Dios y el hombre en Jesucristo
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
Actualmente se nos hace caer en la cuenta de que hablamos bastante del amor que
nosotros debemos tener a Dios -- es el primer mandamiento suyo-- y se nos habla
mucho menos del amor que Dios nos ha tenido y nos tiene a los hombres. Y tendría
que ser al revés. Cuando se conoce bien y se tiene metida muy adentro la
convicción de que Dios nos ha amado primero y que desde un principio nos ha
llamado al amor, entonces es cuando empezamos a sentir el amor de Dios en
nuestros corazones y nos entregamos sin reservas al Dios que es amor, que se nos
ha dado por amor y que nos llama al amor eterno.
Nuestra reflexión de hoy quiere adentrarse en el misterio insondable del amor
de Dios que, en Jesucristo, se ha hecho hombre para que el hombre llegue a ser
Dios.
¿Es posible que la historia de Dios se haga historia del hombre? ¿Es posible
que la historia del hombre llegue a ser historia de Dios? En otras palabras, ¿es
posible que Dios se meta de tal manera en el hombre, que Dios sea hombre
realmente? ¿Es posible que el hombre se meta en Dios hasta llegar a ser Dios?
Cualquiera diría que hoy nos subimos hacia las alturas más de la cuenta,
cuando en realidad lo que hacemos no es otra cosa que comentar la Biblia en lo
que tiene de más grande, de más profundo, de más misterioso, de más
consolador, de más tierno, de más hermoso.
Toda la Biblia no nos dice otra cosa sino que ese Dios tan grande y tan inmenso
se ha hecho un hombre, y que un hombre se ha hecho nada menos que Dios.
El Dios grande se ha hecho hombre muy pequeño. Y el hombre tan pequeño ha
llegado --como quien no dice nada-- a ser esto: Dios.
Éste es el misterio de Jesucristo. Dios se hace hombre en Jesucristo. Y el
hombre se hace Dios --participante de la vida de Dios-- cuando se inserta en
Jesucristo.
Dios, por Jesucristo --nacido de una Mujer conocida, una Mujer de nuestra
raza--, se ha metido en nuestra historia de hombres, nacido en un lugar
concreto, en un tiempo determinado, hecho hombre perfecto en todo.
El hombre, en Jesucristo, se ha hecho Dios, y todos los hombres hemos llegado a
ser Dios porque Jesucristo nos ha metido con Él en la misma vida de Dios.
Con una afirmación semejante, tenemos para volvernos locos de admiración y de
felicidad. ¿Tan pequeño es Dios, que es como yo? ¿Tan grande soy yo, que soy
como Dios?...
Esto no lo entiende ningún pagano, ni tan siquiera algunos otros creyentes que
adoran al verdadero Dios, como un judío o un musulmán. Sólo el cristiano
entiende la Palabra de Dios en toda su dimensión, y se atreve a decir:
- ¡Dios vive en mí, escondido en mi corazón! ¡Yo vivo en Dios, hecho partícipe
de su misma vida divina dentro de mí!
Jesucristo ha sido quien ha unido estas dos cosas tan imposibles de anexionar:
Dios y el hombre. Los dos, como el estaño y el cobre, se han hecho una pieza de
bronce irrompible, porque Dios será siempre hombre, y el hombre será siempre
Dios...
Esta es la maravilla de la Encarnación del Hijo de Dios. El Hijo de Dios se
hizo hombre en el seno de una Mujer, para que el hombre llegara a ser Dios.
Ante este misterio, caemos de rodillas adorando pasmados el amor de Dios. ¿Qué
necesidad tenía Dios de llegar a esto? Ninguna. Sólo el amor ha podido llevar
a Dios a semejante condescendencia. Y entonces viene el preguntarse:
- ¿Quién no amará a semejante amador?...
Metido Dios en nuestra historia, en nuestra vida de cada día, cambia del todo
nuestra manera de ser y de comportarnos. Jesucristo, el Dios hecho hombre, nos
ha hecho a nosotros capaces de llevar una existencia como la de Dios.
Vivimos, trabajamos, comemos, dormimos, gozamos y sufrimos como el mismo Dios,
que se empeñó en llevar nuestra misma manera de vivir.
Morimos como murió el mismo Dios.
Resucitamos a una vida nueva como resucitó el mismo Dios después de muerto.
Llevamos en nosotros el mismo Espíritu Santo, como lo llevaba y nos lo dio
Jesucristo el Resucitado.
Reinaremos en la gloria de Dios como reina Jesucristo, inmortales por una
eternidad inacabable.
En Jesucristo nos hemos encontrado Dios y los hombres a fin de llevar Dios
nuestra vida y nosotros la vida de Dios.
El cristiano, que sabe esto, ¿puede tomarse la libertad de llevar una vida que
no sea digna de Dios?...
El cristiano, que sabe que tiene el mismo destino de Dios, es decir, la misma
gloria y felicidad de Dios, ¿puede jugar con su salvación?...
Señor Dios, tu grandeza es inmensa. Tu poder no tiene límites. Tus días son
incontables. Tu hermosura es inimaginable.
Pero tu amor sobrepasa toda medida y toda comprensión. ¿Tú tan pequeño como
yo, para hacerme yo en ti tan grande como Tú?...
Si me faltases Tú, ¿qué sería para mí todo lo demás? Si te poseo a ti, ¿todo
lo demás qué me importa, si me sobra todo?...