Autor:
www.interrogantes.net
¿Es frágil la fe?
Tener fe es elegir entre dos modos de ver la vida
He
perdido la fe
«Recuerdo –me contaba en confianza un antiguo compañero mío– aquellas
devociones de mi niñez y mi primera adolescencia, y la verdad es que siento
haber perdido la fe. Pero así ha sido.
Cuando mi pensamiento vuelve, con nostalgia, a aquellos recuerdos, aún adivino
que había en ellos algo grande y valioso. Me sentía a gusto entonces, en esa
inocencia, pero ahora pienso que todo aquello era demasiado místico, que la
realidad no es así.
Mi afición a la filosofía y aquellas ávidas lecturas de juventud deshicieron
enseguida, como un terrón de azúcar en el café, aquel clima religioso de la
niñez. La imprecisión y vaguedad de mi fe infantil se convirtió con los años
en una demoledora duda intelectual. Yo quisiera creer, pero ahora no me parece
serio creer. La razón me lo estorba.»
En muchas ocasiones, como sucede en esta, una persona avanza con los años en
su preparación profesional, en su formación cult ural, en su madurez afectiva
e intelectual..., pero, sin embargo, su conocimiento de la fe se queda
estancado en unos conceptos elementales aprendidos en la niñez.
Y a ese desfase hay que añadir, en algunos casos, el triste hecho de que esa
formación religiosa quizá fue impartida por personas de conducta poco
coherente.
Cuando todo esto sucede, la fe va dejando de informar la vida, y se va
rechazando poco a poco, de una manera insensible. Y esas personas acaban por
decir que Dios no les interesa, que no tiene sitio en su vida, o que para
ellos es poco importante.
Este proceso, lamentablemente corriente, demuestra la fragilidad de la fe en
personas que se educaron asumiendo unas simples prácticas religiosas sin
preocuparse por alcanzar un conocimiento real y profundo de la fe. La vida
espiritual no puede reducirse a una actividad sentimental ajena a lo racional.
El creyente debe buscar en su vida espiritual una fuente de luz que facilite
una vida intelectual rigurosa.
¿Y cuando aparecen las dudas?
Es natural que a veces se presenten dudas. Pero eso no es perder la fe, pues
se puede conservar la fe mientras se profundiza en la resolución de esas
dudas. Es más, en muchos casos la duda abre la puerta a la reflexión y a la
profundización, para así alcanzar una fe más madura: en ese sentido puede
incluso resultar positiva.
Es preciso buscar respuesta a las dudas, a esas aparentes contradicciones,
aunque no siempre se llegue a comprender todo enseguida. Así lo explicaba
Joseph Ratzinger: La fe no elimina las preguntas; es más, un creyente que
no se hiciera preguntas acabaría encorsetándose.
Por otra parte, aunque sea cierto que el creyente puede sentirse amenazado por
la duda, hay que recordar que tampoco el no creyente vive en una existencia
cerrada a la duda. Incluso aquel que se comporte como un ateo total, que ha
logrado acallar casi por completo la llama da de lo sobrenatural, siempre
sentirá la misteriosa inseguridad de si su ateísmo será un engaño.
El creyente puede sentirse amenazado por la incredulidad, pero quien pretenda
eludir esa incertidumbre de la fe, caerá en la incertidumbre de la
incredulidad, que no puede negar de manera definitiva que la fe sea verdadera.
Al ateo y al agnóstico siempre les acuciará la duda de si la fe no será real.
Nadie puede sustraerse a ese dilema humano. Sólo al rechazar la fe se da uno
cuenta de que es irrechazable.
«Es inevitable –ha escrito Rosario Bofill- que a veces tengamos que caminar
entre nieblas.
En cierta manera, la fe es la capacidad de soportar la duda.
Y de vez en cuando, una persona, una reflexión, o una lectura nos hacen
atisbar un poco de ese misterio por el que uno ha optado. Cada creyente sabe
que alguna vez ha tenido evidencias de la existencia de Dios, pequeñas pruebas
que quizá vistas por otro, fuera de su contexto, le harían sonr eír
displicente...
Y a lo largo de los siglos la mayoría de los hombres han experimentado esa
necesidad de Dios. ¿Es esto una prueba de que existe? Pienso que sí, invocado
de distinta forma en las distintas religiones y en los distintos siglos.
Si me repugna creer que el mundo está abocado al absurdo, debo creer que más
allá de la muerte hay algo, que tendremos otra vida distinta a la de ahora.
Hay una razón de justicia que me parece imperiosa: ¿cómo Dios no va a dar a
los pobres, a los desheredados, a los que viven en la miseria, a los que
sufren tanto en esta vida, su parte de felicidad? Ha de haber algo que
restablezca el orden y dé a los que aquí no han tenido nada, la plenitud. Y
que los que aquí han amado no vean acabado su amor.
Siento una voz íntima, un grito interior que me hace creer que es imposible un
mundo sin Dios, un mundo del absurdo. Porque un mundo sin Dios me parece un
absurdo total. ¿A qué esa sed interior, esa angustia, ese deseo de vida del
hombre? Ese amasijo de sentimientos, inteligencia, deseos, nostalgia, que
somos las mujeres y los hombres, cada uno a su manera, ¿qué sentido tienen
perdidos en el cosmos sin un Dios que al fin dé respuesta a tanto deseo, tanto
vacío, tanto anhelo?
He tenido que madurar mi educación religiosa de la infancia y la juventud,
pero recibí unos principios básicos a los que he sido fiel. Hay gente que
cuando se hace adulta rechaza lo que le enseñaron y cómo le educaron. Sin duda
al hacerse adulto uno tiene que reflexionar sobre su fe y madurar, pero creo
que es una suerte haber vivido rodeada de gente que ha vivido a fondo su fe, y
también haberse encontrado con personas críticas, buenos creyentes, que son
los que más me han ayudado. La fe es como una herencia que no quisiera echar
por la borda y a la que en lo más hondo de mí estoy muy agradecida».
A veces lo que plantea dudas no es la fe, sino la práctica de la fe: lo
difícil no es creer, sino vivir lo q ue se cree. Todo el mundo siente esa
tensión en su interior. Todo hombre se siente atraído por extremos diferentes,
y experimenta el tirón de lo que sabe que va contra sus convicciones. Pero eso
no significa una rotura.
De vez en cuando pueden surgir dudas sobre la propia capacidad de vivir la fe.
Se nos puede hacer un poco más cuesta arriba. Es preciso entonces seguir
esforzándose por mejorar, con la confianza de que precisamente gracias a esa
fe, iremos recibiendo más luz y más fortaleza, profundizaremos más en esa fe y
la viviremos mejor. La fe ayuda a vivir esa coherencia de vida, sin que esas
tensiones tengan por qué producir frustración o ruptura.
Pero muchos, en esa cuesta arriba, abandonan la práctica religiosa. Suele
suceder cuando se ve la práctica religiosa como un fin y no como un medio. Por
eso es importante levantar la vista por encima del acontecer diario para
atisbar la meta a la que nos dirigimos. Ser buen cristiano puede a veces
resultar cost oso, pero merece la pena. Además, esos momentos de cuesta arriba
siempre brindan al hombre una oportunidad de dar lo mejor de sí mismo. Son la
piedra de toque que identifica la calidad del edificio que estamos
construyendo con nuestra vida.
“El ser humano –escribe Javier Echevarría– posee una capacidad de infinito que
sólo el Infinito, Dios mismo, puede saciar. Hay en nosotros un fondo que nada
ni nadie, excepto Dios, logra llenar; y, en consecuencia, existe –incluso en
las más grandes amistades y en los más grandes amores– una cierta experiencia
de límite, de soledad no superada. En ocasiones, esa experiencia engendra
miedo, repliegue sobre sí mismo para conservar un reducto de intimidad en el
que nadie entre; en otras, impulsa hacia adelante, a buscar algo más. De este
modo se encauza una inquietud del espíritu que sólo en Dios puede encontrar
finalmente reposo”.
¿Está anticuada la Iglesia?
A ojos de muchos, la Iglesia aparece como algo anticuado, cuyos métodos se han
ido anquilosando. Son muchos, en efecto, los que tienen esa extraña imagen.
Pienso que si conocieran la fe y la realidad de la Iglesia con mayor
profundidad, comprobarían que en la Iglesia sopla un aire fresco de novedad y
de ideales grandes. Verían que brinda una espléndida posibilidad de
transformar la propia vida.
Por eso es importante que los cristianos promuevan, por decirlo así, una
cierta curiosidad por lo que significa realmente ser cristiano, y que fomenten
el interés por contemplar la riqueza que la fe contiene, su variedad, su
capacidad de resolver los problemas del hombre de hoy. Para descubrirlo hay
que acercarse un poco, pues la fe se entiende mucho mejor cuando uno se pone
en camino.
Algunos ven la fe como una simple coraza que el hombre se fabrica para
sentirse mejor consigo mismo. La religión da respuesta a muchas preguntas y
miedos que el hombre lleva consigo, y le ayuda a superarlos. En ese sentido,
es cierto q ue ayuda a sentirse mejor con uno mismo. Pero aunque tenga esos
efectos psicoterapéuticos, la fe no es eso, es mucho más.
En todas las épocas de la humanidad ha existido la tendencia del hombre hacia
lo eterno, hacia Dios. Y de la misma manera que el hombre se siente mejor
cuando lleva bien sus relaciones humanas, es lógico que sienta lo mismo, y con
más intensidad, cuando lleva bien su relación con Dios.
Vivir sin fe
Parece bastante más fácil no creer que creer. Puede parecer más sencillo, o
más cómodo, en el sentido de que quien no cree no se liga a nada. En ese
sentido es fácil. Pero vivir sin fe no es tan fácil. La vida sin fe es
complicada generalmente, porque el hombre no puede vivir sin puntos de
referencia. No tenemos más que recordar la filosofía de Sartre, Camus, o de
otros muchos, para comprobarlo enseguida.
La carga que conlleva la falta de fe es mucho más pesada. Tener fe es, en
cierta manera, una opción. Elegir entre dos modos de ver la vida. Ambos modos
–vivir con fe o sin ella– se presentan como dos posibilidades coherentes. Sin
embargo, pienso que la razón y la observación de la naturaleza y del hombre
llevan indefectiblemente hacia la fe. De todas formas, al final hay siempre
una decisión de la voluntad. Una decisión perfectamente compatible con que
después uno pueda sentir a veces el atractivo de la otra opción.