XX

 

DESEO

UNIVERSAL DE DIOS

SIEMPRE VIENE

POR MEDIO DE LA VIRGEN

 

 

¿Es la vejez?

¿Un pliegue en el cerebro?

¿Acaso las exigencias de la doctrina? Porque nosotros volvemos siempre a la afirmación de que no tenemos más interés que Dios.

Es la afirmación universal de todo cuanto hay de religioso en la humanidad. Y es nuestra propia afirmación.

«Tal es la raza de los que buscan al Señor» (Sal 24,6).

Esta búsquedad de Dios y del Invisible ha sido admirablemente perseverante y meritoria. Los antiguos, cuyo recuerdo nos trae el Adviento, se volvieron también hacia el mismo polo:

-hombres de deseos y de santa avidez: «He venido a abrirte la inteligencia, pues eres un hombre de deseos» (Dn 9,23).

-hombres también de santa curiosidad: «Intentaban descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo» (1P 1,11). E, incluso en la eternidad, este deseo en todo momento saciado estará siempre vivo: «Los Ángeles ansiaban contemplarlo» (Ibid. 5,12).

 

Sabemos que Dios vino al encuentro de este deseo, deseo demasiado universal,

demasiado perseverante como para no haber sido creado por Dios mismo: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14).

La alegría de la tierra es que Dios haya venido a ella, que haya hollado con su pie esta misma tierra que nosotros pisamos.

No se trata del motivo.

Eso no cambia el carácter de nuestra vida sobrenatural.

La Encarnación existe.

Es eterna.

No es un recuerdo,

es algo presente.

Nosotros lo estudiamos como un hecho, pero también como la manera de actuar de Dios. Dios se refleja en sus obras.

Él viene a su hora, viene silenciosamente. La cronología no señaló la hora exacta de su venida. El mundo no fue advertido de ella: «Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche estaba en la mitad de su carrera... [tu Palabra omnipotente descendió de lo alto del cielo...].»

Él viene libremente,

y, sin embargo, su venida está ligada a un cúmulo de oportunidades «en la plenitud de los tiempos» (Ef 1,10),

un concurso de condiciones reales, un cortejo de preparaciones divinas que determinan su venida.

La plenitud de los tiempos, ¿ocurre porque es el momento fijado,

por la espera del mundo,

por la culminación de la profecía,

por la suma, incluso, de los crímenes cometidos?

Creo que la señal para Dios fue el alma de la Virgen.

Ella coronó: culminó los preparativos divinos; ella sola los hubiese suplido.

Por otra parte, entre los demás preparativos divinos y éste hay una gran diferencia.

En aquéllos hay una acción de presencia:

Dios los dirige.

Actúa en los hechos históricos.

Él crea las oportunidades incluso cuando parece esperar su venida.

En éste hay una influencia personal y real sobre el misterio:

Su belleza apresuró la hora de la Encarnación;

el Señor fue primeramente dado a ella.

Y por ella dado al mundo.

Ayer solamente promesa y convenio.

En el transcurso de los siglos no hubo más que promesa. Hubo promesa con los patriarcas.

Y también hubo convenio;

Dios se portó dignamente con su criatura.

¿Fue un acto violento de posesión? No.

Él quiso que su entrada en el mundo estuviera subordinada a la aceptación de la Santísima Virgen,

Que la Encarnación dependiera de su consentimiento: «Ecce ancilla Domini.»

La Encarnación, según el Doctor Angélico, era una unión entre el Hijo de Dios y la naturaleza humana: « Spirituale matrimonium inter Filium Dei et humanam naturam » Tras haber sido promesa, se convertía en acuerdo, y un acuerdo sólo se cierra mediante el consentimiento formal de los contratantes.

Dios no pidió el consentimiento a los hombres que vivieron antes de la Encarnación,

-ni a los que vendrían después,

-ni a la naturaleza humana individual que debía ser la de Cristo: todavía no existía.

¡Fue el consentimiento de la Santísima Virgen!

¡Qué espectáculo el de Dios inclinado ante su bendita criatura, rogándole un lugar en su creación!...

La situación jerárquica de Nuestro Señor Jesucristo.

La situación jerárquica de la Virgen...

 

¿Lo que buscamos es únicamente representarnos un espectáculo único?

Es importante que conozcamos la verdad.

Sería interesante reconocer la grandeza de la Santísima Virgen y tomar conciencia, en la medida de nuestra débil naturaleza, de la altura a la que Dios la elevó. Y todavía hay algo más.

No consigo creer que Dios no quisiera, en los días de la Encarnación, darnos la fórmula de su acción sobrenatural y la continuidad de su proceder. El artista que es Dios no tiene procedimientos de un instante que dejen ver la imperfección del agente por la necesidad de una solución inmediata y única.

La Virgen no es para Dios un medio, el procedimiento de un instante, el instrumento por el que se cumplió la Encarnación: una herramienta de la que nos servimos un día; ella me parece, y es, un procedimiento de Dios, la vía auténtica de Dios hacia nosotros.

La Virgen sigue siendo el camino de Dios hacia nosotros; no lo fue solamente aquella vez.

Dios se repite.

Las vías de la Encarnación son de tal naturaleza que Dios no quiere saber de otras.

Por ella se consumó la unión de Dios con la naturaleza humana: no es sino por ella como se consumará, para todos, la unión con Dios.

 

No hay nada tan solemne como el día en que cada uno ingresó aquí.

Pongamos ante Dios el cuidado de nuestros hermanos, puesto que el Señor no se resiste a un haz de súplicas animadas por la caridad;

redoblemos nuestra filial ternura y confianza para con la Mediadora de nuestras almas:

«Invenerunt Puerum cum Maria Matre Jesu.»

¡Encontraron al Niño con María, su Madre !

Amén.