El matrimonio homosexual o la politización de la
naturaleza
Por Roberto Esteban Duque,
sacerdote y profesor de Teología Moral
La intención del reconocimiento
legal del matrimonio homosexual (demandado ahora por el primer ministro David
Cameron) es un hecho político que busca eliminar la identidad del verdadero
matrimonio, una consecuencia de la politización que se ha hecho de la naturaleza
humana con el fin de modificarla y refundarla desde la legislación. Hay que
decirlo desde el principio: nunca hubo normativa alguna, en ninguna cultura, que
pretendiese reconocer las uniones homosexuales como verdadero matrimonio.
La nihilista revolución francesa
ya no tomó como base del orden humano la naturaleza humana, conforme a la idea
de un orden natural, sino según el nuevo orden constitucional: el hombre como
cuestión de derechos, modificable hasta la descomposición. Es moderno –sostenía
Nicolás Gómez Dávila- lo que sea producto de un acto inicial de soberbia, lo que
parezca permitirnos eludir la condición humana.
La Iglesia católica británica ha
pulsado ya el botón de alarma ante el proyecto del gobierno británico de
legalizar el matrimonio homosexual. Según el cardenal Keith O´Brien, se trata de
“una grotesca subversión de un derecho humano universalmente aceptado”,
afirmando, asimismo, que “ningún gobierno tiene la autoridad moral para
desmantelar la definición universalmente reconocida del matrimonio”.
El matrimonio homosexual es un
contrasentido, un error conceptual, una incoherencia de dos principios que se
contraponen de un modo inaceptable, una manipulación, una mentira y una
injusticia, en cuanto no respeta la gramática del lenguaje corporal entre un
hombre y una mujer. No se trata de rechazar un conflicto, sino de negarlo,
declarando abiertamente su falta de existencia: no existe el matrimonio
homosexual. Someter la naturaleza, en lugar de reconocerla, modificar el
lenguaje del amor tendrá como resultado contradecir una noción universalmente
admitida, que no ha perdido ninguna vigencia.
Pero es que, además, no puede
decidir la legislación el matrimonio, fundado en el sólo afecto y la
satisfacción personal, en la libertad y la cultura, en el deseo como la
categoría que lleva a la unión o la rápida separación. El reconocimiento del
matrimonio homosexual y su equiparación con la familia es una injusticia
cometida por el legislador, que no puede conceder a los homosexuales los
derechos reservados a los esposos.
En su Alocución al Tribunal de
la Rota Romana (21-I-1999), el Papa Juan Pablo II afirmó la incongruencia de
pretender atribuir una realidad conyugal a la unión entre personas del mismo
sexo. Se opone a esto, ante todo, “la imposibilidad objetiva de hacer
fructificar el matrimonio mediante la transmisión de la vida, según el proyecto
inscrito por Dios en la estructura del ser humano”, y se opone igualmente, “la
ausencia de los presupuestos para la complementariedad interpersonal querida por
el Creador, tanto en el plano físico-biológico, entre el varón y la mujer”. La
idea de equiparar las relaciones homosexuales con el matrimonio en lo relativo a
sus consecuencias jurídicas significaría tanto como tratar “igualmente” lo
desigual, lo cual va contra el propio principio de igualdad. Tratar a los
homosexuales con igualdad significa tratarlos de manera diferente que a los
esposos, porque son dos realidades distintas.
Es una obviedad -que brota de la
misma constitución somática y psíquica del ser humano- la alteridad hombre-mujer
en orden a una vida sexual específicamente humana. La sexualidad es el fecundo
lenguaje corporal del amor entre un hombre y una mujer, y tiene su lugar propio
en el matrimonio, único “lugar digno” para traer al mundo un ser humano, como
afirmara hace unos días Benedicto XVI.
Ya percibía con perspicacia E.
Fromm que la polaridad sexual ensayaba desvanecerse, y con ella el amor erótico,
fundado en dicha polaridad. Hombres y mujeres quieren ser idénticos, no iguales
como polos opuestos. Según Fromm, la desviación homosexual es un fracaso en el
logro de la unión polarizada, y por eso el homosexual sufre el dolor de la
“separatidad” nunca resuelta; fracaso, sin embargo, que comparte con el
heterosexual corriente que no puede amar.
En este horizonte, la
homosexualidad se presenta como algo extraño a la naturaleza. Nadie podrá
discutir que las relaciones sexuales son estériles, siendo así que en el plano
biológico la sexualidad adquiere su primer sentido en la reproducción. Asimismo,
la estructura del cuerpo humano no permite una verdadera unión amorosa entre dos
cuerpos del mismo sexo. El intento de someter la realidad a la ideología sólo
será causa de sufrimientos.
La legislación no podrá nunca
destruir la naturaleza, puesto que el matrimonio es la unión de un hombre y una
mujer, ordenada a la procreación y educación de los hijos. Ningún parlamento
tiene poder alguno sobre la realidad. Los homosexuales no pueden casarse porque
no está en su poder hacerlo: no se puede hacer depender lo verdadero y lo falso,
el bien y el mal, de las diferentes pulsiones, de la voluntad o de los deseos de
las personas.
Nadie podrá discutir tampoco la
esencial contribución al bien común de la familia, una contribución que los
homosexuales no están en condiciones de ofrecer. Exigir prestaciones sin dar
nada a cambio es algo esencialmente injusto. Es la familia quien asegura,
gracias a los hijos, el futuro incluso de las pensiones, ofreciendo una notable
seguridad a sus miembros y siendo, asimismo, el lugar donde se mantiene viva la
identidad de un pueblo. El mismo Estado se encuentra obligado a reconocer a la
familia como célula auténtica de la sociedad, ya que no existe otra forma de
vida capaz de prestar su contribución al bien común en la misma medida.
Matrimonio y familia se encuentran en una mejor situación que cualquier otra
fórmula de convivencia alternativa, no en razón de privilegios políticos o
infundados sino precisamente en virtud de su inestimable aportación al bien de
la comunidad.
Los homosexuales deberán tener
todos los derechos como los demás ciudadanos, pero no por su homosexualidad,
sino al margen de ella. No está en los homosexuales el poder casarse. Ninguna
ley podrá hacer de una relación homosexual un matrimonio sin pervertir, al mismo
tiempo, las leyes de la naturaleza en la asunción de un falso derecho a la
autodeterminación.
Roberto
Esteban Duque, sacerdote y profesor de Teología Moral