¿Enseñó San Pablo la justificación por la sola fe?
Un ex 
cristiano evangélico reflexiona sobre el tema.    
Robert Sungenis, Catholic Apologetics International
 
I. Introducción.
1. 
Existe una enseñanza común entre las distintas denominaciones protestantes: la 
de que el hombre se justifica ante Dios por la sola fe. Los protestantes 
pretenden que el hombre debe simplemente creer que Cristo ha hecho todo lo que 
se requiere para la justificación. Y, una vez que el hombre cree en Cristo, está 
salvado para siempre. Consecuentemente, los protestantes entienden que las 
buenas obras son meramente el fruto del estado justificado, pero no que sean 
meritorias para la justificación. Del mismo modo, las malas obras no amenazan el 
estado justificado. Han sido ya perdonadas.
2. La Iglesia Católica enseña que aunque la importancia de la fe es crítica, la 
fe solo inicia el proceso de justificación, un proceso que tiene sus etapas y un 
final. Ni la justificación es un acontecimiento singular de sola fe, ni las 
obras son meramente el fruto de semejante fe, sino un proceso por el cual el 
individuo crece en justificación por su fe y buenas obras, un crecimiento que 
puede ser retardado, o incluso terminado, por la infidelidad y las malas obras, 
y finalizar en la perdición. 
3. Para ambas partes, conviene previamente clarificar lo que entendemos con la 
palabra “justificación”. Basicamente, “justificación” es el término teológico 
usado para referirse a la base sobre la que el hombre puede “entrar en la vida 
eterna”. Es el medio por el cual un pecador es “justificado” o “hecho justo ante 
Dios”. Como Dios es perfecto, trascendente y santo, y el hombre imperfecto, 
mortal y pecador, debe haber una razón “justificable” por la que Dios permita a 
tan baja criatura vivir con El para siempre. Como Dios tiene que preservar su 
honor y santidad, no puede aceptar sin más a los hombres en el cielo sin una 
buena y “justificable” razón para hacerlo, pues, de otra manera, estaría 
comprometiendo su propio carácter divino. Para justificar nuestra entrada en el 
cielo, Dios debe permanecer también justo, honorable y santo (Romanos 3:26).
II. “Fe” y “sola”
1. Pues bien, empecemos planteando una pregunta importante: ¿Enseñó el apóstol 
Pablo la justificación por la sola fe? Y si así fue, ¿por qué no usó Pablo la 
expresión específica “sola fe” en ninguna parte de sus escritos 
neotestamentarios? San Pablo usó la palabra “fe” más de doscientas veces en el 
Nuevo Testamento, pero ni una sola vez la juntó con las palabras “sola” o 
“sólo”. ¿Qué es lo que le impediría tan importante unión si la “soledad” de la 
fe para la justificación estaba en un primer plano de su mente?
2. La segunda razón que nos lleva a sugerir tan importante pregunta es que Pablo 
usó las palabras “solamente” “sólo” o “lo único” (en la traducción de LBLA, e.g.) 
muy frecuentemente. En muchos de estos casos aparece justo al lado de los mismos 
textos que contienen enseñanzas sobre la fe y la justificación (Romanos 3:29, 
4:12; Gálatas 2:10, 3:2, 4:18, 5:13). Por tanto, justo cuando Pablo estaba 
enseñando acerca de la naturaleza de la justificación, debía estar vivamente 
consciente de la palabra “sola” y de sus propiedades calificativas. Su unión con 
la palabra “fe” habría dejado esta cuestión indiscutiblemente resuelta. 
3. Y, a pesar de que el Espíritu Santo no consintió, al parecer, que Pablo usara 
la expresión “sola fe” u otra equivalente, sí que se lo permitió a Santiago, y, 
además, de forma clara y enérgica, al declarar que “ el hombre es justificado 
por las obras y NO sólo por la fe” (Santiago 2:24 LBLA). Esta negación aparece 
justo cuando Santiago se plantea en la epístola si la fe, por sí sola, es 
suficiente para la justificación. Sólo podemos concluir que la inspiración del 
Espíritu Santo de la igualmente importante expresión “no” “por” claramente 
demuestra que Dios estaba preocupado de que alguien pudiera malinterpretar que 
el énfasis de la Escritura en la fe frente a las obras equivalía a la “sola fe”. 
Pero, dicho esto: ¿acaso no dijo San Pablo que la fe estaba “aparte de” las 
obras?
4. Si Pablo no pretendió enseñar la “sola fe”, entonces, ¿”cómo explicamos su 
afirmación en Romanos 3:28 de que el hombre es justificado por la fe aparte de 
las obras de la ley”? No podría argüirse que la expresión “aparte de” es muy 
parecida a la palabra “sola”, y así concluir que S. Pablo realmente enseñó que 
la fe está sola en la justificación?
5. Para contestar a esto, debemos caer en la cuenta de que “justificado por la 
sola fe” no significa lo mismo que “justificado por la fe aparte de las obras de 
la ley”. Gramaticalmente, la expresión “sola fe” significa que la fe es el UNICO 
instrumento de justificación, mientras que la afirmación “fe aparte de las obras 
de la ley” meramente significa que “las obras de la ley” -sea lo que sea lo que 
S. Pablo quiere decir con esto- son la única cosa que no puede juntarse con la 
fe para la justificación. En otras palabras, “sola fe” excluye que se añada 
cualquier cosa a la fe, mientras que “fe aparte de las obras de la ley” impide 
sólo que a la fe se añadan las “obras de la ley”. Esto deja abierta la 
posibilidad de que haya algo que no sea considerado “obra de la ley” que tal vez 
pueda ser añadido a la fe, o de que podamos entender la “fe” asociada con otras 
virtudes que no estén técnicamente relacionadas con las “obras de la ley” (v. 
Concilio de Trento, Sesión 6, Capítulo 7).
6. De aquí que aunque debamos dar la debida justicia al dicho de Pablo de que la 
fe debe estar aparte de las obras de la ley, esto no quiere decir necesariamente 
que la fe esté completamente sola, especialmente de otras virtudes como el amor 
y la obediencia (Gálatas 5:6; Romanos 1:5, 16:26). Según ciertas Escrituras, 
algo pasa con las “obras de la ley” que fuerza a Pablo a separarlas de su 
concepto de fe; sin embargo, otros pasajes autorizan, incluso exigen, la adición 
de otras obras virtuosas, que no están necesariamente asociadas con las obras de 
la ley, para procurar la justificación.
 
III. La clave: el principio de “obligación” de San Pablo
1. Para empezar a descubrir la verdadera relación entre fe y obras, necesitamos 
entender uno de los más fundamentales principios en la teología de Pablo -el 
principio de obligación legal o deuda. Vemos este principio establecido en aquél 
pasaje tan conocido, Romanos 4:4: “Al que trabaja, el salario no se le cuenta 
como favor, sino como deuda” (LBLA).
2. Para ayudarnos a entender este principio, Pablo usa el ejemplo del empleador 
que está obligado a pagar a su empleado por su trabajo. “Obligación” se refiere 
a una compensación medida que es legalmente debida por el empleador al empleado. 
Como entendemos el trabajo como algo que requiere el arduo uso de nuestras 
facultades, el trabajador es alguien que debe ser remunerado, en alguna manera, 
de forma igual a sus esfuerzos. Hablando vulgarmente, por un trabajo de una 
hora, debe ser pagado un salario de una hora. Salvo que el empleador quiera 
quebrantar la ley, está legalmente obligado a pagar al trabajador lo que le es 
debido. No importa si el empleador ama u odia al empleado, o si éste le gusta o 
disgusta. Está bajo la obligación legal de pagarle. 
3. Estableciendo este principio de obligación legal, Pablo introduce la regla 
fundamental para cualquiera que intente “trabajar” su camino a Dios. Si la 
apelación a Dios está basada en la obligación, entonces la relación entre Dios y 
el hombre se vuelve una en la que la parte que trabaja (el hombre) está 
legalmente obligando a la parte para la que el trabajo es hecho (Dios) a pagarle 
por la obra realizada.
4. Por ello, en lo que a la justificación se refiere, un hombre que se acerque a 
Dios esperando ser remunerado legalmente por sus esfuerzos pone a Dios en la 
posición de ser “obligado” a reputarlo recto y aceptable, merecedor de vivir con 
Dios y de ser bendecido por Él por toda la eternidad. Como en esta situación 
Dios sería forzado a deber un deuda legal al hombre que trabaja, la relación se 
basaría en la ley, esto es, en un contrato legal. Si se basara en la ley, 
entonces no podría basarse en la benevolencia personal de Dios, también llamada 
gracia.
5. Esto es precisamente el motivo por el que Pablo, en Romanos 3:28, dice “que 
el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley”. En una 
perspectiva más amplia, “las obras de la ley” consisten en “obras hechas sólo 
bajo contrato legal” que demandan pago por su cumplimiento, sin tener en cuenta 
si la persona que hace la obra cree o no ni si ama o no a su benefactor. 
6. A la inversa, si el hombre apela a la gracia de Dios, Dios le paga de su 
benevolencia, sin estar legalmente obligado a hacerlo así. Esta es la distinción 
primaria entre gracia y obras. S. Pablo reitera este principio en Romanos 11:6, 
cuando dice: “si es por gracia, ya no es a base de obras, de otra manera la 
gracia ya no es gracia” (Concilio de Trento, Sesión 6, Capítulo 8, Canon 1).
IV. La fe: el comienzo de la salvación
1. En contraste con las obras realizadas en un intento de obligar a Dios, Pablo 
habla de la justificación por la gracia de Dios por medio de nuestra fe (Romanos 
3:22-24). Dios es un ser personal que quiere que el hombre se relacione con Él 
personalmente. Dios no es un empleador impersonal a quien acudimos por nuestra 
“paga” espiritual para después olvidarnos de Él el resto del día. Por eso, 
porque la fe es intrínsecamente personal, es la palabra ideal para describir a 
quien reconoce la verdadera identidad de Dios; a quien se interesa sinceramente 
por los propósitos y planes de Dios; a quien confía en que Dios es bueno y está 
cuidando de nuestros mejores intereses (Romanos 4: 18-22; Hebreos 11:1-40).
2. A la inversa, S. Pablo usa a menudo “obras” u “obras de la ley” como términos 
contractuales que connotan un tipo de relación impersonal empleador/ empleado: a 
alguien que está sujeto a un contrato para hacer un trabajo, pero que no está 
interesado en una relación personal con su empleador. Trabaja u obra con el solo 
propósito de la remuneración, pero no tiene auténtico respeto por las metas y 
aspiraciones de quien le paga. Se jacta de sus cumplimientos y aguarda ser 
pagado generosamente por su trabajo. Tales pretensiones son un insulto a Dios.
3. Para S. Pablo, los judíos de su tiempo eran el perfecto ejemplo de esta 
tesis. Los judíos realizaban sus obras ceremoniales en presencia de Dios y 
pretendían que por tal observancia meticulosa del pacto legal que Dios 
estableció con Abraham, Dios les debía la salvación, sin tener en cuenta su 
estilo de vida (Romanos 2-4). La respuesta de S. Pablo es clara: “¿Quién le ha 
dado a Él primero para que se le tenga que recompensar? (Romanos 11:35 LBLA).
V. ¿Pero acaso justifican las obras?
1. A pesar de que en muchos pasajes de la Escritura Pablo se esfuerza 
grandemente por distinguir lo más posible entre fe y obras, en otros crea la más 
íntima conexión entre fe y obediencia a la ley de Dios. Esta conexión es tan 
fuerte que es verdaderamente bíblico afirmar que sin obediencia a la ley es 
imposible ser justificado y entrar en el Reino del Cielo. El mismo S. Pablo dice 
en Romanos 2:13: “No son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los 
que cumplen la ley, ésos serán justificados” (LBLA) (v. Catecismo de la Iglesia 
Católica, número 1963, y Concilio de Trento, Canon 20).
2. A algunos les puede parecer esta conclusión contradictoria, ya que parece que 
estemos diciendo que la ley es, a la vez, condenatoria y salvífica. Sin embargo, 
una vez que entendemos la base para la distinción de Pablo entre obras hechas 
meramente por la remuneración legal como opuestas a las obras realizadas bajo 
los auspicios de la gracia de Dios, la aparente contradicción desaparece (v. 
Concilio de Trento, Sesión 6, Capítulo 5).
3. Para ayudar a entender el concepto de obras realizadas bajo la gracia, o lo 
que ya podemos introducir como “mérito gracioso”, podemos tomar prestado de la 
analogía de S. Pablo del empleador / empleado en Romanos 4:4. Ya hemos aprendido 
que si el empleado contrata con el empleador el pago por su obra, este arreglo 
es formalizado en un contrato escrito y es hecho vinculante por la ley, esto es, 
es un contrato legal.
4. Si, por otra parte, el empleador pide al empleado que le haga un trabajo 
personal para él fuera del contrato legal - digamos que un trabajo fuera de 
horario- y promete recompensarle, tal acuerdo no está sometido a un contrato 
legal ni, por tanto, el empresario está contractualmente obligado a pagar al 
empleado. 
5. A pesar de eso, por la integridad personal del empleador, y quizás por la 
relación personal que ha cultivado con el empleado, aquél puede pagar 
gustosamente a éste lo que siente que se merece el trabajo extra incluso aunque 
no esté legalmente obligado a hacerlo. El empleador podría retractarse 
fácilmente de su promesa de pagar por el trabajo realizado fuera de horario, si 
no fuera porque es honesto y precisamente incapaz de rebajarse a una conducta 
tan innoble.
6. La relación de Dios con el hombre es muy parecida. A pesar de que el hombre 
no puede obligar legalmente a Dios a pagarle por su obra, Dios puede 
recompensarle por su obra “fuera de la ley”. Por su integridad personal y porque 
ha cultivado una relación personal con el individuo por la fe, Dios le 
reembolsará con su benignidad. Para Dios, que es recto, justo y compasivo, 
recompensar graciosamente las buenas obras del hombre es lo más apropiado.
7. No hay otro pasaje donde este principio en el trato de Dios con el hombre 
esté mejor enunciado que en Hebreos 6:10: “Dios no es injusto como para 
olvidarse de vuestra obra y del amor que habéis mostrado a su nombre” (LBLA).
8. Una vez que nos esforzamos por ver nuestras obras ante Dios desde la 
perspectiva correcta, debemos concluir que Pablo no enseña que las obras de la 
ley, entendidas en el sentido apropiado, sean siempre la antítesis de la 
justificación. Debemos mantener que S. Pablo está condenando la justificación 
por la fe sólo con respecto a la obligación legal, es decir, cuando se intenta 
reclamar a Dios el pago por las obras, sin realmente preocuparse personalmente 
de Dios. Fuera del terreno de la obligación contractual, la obediencia a las 
leyes de Dios, en la forma que se expresa y practica en la virtud, coopera 
plenamente con la gracia en la justificación.
VI. Romanos 2: 5-10: la recompensa de las buenas obras es la vida eterna 
1. Observemos cómo S. Pablo ve la distinción y la oposición entre las obras 
realizadas bajo la gracia y las obras realizadas por obligación legal. Elabora 
esta distinción cuando describe la bendición de Dios por las buenas obras y el 
juicio de Dios por las malas obras. Una de las primeras expresiones de Pablo del 
punto de vista positivo sobre las obras en orden a la salvación es la de Romanos 
2: 6-8 (LBLA):
”: del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: a 
los que por la perseverancia en hacer el bien buscan gloria, honor e 
inmortalidad: vida eterna; pero a los que son ambiciosos y no obedecen a la 
verdad, sino que obedecen a la injusticia: ira e indignación”.
2. S. Pablo es claro al afirmar que Dios salva o condena basándose en las obras 
realizadas por el individuo. Consecuentemente, es también verdad que “ira e 
indignación” se refiere a lo contrario a la vida eterna, a saber, a la 
condenación eterna. Es el mismo contexto que usa en Romanos 6:23, donde dice: 
“porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en 
Cristo Jesús Señor nuestro”. 
3. Al decir esto, tenga claro el lector que no estamos diciendo que S. Pablo 
enseñe en Romanos 2 que un hombre pueda “ganar” (en el sentido estricto, legal, 
de la palabra) la recompensa de la vida eterna. Insistimos, Romanos 4:4 deja 
incuestionablemente claro que, cuando uno intenta “ganar” su salvación basado en 
las obras, está obligando a Dios a “pagarle” con la vida eterna, lo que es 
anatema.
4. Por eso debemos concluir que las obras que Pablo requiere en Romanos 2:5-10 
no son las que considera que ponen a Dios en una posición de obligación a pagar 
al individuo con la vida eterna. Antes bien, se presume que aquellos que 
“perseveran en hacer el bien” y que “buscan gloria, honor e inmortalidad” están 
haciéndolo bajo el impulso de la gracia y misericordia de Dios. 
5. La gracia de Dios es introducida justo un versículo antes en Romanos 2:4, 
donde Pablo dice: “¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y 
paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?” Las 
cualidades divinas de “bondad”, “tolerancia” y “paciencia” son virtudes de Dios 
que fluyen de su gracia (Efesios 2:7; Tito 3:4; Romanos 11:22). Si Dios no 
estuviera mostrando la gracia, su respuesta sería no mostrar misericordia hacia 
los hombres y, así, destruirlos al menor signo de desobediencia. Aún más, Dios 
no está obligado a “guiarles al arrepentimiento”, o a tolerarles su pecado. Es 
la gracia de Dios la que da a los hombres la oportunidad y los guía a 
arrepentirse y hacer buenas obras.
6. Como Pablo habla de “arrepentimiento” en Romanos 2:4, y sigue con Dios dando 
“vida eterna” a los que se han arrepentido y “perseveran en hacer el bien”, e 
“ira e indignación” a los que no se han arrepentido, todos los elementos del 
evangelio del Nuevo Testamento están presentes en este pasaje.
7. A esta luz, las buenas obras de Romanos 2:6-8, hechas en el contexto del 
arrepentimiento del pecado, son obras que presuponen la fe en Dios, así como un 
reconocimiento del pecado personal. Uno no puede arrepentirse ante Dios y hacer 
buenas obras (esto es, obras que son hechas con el propósito de “honrar a Dios y 
buscar inmortalidad”) sin creer verdaderamente en Dios. Por eso, las obras de 
Romanos 2:6-8, acompañadas por la fe y el arrepentimiento, NO son obras hechas 
bajo el principio de deuda u obligación que Pablo repudia en Romanos 4:4, sino 
obras hechas con una actitud devota y que buscan el reconocimiento y la 
recompensa desde el interior de la gracia de Dios.
8. Si Pablo eleva hacer obras para obtener la vida eterna a la altura a la que 
lo hace en Romanos 2:6-10, ¿qué podemos entonces concluir sobre el entendimiento 
de Pablo de las obras en relación con la justificación? La conclusión debe ser 
que las obras son necesarias para la justificación, y, de hecho, son uno de los 
fundamentales factores determinantes para obtener o no la salvación. Decimos 
esto con la salvedad de que Pablo condena rotundamente las obras hechas 
jactándose con la intención de obligar a Dios a pagar al trabajador con la 
salvación (Efesios 2:8-9; Tito 3:5).
9. La única forma en que Dios puede aceptar nuestras obras es por Su gracia, del 
mismo modo en que acepta nuestra fe por Su gracia. Las obras hechas bajo los 
auspicios de la gracia de Dios, esto es, las obras que no reclaman pago de Dios, 
sino que son recompensadas sólo debido a la bondad y misericordia de Dios, son 
las obras que Pablo exige para la salvación. Estas obras deben continuar a lo 
largo de nuestras vidas para que seamos justificados (Romanos 2:13; Santiago 
2:1-26).