EL JUICIO UNIVERSAL

 

     Si hay un dogma consolador para el cristiano es el del Día de la Justicia plena, el de lo que llamamos «Juicio Universal».

 

     Lo que sucede es que todo el mundo se queda en eso de las trompetas, la hora de la cólera, y hasta la Sibila. Dicen que cuando se estrenó el "Dies Irae" de la Misa de Réquiem de Verdi, las altas damas huían despavoridas de la catedral de Milán. Es decir, que impresionados por la dramática coreografia de nuestros artistas, perdemos el sentido del día de la verdad.

 

     Ten por seguro que nadie pasará a la eternidad con una máscara encolada al rostro.

 

     Se ha blasfemado demasiado en este planeta de la justicia de Dios, pero Dios sabe que ello ha sido por la desesperación de una miopía, por falta de visión, de perspectiva.

 

     Pero en Dios Justicia, Verdad, Amor, Perdón, Misericordia, Paz y Sabiduria son todo lo mismo: son facetas varias de su Ser uno.

 

     Y eso lo constataremos en aquel Gran Día.

 

     El Hijo de Dios murió en una Cruz. Lo habían abofeteado, azotado, insultado, escupido, mofado, clavado: una derrota, escarnecida hasta el final. ¿Iba Dios a dejarlo así, sin una satisfacción adecuada? Después de Él y por Él, ¡cuántos millones han muerto aplastados por la prepotencia de la Tierra!

 

     Pues bien, esta Tierra, que ha sido el escenario de tanta injusticia, va a ser «por promesa formal de Dios», el estrado de la gloria de Cristo, el testigo de su vuelta gloriosa, de su triunfal entrada y toma de posesión del Reino.

 

     Será el momento en que por todo el cosmos resonará el himno de la victoria definitiva y Cristo devolverá a Dios su Padre un universo redimido, el establecimiento final de la justicia, del amor y de la paz.

 

     ¿Habrá quien no lo acepte?

 

     Por lo que nos dice la Escritura, esa monstruosidad parece innegable.

 

     Pero el que erró por miopía, el que se extravió por falta de información, el que volvió la espalda a Cristo porque ni soñaba lo que Él era en verdad, hallará muy natural unirse al coro cósmico aclamando la sabiduría, la verdad, la justicia y la misericordia de Dios.

 

     ¿No dijo Cristo en su agonía que sus torturadores no sabían lo que estaban haciendo?

 

     Otros habrá que se empeñaron en negar lo que tenían, delante de los ojos y lo ignoraron a sabiendas.

 

     No erraron por miopía, sino que se empeñaron en no querer ver. No se extraviaron por falta de información sino que se empeñaron conscientemente en que no que se les informase. Le volvieron la espalda a sabiendas prefiriendo volver su atención y sus vidas a cosas que juzgaron más del momento aunque sabían a dónde conducían.

 

     Se quedarán clavados para siempre en la cruz de un eterno No a Cristo.

 

     Cuando a Cristo le preguntaron si eran más los que se salvaban que los que se condenaban, ya había implícitamente contestado con la promesa de su regreso triunfal.

 

     Si fueran menos, ¿cómo podría ser aquél el Día del Triunfo? Derrota fuera que los no conquistados por el Amor superaran a los suyos: que hubiera tantos agujeros negros en su espacio donde fallara la eficacia redentora de su Sangre.

 

     Dejémoslo en sus manos y cantemos en nuestro Credo: "Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén".

 

     Esperarnos con ansia esa Resurrección.

 

     La Resurrección de toda la humanidad y el Juicio Universal son el último acto de este drama humano y divino del que somos actores.


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Fuente: http://escucharelevangelio.org