Autor: Alfonso López Quintás
El sentido de la vida
La experiencia nos revela que el sentido abarca más que el significado. Para captar el significado de una acción basta analizar ésta en sí misma
Si queremos otorgar al vocablo "sentido" todo su
alcance, hemos de distinguirlo cuidadosamente del término "significado". En
los diferentes contextos, cada vocablo -lo mismo que cada realidad y cada
acción- añade a su significado básico un matiz especial. Ese matiz es su
"sentido". Beber un vaso de vino es un hecho que presenta siempre un
significado básico. Su sentido cambia si se bebe en solitario o en compañía,
de modo rutinario o con espíritu festivo. El rojo y el verde tienen un
significado propio inalterable.
Ponlos en vecindad y verás cómo adquieren una coloración especial, un sentido
peculiar.
Figurémonos que un cantor se destaca demasiado en el conjunto de un coro. Su
voz es espléndida y su musicalidad notable, pero no se ajusta al volumen de
las otras voces. Su actuación presenta, así, un significado relevante, mas no
tiene sentido en este contexto. Aunque sea el intérprete más valioso, deberá
ser excluido de est e conjunto. Golpeas en el piano la tecla negra intermedia
en el grupo de tres. El significado del sonido que produce es siempre el
mismo, pero su sentido es muy distinto cuando suena en obras compuestas en la
tonalidad de la bemol mayor y de la menor.
La experiencia nos revela que el sentido abarca más que el significado. Para
captar el significado de una acción basta analizar ésta en sí misma. El
sentido sólo se revela cuando se contempla tal acción en una trama de acciones
interconexas. Tienes hambre y ves un cestillo de manzanas apetitosas en la
entrada de una frutería. Para ti tiene un gran significado tomar una y
comerla. Te apetece, te gusta, te sacia. Ese gesto está colmado de
significado. Significa mucho para ti. Pero ¿tiene sentido?
La manzana que te apetece comer no es abstracta, se halla en un contexto
concreto: pertenece al frutero y no puedes apropiártela sin concertarlo con
él. Concertar algo significa entrar en una red de interrelaciones y ajusta rse
a sus leyes. El sentido sólo se nos alumbra cuando tomamos cierta distancia y
contemplamos una acción o realidad en su contexto. El sentido presenta una
condición relacional.
Por ser relacional, el sentido es cambiante; puede incrementarse o amenguarse,
adquirir nuevos matices o tornarse más elemental y tosco. Si deseo dominar una
realidad, tiendo a rebajarla a condición de objeto, de medio para mis fines
interesados, no a verla en toda su complejidad, como un "nudo de relaciones".
La mirada contemplativa, respetuosa, colaboradora, ve, por ejemplo, el pan y
el vino como el fruto de una confluencia múltiple de elementos: campesino,
semillas, cepas, tierra, lluvia, viento, sol... El sentido de los términos
"pan" y "vino" se enriquece al máximo merced a esta forma relacional de ver.
El que sólo ve en el pan un medio para saciar el hambre no altera su
significado básico, pero amengua la amplitud de su sentido .
La comprensión de los términos fundamentales de la s disciplinas que estudian
el enigma del ser humano pende no sólo de nuestro grado de inteligencia y
preparación sino también, y no en último término, de nuestra actitud ante la
vida: actitud dominadora y prepotente, o bien respetuosa y solidaria. Esta
observación es decisiva a la hora de elaborar una ética, una antropología, una
teoría de la creatividad, y, de modo singular, una teología.
El sentido brota en el proceso de desarrollo personal
La cuestión del sentido surge con el ser humano. El animal no necesita
planteársela. Tiene que desarrollarse, pero su desarrollo está predeterminado
con firmeza implacable por la especie. Por eso no puede equivocarse nunca al
actuar. Le basta seguir sus instintos para asegurar su pervivencia y la de la
especie.
El ser humano debe también crecer por ley natural, pero tiene el privilegio de
poder saberlo y precisar el modo de llevarlo a cabo. El hombre es un "ámbito",
no un mero "objeto", y se desarrolla co mo persona creando nuevos ámbitos a
través del encuentro. El encuentro es fuente de luz y de sentido. Al
encontrarme con otras personas y formar comunidades, siento que configuro mi
vida de forma ajustada a las exigencias de mi realidad personal, a lo que ya
soy y a lo que estoy llamado a ser. Esta llamada es mi vocación y misión.
Cuando mis opciones fundamentales, mis hábitos y mis actos se orientan hacia
el cumplimiento de esta misión y esta vocación, la marcha de mi existencia se
realiza en el sentido adecuado, en la dirección justa. En la misma medida
tiene "sentido".
El sentido no es algo que el hombre pueda tener estáticamente, como un objeto;
lo adquiere y posee dinámicamente, al entrar en relación creadora con otras
realidades. El ser humano, por bien dotado que esté en cuanto a potencias
-inteligencia, sentidos, salud...-, no puede ser creativo a solas. Tanto en el
nivel biológico como en el espiritual, la fecundidad es siempre dual.
Cualquier actividad, aun la má s intensa, sólo puede tener sentido cabal si
asume activamente ciertas posibilidades que le vienen dadas de fuera. Aprendo
un poema de memoria; lo declamo una y otra vez, fraseando de modo distinto,
alterando los ritmos, buscando el ajuste perfecto de forma y fondo. Muy pronto
sentiré que el poema me pertenece, aun siendo distinto de mí. Dejó de serme
distante, externo y extraño para hacérseme íntimo. Ahora ya no me viene
dictado de fuera; lo proclama mi voz interior, y yo participo de él
creadoramente. Lo configuro al dejarme configurar por él. Esta actividad
bilateral o reversible ("configurar / ser configurado") sólo es posible en el
plano de los acontecimientos creadores, no en el de los procesos meramente
artesanales o productivos.
La vida humana se desarrolla vinculándose a otros ámbitos y haciendo surgir
ámbitos nuevos de mayor envergadura. Cuando uno acierta a ver que su entorno
vital está constituído no sólo por objetos sino también por ámbitos
-realidades dotadas de iniciativa que ofrecen ciertas posibilidades e invitan
a responder activa y positivamente a ellas-, descubre que el sentido de la
vida es fruto de la actividad creadora de encuentros fecundos. La idea de
sentido pende de la concepción que se tenga del ser humano.
El sentido de la vida y la libertad verdadera
Nuestra vida se desarrolla y adquiere, por ello, sentido cuando cumplimos el
deber de elegir en virtud del ideal verdadero de nuestra existencia. Ese ideal
viene dado -según la investigación actual más cualificada- por la creación de
formas valiosas de unidad con las realidades circundantes . Al elegir de este
modo, comenzamos a ser libres, por cuanto tomamos distancia de nuestras
apetencias inmediatas, sobrevolamos la situación y optamos en virtud de una
realidad distinta de nosotros y sumamente valiosa.
Si ese deber que asumimos lo consideramos como algo impuesto desde el
exterior, nuestra libertad interior es todavía incipient e: nos liberamos del
apego a nuestras apetencias, pero permanecemos sumisos a una instancia externa
y ajena. Mas, cuando llegamos a amar ese ideal, lo interiorizamos de tal forma
que lo sentimos como una exigencia interior. Con ello, nuestra elección a
favor del ideal gana espontaneidad, y la libertad interior se hace perfecta.
Uno se torna transparente al ideal. Éste se hace presente en toda nuestra
actividad. Tal presencia transfigura nuestro ser y actuar y los colma de
sentido.
Nuestra vida tiene pleno sentido cuando no necesita tender hacia el ideal
-visto como una meta futura-, porque éste se ha convertido ya en su más íntima
razón de ser y en el impulso de su acción. El ideal juega entonces la función
de valor supremo, el que aúna dinámicamente todos los demás como una clave de
bóveda.
El sentido y la responsabilidad
El sentido de nuestra vida brota cuando somos responsables, en el doble
sentido de que respondemos al valor que polariza t odos los demás y
respondemos de los frutos de tal respuesta. Esta recepción activa del valor es
una actividad creativa. Y toda forma de creatividad es dual, implica al menos
la colaboración de dos realidades. Por eso exige una actitud de apertura
desinteresada.
Si atiendo en exclusiva a mis intereses, me bloqueo en mí mismo, no me abro,
ciego las fuentes de la creatividad y del sentido. De ahí que, si quiero
descubrir el sentido de mi existencia en un momento determinado, no debo
preguntar qué partido le puedo sacar a la vida, sino qué solicita de mí la
vida en esa circunstancia. Si alguien espera algo de mí y yo satisfago sus
deseos, mi vida se carga de sentido, pues se ha orientado hacia el verdadero
ideal; se ha puesto en verdad, ya que se ha movido en el plano de la
creatividad y ha cumplido las leyes del crecimiento personal.
A la inversa, el que sólo se preocupa de lo que puedan reportarle los seres
del entorno, tiende a reducirlos a medios para sus fine s, con lo cual los
rebaja a condición de objetos y hace inviable la actividad creativa. En
consecuencia, vacía su vida de sentido, porque no funda encuentros ni crea
nuevos ámbitos de vida; se reduce a manipular objetos. Sitúa su vida en un
plano inferior al debido, se aleja de su verdad existencial, agosta su
capacidad creadora.
Así, el que confunde el amor personal con el mero erotismo corre peligro de
reducir la otra persona a mera fuente de gratificaciones. Esta vida de
relación interesada puede tener un significado intenso, incluso conmovedor,
pero carece de sentido, por la razón decisiva de que no sitúa su
comportamiento en el plano de la creatividad sino en el del manejo arbitrario
de una realidad gratificante. Esta falta de autenticidad y ajuste a las
condiciones del propio ser se traduce en mengua de sentido.
El sentido de la vida humana es acrecentado por la actitud integradora de
diversos planos de realidad: por ejemplo, el sensible-corpóreo y el esp
iritual, el objetivo y el ambital. Es amenguado o incluso anulado del todo por
la actitud reduccionista que se mueve exclusivamente en los niveles más
elementales de realidad y actividad. Cuando me dejo llevar por los valores
inferiores, que arrastran, y dejo de lado la llamada de los valores
superiores, que atraen respetando mi libertad, no actúo de forma integradora,
sino unidimensional, infracreadora. No cargo mi vida de sentido; la oriento en
una dirección falsa.
El sentido y la armonización de autonomía y heteronomía
Cuando uno adopta una actitud integradora y se abre al encuentro de realidades
vistas como ámbitos, crea con éstas un campo de juego común, en el cual las
relaciones espaciales "aquí-ahí", "dentro-fuera", "interior-exterior", "lo
propio-lo ajeno"... quedan felizmente superadas. En el aspecto
físico-corpóreo, dos amigos están el uno "fuera" del otro, porque dos cuerpos
opacos no pueden ocupar el mismo lugar. Pero, en el aspecto lúdico-cre ador,
se hallan en la intimidad de un mismo campo de interacción. Lo que les viene
de fuera ya no es necesariamente externo y ajeno; puede serles íntimo. Y el
entregarse a ello o tomarlo como impulso de su obrar no supone una entrega a
lo ajeno, por tanto una alienación o enajenación, que carece de sentido en un
ser llamado a regirse autónomamente.
Al vivir de modo creativo, el esquema "autonomía-heteronomía" deja de aparecer
como un dilema para presentarse como un contraste . Soy de verdad autónomo al
ser heterónomo. Me guío por criterios propios al asumir activamente criterios
de acción fecundos para mi vida y convertirlos en íntimos sin dejar de ser
distintos. Al vivir uno personalmente esta integración de la autonomía y la
heteronomía, se siente plenificado, colmado, desbordante de sentido.
Algo semejante cabe decir de la fecundación mutua de la libertad y las normas.
Si acepto de forma pasiva una norma o un precepto, no los convierto en
íntimos; siguen sie ndo externos, extraños y ajenos, y, al dejarme guiar por
ellos, me alieno y pierdo mi identidad personal, mi autenticidad. No actúo con
la debida autonomía e independencia. Mi vida pierde el carácter personal que
le compete. No tiene sentido. Está rebajada de rango, envilecida. No se halla
en la verdad; se mueve en la falsedad.
Ahora comprendemos lúcidamente que el sinsentido o absurdo procede siempre de
la falta de creatividad, y ésta arranca de un error de principio: partir de
una voluntad interesada de dominio, reducir los seres del entorno a meros
objetos y limitar la propia actividad al manejo de realidades objetivas o
reducidas a objetos. La Literatura del absurdo supo reflejar con verismo
sobrecogedor la imagen depauperada que ofrece el hombre que ha descendido casi
al grado cero de creatividad: en vez de entusiasmo, siente aburrimiento y
tedio; en lugar de alegría, experimenta tristeza; en vez de esperanza, abriga
desesperación. Su vida aparece totalmente vacía, y, al asomarse a esta
hoquedad, siente vértigo espiritual, y con él angustia, desesperación y una
desolada soledad. Este vacío angustioso y desesperado supone una falta
absoluta de sentido. No sin profunda razón afirman hoy reputados psiquiatras
que el vacío existencial es la causa más frecuente de los desarreglos
psíquicos del hombre actual . La falta de sentido responde al desajuste de los
distintos planos de la personalidad, y esa falta de integración sólo puede
superarse mediante la entrega a un ideal capaz de polarizar las diversas
energías de la persona, las instintivas y las espirituales.
Notas
"... Hay que insistir -escribe José Mª Coll- en que el sentido último de las
cosas, y en general del cosmos material, no está simplemente en su
finalización humana, que sería en el fondo una forma de utilizarlas, sino, más
radicalmente, en hacerlas ser según su realidad más original" (Cf. Filosofía
de la relación interpersonal, Promociones Publicaciones Universitarias,
Barcelona 1990, t. I, p. 89).
2 Sobre la relación entre ideal, encuentro, valor y creatividad, pueden verse
amplias precisiones en mi obra Inteligencia creativa, págs. 439-479.
3 Cf. R. Guardini: Der Gegensatz. Versuche zu einer Philosophie des Lebendig-Konkreten,
M. Grünewald, Maguncia 1925, 1985. (El contraste. Ensayo de una filosofía de
lo viviente-concreto, BAC, Madrid 1996)
.
4 Cf. Víctor Frankl: Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn, Piper, Munich
71989, p. 141. Véase, asimismo, El hombre en busca de sentido, Herder,
Barcelona 1979. (Versión original: Man’s search for meaning. An introduction
to logotherapy, Pocket Books, Nueva York 1946, 1962).