VII

 

MISSUS EST 1896

 

 

Toda la liturgia del Adviento se ocupa indivisiblemente de Nuestro Señor Jesucristo y de su Santa Madre. Cuando nos invita a adorarlo nos reúne, entonces, junto a la Virgen.

«Venid, adoremos al Rey que viene... El Señor está cerca .» Esta liturgia es el reconocimiento y la repercusión de este hecho eterno de la predestinación de la Madre junto con el Hijo en un mismo decreto. Es también la afirmación de que jamás nos preparamos mejor para la fiesta de Navidad que cuando lo hacemos en compañía de la Virgen, y mediante el estudio afectuoso y filial de su belleza.

No existe una sola circunstancia de la vida de la Santísima Virgen que no ofrezca un amplio tema de contemplación y un estímulo nuevo para nuestra vida. Algunas de estas circunstancias, sin embargo, pueden tener un contenido más práctico, más apto para influir en nuestra vida. Y sucede que estos mismos misterios están dotados de una tonalidad más práctica: a ellos nos conduce hoy el curso de nuestras enseñanzas, y a ello nos invita incluso nuestra propia historia. Nuestra Congregación que, en su fundador, nació el 26 de julio, comenzó a caminar en sus primeros miembros en la fiesta de la Presentación, y es de estos años de retiro y silencio, de piedad y de adoración, verdadero ejemplo de la vida religiosa, de los que quisiera hoy decir una palabra.

La tradición asigna una decena de años a este período: diez años de calma y de paz, que fueron el preámbulo y el noviciado de la vida de la Encarnación. En esta hora, en razón de las riquezas de la Inmaculada Concepción, en razón de la inteligencia perfecta, en razón de las obras sobrenaturales realizadas por la joven Virgen, la santidad está ya cumplida y fuera de toda comparación posible: « El la ha fundado sobre los montes santos» (Sal 87, 1). Para intentar representarla no podemos nosotros sino tomar algunos rasgos.

El Evangelio de san Lucas, hablándonos de la Virgen, una primera vez con ocasión de la adoración de los pastores, otra con ocasión de la visita que el Señor hizo al Templo a la edad de doce años, nos ha revelado un rasgo característico de la vida y del carácter de la Virgen: «María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 51).

No hay situación, por elevada que sea, sobre la que estemos dispensados de reflexionar. Debemos guardar el recuerdo, guardar el recuerdo de todo.

María fue religiosa por la clausura,

religiosa por el silencio,

religiosa por la oración y el recuerdo constante de las cosas sobrenaturales.

No salió del Templo; su vida se empleaba y se gastaba en el servicio de Dios.

 

Organizar la defensa de nuestra vida: excluyendo el mundo; buscando el silencio; conservando el recuerdo de las cosas de Dios; dedicando nuestra vida a las tareas del culto...

 

«MISSUS EST» 1896.