Grandes
líneas de
la Doctrina Social de
la Iglesia
en los
últimos cuarenta años
Pedro
Beldarraín, cmf
¿A qué
llamamos "doctrina social de
la Iglesia"?
Nuestra reflexión debe
comenzar con un acercamiento al mismo concepto: "Doctrina Social de
la Iglesia". Las discusiones sobre él se han acentuado en los últimos
años. Para muchos el uso de la palabra "doctrina" no es el más adecuado; pero
incluso quienes lo creen así acaban utilizándolo; su uso ha consagrado la
palabra.
La Conferencia de Puebla (1979) se refirió a
la DSI con los siguientes términos:
"Conjunto de orientaciones,
doctrinas y criterios de acción que tienen su fuente en
la Sagrada Escritura, en la enseñanza de los Padres y grandes
teólogos de
la Iglesia y en el magisterio, especialmente de los últimos papas"
(n. 472).
Uno de los mejores
tratadistas españoles de las cuestiones sociales, Luis González-Carvajal, la
define así:
"La DSI es la explicitación de las
consecuencias sociales de la fe cristiana llevada a cabo en los tiempos modernos
por el magisterio eclesiástico" (1992: 655).
Como es bien sabido suele
hablarse de
la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891) como el
documento con el que nace
la DSI. Ello no quiere decir, ni mucho menos, que antes no haya
habido pronunciamientos de la comunidad cristiana sobre cuestiones sociales. Es
evidente que si leemos con detalle el Nuevo Testamento, si observamos las
palabras y praxis del mismo, si acudimos a los Padres, vemos esa presencia. Es
importante tener en cuenta que normalmente asociamos DSI con el mundo que nace
-vamos a
hablar así-
con la revolución industrial. De ahí que González Carvajal aluda expresamente a
"los tiempos modernos".
En su definición quiere
subrayarse otro aspecto:
la DSI es una consecuencia de la fe; es una explicitación de sus
consecuencias sociales. Las palabras usadas en Puebla también lo subrayan al
hablar de las fuentes de
la DSI.
Marciano Vidal, teólogo
moralista español de prestigio internacional, da un paso más buscando una
definición de DSI "menos reductiva", y hablando de "la potencialidad que tiene
la fe cristiana para iluminar y transformar la realidad social de cada época y
de cada situación". Sus palabras son muestra de la insistencia que otros
teólogos quieren hacer en que
la DSI no es principalmente "textos", ni documentos,
-ni
mucho menos encíclicas-;
la DSI es una dinámica que emana de la fe, un potencial de ésta que
tiene que ver, sobre todo, con la puesta en práctica de la vida cristiana. La
insistencia no carece de sentido; hay un gran peligro entre nosotros
-al
menos en los ambientes cristianos que parecen más oficiales en España y
alrededores hoy-
de identificar DSI con los escritos de los papas.
¿Tiene
la Iglesia derecho a formular una "doctrina social"?
Los últimos 40 años
(periodo al que este aporte debe sustancialmente referirse) han sido escenario
de un cambio importantísimo en la vida de
la Iglesia, en su autocomprensión y en la reflexión que los
cristianos hemos hecho sobre nuestra presencia en el mundo.
La DSI ha sufrido en estas décadas las consecuencias de este ajuste.
Hay que hablar por tanto de "la crisis de
la DSI".
Uno de los problemas a los
que ha tenido que enfrentarse es al de su misma justificación. Amplios sectores
de interés y poder
-de
muy diferente origen ideológico-
han coincidido en desear la ausencia de palabra de
la Iglesia sobre cuestiones sociales. Su mensaje ha venido a ser
coincidente: que
la Iglesia hable de la salvación y de "las cosas de Dios", que de las
del mundo ya hablaremos nosotros. Los cristianos
-el
magisterio-
se ha visto en muchas ocasiones obligado a justificar porqué habla también "de
las cosas de este mundo".
Desde otras posturas
también se han puesto inconvenientes a
la DSI, apelando a la autonomía de las realidades sociales y
económicas. El mundo "de la economía"
-se
dice-
tiene también sus leyes, como las tiene el mundo de
la física-. No tiene sentido que
la Iglesia quiera opinar sobre lo que no sabe o sobre lo que "tiene
que ser de una determinada manera".
Este discurso es algo más
difícil de rebatir. Esa supuesta "dificultad" de la economía; la necesidad de
"saber", se esgrime con frecuencia para justificar medidas y posturas ("no hay
otra política económica posible", suele decirse). Cualquier persona medianamente
honrada y versada en el funcionamiento de lo económico sabe que eso es falso:
hay muchas maneras de organizar la satisfacción de las necesidades humanas, de
producir bienes y servicios, y de proceder a su reparto. Lo que sí puede
acontecer es que una vez establecidos determinados objetivos, modelos de
sociedad y de estilo de vida, haya únicamente maneras muy concretas de llegar a
ellos.
Los cristianos también
objetan a ese carácter supuestamente inaccesible de lo económico. Dice González
Carvajal: el mundo de los problemas sociales no se reduce a mera técnica. "La
moral debe establecer los fines de la actividad económica. A continuación la
ciencia económica determina los medios eficaces para lograr tales fines. La
moral, por último, tendrá que intervenir otra vez para decir cuáles de esos
medios eficaces son medios legítimos" (1992: 657).
Las fuentes
de
la Doctrina Social
Ya León XIII y los
primeros tratadistas sistemáticos de
la DSI reflexionaron este tema y aludieron a dos fuentes básicas: la
revelación y el derecho natural, mencionados normalmente de modo conjunto. En la
práctica, durante la primera parte del siglo XX, predominó en los escritos
pontificios la apelación al "derecho natural". No debe extrañar; sabemos que el
recurso a
la Escritura ha sido redescubierto por
la Iglesia Católica en nuestro siglo. En los documentos
postconciliares se detecta, según algunos autores, una disminución de ese apelar
al derecho natural. Mi sensación personal es que los últimos documentos de Juan
Pablo II, especialmente Veritatis Splendor y Fides et Ratio
intentan volver a ello bajo el epígrafe "ley natural". Son conscientes de que
nos encontramos en un entorno cultural crecientemente mundializado en el que el
diálogo no puede basarse muchas veces "en la revelación" si se quieren encontrar
espacios comunes con otras tradiciones (religiosas o a-religiosas).
Durante este siglo se ha
cuestionado mucho la noción de "derecho natural". Es evidente que con
frecuencia, no sólo en
la Iglesia, se han colocado bajo ese "paraguas" principios, ideas y
prácticas pertenecientes a determinadas concepciones o experiencias del mundo
-la europea,
por ejemplo-.
De todas maneras es muy peligroso "tirar el niño con el agua": "no parece
posible prescindir del derecho natural considerado en un sentido amplio, es
decir, de lo humano del hombre según se lo conoce por la recta razón" (González
Carvajal 1992: 658).
En cuanto a
la Escritura y a
la Tradición de
la Iglesia, debidamente entendidas, me parece muy claro en que medida
son fuente de
la DSI. No me detengo en ello.
Un método
también puesto en cuestión
El método de
la DSI tampoco se ha librado de ser discutido en estos años. Los
analistas están de acuerdo en señalar un cambio importante, una "inflexión" que
sitúan en el pontificado de Juan XXIII. Hasta entonces, como en tantos campos de
la teología, el método había consistido en la aplicación de principios
permanentes a situaciones cambiantes (método "deductivo"). A partir de
entonces se adopta una perspectiva "inductiva". Aumenta la preocupación por la
situación histórico-social concreta. El objetivo es "la lectura de la realidad a
la luz de
la Palabra de Dios".
Tres indicadores nos
sirven para tomar constancia de la relevancia del cambio:
1.
Se amplía el recurso a las ciencias
sociales. Así lo sugiere ya Gaudium et Spes (GS) 44:
la Iglesia necesita la ayuda de otras personas
-"creyentes
o no creyentes"-
que conozcan a fondo las diversas instituciones y disciplinas y comprendan con
claridad la razón última de todas ellas. Clodovis Boff reflexionó muy bien todo
esto en "Teología de lo Político".
2.
Se insiste en la necesidad de atender
a "los signos de los tiempos", con lo que eso supone de recuperación de un
concepto evangélico, y con todas las potencialidades que ha abierto en el
caminar posterior de los cristianos.
3.
Hay una "ampliación" de los
destinatarios de
la DSI. Incluso los textos que antes se dirigían únicamente a los
obispos se escriben a los no-creyentes, a los gobernantes de las naciones, a la
"opinión pública". En esta ampliación el magisterio corrige
-en
parte y al menos en la teoría-
algo el eurocentrismo con el que vivió y quizá vive aún.
Niveles en
la DSI
Una de las cuestiones que
más necesario es tener en cuenta a la hora de acercarse a cualquier tipo de
magisterio eclesial es el carácter "jerárquico" de las verdades. Lamentablemente
se trata de algo que quizá no tiene en
la Iglesia actual el serio tratamiento que merece en estos tiempos en
los que no falta quien vea en el Obispo de Roma la totalidad y la plenitud del
magisterio, olvidando todos sus demás elementos y expresiones y sobretodo la "eclesialidad"
el servicio del sucesor de Pedro y el sentido de la comunión eclesial.
Esta "gradualidad" de las
afirmaciones magisteriales es, si cabe, más necesaria de considerar al acercarse
a
la DSI por su claro carácter histórico.
La Congregación para
la Educación Católica lo ha subrayado al hablar de
la DSI y su lugar en la formación sacerdotal:
Basándose "sobre principios siempre
válidos" lleva consigo "juicios contingentes", ya que se desarrolla en
función de las circunstancias cambiantes de la historia y se orienta
esencialmente a la "acción o praxis cristiana" (Orientaciones 1988: 3).
Frente a situaciones tan
diversas, nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una
solución con valor universal. No es éste nuestro propósito ni tampoco nuestra
misión. Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la
situación propia de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra
inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y
directrices de acción según las enseñanzas sociales de
la Iglesia" (OA 4)
¿Uniformidad de/en
la DSI?
La respuesta parece casi
evidente, pero el magisterio la ha hecho expresa: “Una misma fe puede llevar a
compromisos diferentes" (GS 43, OA 50). Evidentemente hay unos principios
básicos, inquebrantables (difícil en algún momento formularlos con nitidez);
pero una vez sentados estos la pluralidad se convierte en cierto "paisaje
normal" de la vida eclesial. Es, de todos modos, importante tener en cuenta que
así mismo se invita a instaurar una comunidad fraterna en la que no falte la
escucha recíproca, el diálogo sincero, la solicitud por el bien común... (cf GS
43) Discrepar es una buena oportunidad para el ejercicio del diálogo de calidad.
1959-1999:
Tiempo de "cambios de paradigma"
Así ha sido definida la
evolución de
la DSI por quienes se han acercado a ella más recientemente. La
llegada de los años 60 supuso la puesta en cuestión de una situación que hasta
ese momento había sido pacíficamente "vivida y respetada". Alguien llegó incluso
a proclamar la "muerte de
la DSI". Los autores coinciden en señalar que esta ha revivido
reorientándose y que el pontificado de Juan Pablo II le ha supuesto un "fuerte
espaldarazo".
Un paradigma
preconciliar y neoescolástico
Así es
la DSI que llega a los 60. Se identifica con la jerarquía como
sujeto, en línea con la eclesiológica más bien jerarcológica del momento. Se
privilegia la apelación al "derecho natural" sobre
la Escritura. El método es sustancialmente deductivo, las categorías
filosóficas prevalecen sobre las sociales. Se subraya la existencia de dos
órdenes distintos (lo social ha de someterse a lo cristiano). Los planteamientos
dan pie a que muchos observadores, incluso bastantes cristianos, vivan
la DSI como una "tercera vía" entre el capitalismo liberal y el
colectivismo marxista. No hay un reconocimiento “genuino y claro" de la
autonomía de la secularidad y de la laicidad.
No es justo de todos modos
valorar este modelo como exclusivamente negativo. Fue el intento de respuesta
eclesial a la nueva situación emanada de la revolución industrial. Intentaba
prolongar en el tiempo los tratados de justicia y derecho de los siglos XVI y
XVII, aunque no lograra su calidad, y pretendía ser un aldabonazo en quienes
reducían la fe a una práctica privatista y carente de repercusiones sociales en
un contexto de intimismo. Para los analistas de hoy
la DSI de este momento representó Aun oasis en el desierto de la
teología moral casuística y neoescolástica". Incluso supo, en sus últimos
años de vigencia, jugar un interesante papel en la reconstrucción de
algunas naciones tras
la II Guerra Mundial, Alemania entre ellas, por ejemplo.
La crisis
del modelo: cambios
Los cambios en el modelo
vienen de la carismática mano de Juan XXIII. En Mater et Magistra se
constata ya un cambio del método deductivo. En los textos conciliares ya se verá
con claridad esa inflexión metodológica.
Varios son los factores
que "generaron crisis":
1.
El impacto de la secularización:
la DSI aparece como una intromisión "sacral", como la voluntad de
interferir en los asuntos sociales.
2.
La crisis de la "especificidad
cristiana". Se desata una carrera por encontrar qué es aquello que pueda
distinguir a los cristianos de otros planteamientos.
3.
Ha entrado en crisis el mismo modelo
de iglesia que ha alumbrado
la DSI moderna.
4.
Sus planteamientos teológicos de fondo
también son cuestionados: esa distinción tan clara entre "lo humano" y "lo
cristiano"; el uso ingenuo y escaso de
la Escritura; la lectura espiritualista de la cristología; el recurso
a una eclesiología superada...
5.
Sus aplicaciones prácticas tambiÉn son
criticadas. Se las juzga idealistas (se quedan en lo superestructural),
individualistas (discursos moralizantes), pacifistas en el sentido de
ireneistas (no cuestionan el orden establecido), ahistóricas (la
ortodoxia se impone a la ortopraxis). Se le achaca no haberse percatado de
dimensiones fundamentales: el carácter estructural del capitalismo; el carácter
global de la economía; el significado de la lucha social...
La
emergencia de un nuevo paradigma
Marciano Vidal cree que
estos momentos pueden juzgarse a modo de tesis/antitesis/síntesis. A
finales de los años 70 habría emergido un paradigma nuevo, con notables
variaciones. Muchas de las cosas utilizadas hasta la fecha recobran valor en
cuanto se incorporan a un nuevo marco. Se abre la tarea
-década
de los 80-
de descubrir "la nueva identidad de
la DSI". Ésta se habría manifestado
-en
opinión del mismo Vidal-
con claridad en Sollicitudo Rei Socialis:
1.
La DSI es el "instrumento" a
través del que
la Iglesia "experta en humanidad" (PP 13) realiza su misión. Se
subraya su carácter instrumental; no se trata de un ídolo; su fin es servir a la
persona y al Reino.
2.
2.La DSI es parte de la misión
evangelizadora de
la Iglesia (SRS 41). De ahí
-algo
clave-
que deba impregnar todas las dimensiones de la fe: la liturgia, la catequesis,
la evangelización. Se trata de una cuestión nuclear:
la DSI es de todos los cristianos y para todos.
3.
No es una ideología, ni una tercera
vía, no propugna la constitución de "un orden social cristiano" ni fomentar
instituciones confesionales, reconoce la autonomía de las realidades temporales
y procura ser dialogante y respetuosa con la secularidad y la laicidad.
4.
La DSI
forma parte de la teología moral, y en concreto de la teología moral social. Es,
para Vidal, "lo más novedoso" (1992: 176). Ya no es vista como una filosofía, se
subraya su carácter práxico; se vincula
-añado
yo-
a toda la tarea teológica de
la Iglesia, luego todos hacemos DSI.
5.
Intenta formularse en un modelo "teándrico",
en el que se vive la "interacción entre
la Palabra de Dios y la realidad social humana".
6.
Se articula en tres dimensiones:
principios de reflexión, criterios de juicio, directrices de acción (SRS 8). De
ahí que sus afirmaciones tengan que ser recibidas de distinto modo, cada una
tiene su clave hermenéutica propia.
A pesar de los avances
obtenidos aún queda parte del camino por hacer. En concreto Vidal sugiere que
falta por desarrollar algunas de las insinuaciones hechas por Pablo VI en OA:
clarificar cómo los diversos niveles eclesiales (comunidades locales, Roma,
laicado, episcopado) intervienen en formular
la DSI; cómo articular los criterios generales con las diversas
situaciones concretas, y cómo hacer práctica la comunión y coexistencia de
diversas lecturas al interior de la misma comunidad.
1959-1999:
Periodos de evolución de
la DSI
No sé si se esperaba de
esta aportación al Taller una presentación detallada de qué ha aportado cada uno
de los documentos pontificios a
la DSI en las últimas décadas. Se trata de algo que se encuentra con
facilidad en cualquier manual de moral o social o DSI. Hubiera sido interesante
un estudio algo serio de los temas fundamentales. No lo he hecho. Intentaré
hacerlo para el Taller. Creo, de todos modos, más interesante tomar conciencia
de esos cambios de paradigma y de las preguntas a las que
la DSI ha debido dar respuesta en esta etapa. Me detengo ahora, antes
de concluir, en esbozar una rápida mirada sobre la orientación en relación al
mundo que
la Iglesia ha dado a su pensamiento social en esta segunda parte del
siglo. Es muy conveniente ir teniendo presente cómo ha ido cambiando el mundo en
estos años y cuáles han sido los fenómenos sociales y políticos más relevantes.
Ángel Galindo, moralista
de
la Universidad Pontificia de Salamanca, señala cuatro orientaciones
distintas:
1.
Apologético-demostrativo frente
al mundo: de Pío XI a 1937.
2.
Apertura dialogal al mundo en orden a
una cooperación: de Pío XII (1939) a Juan XXIII.
3.
Apertura misionera de la conciencia
cristiana e inserción en el mundo: del Concilio a 1975 (Evangelii Nuntiandi).
4.
Búsqueda de identidad: de Puebla a
Centesimus annus (1991).
En el segundo momento
la DSI toma conciencia de algunas realidades que hasta entonces se le
han escapado, y que son importantes sobre el sentido de la historia humana, la
dignidad de la persona, el valor de la conciencia, la autonomía de las
realidades terrenas... A ello se añade la intuición de que no corresponde al
clero la organización de lo sociopolítico sino al laicado, la validez de un
"legitimo pluralismo"... "La actitud de fondo queda reflejada bajo el
deseo de ser fiel al principio "no basta condenar, es necesario dialogar"
(Galindo 1996: 137).
En el tercer momento
crecen las convicciones adquiridas en las décadas anteriores, se descubre que el
bien también existe fuera de la conciencia cristiana, y se adquiere cierta
conciencia de "servicialidad", de "sacramento" respecto al mundo. Se
insiste en la necesidad de explicitar con palabras
-y
hechos-
el significado vital de la experiencia de la fe: el testimonio.
La cuarta etapa estaría
marcada, sobre todo, por la búsqueda de la especificidad de la vida cristiana.
Las preguntas fundamentales tienen que ver con la identidad ética, el compromiso
específico (la existencia de formas legítimas de plural compromiso siembra
cierto desconcierto), la identidad de
la DSI.
Consideración final
No quiero concluir estas
páginas sin compartir mi sensación de que si en bastantes ocasiones puede
decirse que
la Iglesia ha llegado tarde a plantearse
-y
ofrecer luz-
sobre problemas sociales, en nuestros días manifiesta
-a
mi juicio-
una frescura algo mayor. Me resisto a identificar DSI simplemente con los
escritos pontificios. Toda
la Iglesia esta haciendo DSI. Más aún, Juan Pablo II también la hace
cuando escribe documentos que generalmente no son tomados por tal doctrina.
Pienso, por ejemplo, en los referentes al "derecho a la vida", investigación
genética, mensajes de cuaresma, intervenciones ante el cuerpo diplomático y
gobiernos... Pero también hay una gran variedad de instituciones de iglesia
produciendo DSI-palabra y DSI-praxis.
Me parece que, centrando
incluso el tema en Juan Pablo II,
la DSI ha puesto sobre la mesa los asuntos fundamentales de este fin
de siglo mientras otras muchas instancias sociales han guardado silencio o han
deseado que
la Iglesia lo guardara: el desequilibrio Norte-Sur, la condena de
millones de personas a la muerte mientras otros nadan en la abundancia, los
negocios armamentistas, la cultura de la violencia, importancia de los derechos
humanos y su respeto, la cuestión
-muy
delicada-
de los derechos "de los pueblos", la situación de la mujer, el problema de la
deuda, la convivencia entre diferentes... Los temas están señalados, y
algunos criterios de interés formulados.
La DSI está, por tanto, viva, y es merecedora de una mayor atención
por parte de los cristianos, y entre ellos, de nosotros.
Bibliografía
utilizada
-
Albuquerque, E.
(1991) La dimensión social de
la caridad. Proyecto de moral social cristiana. Madrid: CCS.
-
Cuadrón, A. y
otros (1996) Doctrina Social de
la Iglesia. Manual abreviado. Madrid: BAC.
-
Galindo, A.
(1996) Moral socioeconómica. Madrid: BAC.
-
González-Carvajal, L. (1992) "Doctrina social de
la Iglesia", en Vidal, M. Conceptos fundamentales de ética
teológica. Madrid: Trotta, 655-666.
-
Vidal, M.
(1992) "La doctrina social de
la Iglesia. El debate sobre su función y su método", en Retos
morales en la sociedad y en
la Iglesia, Estella: Verbo Divino.