La fortaleza

 

José Antonio Alcázar

 

Un hijo fuerte es el capaz de realizar esfuerzos sin quejarse, como levantarse a su hora, estar estudiando el tiempo previsto, cumplir sus compromisos aunque no tenga ganas, soportar un pequeño malestar sin quejas... Sin embargo, la fuerza de voluntad es una de las grandes carencias de la juventud de hoy en día.

 

Es necesario, más que nunca, ayudarles a generar esa energía interior, básica para afrontar las dificultades, retos y esfuerzos que la vida plantea continuamente. Para que los hijos desarrollen su propia personalidad y resistan las influencias negativas del ambiente y la tendencia natural a la pereza, necesitan de esta energía interior. Este es el modo de conseguir una vida que valga la pena.

 

Por lo tanto, la fortaleza y la capacidad de esfuerzo resultan imprescindibles en la educación. Son como el cimiento de los demás valores: si no hay esfuerzo, no es posible adquirir un valor. En un ambiente como el actual, donde se reciben tantos influjos (y algunos muy negativos), la fuerza de voluntad es esa fuerza interior que les ayudará a vivir con dignidad de personas. De este modo, los hijos adquieren madurez y responsabilidad.

 

Exigencia de padres

 

El desarrollo de la capacidad de trabajo y esfuerzo (y de sus valores relacionados como la constancia, perseverancia, paciencia, etc.) vendrá de la mano de una exigencia adecuada por parte de los padres. Exigir a los hijos cuesta esfuerzo; parece que todo va a ser más rápido y menos conflictivo si los padres cargan con todos los esfuerzos, renuncias y sacrificios...

 

Sin embargo, si privamos a los hijos de oportunidades para esforzarse, de las exigencias, no se desarrollarán como personas. Y llegarán a la adolescencia sin una base para resistir tranquilos a los problemas de esa etapa.

 

Algunas veces, los padres (con un cariño mal entendido) pretenden evitar a sus hijos las dificultades que ellos tuvieron que superar en su juventud. Los protegen y sustituyen, llevándoles sin darse cuenta hacia una vida cómoda, sin exigencias, donde por poco o nada de esfuerzo consiguen todo lo que quieren... Pero, más que proteger a los hijos para que no sufran, se trata de acompañarles y ayudarles para que puedan superar el sufrimiento. Y esta es tarea de los padres.

 

Periodo sensitivo

 

Entre los siete y los doce años transcurre el periodo sensitivo de estos valores, y es el momento para que los hijos se esfuercen. A esa edad, los niños pueden adquirir los hábitos con mayor arraigo y naturalidad. En el día a día de la convivencia familiar, y mediante pequeños esfuerzos (adecuados a su edad y personalidad) podemos hacer de ellos personas acostumbradas a enfrentarse y superar las dificultades que exijan empeño y esfuerzo.

 

Si ahora dejamos de lado este importante aspecto de su educación, cuando 1legue la adolescencia nos encontraremos con que no se dejan exigir. Probablemente entiendan lo que les decimos y les gustaría actuar así y hacernos caso... Pero no tienen la fuerza y el entrenamiento necesario para conseguir esas metas. Y se encontrarán a un paso de caer en la comodidad, como forma de vida.

 

Con razones

 

Para que los hijos adquieran el hábito y la capacidad de esforzarse como algo personal, es necesario que entiendan por qué tienen que sacrificarse, renunciar a lo más cómodo, etc. Es el modo de que, por lo tanto, quieran hacerlo por ellos mismos y no únicamente cuando lo digan sus padres. Durante estas edades, los motivos no pueden ser muy elevados porque no los comprenderían.

 

El ejemplo de los padres puede ser un motivador crucial : han de observar la alegría en los sacrificios, para que no vean este valor como algo pasado y desagradable. Quejarse del trabajo, o de los esfuerzos que es preciso realizar, contribuye a crear un ambiente familiar contrario a la fortaleza.

 

Pero también el reconocerles y valorar positivamente cuando se han vencido en algo que les costaba esfuerzo les ayuda a adquirir este valor. Como por ejemplo, si le pagamos con una sonrisa al “aguantar la sed”durante una excursión o viaje; o al dejar la ropa preparada por la noche...

 

Pero, hay que fomentar especialmente la motivación interna: la satisfacción de la obra bien hecha, la alegría del deber cumplido. Aunque, cuando son pequeños, también les ayuda otros motivos: satisfacer a los padres, vencerse a sí mismos, que los demás tengan buena imagen de ellos, etc.

 

Vida cotidiana

 

Existen muchas oportunidades en la vida cotidiana de la familia para que los niños se ejerciten en el valor de la fortaleza. Resistir un impulso, soportar un dolor o molestia, superar un disgusto, dominar la fatiga o el cansancio, acabar las tareas encomendadas en el colegio o cumplir el tiempo de estudio previsto antes de ponerse a jugar, cumplir los deberes familiares con constancia, etc.

 

Hay que procurar, sobre todo, que los hijos sean capaces de emprender acciones que lleven consigo un esfuerzo prolongado. Es mejor que pongan la mesa todos los días a que un solo día estén toda la mañana ayudando en la cocina, por ejemplo. Esta es la razón por la que la práctica deportiva frecuente es un medio muy adecuado para promover la fortaleza. Haciendo deporte, los hijos e hijas han de superar la fatiga y el cansancio, llegar hasta el final con perseverancia, superar adversidades, etc.

 

Valores relacionados

 

Junto a la fortaleza, o capacidad para realizar esfuerzos sin quejarse, sin amilanarse ante los problemas, encontramos otros valores relacionados:

 

La valentía. Consiste en tener decisión y empuje, de modo que los"miedos" infundados no atenacen la personalidad. Los hijos han de ser capaces de "dar la cara" cuando sea necesario, sin acobardarse por las opiniones de los demás o por vergüenzas tontas.

 

La audacia. No tener miedo a los riesgos ni al fracaso, que para una persona fuerte no es más que una experiencia de la que puede aprender. No se trata de empujar a los hijos a la temeridad, sino de ayudarles a no ser cobardes ni tener miedo al ridículo. Sólo así serán capaces de comprometerse en empresas valiosas.

 

La serenidad y la paciencia. De modo que no se desmoronen ante la contrariedad o los pequeños contratiempos e imprevistos. Sin perder la calma si las cosas salen mal. La paciencia tiene mucho que ver con la paz interior, con la serenidad, con la seguridad.

 

Planes de acción relacionados con la fortaleza:

 

§         Enseñar a no quejarse.

§         Enseñar a hacer pequeños sacrificios para la buena marcha de la casa o de la clase.

§         Exigir que se acabe lo que se comienza.

§         Aguantar la sed en una excursión o el calor del verano, o el cansancio, sin irlo pregonando cada dos minutos.

§         Superar, si aún perviven, los miedos infantiles de quedarse solo o a oscuras, la vergüenza para hablar, o para reconocer la propia culpa, o el sentido del ridículo.

§         No patalear cuando las cosas no salen como quisiéramos, o al sufrir cualquier contratiempo (por ejemplo, si se pierde en un juego).

§         Adoptar posturas conectas en clase y en casa, no tumbarse.

§         Procurar comer de todo y terminar toda la comida.

§         Hacer los deberes antes de ponerse a jugar.

§         Levantarse a una hora fija y cumplir un horario.

§         Hacer bien los trabajos y tareas.

§         Cumplir el encargo en el momento previsto para ello, aunque no tenga ganas.

§         Participar en un equipo deportivo.

§         Marcarse pequeñas metas y cumplirlas.