Autor: Pbro. Pablo A.
Villafranca M.
Fuente: Estrella del Mar
La etapa del Descubrimiento
Aspectos o rasgos generales que ayudan a discernir si un joven está siendo llamado por Dios o no
En
nuestra vida suceden acontecimientos que se ven marcados por una realidad
profundamente humana: la del "descubrimiento". En nuestra niñez prontamente
descubrimos la seguridad y el deber de obediencia a nuestros padres y mayores.
En la pubertad y adolescencia ocurre el descubrimiento de la sexualidad, y
genitalidad que se asientan en nuestro cuerpo e inciden en el espíritu; al
mismo tiempo hacemos el descubrimiento del ´otro´ no como objeto del que puedo
disponer, sino como sujeto con el que puedo caminar. Es en este tiempo
precioso de novedades, es que también hacemos el descubrimiento del mal uso de
la libertad, de los vicios, de la superficialidad y el desorden en la vida;
pero al mismo tiempo, descubrimos que estamos hechos para algo más grande; en
el corazón sobrepujan una serie de anhelos y sueños que buscan realizarse con
imperiosa necesidad. Es en estas etapas donde urge descubrir para que estamos
aquí, en este mundo, en este momento de la historia, en el seno de una familia
concreta, de una parroquia específica y en una Iglesia que tiene urgencia y
demanda de cristianos auténticos pero en diferentes vocaciones y ministerios.
Como en el amor humano, en la vocación sacerdotal no hay reglas absolutas. Se
puede, sin embargo, tener en cuenta algunos aspectos o rasgos generales que
ayudan a discernir si un joven está siendo llamado por Dios o no.
1. Vida en Gracia. Podemos decir que el fin último del ministerio
sacerdotal es lograr que todos los hombres vivan en Gracia de Dios y así se
salven eternamente. Para eso vivió, murió y resucitó Jesucristo Nuestro Señor,
para darnos Vida Eterna. Sería por tanto una contradicción pensar en dedicar
la vida entera a este fin, desde una condición permanente de pecado mortal.
Los cristianos, auxiliados por los Sacramentos, debemos y podemos vivir
permanentemente en Gracia. Es por eso que recibe el nombre de Gracia Habitual.
Siendo frágiles cualquiera pued e en un momento dado cometer un pecado mortal
y verse así privado de la Vida Divina, pero eso sería la excepción. Un buen
católico no tolera vivir en pecado y busca la Reconciliación con Dios en el
Sacramento de la Penitencia lo más pronto posible.
Cuando un muchacho vive normalmente en pecado ya sea por vicios adquiridos o
por decisiones equivocadas, como puede ser el tener una amante, no puede
pensar en serio en el sacerdocio. Algunos grandes Santos han sido también
anteriormente grandes pecadores, pero respondieron al llamado Divino
convirtiéndose sinceramente dejando su condición de pecadores. San Agustín es
un ejemplo clásico de ello.
2. Gusto por las cosas de Dios. Muy raro sería que se manifestara una
vocación en un muchacho tibio y desapegado. Por lo general, existe una
inclinación, tal vez heredada y vivida en la familia, hacia lo religioso.
Familias profundamente religiosas, donde Dios está presente, donde la oración
es frecuente y la asis tencia a Misa es gozosa y festiva, no es raro que se
vean bendecidas con el llamado de alguno de sus hijos al estado sacerdotal o
de una hija a la consagración religiosa.
El gusto por las cosas de Dios, a pesar del mal ambiente familiar, puede
llegar súbitamente como un magnífico descubrimiento a partir de un encuentro
con Cristo, por ejemplo en una Jornada de Vida Cristiana o un Retiro
Espiritual. De pronto Dios es el personaje más importante en la existencia y
todo lo que tenga que ver con Él es maravilloso: Biblia, Sacramentos,
catequesis, apostolado, parroquia, oración, obras de caridad, liturgia, etc...
No es de extrañar, por lo tanto, que se diga: "Esto es lo mío" y piense en
entrar al seminario.
3. Capacidad intelectual. Cuando un joven ha podido terminar estudios
equivalentes a la preparatoria o vocacional, está demostrando al menos dos
cosas: cierta capacidad intelectual y haber tenido la disciplina suficiente
para obtener un certificado o diploma. Podemos sospechar que los estudios
sacerdotales no serán un obstáculo infranqueable. En el seminario y cualquier
casa de formación religiosa se estudia mucho y por largos años. Por lo general
son tres años de filosofía y cuatro de teología, aparte de un año de noviciado
si el muchacho quiere pertenecer a una congregación religiosa. Es por eso que
hacen falta tanto la inteligencia como la perseverancia. Los sacerdotes, al
final de sus estudios, son tan profesionales o más, que un licenciado,
ingeniero o doctor. Ojalá los católicos remuneraran sus servicios pastorales
al mismo nivel que pagan los servicios profesionales de un médico o un
abogado...
4. Equilibrio emocional. El ministerio sacerdotal o la consagración
religiosa, y la vida misma en el seminario o casas de formación, van a someter
al joven a duras pruebas y presiones. Es por eso que se requiere de una
estabilidad bien cimentada. Las personas frágiles, volubles, en extremo
emotivas, desequili bradas, no son aptas para el sacerdocio y tal vez ni para
el matrimonio. Cuando se tiene sobre los hombros la responsabilidad de una
parroquia o la dirección de una escuela, cuando los problemas de la gente
llegan por todos lados, cuando hasta las tentaciones acechan, es necesario
poseer una ecuanimidad y un dominio de sí a toda prueba. Una persona sin esas
cualidades será un problema permanente tanto en el seminario, como en la casa
de formación, y siempre en la vida ministerial o religiosa.
5. Vida de castidad. Relacionada con la estabilidad emocional viene la
capacidad de vivir en castidad perfecta. En un mundo sexualizado al máximo, en
donde se concede un valor absurdo e indiscutible a la actividad sexual, sea
del tipo que sea, el voto de castidad parece una locura incomprensible. El
mismo Señor Jesús apuntó tanto la grandeza de la castidad "por el Reino de
Dios", como la incomprensión del mundo hacia esa actitud (Mt. 19,12).
Muy en contra de lo que nos bombardean los medios masivos de comunicación, la
obligación de la castidad es absoluta para los solteros ("No fornicarás") y
aún los casados deben comportarse dentro de su matrimonio según la ley de Dios
en lo que podemos llamar "castidad matrimonial".
El candidato al sacerdocio y a la vida consagrada, es invitado a continuar
viviendo la castidad del célibe cristiano, permanentemente, por el Reino de
los Cielos. Si ya desde joven ha comprobado tristemente que no le es posible
la continencia, debe antes de atreverse a emitir el voto de castidad,
comprobar que ha superado esa debilidad y puede en el futuro ser fiel a su
promesa.
El voto de castidad hace del sacerdote y del religioso y religiosa, no
solamente un hombre o mujer libre de las cargas inherentes a la vida de
familia, sino también un signo impactante para el mundo, de los valores
trascendentales del Reino de Dios. El que un hombre o mujer renuncie a una
cosa tan de acuerdo con la naturaleza hum ana, como es formar una familia,
supone un acto de fe formidable en la Vida Eterna de la Gloria.
6. Amor a la Iglesia. El sacerdote y el consagrado a Dios, trabajan
tiempo completo por el Pueblo de Dios: Todas sus energías, proyectos,
ilusiones, van encaminadas a la instauración del Reino de Dios en la tierra,
extendiendo sus límites a los confines del mundo. En otras palabras, toda su
vida en una apasionada entrega a la Iglesia.
Un muchacho que ha descubierto el proyecto de Dios, ama ya a la Iglesia y
trabaja por ella en obras de apostolado desde su posición laical. No solamente
medita directamente el Evangelio, sino que estudia asiduamente los documentos
del Magisterio, tan importantes como aquél. Escucha atentamente la voz del
Papa y del Concilio, se interesa en los acontecimientos eclesiales como pueden
ser los viajes pastorales del Papa, las reuniones episcopales como el CELAM,
etc... Es en otras palabras, un "hombre de Iglesia". Ingresar al s eminario o
a una casa de formación religiosa no sería sino un lógico paso en la entrega
ya iniciada en su parroquia o en algún movimiento apostólico.
7. Amor a la Eucaristía. Podemos decir que la cumbre del ministerio
sacerdotal es la celebración de la Santa Misa; "y ella es cumbre y fuente de
la vida de todo cristiano." En la misa es cuando un sacerdote es más
sacerdote. Es cuando los poderes sacerdotales rayan en lo inaudito: ¡consagrar
el pan y el vino para ofrecer al Padre la Víctima Divina y luego repartirla al
pueblo fiel!
¿Cómo pensar en una vocación al sacerdocio que no tenga como meta la
celebración de la Eucaristía? ¿Cómo podría existir una tal vocación en un
muchacho que ni asiste a Misa ni comulga jamás? La intimidad con Jesús
Eucaristía es uno de los signos más claros del llamado al sacerdocio. Pasar
largos ratos ante el Sagrario, participar gustosamente en la Misa, comulgar no
tan solo los domingos, sino a diario si es posible, sería l o más lógico en el
proceso hacia el sacerdocio.
8. Actividad Apostólica. Se ha mencionado que el candidato, por su amor
a la Iglesia, participa en el apostolado. Del mismo modo como un chico que
desea ser futbolista se pasa el día pateando pelotas y no pierde ocasión de
jugar, el muchacho que es llamado al sacerdocio, se interesa por las obras de
apostolado generosamente. Tal vez no lo reflexione ni se dé cuenta, pero el
apostolado se convierte en el valor principal en su vida. Podemos decir que el
celo apostólico es un signo y un camino de la vocación sacerdotal y de
consagración religiosa.
9. Amor a los hombres. Ligada a lo anterior, el consagrado no se fuga
del mundo ni es incapaz de amar ni tampoco le tiene miedo a las mujeres o a
los hombres; siente un amor y respeto profundo por ellos, el mismísimo amor de
Dios lo mueve y lo apasiona; si no fuera así, estaría llamado a muchas cosas
quizás, pero no a consagrarse a Dios.