Autor: German Sánchez Griese

¿Ha cambiado el hombre después del Concilio Vaticano II?


Para poder llevar adelante la difícil pero importante misión de la formación o del ejercicio del servicio de la autoridad, es necesario tomar en cuenta la fenomenología de las acciones del hombre, pero explicadas a la luz de lo que es el hombre.

 

¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él?
El misterio del hombre ha fascinado ha generaciones enteras. Sin embargo, “no es el hombre el que se plantea el problema: es el mismo hombre el problema, y su existencia es problemática.” 1 Una problemática que toca a todos los componentes del género humano.

Este misterio y esta problemática cobran matices interesantes cuando una persona humana decide seguir a una persona de naturaleza humana y de naturaleza divina: Cristo. Si como dice Benedicto XVI, “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” , 2 el misterio del hombre se comprende sólo a la luz de la Persona a la cual ha decidido seguir y de la cuál mantiene siempre su impronta, su huella (Gn. 1, 27). Conocer al hombre, entenderlo, es conocer su naturaleza y de alguna manera descifrar el misterio que contiene en sí mismo.

Si a este ya complicado misterio sumamos otro misterio, que es el de la vida consagrada, la cuestión se complica un poco más. “La comunidad religiosa es un don del Espíritu, antes de ser una construcción humana. Efectivamente, la comunidad religiosa tiene su origen en el amor de Dios difundido en los corazones por medio del Espíritu, y por él se construye como una verdadera familia unida en el nombre del Señor. Por lo tanto, no se puede comprender la comunidad religiosa sin partir de que es don de Dios, de que es un misterio y de que hunde sus raíces en el corazón mismo de la Trinidad santa y santificadora, que la quiere como parte del misterio de la Iglesia para la vida del mundo.” 3 Para quien vive en comunidad, la concepción del hombre debe ser vista por tanto a la luz del misterio de Dios y del misterio de la vida fraterna en comunidad.

Una dificultad ulterior lo encontramos en las circunstancias por las que atraviesa el mundo. Una cultura ajena a los valores evangélicos ha generado muchas heridas en el hombre, en su naturaleza humana. Heridas que en cierto modo pueden predisponer el seguimiento de Cristo, y no sólo, sino incluso una sana vida humana .4 Frente a tales problema que se pone el hombre de hoy, existe la tendencia equivocada a pensar que el hombre de la así llamada post-modernidad deba ser concebido en manera distinta a como fue pensado en su origen. Se trata para muchos, de un cambio de paradigma que nos haga capaces de entender al hombre de hoy para ayudarle a superar traumas y fijaciones que lo habían encadenado en el pasado a un estado de vida que lo hacía infeliz. Se habla por tanto de condicionamientos culturales que inciden sobre el hombre.

Frente a estas y otras dificultades, quien lleva sobre sus espaldas la formación y la animación de una comunidad religiosa , puede sentirse perdido. Son muchas las teorías, las escuelas de psicología, los puntos de vista que tratan de explicar lo que es el hombre, en forma tal que mediante esas explicaciones ofrecen un diagnóstico de lo que sucede en cada hombre y tratan de ayudarlo, mediante indicaciones, consejos, sugerencias. La formadora o la superiora de comunidad puede sentirse confundida ante este mar de explicaciones, ya que muchos de ellos se contraponen entre sí, y, lo más importante, parece que van en contra de la concepción cristiana del hombre.

Para no perderse en este maremágnum de confusión que quita paz y la tranquilidad en las comunidades religiosas, creo que lo primero que debe hacerse es distinguir entre lo que son las explicaciones que tratan de discernir lo que es la concepción de la persona humana y aquellas explicaciones sobre la conducta del ser humano. Bajo esta perspectiva, la formadora y la superiora de comunidad deberán distinguir entre Psicología y Antropología. Mi entras que la Psicología “es el estudio científico del comportamiento y de la experiencia humana” , 1 la Antropología o Filosofía del Hombre “estudia al hombre entero y establece la existencia y la naturaleza del principio primero de su ser y de su obrar mediante la reflexión crítica sobre sus propios actos.” 1 Debe por tanto hacerse una diferencia entre la concepción del hombre y el actuar del hombre, que engloba su conducta y su forma de pensar. La diferencia entre Psicología y la Antropología filosófica, bien podría quedar determinada mediante la siguiente cita. “El hombre nos interesa en su totalidad (habla la antropología filosófica), no por este o aquel aspecto. Las ciencia particulares especializadas (antropología, lingüística, fisiología, medicina, psicología, sociología, economía, ciencia políticas), a pesar de sus esfuerzos, tienden a limitar la totalidad del individuo, considerándolo desde el punto de vista de una función o de un impulso particular. Nuestro conocimiento del hombre se hace añicos: a menudo cambiamos una parte por el todo. Éste es el error que nos proponemos evitar.” 7

La formadora y la superiora de comunidad al distinguir entre la concepción del hombre y su conducta podrán discernir entre aquellas explicaciones que sólo miran un aspecto del hombre y aquellas que lo ven en su complejidad. Para poder llevar adelante la difícil pero importante misión de la formación o del ejercicio del servicio de la autoridad, es necesario tomar en cuenta la fenomenología de las acciones del hombre, pero explicadas a la luz de lo que es el hombre.

El hombre en su esencia no cambia, ni siquiera después del Concilio Vaticano II. No cambia en su esencia, aunque influyen sobre él los cambios culturales. Una ley sobre el aborto puede crear una cierta presión en su ser, modificando su modo de pensar, de juzgar y de actuar. Cambia lo externo, pero lo interno, es decir, la forma estructural de su ser no puede cambiar. Si cambia su naturaleza dejará de ser hombre. Por ello, es necesario distinguir la estructura interna de la persona, su naturaleza, de su conducta, su forma de actuar, su modo de pensar. Conviene por tanto iniciar nuestro pequeño estudio distinguiendo como viene conformada la estructura de la persona humana.


La estructura de la persona humana.
Para conocer la estructura de la persona humana utilizaremos la metodología que sigue la antropología filosófica. A partir de los fenómenos que observamos en el hombre debemos preguntarnos sobre el origen de dichos fenómenos. Si el hombre piensa, quiere y tiene sentimientos se debe a que tiene unas facultades que le permiten pensar, querer y sentir. De esta forma podemos establecer unas facultades propias del hombre que lo configuran en su estructura humana y lo diferencian de cualquier otra criatura. Partiremos por tanto de las características esenciales del homb re, su fenomenología esencial, para llegar a establecer su estructura, cómo viene configurado.

La filosofía ha siempre visto como característica esencial del hombre su interioridad, que es la capacidad de recogerse en sí mismo, de ensimismarse , 8 a diferencia de los animales que viven fuera de ellos mismos, pues no tienen un lugar interno en dónde refugiarse, en donde puedan vivir. Esta característica de la interioridad permite al hombre conocerse a sí mismo y conocer todas las cosas que están fuera de él mismo. Conoce porque tiene la capacidad de interiorizarse. Por tanto, una primera potencia del hombre, que nos servirá en nuestro estudio, es la capacidad de conocer: puede conocerse a sí mismo y puede conocer todas las cosas en su esencia espiritual.

Pero no todo en el hombre es espiritual, no todo en el hombre es conocimiento. El hombre es también un ser material, un cuerpo con el que se relaciona consigo mismo, con sus semejantes y con el ambiente. Y aquí se dan unas de las manifestaciones más importantes y características del hombre: puede sentir. Calor, frío. Amor y odio. Amistad y venganza. De un extremo a otro, de las pasiones a los sentimientos, el hombre es un ser que siente. Por ello encontramos en el hombre una cualidad que es la afectividad y cuyo fruto principal son los sentimientos y las emociones. “Son los sentimientos y las emociones, que acompañan los actos del conocimiento y las tendencias, que hacen vibrar todo nuestro ser.” 9

Sin embargo, para complicar más a este hombre, de por si ya complicado, observamos que no está a la merced de sus sentimientos y de sus pasiones. Tiene la capacidad de estar por encima de ellas. Puede pasarse la vida amando, sublimando los sentimientos y las emociones de odio y venganza. O puede vivir siempre odiando, reprimiendo sus sentimientos de donación hacia los demás. ¿Qué capacidad le permite dirigir sus sentimientos, estar más allá del nivel de los instintos? Es la potencia volitiva, la potencia de la voluntad, el querer humano. El hombre conoce las cosas, las siente, pero las puede querer o rechazar por esta capacidad volitiva.

Recordemos que la potencia del conocimiento y la potencia volitiva pertenecen al mundo espiritual del hombre, mientras que la afectividad se da en su aspecto material.
Con estas tres cualidades, el conocimiento, la voluntad y la afectividad, el hombre se constituye a sí mismo como un ser único, diferente de todos los otros seres de la creación. Es precisamente este ser el que queremos analizar. Es este ser y no otro, el que recibe el llamado de Cristo a seguirlo en una vida de intimidad con Él y lo invita a dejar todo para vivir, a la manera de los apóstoles, una vida de pobreza, castidad y virginidad. ¿Cuál será el servicio que le prestarán dichas potencias al hombre en la respuesta que debe dar a la llamada de Cristo?

El conocimiento y la vida consagrada
Comencemos por la potencia del intelecto. Convendrá saber cómo puede ayudar la capacidad intelectiva a alcanzar la identidad de la vida consagrada, que según, hemos dicho en los capítulos precedentes, no es otra cosa que seguir la llamada de Cristo y configurarse con Él en una vida de pobreza, castidad y obediencia.
Por la facultad intelectiva el hombre percibe 10 y conoce las cosas, todas las cosas. Este conocimiento puede ser intelectual o sensitivo. Las fases del conocimiento intelectual son tres, la conceptualización, el juicio y el razonamiento. Mediante estas tres fases el hombre puede analizar, sintetizar y relacionar los conceptos para formarse un juicio. La forma en que se realiza este conocimiento y las diversas operaciones a él ligadas puede estudiarse en los manuales de Filosofía. Lo que debe quedarnos claro es que el hombre, con su capacidad de conocer, tiene la posibilidad de alcanzar el objeto que quiere conocer mediante su intelecto y no s ólo mediante una experiencia sensitiva, vaga o etérea, en donde sólo la subjetividad de la persona puede actuar como norma última. “Finalmente, la naturaleza intelectual de la persona humana se perfecciona y debe perfeccionarse por medio de la sabiduría, la cual atrae con suavidad la mente del hombre a la búsqueda y al amor de la verdad y del bien. Imbuido por ella, el hombre se alza por medio de lo visible hacia lo invisible.” 11
Con estas definiciones podemos decir claramente que la facultad intelectiva permite conocer en su esencia los diversos objetos que se le presentan al hombre. Uno de estos objetos es la llamada que Jesucristo hace a hombres y mujeres para seguirlo más de cerca. Esta llamada puede ser percibida de diversas formas y puede ser conocida por el hombre. Las características de esta llamada y sus implicaciones son también materia del conocimiento, de forma que no se deja a la interpretación subjetiva de la persona. La llamada comporta un estil o de vida muy preciso, requiere de un comportamiento específico y de unas disposiciones muy especiales. El seguimiento de Cristo puede y debe ser reconocido por el intelecto y la persona consagrada puede informarse sobre el contenido de esa llamada.

Todo lo anterior nos permite establecer el servicio que presta la facultad intelectiva a la vida consagrada. La posibilidad de que el hombre y la mujer consagrad puedan conocer la llamada en forma inequívoca y sustancial, es decir, en su esencia, no deja campo para las interpretaciones o la subjetividades personales. La vida consagrada, de acuerdo al deseo de Cristo, su fundador, queda establecida en una forma muy bien definida. Garante de esta definición es el Magisterio de la Iglesia. La persona consagrada con su mente debe esforzarse por entender el significado de la llamada en su vida y las implicaciones en su actuar personal. Si utilizásemos una imagen del evangelio, podríamos decir que la facultad intelectiva permite cono cer la perla de gran valor, el tesoro escondido en el campo. Se percibe la llamada, pero el intelecto sabe razonar, juzgar y comparar esta llamada para valorarla. (Mt. 13, 44 – 46)
La facultad intelectiva le permite conocer y ser consciente de sus actos. Sabe juzgar con claridad mediana sus actos en el pasado y prever los del futuro. La conciencia , 12 juicio práctico de la razón, le ayudará a discernir lo bueno de lo malo, tomar decisiones que lo lleven hacia el fin que se ha propuesto y le premiará o le castigará sobre los actos realizados. Él es dueño de sus actos y no queda limitado por un pasado histórico.

Como colofón de esta potencia, podemos decir que el intelecto permite al hombre conocer quién es el que llama y a qué llama. Las formadoras de la vida religiosa deberán tener siempre en cuenta en su labor formativa el saber presentar adecuadamente la llamada, de forma que la mujer consagrada pueda identificar lo que significa para su vida quié n es el que le hace el llamado y a qué la está llamando. Ayudará a la religiosa a conceptualizar, juzgar y hacer un razonamiento claro sobre esta llamada, núcleo y esencia de la identidad de la vida consagrada. Hay que añadir que un adecuado uso de la facultad intelectiva permite alcanzar la madurez en la persona, “la cual se comprueba, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la facultad de tomar decisiones ponderadas y en el recto modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres”. 13 Sin esta facultad del entendimiento, cualquier hombre es como una hoja en tiempos de vendaval, dejada a la merced de las circunstancias, las pasiones, los sentimientos.

Pero no basta la sola razón.
<>: el amor de Dios vale más que conocer a Dios. 14
Decíamos que la mujer consagrada que recibe la llamada se asemeja a la parábola del evangelio de la perla preciosa o el tesoro en el campo. El hombre aprecia dicho tesoro o dicha perla, lo valora, es decir, lo conoce. Pero enseguida el evangelio apunta que tal hombre, “va, vende todo lo que tiene y compra el campo” o “va, vende todo lo que tiene y la compra”. (Mt. 13, 44 y 46). El conocer la perla o el tesoro no significa hacer nada para adquirirlo. Es necesario apetecer dicho tesoro o dicha perla. Surge entonces la segunda facultad del hombre: la facultad volitiva, la facultad de apetecer, la facultad de querer algo.

Los filósofos distinguen diversos tipos de apetito y volición. Bástenos en este pequeño estudio señalar las consecuencias de esta capacidad de apetecer, de atraer las cosas hacia sí, como lo define Mondin . 15 Al querer las cosas el hombre se pone en la capacidad de decidir. Por lo limitado que es, no puede desear todo al mismo tiempo ni mucho menos puede hacer todo al mismo tiempo. Sin embargo, por la ley natural siente una gran atracción hacia el bien y una repulsa al mal. No son cuestiones culturales, son cuestiones que se llevan en el alma, por el hecho de participar de la naturaleza humana.
Esta capacidad de querer, lo pone de frente a una no menos gran capacidad, que es la de elegir. Se le presentan diversas opciones, diversos objetos por los que debe elegir. Y se elige en base a la ley natural: hacer el bien y evitar el mal. Esta capacidad de elección no es otra cosa que la libertad. De manera que la libertad no es una facultad, sino un accidente de la facultad volitiva, que se explica del siguiente modo: la voluntad es una de las facultades del hombre. Los actos que provienen de esa voluntad, son los actos volitivos y algunos casos, estos actos volitivos son libres.

Para que un acto volitivo sea libre, es necesario que la persona conozca aquello que quiere hacer (los medios para llevarlo a cabo, sus implicaciones, sus consecuencias) y que la persona sea dueña de hacerlo o de no hacerlo. Se establecen de esta manera las condiciones del acto libre. Y es justo en este momento donde también nace el amor. El amor y la libertad están asociadas intrínsecamente, pues “ahí donde comienza la libertad nace el amor y donde nace el amor comienza la libertad” . 16 No podemos hablar entonces de determinismos psicológicos, cuando por determinismos psicológicos entendemos que la voluntad queda reducida o aniquilada por el pasado psicológico, el inconsciente o traumas de la vida pasada. Si bien es cierto que algunos de estos factores pueden condicionar y disminuir la libertad con la que la persona puede actuar, jamás podrán aniquilar del todo la libertad de la persona.

Por la libertad, esto es, la capacidad de elegir y de amar que tiene el hombre en los actos volitivos libres, puede elegir una opción fundamental para su vida, que es el sentido global y totalizante que el hombre da a su vida. Es un hábito de la libertad de forma que todos sus actos pueden quedar orientados haci a esta opción fundamental, pero siempre queda en el hombre, por su facultad volitiva, la capacidad de actuar en determinados actos en contra de la misma opción fundamental que él libremente ha elegido.
Estas disquisiciones sobre la voluntad nos llevan a conclusiones sobre la persona consagrada. Por la capacidad volitiva, siguiendo la parábola de la perla y del tesoro en el campo, la persona consagrada conoce el llamado, pero es su voluntad la que lo hará “vender todo cuanto tiene” para comprar el campo o adquirir la perla d e inmenso valor. Es la voluntad la que mueve la persona a tomar decisiones que puedan hacer que responda al llamado de Dios. La voluntad, como facultad humana puede acrecentarse o disminuirse, dependiendo de la forma en que se ejercite. Con frecuencia las formadoras, superioras y animadoras vocacionales se preguntan el porqué de la falta de vocaciones y su bajo índice de perseverancia en la vida religiosa. Sin llegar a reducir todo a un factor, bien podemos apuntar que la débil fuerza de voluntad en los jóvenes está en el origen de estas dolencias en la vida consagrada. Las formadoras, superioras y animadoras vocacionales, harán bien en integrar en sus programas de formación, de comunidad o de animación vocacional el cultivo de la voluntad, para desarrollar esta facultad en aquellas religiosas que adolecen de una débil fuerza de voluntad.

Por otra parte siendo la libertad un valor propagado a los cuatro vientos en nuestra época, es necesario considerar el concepto verdadero de libertad en la vida religiosa, con sus consecuencias directas en el voto de la obediencia. Libertad no es hacer lo que yo quiera, sino lo que más me convenga para alcanzar el fin que me he propuesto en la vida. La persona consagrada se propone seguir más de cerca de Jesús y utilizará, en lógica consecuencia con su capacidad volitiva, aquellos medios que más puedan ayudarle a alcanzar este ideal. Ideal que filosóficamente se identifica con la opción fund amental. Este concepto de hacer una opción por seguir a Cristo en la vida consagrada, viene explicitado por Juan Pablo II, como una contribución al desarrollo teológico de la vida consagrada en el periodo de la renovación y que de alguna manera revelan la permanencia de la esencia de la vida consagrada a través de toda la historia: “Podrá haber históricamente una ulterior variedad de formas, pero no cambiará la sustancia de una opción que se manifiesta en el radicalismo del don de sí mismo por amor al Señor Jesús y, en El, a cada miembro de la familia humana”. “Es Él quien, a lo largo de los milenios, acerca siempre nuevas personas a percibir el atractivo de una opción tan comprometida.” 17

La vida consagrada, entendida como opción fundamental implica necesariamente la valoración de otras opciones en la vida. Se hace una opción cuando se ha estado en la capacidad de elegir. Saber elegir no es un acto que se debe dar por descontado. La persona puede elegir por diversos motivos, incluso en contra de la ley natural. Puede elegir dejándose llevar por sus pasiones, sus instintos, su comodidad. Puede optar por modelos de vida diversos al evangelio. Puede optar por seguir a Cristo, pero por motivos egoístas o condicionada por elementos que disminuyen o comprometen su libertad.
Enseñar a elegir es una cuestión formativa que se logra haciéndole ver a la persona que su elección debe estar motivada por el amor, que es un inicio de libertad y viceversa, como apuntábamos renglones arriba. Y un campo propicio para hacer esta elección es la oración. “Las personas consagradas, en la medida en que profundizan su propia amistad con Dios, se hacen capaces de ayudar a los hermanos y hermanas mediante iniciativas espirituales válidas, como escuelas de oración, ejercicios y retiros espirituales, jornadas de soledad, escucha y dirección espiritual. De este modo se favorece el progreso en la oración de personas que podrán después realizar un mejor dis cernimiento de la voluntad de Dios sobre ellas y emprender opciones valientes, a veces heroicas, exigidas por la fe.” 18

Se han descuidado, pero son importantes…
¿Quién tiene la primacía en la vida del hombre? Un debate se ha abierto a lo largo de los siglos para saber si es el intelecto o la voluntad quien debe dirigir los actos del hombre. Santo Tomás de Aquino resuelve la cuestión 19 al decir que cuando la cosa en el que el bien se encuentra es noble que el alma misma en la cual se encuentra su imagen intelectiva, entonces la voluntad es superior al intelecto con respecto a tal cosa. Pero si la cosa en la que se encuentra el bien está por debajo del alma, entonces el intelecto es superior a la voluntad.

Sin embargo bien sabemos que el conocimiento y la voluntad pueden estar determinados por la manera en que percibimos y sentimos las cosas. Nos estamos refiriendo por tanto a la afectividad, cuyos frutos má s palpables son los sentimientos y las emociones. Son sensaciones que se refieren a la parte sensible de nuestro organismo y que pueden tener una gran carga afectiva de temor, amor gozo, esperanza, etc. El sentimiento es una impresión agradable o desagradable que experimenta la persona y que no tiene ninguna relación con un objeto. Es simple y puramente un aspecto subjetivo de la persona. Así, mientras que a alguien un día de lluvia le pone nervioso o tenso, a otro lo relaja y le invita a una convivencia fraterna con sus hermanos en religión.

Una emoción es un sentimiento intenso, de duración más breve que un sentimiento, pero que comporta alguna reacción orgánica anterior, concomitante o posterior a la misma emoción.
Se han tratador establecer las causas más profundas de dichos sentimientos. Hay quien ve su origen en el inconsciente, quien en la combinación de recuerdos y memorias. Otro lo tratarán de analizar desde el punto de vista meramente biológico. Su origen e scapa a una causa cierta y segura, constante en el tiempo. Sin embargo, lo que es real es la parte subjetiva de la sensación. El gozo de una persona es su gozo. De igual forma que la tristeza es su tristeza.

Durante algún tiempo, especialmente en la vida consagrada, se trató de suprimir la vida afectividad. Hoy en día nos encontramos con el péndulo del reloj hacia el otro lado y así hay quienes de alguna manera quieren dar una primacía a la vida afectiva de las personas consagradas. En la vida consagrada se ha de buscar la integración afectiva 20 de la persona consagrada, esto es, que la persona sea capaz de encauzar todos sus sentimientos y emociones a la consecución de su identidad como consagrado.
Los sentimientos y las emociones no se pueden, ni se deben eliminar. Mientras que el hombre sea hombre, por más consagrado que lo sea, no dejará de sentir. Su sensibilidad y su afectividad, lejos de apartarlo de su identidad como persona consagrad a, pueden ayudarle a enriquecer esa identidad. Para ello tendrá que utilizar el intelecto y la voluntad. El intelecto para conocer si dicho sentimiento o emoción lo aparta o lo acerca a su opción fundamental. Y la voluntad para poner en marcha los medios necesarios para aceptar o apartar dicho sentimiento o emoción.

¿Aquí finaliza lo que es el hombre?
Al inicio de este pequeño artículo hablábamos de la importancia de considerar al hombre en toda su integridad, para no caer en un aspecto reduccionista, como es el caso de algunas ciencias. Hasta ahora hemos hablado de una parte del hombre, de la estructura de su alma. Pero debemos considerar que el hombre es también cuerpo y espíritu. Una forma de concebir al hombre que sólo tome en cuenta su alma, con las tres potencias antes señaladas y que deje a un lado el componente biológico y el componente espiritual, es una concepción hombre incompleto, un error, como otros muchos en los que se puede caer al consid erar lo que es el hombre.

Una visión global de lo que es el hombre nos lo da la Revelación, el plan de Dios para el hombre. Oigamos lo que dice S. Pablo al respecto: “Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la Plenitud de Dios.” (Ef,. 3, 14 – 19).

Se establece por tanto una concepción tripartita en el hombre: el cuerpo, en su aspecto biológico (bios), su espíritu, con sus facultades y potencias (psiche) y el alma (nous), el lugar en dónde habita Dios. Los nombres que reciben los distintos estratos de esta concepción tripartita son muy variados, de acuerdo a las culturas, yen el caso de la cristiandad, de acuerdo a los santos. Para santa Teresa de Ávila por ejemplo, conviene revisar la nomenclatura que utiliza en sus escritos, especialmente cuando describe la vida del alma en “El castillo interior”. Hay santos que utilizan una terminología a mística que puede escapar a todo concepto humano, pero que refleja sin lugar a dudas el hecho de que existe un lugar en el hombre en dónde su alma habita con Dios.

En base a esta concepción tripartita, se establecen las diferentes ciencias que tratan de cada uno de estos aspectos del hombre y que la superiora o formadora deberá tener en cuenta en el momento de formar y dirigir a una persona. No debe olvidar sin embargo que la persona humana es una unidad y como tal lo que sucede en una parte de su ser tiene repercusiones en las otras, como vasos comunicantes. Así, puede observarse en un ejemplo típ ico, que las personas que pasan por una fuerte crisis de depresión quedan afectadas no sólo en su ánimo (psiche – nous), sino también en su parte biológica (bios), a través de los desórdenes en el comer, en el sueño, en sus actividades motoras. Por ello conviene que conozca en forma somera cuál es el estado normal del alma y sus enfermedades más importantes, así como el estado normal del espíritu y sus enfermedades más importantes.

Como puntos de referencia para conocer el estado del espíritu y sus enfermedades más importantes un libro bastante aceptable, completo y de fácil lectura es Terapia delle malattie spirituali, un’introducione alla tradizione ascetica della Chiesa ortodossa, de Jean-Claude Larchet, Edizioni San Paolo, Milano 2003. Otro libro clásico en este aspecto es de Teología de la perfección de Royo Marín. Libro un tanto difícil de leer, pero cuya lectura vale la pena para conocer los distintos estados del alma y sus enfermedades. Existen por último los libros de los santos, que tanto ayudan a ilustrar en la práctica lo que los manuales y libros de teología espiritual tratan de desentrañar.

En lo que se refiere al estado del espíritu, puede servir el tener contacto con buenos manuales de Psicología, sobre todo aquellas escuelas que estén siempre abiertas al trascendente y a la concepción cristiana de la persona humana. Aquellas que aceptan por tanto la influencia de la gracia en la persona, a través del alma y que dan al hombre la posibilidad de superar sus deficiencias o sus influencias del pasado mediante la libertad y la fuerza de voluntad. Hablaremos un poco más al respecto en el siguiente inciso de nuestro artículo.

La superiora o formadora deberá estar muy al pendiente de aquellas concepciones reduccionistas del hombre. En nuestro tiempo la de mayor importancia es la del materialismo que reduce al hombre bajo distintas dimensiones a su cuerpo. Como el cuerpo humano participa en todas las expresiones de su ser (espíritu y alma), muchos reducen a la dimensión corporal la dimensión del espíritu y la dimensión del alma a meras manifestaciones psicosomáticas. Las principales manifestaciones de este materialismo que han acosado el siglo pasado y el actual son el materialismo marxista, el materialismo humanista, el materialismo del bienestar económico y el materialismo psicoanalítico. Brevemente podemos decir lo siguiente de cada uno de ellos .21

El materialismo marxista se basa en la convicción de que la materia es la matriz última de toda realidad, y en particular de cualquier expresión humana. El hombre es una expresión más elevada de la materia evolutiva. Significa que el hombre puede comprenderse con la ayuda de categorías materiales.

El materialismo humanista, muy extendido en Europa, dice que los valores y los bienes materiales deben servir para la realización de los ideales de justicia, libertad, fr aternidad, humanización del hombre por parte del hombre mismo. EL sentido del hombre se encuentra dentro del hombre y sólo en el horizonte humano. El mismo hombre es capaz de crear estos valores humanos partiendo de una base material. La solución a los problemas como el dolor, la angustia, el sufrimiento, deben ser resueltos, según ellos, sólo mediante iniciativas humanas. Este tipo de materialismo se ha extendido quizás en las comunidades religiosas femeninas cuando se piensa que todos los problemas de la vida fraterna en comunidad, por ejemplo, se resuelven con la sociología, con la aplicación de las teorías de liderazgo, dejando a un lado la acción de la gracia en la vida de la comunidad y en la vida personal de cada religiosa. Otra variación de este mismo problema es cuando se piensa resolver todos los problemas de las religiosas a través de la Psicología o cuando se pide a las novicias o postulantes que hagan un psicoanálisis, como requisito a la admisión o a la profesión perpet ua.

El materialismo del bienestar económico da una importancia excesiva a los valores del cuerpo como única posibilidad para acceder a la felicidad, generando una cultura de consumismo. Quizás este materialismo puede infiltrarse en la vida consagrada cuando se exigen medios materiales desproporcionados a la misión o siguiendo únicamente la moda del mundo.

El materialismo psicoanalítico piensa que la vida psíquica (psiche) es sólo un reflejo de procesos corpóreos o materiales. La libido sexual es la que gobierna a todo el ser humano, en forma tal que esta escuela de psicología reduce el hombre al instinto. Según ellos, el espíritu, con sus facultades de conocimiento, libertad y afectos está dominada por las energía líbicas que dirigen y orientan todas las decisiones de la persona.


La gracia y la libertad.
Muchos de estos materialismos influyen en la concepción del hombre, reduciendo todo sus ser a e xpresiones de la materia. Conviene estar atento y analizar con cautela cada una de estas nuevas teorías que de vez en cuando aparecen y que prometen la solución de los problemas personales y los problemas comunitarios. No existen recetas para saber si dichas teorías reducen al hombre a una manifestación de la materia. Sin embargo, para descubrirlas, hay que pasarlas por la cerniera de la libertad y de la gracia.

El hombre, mediante su cuerpo (bios), sus capacidades espirituales (psiche) y su alma (nous) tiene una doble capacidad para caminar por la vida y enfrentar toda vicisitud que se le presente. Esta doble capacidad es la gracia y la libertad. Por la gracia se hace partícipe de la misma vida de Dios que reside en su alma (nous) y lo hace capaz de vivir en plenitud, en amistad y en armonía con Dios, como recordaba el apóstol San Pablo, en la cita que hemos arriba señalado: “…para que os vayáis llenando hasta la Plenitud de Dios.” (Ef,. 3, 19) . No es por tanto una quimera o un sueño el saber que Dios actúa en cada persona, en la medida que cada persona quiera actuar. Entramos por tanto en la otra capacidad del hombre, su libertad. Como hemos visto, por su libertad el hombre tiene la capacidad de elegir el bien y rechazar el mal, siempre y cuando tenga bien formada la recta conciencia, en forma tal que buscará agradar a Dios en cada una de las decisiones que tome. Por el misterio de la Encarnación sabemos que la humanidad de Cristo se ha unido misteriosamente a la divinidad, en la persona del Verbo. Todo su ser actuaba para dar gloria a Dios, esto es para agradarlo. La persona consagrada puede aprender del misterio de la Encarnación el actuar eligiendo (libertad) el agradar a Dios. Su actuar se convierte por tanto en un instrumento para divinizarlo.

La superiora y la formadora que quiera conocer verdaderamente a las personas que la Providencia le ha encomendado pueden ayudarse de las ciencias humanas como la Ps i cología, la Sociología, siempre y cuando éstas estén abiertas al trascendente. Pero deberá tomar cuenta que es una visión parcial de la persona humana. Estas, y otras ciencias dan una visión del hombre bajo un punto de vista. El hombre no es sólo liderazgo ni conducta humana. El hombre es también y sobre todo lugar en dónde Dios habita, mediante la gracia, en la medida que el hombre se deje modelar de ella, es decir, en la medida en la que el hombre con su libertad elija seguir siempre la vida que le indica Dios. De esta manera la superiora y la formadora podrán ayudar a conocer mejor a sus compañeras y a vivir con mayor plenitud la vida consagrada. El hombre, como misterio que es, como espíritu encarnado puede y debe llegar a su plenitud, que es transformarse en Cristo para vivir la vida de Dios que le ha sido regalada en el bautismo. Las religiosas, por la especial consagración que hacen de su persona a Dios poseen medios especialísimos para que esta vida pueda fluir con mayor abun dancia. Bienvenidas todas aquellas ciencias que con su carácter científico co-ayudan al conocimiento de la persona consagrada de modo que ésta sea verdadero templo del Espíritu santo.




NOTAS

1 Ramón Lucas Lucas, El hombre espíritu encarnado, Compendio de filosofía del hombre, Sociedad de Educación Atenas, Salamanca 1995, p. 15.
2 Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 25.12.2005, n. 1.
3 Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, La vida fraterna en comunidad, 2.2.1994, n. 8.
4 Uno de los últimos documento de la Congregación para la Educación católica habla explícitamente de estas heridas causadas en los jóvenes aspirantes al seminario. Podemos extender este discurso fácilmente a las jóvenes que desean ingresar al noviciado. La cultura contemporánea no respeta a ningún tipo de persona, hiriéndolo e n su misma naturaleza humana: “Infatti, coloro che oggi chiedono di entrare in seminario riflettono, in modo più o meno accentuato, il disagio di un´emergente mentalità caratterizzata da consumismo, da instabilità nelle relazioni familiari e sociali, da relativismo morale, da visioni errate della sessualità, da precarietà delle scelte, da una sistematica opera di negazione dei valori, soprattutto da parte dei mass-media. Tra i candidati si possono trovare alcuni che provengono da particolari esperienze — umane, familiari, professionali, intellettuali, affettive — che in vario modo hanno lasciato ferite non ancora guarite e che provocano disturbi, sconosciuti nella loro reale portata allo stesso candidato e spesso da lui attribuiti erroneamente a cause esterne a sé, senza avere, quindi, la possibilità di affrontarli adeguatamente.” Congregación para la Educación católica, Orientamientospara el uso de la Psicología en la admisión y la formación de los candidatos al sacerdocio, 29.6.200 8, n.5.
5 Silvestro Paluzzi, Manuale di Psicologia, Urbaniana University Press, Cttà del Vaticano 1999, p. 30.
6 Ramón Lucas Lucas, El hombre espíritu encarnado, Compendio de filosofía del hombre, Sociedad de Educación Atenas, Salamanca 1995, p. 19 – 20.
7 A. Heschel, Who is man?, Standford University Press, Stanford 1965.
8 Lucas Lucas, L’uomo spirito incarnato, Edizioni Paoline, 1993, pp. 73 – 143.
9 Ibidem, p. 182 - 191
10 Battista Mondin y Lucas Lucas, dos filósofos de nuestro tiempo enfrentan la capacidad del conocimiento del hombre desde diversos puntos de vista. Mientras que Mondin sostiene que todos los vivientes están dotados de percepción y apetito y a partir de ahí comienza a describir el proceso del conocimiento, haciendo una diferencia neta entre el proceso que siguen los animales y el proceso que siguen los hombres, Lucas Lucas prefie re partir de la cualidad de interioridad o ensimismamiento del hombre, en forma tal que explica el conocimiento en una doble vertiente, la del conocimiento sensible y la del conocimiento intelectual. Son dos caminos distintos pero que llegan a explicar el conocimiento y las diversas operaciones intelectuales. Lo que podemos sacar en conclusión de estos dos análisis es la capacidad que tiene el hombre de conocer todas las cosas en profundidad y las operaciones que puede realizar con esta potencia.
11 Paulo VI, Constitución Pastoral Gaudium et spes, 7.12.1965, n. 15
12 “El juicio de la conciencia es un juicio práctico, o sea, un juicio que ordena lo que el hombre debe hacer o no hacer, o bien, que valora un acto ya realizado por él. Es un juicio que aplica a una situación concreta la convicción racional de que se debe amar, hacer el bien y evitar el mal. Este primer principio de la razón práctica pertenece a la ley natural, más aún, constit uye su mismo fundamento al expresar aquella luz originaria sobre el bien y el mal, reflejo de la sabiduría creadora de Dios, que, como una chispa indestructible («scintilla animae»), brilla en el corazón de cada hombre”. Juan Pablo II. Veritatis Splendor, 6.8.1993, n. 59
13 Paulo VI, Decreto Optatam totius, 20.10.1965, n. 11
14 Santo Tomás de Aquino, S.Th., I, 82/3.
15 Battista Mondin, Antropología Filosofica, Edizioni Studio Dominicano, Bologna, 2000, p. 139
16 Lucas Lucas, L’uomo spirito incarnato, Edizioni Paoline, 1993, p 177
17 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n. 3 y 19.
18 Ibidem. n.39
19 S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 82, a. 4. Cf. De veritate, q. 22, aa. 11 y 13
20 “La dimensión humana y fraterna exige el conocimiento de sí mismo y de los propios límites, para obtener el estímulo necesario y el apoyo en el camino hacia la plena liberación. En el contexto actual revisten una particular importancia la libertad interior de la persona consagrada, su integración afectiva, la capacidad de comunicarse con todos, especialmente en la propia comunidad, la serenidad de espíritu y la sensibilidad hacia aquellos que sufren, el amor por la verdad y la coherencia efectiva entre el decir y el hacer.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n. 71
21 Para una mayor profundización de este tema recomendamos el libro de Ramón Lucas Lucas, El hombre espíritu encarnado, Compendio de filosofía del hombre, Sociedad de Educación Atenas, Salamanca 1995.