás nuestro corazón, la intimidad de
nuestra persona, y no una cortina de humo o un esbozo de niebla que la oculta.
Sería una perversión que rompería el contacto con las personas haciendo de cada
una isla hosca e inaccesible a los demás.
d. Verdad del obrar:
La verdad hay que vivirla. El apóstol Santiago nos exhorta de esta manera:
“Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a
vosotros mismos” (St 1, 22). Verdad del comportamiento y de la vida, vivir
como se cree; coherencia de la vida con la fe que se predica y con la vocación
que se ha elegido. Hacer la verdad ante todo de cara a Dios, nuestro
remunerador, a cuya imagen hemos sido creados. Hacer la verdad ante Jesucristo,
nuestro Redentor, Verdad encarnada. Hacer la verdad de cara a la Iglesia,
viviendo coherentemente la fe que profesamos. Hacer la verdad de cara ante
nuestra Congregación o Instituto, en un esfuerzo leal por integrar mente,
corazón, obras, según su espíritu. Hacer la verdad de cara a nuestros
semejantes, en un clima de sinceridad, autenticidad, justicia, lealtad,
fidelidad, equidad, benevolencia y comprensión. Hacer la verdad es vivir a
Cristo, es no admitir titubeos, reticencias mentales, apartados postales, cotos
privados al margen de las grandes exigencias de nuestra vocación de mujeres
consagradas.
En una mujer consagrada la insinceridad no debe darse. La insinceridad es
incompatible con nuestra dignidad de esposas de Cristo. El padre de la mentira
es el demonio, podemos decir –en general- que cuando un alma es insincera está
en las garras del demonio. Además se pierde esa unión del alma con Dios; Dios no
puede vivir en una persona doble. Por la sinceridad nos mantenemos en el camino
hacia el fin: Dios y alcanzamos la paz de la conciencia. La convicción es como
la hermana de la sinceridad. Convicción es hacer las cosas porque yo quiero
hacerlas y con un gran amor a Dios. Se actúa por convicción porque ha
interiorizado sus principios, sus normas, sus certezas. La hipocresía es un
derivado de la insinceridad. Se es hipócrita cuando se tiene dos caras. Cuando,
por un lado, te sonríe y por otro te come, te critica, te difama. Eso no debe
darse en una mujer llamada al amor, llamada a ser otro Cristo. La hipocresía
hace al hombre odioso ante Dios y causa repugnancia a las almas, pues ella es
madre del fingimiento, de la doblez y también tiene por padre al diablo, señor
de la mentira. Ella provoca, en quien la vive, insatisfacción, carencia de
identidad humana y priva de la posibilidad del diálogo espontáneo y sencillo con
Dios y de una relación humana cordial y recta con los demás..