7. Formación integral y eminentemente pastoral

Fuente: Instituto Sacerdos
Autor: Instituto Sacerdos

Formación integral

¿Qué debe buscar, en general, nuestro esfuerzo formativo? ¿Qué tipo de formación queremos lograr en nuestros futuros sacerdotes? ¿Cuál es la cualidad principal que debe calificar esta formación?

El mismo título de nuestro curso nos indica la respuesta: la formación integral del candidato al sacerdocio. Hemos hablado, en sesiones anteriores, de la formación como transformación. Ahora se completa esta idea diciendo que se trata de la transformación de todo el hombre, la formación de un "hombre íntegro" que sea después un íntegro sacerdote de Cristo.

Como comentamos en el capítulo introductorio, el ser humano es un ser unitario, aun en su complejidad. Por eso, cuando Dios llama a un hombre para que realice una misión, lo escoge en su integridad. Quiere que todo él se consagre a su servicio y al servicio de los demás; que todo él quede marcado por el carácter sacerdotal; que todo él se identifique con Cristo, hombre perfecto, sacerdote eterno. No se trata, pues, de parecerse a Cristo en alguna de sus facetas, sino de identificarse con él en la globalidad de la propia personalidad, aunque sea con mil imperfecciones.

Por otra parte, el ministerio sacerdotal exige, por su misma naturaleza, esa formación integral. El sacerdote es el "hombre para todos", como Pablo (1 Co 9,20-22). En su ministerio puede encontrarse con la necesidad de orientar al científico, al artista, al deportista, al obrero o al político. Su labor pastoral diaria le exigirá predicar, orientar, organizar, confesar. Otras personas pueden permitirse "el lujo" de desarrollar una de sus facetas olvidando las demás. El sacerdote no.

La misma realización humana del sacerdote, querida también por Dios al llamarle a esa misión, quedaría comprometida si se diera en él un desarrollo unilateral o parcial. Y, si fuera así, también su perseverancia futura tendría menores garantías: un aspecto de su persona que haya quedado sin formar, sobre todo si se trata de un aspecto importante, es como un hueco en el muro de una ciudad, un "punto flaco". ¿Qué sucedería, por ejemplo, con un sacerdote que hubiera desarrollado muchísimo su sensibilidad, pero saliera del seminario con una voluntad enclenque?


Formación armónica de todas las facultades

Formación integral significa pues, ante todo, el desarrollo armónico de todas las facultades y capacidades del seminarista. Naturalmente, cada uno tiene unos talentos y unos defectos propios. No se pretende que todos sean perfectos en todo. Pero sí que alcancen la suficiente maduración de cada uno de los elementos que componen su personalidad humana. Esto entraña, por una parte, el crecimiento de sus varias facetas y, por otra, la armonización o jerarquización de las diversas partes del todo humano.

En una cuadriga es necesario que los cuatro caballos sean robustos y veloces; pero es necesario también que los cuatro galopen al unísono; y es imprescindible sobre todo que haya una jerarquía: que sea el auriga quien conduzca el carro, armonizando y encauzando las fuerzas de todos. Para ser un sacerdote íntegro, el seminarista debe formar su espíritu, su inteligencia, su voluntad, su sensibilidad, su afectividad, su cuerpo; y debe lograr también la armonía jerarquizada entre todos esos elementos.


Formación armónica en todos los campos

Formación integral significa también que el sacerdote esté suficientemente preparado en todos los campos que atañen a su identidad personal y a su misión. De nuevo, cada uno tiene sus propias capacidades, gustos o tendencias. No todos tienen que ser grandes intelectuales, ni todos grandes organizadores. Pero tampoco podemos conformarnos con que nuestros seminaristas restrinjan su preparación a un solo campo, limitando así, de antemano, su posibilidad de colaborar en algunas de las necesidades de la diócesis. La prudencia pastoral del obispo podrá después destinar a cada sacerdote al puesto en que mejor pueda desarrollar su labor, de acuerdo con sus dotes y su preparación. Pero los encargados de su formación deben ayudarle antes a pertrecharse, en la medida de lo posible, de todos los elementos que puedan enriquecer su personalidad y potenciar su futuro ministerio.

Si no se tiene este principio bien presente, se puede caer en parcialidades, que llegan a ser deformaciones. Así puede darse el academicismo, cuando se proporciona al sacerdote una indudable formación intelectual, pero con una deficiente formación espiritual, humana o apostólica. O el tecnicismo pastoral: se forman excelentes expertos en dinámica de grupos, en metodología apostólica, en relaciones humanas... pero con una débil formación filosófica o teológica, o con mediocre preparación en las virtudes humanas. Estarán fácilmente inclinados a un activismo que apaga su espíritu. Tampoco deja de acosar hoy, aunque sea más bien una tendencia de tiempos pasados, el espiritualismo en el que la vida de piedad se convierte en criterio único de juicio sobre la preparación de un candidato al sacerdocio, aunque éste tenga una deficiente preparación académica y su calidad humana o sus métodos apostólicos dejen mucho que desear. Por último, la secularización reinante en el mundo de hoy, no deja de presentar la tentación de pensar la misión sacerdotal en la sola clave de un humanismo horizontalista que ignora o relega su dimensión sobrenatural.

La formación integral se obtendrá cuando los programas generales, las actividades comunitarias y las orientaciones personales tengan en cuenta la formación espiritual, humana, intelectual y pastoral de los alumnos y, dentro de éstas, los diversos elementos que las componen.

Las diversas dimensiones de la formación sacerdotal han sido delineadas claramente en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis. Cada una de ellas será objeto de nuestro estudio más adelante en este curso.


Una formación eminentemente pastoral

Una de las dimensiones de la formación integral es la preparación para el ministerio pastoral. Pero si tenemos en cuenta que toda la formación de sacerdotes va encaminada a su preparación para la misión, comprenderemos que no se puede considerar la formación pastoral solamente como un área específica, sino que se trata de un enfoque global de toda la formación, una luz que lo permea todo. Por ello figura entre los principios fundamentales.

En efecto, hemos visto que la vocación del presbítero gira en torno a una misión: la de ser, a imitación y a nombre del Buen Pastor, pastor de las almas que la Iglesia le ha confiado. Los sacerdotes, ejerciendo en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como fraternidad...y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu. Tanto es así que se puede llegar a afirmar que el rasgo fundamental de la personalidad sacerdotal, según el Concilio Vaticano II, es el de pastor de almas.

De aquí que la formación del sacerdote, si quiere corresponder a las exigencias de la misión sacerdotal, deba ser eminentemente pastoral. Este punto ha sido uno de los fundamentales, por no decir el mayor, que ha querido destacar el Concilio en la formación de los futuros sacerdotes. Y con toda razón, pues descuidar la preparación del sacerdote para la misión específica que debe realizar en la Iglesia, sería nulificar en cierto sentido los demás aspectos de su educación.

El decreto del Concilio Vaticano II sobre la formación sacerdotal pone de relieve la importancia de este principio cuando al hablar de los seminarios mayores, afirma que en ellos, toda la educación de los alumnos debe tender a la formación de verdaderos pastores de las almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor; e inicia el número consagrado a la formación propiamente pastoral reafirmando su centralidad dentro de la formación del seminarista: La formación pastoral...debe informar por entero la formación de los alumnos. En las "Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal" de la Congregación para la Educación Católica se explicita que por formación pastoral se entiende no sólo un aspecto o un sector educativo entre otros, sino también la característica propia de la preparación de los sacerdotes, característica que debe revestir y penetrar todos los aspectos de la formación de los aspirantes. La personalidad del sacerdote-pastor es el vértice al que, por consiguiente, debe converger en plena armonía la educación seminarística. Esto significa que todos los elementos constitutivos de la estructura y función del seminario debe estar pensados y calibrados con miras a su eficiencia práctica, a la consecución del fin indicado y que los educadores debe proponerse como meta calificativa de su acción especializada la formación pastoral de los seminaristas.

En primer lugar, la formación espiritual debe orientarse y estar estrechamente unida a la formación pastoral. El corazón de esa formación es el celo por las almas y la caridad pastoral. Eso es lo primero y esencial, no las técnicas, metodologías y teorías pastorales. Si el seminarista tiene a Cristo como motivación y sentido último de su sacerdocio no podrá no amar lo que Cristo ama, no podrá ser indiferente al bien de las ovejas que Cristo le confía en la Iglesia. El aspirante al sacerdocio ha de salir del seminario con el corazón henchido de este amor, prolongación de su amor a Cristo. Si después de los años de seminario no se ha logrado formar la caridad pastoral, el celo sacerdotal, se puede decir que ha fracasado toda la formación.

Por lo tanto, debe rechazarse un tipo de formación espiritual fundada en una piedad sentimental y romántica, que aísle del compromiso apostólico y acabe en un narcisismo espiritual. El verdadero trato con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo abre a la persona al misterio de Dios amor y de Cristo Redentor; y esa apertura le infunde su mismo amor por los hombres y su anhelo salvador.

Por otra parte, una pretendida formación "pastoral" desligada de la sólida formación espiritual es sólo un engaño destinado al fracaso. Si la esencia de la acción pastoral es comunicar a los demás lo que antes se ha contemplado en la oración, es entonces preciso unir estrechamente la contemplación y la acción. De la oración brota una pastoral imbuida de espíritu sobrenatural y cargada de eficacia sobrenatural. Cuando un joven que se prepara al ministerio sacerdotal nutre su celo en una intensa y rica vida interior, en una profunda amistad con Jesucristo, está ya encaminando su futuro apostolado en la dirección correcta. Su predicación, su acción evangelizadora, su entrega a los fieles, tendrá el respaldo y la eficacia de la unión con Dios.

También la formación académica ha de estar orientada hacia la formación pastoral. Una preparación intelectual desligada de la misión apostólica conduce al cientifismo, no a la verdadera formación del sacerdote.

El enfoque pastoral de la formación académica tiene dos dimensiones. La primera es la intencionalidad: prepararse en el estudio para realizar eficazmente la propia misión apostólica y ofrecer por amor a los hombres todos los sacrificios que impone una formación filosófica y teológica tomada con seriedad. Enseñar al seminarista a dar sentido apostólico a sus estudios es ayudarle a comprender que toda su vida tiene este sentido.

La segunda consiste en ir haciéndole ver la relación intrínseca que tienen estos estudios con la misión sacerdotal. Esto naturalmente no implica desvirtuar la autonomía de método y contenido propia de cada materia. Sin embargo es muy diversa una formación en la que profesores y alumnos se esfuerzan por ver la conexión de las materias con la actividad pastoral y con la misión específicamente sacerdotal, de una enseñanza fría y puramente "científica" de estas disciplinas. En este sentido, el decreto sobre la formación sacerdotal del Concilio Vaticano II recomienda que se preste gran atención para mostrar a los estudiantes de filosofía la relación que existe entre esta disciplina y los verdaderos problemas de la vida. También se invita a los profesores a poner de manifiesto el nexo existente entre los temas filosóficos y los misterios de la salvación. Asimismo, el estudio de la teología debe hacerse de manera que los que la han asimilado la puedan anunciar, exponer y defender en el ministerio sacerdotal, pues la enseñanza de la teología en los seminarios está principalmente destinada a formar sacerdotes para el ministerio pastoral.

De igual modo, la misma formación humana debe estar impregnada de una profunda orientación pastoral. Esta orientación añade a la formación humana nuevos contenidos y nuevas perspectivas. Nuevos contenidos por cuanto que el pastor debe poseer algunas cualidades que, de por sí, otro hombre no destinado a esta misión no tendría por qué cultivar con especial empeño. Aquí entra la formación de aquél que ha de ser guía de sus hermanos, líder espiritual, transmisor de un mensaje de salvación. Nuevas perspectivas porque las virtudes humanas se ven en función de la misión. El cultivo de la rica gama de virtudes humanas que debe poseer el sacerdote no tiene como fin la formación de un hombre perfecto, satisfecho de su perfección y cerrado en su autocontemplación. Se busca la perfección humana en orden al mejor cumplimiento de la misión pastoral. A mayor calidad de hombre, mayor calidad de pastor.

Por último, de extraordinaria importancia es formar en el futuro pastor la conciencia de que será pastor en la Iglesia, para la Iglesia y de la Iglesia. Cuando Cristo lo eligió como pastor, lo llamó para que sea ministro de la comunidad fundada por él, de la Iglesia que quiso edificar sobre la roca de Pedro (cf. Mt 16,18) y a la que confió el cuidado de sus ovejas (cf. Jn 21,15-17). El amor a la Iglesia forma parte, por lo tanto, de la correcta formación pastoral del seminarista, además de ser un contenido específico de su vida espiritual. El joven que se prepara para su futuro apostolado debe entender bien que fuera de la Iglesia su misión carece de sentido. Los contenidos de su evangelización, los métodos de su ministerio, el estilo de su acción sacramental, habrán de estar impregnados de un profundo "sensus Ecclesiae". Y toda su acción pastoral deberá desarrollarse en el signo de la armonía con el Pastor Supremo y universal, con su obispo, pastor de su iglesia particular, y con sus hermanos en el presbiterio.

Además de orientar en función de la misión específicamente sacerdotal todas las dimensiones de la formación integral del presbítero, se ha de proporcionar una específica preparación pastoral. Lo veremos con detención más adelante en este curso.


LECTURAS SUGERIDAS

Pastores dabo vobis, 24-26. La vida espiritual en el ejercicio del ministerio


PREGUNTAS PARA EL FORO

¡Les invitamos no sólo a responder la pregunta, sino también a leer y comentar las respuestas de los demás participantes!



Formadores de seminario
¿En cuál de las dimensiones de la formación sacerdotal has sentido una mayor dificultad, y —en su caso— cómo has logrado superar los obstáculos?

Otros sacerdotes y seminaristas
¿Se ha logrando en su seminario que se otorgue la debida importancia a las cuatro dimensiones de la formación sacerdotal, o hay cierto desequilibrio? En ese último caso, ¿a qué dimensión faltaría prestarle mayor atención, o bien a cuál se le presta atención excesiva en detrimento de las demás?

Demás participantes
¿En cuál de las dimensiones de la formación sacerdotal crees que se han logrado mayores avances en los últimos años?