El himno de la Carta a los Efesios (Ef 1,3-14)


Josemaría Monforte
 


Sumario

 

1. Introducción.- 2. Relación entre las cartas a los Colosenses y a los Efesios.- 3. Temas salvíficos de la Carta a los Efesios.- 4. El himno cristológico de Eph 1,3-14.

 

1. Introducción

San Pablo visitó Éfeso y esta región al menos en dos ocasiones. La primera en su segundo viaje, cuando, desde Listra e Iconio, se dirigió a Galacia (cfr Act 15,6); la segunda, durante el tercer viaje, por breve tiempo, para alentar en la fe a los discípulos de Frigia (Act 18,23). Sin embargo, no se hace en todo el libro de los Hechos de los Apóstoles ninguna referencia a que Pablo pasara por Colosas en sus viajes. El Apóstol parece indicar que no conocía personalmente a los Colosenses (cfr Col 2,1), aunque manifiesta el propósito de visitarles pronto. Cuando escribe a Filemón le pide que vaya preparándole el hospedaje (cfr Philm 22). No sabemos si pudo realizar ese deseo.

En tiempos de Pablo, Efeso era la población más importante de Asia Menor. Situada entre Mileto y Esmirna, a unos 5 km del Mar Egeo, fue conquistada por Alejandro Magno el año 334 a.C. y pasó después (133 a.C.) al dominio de Roma: desde entonces fue el centro administrativo y religioso de la provincia romana de Asia.

El culto de la ciudad estaba dirigido desde antiguo a la diosa oriental de la fertilidad, a la que los griegos identificaron con Artemisa y los romanos con Diana; su templo, por su arte y su riqueza, era considerado como una de las siete maravillas del mundo. El templo que conoció Pablo había sido construido hacia el 334 a.C., después de la llegada de Alejandro Magno a la ciudad. Éfeso era también famosa por sus artes mágicas y su tendencia a la práctica del ocultismo; destacaba en toda aquella parte de Asia por la superstición de sus habitantes. Las estatuillas que fabricaban los orfebres fueron objeto de un intenso comercio, que reportaba pingües beneficios a sus promotores. Esto explica la revuelta popular, instigada por el platero Demetrio contra Pablo (cfr Act 19,24ss) y sus acompañantes, que lógicamente condenaban la superstición y el culto a los ídolos.

No se sabe con certeza si los Efesios son los primeros destinatarios de la Carta que lleva su nombre. Es cierto que el título a los Efesios aparece en la gran mayoría de los manuscritos griegos y versiones posteriores al siglo II. Sin embargo, en el texto de Eph 1,1: «a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Efeso» faltan las dos palabras "en Efeso" en algunos de los testigos documentales más antiguos e importantes, como en los códices griegos Sinaítico y Vaticano, algunos minúsculos, las citas de Marción, el papiro 46, etc. Y, según parece, sin la expresion "en Efeso" leyeron también la Carta a los Efesios, Tertuliano y Orígenes. Así se explicaría el carácter impersonal de Efesios, ya que en ella no se hace alusión a circunstancias personales de aquellos con los que permaneció el Apóstol cerca de tres años, ni referencia a la salida apresurada de la ciudad.

Por lo que acabamos de decir, muchos comentaristas piensan que podría haberse añadido esa localización a una Carta que en su origen fuera circular, dirigida a las iglesias de la provincia romana de Asia; entre éstas, la comunidad de Efeso gozaba de una posición de honor.

2. Relación entre las cartas a los Colosenses y a los Efesios

Sabemos por el libro de los Hechos que Pablo se detuvo en Efeso a finales de su segundo viaje, hacia el año 52 (Act 18,19ss), y que más tarde volvió otra vez, al comienzo de su tercer viaje (años 54-57). Permaneció entonces por espacio de unos tres años, y fue tal la amplitud de su predicación, que tanto judíos como griegos de toda la provincia pudieron conocer el Evangelio (Act 19,1.8-10). En este sentido fue de gran ayuda para el Apóstol el servicio prestado por Apolo con su predicación a los efesios (Act 18,24-35).

A Pablo no le faltaron en Efeso dificultades y pruebas, hasta el punto de verse obligado a abandonar la ciudad a consecuencia del motín provocado por el orfebre Demetrio. Dejó entonces al frente de la iglesia a su discípulo Timoteo (1 Tim 1,3), quien, según la tradición, murió más tarde confesando el nombre de Cristo en esta ciudad. Pablo tuvo que salir precipitadamente de Efeso, pero no se olvidó de aquellos fieles.

Se han formulado diversas hipótesis sobre los destinatarios de Eph, pero ninguna puede probarse con certeza. Al depender de Efeso otras iglesias, como las de Colosas, Laodicea, Hierápolis, etc., nada tendría de extraño que el Apóstol hubiera escrito esta Carta con la intención de que fuera leída en cada una de esas comunidades. Finalmente, debió de conservarse en Efeso, y de ahí el título que aparece en ella.

Los orígenes de la Iglesia en Colosas parten de la estanciancia y predicación de San Pablo en Efeso durante su tercer viaje apostólico:todos los habitantes de Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor (Act 19,10). Entre quienes escuchaban la predicación diaria del Apóstol en la escuela de Tirano (Act 19,9) habría colosenses que abrazaron la fe, y, una vez recibido el Bautismo, comenzaron a colaborar en la difusión del Evangelio.

Uno de ellos fue Filemón (Philm 1.19) y otro Epafras, también natural de Colosas (Col 4,12), que recibiría de San Pablo la misión de predicar en su ciudad (Col 1,7) y en las vecinas Hierápolis y Laodicea (Col 4,13).

La comunidad cristiana de Colosas no fue, pues, fundada directamente por San Pablo sino por Epafras, aunque estaba muy unida al Apóstol. La mayor parte de sus miembros procedían de los gentiles (Col 1,21; 2,13), aunque había también algunos judíos (Col 2,16; 3,11). Pablo está bien informado de la fe y del amor fraterno de los Colosenses (Col 1,4), así como de las dificultades en que se encontraban. Les tiene gran afecto. Físicamente no está presente entre ellos, pero tiene allí su corazón (Col 2,5), trabaja con esfuerzo para su mayor progreso espiritual (Col 2,1-2) y no cesa de acompañarlos con sus oraciones (Col 1,9). La Carta a los Colosenses es una buena maestra de la solicitud pastoral del Apóstol.

La relación entre Col y Eph es compleja. En primer lugar, se advierte una clara diferencia: Colosenses tiene cierto tono polémico contra la "vana filosofía" de algunos (Col 2,8; cfr Col 2,4) y contra los que imponen el respeto a los novilunios, sábados y fiestas (Col 2,16), o distinciones en los alimentos y los preceptos "no tomes", "no gustes", "no toques" (Col 2,20-21). Nada de esto se encuentra en Efesios. En segundo lugar, ambas Cartas presentan mucho material común, más resumido en Col y más difuso en Eph.. Se ha calculado que el 70% del contenido de Col encuentra un paralelo en Eph, mientras que el 50% de Eph es propio. En literatura se considera generalmente que el escrito más breve es anterior: Eph sería, pues, una ampliación de Col. De todos modos, las dos Cartas debieron de ser casi contemporáneas.

3. Temas salvíficos de la Carta a los Efesios

Pablo retoma las reflexiones de Colosenses en la Carta a los Efesios. El esfuerzo polémico para situar en su lugar a "las Potencias" celestiales ha producido sus frutos (Eph 1,20-22). Ahora dirige la mirada a la Iglesia, Cuerpo de Cristo que se dilata con las dimensiones del "nuevo universo": plenitud del que lo llena todo en todo (Eph 1,23). En esta grandiosa contemplación Pablo repite temas antiguos —especialmente los tratados en la Carta a los Romanos— para ordenarlos en una síntesis más amplia. El plan de salvación que se nos ha revelado se desarrolla por etapas conforme a los designios de Dios (Eph 1,3-14); su término son los desposorios de Cristo con la humanidad salvada, que es la Iglesia (Eph 5,22-33). Los grandes temas doctrinales de Efesios son, pues, Jesucristo, cabeza de la creación; el misterio de la «recapitulación» de todo en Cristo y la eclesiología [1].

El pasado pecador de la humanidad, la gratuidad de la salvación por Cristo (Eph 2,1-10), y el problema de los judíos y de los gentiles que le angustiaba en épocas pasadas (Rom 9-11), serán objeto de serena reflexión a la luz de la escatología realizada en el "Cristo celeste": en adelante, los dos pueblos se le presentan unidos, reconciliados en un solo hombre nuevo, y caminando de común acuerdo hacia el Padre (Eph 2,11-22). Precisamente este acceso de los gentiles a la salvación de Israel en Cristo es lo que Pablo llama el gran «misterio» (Eph 1,9; 2,3-6.9; Col 1,27; 2,2; 4,3). Su contemplación le inspira, en la madurez de su vida, el amor a la infinita sabiduría divina que ve desplegada en este misterio (Eph 3,9; Col 2,3); también el agradecimiento por la elección enteramente gratuita que hace de Pablo ministro de ese misterio (Eph 3,2-8).

Los autores suelen apreciar en Efesios [2], como en otras epístolas paulinas, dos partes: en la primera (Eph 1-3), predomina el contenido doctrinal o dogmático, mientras que en la segunda (Eph 4-6) [3] se extraen las consecuencias parenéticas y las aplicaciones morales y ascéticas [4]. "Podríamos representarnos el horizonte doctrinal de la Carta a los Efesios como un díptico: en el primer cuadro —que es el fundamental— se nos presenta Cristo Jesús triunfante en el cielo (Eph 1,20) y cabeza de la Iglesia (Eph 1,22; 4,14; 5,23). Desde esa condición gloriosa, Jesucristo-cabeza, en el cual habita toda la plenitud de la divinidad, distribuye su fuerza vital al cuerpo para que éste pueda crecer (4,16); edifica la casa, de la cual él es la piedra angular (2,20), casa-Iglesia a la que Jesucristo ama como a su esposa (5,28), y a la que se entregó en matrimonio (5,25) y la salvó (5,23), lavándola de toda mácula en el bautismo (5,26). «En el segundo cuadro se representa la Iglesia salvada y ganada por Cristo mediante un sacrificio expiatorio como un hombre nuevo (2,15), como un cuerpo (2,16) sometido vitalmente a Cristo y en una relación de esposa a esposo (5,24). En esas circunstancias, la Iglesia va creciendo y desarrollándose como un cuerpo que recibe el principio vital y el alimento desde la cabeza (4,16). -Otra visión, superpuesta y entrelazada en el segundo cuadro, nos muestra a la Iglesia como un edificio (espiritual) (2,20ss), que se levanta y construye teniendo como meta «un hombre perfecto» (4,13); o bien nos presenta a la Iglesia como un templo santo, una morada de Dios (2,21ss)» [5].

4. El himno cristológico de Eph 1,3-14

En el usual "saludo inicial de bendición" figura el nombre del remitente y los destinatarios (Eph 1,1-2). A continuación encontramos uno de los himnos más conocidos del epistolario paulino (Eph 1,3-14). Es como una obertura de la carta. Por la forma es un canto de alabanza y acción de gracias a Dios (una eulogía, un benedictus) [6]. El motivo de alabanza es el plan divino de salvación en Jesucristo, que Dios Padre trazó eternamente. Está en prosa rítmica, parecido a Col 1,15-20. En el texto griego tiene la forma de una larguísima frase compuesta, cuyas claúsulas se encadenan por medio de pronombres relativos y participios, presentando así una unidad bien trabada [7].

A) Beneficios o bendiciones del plan salvífico de Dios.- La eulogía comienza con una fórmula de alabanza a Dios por su designio eterno, antes de la creación, de convocarnos en la Iglesia como una comunidad de santos:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos, pues en El nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor (Eph 1,3-4).

«La acción de Dios en favor de los hombres es común a las tres Personas divinas, y por eso, el proyecto eterno de Dios, que aquí contempla el Apóstol, tiene su origen en la Santísima Trinidad» [8]. Esta bendición consiste e una elección y predestinación (Dios Padre que elige); en una concesión de gracia y de perdón (Cristo, el Hijo, que redime) y en una iniciación en el misterio (El Espíritu que ilumina). Llama «bendiciones espirituales» a los dones que ha aportado la realización del plan salvífico, pues estos dones son distribuidos a los hombres por la acción del Espíritu Santo. Al decir «en Cristo» y «en los cielos» está expresando la forma en la que hemos sido bendecidos: a través de Cristo resucitado y elevado a los cielos, que nos ha introducido también a nosotros en la esfera de Dios [9].

El sintagma «nos eligió», es el mismo que aparece en la versión griega de los LXX (AT) para designar la elección de Israel. La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, está constituida por la reunión en Cristo de quienes han sido elegidos y llamados a la santidad. Ello indica que la Iglesia, aunque haya sido fundada por Cristo en un momento concreto de la Historia, remonta su origen al designio eterno de Dios.

Además, la elección tiene un fin: «que seamos santos y sin mancha en su presencia». Igual que en la antigua Ley la víctima que se ofrecía a Dios debía ser perfecta, sin tara alguna (Gen 17,1), la santidad «sin mancha» a la que Dios nos ha destinado, ha de ser plena. Pablo termina la frase «por el amor», para mostrar el amor que Dios nos tiene, si bien incluye también el amor del cristiano hacia Dios y hacia los demás. La caridad es participación del mismo amor de Dios y, por eso, es la esencia de la santidad.

«Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, escribe san Josemaría, porque El mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad [Ef 1,4]. Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal, como nos lo repite insistentemente San Pablo: haec est voluntas Dei: sanctificatio vestra [1 Ts 4,3], ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación. No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar esa cima.

»No se va de mi memoria una ocasión -ha transcurrido ya mucho tiempo- en la que fui a rezar a la Catedral de Valencia, y pasé por delante de la sepultura del Venerable Ridaura. Me contaron entonces que a este sacerdote, cuando era ya muy viejo y le preguntaban: ¿cuántos años tiene usted?, él, muy convencido, respondía en valenciano: poquets, ¡poquitos!, los que llevo sirviendo a Dios. Para bastantes de vosotros, todavía se cuentan con los dedos de una mano los años, desde que os decidisteis a tratar a Nuestro Señor, a servirle en medio del mundo, en vuestro propio ambiente y a través de la propia profesión u oficio. No importa excesivamente este detalle; sí interesa, en cambio, que grabemos a fuego en el alma la certeza de que la invitación a la santidad, dirigida por Jesucristo a todos los hombres sin excepción, requiere de cada uno que cultive la vida interior, que se ejercite diariamente en las virtudes cristianas; y no de cualquier manera, ni por encima de lo común, ni siquiera de un modo excelente: hemos de esforzarnos hasta el heroísmo, en el sentido más fuerte y tajante de la expresión» [Amigos de Dios, nn 1-2].

La segunda estrofa del himno habla de concedernos, por medio de Jesucristo, la gracia de la filiación divina:

... nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de su gloriosa gracia, con la cual nos hizo gratos en el Amado (Eph 1,5-6).

Pablo sigue contemplando el alcance del proyecto divino. La «predestinación» consiste en que Dios, según su libre designio, determinó desde la eternidad que los miembros del nuevo pueblo de Dios alcanzaran la santidad mediante el don de la filiación adoptiva. Ya el Apóstol había escrito que tal «filiación» arranca de Jesucristo, el Hijo Unico (Rom 8,15). Ahora añade que este don es también la suprema manifestación de «la alabanza de la gloria de su gracia (o de su gloriosa gracia)». Es decir, la gloria de Dios se revela a través de su amor misericordioso, por el que nos ha hecho sus hijos, según el plan eterno de su Voluntad. La gracia de la que habla Pablo se refiere en primer lugar al carácter totalmente gratuito de las "bendiciones divinas", e incluye también los dones de la santidad y de la filiación divina, con que es agraciado el cristiano [10].

«Dios Padre, llegada la plenitud de los tiempos, envió al mundo a su Hijo Unigénito, para restableciera la paz — comenta san Josemaría enlazando varios textos paulinos—; para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus [Ga 4,5], fuéramos constituidos hijos de Dios, liberados del yugo del pecado, hechos capaces de participar en la intimidad divina de la Trinidad. Y así se ha hecho posible a este hombre nuevo, a este nuevo injerto de los hijos de Dios [Rm 6,4-5], liberar a la creación entera del desorden, restaurando todas las cosas en Cristo [Ef 1,5-10], que los ha reconciliado con Dios [Col 1,20]» [Es Cristo que pasa, n 65].

Pablo centra ahora su atención en la obra redentora de Cristo. Es una tercera bendición mediante la cual se realiza en la Historia el proyecto eterno de Dios. La tercera estrofa dice así:

... por quien, mediante su sangre, nos es dada la redención, el perdón de los pecados, según las riquezas de su gracia, que derramó sobre nosotros de modo sobreabundante con toda sabiduría y prudencia (Eph 1,7-8).

«Redimir» equivale a «liberar»; y «redimir mediante la sangre» guarda estrecha vinculación con el lenguaje veterotestamentario [11]. Cristo nos libera de la esclavitud más profunda: la del pecado, y la riqueza de este amor gratuito se manifiesta sobre todo en la generosidad del perdón divino, que restaura la dignidad del hombre [12]. En suma, "la redención tuvo lugar en la cruz de Cristo, mediante su sangre. Él —en su sangre— se ha convertido así para nosotros en redención. Nosotros, que por el bautismo fuimos incorporados a él y permanecemos en él como santos y creyentes, somos partícipes de la redención por su sangre. Pero la tenemos porque nos son perdonadas las transgresiones a nosotros que permanecemos en él, y en cuanto permanecemos en él" [13].

«Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cfr Ef 1,7; Col 1,13- 14; 1P 1,18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2Co 8,9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2,51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Jn 15,3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8, 17; cf. Is 53, 4); en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Rm 4,25)» [Catecismo de la Iglesia Católica, n. 517].

La cuarta estrofa anuncia la recapitulación de todas las cosas en Cristo, la más alta cima de la revelación del plan salvífico divino:

Nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según el benévolo designio que se había propuesto realizar mediante El y llevarlo a cabo en la plenitud de los tiempos: recapitular en Cristo todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra (Eph 1,9-10).

Hemos llegado al cenit teológico del himno, precisamente en el descubrimiento del misterio de la voluntad de Dios realizada mediante Cristo. Al revelarnos el misterio eterno de su voluntad, nos concede también graciosamente la verdadera sabiduría, que consiste precisamente en el conocimiento de esa voluntad salvífica.

El verbo «recapitular» (anakefalaiôsasthai), con su contexto inmediato aquí, indica muy probablemente la unión o conjunción (synáfeia, que comentaba S. Juan Crisóstomo) de todos los seres creados en Cristo, al ser puesto Jesucristo como cabeza (kefalé) o cima (kefálaion) de la creación. Todos los seres creados, que por el pecado habían sido descoyuntados y desunidos entre sí y respecto a Dios, son ahora, mediante la redención operada por Cristo, vueltos a unir entre sí al ser unidos con Dios por la unión con Jesucristo, y vivificados precísamente al ser constituido Jesucristo en cabeza de la creación entera. Todos esos seres creados, como miembros integrantes de un solo organismo, se unen entre sí —según las concepciones fisiológicas de la época— por la acción ordenadora, unificante y vivificadora de la cabeza.

De este modo, Cristo-Jesús es el salvador de toda la creación, y en él «se recapitulan todas las cosas». La revelación de los planes divinos de salvación es una muestra de su amor y misericordia, ya que así el hombre puede reconocer la infinita sabiduría y bondad divinas, y sentir la invitación a participar en sus proyectos. Además, el misterio de Dios se realiza de una forma armónica, según el proyecto divino, siguiendo diversas etapas o tiempos (kairoi ) a lo largo de la historia. La plenitud de los tiempos ha comenzado con la Encarnación (Gal 4,4), y sigue desarrollándose, según la sabiduría divina, hasta llegar a la consumación definitiva. El punto culminante del proyecto divino previo a la creación consiste en recapitular en Cristo todas las cosas, esto es, hacer que todas tengan a Cristo como kefalé, verdadero vínculo de unidad, tanto de los seres celestiales, como de los hombres y de todas las realidades terrestres [14].

Los diez primeros versículos del himno podríamos resumirlos con Schlier: «los miembros de la Iglesia son, pues, según el Apóstol, los que han recibido la triple bendición: fueron bendecidos como los que desde siempre y antes de todas las cosas, fueron elegidos y destinados por Dios —en Cristo— para la condición santa de hijos; como los que fueron agraciados en el Amado con el perdón de los pecados mediante la sangre de Cristo; y como los que llegaron a ser sabios y prudentes mediante la revelación del misterio de la voluntad de Dios» [15].

«En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio de Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1,10). San Pablo llama "gran misterio" (Ef 5,32) al desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5,25-27), por eso se convierte a su vez en Misterio (cf. Ef 3,9-11). Contemplando en ella el Misterio, San Pablo escribe: el misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1,27)» [Catecismo de la Iglesia Católica, n. 772].

B) Aplicación del plan salvífico divino a judíos y gentiles.- Aplica Pablo ese plan de salvación, primero a los judíos, después a los gentiles. Contempla como una nueva «bendición divina» la realización concreta del misterio en la Historia como fruto de la Redención de Cristo. Consiste precisamente en la llamada hecha a judíos (Eph 1,11-12) y a gentiles (Eph 1,13), para formar un solo pueblo (Eph 1,14) [16].

En Él, por quien también fuimos constituidos herederos, predestinados según el designio de quien realiza todo con arreglo al consejo de su voluntad, para que nosotros, los que antes habíamos esperado en el Mesías, sirvamos para la alabanza de su gloria (Eph 1,11-12).

La predestinación de Israel para que tuviera su herencia en Cristo la decidió, pues, la voluntad divina que obra todas las cosas. La esperanza del pueblo judío ha tenido su cumplimiento en Cristo, pues con El han llegado el Reino de Dios y los bienes mesiánicos, destinados en primer lugar a Israel como a su herencia (Mt 4,17; 12,28; Lc 4,16-22). La finalidad de la elección de Israel por parte de Dios era formarse un pueblo propio (Ex 19,5), que le glorificara y fuera testigo entre las naciones de la esperanza de la venida del Mesías. Los hombres justos de la antigua Alianza vivieron de la fe en el Mesías prometido (Gal 3,11; Rom 1,17), en cuanto que no sólo esperaban su venida, sino que, al aceptar la promesa, su esperanza se nutría de la fe en Cristo. Como ejemplos más próximos al NT de esa fe, puede citarse a Zacarías e Isabel, Simeón y Ana y, sobre todo, a San José.

«La Iglesia, iluminada por las palabras del Maestro, cree que el hombre, hecho a imagen del Creador, redimido con la sangre de Cristo y santificado por la presencia del Espíritu Santo, tiene como fin último de su vida ser «alabanza de la gloria» de Dios (cf. Ef 1,12), haciendo así que cada una de sus acciones refleje su esplendor» [Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 10].

Termina el himno con la aplicación del proyecto salvífico divino a los gentiles, llamados a participar de la promesa, para formar, junto a los judíos, un solo pueblo: la Iglesia.

Por Él también vosotros, una vez oída la palabra de la verdad -el Evangelio de nuestra salvación-, al haber creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo prometido, que es prenda de nuestra herencia, para la redención de su pueblo adquirido, para alabanza de su gloria (Eph 1,13-14).

Si Pablo reconoce la grandeza del plan salvífico de Dios en la realización de las promesas al pueblo hebreo mediante Jesucristo, aún ve mayor prodigio en la llamada de los gentiles a participar de la misma promesa. Esta llamada es una nueva «bendición» divina. La incorporación de los gentiles a la Iglesia se realiza por medio de la predicación del Evangelio. Esto significa que la fe se inicia por la audición de la palabra de Dios (Rom 10,17). Una vez que ésta ha sido aceptada, Dios sella al creyente con el Espíritu Santo prometido (Gal 3,14); y este sello constituye ya aquí las arras o prenda de la herencia eterna, y representa la certeza de haber sido recibidos por Dios e incorporados a su Iglesia, en orden a la salvación reservada antes sólo a Israel. Se establece así un paralelismo entre el sello de la circuncisión que incorporaba al creyente de la antigua Alianza al pueblo de Israel y el sello del Espíritu Santo en el Bautismo que, en la nueva Alianza [17] incorpora a los cristianos a la Iglesia (Rom 4,11-22; 2 Cor 1,22; Eph 4,30).

El nuevo Pueblo ha sido adquirido por Dios al precio de la Sangre de su Hijo. Al pueblo del AT ha sucedido el pueblo de los creyentes en Cristo, cualquiera que sea su procedencia. Todos forman ya la Iglesia, el Pueblo de los elegidos.

Y terminamos con unas palabras de san Josemaría: «Por la enseñanza paulina, sabemos que hemos de renovar el mundo en el espíritu de Jesucristo, que hemos de colocar al Señor en lo alto y en la entraña de todas las cosas. ——¿Piensas tú que lo estás cumpliendo en tu oficio, en tu tarea profesional?» (Forja, nº 678).

Notas

[1] De la cristología de Eph se desprende su eclesiología. Aquí se ha transcendido el concepto de iglesia como comunidad local, hasta la contemplación del ser teológico de la Iglesia en su unidad y totalidad . Con las imágenes de Iglesia-cuerpo (soma), plenitud (pléroma) y esposa (gyné) de Cristo, y las reflexiones eclesiológicas esparcidas por Eph, la función de la Iglesia en la realización del plan de salvación en Cristo se engrandece hasta las dimensiones de ser el instrumento universal de salvación en manos de Jesucristo.

[2] Los Padres y escritores eclesiásticos siempre atribuyeron a Pablo la autenticidad de la Carta a los Efesios. Las críticas desde mediados del siglo pasado para negar su autenticidadse apoyan en fenómenos de carácter literario: vocabulario, estilo, temática, etc. Estas consideraciones no pasan de ser conjeturas. Es evidente que el vocabulario de Efesios se distingue del resto de las epístolas paulinas. Pueden registrarse hasta 83 voces que no tienen paralelo en el resto de sus escritos. Pero este vocabulariopeculiar, no es argumento para impugnar la autenticidad . El estilo literario de esta carta, cargado de pleonasmos o de largos períodos de oraciones de relativo y participios, no parece extraño si se compara con Romanos, Corintios y, sobre todo, Colosenses.

[3] La segunda parte de Eph subraya la unidad que han de vivir los fieles en la caridad, hasta hacer una realidad sentida la unión en un solo cuerpo, animado por el mismo espíritu (Eph 4,1-6). Teniendo en cuenta Pablo las circunstancias de la mayor parte de los destinatarios, procedentes no hacía mucho de los ambientes viciados de la gentilidad, en los que necesariamente han de seguir viviendo, les advierte de las incompatibilidades de tales vicios con su nueva condición de llamados a la santidad (Eph 4,17-5,20). Contempla el Apóstol diversas situaciones en la vida y enseña sus correspondientes deberes: cónyuges, padres e hijos, señores y siervos (Eph 5,21-6,9), deberes que se derivan de la nueva condición cristiana, de la nueva y estrecha relación de cada fiel con Cristo Jesús, y, por tanto, entre ellos mismos.

[4] Esta división en dos partes no debe ser tomada rígidamente, no es seguro que ese esquema fuera reflejo en la mente de Pablo.

[5] Casciaro, J.M., Estudios sobre Cristología del NT, cit., pp.185-186.

[6] «En la Sagrada Escritura son frecuentes los himnos de bendición a Dios o euloguías (cfr. Ps 8; 19; Dan 2,20-23; Lc 1,46-54.68-78; etc.). En ellos estalla la alabanza al Señor por los beneficios de su obra creadora, o por las intervenciones prodigiosas en favor de su pueblo. El Apóstol, inspirado por el Espíritu Santo, alaba a Dios Padre por toda la obra salvadora de Cristo, que comprende desde el proyecto divino decretado antes de la creación del mundo, hasta la consumación de la historia, y la recapitulación de todas las cosas en Cristo» (Aa.Vv. Sagrada Biblia. San Pablo: epístolas de la Cautividad, vol 8., cit., p. 48).

[7] Cfr Schlier, H., La Carta a los Efesios, Sígueme, Salamanca 1991, pp. 50 y ss.

[8] Aa.Vv., Sagrada Biblia. San Pablo: las epístolas de la cautividad, vol. 8, p. 49.

[9] Cfr Eph 1,20; 26.-Sagrada Biblia, Ibid., p. 49.

[10] «El AT insiste una y otra vez en que Dios ama a su pueblo y en que Israel es el pueblo amado de Dios (cfr. Dt 33,12; Is 5,1.7; 1 Mach 6,11; etc.). En el NT se llama a los cristianos "amados de Dios" (1 Thes 1,4; Col 3,12). Sin embargo, el Amado, en sentido estricto, es únicamente nuestro Señor Jesucristo. Así, en efecto, lo manifestó Dios Padre desde la nube resplandeciente en la escena de la Transfiguración del Señor (Mt 17,5)» (Sagrada Biblia, Ibid., p. 53).

[11] La redención de parte de Dios aparece en el AT cuando el pueblo de Israel fue liberado de la esclavitud de Egipto (Ex 11,7 y ss.). Entonces mediante la sangre del cordero rociada sobre los dinteles de las casas de los hebreos, sus primogénitos fueron librados de la muerte. Para recordar esta salvación celebraban el rito de la Pascua, sacrificando el cordero (Ex 12,47). La redención de la esclavitud de Egipto era una figura de la Redención realizada por Cristo.

[12] Cfr Casciaro, J.M., Estudios sobre Cristología del NT, cit., pp. 222-236.

[13] Schlier, H., La Carta a los Efesios, cit., pp. 75-76.

[14] Cfr Casciaro, J.M., Estudios sobre Cristología del NT, cit., pp. 308-321.

[15] Schlier, H., La Carta a los Efesios, cit., p. 85.

[16] Considera, en primer lugar, al pueblo judío del que él mismo forma parte; de ahí que utilice la expresión "nosotros"; después se refiere a los cristianos procedentes de la gentilidad, a los que designa como "vosotros".

[17] El sello o arra era la prenda o señal que se entrega en los negocios como anticipo y garantía del precio total. En el lenguaje de Pablo representa el compromiso, por parte de Dios, de conceder al creyente la posesión plena y definitiva de la bienaventuranza eterna, de la cual concede un anticipo a partir del Bautismo (2 Cor 1,22; 5,5). El don del Espíritu Santo que, por la fe, inhabita en el alma del cristiano en gracia, representa, en esta última estrofa del himno, el punto culminante en la realización del proyecto divino de salvación.