La Ficción del "Che" Guevara

Hay un pasaje tremendo, que debe leerse sin precipitación, porque es toda una definición de este personaje, son unas palabras que sus publicistas dejan de lado o las mentan rápidamente. En su “Mensaje a la tricontinental”, escribió Guevara: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. Evidentemente, este personaje estaba llevado por el diablo. Odio al enemigo, y enemigo era todo aquel que no pensara como él. Exactamente lo opuesto que enseñó Jesucristo, el amor al enemigo.

Todos los males que hay en el mundo universo vienen de que los hombres, de una u otra manera, nos salimos de la realidad real; nos inventamos otra realidad; a veces incluso le trazamos programas a Dios, de lo que debe hacer
(Padre Castellani – “Domingueras prédicas II”)
 

Escribe Flavio Mateos

No sería inexacto parafrasear el título de un libro de José Bianco, llamado “Ficción y reflexión”, para resumir la figura del hoy más que nunca glorificado “Che” Guevara, a quien le cabe el más acertado de “Ficción sin reflexión”. Porque si el mundo hace hoy una ficción de su vida con verdades a medias, es porque es fácil engañar al que primero se engaña a sí mismo. Cuando Adán y Eva se dejaron engañar por Satanás, cayendo en tal engaño por soberbia, a partir de entonces todo comenzó a ser engañoso para ellos, y el discernimiento de la verdad y la mentira se vio teñido de ese pecado inicial. Tras la infección de la inteligencia vinieron los demás pecados, todo el camino de dolor y decepciones que la vida del hombre caído trae consigo. Ernesto Guevara se había engañado a sí mismo mediante una ficción tan bien resuelta que no hizo más que plegar la realidad a ella, para continuar sumido en el engaño. Fue el más ferviente creyente en el engaño del comunismo, tal que se tornó inconcebible en su alienación psicópata para los mismos comunistas, que comprendieron que les iba a ser más útil muerto que vivo. Y tuvieron razón.

El error fue ceguera de la inteligencia, y tras la mentira la voluntad se arrojó entusiasta y temeraria hacia un vertiginoso camino seductor que no escatimaba la muerte. Tal acomodamiento ficticio es uno de los planteos fundamentales del progresismo que domina todo en nuestros días, como bien lo define Guillermo Rojas (De Patagones a Cromagnon): “Plantea la construcción de la realidad mediante el discurso. La realidad ya no es lo que veo y percibo sino lo que yo determino que es. Lo que es ya no es sino que es lo que yo voy construyendo con el relato o discurso”. Para Guevara este discurso que le escribía la realidad como él quería era el marxismo-leninismo, un reduccionismo que acababa con todo misterio en la historia. Y, si como afirmaba André Frossard, “el misterio es el alimento natural de la inteligencia”, se comprende el descenso furioso de estos sujetos en el abismo materialista de las ideologías que todo lo explicaban absurdamente. Claro que este progresismo que plantea hoy también la reducción al mínimo de la autoridad y que confunde ésta con “autoritarismo”, que desjerarquiza porque no quiere “paternalismos”, no se condice con la severa autoridad que exigía el Che Guevara y que autoritariamente –si era preciso a los balazos- establecía entre sus subordinados. Pero es que la contradicción insalvable es parte esencial de las ideologías, creaciones del hombre para justificar su natural ruindad y negar el pecado original, en definitiva la negación de Dios. No se sabe cómo el progresismo compatibiliza la historia rosa de Ernesto el joven idealista rosarino con su admiración por Stalin y sus brutales métodos de exterminio social. Bueno, la suya es una ficción muy bien amañada, deplorable uso de la legendaria figura que se dice admirar.

El Che Guevara es tal vez el mejor ejemplo de aquel mal de raíz que ha hecho caer al mundo moderno en lo que hoy es (Castellani hacía hincapié en ello), esto es: la contemplación puesta por debajo de la acción, el intelecto práctico por sobre el especulativo. El joven Guevara que todavía no era el Che, aquel que no difería demasiado de cualquier adolescente excepto por su gran tenacidad e intrepidez, salió lleno de ímpetus a la aventura sin saber muy bien lo que hacía, hasta que se encontró –se intoxicó, más bien- con algunas parrafadas de la ideología marxista que le dieron sentido y cauce a ese afán suyo por entregarse de lleno a una causa. Sus publicistas siempre lo han querido hacer pasar por un “pensador”, cuando en realidad ha sido todo lo contrario. Cuando se adhirió dogmáticamente al marxismo-leninismo dejó automáticamente de pensar, asfixiando su capacidad de reflexión en la cerrada celda del marxismo. Adhiriendo a tal limitación se hizo esclavo del error y, cabalgando sobre él creyó estar bregando por la libertad de los pueblos y la humanidad toda.

Era el “Che” un hombre de acción que justificaba todo lo que hacía mediante la doctrina comunista, fuera de la cual no había ninguna verdad aceptada. Y, otra vez nos dice Frossard, “nada más contrario a la vida del espíritu que el dogmatismo”. Era un convencido absoluto de lo que hacía, y, sin sombras de dudas, era lo que no aparentaba ser, un verdadero necio. “La necedad es pecado, y pertenece a tres pecados capitales nada menos: Soberbia, Lujuria y Pereza” (Castellani, “Reflexiones políticas”, p. 76). La necedad de su ejemplo es tal que sus hijos hoy en día siguen su ejemplo y lo demuestran sin ponerse colorados. Se lee en “Clarín” del sábado 6 de octubre de 2007, en una nota titulada: “En Irán dijeron que el Che creía en Dios y odiaba a la URSS: Los hijos se enojaron”, que la hija Aleida Guevara, hablando según ella “en nombre del pueblo de Cuba” (se ve que tiene las mismas ínfulas de grandeza de su padre), dijo: “Mi padre nunca habló de Dios. Nunca conoció a Dios. Mi padre sabía que no había una verdad absoluta”. Desde luego, dicho esto último sin percatarse la “checita” que la misma es una afirmación absoluta.

¿Cómo sabía el Che absolutamente que “no había una verdad absoluta” sino una verdad relativa? Si la verdad es relativa ¿por qué Guevara quería imponer a toda costa –a sangre y fuego- la suya, y por qué creía en una verdad absoluta, la del comunismo? La declaración de la hija es verdaderamente absurda, por no decir que con tal afirmación está contradiciendo y desacreditando la vida toda de su padre. Afortunadamente, el sentido común encuentra resquicios para aparecer donde no se lo espera, y así uno de los nietos del Che, llamado Canek Sánchez Guevara (que por supuesto no vive en Cuba, sino no podría decir lo que dice), vio más claras las cosas, al afirmar: “Admiro a las personas que están dispuestas a jugarse la vida por sus ideas. El Che no era pura retórica, pero también tengo mil críticas que hacerle. No me gusta su concepción del hombre nuevo, su concepción del socialismo de Estado, de dictadura del proletariado. También pienso que no podría haber sido de otra forma. Era un hombre de su tiempo” (Clarín, 14-05-2007).

Desde luego, sin advertirlo tal vez nos está dando una clave de su figura, porque si el “Che” no pudo ser de otra forma –yo opino que no pudo porque no quiso- quiere decir que era un esclavo, porque un hombre de su tiempo es siempre esclavo del mismo. El hombre que vive en la verdad es un hombre de todos los tiempos porque está en la realidad de las cosas. El que vive en la irrealidad vive de ficciones –o ideologías- que ese mismo mundo le elabora. Ese mundo opera dialécticamente pero con un mismo camino: la acción por sobre la contemplación.

Para huir de esta cárcel –decía Gómez Dávila- hay que aprender a no pactar con sus indiscutibles comodidades”. Algún distraído podría tomarse de esta frase del escritor colombiano para afirmar que eso fue lo que de alguna forma hizo el Che Guevara y por lo tanto reconocer los méritos de una vida de riesgo fuera de las comodidades del burócrata, como ha llevado desde entonces Fidel Castro. Pero bien leída la frase, nos damos cuenta que el Che terminó en una situación incómoda y terrible más que nada a su pesar y porque las circunstancias lo llevaron a ello. Es cierto que su voluntad lo compelía a entregarse completamente a una causa, pero de la misma forma en que un asesino serial se entrega con toda determinación a lo largo de muchos años a su faena. La causa de Guevara –él mismo lo afirmó- estaba sustentada en el odio y no en el amor. ¿Cómo tragarse ahora a ese joven idealista que amaba a los niños y “dio la vida por nosotros” que nos quieren vender, cuando fue en realidad un despiadado y frío asesino? Salió de joven a la aventura porque no podía constreñirse al estudio y el trabajo, los cuales le hubieran pedido un esfuerzo y disciplina que prefirió dedicar a vagabundear por diversos países sin ningún compromiso ni responsabilidad encima (cualquier obrero a su edad con una familia a cuestas llevaba encima una responsabilidad y sacrificio infinitamente mayor, sin tener veleidades de salvador o justiciero). Desde luego, aplicarse al conocimiento y cultivo de una ciencia –por no decir de la verdad- es una molestia y un sacrificio que personajes improvisados como él no se tomaron nunca. El joven acomodado y burgués, contestatario y rebelde que hoy lo celebra en la ciudad colocando su póster en la pared –seguramente a la par de un “icono” rockero- comparte el error enajenado del Che, que se subió a la excitante máquina de la acción sin la previa meditación, y ya no pudo detenerse.
 

El Che pensó que con los azares y dificultades de los viajes se había hecho hombre, pero su idea de ser hombre era la de ser un “macho”, esto es, desafiar a la vida bravuconamente creyendo que no tenía que rendir cuentas a nadie (quien vio muy bien este aspecto es John Carpenter en su película “Fuga de Los Angeles”, donde un clon de Guevara planea invadir los USA regidos por un clon de Bush; desde luego, la respuesta que se le da allí no es la acertada). Para Guevara, un hombre es el que mata sin remordimientos porque una causa mayor así se lo pide, un hombre es el que no tiene misericordia (eso es cosa de curas y monjas, con la caridad no se cambia nada). Así, llevándose la vida por delante en nombre del socialismo, impuso no el socialismo, pero sí esa actitud prepotente ante los demás, la arrogante falta de caridad y de examen de conciencia. La suya parecía estar muy limpia, inmaculada. Sus diarios son reveladores de su personalidad.

Desde luego, Guevara tampoco renunció al mundo, como puede hacerlo un religioso en una orden contemplativa. Más bien fue llevado a abrazar la nada cuando ese mundo no le dio lugar en sus filas debido a una soberbia inclaudicable que chocó con las de otros verdaderamente poderosos para quienes su vida –como la de los enemigos del Che- no valía nada. Guevara nunca entendió –él, aficionado al ajedrez- que era una pieza descartable en el juego de ajedrez que otro estaba jugando con él. La corriente que lo alzó luego lo sepultó para más tarde usarlo vilmente como ejemplo de “heroísmo”, “idealismo”, “coraje”, etc. En verdad, hay que decirlo, se lo ensalza porque era un desesperado, y no sólo un desesperado sino alguien que no sabía que su enfermedad era la desesperación, como no lo sabe el hombre-masa que lo idolatra. Como solía decir Castellani:

“Quien no anda en la verdad,
Hacia la ruina camina.
La primera medicina
Es saber la enfermedad”.

Una de las varias razones de que el Che siga siendo útil al sistema y esté vigente es que era, también, un hombre moderno: “Llámase mentalidad moderna al proceso de exculpación de los pecados capitales”, decía Gómez Dávila. Pues bien, el Che afirmó que el hombre nuevo que ellos –los comunistas- crearían “vendría al mundo libre del pecado original”. Si sus métodos eran erróneos o extremistas para el mundo, el pensamiento es el mismo, y hoy se está consiguiendo esa exculpación no quitando lo imposible de quitar, sino lavando el cerebro de los hombres –Gramsci es la figura tutelar más que el Che de lo que ocurre-, creando ficciones sobre su naturaleza, una de los cuales es la producción y explotación de mitos como el “Che”, prototipo del “ideal”, porque, aparentemente, quien se creía capaz de liberar al hombre del pecado original había de venir libre de él, y nadie hubo menos culposo o autocrítico, y sí más despiadadamente moralista puritano en cuestiones políticas como el “Che”. Era el hombre superior e “imprescindible” que pregonaba el espía stalinista Bertolt Brecht en su famosa frase. Los que no eran imprescindibles –ellos lo decidían- podían ser fusilados sin culpa.

Por otra parte, la atracción que genera este personaje se ve ayudada por una característica que todos los hombres tenemos, cual es la tentación de la irresponsabilidad y la autoafirmación soberbia frente al mundo, esa actitud osada y petulante que tantas veces le hemos visto –muy fuera de lugar, desde luego- a un personajillo como Maradona, que, además, ostenta orgullosamente un tatuaje del Che Guevara en su brazo (lo mismo que el boxeador condenado por violación Mike Tyson). Fijémonos un instante en estos dos sujetos: ambos han recurrido escandalosamente a trampas en sus respectivos deportes para obtener el resultado que deseaban, método que pregonaba el Che, esto es, el fin justifica los medios. El Imperialismo Mundial del Dinero, los dueños del poder del mundo sonríen complacidos ante la réplica inútil de un personaje al que reproducen una y otra vez como producto de marketing, Hollywood mismo ya está abocado a ello. Desde luego, cosas éstas que los idólatras nunca osarán preguntarse –precisamente porque el sistema ha conseguido que sean idólatras y no piensen- cuestiones como por qué el sistema capitalista, los medios de comunicación capitalistas –en su mayoría yanqui-sionistas-, esos yanquis a los que el Che execraba y odiaba a morir, ahora lo exaltan y lo promueven. O que los políticos liberales y “conservadores” de “derecha”, cámaras de diputados y senadores y legisladores, lo homenajeen en sus “honorables” recintos democráticos, esos a los que el Che despreciaba. ¿Qué diría Guevara si viera a Castro homenajeado en la residencia privada de David Rockefeller de Nueva York, por éste y los principales banqueros norteamericanos, los hombres más poderosos del mundo, los dueños del poder en Norteamérica? Mejor no preguntar, para sus “fans” el Che se ha convertido en un super-hombre, en un arquetipo digno de imitar –si no en la práctica sí en la actitud ante la vida: “Seremos como el Che”, les hacen repetir a los niños en Cuba. El mismo Che pensaba, cuando afirmaba que el revolucionario era “la especie más alta entre los hombres”, que él estaba a la vanguardia de esa élite.

Por cierto, los delirios del comunismo no tienen límites. En junio de 1988 –este es sólo un ejemplo- se realizó en Buenos Aires un “Seminario Científico Internacional” (sic) sobre “El Pensamiento Revolucionario del Che”. Allí, de manera tristemente desopilante, sociólogos, politólogos y afines expusieron sobre Guevara en tanto “pensador”, “estadista”, “artista de la lucha revolucionaria”, “hombre lúcido, renovador y creador de ideas”, hasta el famoso cura terrorista Puigjané lo llamó “profeta” y de alguna manera cristiano. Uno de estos alborotados quiso desmitificar al Che como “santo revolucionario” por ser disolvente del verdadero Che, y hasta afirmó que de esa manera –por temor a él- se lo despojó de sus fermentos subversivos. Pero no dice –cómo hacerlo- que el primero en convertir a Guevara en mito útil para sus fines políticos (y pecuniarios) fue el propio Fidel Castro.
 

Se han elaborado incansablemente ficciones y ficciones dentro de ficciones sobre este personaje que tenía una evidente religiosidad descarriada. El mundo necesita a este personaje a quien la Historia parece haber elegido para encarnar y representar un papel que él mismo ignoró. Todas las circunstancias de su muerte parecen calibradas para cumplir ese destino de personaje legendario, destino que hubiese quedado en el olvido si Guevara hubiese terminado sus días en una cárcel boliviana. Pero la revolución anticristiana necesitaba un icono. Y, lo que no se dice, aunque su muerte fue un crimen, es que murió de la misma forma en que él acabó con cientos de personas. Alguien afirmará que el Che murió por sus ideas, pero tampoco es así. Se lo mató porque era un enemigo extranjero invasor de un país soberano. Se quiso evitar un juicio y la publicidad y se optó por lo más fácil, usando los mismos métodos cobardes que usaban los cubanos. Pero no es cierto que el Che Guevara muriera por sus ideas. Sí es cierto que murió a causa de sus ideas, lo que es distinto, sus ideas lo llevaron a ese triste final. Pero nadie da la vida por una ideología, se la da por alguien o algo concreto. Se muere por Cristo, por la Patria, por defender una verdad, por los amigos. Si el Che fue consecuente y murió por una ideología que consideraba “la verdad”, no entregó su vida sino que peleó con las armas hasta ser vencido, por lo tanto, no estaba dispuesto a sacrificarse por las tales ideas. Los mártires cristianos no morían por sus ideas, morían por amor y con amor, no con odio. Los mataban por odio a Dios y Dios vencía en ellos con la muerte al mundo. Sus muertes eran victoria, no derrota.

Otro aspecto de sí mismo –puesto que el Che vio su vida como digna de ser relatada- es que creyó o quiso creer que tuvo algo de Quijote. Si algo tuvo de éste fue su enajenación con respecto a la realidad, pero sólo eso. Porque los motivos del Quijote (y su corazón) eran cristianos y caballerescos, y además tenía siempre cerca a su escudero, que lo hacía volver a pisar –dolorosamente- el suelo del sentido común. Guevara, en cambio, fue solitario y extranjero en todas partes, extraviado en sí mismo, apátrida. Claro que, como un personaje de ficción, tuvo quien le escribiera su leyenda, Fidel Castro, ese que vivió de sus derechos de autor durante los últimos cuarenta años. El mundo, mientras tanto, se ha vuelto loco y ya no distingue realidad de ficción, y así como el Quijote creía en la realidad de una farsa, de tal modo, pero sin afán de justicia, sino por pereza o estupidez, el hombre de hoy acepta lo que le venden, que no es otra cosa que la muerte. “Así como el que se vuelve babiola es manejado por otros, así, un pueblo enteramente o en gran parte babiola tiene que caer en el coloniaje o ser gobernado por una tiranía. Las dos cosas comúnmente” (Castellani, Reflexiones políticas, pág. 99).

Hay un pasaje tremendo, que debe leerse sin precipitación, porque es toda una definición de este personaje, son unas palabras que sus publicistas dejan de lado o las mentan rápidamente. En su “Mensaje a la tricontinental”, escribió Guevara: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. Evidentemente, este personaje estaba llevado por el diablo. Odio al enemigo, y enemigo era todo aquel que no pensara como él. Exactamente lo opuesto que enseñó Jesucristo, el amor al enemigo.

El Che Guevara se movió por el odio y nunca parece haber amado a nadie más que a sí mismo. En una carta a su madre (15 de julio de 1956) escribió: “No soy Cristo y filántropo, vieja, soy todo lo contrario de un Cristo (...) Lucho por las cosas en las que creo con todas las armas de que dispongo y trato de dejar tendido al otro, en vez de dejarme clavar en una cruz o en cualquier otro lugar”. He allí bien definido a este personaje que tuvo que llevar inevitablemente su cruz, pero inútilmente y sin el consuelo de Cristo, como el mal ladrón en el Gólgota. Se comprende mejor, tras esta autodefinición, porqué su figura es glorificada hoy por todo el mundo manipulado por los medios de comunicación masones y judíos anti-cristianos, porque era todo lo contrario de Cristo. Pero, desde luego, estas no eran sino ínfulas y bravatas de las suyas, dichas al pasar, porque no le daba para tanto. Era lo contrario de Cristo en tanto su móvil era el odio. Pero la suya es una estampita torva y estéril en un mundo que prepara el advenimiento del verdadero adversario, el que será idolatrado más que el Che, y obrará prodigios por un breve tiempo y perseguirá como una fría y selectiva máquina de matar a sus enemigos, para terminar fracasando estrepitosamente cuando llegue el verdadero Hombre Nuevo, Dios y Rey Glorioso del Mundo. Y entonces no habrá más leyendas ni ficciones ni idolatrías que valgan, porque el Amor y la Verdad habrán triunfado.