10. El cuadro de formadores y la figura del formador

El formador en el seminario. 10. El cuadro de formadores y la figura del formador

 

EL FORMADOR EN EL SEMINARIO



PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO

Nota: no es necesario responder a todas las preguntas, cada uno es libre en eso. Se sugiere responder sobre todo a aquellas en las que uno tenga alguna idea o experiencia interesante que pueda enriquecer a los demás, que es de lo que se trata. Incluso puede comentar una pregunta que corresponda a otro grupo, u otro asunto relacionado con el tema que estemos viendo.


Formadores
- ¿Qué medios le han ayudado a fomentar el espíritu y trabajo en equipo entre los diversos formadores en el seminario? ¿hay unidad en su modo de actuar con los seminaristas?

Otros sacerdotes
- ¿Cree que hay carencia de buenos rectores, confesores o directores espirituales?
- ¿Está de acuerdo en que los directores espirituales y confesores son parte del equipo de formadores? ¿tiene esto consecuencias prácticas?

Seminaristas
- ¿Se experimenta en el seminario la cercanía de los formadores? ¿de todos?
- ¿Quién es el formador que más influye en tu formación: el rector, el vicerrector, el director espiritual, el confesor, los profesores…?

Otros participantes
- ¿Estás de acuerdo con esta frase: «a tal formador, tal formación»? ¿La formación del seminarista depende tanto de sus formadores?


 

10. El cuadro de formadores y la figura del formador


Al hablar antes de los protagonistas de la formación consideramos al formador como colaborador del Espíritu Santo y del formando. Un colaborador, sin embargo, juega un papel decisivo. El Espíritu es el verdadero artífice de la santidad; el candidato al sacerdocio es el primer responsable de su propia formación. Pero es el formador quien puede y debe hacer comprender todo esto al joven que ingresa en el seminario, orientándole para que se abra al Espíritu Santo y colabore con él. Por eso podemos decir: a tal formador, tal formación.

En realidad, este curso se dirige especialmente a los formadores. Se han ido anotando de pasada numerosas sugerencias para su labor en las diversas áreas de la formación. No obstante, conviene detenerse un momento a reflexionar sobre el formador en cuanto tal. Recordaremos en las siguientes sesiones, ante todo, quiénes integran el cuadro de formadores de un seminario. Analizaremos después cuál es la figura del formador en relación con los jóvenes a quienes presta su servicio. Veremos luego cómo debería ser la relación entre el formador y el formando si queremos que sea una verdadera colaboración para la formación, haciendo, a la vez, algunas consideraciones que pueden servir de pauta para la actuación del formador en su labor de todos los días.


El cuadro de formadores

De acuerdo con lo establecido por la Iglesia el cuadro básico de directivos y formadores de un seminario está formado por: el rector, el vicerrector, los directores espirituales, los confesores ordinarios y extraordinarios; y si se realizan estudios en el mismo centro: el encargado o prefecto de estudios y los profesores. Como establece el párrafo tercero del canon 239 del Código de Derecho Canónico, las responsabilidades de cada uno han de quedar establecidas en los estatutos del seminario, que estarán en concordancia con las normas de la Iglesia universal y del plan de formación sacerdotal establecido por la conferencia episcopal correspondiente.

Queda claro que el principal responsable de la formación, después del obispo, es el rector del seminario, quien al término de los años de formación deberá certificar que el candidato posee las cualidades necesarias para recibir las órdenes sagradas. El rector no sólo se preocupa por los aspectos externos del centro -responsabilidad en la que le ayudan de modo particular el vicerrector y el ecónomo del seminario- sino que participa activamente en todo el proceso formativo de cada uno de los seminaristas.

Sumamente delicada es también la labor del director espiritual a quien corresponde guiar "desde dentro" a cada uno de los alumnos en todos los ámbitos de su formación sacerdotal. El director espiritual por medio de su consejo, cercanía y exigencia, enseña el camino del progreso espiritual, ilumina la conciencia con criterios rectos, disipa dudas, anima a la entrega generosa, acompaña en los momentos difíciles, comparte los éxitos, dirige y unifica los esfuerzos del formando, invita a la interiorización de toda la formación y vela por su integridad. Es en definitiva, el colaborador más cercano del Espíritu Santo.

Es importante sin embargo anotar que él es también un miembro del equipo de formadores. Su labor, y la de los demás formadores, se vería limitada y tal vez comprometida si los seminaristas pensaran en él como en un confidente o consultor ajeno al equipo de formadores. Al contrario, es conveniente, por una parte, que vean su relación con él como parte de su esfuerzo formativo, y por otra, que se abran también con confianza a los demás formadores, comenzando por el rector.

Los confesores, ordinarios o extraordinarios, desempeñan asimismo un papel de trascendental importancia. Ellos también guían la marcha espiritual de los alumnos por medio de sus consejos y orientaciones. Les ayudan a formar la conciencia en sus relaciones con Dios y con el prójimo. Fomentan su progreso espiritual, sea sosteniéndolos en la lucha contra el pecado y las pasiones desordenadas, sea animándolos a subir hacia la cumbre de la perfección. Su tarea silenciosa y escondida, canal privilegiado de la gracia divina, marcará de modo particular el alma de los futuros confesores: el modo de administrar el sacramento del perdón de los futuros sacerdotes dependerá en buena parte del modo en que hoy les es administrado a ellos.

La carencia de buenos directores espirituales y confesores, o la lejanía entre ellos y los formandos, sin duda pondría en serio peligro el éxito de la formación sacerdotal, que se reduciría así a una preparación académica o técnica que no transforma en profundidad a la persona.

Si de verdad queremos que la formación de los seminaristas sea una formación personalizada, hemos de procurar siempre que haya un suficiente número de formadores. Suficiente número, desde luego, de directores espirituales y confesores. Pero no sólo. Se requiere también la cercanía del formador que acompaña a los seminaristas en su jornada ordinaria y le sirve en sus necesidades cotidianas. Cuando el centro cuenta con cierto número de seminaristas, podrían nombrarse algunos sacerdotes experimentados que colaboren como asistentes del rector. Con su testimonio, colaboración y orientación, apoyarían su labor formativa, ayudándole sobre todo en el seguimiento personal de los seminaristas. Cada uno de ellos podría, por ejemplo, encargarse de un grupo de veinticinco o treinta seminaristas a quienes asistiría de modo particular: conviviendo más cercanamente, interesándose por ellos, siguiendo con más detalle sus programas de formación, etc. Sin esta ayuda el rector no podría quizá atender personalmente a todos con la necesaria amplitud y frecuencia. Podrían dar también una mano valiosa en aspectos organizativos y disciplinares de la vida del seminario, en la puesta en práctica de las consignas del rector, en la animación de las actividades comunes, etc.

Al hablar de la formación intelectual hemos hablado ya brevemente del papel de los profesores y de algunas características de su servicio eclesial. En cuanto al encargado o prefecto de estudios, baste anotar que su presencia y ayuda cercana es necesaria, casi indispensable, también en seminarios cuyos alumnos asistan a otros ateneos universitarios. Siempre resulta oportuno contar con un guía para el propio trabajo intelectual. Él puede atender personalmente a los estudiantes para motivar, dar sugerencias, aclarar dudas, supervisar el método de estudio, sugerir lecturas, etc. Le compete también la organización de las actividades académicas complementarias, de las que hablamos en el capítulo anterior.

Hemos mencionado el equipo de formadores. No es un mero "grupo" de encargados de la formación, que trabajan cada uno por su lado. El éxito de la marcha de un seminario depende, en buena parte, de que los formadores actúen con espíritu de equipo: colaboración, intercomunicación, aplicación conjunta de principios y consignas comunes, repartición de tareas y funciones... Este modo de actuar beneficia no sólo a la organización práctica del seminario sino también, y es lo más importante, a la formación personal de cada seminarista. Cada formador puede desempeñar mejor su misión particular si actúa según los mismos criterios que los demás formadores. El formando es orientado así por todos los formadores en una misma dirección. Por otra parte, ese espíritu de equipo de los formadores constituirá para todos los seminaristas un valioso testimonio de caridad, de unión sacerdotal y de capacidad de diálogo y colaboración: el día de mañana ese ejemplo iluminará su práctica ministerial, particularmente en el espíritu de colaboración con los demás sacerdotes. El rector debería ser el primero en poseer y fomentar el espíritu de equipo. Ni debe pretender hacerlo él todo, ni puede desentenderse de cualquier sector específico delegado a otro formador. Por eso, tiene que conocer y estimar a los formadores, motivarles y promover su colaboración activa; saber delegarles tareas y responsabilidades habituales o esporádicas; y coordinar los esfuerzos de todos en la misma dirección. Para ello es preciso que dedique parte de su tiempo a atender, escuchar, supervisar y guiar a cada uno de sus colaboradores.

El trabajo en equipo exige también que los formadores se reúnan periódicamente, bajo la presidencia del rector, para revisar la marcha del seminario, examinar los problemas que vayan surgiendo, sugerir soluciones y caminos de acción, y programar juntos los diversos aspectos de la vida del seminario.

El término "formador" se refiere en este capítulo principalmente al rector, el vicerrector, los directores espirituales, y los sacerdotes asistentes. Algunos consejos se podrán aplicar también, servatis servandis, a los confesores.


La figura del formador

Representante de Dios

Lo primero que conviene recordar al hablar del perfil del formador es que él está ahí por querer de Dios. Desde el punto de vista de la fe, antes que organizador, consultor o amigo, el formador es para los seminaristas representante de Dios. Ha sido una llamada divina la que ha invitado a los candidatos a seguir ese camino. Y ha sido un designio divino el que ha puesto a unos hombres concretos para que les ayuden a recorrerlo. Todo esto entra en la lógica de la naturaleza de la Iglesia, tal como la quiso su Fundador: una comunidad de creyentes en la que unos sirven a otros realizando un ministerio de autoridad.

Ése es el sentido de la autoridad del formador. Valen para él las palabras de Cristo: «quien a vosotros escucha, a mí me escucha, y quien me escucha, escucha a Aquél que me ha enviado» (cf. Lc 10,16; Mt 10,40). Si, como recordábamos alguna vez, el seminario es una comunidad eclesial, el rector del seminario es de algún modo pastor de los miembros de esa comunidad.

Es importante que tanto él como sus colaboradores sean conscientes, primero, de que su labor es un servicio de autoridad, y, segundo, de que su autoridad es servicio. No es un mero juego de palabras. Los formadores no pueden renunciar a su papel de guías, pastores, representantes de Dios para los que se preparan al sacerdocio. No pueden reducir su figura a la de un coordinador más o menos eficaz de un grupo humano. Dejarían de ser lo que Dios quiere de ellos. Pero, en cuanto representantes de Dios, deben ejercer su autoridad como Cristo, que «no vino para ser servido, sino para servir» (Mt 20,28). Esa autoridad les ha sido dada «para edificar y no para destruir» (2 Co 13,10). Ejercerla con espíritu de servicio significa tratar a los seminaristas de tal modo que expresen en su comportamiento la caridad con la que Dios los ama. Significa que toda su actuación debe guiarse por el deseo único de ayudar a los seminaristas a realizar su vocación y a alcanzar en ella su propia realización. Es el bien verdadero de los jóvenes a ellos confiados lo que debe orientarles siempre en sus decisiones y comportamientos: cuando aconsejan, cuando exigen, cuando dan permisos y cuando los niegan... Siempre, por encima de todo, el bien del formando, no el suyo propio.

Será ése el mejor modo de lograr que los seminaristas vean también en ellos, iluminados por la fe, auténticos representantes del Dios que les llamó a su servicio.


Representante de la Iglesia

En realidad, el responsable último del seminario y de la formación de los candidatos al sacerdocio es el obispo, pastor puesto por Cristo al servicio de toda la diócesis. Los formadores reciben de él su autoridad. Por tanto, son representantes de la Iglesia ante los estudiantes del seminario. Como tales, deben procurar actuar de acuerdo con la mente de la Iglesia, y seguir fielmente los reglamentos e indicaciones emanados por la Iglesia universal, la conferencia episcopal y su propio obispo. Se les pide que pongan en juego toda su capacidad, sus dotes, su inventiva. Pero siempre en armonía y en coordinación con quien tiene la responsabilidad suprema de la diócesis.

Por otra parte, su labor consiste en colaborar en la formación de sacerdotes de la Iglesia y para la Iglesia. Los seminaristas confiados a su cuidado están llamados a ser hombres de Iglesia, estrechamente unidos al Sucesor de Pedro y a los obispos en comunión con él. El amor del formador a la Iglesia universal y particular debería ser tan sincero y caluroso que lo infundiera en los seminaristas de modo espontáneo en todo momento, logrando crear un auténtico ambiente eclesial que propicia la entrega entusiasta y generosa de todos sus miembros.


Padre y amigo

El verdadero formador representa a Dios y a la Iglesia, no como un delegado legal, sino como quien hace de veras las veces del otro. En este sentido, podemos decir que es para los seminaristas verdadero padre y amigo. Nunca será buen formador quien cumpla su misión como un funcionario frío, por muy competente que sea.

La actitud de Pablo con los fieles de sus iglesias es una lección para el buen formador: «Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre que cuida con cariño de sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos» (1 Ts 2, 7-8).

El formador es padre por su autoridad, por su experiencia, por su interés en la maduración integral de los seminaristas; es amigo por su cercanía, por su benevolencia siempre disponible... Como padre aconseja, motiva, exige, perdona; como amigo acompaña, colabora, comparte. Este modo de ser, si es de verdad sincero, fomenta espontáneamente la estima y apertura de los seminaristas. Cuando ellos perciben comprensión, magnanimidad, y respeto por parte del formador, se sienten llamados a corresponder con actitudes semejantes.


Maestro y guía

El joven que ingresa al seminario viene a aprender. Necesita un maestro. Es cierto que uno solo es el Maestro (cf. Mt 23,8). Pero también es cierto que Jesús envió a los suyos a enseñar (cf. Mt 28,20). El formador de sacerdotes ha sido llamado, por tanto, a enseñar la doctrina del Maestro, tal como él la confió a su Iglesia.

Pero prepararse para el sacerdocio es mucho más que aprender una teoría o asimilar unos valores: es aprender a vivir. El formador se convierte así en el maestro que enseña a vivir, es decir en guía de sus seminaristas.

Deberá enseñar y guiar al candidato en mil aspectos y detalles diversos. Todos son importantes. Pero su principal tarea será conducirle al encuentro del Maestro.


LECTURAS RECOMENDADAS

Presentamos a continuación el apartado correspondiente a este tema en el PLAN DE FORMACIÓN SACERDOTAL DE ESPAÑA. Puede ser útil conocerlo y compararlo con el de la propia nación o región y compartir observaciones con los demás sobre este tema.


V. LOS EDUCADORES DE LOS FUTUROS PRESBÍTEROS

249. «La Iglesia como tal es el sujeto comunitario que tiene la gracia y la responsabilidad de acompañar a cuantos el Señor llama a ser sus ministros en el sacerdocio»430. «El Espíritu de Jesús le da la luz y la fuerza para discernir la vocación y en el acompañamiento de su itinerario. No hay, por tanto, auténtica labor formativa hacia el sacerdocio sin el influjo del Espíritu de Cristo»431. El primer representante de Cristo en la formación sacerdotal es el obispo. Esta responsabilidad formativa del obispo respecto a los candidatos al sacerdocio exige que los «visite con frecuencia y en cierto modo "esté" con ellos»432. Al obispo, por tanto, le corresponde escoger a los formadores y profesores más aptos de que disponga, pues la formación de los futuros presbíteros depende en notable proporción de educadores idóneos; compartir con ellos la responsabilidad de las decisiones, darles ánimo y velar por su preparación inicial y permanente en los institutos, cursos y reuniones periódicas que se organicen con este fin en el ámbito regional, nacional e incluso internacional433. Es imprescindible que el obispo y los formadores dialoguen entre sí constantemente para abordar en unidad de pensamiento y acción la formación de los futuros pastores y la orientación en que esa formación se realiza434. El Seminario, como comunidad educativa, vive también en el continuo diálogo mutuo entre los que se forman y sus propios formadores435.

250. La formación de los futuros presbíteros es, a la vez, unitaria y compleja. Necesita de la atención de diversos educadores, entre los que es oportuno contar también con la colaboración de fieles laicos, hombres y mujeres436, según la función que se les encomiende a cada uno de ellos para que, constituyendo un auténtico equipo de trabajo, aporten sus aptitudes y experiencias y contribuyan eficazmente a la formación integral del alumno y al desarrollo de la vida de la comunidad educativa con un sentido verdaderamente eclesial437.

251. Entre los educadores de los seminaristas cabe señalar dos grupos:
_ el equipo de formadores, que cumplen con la función de atender a la marcha general del Seminario y que conviven con los seminaristas como en una auténtica fraternidad apostólica, y
_ el grupo de profesores, que están más directamente responsabilizados de la formación intelectual de los seminaristas y que deben constituir, juntamente con los formadores, un equipo de trabajo bajo la moderación del obispo y del Rector438.


1. El Rector

252. Corresponde al Rector, por designación del obispo, la dirección del Seminario y la prudente coordinación de cuantos constituyen la comunidad educativa. Entre otras responsabilidades, a él le compete:
_ representar al Seminario ante la comunidad eclesial y ante las autoridades civiles439;
_ en conformidad con la normativa de la Iglesia, en sintonía con las disposiciones del obispo, asegurar con caridad la unidad de dirección, favoreciendo su puesta en práctica con la colaboración por parte de todos, formadores, profesores y seminaristas440;
_ admitir, con los criterios y el consentimiento del obispo, a los aspirantes que desean ingresar en el Seminario, y discernir sus pasos a lo largo de las distintas etapas del proceso educativo;
_ presentar ante el obispo las características de cada candidato para que pueda formarse el juicio de idoneidad requerido antes de la admisión a las Órdenes sagradas;
_ en el cumplimiento de sus respectivas funciones todos deben prestarle la correspondiente obediencia de acuerdo con las normas establecidas para la formación sacerdotal y el Reglamento del Seminario. De igual modo, los formadores y profesores han de cooperar con el Rector para que los seminaristas observen las normas y el Reglamento con fidelidad441.


2. El Equipo de Formadores

253. El Equipo de Formadores, que está presidido por el Rector, ha de constituirse con sacerdotes que estén debidamente capacitados para el cometido que se les encomienda442:
_ que sean hombres de fe firme, bien motivada y fundada, vivida en profundidad, de modo que se transparente en todas sus palabras y acciones y que eduquen más por lo que son que por lo que dicen443;
_ que acepten responsablemente las líneas básicas y la forma concreta que el obispo determine en lo que se refiere a la formación de los futuros sacerdotes444;
_ que vivan con entusiasmo y realismo su condición de sacerdotes en la Iglesia y en el mundo de hoy y presten una atención positiva y crítica a la cultura contemporánea445;
_ que hayan dado muestras de madurez en el desempeño de funciones pastorales y estén dotados para el ejercicio de la tarea educativa, tanto por sus cualidades personales, entre ellas la madurez afectiva446, como por su preparación específica;
_ que valoren esta función educativa específica como forma plenamente válida de realización de su condición de pastores y tengan capacidad de colaboración y corresponsabilidad en la consecución del proyecto educativo447;
_ que estén abiertos para aprender, tengan capacidad para la escucha, el diálogo y la comunicación, sepan aceptar las críticas y observaciones y estén dispuestos a corregirse448;
_ que revisen constantemente el quehacer que se les encomienda y se esfuercen por renovarse y capacitarse cada día más con vistas a ejercerlo con mayor eficacia;
_ que, como verdaderos formadores de comunidad, sepan promover la corresponsabilidad y la participación de los alumnos en el proceso educativo449.

254. El Equipo de Formadores es un caso típico de equipo sacerdotal al servicio de una acción pastoral conjunta. En cuanto tal debe ser para los aspirantes al sacerdocio signo y ejemplo de grupo de vida que refleja el espíritu de la fraternidad apostólica:
_ por su estrecha relación con Cristo y su experiencia de fe contemplativa;
_ por su testimonio de comunión jerárquica ante los seminaristas;
_ por el espíritu evangélico de las bienaventuranzas y el amor a los pobres, reflejado también en su vivencia de la humildad y austeridad;
_ por su experiencia gozosa de vida comunitaria y de trabajo pastoral conjunto con sentido de Iglesia;
_ por el respeto mutuo y espíritu de colaboración y una clara visión de las funciones que han de realizar con unidad orgánica;
_ por la fortaleza y la perseverancia para la entrega a la misión con toda la dedicación que exige su atención al Seminario.

255. En el ejercicio de sus funciones, los formadores deben contar con la colaboración de verdaderos expertos en psicología y pedagogía. En todo caso habrá que respetar la libertad del seminarista para acudir a entrevistarse con estos expertos y será necesario su consentimiento para que éstos ofrezcan a los formadores los datos obtenidos. El juicio valorativo y la síntesis final pertenecen, por su propia naturaleza, al Equipo de Formadores450.

256. Formadores y seminaristas integran una misma y única comunidad y las relaciones entre unos y otros han de ser las que corresponden a una comunidad cristiana. Los formadores mantengan siempre, con entrañas pastorales, unas relaciones cordiales y afectuosas con los seminaristas, que no son meros destinatarios de su acción sino hermanos a quienes sirven desde el ministerio pastoral. Los seminaristas vean siempre en sus formadores a sus primeros pastores que buscan continuamente el mayor bien para ellos.

Todos, cada uno según su función, comparten la responsabilidad de programar, realizar y revisar la vida de la comunidad en todas sus vertientes de manera que se alcance la totalidad de objetivos que aquella persigue451.


3. El Director Espiritual

257. Entre las funciones del Equipo de Formadores merece atención especial la dirección espiritual. La dirección espiritual del propio sacerdote —tan claramente recomendada por la Iglesia— depende en gran medida de que desde seminarista haya vivido con seriedad la dirección espiritual durante los años de formación. Así, además, se capacitará experimentalmente para ejercer mañana la función de dirección espiritual, que va aneja a la condición de pastor del Pueblo de Dios. Cuiden, pues, los formadores de que cada seminarista tenga su Director Espiritual452, desde el ingreso en el Seminario, «a quien abra su conciencia humilde y confiadamente para que se dirija con mayor seguridad por el camino del Señor»453.

258. El obispo designará a uno de los formadores del equipo como Director Espiritual de la comunidad, quedando sin embargo libres los seminaristas para acudir a otros sacerdotes que hayan sido destinados por el obispo para esta función454.

259. Todo Director Espiritual considerará fundamental en su función la orientación de la experiencia personal del seminarista en todo el acompañamiento espiritual, especialmente en lo que respecta al progreso en la vida de oración y en el discernimiento, desde la conciencia del seguimiento vocacional a Cristo en el sacerdocio ministerial. Para todo ello el Director Espiritual deberá tener las necesarias aptitudes así como haberse formado él mismo en Teología Espiritual y en otras ciencias del conocimiento y guía de las personas.

260. Competencias propias del Director Espiritual de la comunidad, realizadas siempre en perfecta sintonía con el resto del Equipo de Formadores, serán entre otras:
_ asumir la responsabilidad de la orientación unitaria de la comunidad en la vida espiritual y, de forma general, en todo lo que atañe a la vertiente religiosa de la formación. Esta responsabilidad comporta la oportuna programación y desarrollo de ejercicios y retiros espirituales, pláticas, etc.;
_ coordinar a los sacerdotes autorizados por el obispo para ser directores espirituales o confesores de los alumnos, a fin de asegurar la unidad de criterios en el discernimiento de la vocación 455;
_ cuidar especialmente la dimensión penitencial de cada alumno y de la comunidad. A ello contribuirán notablemente las celebraciones penitenciales periódicas en las que colaborarán los demás formadores y otros sacerdotes designados para ello por el obispo;
_ estar a completa disposición de los alumnos para su atención espiritual individualizada en la marcha de la propia formación desde la intimidad de conciencia.

261. El Seminario debe ofrecer, además de los confesores ordinarios, la presencia regular de otros confesores; y quedando a salvo la disciplina del Centro, los alumnos podrán también acudir siempre a cualquier confesor tanto en el Seminario como fuera de él456. En todo caso, para cuidar la unidad del proceso de dirección espiritual del Seminario, se ha de evitar que un confesor llegue a asumir las funciones de dirección espiritual sin haber sido designado por el obispo457.


4. El Moderador Pastoral

262. En el Equipo de Formadores tiene especial relevancia el Moderador Pastoral458 que se encarga de programar, desarrollar y evaluar con los seminaristas las prácticas pastorales. Para ello deberá estar en contacto con el Vicario de Pastoral y con los sacerdotes e instituciones de la diócesis en cuyo ámbito se inicien los seminaristas en esas prácticas.


5. El Prefecto o Director de Estudios

263. En el grupo de profesores junto con el Rector, modera y coordina el ámbito académico el Prefecto o Director de Estudios, quienes proveerán con diligencia que los profesores desempeñen debidamente su tarea según las normas para la formación sacerdotal y el Reglamento del Seminario459.


6. Los profesores

264. La formación de los futuros sacerdotes exige un número suficiente de profesores con la preparación, competencia y titulación requeridas, con la necesaria dedicación para el ejercicio de la docencia y atención personal a los alumnos, el estudio y la investigación460.

265. La acción pedagógica de los profesores, que se desarrolla fundamentalmente en las clases y que se complementa en el contacto personalizado con los seminaristas, influye decisivamente en la formación de los futuros pastores. También contribuye a su formación el testimonio personal de vida que los profesores den a los seminaristas. Supuestas las condiciones de idoneidad científica y pedagógica y de titularidad y misión jerárquica para la docencia, habrán de esforzarse por desempeñar su función no sólo como profesionales de la disciplina que enseñan sino básicamente como testigos del Evangelio que sirven a la Iglesia en el campo de la investigación y la docencia. Su creatividad investigadora y docente, enraizada en la fidelidad al Magisterio de la Iglesia, los realizará como maestros que profesan la enseñanza con quienes serán a su vez maestros del Pueblo de Dios.

266. La relación adecuada y frecuente del grupo de profesores con el Equipo de Formadores del Seminario favorecerá la articulación entre la formación humana y espiritual, intelectual y pastoral dentro del proceso educativo integrado y coherente de toda la formación sacerdotal461. Procuren el Rector y el Director de Estudios que se reúna periódicamente el Claustro de Profesores donde, además de los asuntos ordinarios, se estudien los problemas que presentan las distintas disciplinas en orden a conseguir la armonía de toda la doctrina de la fe462 y asegurar los métodos pedagógicos convenientes. En estas reuniones traten, como equipo de trabajo, sobre sus alumnos, y estén atentos a recoger el impacto que produce su enseñanza en los seminaristas; así tendrán viva conciencia de su responsabilidad en el proceso formativo y participarán además en el proceso selectivo de los alumnos463.

267. Los profesores de Facultades de Teología, y de Centros Agregados o Afiliados a ellas, que imparten el ciclo institucional de los Estudios Teológicos a seminaristas, tengan siempre muy en cuenta que también es misión particular de una Facultad de Teología cuidar la científica formación teológica de aquellos que se preparan para el presbiterado, pues están formando futuros pastores464. En estos casos procúrese lograr una buena armonía entre la enseñanza teológica y pastoral con la líneas formativas del Seminario, con su visión del sacerdocio y de las varias cuestiones concernientes a la vida de la Iglesia465.

268. A los profesores se les pide: «ser hombres de fe y llenos de amor a la Iglesia, convencidos de que el sujeto adecuado del conocimiento del misterio cristiano es la Iglesia como tal, persuadidos por tanto de que su misión de enseñar es un auténtico ministerio eclesial, llenos de sentido pastoral para discernir no sólo los contenidos, sino también las formas mejores en el ejercicio de este ministerio. De modo especial, a los profesores se les pide la plena fidelidad al Magisterio porque enseñan en nombre de la Iglesia y por esto son testigos de la fe»466.