Autor: P. Antonio Rivero L.C.
El Valor de la Verdad
Hablar bien y siempre con la verdad y comportarse de acuerdo con lo que se piensa.
Dice la Biblia en el libro del Eclesiástico 20,26:
La mentira es una tacha infame en el hombre.
Este mandamiento sigue vigente, aunque hoy se diga: “Hoy día ya no es posible
vivir sin mentira, ya no es posible hacer política y llevar negocios sin
mentir”
Si tomáramos en serio el octavo mandamiento, casi no habría manera de charlar
en los cafés, en reuniones de amigos; los diarios saldrían con las páginas en
blanco, ¿no crees?
Este mandamiento salvaguarda nuestro honor y nuestra fama.
La Sagrada Escritura está llena de advertencias sobre este mandamiento. Se
llega incluso a identificar a Dios con la verdad y al demonio con la mentira.
Cristo vino a dar testimonio de la verdad. Es más, Él se autodefinió como el
Camino, la Verdad y la Vida. Lo puedes consultar en el evangelio de san Juan,
capítulo 14, versículo 6.
Suele decirse que el pecado es como un puñal que puede tener muy distintos
tipos de hoja, p ero en el que el mango casi siempre es el mismo: la mentira.
Y es cierto: mentimos cuando decimos que amamos a Dios y sólo nos amamos a
nosotros mismos. Mentimos cuando nos engañamos a nosotros para encontrar
razones para olvidarnos de la misa dominical. Mentimos cuando justificamos
nuestros pequeños o grandes robos.
Sabemos que la palabra es la expresión oral de la idea. De ahí que, por ley
natural, aquello que yo expreso es algo que debe coincidir con lo que pienso.
Si mi palabra no refleja la idea, estoy violentando el orden natural de las
cosas, voy contra la ley de Dios. Por eso se dice que la mentira es
intrínsecamente mala, es decir, no es mala porque alguien la prohíba, sino que
es mala en sí misma. Y algo de suyo malo no puede producir nada bueno, aunque
sean muy buenas las intenciones de quien actúa.
Al mentiroso hoy se le quiere llamar como aquel que “tiene chispa”, tiene
“aptitud para la vida” o tiene “sentido comercial” o “viveza”. Pero en realida
d eso no cambia la realidad: el mentiroso se daña a sí mismo, daña a los
demás, daña a la sociedad y, sobre todo, desfigura la imagen de Dios en su
alma.
Cuida tu lengua, amigo. Es la parte más valiosa que tienes, pero también la
más peligrosa. Con ella puedes alabar a Dios, consolar al triste, aconsejar a
un amigo…pero también puedes herirte, herir el honor y la fama del prójimo.
Decía san Bernardo que la lengua es una lanza, la más aguda; con un solo golpe
atraviesa a tres personas: a la que habla, a la que escucha y a la tercera de
quien se habla. ¡Cuánto destrozo puedes causar con tu lengua, si la usas para
el mal! Te dice Dios, a través del libro del Eclesiástico: “Muchos han
perecido al filo de la espada; pero no tantos como por culpa de la lengua”
(28, 22). Esto significa, creo, que será mayor el número de los que se
condenen por causa de la lengua que el de aquellos que mueran en la guerra.
¿Por qué es tan grave esto? Porque se está pisotean do también la caridad.
Un proverbio alemán dice: “El burro se delata por sus orejas; el tonto, por
sus palabras”. El corazón humano es una cámara de tesoros, que tiene por
puerta el habla; hay quien saca bondad, amor, verdad, sabiduría; el otro saca
insensatez, maldad, veneno, mentira.
Tienes que agradecer a Dios que te haya dado este octavo mandamiento.
Vale para todos este mandamiento, pero están especialmente obligados a vivirlo
a fondo quienes están al servicio de los medios de comunicación social, o
trabajan en el campo político, o son oradores o gobernantes o candidatos que
se postulan para ser presidentes de una nación. ¡No hay que mentir!
¡Cuántas veces escuchamos discursos de presidentes que después han sido puras
mentiras, o verdades a medias! ¡Cuántos nos manipulan desde la radio y la
televisión!
“¡No mentirás!” –nos dice Dios.
Si somos de Cristo, y Cristo es la Verdad… andemos en la verdad.
Te propongo los siguientes puntos:
I. La veracidad y verdad. Diversas clases de verdad.
II. Exigencias y obstáculos para la verdad.
III. La malicia de la mentira y los atropellos contra este mandamiento.
IV. ¿Se puede ocultar la verdad? Secretos, restricción mental y mentirillas.
I. HABLEMOS DE LA VERACIDAD Y DE LA VERDAD
Para cumplir este mandamiento de Dios es necesario desarrollar en nosotros la
virtud de la veracidad, la cual nos inclina a hablar bien siempre con la
verdad y a comportarnos de acuerdo con lo que pensamos.
La veracidad es una forma de justicia, pues los demás se merecen la verdad y
no el engaño.
Hablar de la verdad hoy, resulta no sé si difícil, pero al menos atrevido y,
en cierto sentido, sarcástico.
Vivimos en un mundo donde nos venden la mentira en platillos de oro; asistimos
a pactos incumplidos entre las naciones, donde sólo pusieron su firma, pero
después se hizo lo contrario. Hay manipulación en las noticias en algunos
medios de comunicación; desde las pantallas de televisión no siempre nos
presentan la verdad del amor, de la familia, de la sexualidad; desde algunas
cátedras universitarias se cercena la verdad del mundo, de las cosas, de la
existencia; se niega a veces la existencia de un Principio y una Causa Primera
que dé razón última a las cosas. Yo he conocido a jóvenes que entraron
creyentes a la universidad y salieron agnósticos y resentidos contra la
religión, por causa de algunos profesores que sembraron en sus mentes la duda
y el rechazo de Dios.
En fin, que la verdad no tiene hoy carta de ciudadanía en todas partes del
planeta, no la han dejado entrar y salir libremente, la tienen maniatada,
vendada, amordazada. ¿Por qué? No se quiere encontrar hoy con la verdad, pues
“la verdad, aunque no peca, incomoda”.
Parece que hoy algunos no consideran la verdad como un valor. Por lo menos en
la práctica. Te doy estos ejemplos.
Se prefiere tener éxito en los negocios, aunque sea a costa de la verdad. No
creo que sea tu caso.
Se tiende fácilmente a dar opiniones distorsionadas o a manipular los datos
según distintos intereses. ¿No te has tentado alguna vez con esto?
Algunos partidos políticos anuncian a veces programas electorales que después
no se cumplen y ni siquiera se quieren cumplir. Pon atención cuando alguien se
postula para presidente de una nación: ¿Qué dice? ¿Cómo lo dice? ¿Cumple lo
que prometió? ¿Cómo ha sido su trayectoria política, moral y familiar?
Se venden productos anunciándolos como lo mejor, presentándolos como panaceas
capaces de conseguir por sí solos la felicidad de su comprador. ¡Cuidado!
La deformación de la realidad o la verdad a medias tienen carta de ciudadanía
en nuestra sociedad.
Por otro lado, el hombre, hoy más que nunca, busca la verdad; busca el sentido
de las cosas, su s leyes, y aplicarlas; busca conocer al hombre en
profundidad, su psicología, su funcionamiento biológico. Parece como si un
fuerte instinto le moviera a buscar la verdad en todo.
El hombre vive inmerso en un mundo donde importa más tener o aparentar que
ser, donde cuenta más la imagen que el fondo y donde no es difícil encontrar
gente que renuncia a sus convicciones por quedar bien o por conseguir un buen
puesto.
Por todo esto vivimos en un clima de desconfianza general, pues se hace
bastante difícil distinguir entre quién te engaña y quién no.
De este clima de desconfianza nace el deseo sincero de encontrar a alguien que
haga de su vida, de sus pensamientos y de sus obras una auténtica unidad donde
no haya “poses” ni apariencias ni cuidado excesivo de su imagen. En este
sentido se puede decir que el gran éxito del Papa Juan Pablo II ante la
opinión pública mundial se debió a esta autenticidad de vida, que se reflejó
en la absoluta coherencia que exi stía entre sus discursos, su palabra, su
obra y su vida.
La veracidad es una virtud muy necesaria para el mundo de hoy, pero además es
la virtud de la estabilidad psicológica. El hombre es el único ser en la
tierra capaz de conocer la verdad y de transmitirla y, al mismo tiempo, es el
único capaz de mentir. Esto se debe a su inteligencia y a su capacidad para
comunicar pensamientos y afectos.
Tú, si quieres, puedes aparentar, vivir de forma diversa a lo que profesas
externamente; puedes engañar, puedes llegar incluso a la esquizofrenia, que
consiste en tener dos personalidades en el mismo sujeto, y ya no distingues lo
que es real y lo que es apariencia.
El hombre es una unidad perfecta. Todo lo que es mentira, falsedad,
fingimiento, inautenticidad, rompe esta unidad. La ruptura se da entre el ser
y el actuar, entre el pensar y el decir, entre el decidir y el cumplir. Y las
consecuencias son: infelicidad, insatisfacción, ruptura de la armonía de la pe
rsonalidad.
Jesucristo se denomina a sí mismo “La Verdad” (Juan 14,16). No dice que es la
pureza o la bondad, ni la fe, ni la esperanza. Y su misión se resume en dar
testimonio de la verdad (Juan 17, 37). Su vida es idénticamente igual a su
mensaje. Por eso, podemos decir, ser fiel a Cristo es ser fiel a la verdad,
respetarla, propagarla, defenderla, asimilarla.
Y el Espíritu Santo es el Espíritu de la verdad, y el que nos descubre la
verdad del hombre y de Dios, la verdad de ti mismo. Es el que te enseña a
apreciar en su justo valor las realidades de este mundo, su fugacidad, el
valor de la vida ante la eternidad. El Espíritu Santo guía hacia la verdad, a
quien lo escucha y pone en práctica sus inspiraciones.
En medio de las mayores dificultades, el Espíritu Santo da fuerza para
profesar y testimoniar la verdad, como lo hicieron los mártires de la fe. Te
invito a repasar las actas de los mártires de los primeros siglos, para que te
des cuente de lo que te he dicho.
Te cuento un poco el martirio de Perpetua y Felicidad, el 7 de marzo del año
203. Es uno de los relatos más estremecedores de la historia y uno de los
testimonios más admirables y más puros que nos haya legado la antigüedad
cristiana.
La joven Perpetua sobresale por sus altas prendas, por su patética actuación
frente a su padre pagano, por su empuje y por su grandeza moral. Hoy lo
llamaríamos: coherencia de vida.
Fue arrestada cuando aún era catecúmena, es decir, se estaba preparando para
ser cristiana bautizada. Estaba casada y tenía un hijo de pocos meses de vida.
Cuenta ella misma, pues lo dejó escrito de su mano y según sus impresiones:
“Cuando nos hallábamos todavía con los guardias, mi padre, impulsado por su
cariño, deseaba ardientemente alejarme de la fe con sus discursos y persistía
en su empeño de conmoverme.
Yo le dije:
- Padre, ¿ves, por ejemplo, ese cántaro que está en el suelo, esa taza u otra
cosa?
- Lo veo –me respondió.
- ¿Acaso se les puede dar un nombre diverso del que tienen?
- ¡No! –me respondió.
- Yo tampoco puedo llamarme con nombre distinto de lo que soy: ¡CRISTIANA!
Entonces mi padre, exasperado, se arrojó sobre mí para sacarme los ojos, pero
sólo me maltrató. Después, vencido, se retiró con sus argumentos diabólicos.
Durante unos pocos días no vi más a mi padre…Precisamente en el intervalo de
esos días fuimos bautizados y el Espíritu me inspiró, estando dentro del agua,
que no pidiera otra cosa que el poder resistir el amor paternal.
A los pocos días fuimos encarcelados. Yo experimenté pavor, porque jamás me
había hallado en tinieblas tan horrorosas. ¡Qué día terrible! El calor era
insoportable por el amontonamiento de tanta gente; los soldados nos trataban
brutalmente; y, sobre todo, yo estaba agobiada por la preocupación por mi
hijo…
Tercio y Pomponio, benditos diáconos que nos asistían, c onsiguieron con
dinero que se nos permitiera recrearnos por unas horas en un lugar más
confortable de la cárcel. Saliendo entonces del calabozo, cada uno podía hacer
lo que quería. Yo amamantaba a mi hijo, casi muerto de hambre. Preocupada por
su suerte, hablaba a mi madre, confortaba a mi hermano y les recomendaba a mi
hijo…Finalmente logré que el niño se quedara conmigo en la cárcel. Al punto me
sentí con nuevas fuerzas y aliviada de la pena y preocupación por el niño.
Desde aquel momento, la cárcel me pareció un palacio y prefería estar en ella
a cualquier otro lugar.
Vayamos al momento del martirio.
Finalmente brilló el día de su victoria. Caminaron de la cárcel al
anfiteatro, como si fueran al cielo, radiantes de alegría y hermosos de
rostro; emocionados, sí, pero no de miedo, sino de gozo. Perpetua marchaba
última con rostro iluminado y paso tranquilo, como una gran dama de Cristo y
una preferida de Dios. El esplendor de su mirada obligaba a todos a bajar los
ojos. También iba Felicidad, gozosa de que su afortunado parto le permitiera
luchar con las fieras, pasando de la sangre a la sangre, de la partera al
gladiador, para purificarse después del parto con el segundo bautismo.
Cuando llegaron a la puerta del anfiteatro, quisieron obligarles a
disfrazarse: los hombres, de sacerdotes de Saturno; las mujeres, de
sacerdotisas de Ceres. Pero la generosa Perpetua resistió con invencible
tenacidad. Y alegaba esta razón: “Hemos venido hasta aquí voluntariamente,
para defender nuestra libertad. Sacrificamos nuestra vida, para no tener que
hacer cosa semejante. Tal era nuestro pacto con ustedes”. La injusticia debió
ceder ante la justicia. El tribuno autorizó que entraran tal como venían…
Para las jóvenes mujeres el diablo había reservado una vaca bravísima. La
elección era insólita, como para hacer, con la bestia, mayor injuria a su sexo
femenino. Fueron presentadas en el anfiteatro, desnudas y envueltas en redes.
El pueblo sintió horror al contemplar a una, tan joven y delicada, y a la
otra, madre primeriza con los pechos destilando leche. Fueron, pues, retiradas
y revestidas con túnicas sin cinturón.
La primera en ser lanzada al aire fue Perpetua y cayó de espaldas. Apenas se
incorporó, recogió la túnica desgarrada y se cubrió el muslo, más preocupada
del pudor que del dolor. Una vez compuesta, se levantó y, al ver a Felicidad
golpeada y tendida en el suelo, se le acercó, le dio la mano y la levantó…”.
Y así, hasta que murieron. ¡Esto es coherencia de vida, entre lo que se es y
lo que se profesa! Así eran tus hermanos cristianos de los primeros siglos:
vivían la verdad de su fe, hasta derramar su sangre.
Visto todo esto, te hago un breve resumen de lo que es la verdad y los tipos
de verdad.
Hace veinte siglos un procurador romano, llamado Poncio Pilatos, hizo esta
pregunta a un judío llamado Jesús de Nazaret: “Y...¿qué es la verdad?”. Y esa
pre gunta quedó sin ser respondida. ¿Por qué? Jesús no quiso contestarla. ¿Por
qué?
El término verdad se le suele colocar al lado de otros términos sinónimos:
autenticidad, coherencia, honestidad, sinceridad, integridad, transparencia,
hombre o mujer de una sola pieza.
Y contrapuesto a verdad, tenemos: mentira, hipocresía, fariseísmo, doblez,
engaño, duplicidad de vida, fachada, ocultamiento, ambivalencia,
inescrupulosidad, incoherencia.
Te defino la verdad en sus tipos; me perdonarás que emplee un poco de
filosofía, que hace tiempo estudié.
1. Verdad del ser: ser aquello que uno es, que uno debe ser. Hay
verdad del ser cuando tú te comportas como persona inteligente, libre y
responsable. Vives en la verdad de tu ser cuando sabes y te comportas con lo
que te exige tu origen, tu fin como persona humana, cuando tienes
trascendencia y sentido. Cuando vives la verdad de tu ser, vives realizado,
feliz, digno y te elevas sobre tod o el universo material y animal. Lo
contrario a la verdad del ser es la inautenticidad.
2. Verdad del pensar: tu mente está hecha para percibir el ser
de las cosas. Cuando tu mente coincide que la verdad de las cosas, vives en la
verdad del pensar. Tu mente tiene que respetar la verdad de las cosas: la
verdad del trabajo, del dinero, de la sexualidad, del matrimonio, del estudio,
de la carrera... ¡Cuánta formación necesitas para descubrir la verdad de las
cosas, y pensar así con veracidad de ellas! Lo contrario a la verdad del
pensar es el error, que puede ser consciente o inconsciente, voluntario o
involuntario.
3. Verdad del hablar: decir lo que tu mente sabe que es verdad,
y que lo ha descubierto así, después del estudio y la formación. Tus palabras
deben ser vehículo leal de lo que piensas. Por medio de tu palabra, haces
partícipe a los demás de lo que llevas dentro. La palabra es puente que hace
transparente a los demás el coraz ón y la intimidad de la persona. Lo
contrario a la verdad del hablar es la mentira.
4. Verdad del obrar: es la verdad del comportamiento y de la
vida. Vivir como se cree, coherencia de vida entre lo que se cree, lo que se
predica y lo que se vive. Si vives esta verdad, serás sincero y cumplidor a tu
palabra dada, serás leal y fiel a tus compromisos asumidos, serás equitativo y
justo con los demás. Lo contrario a la verdad del obrar es la incoherencia, el
fariseísmo, la hipocresía.
II. EXIGENCIAS Y OBSTÁCULOS DE LA VERDAD
1. Primero, las exigencias.
Tener una conciencia recta y bien formada es la exigencia para vivir en la
verdad, decir la verdad, hacer la verdad en la vida.
La conciencia moral es aquella capacidad que todo ser humano tiene de percibir
el bien y el mal, y de inclinar la propia voluntad a hacer el bien y a evitar
el mal.
La conciencia es esa voz interior que te d ice (o te debería decir, si es
recta): “Haz el bien, evita el mal”. Ahí está la conciencia. Si tú no cumples
con tus deberes de estado y profesionales, si descuidas las tareas
encomendadas, si pierdes el tiempo en tu trabajo o te robas algo...la
conciencia te debería decir: “Oye, eso no es tuyo...estás perdiendo
tiempo...llegaste tarde...no dijiste toda la verdad”.
Si eres una persona honesta y sincera...podrás leer en tu corazón estas normas
de ley natural, con las que todos nacemos:
- Di siempre la verdad.
- No hagas a los demás lo que no quieres que a ti te hagan.
- No mates.
- Respeta a tus padres.
- Respeta las cosas ajenas, etc.
No necesitas ser cristiano o católico para escuchar esto en tu conciencia.
Simplemente si hay hombre honesto, sincero, leal... escucharás, nítida, la voz
de tu conciencia.
Pero hay peligros de deformar la conciencia. Y cuando esto pasa, es muy
difícil escuchar esos imperativos de ley natur al, y es muy difícil vivir en
la verdad y decir la verdad. Puedes ponerte máscaras en la conciencia,
caretas: eres una cosa y aparentas otra; en la vida social eres así, y en la
vida personal eres de otra manera, y con tu familia de otra,
Y aquí comienzan los resquebrajamientos y las grietas de tu personalidad. No
eres sincero, no eres leal, no vives en la verdad. Te sientes mal. Incluso
psicológicamente quedas afectado.
Tienes que saber quitarte las caretas, tener la valentía de arrancarte las
máscaras, para que seas lo que eres y debes ser.
Hay diversas máscaras o caretas:
a) La conciencia indelicada: cuando admites a sabiendas pequeñas
transgresiones a tus deberes profesionales, familiares y personales. “Total,
no es nada. Total, a nadie hago el mal. Total, es poca cosa”.
b) La conciencia adormecida: bajo la anestesia de la juerga, la
francachela, la superficialidad, el alcohol, el vicio, las muj eres...tu
conciencia no reacciona, no escuchas su voz. Esta dormida, narcotizada,
anestesiada.
c) La conciencia domesticada. Una conciencia para andar por
casa. Es conciencia mansa, que ya no produce remordimientos, angustias,
desazones interiores ante el mal hecho. La has domesticado: ya no salta, ya no
ruge, ya no se lanza...la tienes bien tranquila, con el látigo de la excusa y
de las justificaciones.
d) La conciencia deformada: juzga bueno lo que es malo y
viceversa.
e) La conciencia farisaica: afán de aparentar exteriormente
rectitud moral, estando lleno por dentro de mentiras e hipocresía.
Urge, pues, formar la conciencia, para poder discernir entre lo bueno y lo
malo, la verdad de la mentira, pues sólo la conciencia debe ser el faro único
que guíe tus pasos en la oscuridad.
Formar la conciencia. ¿Cómo, con qué medios?
· Hacer balance de tus acciones, para ver si concuerdan a tus principios rectos y sanos.
· El consejo de un amigo formado.
· Tener un guía espiritual.
·
Si eres cristiano, tienes el gran medio de la confesión sacramental.
2. Segundo, los obstáculos en la búsqueda de la
verdad.
· El escepticismo radical moderno 47 : afirma que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla. Si el escepticismo fuese verdadero, se negaría a sí mismo. En el campo moral, no sólo no se está de acuerdo sobre lo bueno y lo malo, sino incluso se pone en duda sobre la validez de esa distinción. En otros tiempos se veía la necesidad de defender algunas verdades (la verdad de los bienes materiales, de la propiedad privada, la verdad sobre los fines y propiedades del matrimonio, la verdad sobre las drogas...); hoy es necesario defender la misma verdad.
· Relativismo: se refiere tanto al conocimiento como a la moral. Es la tesis que niega la existencia de verdades absolutas, universales y necesarias: todas las verdades dependen de diversas condiciones y circunstancias que las hacen particulares y cambiantes. El relativismo niega la posibilidad de establecer verdades objetivas. Ya en el campo moral, el relativismo afirma que no hay nada de lo que podamos decir que sea bueno o malo absolutamente. Hoy cunde la dictadura del relativismo, nos dijo el Papa Benedicto XVI, al inicio de su pontificado.
· El utilitarismo o pragmatismo: dice que es verdad “sólo lo que te sirva y te es práctico”. Hace de la utilidad el valor principal. Esta doctrina la promovieron J. Bentham y Stuart Mill en la Inglaterra de finales del siglo XVIII. Para Bentham, utilidad significa placer, bien, felicidad. Mill destacó el carácter cualitativo del placer y proclamó la superioridad de los placeres intelectuales y de los sentimientos morales.
· Permisivismo: con su filosofía de “todo está permitido”, al final es una bomba a la verdad de las cosas, a la verdad de la naturaleza. ¿El aborto, la unión de homosexuales es una verdad, porque está permitido por la ley civil?
· Manipulación social: en parlamentos, gobiernos y organismos internacionales o nacionales. Por ejemplo, en el tratado de Maastricht de la Unión Europea se esconde el peligro de manipular la sociedad de acuerdo con la ideología socialista. Aquí se trata de ver todo en clave económica y financiera, dejando o soslayando el campo educacional y el campo de valores éticos y religiosos.
· La falta de formación humanística y filosófica: también es un obstáculo para encontrar la verdad. La formación humanística busca el equilibrio de tus facultades humanas, la recta apreciación de las cosas, la capacidad de juicio, la madurez humana, la apertura a los valores estéticos, la formación de la inteligencia, etc. Y la filosofía te lleva a conocer las causas últimas de las cosas; te lleva a descubrir la verdad total de las cosas.
· El subjetivismo: Dice que la verdad no es objetiva, sino subjetiva, y que cada persona puede determinar por sí misma lo que es verdadero o no. Suele ser el defecto de los hombres prácticos, como Pilatos, que consideran como una especulación inútil la búsqueda de la verdad objetiva. El subjetivismo viene a ser una forma de escepticismo y de relativismo. Afecta a los juicios de valor y a los criterios que guían la conducta personal.
· El encerramiento: hay personas que se encierran en sus ideas, en sus posiciones y creen que sólo ellos tienen toda la razón y toda la verdad. Pero es una postura errada, porque nunca están dispuestos a abrirse a la verdad completa y objetiva.
· El hábito de la mentira: es el mayor obstáculo en la búsqueda de la verdad. Ese decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. La mentira hace mal sobre todo a quien la dice. Con la mentira se bloquea el desarrollo de la personalidad.
·
La vanidad: pone en jaque la verdad de ti mismo, porque te hace mostrarte como
en realidad no eres. Te lleva a ser exaltado por encima de tu estatura humana y
moral. ¿Sabes la fábula de Esopo del cuervo y la zorra? Un cuervo había robado
un trozo de carne; se posó en un árbol. Una zorra, que lo vio, quiso adueñarse
de la carne, se detuvo y empezó a exaltar las proporciones y belleza del cuervo;
le dijo además que le sobraban méritos para ser el rey de las aves y, sin duda,
podría serlo si tuviera voz. El cuervo se sintió halagado y quiso demostrar a la
zorra que tenía voz; abrió el pico y dejó caer la carne y se puso a dar grandes
graznidos. La zorra se lanzó ávida sobre la carne y la agarró, diciendo:
“Cuervo, si también tuvieras juicio, nada te faltaría para ser el rey de las
aves”. La fábula vale para el insensato y vanidoso.
Termino este apartado con unos párrafos sobre la verdad, dichos por el entonces
cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, que hizo de la verdad su lema
episcopal, “Cooperador de la verdad” que resumen todas las exigencias y
obligaciones de la verdad:
“Llegué a comprender y a percibir con claridad que renunciar a la verdad no
sólo no solucionaba nada, sino que además se corría el peligro de acabar en una
dictadura de la voluntad. Porque lo que queda después de suprimir la verdad sólo
es simple decisión nuestra y, por tanto, arbitrario. Si el hombre no reconoce la
verdad, se degrada; si las cosas sólo son resultado de una decisión, particular
o colectiva, el hombre se envilece. De este modo comprendí la importancia que
tenía que el concepto de verdad –con las obligaciones y exigencias que,
indudablemente, conlleva- no desapareciera y fuera para nosotros una de las
categorías más importantes. La verdad tiene que ser como un requisito que no nos
otorga derechos, sino que –por el contrario- requiere humildad y obediencia, y,
además, nos conduce a un camino colectivo…”48
.
III. LA MENTIRA Y LOS ATROPELLOS CONTRA ESTE MANDAMIENTO
La mentira no es rentable. ¿Te acuerdas del pastor bromista, una fábula
contada de nuevo por Esopo, fabulista griego de mediados del siglo VI, por
supuesto antes de Cristo?
Un pastor, que llevaba su rebaño bastante lejos de la aldea, se dedicaba a hacer
la siguiente broma mentirosa: se ponía a gritar pidiendo auxilio a los aldeanos
y decía que unos lobos atacaban sus ovejas. Dos o tres veces los de la aldea se
asustaron y acudieron corriendo, volviéndose después burlados; pero al final
ocurrió que los lobos se presentaron de verdad. Y mientras su rebaño era
saqueado, gritaba pidiendo auxilio, pero los de la aldea, sospechando que
bromeaba una vez más, según tenía por costumbre, no se preocuparon. Y así,
ocurrió que se quedó sin ovejas. La fábula muestra que los mentirosos s ólo
ganan una cosa: no tener crédito aun cuando digan la verdad.
Tu vida, es un hecho, está rodeada de mentiras.
Les decimos a los pequeños: “Niño, no se dicen mentiras”. Y los mayores las
dicen con las falsas sonrisas, con los dobles juegos, con las medias verdades.
Será bueno, por ello, que nos miremos siempre en este espejo de la verdad que
pone delante de nuestros ojos este octavo mandamiento.
¿Qué es la mentira? La mentira es decir o hacer lo contrario de lo que se
piensa, con intención de engañar. Sólo se miente cuando hay intención real de
engañar. Por tanto, va contra la caridad, pues busca confundir y engañar al
otro.
Caretas de la mentira
La mentira puede presentar varias caretas:
·
La vanidad: pone en jaque la verdad de ti mismo, porque te hace mostrarte como
en realidad no eres. Te lleva a ser exaltado por encima de tu estatura humana y
moral. ¿Sabes la fábula de Esopo del cuervo y la zorra? Un cuervo había robado
un trozo de carne; se posó en un árbol. Una zorra, que lo vio, quiso adueñarse
de la carne, se detuvo y empezó a exaltar las proporciones y belleza del cuervo;
le dijo además que le sobraban méritos para ser el rey de las aves y, sin duda,
podría serlo si tuviera voz. El cuervo se sintió halagado y quiso demostrar a la
zorra que tenía voz; abrió el pico y dejó caer la carne y se puso a dar grandes
graznidos. La zorra se lanzó ávida sobre la carne y la agarró, diciendo:
“Cuervo, si también tuvieras juicio, nada te faltaría para ser el rey de las
aves”. La fábula vale para el insensato y vanidoso.
Termino este apartado con unos párrafos sobre la verdad, dichos por el entonces
cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, que hizo de la verdad su lema
episcopal, “Cooperador de la verdad” que resumen todas las exigencias y
obligaciones de la verdad:
“Llegué a comprender y a percibir con claridad que renunciar a la verdad no
sólo no solucionaba nada, sino que además se corría el peligro de acabar en una
dictadura de la voluntad. Porque lo que queda después de suprimir la verdad sólo
es simple decisión nuestra y, por tanto, arbitrario. Si el hombre no reconoce la
verdad, se degrada; si las cosas sólo son resultado de una decisión, particular
o colectiva, el hombre se envilece. De este modo comprendí la importancia que
tenía que el concepto de verdad –con las obligaciones y exigencias que,
indudablemente, conlleva- no desapareciera y fuera para nosotros una de las
categorías más importantes. La verdad tiene que ser como un requisito que no nos
otorga derechos, sino que –por el contrario- requiere humildad y obediencia, y,
además, nos conduce a un camino colectivo…”48
.
III. LA MENTIRA Y LOS ATROPELLOS CONTRA ESTE MANDAMIENTO
La mentira no es rentable. ¿Te acuerdas del pastor bromista, una fábula contada
de nuevo por Esopo, fabulista griego de mediados del siglo VI, por supuesto
antes de Cristo?
Un pastor, que llevaba su rebaño bastante lejos de la aldea, se dedicaba a hacer
la siguiente broma mentirosa: se ponía a gritar pidiendo auxilio a los aldeanos
y decía que unos lobos atacaban sus ovejas. Dos o tres veces los de la aldea se
asustaron y acudieron corriendo, volviéndose después burlados; pero al final
ocurrió que los lobos se presentaron de verdad. Y mientras su rebaño era
saqueado, gritaba pidiendo auxilio, pero los de la aldea, sospechando que
bromeaba una vez más, según tenía por costumbre, no se preocuparon. Y así,
ocurrió que se quedó sin ovejas. La fábula muestra que los mentirosos s ólo
ganan una cosa: no tener crédito aun cuando digan la verdad.
Tu vida, es un hecho, está rodeada de mentiras.
Les decimos a los pequeños: “Niño, no se dicen mentiras”. Y los mayores las
dicen con las falsas sonrisas, con los dobles juegos, con las medias verdades.
Será bueno, por ello, que nos miremos siempre en este espejo de la verdad que
pone delante de nuestros ojos este octavo mandamiento.
¿Qué es la mentira? La mentira es decir o hacer lo contrario de lo que se
piensa, con intención de engañar. Sólo se miente cuando hay intención real de
engañar. Por tanto, va contra la caridad, pues busca confundir y engañar al
otro.
Caretas de la mentira
La mentira puede presentar varias caretas:
· La hipocresía: mentir con la vida. Lee el evangelio de San Mateo capítulo 23.
· La calumnia: echar al prójimo una falta que sabes que no ha cometido.
· La simulación: mentir con hechos. Por ejemplo, delante de tus papás, del maestro, de tu jefe, del sacerdote... eres correcto, pero se van y comienzas a portarte mal. ¿Qué pasó, pues?
·
Adulación: adular, para conseguir algo.
Atropellos contra este octavo mandamiento
Hay también pecados contra la fama o el honor del prójimo, unos son de
pensamiento, otros de palabra. Todos atropellan la virtud más importante que
tenemos los cristianos: la caridad.
·
Sospecha temeraria: es dudar voluntaria e internamente de las
buenas intenciones de los demás sin tener fundamento sólido para ello. Se da por
prejuicios, envidias y por un espíritu mezquino que considera a los demás
incapaces de hacer el bien. Debes siempre pensar bien del prójimo.
· Juicio temerario de la conducta del otro: Es pensar mal del otro, sin tener fundamentos. Se da dentro del pensamiento de uno, pero ya llevado a juicio interno: “Lo hizo por maldad…o para ser visto”. ¿Quién eres tú para juzgar el interior del otro? Te dice Cristo: “No juzguéis y no seréis juzgados…con la misma medida con que midiereis seréis medidos vosotros” (Mateo 7, 1-2). Tan sólo el Dios que todo lo sabe puede dar un juicio justo sobre los actos del hombre; Dios, que los aprecia en su conjunto y así puede tener en cuenta la medida justa de nuestra responsabilidad, las circunstancias de nuestra educación, las malas inclinaciones heredadas. El mismo Cristo, en la cruz, nos perdonó y no excusó, y tú, ¿te atreves a constituirte en juez de todos los demás? ¿Quién te has creído? Dice un refrán popular: “Piensa el ladrón que todos son de su condición”. Yo te aconsejo que creas todo lo bueno que oigas y sólo lo malo que veas, y aun viéndolo, busca una razón para justificarlo.
· La murmuración o difamación: es cuando tú comentas en público sin necesidad, defectos o pecados de los demás, que son ciertos, pero no es de tu competencia hacer esto. ¡Es falta de caridad ! Y ya sabes que la caridad es la virtud principal del cristiano. Por mucho que reces y hagas novenas y lleves medallas colgadas sobre el cuello, si no tienes caridad, de nada sirve esa religiosidad. De nuevo es Dios quien te advierte, a través del apóstol Santiago: “Si alguno se precia de ser religioso, sin refrenar su lengua, antes bien, engañando o seduciendo con ella su corazón, la religión suya vana es” (1, 26). Es contagioso el cólera, la gripe; pero ninguna enfermedad lo es tanto como la murmuración. Basta que una apacible noche de verano se eche a cantar un solo grillo…y al momento siguiente corea ya el canto toda una legión de ellos. No olvides lo que te dice Dios en el libro del Eclesiástico: “El golpe del azote deja moretones; pero el golpe de la lengua desmenuza los huesos” (28, 21).
· Falso testimonio: consiste en afirmar o negar como testigo algún hecho con la intención de distorsionar la verdad para perjudicar o defender injustamente a alguien. El fondo de este pecado es la mentira, pero incluye además el perjurio contra la fama del prójimo pues se comete la tremenda injusticia de declarar oficialmente con mentira contra él.
· Injuria: tú atacas al otro en su presencia.
· Burla: por algún defecto que tenga la otra persona. Son esas bromas de mal gusto, esas risotadas por deficiencias del prójimo: por sus pecas, por sus orejas, por su nariz aguileña, por sus labios grandotes, por sus ojos saltones, etc.
· Maldición: pedir un mal contra el prójimo.
· Locuacidad: es el hablar sin pensar. Cuando alguien habla mucho, es fácil que caiga en mentiras, exageraciones, o simplemente palabras ociosas que no aprovechan a nadie.
·
La susurración: es el sembrar cizaña entre los demás. El típico
“¿Sabes lo que fulanito dijo de ti? El susurrador suscita el odio y la venganza.
Causa graves daños en las relaciones personales y familiares y puede llegar a
ocasionar guerras, divorcios o peleas.
Déjame hablarte un poco sobre algunos de estos pecados:
La calumnia
El pecado de calumnia es de mucha gravedad, ya que combina tres pecados: uno
contra la veracidad (mentir), otro contra la justicia (herir el buen nombre
ajeno), y el tercero contra la caridad (fallar en el amor debido al prójimo).
La calumnia hiere al prójimo en lo más delicado: su reputación. Si a un hombre
le robamos su reloj, puede enojarse o entristecerse, pero normalmente al cabo
del tiempo quizá compre otro. Pero si lo perdido es su buen nombre, lo privamos
de algo que no podrá comprar con dinero. ¿Qué hay en la tierra, entre los bienes
humanos, más grande, más valioso, que el honor, que el buen nombre?
Vale más que el oro, que la plata, que todos los tesoros. Así lo declara Dios en
el libro de los Proverbios 22, 1. Si hubieras perdido dinero, empleo, salud,
todo…pero te ha quedado el honor, no eres todavía hombre perdido. Pero, ¡ay de
ti si pierdes tu honor! Y la lengua venenosa va justamente contra el honor. No
mata tan sólo el puñal del asesino. La lengua afilada también asesina. La lengua
viperina es el único instrumento de cortar que por el uso se afila aún más.
Es fácil entender, pues, que el pecado de calumnia es mortal, si con él dañamos
gravemente el honor del prójimo, aunque sea en la estimación de unas pocas
gentes. Y esto es así incluso aunque ese mismo prójimo no se entere del daño que
le hemos causado.
Difamación
Contra este mandamiento se peca también a través de la difamación. Consiste en
dañar la fama ajena manifestando sin causa justa pecados y defectos que son ve
rdad. Por ejemplo, cuando comunico a los amigos los pleitos que tiene el
matrimonio vecino al llegar borracho el marido a casa. Puede que haya ocasiones
en que, con el fin de prevenir males mayores, deba revelar los pecados ajenos.
Pero no a cualquiera, sino a quien puede solucionar esos males.
Por ejemplo, será una obligación hacer ver a tu hijo que su nuevo amigo es
drogadicto, o que convenga informar a la autoridad pública las actividades
sospechosas en la oficina contigua. Puede ser necesario advertir a los
profesores del colegio la deshonesta actitud mostrada por un compañero de tu
hijo. Pero lo más usual es que cuando hablamos mal de alguien lo hagamos
llevados por una intención poco recta.
Por eso, si no tenemos una causa justa, aunque lo que digamos sea verdad, es
ilícito difundir sin necesidad los defectos ajenos. Ahora bien, si el hecho
peyorativo que mencionas es algo público, algo que resulta del conocimiento de
todos, no es pecado, como el caso de crímenes pasionales que publican todos los
periódicos. Pero, aun en estos casos, la caridad nos llevará a condolernos y a
rezar por el pecador, más que a cebarnos en su desgracia.
¡La lengua! El que no peca con la lengua es varón perfecto, nos dice Dios, a
través del apóstol Santiago en su carta (capítulo 3, 2).
Dice san Bernardo: “Dios dejó en libertad nuestros órganos, pero levantó un
doble muro delante de la lengua: los dientes y los labios; como para
amonestarnos que no nos pongamos a hablar precipitadamente”. Y el autor del
Eclesiástico: “Las palabras de los sabios serán pesadas en una balanza”
(21, 28). Alguien dijo que callar es la madre de los pensamientos sabios. De
aquí podemos deducir que la charlatanería es la madre de las cosas malas.
¡Domina tu lengua, amigo!
Te dice Jesucristo en el evangelio: “Yo os digo que hasta de cualquier
palabra ociosa que hablaren los hombres han de dar cuenta en el día del juicio.
Porque por tus palabras habrás de ser justificado, y por tus palabras,
condenado” (Mateo 12, 36-37). Si Cristo reprueba hasta la palabra ociosa,
¡cómo ha de juzgar entonces la palabra chismosa, infamadora, calumniadora!
No sólo se falta al octavo mandamiento con la palabra y la mente, sino que
también hay pecados de oído. Escuchar con gusto la calumnia y
difamación, aunque no digamos una palabra, fomenta la difusión de murmuraciones
maliciosas. Nuestro deber cuando se ataque la fama de alguien en nuestra
presencia, es cambiar la conversación, e incluso intentar sacar a relucir las
virtudes del difamado. Afrentar la dignidad de una persona, es decir, lesionar
su honor, es el pecado de contumelia.
Contumelia
¿Qué debes hacer cuando alguien critica de otro en tu presencia? Basta un poco
de habilidad, presencia de ánimo, para llevar a otros cauces la corriente de las
palabras chismosas. Así como lo hizo, por ejemplo, el canciller már tir de
Inglaterra, Tomás Moro. Si en su presencia se empezaba a hablar de las faltas de
una persona, inmediatamente interrumpía en tono festivo: “Pues que digan lo
que quieran; yo sostengo que esta casa está bien construida y que su arquitecto
fue un hombre eximio”. Los chismosos caían inmediatamente en la cuenta,
comprendían el delicado aviso.
En los pecados anteriores, el prójimo está ausente, en éste el prójimo está
presente. Este pecado de contumelia adopta distintas modalidades. Una de ellas
sería, por ejemplo, negarnos a dar al prójimo las muestras de respeto y amistad
que le son debidas, como no contestar su saludo o ignorar su presencia, como
hablarle de modo altanero o ponerle apodos humillantes.
Un pecado parecido de grado menor es esa crítica despreciativa, ese encontrar
faltas en todo, que para algunas personas -por ejemplo, para la esposa con su
marido; para el marido con su suegra- parece constituir una arraigada costumbre.
Revelar secretos
Otro posible modo de ir contra el octavo mandamiento es revelar secretos que nos
han sido confiados.
La obligación de guardar un secreto puede surgir de una promesa hecha, de la
misma profesión (políticos, médicos, investigadores, etcétera), o, simplemente,
porque la caridad me lleva a no divulgar lo que pueda dañar o herir al prójimo.
Se incluyen en este tipo de pecados leer la correspondencia ajena sin permiso, o
escuchar conversaciones privadas atrás de la puerta o por la extensión
telefónica, o meterse en la casilla de correo electrónico del otro para leer los
mails que le mandan.
¿Cuál es la gravedad de estos pecados?
La gravedad del pecado dependerá en estos casos del daño o perjuicios
ocasionados por nuestra actitud. Conviene recordar por último que este
mandamiento, igual que el séptimo, nos obliga a reparar los males causados.
Si perjudicamos a un tercero con alguna mentira, l o difamamos, lo humillamos o
revelamos sus secretos, nuestra falta no estará saldada hasta que compensemos
los perjuicios lo mejor posible. Y debemos hacerlo, aunque hacer esa reparación
nos exija humillarnos o sufrir un perjuicio nosotros mismos.
Si has calumniado, debes decir que te habías equivocado radicalmente; si has
murmurado, tienes que compensar tu difamación hablando cosas buenas del
afectado; si has insultado, debes pedir disculpas, públicamente, si el insulto
fue público; si has revelado un secreto, debes reparar lo mejor que puedas las
consecuencias que se sigan de tu imprudencia.
Si has tocado el honor del prójimo, debes reparar y rectificar.
Rectificar, así como rectificó el rector de la Universidad de París las
sospechas que concibió contra Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de
Jesús. ¿Sabes cómo fue el hecho?
Uno de los profesores de la Universidad se quejó de Ignacio porque éste y sus
jóvenes amigos hacían ta ntos rezos, que por ello descuidaban el estudio. El
hecho no era cierto. Pero el rector dio crédito a la denuncia, y ordenó que se
procediese al castigo de Ignacio; había que convocar a son de campana a todo el
colegio para que, a vista de todos, cada profesor diera un golpe con una vara en
la espalda del culpable. ¡Terribles tiempos aquellos del siglo XVI!
Ignacio sabía que era completamente inocente, y, sin embargo, estaba dispuesto a
sufrir el castigo; lo único que pidió al rector fue que no se le humillase tanto
delante de sus compañeros para que no perdieran éstos su ánimo de llevar una
vida piadosa.
Pero el rector, que conoció entretanto la inocencia completa de Ignacio, no le
contestó, sino que le hizo entrar en el aula, donde ya se había congregado para
el acto del castigo todo el claustro de profesores y la muchedumbre de
estudiantes. Y allí, a la vista de toda la Universidad, el rector se arrodilló
delante de Ignacio y le pidió perdón por haber dado crédito con tanta ligereza a
la acusación lanzada contra él…
No sabemos a quién admirar más: si a Ignacio, que estaba dispuesto a sufrir el
castigo, aunque inocente, o al rector, que supo rectificar con tanta hombría su
sospecha precipitada.
“Quien guarda su boca, guarda su alma; pero el inconsiderado en hablar
sentirá los perjuicios” (Proverbios 13, 3).
¿Podemos tomar medidas radicales, firmes, profundas, contra la mentira, el
chismecillo, la calumnia espontánea o promovida de modo organizado y
sistemático?
La primera cosa que podríamos hacer es mirar nuestros corazones. Si guardamos
rencores, si la envidia asoma de vez en cuando su cabeza repugnante, hemos de
pedir a Dios un corazón bueno, que sepa perdonar, que sepa amar. Quien no ama a
su hermano no puede amar a Dios (1 Jn 4,20). Del corazón malo sólo salen malas
cosas. El virus de la calumnia se origina en mentes que viven fuera del
Evangelio, en fuentes incapaces de ofrecer el agu a del amor (St 3,10-18).
Por lo mismo, hemos de decidirnos a no ser nunca los primeros en lanzar una
crítica contra nadie. ¿Para qué voy a decir esto? ¿Es sólo una imaginación mía?
¿Me gustaría que alguien dijese algo parecido de mí? Al contrario, necesitamos
aprender a ser ingeniosos para alabar y defender a los demás. Esto es posible si
tenemos un corazón realmente cristiano, bueno, comprensivo, misericordioso. En
ocasiones veremos fallos, pero el amor es capaz de cubrir la muchedumbre de los
pecados (1Pe 4,8).
Cuando sea posible, podremos corregir al pecador, pero siempre con mansedumbre,
como nos enseña san Pablo: "Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna
falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y
cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a
llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6,1-2).
Después, como ante una epidemia grave, hemos de levantar una barrera firme,
decidida, contra cualquier calumnia. Nunca divulgar nada contra nadie, mucho
menos una suposición, una mentira como tantas otras lanzadas por ahí (a través
de la prensa, de internet, a viva voz). Incluso cuando sepamos que alguien ha
sido realmente injusto, porque lo hemos visto, ¿para qué divulgarlo? ¿Es esto
cristiano? ¿No es mejor amonestar a solas al hermano para ver si puede
convertirse, si puede cambiar de vida?
Tendríamos que ser firmes como muros: delante de nosotros nadie debería poder
hablar mal de otras personas. De un modo especial deberíamos defender el buen
nombre del Papa, de los obispos, de los sacerdotes, de todos los demás
bautizados y de todo hombre. Todos somos Iglesia. El amor debe ser el distintivo
de los cristianos.
Andar continuamente con quejas y lamentaciones, con rencores y espíritu de lucha
mundana, no soluciona nada y fomenta ese veneno que originará nuevos rencores,
chismes y, en ocasiones, calumnias. ¡Qué triste i magen la de una comunidad
"cristiana" en la cual unos acusan a los otros, los denigran, les ponen la
zancadilla a sus espaldas!
El ejemplo de Jesús al respecto es elocuente: “Nadie habló como Él” –decían. No
sólo porque hablaba con elocuencia, sino también porque hablaba con dulzura, con
bondad, con respecto. Jesús sabía lo malo que había en cada uno de los
corazones, y sin embargo, nunca criticó a nadie, ni pensó mal de nadie. Y cuando
tenía que corregir a sus apóstoles, lo hacía en privado, con respeto y dándoles
lecciones de vida.
Sí, tuvo palabras duras y fuertes contra algunos fariseos que no querían abrirse
a su mensaje, o manipulaban a los demás, o incluso querían manipular al mismo
Dios. Lo hizo siempre comedido, con gran respeto y siempre para el bien de
ellos. Él sí podía decírselo, pues era el Señor. Pero con los demás pecadores,
incluso públicos, ni una palabra crítica, sino compasión y misericordia.
La distinción de los discípulos de Jes ús será siempre la misma: el amor (Jn
13,35). Desde el amor y con amor podremos (¡sí se puede!) eliminar cualquier
nuevo brote de calumnia entre cristianos. Podemos... si oramos humildemente, si
se lo pedimos a Cristo con todo el corazón. Entonces sí podremos vivir, de
verdad, como cristianos, porque estaremos dentro del amor. "Toda acritud,
ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de
entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos
mutuamente como os perdonó Dios en Cristo" (Ef 4,31-32).
Perdonarnos y amarnos: ese será el mejor remedio para erradicar, dentro de
nuestro mundo, el síndrome de la calumnia, para vivir con salud, en
autenticidad, nuestra fe en el Señor Jesús.
Ojalá que la comprensión de la Verdad como atributo divino nos ayude a aborrecer
todo lo que sepa a doblez, simulación, charlatanería y murmuración. “Que sea
tu sí, sí; y tu no, no” (Mt 5, 37); abrir la boca sólo par a decir lo que
estamos seguros de que es cierto y que es oportuno para el bien de nuestro
interlocutor. Que nunca hablemos del prójimo si no es para alabarlo, y, si
tenemos que decir de él algo negativo, lo hagamos obligados por una razón grave
y suavizando nuestras palabras con el aceite de la caridad.
Tal vez no exista en el mundo nada más peligroso que esa especie de devaluación
de la mentira que hoy circula entre los creyentes. Nadie sabe muy bien por qué,
pero lo cierto es que parece que entre los cristianos hubiésemos decidido que la
mentira bajase a segunda división. Es una especie de pecado “menor” que
consideramos inevitable para poder vivir. ¿No te ha pasado alguna vez esto?
A veces escucharás: “Todos mienten”… “En la vida, ya se sabe, hay que mentir,
sería insoportable el mundo si no pusiéramos todos en nuestra boca la vaselina
de la mentira”. Y empezamos a mentir en lo que llamamos “cumplidos
sociales”. Luego empezamos a hablar de las “mentir as piadosas” o de las
“mentiras sin importancia”. Después nos inundamos de falsas sonrisas. Y al final
ya nadie cree en nadie porque todos estamos seguros de que lo que fulano nos
está diciendo es lo contrario de lo que dirá cuando esté a nuestras espaldas. Y
es así como, al final, nadie se fía de nadie, y creamos esta especie de lago de
mentiras en el que chapoteamos. ¡Qué feo!
Y no hablemos de algunos medios de comunicación social y de
algunos periodistas. Son el cuarto poder, después del legislativo, ejecutivo y
judicial. Si tú decides ser periodista, lo primero que se te pide es que digas
siempre la verdad objetiva de los hechos, y con respeto, sin meterte en la vida
privada de las personas. Estás llamado a observar la verdad, que es el
fundamento de toda ética. En los medios de comunicación social se juega algo
fundamental: la relación de la comunicación de la palabra y la imagen con la
verdad. Ojalá que la pasión, fuerza y capacidades comunicativas de t odos los
periodistas estén siempre puestas al servicio de la verdad y el bien común para
construir una sociedad más justa y fraterna.
Los medios de comunicación social son algo bueno. El problema está no en lo que
son, sino en la forma en que se usan. Los medios de comunicación son una
respuesta maravillosa a las necesidades del hombre de comunicarse y ser
informado y han ido adquiriendo cada vez más importancia en todas las
sociedades, gracias a la influencia que ejercen sobre la opinión pública.
Esta influencia tan grande, debería de concienciar a los encargados de los
medios de la grave responsabilidad que tienen de hablar con la verdad, de dar
unas información verdadera e íntegra que respete la justicia y la caridad y que
sea dada de una manera honesta y conveniente, respetando los derechos legítimos
y la dignidad del hombre.
Sin embargo, vemos que la realidad es distinta y algunos medios nos presentan, a
veces, una verdad deformada por los pre juicios, simpatías o antipatías de los
informantes, quienes en vez de ser objetivos en la información, expresan sus
opiniones y sus ideologías propias, influyendo de una manera nociva a toda la
comunidad.
Otras veces, la información que recibimos de los medios es utilizada para
engañarnos y manipularnos hacia determinada acción, como la compra de un
producto, que te promete que si lo compras serán tan guapa como la modelo que
sale en el anuncio o que podrás salir con chicas tan guapas como ella.
Los programas de televisión, las canciones en la radio, las telenovelas, muchas
veces desvirtúan también la verdad y nos presentan modelos ficticios de vida,
presentándonoslos como los ideales a los que debemos tender. Estos programas,
generalmente nos ofrecen una imagen desvirtuada del matrimonio y de la familia.
También encontramos que los medios muchas veces no respetan la dignidad del ser
humano y violan los derechos más esenciales, como el de la vida p rivada.
Existen miles de revistas y periódicos cuyo éxito consiste en divulgar los
secretos más íntimos de las personas famosas.
Este uso de los medios atenta directamente contra la justicia y la caridad que
se merece todo ser humano, por ser imagen de Dios.
Es de todos conocido también el mal uso y el abuso que han sufrido las redes de
información, en las cuales hay miles de gentes interesadas única y
exclusivamente en engañar y manipular a los jóvenes hacia vicios como la
pornografía, la drogadicción o la prostitución.
Por eso, cuida mucho lo que ves y oyes en los medios de comunicación. Selecciona
aquello que te dignifica.
¡Cuántas veces te manipulan desde tantas partes! Manipulan la verdad en el
lenguaje televisivo, político y social. Lo único que pretenden quienes manipulan
la verdad es llevarte a lo que ellos quieren.
Cristo nada odió tanto como la mentira. Para Jesús el diablo era literalmente el
padre de la mentira y Él veía en la falta a la verdad el signo de lo diabólico.
De ahí su rechazo visceral a las posturas mentirosas de algunos fariseos. Jesús,
que era comprensivo con los pecadores, que no tenía inconveniente en comer con
los ladrones y los abusivos, no soportaba algunas posturas de los fariseos y
hasta parece que le dolió más el hecho de que Judas le traicionase con un beso
que la misma traición de su discípulo. Judas jugó con la mentira.
Unamuno, escritor español del siglo XX, decía que no es el error, sino la
mentira, lo que mata el alma. Porque el que yerra puede equivocarse con buena
voluntad y será juzgado según esa buena voluntad. Pero, ¿qué buena voluntad hay
en el que miente?
La malicia de la mentira
He querido reservar hasta el final de este apartado la pregunta más importante:
¿Por qué la mentira es mala?
No puedes responder así: “No vale la pena mentir, porque de todos modos viene a
saberse la verdad”. De hecho, hay mentiras que nunca llegan a descubrirse en
esta vida.
¿Dónde está el mal de la mentira?
Tú eres imagen y semejanza de Dios, ¿no es cierto? Pues Dios es la Verdad
eterna. Por tanto, más te asemejarás a Dios en la medida en que seas veraz y
digas siempre la verdad. En cambio, el que miente se hace semejante al diablo.
El Señor echa en cara de los fariseos mentirosos: “Vosotros sois hijos del
diablo, y así queréis satisfacer los deseos de vuestro padre…; es de suyo
mentiroso y padre de la mentira” (Juan 8, 44). Por tanto, toda mentira es mala
porque borra del alma esta semejanza con Dios. Y aunque no dañáramos a alguien,
nos estamos dañando a nosotros mismos.
Hay otra razón fuerte de por qué la mentira es mala. La mentira es un abuso del
orden natural, pues Dios nos ha dado el lenguaje para expresar nuestros
pensamientos. Te dañas a ti mismo con la mentira, a tu misma naturaleza, a tu
pensamiento, a tu psicología.
La mentira se parece al arma del indígena de Australia, el bumerán, que, una vez
lanzada, o bien da en el blanco y lo destroza y le causa perjuicio (es la
mentira maliciosa), o falla, y entonces vuelve al que la ha lanzado y le hiere a
él (es la mentira inofensiva que daña al mismo individuo).
Un tercer motivo de por qué la mentira es mala: porque haría imposible una vida
digna del hombre. ¿Qué pasaría si la mentira fuera la moneda corriente de
nuestra sociedad? ¿Qué enfermo creería al médico? ¿Qué alumno creería al
maestro? ¿Qué hijo creería a su padre? ¿Qué padre creería a su hijo? ¿Qué obrero
creería en su jefe? ¿Qué jefe creería a su obrero? ¿Qué esposo creería a su
esposa y viceversa? Todo sería un caos, ¿no crees?
Con estos motivos, podrás comprender la malicia de la mentira.
IV. ¿PUEDES OCULTAR LA VERDAD?
La obligación del octavo mandamiento de decir siempre la verdad no te obliga a
decir todas las verdades que conoces. Hay muc has cosas que tal vez sabes y que
la prudencia, la discreción o la caridad te dictan no decirlas a menos que sea
indispensable.
Tu seguridad y la de los demás, el respeto a la vida privada y el bien común,
son causas suficientes para no sentirte obligado a decir las verdades que
conoces. Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a
conocerla, nos dice el Catecismo de la Iglesia católica, 2489.
Hay cosas que puedes callar si quieres y otras que no debes decir de ninguna
manera. Tus pecados no tiene por qué conocerlos nadie sino tu confesor.
¿Qué sabes del secreto?
Si alguien te cuenta un secreto, aunque es una verdad que conoces, debes
callarlo y guardarlo por lealtad a quien te lo contó, a menos que el no decirlo,
pusiera en peligro la vida de alguien o el bien común, pues el callar, te
convertirías en cómplice del daño.
Cristo, en su pasión, ante las preguntas del Sanedrín... ocultaba su ver dadera
identidad, negándose a contestar. También en su vida pública trataba de guardar
el secreto de su identidad y misión divina, pues serían mal interpretadas.
Estas son características de la virtud de la discreción que consiste en no
revelar lo que no es necesario o lo que puede ser mal entendido.
Por tanto, aunque la mentira es un pecado, sin embargo, no lo es el ocultar la
verdad49
. Muchas veces se dan situaciones en las que no conviene decir la verdad. Así,
por ejemplo, la prudencia puede aconsejar no revelar a un paciente la gravedad
de su enfermedad o no hacer públicos los problemas por los que atraviesa una
familia. Esta reserva, siempre que no sea mentira, se puede y a veces se debe
hacer.
Todo hombre tiene derecho a mantener reservados todos aquellos aspectos de su
vida que no servirían al bien común, y si los dijera, le vendrían graves
consecuencias o dañarían intereses personales, familiares o de otra persona.
Por tanto, hay que guardar el secreto, ya sea el secreto natural, el secreto
prometido, el secreto confiado y el secreto profesional. Y sobre todo el secreto
sacramental de la confesión.
Este último nunca se debe revelar. El sacerdote jamás podrá revelar lo que le
hayan dicho en la confesión, aunque tenga que ofrecer su propia vida, como le
sucedió al sacerdote, hoy san Juan Nepomuceno en el siglo XIV, que ante las
presiones del rey Wenceslao, rey de Bohemia, para que le dijera los pecados de
la reina, recibió del confesor una radical negativa.
- “No –repuso Juan Nepomuceno- no puedo revelarlos, majestad. Es un pedido
sacrílego. Mi religión me lo prohíbe. Prefiero morir a ser un mal sacerdote,
quebrantando el secreto de la confesión”.
Wenceslao dio unos pasos. De pronto, la ira se apoderó de él.
- ¡Soldados! –vociferó-. ¡Castigad a est e hombre!
Lo apalearon con bárbaro rigor. El propio rey aplicó una tea encendida al cuerpo
del mártir, quien se retorcía de dolor sin pronunciar una sola palabra.
Juan Nepomuceno fue atado de pies y manos. Desde un puente que atraviesa el río
Moldava, en el corazón de Praga, este sacerdote, fiel a su secreto de confesión,
encontró la muerte en el río. Era el año 1393.
Otra cosa distinta es la restricción mental y las mentiras piadosas.
La restricción mental consiste en decir una frase o dar una explicación con un
significado oculto para el que la escucha.
Es en sí una mentira, y no se debe usar. Pero se hace lícita usarla como algo
aceptado universalmente, porque todo el mundo puede comprender el auténtico
significado. Por ejemplo: “No está en casa”. Prácticamente todos entienden que
“no está en casa” (para usted). O, “lo haré pasado mañana”, es decir, nunca o
sabe Dios cuándo.
También se puede utilizar cuando están en juego valores mayores como salvar la
vida, pero nunca cuando con ella se esté negando prácticamente la fe.
Podríamos decir que la restricción mental es un medio lícito de autodefensa
cuando no queda otra salida. El político que sabe cómo esquivar a los
periodistas que buscan acorralarlo es prototipo de quienes practican este
difícil arte. Pero siempre será una imperfección o falta a la verdad.
Lector, no te he olvidado al estar escribiendo todo esto relacionado con la
verdad. Al contrario, he estado pensando continuamente en ti, pues te deseo que
seas una persona veraz, que no pactes con la mentira, ni con las mentirillas. Sé
hombre cabal, de una sola pieza.
El día del juicio, ¿qué sentirás cuando todas tus mentiras se encuentren con la
gran Verdad, que es Dios? Ese día se vendrán abajo las bambalinas de todo este
gran teatro del mundo. Y te encontrarás ante Él, desnudo, sin todas estas
caretas con las que en la tierra hoy a veces te disfrazas. ¿No sería bueno
empezar a quitártelas ya ahora?
Antes de terminar, te pregunto:
¿Qué te ofrece la verdad? ¿Qué frutos cosechas de la verdad? Yo apuntaría éstos.
· Libertad: La verdad te hará libre. Así lo dijo Jesús. Con la verdad te despojas de prejuicios, liberas tu mente de estereotipos y así te posesionarás de la realidad tal como es, no como te la quieren presentar.
· Apertura hacia la realidad y así ganas en perspectiva y claridad y verás esa realidad en toda su dimensión, y podrás emitir juicios valorativos pertinentes.
· Receptividad para acoger aquellos valores que juzgas los mejores para construir ese modelo que te has marcado en tu mente y que quieres ver realizado a lo largo del tiempo.
· La verdad es dulce y amarga. Al ser dulce perdona, al ser amarga cura, dice san Agustín. Nada hay más dulce que la luz de la verdad, dirá Cicerón.
· La verdad y coherencia te aleja de toda falsedad, incoherencia y doblez, y te confiere una sólida identidad personal. Esta identidad no significa rigidez o cerrazón, sino apertura sencilla y colaboradora. “Es todo un hombre”, se dice de alguien que se manifiesta como un ser humano cabal, pleno e íntegro.
·
La verdad misma y la honradez se defenderá por sí misma y habla
por sí misma.
Hombre veraz y auténtico es el que tiene las riendas de su ser, posee iniciativa
y no falla. Es coherente y nos enriquece con su modo de ser estable y sincero.
Hombre veraz y auténtico es aquel que armoniza las palabras con los hechos, es
como debe ser, actúa como debe actuar, elige en virtud del ideal que orienta su
vida y no a impulsos de sus intereses particulares; es fiable y creíble, tiene
palabra de honor y consiguientemente inspira confianza.
Te deseo todo eso a ti, que me lees. Pide a Cristo Verdad, el vivir siempre en
la verdad. ¡Qué paz y tranquilidad da! Y en esta vida sé comprensivo para con
las debilidades de tu prójimo. Ten espíritu de suavidad y perdón para que el día
del juicio, Dios Nuestro Señor también use de piedad contigo al juzgar tus
muchas faltas y tus grandes pecados.
Resumen del Catecismo de la Iglesia ca tólica
2504 ‘No darás falso testimonio contra tu prójimo’ (Éxodo 20, 16). Los
discípulos de Cristo se han ‘revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en
la justicia y santidad de la verdad’ (Efesios 4, 24).
2505 La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse
verdadero en sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación
y la hipocresía.
2506 El cristiano no debe ‘avergonzarse de dar testimonio del Señor’ (2
Timoteo 1, 8) en obras y palabras. El martirio es el supremo testimonio de la
verdad de la fe.
2504 El respeto de la reputación y del honor de las personas prohíbe toda
actitud y toda palabra de maledicencia o de calumnia.
2508 La mentira consiste en decir algo falso con intención de engañar al
prójimo que tiene derecho a la verdad.
2509 Una falta cometida contra la verdad exige reparación.
2510 La regla de oro ayud a a discernir en las situaciones concretas si
conviene o no revelar la verdad a quien la pide.
2511 ‘El sigilo sacramental es inviolable’ (Código de Derecho canónico,
canon 983, 1), Los secretos profesionales deben ser guardados. Las confidencias
perjudiciales a otros no deben ser divulgadas.
2512 La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la
libertad, la justicia. Es preciso imponerse moderación y disciplina en el uso de
los medios de comunicación social.
2513 Las bellas artes, sobre todo el arte sacro, ‘están relacionadas, por
su naturaleza, con la infinita belleza divina, que se intenta expresar, de algún
modo, en las obras humanas. Y tanto más se consagran a Dios y contribuyen a su
alabanza y a su gloria, cuanto más lejos están de todo propósito que no sea
colaborar lo más posible con sus obras a dirigir las almas de los hombres
piadosamente hacia Dios’ (Concilio Vaticano II, constitución Sacrosanctum Co
ncilium 122).
Del Compendio del Catecismo de la Iglesia católica
521. ¿Qué deberes tiene el hombre hacia la verdad?
Toda persona está llamada a la sinceridad y a la veracidad en el hacer y en el
hablar. Cada uno tiene el deber de buscar la verdad y adherirse a ella,
ordenando la propia vida según las exigencias de la verdad. En Jesucristo, la
verdad de Dios se ha manifestado íntegramente: Él es la Verdad. Quien le sigue
vive en el espíritu de la verdad, y rechaza la doblez, la simulación y la
hipocresía.
522. ¿Cómo se da testimonio de la verdad?
El cristiano debe dar testimonio de la verdad evangélica en todos los campos de
su actividad pública y privada, incluso con el sacrificio, si es necesario, de
la propia vida. El martirio es el testimonio supremo de la verdad de la fe.
523.¿Qué prohíbe el octavo mandamiento?
El octavo mandamiento prohíbe: el falso testimoni o, el perjuicio y la mentira,
cuya gravedad se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, de las
circunstancias, de las intenciones del mentiroso y de los daños ocasionados a
las víctimas; el juicio temerario, la maledicencia, la difamación y la calumnia,
que perjudican o destruyen la buena reputación y el honor, a los que tiene
derecho toda persona; el halago, la adulación o la complacencia, sobre todo se
están orientados a pecar gravemente o para lograr ventajas ilícitas. Una culpa
cometida contra la verdad debe ser reparada, si ha causado daño a otro.
524.Qué exige el octavo mandamiento?
El octavo mandamiento exige el respeto a la verdad, acompañado de la discreción
de la caridad: en la comunicación y en la información, que deben valorar el bien
personal y común, la defensa de la vida privada y el peligro del escándalo; en
la reserva de los secretos profesionales, que han de ser siempre guardados,
salvo en casos excepcionales y por motivos g raves y proporcionados. También se
requiere el respeto a las confidencias hechas bajo las exigencias de secreto.
525.¿Cuál debe ser el uso de los medios de comunicación social?
La información a través de los medios de comunicación social debe estar al
servicio del bien común, y debe ser siempre veraz en su contenido e íntegra,
salvando la justicia y la caridad. Debe también expresarse de manera honesta y
conveniente, respetando escrupulosamente las leyes morales, los legítimos
derechos y la dignidad de las personas.
526. ¿Qué relación existe entre la verdad, la belleza y el arte sacro?
La verdad es bella por sí misma. Supone el esplendor de la belleza espiritual.
Existen, más allá de la palabra, numerosas formas de expresión de la verdad, en
particular en las obras de arte. Son fruto de un talento donado por Dios y del
esfuerzo del hombre. El arte sacro, para ser bello y verdadero, debe evocar y
glorificar el Misterio de l Dios manifestado en Cristo, y llevar a la adoración
y al amor de Dios Creador y Salvador, excelsa Belleza de Verdad y Amor.
_________________________
LECTURA: Extraída del libro “Dios y el mundo”. Una conversación de Peter
Seewald con el cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, Primera parte
Pregunta de Peter Seewald: El octavo mandamiento “No mentirás” o
“No levantarás falso testimonio”. Las mentiras escriben las mejores historias,
pero a veces incluso mentiras pequeñas se vuelven tan grandes que casi son
capaces de derribar al presidente de una superpotencia o a partidos
fundamentales para el Estado y a reyes mediáticos. Y es curioso: nada permanece
oculto.
Respuesta del cardenal Ratzinger: Pienso que la importancia de la
verdad en cuanto bien fundamental de la persona hunde sus raíces aquí. Todos los
mandamientos son mandamientos del amor o despliegues del mandamiento del amor.
En es te sentido, todos mantienen una vinculación muy explícita con el bien de
la verdad. Cuando me aparto de la verdad o la falseo, incurro en la mentira,
perjudico con frecuencia al otro, pero también me perjudico a mí mismo.
Como es sabido, la pequeña mentira se convierte fácilmente en un hábito, en una
forma de ir trampeando por la vida, de recurrir siempre a la mentira y luego
enredarse personalmente en ella, viviendo de espaldas a la realidad. Además,
cada vulneración de esa dignidad de la verdad no sólo rebaja a la persona, sino
que constituye una grave infracción contra el amor. Porque escatimar al otro la
verdad implica hurtarle un bien esencial y llevarle por el mal camino. La verdad
es amor, y el amor que se oponga a la verdad se tergiversa a sí mismo.
Lee el capítulo 3 de la carta del apóstol Santiago y saca tus conclusiones
sobre el uso de la lengua.
_________________________
47. Esta postura la inició el griego Pirrón en el siglo IV a.C.
Así
lo dice también el Catecismo de la Iglesia Católica, número 2489..
_______________________________